Prólogo
Sorina despertó con un intenso dolor en el cuello y los miembros entumecidos, un grito agónico escapó de sus labios al tratar de moverse. Sus muñecas y tobillos se sentían como si fueran marcadas a fuego. Permaneció completamente quieta sobre el incómodo fardo de paja que le servía de cama. El dolor era tan insoportable que lo único que pudo hacer para evitar perder el conocimiento fue concentrarse en su respiración. Uno, inhalar, dos, exhalar. Uno, dos. Uno, dos. Despacio, profundo, la rutina consiguió llevar el dolor a un nivel tolerable y pudo al menos formar pensamientos coherentes.
- ¿Es que la cama no está cómoda, Oscura? -inquirió con sorna una voz masculina.
La joven estudió momentáneamente a su interlocutor. La armadura plateada con el sello de la Corte de Verano lo marcaba como uno de los guardias de la prisión, y aunque en los cuatro días que lleva en cautiverio es la primera vez que se ven, él no duda en darle la misma mirada de odio que los otros soldados. Para desdicha de ella, este se deja llevar un poco más y tira de las cadenas que sostienen los grilletes entorno a los miembros de la joven, el movimiento pega el hierro contra la piel, erosionando las quemaduras. El dolor es agónico y suelta un grito mientras cae al suelo, la náusea le barre el estómago y vomita sobre manos y rodillas tambaleantes. El soldado fae hace un sonido de asco y se aleja un par de pasos. Temblores sacuden el cuerpo de la joven y frías lágrimas resbalan por sus mejillas. En una esquina, una jarra de madera contiene un poco de agua, gateando sobre la tierra del piso procurando mover lo menos posible los grilletes de manos y pies, agarra la vasija por los bordes, y aunque le resulta tentadora la idea de beber hasta la última gota, la vierte sobre la piel herida limpiando parte de la mugre y aliviando el dolor. La chica vuelve a recostarse en el jergón ofreciéndole la espalda al soldado. No debía faltar mucho para su ejecución, siendo sinceros, lo añoraba ya. Para sus captores no era más que otra fae de invierno a la que dar muerte, y ella podría descansar en el olvido, lejos del dolor, del odio y sobre todo lejos de la pérdida, ante ese último pensamiento, la imagen de unos ojos verdes destelló en su memoria, un nuevo tipo de dolor ardió en su pecho y un nombre en susurro escapó de sus labios. Cerró los ojos, la debilidad venciéndola nuevamente, quizá pudiera soñar con él.
Un escalofrío recorrió toda su espina dorsal dejando sus nervios en tensión. Conocía la sensación, y solo había alguien capaz de provocarle a su cuerpo semejante respuesta. El corazón de ella se apretó.
- Por favor no -murmuró quedo-. No él.
Nuevos pasos se escucharon en el pasillo, la chica se arrastró hasta una posición sentada, de espaldas a la puerta. Escuchó el apresurado saludo marcial del guardia.
- Alteza..., es un placer verlo recuperado.
- Gracias por su preocupación, Neyr -¡esa voz! Calor se extendió por el cuerpo de la joven-. Necesito unos minutos para hablar con la detenida.
- Señor... -el soldado se escuchó temeroso-, es una oscura.
- ¡Y yo soy el príncipe de verano!
El soldado, Neyr, se encogió ante la fuerza de la mirada del príncipe, segundos más tarde se alejaba por el pasillo. El príncipe de Verano se relajó mientras lo veía marcharse, tenía cuentas pendientes con la bruja. Se dedicó a observarla, orgullosa como todos los de su clase, pretendía ignorarlo dándole la espalda, aunque percibía la tensión emanando en oleadas de ella. Al mismo tiempo, una rara sensación de confort se extendió por todo el cuerpo del joven y escalofríos recorrieron su piel.
Por un instante, la fae no fue capaz de escuchar más allá que el atronador rugido de su sangre y las violentas pulsaciones de su corazón. Supo el instante en que se quedó sola con el príncipe en la celda.
- Escucha, bruja, tengo poco tiempo, y ninguno para soportar tu numerito de orgullo.
Bruja. El insulto favorito de los verano para referirse a los de invierno. Desprecio teñía las palabras masculinas, y el corazón de ella se encogió.
- ¿Qué puede querer el príncipe de Verano, de una simple fae de Invierno? -se obligó a preguntar.
Entre la tensión de su estómago, y los gritos constantes por el dolor, tenía la voz tan enronquecida que casi no se reconocía a sí misma.
- El día que me atacaste -lo escuchó decir-, había una chica conmigo. ¿Qué hiciste con ella?
La fae cerró los ojos con fuerza, esperaba la pregunta, sin embargo había tenido la esperanza de que la ajusticiaran mucho antes que él se recuperarse, estúpida ilusión. Era el Príncipe de Verano, claro que esperarían por él.
- No sé de qué está, hablando-respondió ella.
El tirón que Linder dio a las cadenas la arrastró por la celda, arrancando piel, sangre y varios gritos de dolor. El príncipe fae apretó las mandíbulas, nunca había lastimado a una mujer, fuera quien fuera, pero la incertidumbre por el destino de Rina lo estaba matando, y saber que la despreciable criatura que tenía al frente era la responsable, lo llevaba a extremos desconocidos hasta para él mismo. Soltó los mangos de madera que controlaban las cadenas, y con la mandíbula apretada escupió su amenaza:
- Podemos hacer esto todo el día si quieres, así que responde. La chica, era una humana, estatura media, ojos azules, cabello negro. Sé que la viste.
Aunque el tirón había arrastrado a la mujer, obligándola a darle el frente, la chica solo pudo permanecer de rodillas, respirando en penosos jadeos y la cabeza gacha, mechones de cabellos ocultando su rostro.
- Si es humana, ¿Por qué te preocupa? Al final del día, tanto para tu pueblo como para el mío no son más que ganado -dijo ella a su vez.
El príncipe se obligó a contener la furia, la imagen de Rina, tan especial, tan fuerte y única llenó su mente, al mismo tiempo, su corazón protestaba por la ausencia de la joven. Antes de poder contener el impulso, su boca confesó ante aquella extraña criatura lo que ni siquiera había tenido el valor de hacer con la joven.
- La amo -respondió.
No fue hasta que las palabras dejaron sus labios que supo, era cierto. Amaba a la chica, y enloquecería si algo le había pasado.
- Nuestra raza no puede amar, príncipe, y menos a un ser humano -quiso decirlo con desdén, pero salió más como una triste y baja afirmación-. Somos demasiado capciosos, y ellos demasiado volubles. Te aseguro, si ha desaparecido por mi causa, estarás aliviado.
Ira sacudió el cuerpo del joven. Que esa sucia criatura se atreviera a afirmar con tanta seguridad sobre sentimientos que no le pertenecían lo envió más allá del borde. Tiró de las cadenas provocando más gritos de la hembra, pero no se detuvo hasta que la mujer estuvo de pie frente a él.
- ¿Qué hiciste con ella, dime?
La joven tembló bajo la inclemente y furiosa mirada del príncipe, pero al mismo tiempo se perdía contemplando sus facciones: cabellos claros tomados en una coleta en la nuca, mandíbula fuerte y angulosa, piel que refulgía con el brillo de dorado del sol y un par de traslúcidas alas con los colores del bosque. Era una dolorosa mezcla entre la forma humana que conocía y la etérea belleza características de los fae.
- Por favor, príncipe -suplicó en voz baja, encontrando la mirada de su interlocutor-No puedo decirte nada de tu joven. Sólo déjame en paz con mi miseria.
Linder no pudo evitar retroceder al contemplar a su prisionera. Resultaba aterradora y... hermosa a partes iguales. Los largos y encrespados cabellos, rojos como la sangre bordeaban la tez blanco alabastro que brillaba con el resplandor plateado de la luna, a pesar de estar cubierta de sangre, ampollas y suciedad. La pequeña boca llena de diminutos y afilados dientes, con labios finos y violáceos. En el centro de la pálida frente una media luna creciente abrazaba a un plateado copo de nieve, y oscuros dibujos tribales salían de este, recorriendo toda su frente y a lo largo de las sienes. Sombras oscuras cubrían sus párpados y el borde inferior de los ojos, rematadas en el ángulo externo del párpado por lágrimas de oscuro cristal, resaltando más aquellos ojazos, azul pálido, como el hielo, con la pupila rodeada por un anillo plateado. ¡Azules! La chica apartó la mirada rápidamente, aunque no lo suficiente como para ocultar su acongojada expresión. Sintiendo un vacío en el estómago el príncipe metió la mano entre los barrotes y le agarró la mandíbula, obligándola a mirarlo.
- Muéstrame tu forma humana. -ordenó.
El mundo se sacudió bajo los pies de la joven, desesperación y crudo dolor transformando su expresión.
- Por favor, por favor, no -suplicó conteniendo un sollozo.
El apretón sobre su mandíbula se intensificó.
- ¡Ahora! -repitió
La joven cerró los ojos por un instante. El dolor en sus muñecas no era nada comparado con el que consumía su corazón. Respiró profundamente y alcanzó la magia que la sostenía en su forma natural. El príncipe sintió contra su piel los movimientos de la respiración de la chica, un estremecimiento recorrió sus entrañas. Segundos después, la magia se dispersaba en el aire. La criatura frente suyo comenzó a cambiar. Los cabellos rojos se volvieron negros, la tez perdió el brillo plateado. Las marcas oscuras y las lágrimas de cristal desaparecieron del rostro, al tiempo que las facciones se reacomodaban, igual de hermosas, igual de elegantes, pero más juveniles, menos angulosas, menos irreales. Sólo los ojos permanecieron iguales.
El aire escapó de sus pulmones en un gemido agónico. Soltó el rostro de la muchacha y retrocedió un paso como si quemara. Tal vez lo hacía. Los ojos azules nunca abandonaron los suyos.
- Rina -murmuró todavía incrédulo.
Sorina estudió atenta las reacciones de su interlocutor. Sorpresa, incredulidad, dolor, traición.... Lo vio tensar la mandíbula, al mismo tiempo que los expresivos ojos verdes se volvían fríos llenos de desprecio.
- Lo siento -murmuró ella bajando la mirada.
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