Capítulo 8
Abby:
Las enfermedades humanas no afectaban a los faes, pero estoy bastante segura que entre Rina y mi hermano, me han provocado una úlcera, y esta mañana, por ejemplo, estuve de morir de un infarto, cuando llegué a mi cocina y me encontré a una Rina en paños menores, apuntando con un cuchillo a Kai y a mi hermano a punto de sufrir un shock al ver a mi amiga semidesnuda. Las pasé negras tratando de conciliar a uno y otro. Joder, si la chica nunca madrugaba, ¡había tenido que hacerlo precisamente hoy! Resulta que casi cerca de la una de la mañana, habían tocado mi puerta, cuando fui a ver, estaban Kai y Lexen sosteniendo a un desmadejado Linder. Lo que entendí fue que lo habían herido cerca de nuestra casa, y que ellos lo habían traído para que yo lo sanara. Cómo habían averiguado mi dirección era un tema que ya trataríamos después. Lo cierto es que con el estado de mi hermano me olvidé de Rina, y no volví a recordar que vivía acompañada hasta que desperté con el fenómeno montado en la cocina. Rina escapó de casa lo más rápido que pudo y yo hice lo mismo sin responder ni la mitad de las preguntas de mis amigos.
Antes de eso llevaba dos meses en los que Sorina y yo nos movíamos por caminos separados. Nunca salíamos o regresábamos juntas a la casa, y procuré mantenerla lejos de mi incluso durante los almuerzos, durante los primeros días quise vencer mi miedo, mezclar a mi nueva mejor amiga con mis antiguos mejores amigos..., fue la idea más estúpida que pude haber tenido. Juro que mi corazón se infartó al menos treinta veces por día, Linder y Rina hacían del almuerzo un campo de batalla, y yo vivía convencida de que llegarían a descubrirla. En un comienzo quise culpar a Sorina, quiero decir, la chica había enfilado las armas desde el primer instante, pero luego..., bueno, logré que se comportara durante unos cinco minutos, sin embargo mi querido hermanito no había podido contener su bocota, y desde entonces era el chico quien llevaba la voz cantante en todos los asaltos, oh, no me malinterpreten, Rina seguro que no es un ángel y le da respuestas a su altura, pero definitivamente es mi hermano quien casi siempre enciende la mecha. Realmente no entiendo que le pasa. El chico siempre fue todo un caballero con las damas, o más bien, un Don Juan. Siempre fue galante, siempre atento... y con Rina es..., no sé, alguien completamente distinto, no para hasta verla rabiar, y ciertamente que lo ha logrado, quiero decir, la chica no suele perder los estribos. Seguro, un pan dulce no es, es sarcástica, cruda y pesada, si, pero logra hacerlo todo sin peder la compostura, siempre luciendo elegante y refinada, una fae de invierno, al fin y al cabo. Con mi hermano la he visto despeinarse, mejillas enrojecidas y gritar obscenidades que todavía me calientan las orejas. Solo me queda pensar que Linder tiene un sexto sentido y es capaz de percibir la verdadera naturaleza de Rina aun sin comprenderlo..., y esa alternativa no es prometedora.
Como resultado, ahora me escondo durante los almuerzos y trato de tener una hora de paz lejos de cualquier conocido. Se que eso está acabando con ellos, y conmigo. En casa prácticamente ni nos hablamos, y ella no hace más que lanzarme enojadas indirectas, Linder se mantiene a distancia, ahora entretenido con la zorra de Kim, que es otro de los motivos por los cuales los evito, y Lexen, sus ojos oscuros no se alejan de mí ni un instante. Hay dolor en ellos, y anhelo, y buena parte de mí siente deseos de refugiarme entre sus brazos, pero no soy capaz de lidiar con tanto drama al mismo tiempo, además, conozco a Lexen, un poco demasiado cerca y podría sospechar la verdad, y ese sería el fin de Sorina. Si, no albergo muchas esperanzas sobre ellos, no me escucharán, no verán a la chica que fue tan víctima de la reina de invierno como yo, a la que me protegió y me ayudó a escapar aun a riesgo de su propia vida, ellos solo verán otro fae de invierno, justo como los espías que me secuestraron solo vieron en mi otra verano a la que torturar. Me pregunto, ¿cuánto tiempo más seguirá este círculo de odio sin sentido? Una fresca brisa mañanera me despeina mientras observo el cielo desde la azotea de la escuela.
— Buenos días Lylay.
Mis entrañas se contraen ante el sonido de la voz. Lexen suena enronquecido, tenso. Me preparo para devolverle la mirada. Hay dolor, esperanza y cierta acusación en su mirada. Más que verlo, puedo sentir todas sus emociones, como una extensión de las mías, el mismo anhelo, la misma añoranza. La horrible sensación de sentirse vacío, incompleto. Le esquivo la mirada.
— Lex, por favor –comento inquieta–, contén tus emociones. No están ayudando.
— ¿Puedes culparme? –me pregunta de vuelta.
Cierto. No puedo. Hay un motivo por el cual el lazo del matrimonio no es popular entre los faes, pasas a compartir emociones y sentimientos con tu compañero. Lexen y yo no habíamos completado los ritos del matrimonio, pero habíamos realizado los suficientes como para que iniciáramos el vínculo. Si mis sentimientos hacia él no fueran suficientes para hacerme sentir horrible, solo hacía falta añadirle lo suyos propios. Se acercó más a mí, tanto que podía sentir su respiración en mi cuello. Cerré los ojos con un escalofrío, luchando contra el impulso de caer entre sus brazos.
— ¿Por qué me alejas Lylay? –me cuestiona en susurros.
Cometo el error de mirarlo, sus ojos oscuros no me pierden detalle, bebe de mi rostro con avidez, y yo pierdo la capacidad de razonar. Una de sus manos sube y acaricia mi rostro, prestando particular atención a mi labio inferior. Sus manos son ásperas, con callos por los años de manejo de armas, y al mismo tiempo sus caricias se sienten tiernas y me envían a otra dimensión. Sus caricias me retornan al pasado y vuelvo a cerrar los ojos para llenarme de la dichosa sensación. Percibo su cálido aliento sobre mis labios. Se toma su tiempo, como si temiera asustarme, su pulgar traza círculos sobre mi mejilla. Una pequeña voz en mi cabeza me recuerda que esto está mal, que debo mantener las distancias. El resto de mí pide a gritos las caricias de Lexen, y simplemente me dejo llevar, mis labios se abren y acunan los suyos. Dicha, pura alegría y reverencia rugen en su interior y hacen resonancia con mis propios sentimientos. Ha pasado tanto tiempo, lo he extrañado tanto. Me equivoqué, mi casa no es el reino de verano, o el mundo humano, mi casa son los brazos de Lexen, con él puedo ser la misma de antes, me siento la misma de antes...
El ruido de libros al caer y un jadeo ahogado nos separa con brusquedad. Los dos nos volteamos al mismo tiempo. Una sorprendida Rina nos observa con libros desparramados a sus pies. Logra mantener la compostura, sin embargo, percibo el peligro en el fondo de sus ojos.
— Lo siento –susurra–. No sabía que estabas ocupada.
Levanta sus libros y se marcha a toda velocidad. ¡Mierda! Me separo de Lex, pero estoy tan aturdida que no atino a hacer nada más. Para cuando recupero el dominio sobre mí, ya no queda rastro de Sorina. Sacudo la cabeza y trato de alejarme en su busca, sin embargo Lexen me sostiene de la mano y tira de mí. Evito mirarlo.
— Lex, por favor, déjame ir. Esto fue un error. No podemos...
Él me hala con más fuerza, obligándome a darle el frente. Sus ojos oscuros están muy serios.
— ¿Qué estás ocultando, Laynda? ¿Qué están ocultando tú y esa chica?
El miedo aprieta mi corazón y retrocedo un paso. Miro los ojos de Lexen pero no soy capaz de ver al fae que toca mi alma, sino que lo que distingo es el brillo del inquisidor de la corte. Lexen es imparable, e inflexible, si se entera de Rina, estará perdida. No podré hacer nada.
— No..., no sé de que estás hablando.
— ¡Estás mintiendo! Sino porque no nos habías dicho que vivían juntas. Laynda...
Su voz ha sonado más como una advertencia, y eso consigue infundirme el valor que necesito. Ya no soy Laynda, no soy una víctima, ya no más, soy una sobreviviente de la Corte de Invierno. Y ni siquiera él, tiene el derecho de hacerme sentir mal, lo enfrento con coraje:
— Escúchame bien, Lex. No soy para nada aquella muchachita que te necesitaba cada segundo de cada hora –mis ojos encontraron los suyos y puse tanto énfasis en mis palabras que permaneció en silencio–. Sufrí una buena cantidad de mierda en la corte de Invierno, pero sobreviví. Y sobreviví sin la ayuda de ninguno de ustedes –di dos pasos en su dirección y reafirmé mis palabras pinchando su pecho con mi dedo índice–. Lo que haga o deje de hacer con mi vida, es mi asunto, y de nadie más. ¡Y nadie! ¡Especialmente, no tú! Conseguirán amedrentarme.
Detuve mi diatriba unos instantes, para tomar aire, me acaricié los cabellos y el rostro que estaba segura estaba como un tomate a causa de la ira.
— No les comenté nada de Rina porque sabía que esto pasaría. Empezarían hablar tonterías sobre la convivencia con los humanos, y a buscar segundos motivos. La chica es mi amiga, nos llevamos bien y punto. ¡Ahora deja de tratarme como a una mocosa!
Le di la espalda y me alejé de la azotea. No. No me siguió. Curiosamente no sentí dolor alguno. Amaba al chico, de verdad que lo hacía, pero no podría pretender mangonearme, no después de todo lo que había sucedido. Él y mi hermano habían vivido la buena vida mientras yo me pudría en la Corte Oscura, de no ser por Rina no habría sobrevivido, y estaré condenada si no hago todo cuanto pueda para devolverle el favor. Cuando abandoné la azotea era casi la hora de entrar a clases, pero sabía que Sorina no estaría allí. No necesitaba un vínculo emocional con ella para saber que estaba molesta, herida, y que evitaría las clases durante el día, o al menos la mañana, y sabía exactamente dónde encontrarla. Enfilé mis pasos al final del campus, al área deportiva, encontré el edificio de granito, con grandes y selladas ventanas de cristal. En la segunda planta estaba la piscina, pero mi destino era el interior de la primera planta. Atravesé las puertas de cristal. El aire helado se batió contra mi rostro y comencé a frotar mis brazos. Odiaba el frío. Me recordaba mucho a la tierra de invierno. Obviamente Sorina lo amaba por la misma razón. La chica puede detestar su reino y su corte, pero puedo ver cuánto extraña su tierra, es por eso que cada vez que algo la fastidia, acaba aquí, en la pista de hielo de la escuela. Pertenece al instituto, pero lo cierto es que es usada por la comunidad para campeonatos y diferentes eventos. Me adentro más, caminando entre las filas de asientos vacíos, y acercándome más a la pista. Música clásica instrumental está saliendo de un pequeño reproductor, en la banca, detecto la oscura cabeza de Rina, está agachada acomodándose unos patines de hielo.
— ¿Qué quieres, Abby?
No he hecho ningún sonido, y ella no se ha dado la vuelta, pero no es algo que me asombre. Pocas criaturas conseguirían sorprender a Sorina en una emboscada. La Corte Oscura la había enseñado a cuidarse las espaldas. Su voz fue cortante, helada, era la voz de la princesa de hielo.
— ¿Vienes a decirme que te regresas a tu corte? ¿Vas de luna de miel?
Está enojada y tiene todo el derecho del mundo a estarlo. La he obligado a usar el ópalo todos los días desde que mi hermano llegó, la he relegado a un segundo lugar, bueno, más bien al fondo. Lo único que tenía de seguridad era nuestro hogar y esta mañana se despertó con una invasión de faes verano en él, y encima, me encuentra besuqueándome con uno.
— Rina, escucha –me interrumpo cuando percibo el brillo en sus ojos. Luce fresca, sana. Fuerte. Como si se hubiera alimentado–. Te has alimentado –digo yo, ella me devuelve la mirada–, pero..., creí que no habías cruzado a la tierra de invierno.
— Y no lo hice –declara con sencillez.
La comprensión me golpea y el horror me invade. Suelo bromear con ella diciéndole que use la escuela como campo de caza, pero lo cierto es que pensar en que se alimente de humanos me da repulsa. Rina me contempla impasible.
— ¿Te has alimentado de...? –ni siquiera soy capaz de terminar la frase.
La chica se acerca a mí y con la expresión enojada me grita.
— ¡Si, Abby! ¡Me alimenté de un humano! ¡Le robé la esencia a un humano! Me da igual tu bonita cara de asco. Saben a mierda, cuando lo comparas con la magia de mi tierra, y ¡entiendo tu patética vida vegetariana y normalmente me gusta seguirte la corriente! ¿Pero sabes qué...? ¡No Puedo! ¡No puedo porque tú estúpido hermano, el cretino de su amigo y el psicópata de tu novio, están detrás de mí! ¡No puedo visitar mi tierra, porque ellos lo sabrían! ¡No puedo tocar mi magia, porque ellos lo sabrían! ¡Mi vida completa es un asco sólo para complacer a esos cretinos!
Su rostro está rojo de furia. Se le marcan algunas venas en el cuello. Se que está a segundos de golpear algo, finalmente estrella su pie contra la banca, mandándola al suelo. Da dos pasos en mi dirección, pero me niego a retroceder. Ella tiene razón, normalmente aguanta mis ataques y me protege, y yo...
— Y encima de todo, anoche tuve que recurrir a la ayuda de otro fae de invierno, ah, si y le pedí que por favor, no matara a tus amigotes así que ahora tengo una jodida deuda con Barien, y por si fuera poco cuando despierto esta mañana, me encuentro con que ¡MI CASA! ¡MI JODIDA CASA! Ha sido invadida por los mismos cretinos. ¡Así que..., puedes irte a la MIERDA con tu acusadora mirada!
La chica respira a grandes jadeos, sus hombros tienen movimientos espasmódicos y se que está luchando contra las ganas de llorar. La envuelvo en un abrazo y le susurro una canción que siempre termina calmándola.
— Lo siento –digo–. No quise juzgarte. Pero tampoco creas tan mal de lo de esta mañana. Según tengo entendido, anoche cuando te marchaste con el músico, mi hermano percibió un rastro de un fae de invierno y creyó que estabas en peligro. Los tres volaron hasta dónde debías estar, terminaron encontrándose con Barien y como mi hermano es un puñetero lanzado, creyó que algo malo te había sucedido y atacó a Barien, quien lo dejó mal herido, pero al menos no acabó con su vida. Gracias por eso. Se que tú lo pediste así. El punto es, el chico estaba en casa para que yo pudiera sanarlo, porque fue herido preocupado por ti.
Se queda en silencio. Supongo que está cansada, asimilando todo cuanto he dicho. Le doy un beso en la cabeza para añadir:
— No te preocupes por la deuda con Barien. Yo le pagaré, al fin de cuentas, es mía. Quédate aquí cuanto necesites. Yo te cubro.
La abrazo un poco más fuerte y la dejo sola. Mientras me voy alejando, comienzo a escuchar el rasgar de las cuchillas de los patines contra el hielo. Llego a Historia de la música justo cuando va comenzando y le explico a la profesora que Rina estará ausente, entrenando para las competencias escolares de patinaje artístico, después me escabullo de la escuela, hay algo que necesito hacer.
Linder:
He eludido a Kim apenas por los pelos. Encuentro a la chica particularmente irritante en el día de hoy y ella no hace más que quejarse de que estoy distante. Puede que lo esté. Me masajeo el hombro, todavía tengo la sensación del puñal de hielo en mi carne. Ese sujeto no es un fae cualquiera. Parecía un oscuro, pero nunca he visto a un oscuro manipular elementos de verano. Aunque siendo sinceros, eso no es lo único que me molesta, la imagen del trasero de Rina y su cuerpo mañanero me persiguen a cada tanto. Como si no hubiera sido suficiente con la noche de sueños que tuve. Como sea que seguro que así no me concentro en la búsqueda. Necesito quemar energías y enfríar mi cabeza. Hace unos días atrás descubrí una pista de hielo en el campus. Seguro que unas cuantas vueltas y unos pases de jockey resolvían el problema. Les di la orden a los chicos de permanecer alertas y salí en dirección a la pista, a estas horas, siempre está desierta, caminé a su interior, y entonces supe que me había equivocado. Desde allí me llegaban los sonidos de música. Un bonito instrumental clásico, creo que Chopin, y también percibía el suave rasgar de los patines contra el hielo. Genial. Un entrometido. Me apresuré hasta la pista. Iba a sacar al molesto... Mis pensamientos quedaron a medias mientras contemplaba a Sorina.
No era su ropa, nada elegante como lo de anoche o transparente como lo de esta mañana, solo unos sencillos pantalones de gimnasio, y un suéter gris. Ni si quiera era su rostro o su perfecto cabello negro que se salía de la coleta medio deshecha. Era ella misma. La chica bailaba con una entrega absoluta. Sus ojos permanecían cerrados, perdida en la música, minúsculas gotas de sudor adornaban sus sienes pese a las bajas temperaturas de la sala, muestra del esfuerzo y del tiempo dedicado.
La mujer se deslizaba por el hielo con una gracia y elegancia natural. Ejecutando los movimientos de forma perfecta. Giró varias veces doblándose sobre si misma, e incluso la vi ejecutar un salto triple de forma impecable, aterrizando en un solo patín y con la otra pierna levantada en un ángulo perfecto. Me recordó a los cisnes que visitaban los lagos en el verano. La vi girar, danzar, torcerse, agacharse, levantarse, volver a saltar. Bailaba como si la vida le fuera en ello, no parecía cansarse. Mientras la observaba, comencé a notar un patrón en sus movimientos, no era nada al azar, la chica estaba contando una historia, una historia que hablaba de traición, dolor, y soledad, pero también de voluntad, de lucha y de deseos de vivir. Fui acercándome más y sin darme cuenta golpeé mi palo de jockey contra el reproductor de música, en el preciso momento que ella ejecutaba otro de sus saltos triples. El brusco apagón de la música, y el golpe del equipo al golpear el suelo, la desconcentró, abrió los ojos buscando la fuente del desastre y de inmediato nuestras miradas se encontraron, la vi perder la amplitud del salto y cayó en un aterrizaje forzoso sobre su tobillo. Me adentro en la pista y me deslizo hasta ella, me agacho a su lado. Ya se que nunca hemos estado en buenos términos..., pero un poco de amabilidad...
— ¿Qué mierda haces aquí? –Inquiere enojada–. ¡Será que no puedo obtener un puñetero descanso de tus tonterías!
— ¡Relájate, Blanquita! –le advierto
Si. Es un repelente, pero aun así, la sostengo por un brazo y la ayudo a levantarse. Al principio lucha contra mí, pero el dolor en su tobillo termina convenciéndola de apoyarse en mi hombro. La arrastro hasta la banca y comienzo a desatarle el patín. Me aparta con brusquedad.
— ¡Suelta! –gruñe–. ¡Ya lo hago yo...!
— ¡ Maldita mujer, quieres estarte quieta! –le gruño en respuesta.
Enfrento mi mirada con la suya, ahora que estamos tan cerca su aroma natural, tan sutil y fresco como el rocío, está atontándome. Me quedo mirando sus ojos, son el azul más pálido que he visto alguna vez, realmente parecen dos trozos de hielo. La veo abrir la boca, seguro para contestarme alguna barbaridad.
— Lo siento –admito en voz alta mirando su tobillo.
Y eso consigue callarla. Le saco el zapato y el calcetín y miro su piel, es muy blanca y suave, y sobre el maleolo interno se está formando una veta rosada.
— Fue mi culpa. No quise interrumpirte.
Pruebo la flexibilidad del pie, se queja un poco de dolor, pero no en ningún punto clave.
— No creo que sea nada grave –le digo entonces–, probablemente resuelva con un poco de hielo encima.
Por reflejo, vuelvo a mirarla a los ojos. Se ve inquieta, como un pez fuera del agua.
— Ah... -duda unos segundos–. Aprecio tu ayuda.
¿Qué clase de respuesta era esa? Sin embargo su voz sale cortada, suave, nada que ver con el tono altanero que siempre usa. Aparta el pie de mis manos y comienza a quitarse el otro patín. El silencio puede ser incómodo, y no se como llenarlo, normalmente le buscaría la lengua diciéndole cuantas tonterías se me ocurrieran, pero realmente no quiero pelear ahora. No le veo el punto...,
— ¿Hace mucho que bailas? –pregunto tratando de llenar el silencio
Su mirada azulina se detiene sobre mi, supongo que sorprendida porque esté interesado en algo más que fastidiarla, algo parecido a la tristeza cubre su expresión por instantes. Raro, cuando queremos arrancarnos los ojos el uno al otro no nos faltan palabras, y ahora que tratamos de comunicarnos de manera civilizada estamos en apuros.
— Bastante –responde escuetamente–. Y... -le presto atención, no creí que fuera a seguirme la corriente–. Tú... ¿qué haces aquí?
— Quería practicar un poco de jockey, pero cuando te vi me quedé a observar.
— ¿Lo dices en serio?
Su mirada incrédula podría resultar divertida, pero a mi como que me molesta un poco. No soy ningún pervertido:
— Si bueno, no soy un pervertido ni nada –respondo molesto–, pero realmente bailas bien...
— ¡No! –me interrumpe de pronto–. ¡No eso! ¡Lo del jockey! ¿De verdad tú practicas?
— Claro –respondo un poco contrariado–. ¿Qué se te hace tan extraño?
Un pequeño sonrojo cubre sus mejillas y sacude la cabeza.
— Nada, solo... olvídalo. Solo creí que preferirías otro tipo de deporte.
Me encojo de hombros. Verdad que es raro, pero no por lo que ella pensaría. Soy un fae de verano, ese deporte no es popular entre mi gente, por obvias razones, sin embargo a mi me gusta, y de vez en cuando pasaba al mundo humano durante la estación fría, solo para poder practicarlo. Bueno, eso y el deslizarme por lagos congelados.
— Todos estereotipamos, supongo –dice con suavidad.
— Si –concuerdo yo–. Supongo que lo hacemos. No te imaginé como una bailarina.
Nuestras miradas vuelven a encontrarse. Ambos sorprendidos de concordar en algo por primera vez, luego ella baja la mirada y susurra entre cortada:
— Lo siento, yo también –la miro inquieto–. Abby me ha dicho que anoche trataste de ir en mi busca y que te asaltaron.
Me remuevo inquieto. No pretendía su gratitud, y realmente, ahora viéndolo todo con la cabeza fría, me doy cuenta que fue una estupidez. Una soberana estupidez. Ese era un error de novato, lanzarme a la batalla sin antes haber estudiado a mi enemigo. Lo que más me fastidia de todo, es que el sujeto no terminó conmigo solo porque no quiso. Hace mucho tiempo que no me sentía tan inútil. Esta chica puede ser muy peligrosa, no puedo permitirme distraerme así, y mucho menos por una humana.
— Si, bueno, no me veas como un héroe –corto yo con mala gana–. Si no te hubieras comportado como una malcriada no habría pasado esto.
Al instante, toda la suavidad desaparece de su rostro, se pone de pie empujándome con violencia, noto que cojea un poco, pero está echando chispas con la mirada, se pone las manos a cada lado de las caderas, y si, definitivamente puedo estar un poco fascinado con ese movimiento:
— ¡Y si tú no fueras un maldito neandertal egocéntrico tal vez te iría mejor! ¡Cretino!
Se da la vuelta y comienza a arrastrar los pies hasta la salida y mientras lo hace me grita:
— ¡Puedes quedarte con la maldita pista de hielo! ¡Espero te enredes con tu propio palo!
Normalmente me enojaría bastante, sin embargo comienzo a encontrar divertidos sus ataques de ira, a pesar de ser una Blanca Nieves, creo que parece más una Fiona. Sip. Definitivamente tiene más el carácter de un ogro. No puedo aguantar mi lengua cuando digo:
— ¿Eso viene con doble sentido?
Se detiene en medio del pasillo y juro que puedo ver humo saliendo de sus orejas. De hecho, a pesar de estar de espaldas, puedo ver el sonrojo que le ha subido por el cuello. Pagaría por ver su rostro justo ahora. Espero a que llegue el contra ataque, la chica tiene una gran boca y un ingenio enorme, sin embargo, todo lo que veo es como alza su mano derecha y me enseña el dedo de en medio. No puedo evitarlo y comienzo a reír.
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