Capítulo 5
Sorina
He dejado a Abby con la palabra en los labios. Era eso o golpearla con todo lo que tengo. No puedo creerme que esto esté sucediendo. ¡Malditos faes de verano! Cómo me encantaría sepultarlos a todos con una ventisca. Este era definitivamente un record de día asqueroso. Primero me quemo con hierro para poder llegar a tiempo a la escuela, luego soy obligada a esconderme en un baño porque un mimado principito de verano ha invadido mi territorio, después termino sin poderes para que no pueda dañar a dicho principito, y por si fuera poco las temperaturas en treintaicuatro grados me están deshidratando. ¡Agh! Por puro instinto trato de llegar a mi magia. Necesito refrescar el ambiente, un poco del frío del invierno no vendría nada mal. Todo lo que siento es vacío. No hay magia a mí alrededor. No puedo acceder a mí poder. Los recuerdos se precipitan en un torrente de imágenes y sonidos vívidos que amenazan con sustituir mi realidad. El miedo amarga mi boca y afloja mis rodillas. De repente soy transportada años atrás, encerrada en el Palacio de Hielo.
Los gruesos muros de hielo, la noche perenne. Siento el frío, el dolor atroz, quema. La oscuridad se precipita sobre mí. Estoy atada de la peor forma posible. Ya no hay alegría, ya no hay disfrute. Mis ojos se abren por primera vez a la oscura realidad donde vivo. La agonía del sufrimiento físico y mental me consume por completo. Me aíslo del mundo, solo quiero desaparecer. Heladas manos palpan mi rostro, y siento la voz metálica, fría, sin rastro de compasión o sinceridad.
— Es por tu protección –las palabras quieren ser dulces y tratan de arraigarse en mi cuerpo–. Duele, pero es mejor así. Si los Verano llegaran a saber de ti. Sus príncipes pagarían por destruirte. Esto te protegerá de ellos.
Estoy a merced de mi captor. Sufriendo toda clase de vejaciones, con deseos de luchar, pero absolutamente indefensa. El dolor, la vergüenza, la impotencia. Estoy comenzando a hiperventilar, gotas de sudor se escurren por mi frente y hacen que la ropa se me pegue aun más al cuerpo. Mi visión empieza a tornarse oscura, mis latidos aumentan. No. La oscuridad no. Cosas malas se ocultan en la oscuridad. Ella me esperaba en las tinieblas. ¡Malditos verano! ¡Todo es su culpa! ¡Todo!
— Oye, ¿necesitas ayuda?
Una mano suave y fresca toca mi mejilla y disipa un poco el terror. Lucho contra los recuerdos y el pánico. Soy consciente entonces..., ya no estoy en la Tierra de Invierno. Vivo con los humanos. En invierno me mintieron. La reina de invierno miente. No todo es por causa de los verano. Aun así..., estoy sin poderes... ¿por qué estoy sin poderes?
Abro los ojos confundida, me encuentro con un par de ojos color miel que me observan con cuidado.
— ¿Necesitas ayuda? –repite la voz
Humana. Es lo primero que dicen mis instintos, y mi embotado cerebro aleja el pánico un poco más. Noto entonces que en medio de mi ataque me había pegado a una pared y que me fui resbalando hasta sentarme en el suelo. Los pasillos estaban casi desiertos, menos mal. Sacudo un poco la cabeza y miro a mi acompañante.
— Ya. Estoy bien –entonces recuerdo las normas humanas de educación y me obligo a decir las siguientes palabras–. Gracias.
En la cultura fae eso era lo mismo que entregar a tu primogénito, un simple gracias era el equivalente a una deuda casi eterna, sin embargo para los humanos era una simple muestra de educación, me tomaba trabajo decirlo, pero como decía Abby, hay que integrarse.
La chica me da una mirada rara y luego se aleja un par de pasos:
— ¡Bien, ya vuelvo a clases!
Un poco brusca la verdad, porque tan pronto lo anuncia se marcha sin mirar atrás. Y entonces me doy cuenta que no tengo ni la menor idea de quien es. Solo veo la espalda de una chiquilla, envuelta en ropas negras.
Me acaricio un poco los cabellos antes de mirar la pulsera de ópalo en mi muñeca, en mi ataque casi me arranco la piel luchando contra el poder de la gema. Cierto. Mis poderes fueron restringidos por Abby. Abby dice que todo estará bien. Yo tengo mis poderes..., no me los han quitado, mis poderes no han disminuido. Yo solo necesito ocultarme un tiempo.
Me repito el mantra una y otra vez, hasta que logro doblegar al pánico que siento por no acceder a mi magia. Me siento desnuda, desprotegida y a merced de cualquiera. Encuentro el salón donde comienzan mis clases. Me siento en la última silla, escondida en un rincón. No quiero saber de nadie, no quiero hablar con nadie. Solo espero pasar desapercibida hasta que llegue el tiempo de volver a mi departamento. Seguro, podría haber aceptado la oferta de Abs, dejar que se encargara de todo y yo volver a casa..., pero me niego rotundamente a escaparme con la cola entre las piernas frente a faes de verano. Yo no voy a... percibo el cambio en el aire. Se vuelve más cálido, con olor a frutas, los vellos de mis brazos de se erizan y mi pancita cosquillea. Oh, no. Se quienes van a atravesar la puerta medio minuto antes de que esta se abra. ¡Genial, como si día no pudiera empeorar!
Se abre la puerta del salón y la señorita Mankis mira con cara de pocos amigos. El flujo de magia que desprenden estos chicos es abrumador. Fanfarrones. Van por ahí, expeliendo todo ese poder, como las hembras animales desprenden feromonas para atraer a los machos. Ya me gustaría darles una lección para que no fueran tan gallitos. Me dedico a observarlos, después de todo, la primera vez tuve que permanecer oculta en un retrete.
Tres chicos, uno pelirrojo, de sonrisa fácil con alegres ojos castaños, se pavonea para entrar al salón y mira a los machos humanos con burla. Le gusta marcar territorio y le gusta hacerlo con violencia, este debe ser Kai, el guerrero. El otro es moreno, bastante apuesto, sus ojos negros observan todo con cautela, aunque mantiene una expresión ausente, meditabunda, juego mi cabeza a que ese es Lexen, el novio de Abby, y entonces queda..., si, su alteza real. Está ubicado entre los otros dos chicos, por supuesto, sus vasallos lo colocan en la posición más segura. Es el más alto..., y también el más llamativo, cabellos castaños con flequillos desordenados que sobresalen de una cola en la nuca, rasgos fuertes, casi toscos, aunque perfectamente simétricos y un par de increíbles ojos verdes. Puedo escuchar más de un suspiro de las chicas. Evito rodar los ojos. Vuelvo a mirarlo y entonces me doy cuenta que no para de mirarme. ¡Maldita rata de verano! Le frunzo el ceño. ¡Encima que me obliga a ocultarme también me vacila! Será cabrón. Palpo la cadena de ópalo en mi muñeca y pienso que es una lástima, porque me encantaría congelarlo hasta la muerte. La profesora Mankis toma el pase justificante, observa a los tres y luego nos mira:
— Está bien clase, tenemos tres estudiantes de intercambio. Por favor, ayúdenles a aclimatarse. Ustedes tres, acomódense en los sitios libres.
La mujer puede ser bien parca en palabras, pero ha dicho lo necesario. Ahora la manada femenina se tomará muy en serio sus palabras, aunque claro, juzgando por las miradas que ponen los tres chicos..., estarán muy a gusto. Me pregunto qué dirían las chicas si conocieran la verdad sobre estas criaturas. Cuan lejos estamos de ser los inocentes seres que presenta Disney.
La silla a mi lado es arrastrada y yo contengo una mueca de asco, por supuesto, con mi puta suerte, uno de los pocos sitios libres en el salón es justo este. ¡Uagh!
— Hola preciosa –me dice–. ¿Cómo te llamas?
Bueno, ahí va el plan de Abby de mantenerlos alejados de mí. Tiene la voz ronca y bien timbrada, y sus palabras dejan fluir un ligero acento, escucho el suspiro de varias chicas. ¡Doble Uagh! Volteo la cabeza para ver quien me ha tocado. El chico pelirrojo me da un concienzudo repaso. La furia crece a pasos agigantados y siento como mi rostro se calienta, supongo que me he sonrojado, porque el chico curva sus labios en una sonrisa confiada. ¡Será creído! Contengo el impulso de lanzarle algo por la cabeza, sin embargo, le devuelvo la mirada, estudiándolo con descaro justo cómo él lo ha hecho conmigo. Su sonrisa se acentúa y justo entonces, arqueo una ceja, frunzo los labios y volteó la cabeza mientras me finjo aburrida.
— ¿Te suena Nome gustan losidiotas?
Espero que frunza el ceño. Que se moleste, o que me mire airado. Incluso habría esperado que sospechara lo que soy. En su lugar el joven sonrió divertido. Acercó su rostro al mío mientras susurraba:
— Siempre he amado los buenos retos.
Me quedé quieta luchando contra la ira que subía a pasos agigantados, no había respuesta suficientemente buena. Aparté la mirada, pero fui a encontrarme con un par de brillantes ojos verde bosque que echaban chispas de enojo.
***
Era la hora del almuerzo. Observo la cafetería atestada de estudiantes. Los sonidos de platos y cubiertos, el murmullo de las conversaciones y los olores a grasa y comida son casi demasiado. Soporto estoicamente la fila para tomar mis alimentos. Finalmente consigo llenar mi bandeja de plástico con una ensalada pasable, una tajada de melón y un zumo de naranjas, salgo del comedor todo lo rápido que me dan las piernas. Una vez en el exterior respiro con alivio, buscando un lugar para sentarme, distingo la rubia cabeza de Abby, marcho en su dirección, la chica está tan ensimismada que no se da cuenta de mi presencia hasta que dejo caer la bandeja frente a ella.
— ¿Qué estás haciendo? –cuestiona asustada mirando a los lados.
Tomo asiento y me dispongo a disfrutar de mi comida.
— Almorzar –respondo encogiéndome de hombros.
La chica luce como si fuera a ponerse a chillar de un momento a otro, de echo se revuelve mechones de su cabello, y me mira como si yo le colmara la paciencia. Seee. Puedo tener ese efecto de vez en cuando.
— Te dije que no quiero que...
— ¡Tú real y principesco hermano puede besar mi frío trasero! –gruñí.
Nos miramos unos segundos y ella abrió la boca sorprendida, pero luego se lo pensó mejor y permaneció en silencio. Yo no me sentía tan indulgente.
— He tenido una mañana de mierda Abby, así que será mejor que no me provoques o puede que consiga ensartar a tu hermanito con un carámbano en el trasero.
No bromeaba. La mañana había sido un asco. El poder que expelían los faes de verano me molestaba, como alguna clase rara de alergias, además me sentía amenazada, nerviosa. El toque de mi magia, que era lo único que conseguía calmarme, estaba fuera de opción, encima de eso, había tenido que soportar al principito y sus pajes en el primer turno. No habíamos compartido más, pero su magia se sentía por doquier. Estaba inquieta, no podía parar de mover las piernas. Mi nivel de concentración estaba por el suelo, me veía obligada a mirar alrededor cada tanto, siempre con la certeza de que alguien me vigilaba, y la horrorosa sensación de estar desprotegida. Finos temblores sacudían mis manos, prácticamente me era imposible sostener la pluma para escribir. Tenía la boca seca y la cabeza me palpitaba. Traté de tomar el vaso de zumo y acabé derramando una parte. Maldije. Abby sujetó mi mano con las suyas.
— Está bien –murmuró encontrando mi mirada–. Tómalo con calma. Respira profundo
Apartó el vaso de mi mano, limpió un poco el desastre y murmuró una pequeña cancioncita, al mismo tiempo una fresca brisa jugueteó con mis cabellos y refrescó mis sienes calenturientas. Me asaltaron unas locas ganas de llorar. Me concentré en mi respiración justo como ella recomendó.
— Estás en abstinencia Rina –me dijo entonces con voz calmada–. Tienes que superarlo.
A pesar de lo ilógico de la frase y de la penosa migraña que se estaba construyendo sabía que tenía razón. Era un clásico síndrome de abstinencia. Normalmente tocaba mi magia dos o tres veces en una hora, era algo tan natural y necesario como respirar. No eran grandes conjuros..., apenas lo suficiente para hacer descender las temperaturas uno o dos grados, o quizás encantar una piedra, o simplemente provocar una ligera ondulación en el aire. Solo lo suficiente como para saber que estaba ahí, que tenía poder. El ópalo me lo había quitado y eso realmente me pasaba factura, sabía también que tenía un fuerte factor psicógeno. Mi magia era mi muleta, mi garantía de que nunca volvería a los oscuros pasillos del palacio de hielo, porque sinceramente, si me veía envuelta en una pelea que no pudiera ganar, acabaría con mi vida antes que permitir que me tomaran prisionera. Todo antes que regresar a aquella vida. A un nivel racional comprendía lo que me estaba sucediendo, me decía a mi misma que no había problemas..., que estaba a salvo, que no necesitaba la magia por ahora. Mi cerebro lo sabía..., pero mi cuerpo no estaba a por la labor.
Una bandeja es colocada en nuestra mesa sin miramientos. Abby y yo saltamos en nuestros sitios.
— Bueno..., mira nada más si es Abby Grimm –el nombre había salido como una burla–. Tal vez puedas convencer a esta preciosura de que me de su nombre.
Mierda. Los ojos de Abby parecen querer salírsele de las órbitas, pánico puro en su expresión. Es una señal de cuan alterada me encontraba que no hubiera sido capaz de sentir la magia que lanzaban estos chicos al aire. Mi rubia amiga parecía estar catatónica. Muy bien, Rina, échale coraje. Deposité mi cubierto con cuidado y levanté la mirada. Aunque la pregunta iba dirigida a Abs, los ojos color miel del fae estaban fijos en mi. Lo enfrenté haciendo una mueca de indiferencia:
— ¿No te lo dije? –le sonreí con falsa dulzura– Soy Detestoa loscretinos.
Abby lució más aterrada aun y golpeó mi pie por debajo de la mesa. El chico volvió a reír, pura confianza en su expresión. Se acercó peligrosamente a mi rostro.
— ¿De verdad? Imaginé que Blanca Nieves te iba mejor. No te preocupes..., cariño, soy el Príncipe Encantador.
Rodé los ojos y me alejé un poco, sin embargo no pude dejar de preguntarme dónde estaban sus otros dos acompañantes. Casi instantáneamente otras dos bandejas son puestas en nuestra mesa, con nada de delicadeza.
— ¿Esta es la clase de amigos que tienes ahora? Abby.
Las palabras eran duras, dichas con ira y arrogancia. Levantando la cabeza me encontré con una enojada mirada esmeralda. Le devolví la expresión, y superando mi propio récord de imprudencia dije.
— ¿Algún problema con ello, principito?
Linder:
¿Qué demonios le pasaba a esa chica? Ninguna mujer me había demostrado tanto desprecio, por lo menos no antes de que me diera la oportunidad de que tuviéramos una aventura. Se que Kai la vio al mismo tiempo que yo, y prácticamente pude escuchar su corazón aleteando. El chico era un cerebro para el combate, desdichadamente carecía de la misma sabiduría para contener sus hormonas, así que por supuesto, ni siquiera notó la mirada de enojo hacia nosotros, y aunque la chica se mostraba distante y engreída no hacía más que divertirse por sus intentos de alejarlo. Seguro que hasta le parecían adorables. Para cuando terminó el turno, yo ya le había tomado odio a la Blanca Nieves. Afortunadamente transcurrió el resto de la mañana sin que compartiéramos más clases. Entre un turno y otro, me escurrí hasta los departamentos docentes, necesitaba conocer lo mínimo sobre mi hermana. Un poco de manipulación a la secretaria y ya tenía el expediente en mis manos. Bueno, bueno. Se había inscrito hacía dos años como Abbigail Grimm, de acuerdo con esto su especialidad era la música, aunque bien mirado tenía notas brillantes en todas y cada una de las asignaturas. No que fuera algo de extrañar, los faes somos seres artísticos como nadie. No importa que tipo de manifestación nos impongas..., la dominaremos con maestría en cuestión de días. Fuera de eso el expediente no decía mucho, un recorrido impecable y bueno, su dirección, la copié en un pedazo de papel y me lo guardé en el bolsillo trasero. Por ahora no me aparecería en su casa, pero siempre había un después. Al menos tenía lo básico para presentarme como su hermano, porque no le iba a dar tregua. Cuando salí del salón de archivos, fui directo a la cafetería. Me encontré con mis dos compañeros. Rápidamente les conté lo que había averiguado de Lay, o mejor dicho, Abby, que era su mote ahora.
— Mmm, disculpa, eres nuevo, ¿cierto?
Me giré molesto. No me gustaba que me interrumpieran cuando conversaba. De hecho, no me gustaba que seres inferiores me hablaran si antes yo no les había dirigido la palabra. Entonces me recordé que estaba en el mundo humano y que aquí yo no era conocido como el príncipe fae. Miré a mi interlocutora, una adolescente, largos cabellos oscuros suavemente rizados, rostro en forma de corazón y ojos color miel. Un pequeño sonrojo cubrió sus mejillas cuando fijé mi mirada en ella, sin embargo la astuta expresión en su mirada, y sus ceñidas ropas, no dejaba lugar a dudas. Era una seductora nata. Muy bien, hora de hacer un poco de investigación.
— Allen Grimm –dije extendiéndole la mano–. Transferido desde Irlanda. El pelirrojo es Matt, y el silencioso es Alex. ¿Y tú nombre, princesa?
— Kimberly Drake.
Extendió su mano a la mía, pero en lugar de estrecharla, la llevé a mis labios y deposité un pequeño beso, al mismo tiempo le di una pequeña y torcida sonrisa. Su sonrojo aumentó. Bien. Ya la tenía en el bolsillo.
— Entonces, Kim, ¿te importaría servirnos de guía?
Sus ojos brillaron como si hubiera llegado la mañana de navidad. Una mirada a mi espalda, y noté que Kai sonreía divertido, Lex por el contrario se mantenía ausente. Mierda. El choque con mi hermana de verdad lo había afectado. Mientras esperábamos en la fila para tomar nuestros alimentos, con Kim pegada a mi costado, me encargué de interrogarla de forma sutil. Poco a poco logré dirigir el tema de chismes de adolescentes hasta mi hermana. La chica lució altamente sorprendida al saber de nuestro parentesco, pero rápidamente le inventé una historia sobre cómo éramos medios hermanos y ella se había criado de este lado con su abuela materna. Desdichadamente la chica no podía aportarme mucho, o mi hermanita tenía un conjuro puesto sobre estos adolescentes..., o esta chica y ella estaban en lados opuestos del campo de batalla, sin embargo la chica si que pudo asegurarme que sabía dónde Abby comía siempre su almuerzo.
Cuando volví a mirar a la fila, noté que ya estaba frente a la caja registradora, y también que Kai ya había desaparecido. Fruncí el ceño hacia Lexen.
— ¿Dónde está? –pregunté
Lex se encogió de hombros. Pagué mi almuerzo cuidando de evitar el toque con la máquina registradora y envolviendo todo en la bandeja de plástico. Salí al exterior esperando pasar el almuerzo con mi hermana. Kim apresuró sus pasos a una sección exterior de mesas. Desde lejos vi la rubia cabeza de Lay, y algo más. Kai estaba allí, cerniéndose sobre cierta chica de largos cabellos negros. Ardiente furia quemó mi estómago, y me sorprendí de las enormes ganas que tenía de moler a golpes a Kai, que lucía muy divertido por lo que sea que dijera la chica. Marché como una tromba hasta ellos, segundos antes de llegar, recordé que Kai era mi amigo, mi compañero de armas, y entonces hice lo único que me pareció razonable, dirigí toda mi furia hacia la chica, que no solo me amargaba el día quitándome a mi amigo, sino también a mi hermana. Mi bandeja cayó sobre la mesa con un estruendo.
— ¿Esta es la clase de amigos que tienes ahora, Abby? –escupí
Si, le pregunté a mi hermana, pero en ningún momento dejé de mirar a la chica. Quería calcinarla. Hacerla esconderse. No entendía la rabia que sentía dentro de mí. La mujer, imprudente al fin, levantó la cabeza y me retó con aquellos fríos ojazos.
— ¿Algún problema con ello, principito?
Desprecio goteaba de sus palabras, igualando mi enojo. ¿Principito? Miré a mi hermana, pálida como un fantasma, los ojos muy abiertos, puro tormento en su expresión, labios temblorosos. ¿Acaso ella...?
— ¿Principito...? –inquirió Kai.
Aunque divertido, había una segunda intención en su voz. Era bueno saber que sus impulsos hormonales no habían nublado del todo su juicio. Lexen también estaba en guardia. La chica resopló enojada:
— Veamos..., entraste al salón de la señorita Mankis pasada media hora luego del comienzo. No le diste explicaciones. Te paseas por ahí y te llegas a mesas sin ser invitado, por tu porte, diría que practicas algún deporte supongo que... –me estudió durante algunos minutos y yo sentí algo raro ante el escrutinio de aquella mirada–, mmm, no lo bastante alto para básquet, así que..., fútbol supongo, o quizás Volley. Esta escuela es de artes y deportes..., así que imagino que además eres modelo... o quizá cantante. Siempre te paseas por ahí con tus amigotes a la espalda..., yo diría que tienes un complejo de grandeza, o más específicamente, eres un niño mimado que le tira los tejos hasta una escoba con falda, y al que nunca le han dicho que no. Así que sí, principito te va bien.
Apreté la mandíbula. En cambio, Kai empezó a reír a carcajadas..., y Lexen desvió un poco su atención a Abby. Muy bien, así que la chica no sabía nada del término fae, solo era una total antisocial. Nunca me gustó que se burlaran de mí.
— Tal vez deberías tratar de psicoanalizarte tú misma, Blanquita... -advertí enojado.
Quise decir algo más, y ella abrió la boca dispuesta a responderme, pero nuestro duelo de miradas fue interrumpido por la llegada de Kim. Había dejado a la chica un poco atrás, y aunque lucía contrariada se las había arreglado para regresar acompañada de otras dos amigas.
— ¡Genial..., zorras en bandadas! –gruñó la Blanca Nieves
Kimberly nos miró a uno y otro, y como era de esperarse, malinterpretó por completo las miradas que nos dábamos. Celos, ira todo junto en su expresión:
— Si yo fuera tú me alejaría de la Ruina –Kim tenía el tono dulce más falso que he escuchado alguna vez–. No le van los chicos que no pueden ponerle un ojo morado.
Se había acercado contoneando las caderas y sus largos cabellos castaños. Si, ese movimiento como que llamó un poco mi atención, y me distrajo de su última frase. Kim quería marcar territorio, en otro momento le pondría las cuentas clara, pero ahora..., ahora quería ver sufrir a esta chica molesta. Conocía a las de su tipo, siempre enojadas, siempre queriendo parecer las duras, pero al final, acababan retrocediendo ante la reina del colegio, y seguro que Kim era la abeja reina. Sin embargo, dirigió su penetrante mirada a la joven y advirtió en voz baja:
— Y si yo fuera tú me alejaría de asuntos que no me conciernen –su voz baja y tranquila solo le imprimió mayor amenaza a sus palabras–, o podrías aprender por las malas, las consecuencias de ser imprudente.
¿Qué diablos...? Kim, bajó la mirada y retrocedió un paso, nerviosa. ¿Con qué clase de gente se está juntando mi hermana? De repente una imagen vino a mi cabeza: la delicada desconocida disfrazada de asaltante por las noches, esperando en una esquina para moler a palos a sus enemigos. El golpe de mi hermana sobre la mesa nos distrae a todos:
— ¡Suficiente! –dice ella, luego suspira y se acaricia el entrecejo como si le doliera la cabeza–. Rina, él es mi hermano Allen, y sus dos amigos, Matt y Alex, se irán de regreso pronto.
Sus palabras eran una muda advertencia para mí. Nos quería fuera. No obstante, ¿cómo ha sabido con qué nombres nos movemos en el mundo humano? A menos que..., dirijo mi mirada a Lexen y me esquiva. Ya hablaremos luego. Con una clara mirada de advertencia Abby termina la presentación:
— Ella es Sorina Neige, una compañera de clases.
— Una que ya soportó suficiente –comentó levantándose de la mesa–. Lo siento, Abs, nos veremos luego.
¿Qué diablos iba mal con ella? Se levantó de la mesa meneando un poco el cabello con gesto airado y suficiente. Me iba a... No estaba para soportar malcriadeces de una inmadura polluela humana, antes que pasara por mi lado, la tomé por la muñeca. Un chispazo sacudió mi cuerpo. Su piel era suave y fresca al tacto, ella misma expelía un aroma suave que podría llegar a ser embriagante y por raro que parezca sentí que parte de la ira se enfriaba en mí. Su mirada enojada se encontró con la mía, una advertencia, casi una amenaza, aunque también percibí sorpresa, incomodidad y confusión. Ella había sentido lo mismo. Confuso aún la dejé ir, y ella se alejó sin que ninguno dijera palabra alguna.
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