Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27

Linder:

Amarantha se ha quedado dormida sobre el diván, la luz de la luna en cuarto creciente se desliza por una ventana abierta, incidiendo directamente sobre las curvas doradas de la chica.

Mastico el interior de mi mejilla hasta que saboreo la sangre. La ira amenaza con ahogarme. Amarantha es hermosa, inteligente, una fae poderosa y de buena familia. Solo un idiota negaría que es un buen partido, sin embargo, la veo, y todo lo que siento es vacío. Un vacío enorme que se mezcla con decepción. Desencanto de que sea ella, y no cierta fae oscura, quien esté desnuda en mi habitación. Mis ojos se deslizan por todo su cuerpo, podría decir que la conozco de memoria, pero mi subconsciente no deja de buscar un rastro, una pista por mínima que sea, que me indique que no se trata de esta chica, sino de Sorina. Furioso conmigo mismo arrastro los pies hasta una mesa arrinconada. Una botella de Valevir descansa sobre la madera oscura. La descorcho y bebo un largo trago directamente del envase. Mi mirada vuelve a recorrer el cuerpo de la chica. Pasamos la tarde completa sobre ese diván, disfruté de su cuerpo en maneras que nunca antes había probado y perdí la cuenta de las veces que la hice estallar de placer, en oposición, cuanto más satisfecha lucía Amarantha, más crecía mi frustración. Sin importar cuanta creatividad empleara, era incapaz de desconectarme del recuerdo de la chica encerrada en las mazmorras. Era un maldito fantasma en mi memoria, y ahora, en lugar de sentirme relajado y satisfecho, una creciente sensación de remordimiento me corroía desde el interior. Vacié media botella de un trago, en lugar de esfumarse, la imagen de Sorina parecía bailar frente a mis ojos. Traición. La había traicionado. El enojo contra mi mismo fue demasiado, lancé la botella contra la pared opuesta, el cristal se astilló con un ruido tintineante y el líquido dorado se esparció por el suelo. Descargué un puñetazo contra la mesa aunque lo que realmente quería era arrancarme los ojos, o quizá el corazón.

— Con la tarde que tuvimos no es para que estés de mal humor.

Las manos de Amarantha masajean mis hombros desnudos. Aunque sus movimientos son suaves y precisos, su tacto me produce repulsa, doy la vuelta, enfrentando su rostro aunque mi verdadera intención es alejar sus manos de mi cuerpo, cuando lo consigo, alivio difunde por todo mi cuerpo. La chica se ha envuelto con sus propias alas, cubriendo a penas su desnudez, el resto de su ropa sigue desperdigada en el suelo, justo como la mayor parte de la mía. Me mira haciendo un puchero. Con su dedo índice traza formas sobre la piel desnuda de mi pecho.

— Estuviste diferente hoy. Más interesado.

¿Interesado? Más bien descontrolado. No puedo creer que la chica no tenga moretones. Prácticamente la usé como pelota antiestrés. ¿Qué clase de despreciable criatura me estoy volviendo?

La puerta de mi casa se abre con un estallido. Una furiosa veta rubia entra como un vendaval. Los ojos de Lay examinan la sala de estar, las ropas desperdigadas, el sillón desecho. Su ceño se contrae en una mueca de desprecio. Le toma unos escasos segundos encontrarnos, cuando lo hace, juro que puedo ver relámpagos en sus ojos. En dos violentas zancadas está frente a mí, su mano se cierra sobre la espalda de Amarantha y la aleja de un violento tirón. La chica se tambalea y lanza una mirada enojada en dirección a mi hermana. Laynda por el contrario, no le dedica la menor atención:

— Largo –ordena antes de que la otra dijera nada.

Amarantha abre y cierra la boca, se que está a segundos de ponerse a chillar. Laynda me mira con promesas de muerte. Oh si, esto se pondrá interesante.

— ¡No puedes echarme! –chilla entonces y camina hasta ponerse a mi lado.

Agarro otra botella de Valevir, la descorcho y bebo del cuello. Amarantha intenta recostarse sobre mi, pero la rechazo. Esto es entre ellas. Bien visto, debí verlo venir, incluso antes de que fuera raptada, Abby nunca congenió bien con ella, así que ahora...

— Dije, largo –advierte mi hermana con los dientes apretados.

— ¡Alguien como tú no me dirá que hacer! –proclama y la mira con cierto desprecio– ¡Soy la novia de Linder!

¿Qué mierda? Paso el trago de vino, aun sosteniendo la botella la señalo y apunto:

— No. No lo eres. Solo nos divertimos.

Lo divertido fue las miradas que recibí. Amarantha se pone roja, está a segundos de comenzar una rabieta. Laynda parece asqueada, aunque no deja de lanzarme dagas con los ojos. Se pellizca el puente nasal, sus hombros se mueven con un suspiro.

— Muy bien, así será.

Mi dulce hermanita, se da la vuelta a una velocidad antinatural, un pulso de magia golpea de lleno a Amarantha. La chica sale despedida a través de una pared, dejando un agujero y desprendiendo polvo y madera. ¡La madre! Abby agarra las ropas regadas por la sala y se las lanza a la cara. Después camina amenazante hasta donde la chica permanece derrumbada en el suelo.

— ¡Soy una princesa Verano! –advierte con voz mortífera–. Puedo no tener alas, pero eso no quiere decir que puedas joder conmigo. Ahora, largo.

No tiene que repetirlo. Amarantha se cubre lo mejor que puede con sus túnicas y se aleja en un vuelo errático escupiendo maldiciones. Laynda dirige toda su atención a mi persona. Invade mi espacio pisando como un elefante furioso, lo que resulta irónico, teniendo en cuenta que es realmente pequeña, incluso para ser fae. Le devuelvo la mirada con toda la calma del mundo. Vuelvo a beber de la botella y señalo la pared derrumbada:

— Supongo que asumirás la reparación.

El destello de cólera en su mirada opaca cualquier razonamiento. Lay se arroja sobre mí, alcanza a darme una bofetada, antes de que pueda contener sus manos. Mi rostro arde, pero no estoy dispuesto a dejárselo ver. Con los movimientos reducidos ataca con la única arma que le queda, la lengua.

— ¡Eres un maldito neandertal egocéntrico! ¡Tú, cretino, idiota!

Tenso más mi agarre sobre sus muñecas, y la aparto de un tirón.

— Vigila tu lengua, hermanita –advierto–. Estoy intentado olvidar el hecho de que estabas dando cobijo a una bruja.

— No parecía asquearte cuando tenías tu lengua en medio de su garganta.

Inevitablemente afloraron todos los recuerdos de Sorina. Su cuerpo suave que se amoldaba al mío, sus labios llenos que respondían con pasión a mis besos. El sedoso cabello donde enterraba mis manos. El deseo crepitó bajo mi piel, amenazando consumirme con su fuego. ¡Mentiras! ¡Todo era una puñetera mentira! Le di la espalda a mi hermana, no quería que viera cuánto me afectaban sus palabras, ni como, con la sola mención de su recuerdo, mi cuerpo se alborotaba.

— Caí como un estúpido en su juego –mascullé con los dientes apretados–. Espero que lo haya disfrutado.

— ¡¿Te estás escuchando?! –me grita–. ¡Sorina iba a marcharse! Fuiste tú quien la persiguió, quien se empeñó en enamorarla. ¡Eres tú el único que jugó en todo esto!

Quedé en silencio. Sabía que llevaba la razón. Aunque la mayor parte del tiempo, Rina fue ambivalente conmigo, cuando intenté acercarme, ella fue más esquiva. Intentó mantenerme alejado. No es que alguna vez lo reconozca en alta voz. Exasperada por mi silencio, Lay golpea algo, no me giro a verla:

— Y te llaman el Beso del Verano –escupe con asco–. Me decepcionas. Si no eres capaz de luchar por tu compañera, mucho menos por tu pueblo.

Quiero gritarle que no es asunto suyo. Que se largue. Sorina no es mi compañera, no puede serlo, la magia no ataría jamás a nuestras dos razas. Cuando estoy seguro que mi voz saldrá con la suficiente firmeza me giro a enfrentarla, es tarde, Abby se ha marchado. Me concentro intentando encontrar el vínculo que me une a Rina, se que es un absurdo, no debe haber existido nunca, todo fue una manipulación de esa chica, sin embargo, y porque soy un estúpido, lo hago. En el fondo, una casi desaparecida oscilación, de dolor y resignación se abre paso.

Sorina:

A medida que avanzaba la noche, la conversación con Kai se hacía más difícil. Ambos sabíamos que estas eran mis últimas horas, y la próxima llegada de la aurora nos alteraba de formas diferentes. Yo deseaba que llegara de una vez por todas. Todo lo que quería era desaparecerme en el olvido. Por años soporté la Corte Oscura y todo lo que venía con ella, aun así, nunca lograron arrebatarme del todo mis fuerzas, sin embargo, encontrar la felicidad y perderla era más de lo que podía soportar, además, la marca de la reina en mi brazo se fortalecía, y eso no presagiaba nada bueno. Mejor desaparecer antes que volver con ella. Kai estaba sentado en silencio, observando la caída de la luna a través de una ventana. Se pone de pie, sus ojos brillan con una triste resolución.

— Falta poco para la salida del sol –murmura

Sus manos toman las mías y las aprietan con vehemencia.

— Rina, por favor, déjame sacarte de aquí. ¡Tenemos tiempo!

— No, Kai. No vale la pena.

El chico cierra los ojos y sus cejas se fruncen. Menea la cabeza de un lado a otro, negando repetidamente, sus siguientes palabras salen pausadas.

— No soy ni de cerca un vidente tan fuerte como tú, pero el día que te rescaté del callejón, esto fue lo que ví.

Su mano derecha sube hasta mi mejilla y la recorre en una suave caricia, mi mirada no se aparta de la suya, intrigada:

— Vi tu valor, tu fuerza y tu enorme capacidad de amar.

Se que he hecho una mueca de incredulidad, y el quiebra en una pequeña y triste sonrisa:

— Ni si quiera tú misma tienes la menor idea de cuán única eres. Eres muy especial. En un solo instante pude verlo todo, y quise que toda esa entrega, ese amor, quise que fueran míos, para custodiarlo, para atesorarlo como se merecían, igual, también supe que nunca pasaría. Supe que te enamorarías de Linder, la conexión entre ustedes estaba establecida desde mucho antes, y quise romperla, estúpidamente traté de evitarlo, porque también vi que te conduciría a esto. No a la muerte por una condena ajena, sino porque te quitaría los deseos de luchar. Juro que voy a...

Nuevos pasos resuenan en la celda. Kai se aparta, pero no sale de la celda, en su lugar, se planta delante de mi, cubriéndome con su cuerpo. No tengo tiempo para decirle que es una locura, que tiene que salir, con cierto alivio, escucho la voz de Lexen:

— Al menos no fuiste tan idiota como para sacarla de aquí.

— No porque me falte valor, o deseos –responde entre dientes.

Desde mi posición, veo tensarse los músculos de la espalda de Kai. El chico aprieta las manos en puños. Pongo mi mano sobre su ante brazo y le doy una mirada de advertencia:

— Está bien, Kai. Es lo que debe ser.

Kai hace un gesto de furia, le doy otro apretón de advertencias, se hace a un lado. Lexen nos observa con el ceño fruncido.

— Estarás contenta –me dice–, lograste dividir a una familia y a los mejores amigos.

Mi acompañante pelirrojo, da un paso al frente, rechinando los dientes, pero logro detenerlo. Hasta ahora solo Lexen ha atravesado las puertas, pero tengo la sensación de que vienen más soldados en camino. Aparto a Kai y encaro a Lexen extendiéndole las manos para que pudiera atarlas:

— Quédate quieto, Kai –luego miro a Lexen a los ojos–. Se que no tienes motivo para apreciarme o confiar en mi, pero por favor, no te apartes de Abby. Ella va a necesitarte ahora más que nunca. Está en peligro. Debes protegerla.

Las puertas se abren y entra una compañía de cinco soldados. Lexen ata mis manos con unas cuerdas. Es una mejoría con respecto al hierro, aunque están encantada, y se aprietan en torno a mis muñecas, lastimando las quemaduras y bloqueando parte de mi magia. En la mirada oscura de Lex percibo algo similar a la intriga, pero con tantos testigos no dice nada. Pone una venda oscura en mis ojos, al instante soy rodeada por guardias que me empujan a la salida entre empellones, uno de ellos se anima demasiado, y termino cayendo al suelo, golpeando mi frente contra la roca del suelo, un par de patadas aterrizan en mis costillas. Escucho un ruido como de pelea y palabras que se cruzan rápidas y fuertes en el dialecto propio de la Corte de Verano, entiendo "propiedad de la reina" "responder ante la corona" y un par de insultos que no voy a repetir. Al comienzo temo que sea Kai que se ha delatado, sin embargo reconozco la voz de Lexen cuando ordena:

— Kai, escolta tú a la prisonera. Me aseguraré que estos no den más problemas.

Las manos del pelirrojo tiemblan cuando se aferran a mis brazos y me pone de pie. No soy consciente de que yo también estoy temblando hasta que sus labios sobre mi oído murmuran:

— Estoy aquí. Hasta el final.

Abby:

El sol comienza a despuntar, y nunca antes lo he odiado como ahora. Ya es la hora, debemos estar todos en la plaza para la ejecución pública de la oscura. Me miro en el espejo de cuerpo entero de mi habitación. Una sencilla túnica color turquesa, cubre mi cuerpo, un cinturón turquesa se ata alrededor de mi cintura. En mi forma mágica, mi piel parece oro, y mis cabellos dorados hacen un halo entorno a mi rostro. Sobre la frente llevo una delicada enramada de oro blanco, con el símbolo de la casa real. De nuevo soy Lay, la princesa Verano. Sonrío a mi reflejo. No. No soy Lay. Soy Abigail Grimm, soy la sobreviviente a la Corte de Invierno, y mi reino y mi familia están a punto de descubrirlo. El temblor que sacudía mis manos desaparece, ato una capa gris sobre mi cabeza y comienzo a esconder todas las armas que he ido acumulando, mientras mi cabeza retorna a la conversación con Lexen, ayer en la noche, luego de que abandonara a mi hermano. Vuelvo a sonreír. Oh, sí están a punto de llevarse una sorpresa.

Linder:

Aunque he consumido casi toda mi reserva de Valevir, no estoy borracho, que era mi plan. Rodar inconsciente al menos durante tres días, y cuando despertara la pesadilla habría terminado, pero fue imposible. De hecho, cuánto más bebía, más fuerte crecía mi conexión con Sorina, hasta tal punto que todo en lo que importaba era su sabor, su olor. Su tristeza que consumía mi alma y su resignación a la muerte que me hacía querer golpear algo. En conclusiones, ahora tenía un dolor de cabeza de proporciones monumentales, y no estaba muy seguro de si era efecto del vino o esos estúpidos sentimientos. Así que sin la excusa de la inconsciencia aquí estoy. Tomo mi lugar en el asiento a los pies de madre. La reina Cardania mira mi aspecto desaliñado, sus labios se fruncen en un rictus de desagrado, y me da una mirada de reproche:

— Estas son las formas de presentación de mi tercer hijo.

Me remuevo incómodo. Tengo ganas de mandarla a freír espárragos, pero me recuerdo que es mi reina y mi madre y que le debo respeto.

— Lo siento, madre, fue una mala noche.

Fue peor que una mala noche. Estoy completamente dividido. La atención de mi madre se desvía a mi hermana. Laynda ha aparecido vistiendo sus mejores galas. Hace una reverencia a nuestra madre y se sienta en su lugar, un escalón más bajo que yo, sin darme siquiera una segunda mirada. Los ojos lapislázuli de Namina, tan parecidos a los de Lay, alternan entre uno y otro y frunce el ceño. Se lo que está analizando, antes, Lay y yo éramos inseparables, y ahora la chica está prácticamente pidiendo mi cabeza.

Un redoble de tambores llama nuestra atención. El estremecimiento que recorre mis entrañas, y el conocido calor que caldea mi cuerpo me avisan antes que ella aparezca. Por la plaza surge un grupo de soldados escoltando a una chica que a duras penas puede tenerse en pie. El pueblo reunido alrededor de las calles lanza abucheos, burlas y cuanto se encuentren sobre Rina. Algunas frutas podridas, y hasta piedras aterrizan sobre ella. Inmediatamente Kai se pone a su lado, sosteniéndola del brazo, a cualquiera le parecería la actitud del guardián preocupado por una posible fuga, yo sabía mejor. Kai la protegía. Se estaba poniendo a si mismo de escudo. Apreté mis manos en puños, la mejor opción que lanzarme a la calle.

El grupo uniformado llega al cadalso improvisado en medio de la plaza. Sorina, con las manos atadas a la espalda, el rostro amoratado, y los ojos vendados es obligada a ponerse de rodillas. Kai se aparta renuente. La multitud se vuelve frenética, y el nudo en mi estómago aumenta. Mi madre se pone en pie, a un gesto de su mano la algarabía se calma. La reina observa a la prisionera en medio del cadalso, en un instante desaparece ante mis ojos, para materializarse justo frente a Rina.

— Esta es la criatura que asesinó a Aier, Príncipe de Verano, y Primer Hijo de nuestra corte.

Su voz es fuerte, acerada como nunca antes la había escuchado. La voz no de una reina, o un juez, sino la de un verdugo. Sus ojos brillan cuando desafía a la multitud:

— La criatura que intentó arrebatarnos a nuestro Campeón, El Beso del Verano.

Mis puños rascan la madera de la silla donde estoy sentado. Lay me mira y me da una media sonrisa cínica. Vuelvo mi atención a la plaza. Es curioso, pero Sorina ha elegido mantener su forma humana. Me pregunto por qué.

— Y ahora escoge esconderse tras una carcasa humana –se burla la reina–. No se merece la venda. Que observe la muerte de frente.

Madre arranca la venda de los ojos de Rina. Para crédito de la chica, no tiembla ni retrocede. Le devuelve la mirada a la reina de Verano, y esa es su perdición y la mía. Cardania jadea con sorpresa, al instante percibo la fría cólera saliendo de ella. Su mano agarra el mentón de Rina, sus uñas se incrustan en la carne de la chica.

— Hace siglos que no veo esos ojos, esa mirada, pero no podría equivocarme. ¡Eres la Hija de Arella! ¡El Beso del Invierno!

La algarabía y excitación que reinara antes son sustituidos por gritos de horror. La mano abierta de mi madre se coloca sobre la mejilla de Sorina.

— ¡Muestra tu verdadera forma, criatura de la oscuridad!

El pulso de magia de la reina, disipa la forma humana de la chica, que retrocede un par de pasos y respira con dificultad. Nuevos gritos de horror aparecen cuando ella recupera su forma original, para consternación mía, no puedo entender que les asusta tanto. Igual que la vez que la vi en la celda, todo lo que puedo pensar es que es hermosa. Una criatura sin igual. La mirada dorada de la reina se vuelve en mi dirección:

— Hijo mío, que grata sorpresa nos hemos llevado todos, pero ven, nadie va a quitarte el privilegio de tu destino. Cumple tu misión.

Sus palabras son una advertencia y una orden. En sus ojos leo la sospecha. Ella me entrenó toda la vida para reconocer y cazar a la Heredera de Arella. Es obvio que le resulta difícil de creer que simplemente no la reconocí. Todo el pueblo está atento a mi, Abby ya no luce relajada, en su lugar, hay una expresión de horror en su semblante. Tengo la sensación de que soy absorbido por un túnel, y la salida es ocluida por los rostros de Rina y de mi madre. Aprieto las manos en puños y me pongo de pie. Empiezo a caminar en su dirección.

Sorina:

Los ojos de Linder no se apartan de lo míos mientras hace su camino a través de la plaza. No hay odio, o desprecio como ayer, más bien confusión y quizá un toque de incertidumbre, yo soy la primera en apartar la mirada. No soy capaz de verlo sin recordar las imágenes de su cuerpo desnudo y enredado con el de otra chica. La reina le sonríe, y no se porque, pero un escalofrío me recorre cuando pienso que es la misma sonrisa falsa que mi madre siempre me dirigía.

— Ten, querido –le ofrece la espada del verdugo–. Es tu privilegio.

Linder toma la espada con precaución, casi como si no estuviera seguro de que hacer con ella. A mi espalda siento la tensión de Kai. La reina se aparta un par de pasos, supongo que no quiere mancharse los vestidos de sangre. Linder se acerca más y más, nuestros ojos vuelven a encontrarse:

— Protege a Abby –le encargo.

Hay sorpresa en su mirada y algo más, sin embargo, no soy capaz de seguir estudiándolo, porque una quemante ardentía cobró vida en mi brazo. Ante la mirada atónita de todos los presentes caí al suelo gimiendo de dolor. Literalmente se sentía como si mi piel se derritiera. A lo lejos escuché los gritos de los demás faes. En medio del dolor, levanté la vista al cielo, el sol naciente era cubierto por espesas nubes de tormenta. Una violenta y fría ráfaga helada despeinó mis cabellos y refrescó el dolor. Algodonosos copos de nieve comenzaron a caer.

— ¿Quién está haciendo esto? –demandó la reina– ¡Muéstrate ahora y quizá tenga misericordia.

A diferencia de la Reina de Verano, yo tenía una muy buena idea de quien era la responsable. El desasosiego se incrementó. Luchando contra el dolor me puse de pie y le di una mirada suplicante a Linder:

— ¡Protege a Abby, es...!

Todo sucede demasiado rápido para mi comprensión. Se desata la tormenta. Un pulso de magia golpea mi pecho haciéndome trastabillar unos pasos. Tres faes me rodean. Lexen a mi izquierda, Abby a la derecha y Kai al frente. Los tres armados y prestos a luchar. Abby me cubre con una manta y me pone en pie.

— Siempre tan magnánima, hermana –responden con burla.

Reconozco la fría voz de mi madre. La tormenta de nieve se concentra en medio de la plaza y la reina Arella se materializa en todo su esplendor. Sus ojos vacíos se enfrentan a los dorados de Cardania. La reina de Verano aprieta los labios con furia.

— ¿Cómo osas invadir mi territorio, Arella? ¿A qué clase de magia oscura recurriste esta vez para vencer las leyes naturales del equilibrio?

— ¿Yo..., a ninguna? –responde mi madre con una maliciosa sonrisa–. Tú lo hiciste. Me habías entregado a tu hija, y ahora, no solo la tienes de vuelta, sino que además, retienes a la mía. Tú inclinaste la balanza y me abriste el espacio.

Las miradas de horror que Lexen y Linder le dan a Cardania no tienen precio, sin embargo, yo solo tengo ojos para Abby. La chica mira con absoluto horror a su madre. Ahora voy entendiendo parte de mis visiones, mi estómago se revuelve con asco con la sospecha. Linder se pone de espaldas a nosotros, desenvainando su espada para enfrentar a la reina y sirviendo como un escudo extra.

— ¡Explica esto, madre!

La reina lo mira con odio, una violenta ráfaga de poder sale disparada desde sus manos y en dirección al príncipe.

— ¿Tú, te atreves a pedirme razones a mi, mocoso?

La explosión de luz que provoca el ataque nos ciega por instantes y contrario a mi buen juicio, mi corazón se contrae con aprehensión. Poco a poco se disipa, Linder permanece de pie, con la guardia en alto, la espada cruzada frente a su pecho, con la que desvió el ataque de la reina.

— Me atrevo –responde con ira–, y más te vale que comiences a explicar.

Todo el mundo hace silencio. Observando el duelo de miradas. El poder de Linder se libera y su cuerpo emite una brillante luz dorada al mismo tiempo que comienza a cubrirse de filigranas áureas. Arella no parecía de lejos tan impresionada.

— No estoy de humor para dramas familiares. Terminemos nuestro asunto.

Conozco su movimiento, y no tengo mucho tiempo, así que aun bajo la atenta mirada de todos, me deshago de mis restricciones y libero todo mi poder. Mi firma helada contrasta con el cálido poder que Linder expele. Él envuelto en luz dorada, yo soy la luna pura, nos observamos por breves instantes, entonces creo una barrera de sombras alrededor de mis amigos y convoco al ejército de sluaghs para que enfrenten a los faes oscuros y a las sombras que nos rodean, y yo cruzo mi espada, justo a tiempo, con la de Kurapika.

Linder:

Esto no lo estoy haciendo por Rina. Lo hago por Lay. Madre y yo nos enfrentamos.

— ¿Traicionaste a tu hija? –demando

La reina se cruza de brazos, después responde:

— Si. De tus hermanas, Laynda era fue la única que heredó mi poder sobre la vida, ponía en riesgo mi trono.

— ¿Y yo no? –cuestiono asqueado–. ¿No soy acaso el Campeón?

Cardania se hecha a reír. A un gesto suyo la tierra se abre bajo mis pies y amenaza con tragarme. Me elevo de inmediato, entonces me veo obligado a derribar unas ramas locas que vienen a por mí.

— Tú siempre fuiste mi marioneta –responde–, pero además, no, no eras una amenaza. La tierra se estaba vinculando con Laynda, no contigo. Así que tenía que alejarla, deshacerme de ella, justo como las hermanas y hermanos que nacieron antes que ustedes.

El enojo me vence, y en lugar de continuar esquivando, ataco de lleno. Un error estúpido, dejo una abertura y el pulso de poder de la reina acierta por completo en mi pecho. Caigo al suelo sin respiración, débil y en agonía.

— Ya me ocuparé de ti –advierte–, pero primero acabemos con los cabos sueltos.

Mi madre se dirige hasta Abby. Mi hermana está de espaldas, luchando contra dos faes oscuros, no verá el ataque. Lexen y Kai si que lo ven, pero ambos están rodeados y ninguno podrá salir en su auxilio. Mi hermana morirá y otra vez, yo no podré protegerla. Tres voces cantan los encantamientos al mismo tiempo. Una es la reina Cardania, la otra es Arella y la otra es la suave voz de Rina. Los tres conjuros convergen, la onda expansiva derriba a unos cuantos, y acaba con algunos faes, verano e invierno por igual. Cuando el poder se disipa, Abby está sana y salva, mirando todo con ojos muy abiertos, un escudo que parece echo de sombras y luz de luna la aísla de todo. Sorina está de pie frente a ella, le murmura algo, sus labios se curvan en una pequeña y triste sonrisa, su mano derecha tiembla, se abre y la espada plateada cae. El escudo que protegía a mi hermana desaparece en el mismo segundo que Rina cae al suelo, desmadejada, su piel volviéndose peligrosamente azul. Lexen y Kai apartan a Abby, protegiéndola cuando otro fae oscuro se materializa, demasiado cerca de Sorina. Es alto, viste de negro y no tiene cabellos en la cabeza.

— Tranquilos –musita burlón–. No es su princesa quien me interesa...

No se de donde, pero mi voluntad extrae las fuerzas, me materializo justo entre él y Sorina, escudándola con mi cuerpo. Mi espada salta a la vida y cerceno dos dedos de la mano de ese sujeto.

— No vas a tocarla –advierto.

Sus ojos violetas enfrentan los míos, hay locura, pero también algo más. Es extrañamente conocido. Su mirada baja a Sorina, y también lo hace la mía, en su palma abierta, ahora que ya no sostenía la espada, estaba el sello de la corte de Verano. Los ojos del fae vuelven a mí, una extraña sensación de comezón en mi mano derecha me hace volver la mirada, sobre la cara anterior de la mano, aparece el símbolo de invierno. La risa del fae atrae la atención de todos:

— Nuestros propios Romeo y Julieta –me da una mirada socarrona–. Lo siento, niño bonito, pero no puede ser tu novia. Tengo derechos de autor.

Esa frase. Ahora ya lo se. ¡Hijo de puta! ¡Él estaba detrás del ataque a Sorina hace unos meses! Grito con furia y libero un pulso de magia que lo golpea en el pecho, aunque lo derribo, se levanta riendo. Va a sacarme de casillas.

— No creo que entiendas –me dice–. Adelante, sigue perdiendo el tiempo conmigo, mientras Nolune, muere.

Mi atención vuelve a la chica en el suelo, casi no respira. Me dejo caer de rodillas junto a ella. No necesito mirar para saber que mis amigos están rodeándonos, prestos a defendernos. Tomo su cuerpo entre mis brazos y la estrecho contra mí. ¡La amo! ¡Soy un maldito idota egoísta, y tuvo que llegar a este estado para supiera cuánto la amo!

— ¡Sorina, vamos amor, mírame!

Beso su frente, las mejillas, las sienes. La abrazo con fuerzas, está fría, su piel azulada y a penas si respira una o dos veces. Libero mi poder, tratando de hacerla entrar en calor. Mi magia resbala a su alrededor, como si alguna barrera la apartara de mí. Miro al oscuro:

— ¡Libérala! –demando

Se limita a sonreír. Aferro más mi espada. Juro que lo haré tiritas hasta que libere a Rina. Siento el frío intensificarse a mi alrededor. Cuando llega la respuesta, es en una voz metálica y distante.

— No fue él quien puso el conjuro. Solo yo puedo levantarlo. Dámela.

— Linder –es la voz de mi madre, más suave–. Entrégala, hijo, y olvidemos todo.

Levanto la cabeza y me encuentro mirando los vacíos ojos de la reina Arella. El frío halo de su poder, me envuelve luchando por sofocar mi magia. Un adormecimiento comienza a embotar mi cerebro. Es su magia actuando, intentando someterme. En un arranque de ira lanzo unas llamaradas solares contra ella y le chamusco buena parte de sus cabellos y el lado izquierdo del rostro. El chillido de horror parece inhumano. Siento la vibración de la magia en el aire. Se que el siguiente ataque será definitivo. Lo siento por mis amigos. Debería decirles que se marchen, ellos pueden escapar, yo no. Abrazo a Sorina y pego mi rostro al suyo, esperando el final. El poder es lanzado con violencia hacia nosotros, sin embargo, se fracciona nos rodea como el agua cuando da con una piedra.

— Ese carácter tuyo, Arella –murmura una burlona voz masculina–. Debo reconocer que el muchacho tuvo buen gusto a la hora de redecorar tu rostro.

Escucho el jadeo de Lay, y yo mismo estoy sorprendido. Conozco la voz, a pesar de haberla escuchado una sola vez. Levanto la mirada y sí, fae oscuro, alta estatura, cabellos plateados, vestido de traje y apoyándose en un bastón con mango de plata. Un par de gigantescas alas plateadas abiertas y sirviendo de escudo a mi pequeño reducto de amigos. Barien.

— ¡No te metas en esto, desterrado! –gruñe el oscuro de ojos violetas.

Puedo decir que la frase enojó a Barien, que le dio la mirada que se le da a una mosca. Sus ojos plateados brillaron con algo peligroso.

— Y si tú vuelves a ponerle un dedo encima, te sacaré las pelotas con alambre de púas y te las daré de comer con hierro fundido.

El sonido de unos aplausos secos llama nuestra atención. Arella batía sus palmas al tiempo que se acercaba despacio:

— Entonces, después de doscientos sesenta años recuperas tus instintos paternos y quieres hacer valer tus derechos de padre –apunta con sorna.

¿Derechos de padre? Miro a Sorina inconsciente entre mis brazos y luego a Barien. El sujeto mantiene los dientes apretados, pero no deja de mirar a Arella. La reina de Invierno se sienta en un tocón y murmura:

— Tal vez quieras chequear a tu hija, viejo, y saber porque debe volver conmigo a casa.

Aun sin bajar la guardia, se acercó a nosotros. Su mano derecha descansando breves instantes sobre la frente de Sorina. Masculló una maldición, una mirada atormentada en sus ojos. Plegó las alas y sentí como disminuía su magia.

— ¿Qué está haciendo? –demandé entre dientes.

— Tienes que dejarla ir, muchacho.

— ¡No! ¡Estás mintiendo!

Su mano golpea mi rostro un par de veces. Juro que voy a ajustarle cuentas por ello más tarde, sin embargo, gana mi atención:

— Arella la congeló –me dice–. Es un conjuro de tortura. Congela su sangre, sus órganos, no se puede respirar, no puedes moverte, y te asfixias. Es un conjuro sellado con la sangre de la reina, solo ella puede levantarlo. Si Sorina no va con ella, morirá.

Viendo las miradas de la reina y de sus hombres, sobre todo las de ese de ojos violetas, no estoy seguro de que valla a estar mucho mejor en sus manos. Barien parece adivinar mis pensamientos, porque coloca una de sus manos sobre mí en gesto conciliador:

— Perder una batalla no es dejar la guerra. Mientras esté viva, habrá esperanzas.

— Su tiempo se agota, príncipe –canturrea Arella–. ¿Te decides?

Es la decisión más difícil que he tomado en mi vida, pero bajo la cabeza. Beso los labios, ahora helados de Rina y le susurro al oído:

— Voy a por ti. Lo prometo. Espérame.

— Kurapika, haz el favor de ir a por tu prometida.

¿Prometida? Los ojos de mi hermana brillan con una mezcla de odio y repulsión, mis ojos se encuentran con los violetas del oscuro, me muerdo el carillo hasta que saco sangre para dejarle tomar a Rina de entre mis brazos.

— Voy a cuidarla muy bien, príncipe –me dice con burla–. Te prometo que se divertirá.

La ira que hierve en mi interior podría derretir todo el reino de Invierno. Le devuelvo la mirada, tomo mi espada y corto mi mano derecha, dejando que la sangre embadurne el piso:

— Y yo te prometo, que cualquier cosa que le hagas, yo te lo cobraré con intereses triples.

Me sonríe y se aleja con Rina entre sus brazos. –Cardania mira a sus soldados:

— Mátenlos –ordena

— Lo siento –interrumpe Barien–, nunca dije que nosotros estuviéramos en el trato.

Sus alas blancas vuelven a extenderse, un manto oscuro nos cubre y lo último que ven mis ojos es la cabeza de Sorina que cuelga entre los brazos de Kurapika. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro