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Capítulo 9

Sorina

Este chico conseguirá que lo patee hasta la luna y de vuelta, lo convierta en un carámbano y luego lo entierre hasta el infierno. Primera vez que trato de ser amable, por consideración a Abby, y ya vez, es todo un asno. El tobillo me duele bastante, sin embargo yo también estoy segura de que no está roto. Tengo que reconocer que el principito tiene razón, un poco de hielo me vendría de perlas, pero como el uso de mi magia está fuera de cuestión, encamino mis tambaleantes pasos en dirección a la estación de enfermería, consigo una bolsa fría y unos analgésicos que por supuesto desecho tan pronto como la enfermera me da la espalda, mi metabolismo fae no se lleva bien con estos químicos. Me recuesto un rato en la enfermería hasta que consigo mitigar el dolor, no tengo muchas ganas de volver a clases, pero definitivamente no volveré a la pista de hielo, lo que no quiere decir que si otro día el idiota hermano de Abby yo volvemos a coincidir, le entregaré la pista en bandeja.

La luz del sol me dio de lleno en el rostro, y la sombra de un cuervo oscureció el cielo. Algodonosos copos de nieve empezaron a caer. ¿Qué mierda? En cuestiones de segundos todo el paisaje se ha vuelto blanco, los edificios han desaparecido. La nieve es espesa y suave, y me entran unas ganas locas de rodar en ella. Camino despacio, a lo lejos comienzo a distinguir una silueta, me aproximo y entonces no puedo moverme más cuando distingo al fae que camina en mi dirección. Cabellos claros, con algunos mechones desordenados sobre el rostro, ojos verdes, tez dorada. Las alas verde bosque, traslúcidas y estrechas como las de una libélula. Aunque nunca lo he visto en esa forma, no tardo un segundo en reconocerlo, es Linder. Linder en su forma fae. Despide un poder enorme, su cuerpo mismo parece hecho de sol, miro su frente un sol radiante está en el medio, dibujos tribales semejantes a los míos salen de allí y recorren su rostro, pero no son negros, sino dorados. ¿Qué mierda está pasando aquí? El chico me mira y sus ojos relucen con odio. Solo entonces me doy cuenta que estoy en mi verdadera forma, mis cabellos rojos, mi piel lunar, mi rostro. Linder desenvaina su espada, trato de correr, de moverme, no puedo. Estoy firmemente atascada en mi sitio. El corazón me late desbocado, pero no puedo hacer nada más que ver como el hermano de Abby, me atraviesa el corazón con su hoja plateada. El dolor es instantáneo y opresivo. Caigo de rodillas y llevo una mano al pecho, la sangre mana en abundancia, trato de detener la hemorragia, pero mi vida se escurre entre mis dedos. Linder no dice una palabra, solo observa con ojos fríos como mi luz se va apagando.

Un estallido de colores, luces y magia irrumpe entre nosotros allí donde mi sangre había formado un charco. Donde antes estuvo mi sangre, ahora se extendían parches verdes, y una mujer había aparecido. Solo podía verle la espalda, pero sabía que era hermosa, largos cabellos negros, adornados con pequeñas y titilantes estrellas, usaba un fluido vestido blanco nieve que hacía un charco a sus pies, y de su espalda salía el par de alas más impresionante que alguna vez había visto, eran grandes, cerradas arrastraban al suelo, y cuando las desplegó pude ver que eran anchas como las de las mariposas Emperatriz, pero azules, de un profundo azul media noche y con algo que parecía brillantes piedras preciosas. Al mismo tiempo, noté que la nieve y la noche parecían seguirla, pero no llevaban muerte, llevaban vida. ¡Imposible! Linder y ella se observaron por espacio de un segundo, entonces se tomaron de la mano y se alejaron caminando.

Estaba muriendo, me iban a abandonar aquí. Presioné una mano contra mi pecho. Tratando de detener la hemorragia, mis fuerzas cedían. Iba a morir, sola y en medio de la nieve. El dolor quemó en mi pecho, con las últimas de mis fuerzas grité pidiendo ayuda..., sola. El invierno es muerte. La muerte había llegado para el invierno. La oscuridad se precipitó sobre mí.

Abby:

Observo el caserón y trato de disimular la creciente aprensión en mi estómago, paladeo la sangre en mi lengua y es entonces que noto, me he estado mordiendo el labio con fuerzas. ¡Vamos, Abby! No lo demores más. Cruzo la calle y llegada a la casa golpeó la aldaba contra la puerta. El pánico se vuelve más insistente. Todo lo que puedo pensar es en muy buenas razones para salir huyendo. Pero entonces vuelvo a recordarme que Rina ha hecho mucho por mí y que necesita mi ayuda. La puerta se abre y, aunque espero ver salir a un ogro, solo encuentro un par de ojos oscuros que lucen tan confundidos como yo. La muchacha me observa detenidamente y frunce el ceño, el poder que expele me resulta extraño. Es una mestiza, pero no una mestiza cualquiera.

— Disculpa, necesito hablar con Barien –le digo

— ¿Tienes cita? –me pregunta de vuelta.

¡Chispas! No pensé en eso. Lo cierto es que siempre es Rina quien habla con él, pero como siempre, Rina solo lo contacta cuando tiene algo que él le ha pedido, así que siempre la está esperando. ¿Conmigo? Difícilmente distinguirá mi nombre. Abro la boca dispuesta a decir algo, aunque no tengo claro el qué, cuando siento el frío de su presencia, aparece justo detrás de la chica. Sus fríos ojos plateados se clavan en mi, y es como si viera mucho más de lo que quiero mostrarle al mundo, sin embargo, me da una mueca burlona:

— Está bien, May. Puedes dejarle entrar.

La chica se hace a un lado y yo doy pasos dubitativos al interior. No puedo quitarme de la cabeza que me estoy metiendo de lleno en la boca del lobo, sin embargo se que es lo correcto para hacer. No me llevo bien con el frío y no me llevo bien con los faes de invierno. Con ninguno salvo Rina. No es que se me pueda culpar, no conocí a alguno que me extendiera la mano. Instintivamente me abrazo a mi misma.

— Ahora, Tinkerbell, ¿dónde dejaste a Periwinkle? –me pregunta con burla.

Tardo unos segundos en entender su juego de palabras. No soy fan a las películas de Disney, y ciertamente me molesta que crean que los problemas más grandes que podemos tener los faes es averiguar cómo producir polvillo y entretenernos unas a otras. Aun con el ceño fruncido lo enfrento.

— Bueno, bueno, si al menos conseguimos un poco de carácter –me dice socarrón, camina en dirección a una puerta–. Ven, princesita, hablemos en mi despacho. Por cierto, cielito, tal vez quieras saber esto, cuándo quieres negociar, no quieres que tu contraparte vea tus nervios. Estarías perdida.

¡Mierda! Camino detrás de él y terminamos encerrados en su despacho. No puedo evitar sentirme intimidada, y me pregunto cómo lo soporta Rina. Barien no es solo un fae de invierno, que ya es de por si suficiente como para estresarme, sino que también expele una gran cantidad de poder que me hace sentir completamente amenazada. Y justo ahí lo sé, Rina no permite que nadie la amenace, es por eso que se atreve a negociar con él. Me ofrece una copa, y decido imitar la conducta de mi amiga, vacío su contenido de un trago. Mi interlocutor no me ha perdido pista y curva los labios en una sonrisa maliciosa:

— Ahora, eso fue un poco estúpido –me dice–. Ni siquiera la examinaste, pudo haber tenido algún brebaje.

Dejo la copa a un lado, y aunque la posibilidad y su envergadura se instalan como un bloque de concreto en mi estómago, decido ocultarlo. Entrelazo mis manos esperando aminorar los temblores que la sacuden, y me encojo de hombros.

— No le veo la finalidad –respondo–. Si hubieras querido vendernos a Arella lo habrías echo desde el primer momento que pisamos la ciudad, no vas a hacerlo ahora, y..., tengo un trato que proponerte, así que se que por lo menos vas a escucharme.

Me da una media sonrisa y se sienta en un diván justo frente a mi, indicándome que haga lo mismo.

— Bueno, algo has aprendido. Adelante, princesa. Tienes mi atención.

— Quiero la deuda de Rina –digo sin más–. Se que le salvaste la vida anoche, y se además que no mataste a mi hermano porque ella te lo pidió. Considera su deuda la mía. Libérala. Yo te pagaré el favor.

Todo rastro de diversión y burla ha desaparecido de su expresión, con el dedo índice se acaricia el labio inferior. Me da una mirada dura, pero me niego a retroceder.

— ¿Tienes idea de lo que pides? –pregunta al fin.

Vuelvo a encogerme de hombros.

— Se que Rina se endeudó por mí –respondo con simpleza–. También sé que no tiene mucho que ofrecerte. Es una desterrada, en cambio yo todavía soy una princesa Verano.

— ¿Y eso te da ventaja? –me pregunta con burla.

— Claramente –respondo

No estoy preparada para lo siguiente. En un abrir y cerrar de ojos, Barien está sobre mi. Su poder envolviéndome, casi sofocándome. Resisto el pánico creciente y me obligo a mirarlo a los ojos. Su helada e inescrutable expresión me hace pasar saliva con dificultad.

— No tienes idea de lo que puedo querer, princesita –insinúa con burla macabra y sus ojos me recorren completa–. ¿Estás segura que es lo que quieres?

¡Doble mierda! Me niego a bajar la cabeza. Le sostengo la mirada.

— Se lo debo a Sorina, además, algo me dice que no soy tu tipo –contesto.

Me da una sonrisa torcida y se aparta de mí.

— Está bien, cariño. Ahora me debes un favor. Sorina queda libre.

Vuelve a observarme, y tengo la impresión de que lo hace con nuevos ojos. Está estudiándome. Sus siguientes palabras afirman mis creencias.

— Es bueno saber que la chica puede contar con alguien. Más te vale ser lo que ellos necesitarán.

— ¿Qué quieres decir? –pregunto inquieta.

Permanece en silencio y luego añade:

— Sabes, ¿ese raro instante en el amanecer cuando la luna y el sol se encuentran? Está amaneciendo para nuestras razas. Solo esperemos que no termine en desastre.

— No entiendo –murmuro.

Por más que trato de darle vueltas a sus palabras, no hay manera de resolver el puzzle. Su rostro continúa sereno, pero firmemente concentrado.

— El día y la noche no pueden coexistir en un mismo período de tiempo, Laynda –con eso tiene mi atención, creo que voy entendiendo y un escalofrío recorre mi cuerpo–. Ellos estaban destinados a mantener un equilibrio, pero ahora, es solo cuestión de tiempo para que colisionen. Ten cuidado. Quizá, solo quizá, tú puedas ser el punto intermedio que les ayude a encontrar equilibrio.

Esto suena peor de lo que creí. Por supuesto que ya había entendido. Linder es mayor que yo, pero conozco las leyendas, dicen que cuando él nació todas las señales del poder de nuestra tierra fueron sobre él. Cuando nuestros poetas cantan sobre él hablan dicen que el día de su nacimiento el sol lo reverenció, cuentan que fue la explosión mayor de magia en nuestra tierra, dicen que la vida se regocijó como nunca. Lo llaman El Campeón, el Beso del Verano. Supuestamente está destinado a destruir a la tierra de invierno, a darnos la victoria, y ciertamente fue entrenado para eso. Todos crecimos escuchando como los faes oscuros son nuestros enemigos, criaturas que no merecen la vida y que solo son capaces de hacer el mal, pero Linder, a Linder lo educaron para que fuera una máquina asesina, ningún fae de invierno debía sobrevivir a su espada.

Años más tarde, escuché las leyendas, sobre una criatura del mal, nacida para imitar a mi hermano, para tratar de destruirlo, la llamaban heredera de Arella. Decían que nuestro mundo se oscureció el día de su nacimiento, que estaba destinada a ser una espina en nuestro costado, que nuestra raza nunca podría vivir a salvo hasta que no fuera destruida. Mi hermano creció preparándose para asesinarla. Toda su vida, esa ha sido su meta, destruir a la "criatura del mal". Cuando fui capturada por los oscuros, y la primera vez que vi a Sorina, no tuve duda de que era de ella de quienes hablaban mi gente. Los oscuros la llamaban Nolune, "nacida de la noche" o "noche encarnada" Lo cierto es que no estaban lejos de la verdad, Sorina era tan distante, tan fría. Sus ojos siempre viendo el futuro, y ella misma arrastraba las sombras y el invierno doquiera que iba, y luego supe, esos mismos poderes fueron los que la convirtieron en una prisionera en su propia casa.

El beso del invierno, y el beso del verano. Hasta ahora las palabras se asientan en mi, comprendo la magnitud. Se mire por donde se mire, lo más probable, es que pierda a uno de los dos.

Barien no me ha quitado ojo de encima. Supongo que por mi expresión ha leído todo. Me da una mirada oscura antes de añadir:

— Buena suerte, princesa. Vas a necesitarla.

Después de tan crípticas palabras, me dio la espalda, y supuse esa era mi señal para desaparecerme.

Salí de su casa y caminé en dirección a la escuela. Me permití pasearme por en medio del parque. El sonido del viento entre las hojas, y el trino de algunas aves ayudaban a relajarme, aunque no mucho. El peso de las últimas revelaciones de Barien se había asentado en mi estómago y difícilmente podía respirar. Mi mejor amiga, la hermana no impuesta por la sangre, y mi hermano. Enfrentados desde su nacimiento, destinados a luchar entre ellos. ¿Por qué? ¿Quién lo dictaminaba así? ¿Nuestras cortes? ¿Nuestras reinas? Yo no quería perder a ninguno de los dos.

— ¿Qué mierda hacías en casa de ese oscuro?

La mano de Lexen sujetando mi brazo me devuelve de forma brusca a la realidad. Me encuentro mirando unos furiosos ojos oscuros. La penosa migraña que taladra mi cráneo no hace más que empeorar y mandar mi autocontrol a la cañería.

— ¿Estabas siguiéndome? –la pregunta hasta suena estúpida a mis oídos–. Por supuesto que lo hacías. Si, Lex. Estoy visitando a un oscuro. Asegurándome de arreglar el desastre que hicieron anoche.

Nos retamos mutuamente con la mirada. Ninguno dispuesto a ceder, entonces su mirada pierde un poco el fuego de la ira y me dice:

— ¡Maldita sea, Lylay! ¡Te perdí una vez por los oscuros, no quiero verte a dos kilómetros de alguno de ellos!

Mi propio enojo se calma un poco. ¡Maldito lazo sentimental! Suspiro un par de veces y trato de verlo todo con imparcialidad. Cuando creo que lo he dominado lo suficiente digo:

— Escucha Lex, aquí las cosas no funcionan así. Barien, él... no voy a decir que es inofensivo, pero tenemos intereses comunes. Es el líder del mercado negro. Está muy por encima de los barullos y las intrigas de las cortes, pero es uno de los faes más poderosos que conozco, y ustedes invadieron su territorio anoche. Es una suerte que no los haya exterminado, y por favor, tienes que dejar de verme como una mocosa.

Se me queda mirando por espacio de unos segundos, analizando cuanto he dicho. Si llegan a ser Kai, o incluso mi hermano, seguro que se hubieran lanzado a toda magia alegando que podrían comerse al mundo. Lexen, no era un cobarde ni mucho menos, pero tenía la inquietante capacidad de analizar todas las batallas desde cualquier ángulo posible. No atacaba hasta que no estaba seguro de conocer a su enemigo, y cuando lo hacía, por regla general, la victoria era suya. Supongo que quedó convencido, al menos por el momento.

— ¿Podemos al menos caminar juntos de regreso?

Qué remedio, supongo, pero me muerdo los labios y no le digo nada. Estoy segura que el interrogatorio comenzará de un momento a otro. Lexen no sabe hacer otra cosa. Amo al chico, y en otro tiempo no teníamos problemas para comprendernos el uno al otro, pero obviamente, las cosas han cambiado.

— ¿Puedes hablarme de Sorina?

Contengo una mueca de burla. Y es ahora cuando comienza el juego. Suspiro con fuerza.

— La vida me la presentó –digo como respuesta–. La conocí hace un tiempo, es mucho más rentable alquilar una habitación entre dos, y es mucho mejor para estudiar. Y si, tiene un carácter de mierda, pero es porque ha tenido que soportar el doble o el triple que la mayoría.

Duda unos segundos, y cuando sale su siguiente pregunta su voz se quiebra:

— ¿Cómo...? ¿Cómo escapaste de invierno?

— ¡Alto! –digo–. ¡No vayas ahí! No quiero hablar de nada de eso.

Se que me he cerrado en banda, pero no puedo evitarlo. Odio recordar, odio ese tiempo, y además, no hay excusa plausible, la forma en la que escapé, no podría haberlo echo sin ayuda, y no puedo mezclar a Rina en esto. Lex interpreta mi reacción como postrauma y me deja en paz, aunque no me pasa desapercibida la compasión en su mirada. Seguimos caminando en silencio, uno junto a otro. No somos los mismos de antes, pero supongo que podremos encontrar la forma de reencontrarnos y de reinventarnos.

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