Capítulo 26
Sorina:
Mirando sus ojos verdes, fue fácil distinguir la incredulidad y la incertidumbre, después fue el dolor que sigue al engaño. Ninguna palabra salió de sus labios, tampoco de los míos, aunque podía hacerme una idea muy clara de lo que estaba pasando por su cabeza. Las últimas palabras que le dirigí de vuelta en el mundo humano, destinadas a acabar con su orgullo, y este nuevo descubrimiento deben darle una idea totalmente errónea de mí. Lo más probable es que me vea como una bruja desalmada que desde el principio estuvo jugando con él.
Mi garganta sube y baja, tratando de pasar el nudo que se ha formado. ¡Lo amo! ¡Es mi complemento! ¡Mi mitad! Ahora que lo veo, comprendo que nunca hubo manera de evitar mi visión. Con el vínculo establecido entre los dos, alejarme de él, eventualmente habría marchitado mi magia y mi espíritu, extinguiendo mi luz. Develando mi secreto, como al final ha ocurrido, me llevaría a la muerte. De una forma u otra, el príncipe de Verano acabaría conmigo.
El dolor y la debilidad que surcan su mirada, son fugaces, sustituidos por una fría máscara de indiferencia, que me asusta más que la ira que antes sentí en mi piel. Lo veo tensar la mandíbula, su mentón luce casi cuadrado y un músculo palpita en la mejilla. Cuando finalmente habla, lo hace en un susurro bajo, helado:
— ¿Qué clase de jugarreta es esta? ¿Qué mierda crees que estás intentado hacer?
Hay tanto dolor filtrándose en sus palabras, lo peor del caso, es que se que tengo que terminar de romper su corazón. La punta de mi lengua sobresale, humedeciendo los labios resecos y agrietados, me obligo a pronunciar las siguientes palabras:
— No es ningún truco.
Mi voz falla al final, en parte por los nervios, y en parte por los gritos constantes por el dolor que han dañado mis cuerdas vocales. El tacto del hierro contra mis muñecas y tobillos era una tortura, la quemadura constante, que arrancaba piel, sangre y gritos y que solo servía para divertir a mis guardianes. Siempre juzgué a Arella, pero lo cierto es que la reina de Verano podía intercambiar apuntes sobre crueldad con mi madre. Linder retrocede otro paso:
— Tú no puedes ser Sorina. Es tu magia jugando conmigo.
Inconscientemente yo doy uno al frente, el movimiento remueve el hierro añadiendo agonía al dolor, me muerdo el labio con un gemido, lucho por controlar el dolor, aun encorvada sobre mí misma, encuentro su mirada. Se que con esto acabaré de destrozarnos a ambos, pero tiene que hacerse. Aprieto los párpados, conteniendo las lágrimas:
— Eres Linder, el hermano mayor de Abby. Conocido como El Beso del Verano. Nos conocimos un primero de septiembre. En el salón dos veintitrés. Historia de la Música con la señorita Mankis. Yo usaba vaqueros y una camisa gris de mangas largas. Y tú llevabas un pulóver azul claro –su mirada comenzó a oscurecerse–. Te apodé principito, y tú me llamabas Blanca Nieves, nos lanzábamos a por la cabeza del otro a la menor oportunidad. Coincidimos una noche en el piano bar y te lancé mi vino sobre la cabeza. Bailamos la noche de caridad de la escuela y después me salvaste de una violación. Te gusta bailar y jugar jockey sobre hielo, odias que se burlen de ti, cuando te concentras en algo ladeas la cabeza a la derecha, y cuando quieres besar a una chica se eleva la comisura izquierda de tu boca.
En este punto ya no puedo continuar hablando. Mi voz se quiebra, parte es dolor físico real, estoy completamente enronquecida y mis últimas palabras han salido en un horrendo chillido, pero más que todo es el dolor en mi corazón el que me silencia. Los recuerdos eran abrumadores, el calor de sus brazos alrededor de mí, la manera en que sus labios se curvaban cuando pensaba en besarme. Cada vez que veía levantarse esa esquina de sus labios, un conocido calor desprendía desde mi bajo vientre y llenaba todo mi cuerpo. Sus besos, que me hacían sentir viva y dichosa como nunca antes nada lo había conseguido. Ahora, mirando como el desasosiego desaparecía de su mirada, sustituido por el total desprecio, sabía que todo eso que yo atesoraba como un recuerdo dulce, para él, ahora, eran motivos de vergüenza. Sus labios se encogen en un rictus de desprecio:
— Linder, yo lo siento no pretendía...
— ¡Soy el Beso del Verano! –me interrumpe, sus ojos me recorren de arriba a bajo y me hace sentir pequeña e insignificante– No te halagues a ti misma suponiendo que lastimaste mi corazón. Como tu misma dijiste, se puede conseguir y bajar el calentón con cualquiera. No eres nada especial, solo me molesté al principio porque no conseguí bajarte las bragas, ahora ya está superado.
Sus palabras son como una bofetada. Sacan todo el aire de mis pulmones. Mis ojos no se apartan de los suyos, sin embargo, no hay ni un ápice de calor en ellos, solo indiferencia y odio:
— ¿Supongo que Laynda sabía de todo esto?
— Allen, por favor, ella...
Sus hombros se estremecen en una carcajada sin diversión, cargada de cinismo. Con dos zancadas recupera la distancia que lo separa de la reja, por primera vez, su presencia me resulta intimidante. Me siento nerviosa, pero me niego a esquivar la mirada.
— ¡No vuelvas a llamarme por ese nombre! ¡No tienes derecho! ¡Bruja! –el odio que destilan sus palabras me hace encogerme–. Entonces, mataste a mi hermano, trataste de hacer lo mismo conmigo y solo la llegada de Namina te lo impidió. Déjame adivinar, después que terminaras conmigo pretendías cargar contra la inocente y crédula de mi hermanita.
— ¡No! ¡Yo nunca..., yo...!
Él no podía creer eso. Yo jamás lo habría lastimado a él, o a Abby. Yo...
— ¡No mientas!
El grito que lanza me hace saltar. El vínculo entre ambos ha quedado en silencio, sin embargo la violencia crepita como estática sobre mi piel. Violencia que sale en oleadas de él mismo. La desesperación que bulle en mi pecho me ciega, doy un paso al frente, desesperada por tocarlo, por aliviar el dolor que se, está experimentando, el movimiento descuidado, remueve el hierro en todas partes y la agonía que supone su contacto me roba las fuerzas. Caigo al suelo con un quejido de dolor. La magia se disipa y vuelvo a mi forma natural. Linder no se inmuta, su mirada continúa impávida.
— Yo soy...
— ¡Sé quien eres! –escupe con los dientes apretados, esos ojos verdes taladran al fondo de mi alma, con una expresión que me hace encogerme más–. Eres esa mala copia mía que intentó crear Arella.
Mi corazón se salta un latido y lo miro con horror. ¿Cómo podía saber? Sus labios se curvan en una mueca maliciosa y despectiva que me hace sentir horrible.
— Es bastante obvio ahora que te veo. Eres esa a la que llaman Heredera de Arella. No estoy impresionado. En realidad lo que me sorprende es que creyeran que semejante patética criatura pudiera derrotarme. Tuviste tu oportunidad por mi estupidez, ahora eso se acabó.
Se agacha poniéndose casi a mi altura. Con sus dedos largos se acaricia el labio inferior.
— ¿Cuál era tú plan? ¿Enredarte conmigo hasta conseguir que bajara la guardia y asesinarme? Y luego ¿qué salió mal? ¿Aier te descubrió?
Guardo silencio. Pudiera gritar, obligarlo a escuchar mi versión de los hechos, decirle que el vínculo entre los dos estaba, que su hermano pretendía usarlo en contra de él y de Abby, que yo solo los defendía, sin embargo, ¿de qué serviría? Linder ya me ha condenado, aunque bien mirado, estoy condenada desde el día que nací. Solo fueron estupideces mías creer que podría ser feliz. Saboreé la alegría y ahora pagaría con mi vida por ello. ¡Yo soy el Beso del Invierno! ¡Kurapika no me quebró, y tampoco lo hizo Arella! ¡Este chico no me verá llorar! Guardé mi dolor y contuve mis lágrimas.
— Tienes razón –musité dejando que mi orgullo sacara lo peor de mí–. Fue un plan estúpido que salió mal.
Linder se levanta y camina en dirección a la salida. Se detiene a medio camino, sin voltear a verme dice:
— Nos veremos en el patíbulo, y no, no seré yo quien empuñe el arma, eres demasiado poca cosa como para que me ocupe de ti.
Linder:
¡Estúpido! ¡Cretino! ¡Imbécil! ¿Cómo pudiste caer en semejante número de payasos? ¡Maldito seas Linder! ¡Es una jodida oscura! ¡Es el puto Beso del Invierno! ¡La Heredera de Arella! ¡Te pasaste toda la vida preparándote para matarla, cómo carajos vas te besuqueas con ella y no eres capaz de reconocerla! ¡Alguien que me patee!
Darle la espalda a Sorina, o como quiera que se llame, y alejarme de ella ignorando la sangre que manchaba su cuerpo, y como su voz se quebraba al final de cada frase, eso consumió las escasas fuerzas que había logrado reunir. Mi corazón pulsaba a disgusto, una oscura pesantez se iba adueñando de mí. Dolor. Dolía un montón. Lo más vergonzoso de todo, es que me había enamorado de una mentira. Ella había jugado conmigo, me había engañado, asesinó a mi hermano, me golpeó hasta la inconciencia, y yo como el llorón cretino que soy, solo puedo pensar en cuan frágil y maltratada se ve. Una chica a la que con seguridad no le importo un comino. ¡Cómo debe de haberse reído de mí!
— Oye, ¿estás bien?
La voz de flauta de Reis me saca de mis cavilaciones. Sus ojos violetas me observaban con preocupación. Unos pasos más atrás, el soldado también me miraba inquieto. Solo entonces noté que había recostado mi cuerpo a la puerta de madera que separaba al resto del palacio del área de los calabozos. Estaba dando muestras de debilidad, tenía que terminarlo ya. Me enderecé obligando a mis pies, a ir, uno detrás de otro, camino a la salida. Compongo mi expresión más neutral.
— Si. Neyr... ¿la reina ha visto a la prisionera?
— ¡No señor! ¡Su alteza, la princesa Namina la trajo directamente aquí, y fue ella quien dio la orden de ponerla en la celda especial! ¡Su Majestad, la reina Cardania, no ha estado por aquí!
Para consternación mía, fui inundado por un profundo alivio. Si madre no había visto a Sorina, entonces no sabía quien era. Sabía de cierto que Namina no tenía ni idea de quien era Rina. Yo mismo aun no tenía claro como lo había averiguado, fue una certeza, el conocimiento solo se extendió por mi mente y supe que era cierto. Un quisquilloso y escurridizo pensamiento me decía que el conocimiento no había salido de mí, sino de ella, y que había una muy peligrosa razón por la que yo podía saberlo, sin embargo, callé a esa estúpida voz de mi subconsciente. Luchando contra la debilidad emprendí el vuelo de regreso a mi propia casa. Fuere lo que sea que Reis percibió en mi, simplemente me dejó solo. Buena cosa, porque con el ánimo que tenía en estos momentos, bien pude habérmelo cargado por una mediana estupidez. Tenía que olvidarme de Sorina. Tenía que sacarla de mi cabeza. Yo no había significado nada para ella, ella no debía significar nada para mí.
Fuerzo mis alas al máximo hasta que consigo llegar a casa, tengo el cuerpo caliente, preso de una fiebre incontrolable, la cabeza espesa donde se mezclan el dolor, la ira y muy a pesar mío, debajo de todo eso, comienzan a surgir las dudas que cuestionan el sistema en el que he vivido desde siempre. Necesito soledad. O tal vez no.
En medio de mi habitación me espera Amarantha. Su mirada topacio pasea por mi cuerpo antes de detenerse en mi rostro con una mueca lujuriosa. Camina hacia mí con pequeños y calculados pasos que contonean todas y cada una de sus curvas. Mi mirada se pierde en el movimiento y consigo callar los confusos pensamientos en mi cabeza y las voces del dolor y la vergüenza.
— Te fuiste sin dar explicaciones –murmura
Se desprende de la túnica, ofreciéndome la vista de su cuerpo desnudo. Su piel dorada, tan parecida a la mía. Los pechos llenos y orgullosos, la generosa curva de su cintura, el oscuro triángulo entre sus piernas. Pega su cuerpo al mío y su respiración se incrementa, una de sus manos acaricia mi pecho, me da una mirada de ojos entrecerrados:
— ¿Me lo compensarás? –se muerde el labio inferior.
Un clavo saca a otro. Mis manos se enredan con violencia en la larga cabellera castaña y mis labios se estrellan contra los suyos. No hay tiempo para llegar a la cama. Mis piernas se abre paso entre las suyas, la derribo en el primer diván que encuentro. No hay nada cálido o romántico. Voy a descargar en ella toda mi frustración, voy a tomar de ella lo que Sorina no me dio. Enterrar en su cuerpo toda la ira, el dolor y el engaño. Todo lo que Rina despertó en mi interior. Romper el maleficio que colocó en mí. Volveré a ser yo.
Abby:
Cuando, cuatro días atrás, en medio de la noche escuché que golpeaban mi puerta, por breves instantes me permití fantasear con la idea de que sería Rina regresando a casa. Supongo que en mi interior siempre supe que no era posible, y que un llamado a estas horas, solo podía significar problemas. Sin embargo, gracias a esa estúpida manía que tengo de siempre esperar lo mejor, ignoré mis instintos y fui directa a la puerta. Lexen y Kai me esperaban del otro lado. Sus expresiones sombrías.
Todo fue fugaz a partir de entonces. Namina se presentó. Si estaba sorprendida por mi presencia no lo demostró, se limitó a enunciar los hechos. Aier estaba muerto, Linder mal herido y ella había capturado a la oscura responsable de tales actos. La visión de los cuerpos inanimados de Sorina y Linder representaba mi peor pesadilla. Solo el oportuno apretón de manos de Kai me impidió caer en un ataque de histeria. Namina y los soldados no me perdían pista, así que, aun cuando mi primer impulso era lanzarme sobre el cuerpo de Rina, llorar sobre ella y sacudirla hasta que despertara, la esquivé y me agaché junto a mi hermano acariciando sus cabellos. ¿Qué había pasado? Kai estuvo a mi lado, ayudándome a incorporarme y entregándome su apoyo en forma silenciosa. Mi mirada fue a parar a Lexen, ¿por qué no era él quien estaba conmigo? Sus ojos negros me observaban con algo bastante similar a la ira, y la decepción. Cuando cambia la mirada de mi, al cuerpo de Rina y el conocimiento brilla allí en muda acusación, supe que mi novio acababa de atar cabos, y ya lo sabía todo.
El regreso a la corte fue todo en una nube. Mi presentación a madre y a los nobles, el incómodo momento fue aplazado por lo sucedido con mis hermanos. Linder no estaba herido de gravedad, el encantamiento de Sorina no buscaba lastimarlo, solo dejarlo fuera de combate. Se que la chica solo pretendía escapar. Justo como yo, que solo buscaba una ocasión para filtrarme en las mazmorras y sacar a Sorina. Los días se hicieron eternos.
Lexen me evitaba a todas horas, por el contrario Kai parecía perseguirme. Impidiéndome, según él, cometer cualquier tontería. Al final me disuadió de un ataque directo al calabozo, mostrándome cómo pondría en peligro la vida de ella y prometiéndome una entrada a la menor oportunidad. Así que ahora, casi al atardecer, me paseaba inquieta de un lado a otro. Era el turno de Kai de hacer guardia en la celda de Rina, la oportunidad perfecta para que yo me colara dentro. Solo necesitaba que oscureciera pronto.
La puerta de mi habitación se abre sin miramientos. Detengo mi errático caminar y observo al intruso. Lexen. Lexen está aquí. Cierra la puerta tras de sí y me observa poniendo sus brazos en jarras.
— Kai está de guardia en la prisión, así que... ¿qué van a hacer? ¿Violentar la cerradura y dejarla escapar? O mejor aun, ustedes dos la llevarán de vuelta a su tierra de Invierno.
— ¡Déjame en paz, Lex! ¡No tienes derecho a...!
Las manos de Lexen se cierran en torno a mis brazos y me sacuden con violencia. Sus ojos parecen dos ascuas negras.
— ¡¿A qué te crees que estás jugando?! –reclama.
Me libero de su agarre retrocediendo un par de pasos. Cruzo los brazos sobre el pecho y recuperando la calma perdida contesto casi con parsimonia:
— No estoy jugando a nada Lexen. La situación es demasiado seria como para ello.
Lex me devuelve la mirada y aprieta los puños. Tengo la impresión de que estrangularme le parece una buena idea.
— ¿Sabes lo que pasaría si Namina o cualquier otro descubre tu relación con esa bruja? –inquiere aproximándose más a mi, su cabeza se mueve de un lado a otro– ¿Por qué en la tierra, después de haber sufrido tanto en manos de los oscuros? ¿Por qué arriesgarte por una de ellos?
Un caliente e irracional ataque de ira se desborda en mi pecho. Miro a Lexen y no puedo menos que sentirme decepcionada. Entonces recuerdo, Lexen fue educado así, entrenado para ver en los faes de invierno a las peores alimañas, carentes de emociones y de cualquier decisión altruista. No que pueda hablar mucho, en todo el tiempo que estuve en cautiverio, mi "preciada y perfecta" corte no hizo nada por mí. Si no llega a ser por la misericordia de una de esas criaturas, yo no estaría aquí. En dos zancadas recupero el espacio que había puesto entre ambos. Mi rostro pegado al suyo, mi dedo índice picando en mi pecho:
— Es gracias a esa "bruja" como tu la llamas que hoy estoy aquí, pero si tanto quieres saberlo –le sonrío con procacidad–, entonces déjame mostrarte.
Mi mano derecha se abre en su pecho, justo sobre su corazón. Utilizo el vínculo entre los dos y lanzo todos mis recuerdos sobre él. Toda mi estancia en la corte de invierno. Saturándolo de imágenes que hasta el momento había mantenido enterrada en lo profundo de mi memoria. Le mostré todo, todas las golpizas que sufrí, las burlas, los trabajos que Arella me forzaba a hacer. Los comentarios sobre mí, las ofensas que me dirigían. En la Corte Oscura yo no era nada. Destruyeron mi autoestima, llegué a sentirme más miserable e indigna que una cucaracha. Le mostré el corte de alas, en medio del gran salón, bajo la fría mirada de la reina, las celebraciones que siguieron mientras yo me revolcaba de dolor en suelo helado. La completa debilidad que siguió, la total destrucción de mi personalidad. Quería morir, y simplemente comencé a hacerlo, mi magia se debilitaba y no valía la pena luchar por nada. No merecía la pena vivir.
Entonces rompían los recuerdos de Sorina. Colándose en mi calabozo, curando mis heridas, obligándome a vivir. La chica no fue dulce, ni comprensiva. Me abofeteó y me llamó cobarde. Gritó que me estaba conformando con lo que Arella hacía de mí, que le estaba dando la razón al maltratarme porque me dejaba avasallar por ella. Me aseguró que no sería la primera ni la última en pasar por un corte de alas, cometí el error de gritarle que ella no tenía ni idea de lo que se sentía pasar por ello, porque todo el mundo sabía que los oscuros no tenían alas. Entonces me enseñó su espalda, y me mordí la lengua avergonzada. Comencé a prestarle más atención, podía ver la tristeza en su mirada, guardaba secretos, oscuros y tristes. Era tan o más miserable que yo, sin embargo tenía la certeza de que, a diferencia de mí, ella no era del tipo que lloraba por los rincones. Le mostré a Lexen todo eso y más, todo mi sufrimiento, pero también todos los pequeños momentos en que ella me ayudó, y también la escapada de la tierra de Invierno. Como Sorina fue lastimada en el proceso, tratando de ayudarme a mí misma.
Rompí la conexión, Lex estaba pálido. Se lo que veía. Todo lo que yo había sufrido, todos los maltratos. Lo desafié a que dijera algo, después, con la voz más calmada que tenía susurré con ironía:
— Si Lex, ustedes que se proclaman los valientes y justos, me dejaron pudrir en ese hueco oscuro de Invierno, y de no ser por esa "bruja", hoy no estaría aquí, así que discúlpame si aprecio más a una oscura que a mi "perfecta familia"
Lo aparté de un empujón y salí de mi habitación. No me siguió. Levanté un conjuro de camuflaje y me escurrí por los pasillos. No habían mucho personal a esas horas, pero tampoco había que tentar a la suerte.
Sorina:
No fue hasta que sentí la puerta cerrarse a espaldas de Linder que me permití caer de rodillas al suelo, llorando por mí, por él, por lo que pudo ser. Maldiciendo a la magia. ¿Por qué crear este vínculo entre ambos, cuando era de todo punto imposible? El llamado solo había servido para lastimarnos a ambos. Podía sentir el dolor, la confusión y la ira de Linder bullendo en mi interior como si fueran mías, de pronto un sentimiento se hizo más fuerte, el asco, y la determinación de olvidarme. Supe el preciso momento en que llegó a su casa, supe que estaba acompañado. Las imágenes saturaron mi mente, él besando a la chica, tocándola, desvistiéndola. Compartiendo con ella, lo que nunca tuvo conmigo, haciendo lo imposible por olvidarse de mí. El dolor que las visiones provocaron fue peor que la quemadura del hierro, mi primer instinto fue arrancarme los ojos para no ver nada más, el único problema, es que las visiones no venían de allí, sino de mi corazón. Era el estúpido vínculo el que me permitía ver todo eso, y mi alma, mi centro mismo fue desgarrado por el dolor y la traición. Me arrastré hasta el rincón más oscuro de la celda y allí me acurruqué en una bola, llorando en silencio y soportando todas las visiones de los cuerpos enredados de Linder y la desconocida a la que envidaba y detestaba al mismo tiempo.
— Rina...
La voz es suave y temblorosa, el conocimiento está ahí, pero lo ignoro. No me muevo. No hago nada. Quizá, si lo deseo lo suficiente, puedo extinguir mi luz para siempre. Cálidas y amorosas manos acarician mis brazos y me voltean con ternura. Un gemido de horror resuena en el calabozo:
— ¡Quítale las malditas esposas, ahora!
El calor abrasador de los grilletes desaparece, el ardor mengua. Vierten agua sobre mi rostro, intentando reanimarme, sin embargo, no es hasta que siento el conocido calor sanador de Abby que reacciono. Me arrastro fuera de sus brazos, pegando mi espalda a la pared. Envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas y comienzo a mecerme de un lado a otro.
— No –susurro con voz ronca
— Rina, soy yo –se acerca despacio.
Sus ojos de lapislázuli están húmedos por las lágrimas, oscuros por la tristeza. Extiende su mano como si fuera a acariciar a un animal herido. Muevo la cabeza de un lado a otro, negando repetidamente.
— No, Abby. No puedes curarme. No vale la pena el riesgo.
— ¿De qué estás hablando?
Mis ojos recorren la celda, y encuentro los ojos castaños de Kai. El chico mastica el interior de su mejilla.
— ¿Para cuándo, Kai? –pregunto.
El fae lanza una maldición y pega un puñetazo a la pared. Se acerca en dos pasos hasta donde yo estoy, luchando por tomarme entre sus brazos.
— Para nunca si puedo evitarlo –declara con certeza.
Me aparto de él, casi incrustándome en la pared:
— ¡Olvídenlo, chicos! No merece la pena el riesgo.
— ¿Cómo te atreves a pedirme eso? –interpela Abby–. ¡Te debo mi vida! ¡No puedes pedirme que me siente y te deje morir! ¡Te sacaremos de aquí!
— ¡No!
Entonces descorro la manga izquierda de mi túnica. El sello de la reina de Invierno empezaba a dibujarse con un resplandor suave, contrastando fuertemente, con el oscuro presagio que representaba. Kai luce perdido, sin embargo, la mirada aterrada de Abby me confirma que ya sabe lo que significa. Dejo caer la cabeza al costado, y murmuro:
— Tu madre colocó un hechizo restrictivo, tan pronto como ponga un pie fuera del área de los calabozos, ella lo sabrá, además sospecho que la magia me afectará de una manera nada agradable. Si ustedes me sacaran de aquí, solo serviría para que compartiéramos ejecución, y no voy a permitirlo.
— Pero...
— Además –la interrumpo–, ya viste, la marca en mi brazo vuelve a la vida. En el improbable caso que lográramos escapar, Arella me rastrearía y estaríamos de vuelta al comienzo –observo las expresiones atormentadas de mis amigos sonrío con tristeza–. No hay nada que hacer, Abby. Así que, Kai, ¿para cuando?
El chico pelirrojo aprieta la mandíbula y esquiva mis ojos. Frunce el ceño y cierra las manos en puños.
— Tu ejecución está programada para mañana al despuntar el alba.
Abby se revuelve los cabellos y camina de un lado a otro. Está frustrada. La miro y no puedo evitar una sonrisa. ¡Cómo han cambiado nuestros papeles! Hace más de medio siglo, cuando la conocí, era ella la que se pudría en una celda y había rendido sus ganas de vivir. La princesa Laynda había crecido desde entonces. Ahora era una mujer hecha y derecha, dispuesta a pelear contra todo y por todo. En cierta forma me sentía orgullosa de ella. Tenía espíritu de lucha. Se detiene a medio camino.
— ¡Mi hermano! ¡Si alguien puede sacarte de aquí ese es Linder!
Siento como mi corazón se estruja con sus palabras. El recuerdo de Linder y de sus acciones más recientes se precipitan sobre mí. El dolor es real, casi físico, mi corazón pierde el paso y el aire escapa de mis pulmones. Mi garganta se cierra con un espantoso nudo que amenaza con ponerme a llorar en medio segundo. Me toma más que unos cuantos intentos, superar las imágenes de los cuerpos desnudos y enredados de Linder y su novia, y las arcadas que esto me provoca. Cuando al fin mi voz sale, es apagada, amenazando con romperse al final de la frase, todo empeora, cuando veo que Kai baja la mirada. Lo sabe. Por supuesto, el guarda anterior tiene que habérselo contado.
— Es inútil –digo por fin
Abby detiene su diatriba y me mira confundida:
— No lo subestimes. Linder es el Beso del Verano. Estoy segura de que sus poderes rivalizan con los de madre, sobre todo ahora que está enferma. ¡Voy a buscarlo!
— ¡Abby, no!
Vuelve a mirarme, esta vez con detenimiento, la esquivo. Su atención cambia a Kai. El chico tampoco la mira de frente. Apuesto a que muere por decirme un "Te lo dije", pero es lo suficientemente caballeroso como para pasarlo por alto. La sospecha crece en el semblante de mi amiga.
— ¿Qué no me estás contando? –interpela con seriedad.
Kai y yo intercambiamos miradas, el pelirrojo luce como si pudiera ponerse a golpear una pared en cualquier momento.
— Linder ya estuvo aquí –escupió entre dientes, Abby lanza un gemido ahogado–. El guardia anterior me lo dijo. No se de que fue la conversación, pero viendo a Rina, puedo hacerme una idea.
La mirada de mi rubia amiga alterna entre uno y otro. No parece capaz de decir nada, sin embargo, la sospecha crece en su expresión. No puedo permitirme que vea cuan débil y avergonzada me siento. No puedo estar llorando por un chico, nunca antes lo hice, no es momento para comenzar ahora.
— Abby, escúchame, tengo que contarte algo, necesitan ser precavidos.
Le cuento sobre la noche del ataque. Le aclaro la identidad del soñador y como encontrarlas en caso de que tuviera que escapar. Le hablo de Aier, de cómo descubrió mi verdadera identidad y el lazo que supuestamente me unía a Linder y que pretendía usarlo en contra de ellos. No podía descartar que alguien más lo adivinara, así que tenían que ser especialmente cuidadosos, al menos mientras yo existiera.
— ¡Te has rendido! –declara con furia
— ¿Qué no me estás escuchando?
— ¡Sí! –vocifera– ¡Y todo lo que puedo ver es que te rendiste por el cretino de mi hermano! ¡Olvídate de Aier y su amenaza, soy yo la que va a matar a Linder!
Se da la vuelta dispuesta a salir de la celda, a perseguir a su hermano. Es lo último que quiero. Si Linder se enoja con ella, quién sabe que sería capaz de hacerle. Mi mano se extiende para sostenerla y aguantarla en el lugar. Tan pronto nuestras pieles entran en contacto, una corriente eléctrica me sacude y mi entorno se borra.
Desaparecen las paredes de la prisión. Una rápida sucesión de imágenes satura mi mente. Abby más joven, en la Corte de Verano, su secuestro. Palabras susurradas en la oscuridad. Conspiraciones, traición. Después se hacen más nítidas, hasta que me encuentro en el centro de la plaza de Verano. Rodeada de cuerpos faes, edificios destruidos y en llamas. El cielo oscurecido y algodonosos copos de nieve que caen por doquier, sin embargo solo tengo ojos para el cuerpo desmadejado de Abby. No hay heridas visibles, pero toda la vida ha sido arrancada de ella, su rostro desfigurado en una mueca de terror. Mi mejor amiga, muerta. Asesinada.
La visión se termina tan rápido como empezó. Abbs no parece haber notado nada, porque solo veo su espalda cuando se aleja como un bólido a perseguir a su hermano. Kai es otra historia. Su atención no se aparta de mí:
— ¿Qué viste? –inquiere
Su mirada perdida y asustada por primera vez desde que lo conozco, confirma mis sospechas:
— ¿Qué viste tú? –lanzo de vuelta.
Nos observamos en silencio por un rato. Luego mira a lo lejos a través de la claraboya.
— El amanecer se aproxima –sentencia con inquietud.
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