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Capítulo 21

Linder:

Estamos confinados en la habitación. Lexen mantiene el televisor encendido, todas las revistas informativas hablan de lo mismo: la violenta e inesperada tormenta de nieve que se desató ayer en la noche. Los meteorólogos tratan de dar respuestas, pero ninguno plantea una teoría relevante. Lo que si está claro, es que las temperaturas descendieron hasta los treinta bajo cero, y la alta cifra de muertos secundario a esto. La ventisca apareció de la nada, así que no hubo refugios ni albergues preparados, el número de fallecidos ascendía a los sesenta y contando.

— ¿Algo claro? –le pregunto a Lex.

El chico me responde con un gesto negativo.

— No hay causas naturales que justifique la nevada –comenta.

— Magia de invierno –concluyo–. Kai, ¿qué has sentido?

Mi compañero pelirrojo se encoge de hombros y mueve la cabeza de un lado a otro. Puede que en estos momentos nuestra amistad no esté en su mejor punto, pero si de algo puedo estar completamente seguro, es de que Kai nunca dejará de hacer su trabajo.

— Se que hay magia de por medio –responde–. Es obvio que debe haberla, pero no soy capaz de localizar el epicentro

Me acerco a una de las ventanas, froto varias veces mis manos contra mis cabellos. El paisaje nevado me pone los pelos de punta. Hay un fae de invierno de por medio. Uno lo bastante poderoso como para conjurar semejante desastre, y al mismo tiempo, ser capaz de cubrir sus huellas. Tenemos que encontrarle, y debemos hacerlo rápido. Todo lo que puedo pensar es que Sorina no estará a salvo mientras esa criatura ande rondando por ahí.

Cuando comenzó la nevada, estuve a segundos de volar de regreso a su apartamento, Lexen tuvo que hacer un enorme esfuerzo, convenciéndome de que Rina estaría bien, después de todo, no estaba sola, Abby vivía con ella y seguro que mi hermanita no permitiría que le pasara nada malo. Ahora, después de escuchar el saldo de muertos que dejó la tormenta, mi inquietud no hace sino aumentar. Lo único que me mantiene aquí es que Lexen no ha sentido ningún cambio en el estado de ánimo de Laynda. Pruebo a expandir mis sentidos, buscando en el fondo de mi mente, no soy capaz de percibir los sentimientos de Sorina, no como la otra noche, pero hay una marca tenue allí, un pequeño latido que antes no estaba y que se, es ella. Respiro aliviado y trato de enfocarme en la situación actual. Si no hacemos algo, esto acabará en desastre. Tiro de mi magia, recupero mi forma mágica, expando mis alas y vuelo hasta localizar un bosquecillo que me era bastante familiar. Camino hasta encontrar un claro, sacudo la nieve y despejo un perfecto círculo de setas. Lexen y Kai desenvainan sus espadas y se dedican a vigilar el camino. Yo me siento en el centro del círculo, entierro mis dedos en el suelo y me conecto a la tierra. No hay un pulso de magia vivo como en Verano, pero puedo sentir la vida dormida bajo la superficie, una vez me he familiarizado lo suficiente con la esencia de este lado, tiro de mi magia y la empujo contra la tierra, prestándole las fuerzas que necesita para luchar contra este conjuro.

Sorina:

Al gobierno le tomó dos días limpiar las calles. La cifra total de muertos de la nevada fue de ciento veinte, los servicios de urgencias colapsaron y todavía hoy, hay alrededor de cuarenta personas reportadas de críticas en los servicios de intensiva de los diferentes hospitales de la ciudad.

— Apaga ese estúpido programa –me gruñe Abby

Estoy frente al televisor, escuchando los últimos reportes de la ventisca, y el saldo de destrucción que había dejado. Soy adicta a la magia, y constantemente hago uso de mi poder, sin embargo, siempre voy con cuidado. Soy consciente de que mi magia puede desestabilizar este mundo, sabía que podía poner en riesgo a los humanos, y si bien muchas veces los veo solo como ganado, eso no quiere decir que me guste hacerlos sufrir solo porque puedo.

Supongo que ahora la runa en mi pecho si que tiene sentido, he traído la muerte a Nueva Catalina. No se porque pensé que sería diferente. Mi estado depresivo aumentó cuando percibí los rastros de la magia Linder en el aire. El único motivo por el cual el desastre no fue a más es por la intervención del hermano de Abby. Su poder ayudó a la tierra a sanar más rápido. Lo dicho, él es vida, yo soy muerte.

Mi rubia amiga entra en el recibidor como un vendaval y apaga la televisión, me mira poniendo las manos en sus caderas.

— ¡Nada de eso fue tu culpa!

— ¿Puedes decirme cómo no lo fue? Porque me parece que el haber convocado la ventisca me hace responsable de todas esas muertes –le respondo.

Abre la boca y ya se lo que va a decir, que yo estaba casi inconsciente, que no tenía dominio sobre mi misma. Si, tiene razón. De esa noche solo recuerdo que mi cuerpo ardía como si estuviera envuelto en llamas y que necesitaba enfriarme, supongo que ahí fue donde convoqué el desastre. Responsable o no, no tengo tiempo para la autocompasión. Las calles han sido despejadas, lo que significa que es tiempo de volver a la escuela. Tengo que mover mi trasero y tratar de encontrar al soñador, y debo hacerlo deprisa.

Me levanto del sillón y esta vez, soy yo la que tira de Abby en dirección a la escuela.

— Venga, vamos, además, en la radio han anunciado que hoy en la escuela se realizará un homenaje a los fallecidos.

Como vamos temprano, podemos evitar el uso del autobús, y acabamos dando una caminata, lo que además, me sirve para evaluar los destrozos que ocasioné. En realidad, la infraestructura de la ciudad no sufrió tanto, algunas ramas caídas, un par de cables del tendido eléctrico que fueron al suelo, alguna que otra ventana rota. El mayor desastre está en la carretera, varios coches habían colisionado y todavía no conseguían limpiar del toda la catástrofe.

El instituto no había sufrido grandes daños, aun así, el silencio era patente. La mayoría de los estudiantes solo se arrastraban de un lado a otro, nadie hacía bromas, nadie gritaba, a penas se hablaba en susurros, un aura deprimente ennegrecía todo, por los altoparlantes, escuchamos la voz del director convocando a todos los estudiantes al gimnasio.

Tres mesas han sido colocadas y cubiertas por manteles negros, una docena de fotografías enmarcadas sobre ellas, junto a diferentes arreglos florales. Pensaba que el homenaje sería por los ciudadanos fallecidos, ahora comprendo el silencio. La muerte también había tocado aquí, doce de los chicos con los que antes compartí clases, se han ido, y todo por mi culpa. No puedo evitarlo, y entierro mis manos en mis cabellos.

— Sí, claro, ahora hazte la deprimida.

Levanto la cabeza al escuchar la voz de Lyn. La observo, asustada de que, de alguna extraña manera, haya descubierto que yo soy la responsable de este desastre, sin embargo, no es a mi sobre quien está puesta su mortífera mirada. Le sigo el curso, y me sorprendo de encontrar a una demacrada y llorosa Kimberly. Miro a un lado y otro varias veces, tratando de convencerme, y sí, definitivamente es entre ellas.

— Lyn, ¿qué pasa?

— ¡Olvídalo, princesa!

Descarta mi preocupación con un gruñido y un encogimiento de hombros. Soporto estoicamente el discurso del director que dura al menos media hora. El ambiente opresivo no hace sino empeorar mi propio malestar. Los alumnos se levantan y forman filas para ofrecer sus respetos en el improvisado altar, algunos llevan flores, velas y hasta globos y osos de peluche. Abby se incorpora y me da una mirada, como pidiendo autorización, le respondo con un asentimiento. La chica es toda dulce y compasiva, nada que ver conmigo. No soportaré este numerito por mucho tiempo más. Cuando todos los alumnos están haciendo la fila, yo dirijo mis pasos a la salida. Tampoco soy tan hipócrita, no tengo derecho alguno de estar aquí, mucho menos de pasearme frente a esos retratos. Me toma todo mi autocontrol mantener un paso estable, sin embargo, una vez que las puertas del gimnasio se han cerrado a mis espaldas, simplemente echo a correr. No tengo un rumbo definido, ni que es lo que voy a hacer, solo necesito escapar. Alejarme de todo el dolor y la destrucción que he provocado.

Mi escapada termina abruptamente, cuando me golpeo contra alguien. Escucho su quejido de dolor, al mismo tiempo que un par de brazos me sujetan por los hombros, para estabilizarme.

— ¡Lo siento! –murmuro distraída

— Es bueno ver que me has extrañado tanto como yo a ti, preciosa.

La voz es burlona e insinuante, y un conocido calor se expande por todo mi cuerpo, haciendo la guerra con los oscuros sentimientos que hasta ahora me habían dominado. Levanto la cabeza para encontrarme, directamente con el rostro divertido de Linder.

Linder:

He extrañado a la chica con locura. Lo que duró estos dos días, prácticamente pierdo la cordura. La necesidad de verla era tan imperiosa como respirar, lo único que me mantuvo en mi lugar fue la preocupación por su bienestar, sabía que Lay la protegería de cualquier eventualidad, pero que el peligro que representaba la existencia de un fae de invierno para ella, solo yo podía disiparlo. Cuando percibí el familiar calor de su cuerpo contra el mío, realmente fue como si volviera a estar completo. La sujeté por los brazos, para darle estabilidad, pero más que todo, para asegurarme de que no fuera a escapar.

— Es bueno ver que me has extrañado tanto como yo a ti, preciosa.

Las bromas es el camino más seguro cuando hay esta pelota tan grande de emociones en mi interior. Ella levanta la cabeza y me observa, hay incredulidad, pero también una chispa de emoción, sin embargo nada de eso consigue ocultar la acongojada expresión de su rostro.

— ¿Qué ocurre? –inquiero preocupado.

Sorina no es el tipo de chica que va por ahí llorando como una magdalena. Algo realmente malo tiene que haberle sucedido. Me mira y abre la boca un par de veces, pero ningún sonido sale de ahí. Justo entonces recuerdo que Lexen y Kai están a mi lado. El pelirrojo nos da una mirada contrariado, pero Lex me dedica un gesto afirmativo con la cabeza. La tomo de la mano y tiro de ella alejándonos de mis amigos:

— ¡Venga, vamos!

Rina no dice nada, simplemente se deja llevar. Acabamos en la azotea del instituto. Una brisa fría nos despeina, pero tenemos la soledad que necesitamos. La llevo hasta el muro de contención y enfrentando mi mirada con la suya, repito la interrogación. Ella hace un par de movimientos negativos con la cabeza, antes de comenzar en un susurro:

— Nada, yo..., es el ambiente de la escuela. Es todo.

Como en todos los lugares, la muerte también ha golpeado aquí. Estaba al tanto del servicio-homenaje que se llevaba a cabo en el gimnasio. Si bien Sorina no es exactamente Miss Popularidad, se que para ningún humano es agradable enfrentarse a los efectos de la parca. Intenta rodearme y regresar a la planta baja, pero la detengo entrelazando mi mano con la suya. Se muerde el labio inferior y aun sin el incipiente lazo entre nosotros, sería perfectamente capaz de percibir su malestar. En cierta medida es divertido, Sorina es tan orgullosa que no debe serle fácil encontrarse en este polo de las emociones cuando hace nada nos estábamos pidiendo la cabeza. Da igual, yo si que no tengo problemas para ello. Tiro de ella y la giro, pegando su espalda contra mi pecho, mis brazos se cruzan sobre su cuerpo, aprisionándola. Deposito un beso en su cuello, se pone rígida unos instantes si, no es una persona muy afectiva, aunque pueda percibir toda una gama de sentimientos cariñosos bullendo en su interior.

— Te extrañé estos dos días –murmuro colocando el mentón en el hueco de su cuello.

Su cuerpo se relaja entre mis brazos, percibo el cambio en sus emociones, y el enorme esfuerzo que hace por volverlas a su lugar. La observo, mantiene los ojos cerrados, una lucha constante contra si misma, aunque no puede evitar la débil sonrisa que pliega sus labios. Me pregunto, ¿por qué se niega tanto a sus emociones?

— Y tú –pregunto de vuelta– ¿No me echaste en falta?

Aunque me encanta la idea de mantenerla así, encerrada contra mi cuerpo, necesito una respuesta suya. Quiero acabar con esa desconfianza suya, necesito saber que este llamado la afecta tanto como a mi. Respira con fuerza un par de veces, antes de atreverse a mirarme, hay un brillo de felicidad, aunque también cierta melancolía, levanta la mano, y traza las líneas de mi rostro con cuidado, como si quisiera memorizarlas, un bonito sonrojo cubre sus mejillas:

— Cada segundo –admite con suavidad.

De haber sido en otro tiempo, o con otra chica, habría quebrado en una sonrisa de suficiencia, ahora, todo lo que pude hacer fue evitar un ridículo baile de victoria, y solo la besé como venía queriendo desde la tarde que la dejé en su departamento.

— ¿Cómo se comportó Abby? –pregunto luego de cortar el beso.

Ríe con suavidad y me doy por satisfecho, sabiendo que alejé la oscuridad de antes. Ella volvió a girarse entre mis brazos, ofreciéndome la espalda, para contemplar el horizonte, pero esta vez, se acomodó entre ellos, recostando su cabeza en mi hombro.

— Me advirtió como eras un peligro para mí –dice en un murmullo

— Puedo imaginarlo –respondí en un gruñido

Lo cierto es que no compartía su diversión. Podía imaginar a Lay contándole un par de historias comprometedoras. Se que no tengo un historial impecable, y normalmente no me preocupaba por ello, pero con ella, no se porqué de repente es importante. No quiero que mis elecciones pasadas se mezclen entre Rina y yo. Todavía está el cómo voy a explicarle esto a mi madre, estoy bastante seguro de que ella ya tiene planeado buena parte de mi futuro, he logrado eludir hasta ahora sus intentos de enlazarme, después de todo sigo siendo bastante joven para los esquemas faes, pero no creo que se muestre muy contenta de saber que tengo como compañera a una humana. Sorina no sobreviviría en mi mundo, los humanos que eran llevados allí, perdían su propia esencia. Acababan en la locura, y desaparecían en poco tiempo, convirtiéndose en comida de los faes, y yo, en este mundo tampoco lograría sobrevivir mucho tiempo. Nuestra raza necesita el contacto con la tierra que le dio origen, o nos desvanecemos, como sea que lo mires, es un desastre. Vuelvo mi atención a la chica que tengo entre los brazos, nuestras miradas se encuentran, supongo que lo averiguaremos durante la marcha.

— Necesitamos volver a clases –me dice, luego duda durante unos segundos antes de decir–, y será mejor que tomemos las cosas con calma. Por lo menos en frente de los demás, se que Matt...

Aprieto los dientes ante la mención de Kai y le doy una mirada que no admite réplica:

— Los demás pueden irse a la mierda. Tú y yo perdimos demasiado tiempo. Al que le moleste que se joda. ¡No me estoy retirando!

Con eso, entrelazo mi mano con la suya y la llevo escaleras abajo, y así mismo, entramos juntos al salón dos veintitrés. La señorita Mankis no ha llegado todavía así que tenemos tiempo para acomodarnos. La acompaño hasta su acostumbrado asiento, y noto las miradas de todos en nuestras manos entrelazadas. Kai nos da una mirada y niega repetidamente con la cabeza.

— Estás cometiendo un error enorme –le dice a Sorina.

Sorina se pone rígida, y yo siento que mis músculos se tensan bajo la camisa.

— ¿Algo que quieras comentar, Matt? –le reto mirándolo directamente a los ojos.

El chico se para de un salto y abre la boca, una mirada peligrosa en sus ojos, y se que está a segundos de decir algo que me lleve a golpearlo hasta la inconsciencia. El salón está en completo silencio, todos los estudiantes pendientes de nuestro concilio. La mano de Rina va directa hasta el brazo de Kai y le dirige una mirada que muy bien pasaría por suplicante:

— Matt, por favor –dice en un murmullo

Mi compañero pelirrojo, aprieta los dientes, pero no deja de mirarla. Hay un millón de silenciosos mensajes entre estos dos. ¿Qué mierda...? Kai baja la cabeza y niega un par de veces, antes de tomar sus libros y salir del salón dando un portazo. Con cierta tristeza, Sorina se deja caer en su silla. No hay mal que por bien no venga, pienso mientras me acomodo en el sitio que antes ocupara el chico. Estoy a segundos de interpelar a Rina por lo sucedido, cuando se abre la puerta del salón, y entra la profesora.

Sorina:

La tensión fue palpable el resto del día. Linder y yo no compartíamos más clases juntos, pero el resto del estudiantado no me quietaba el ojo de encima. Incluso más de una vez recibí miradas acusatorias, y me pregunté porqué, hasta que en una de mis clases, me encontré con Kim. Diferente a otras ocasiones, la chica no era el centro de atención, se había apoltronado en uno de los últimos sillones y mantenía la cabeza gacha. Una expresión atormentada en su semblante. Nuestros ojos se encontraron por unos instantes, y me esquivó con rapidez, había miedo y tristeza en su expresión. Lo del miedo lo entiendo, después del último encuentro que habíamos tenido, era natural, pero la depresión y esa tristeza eran completamente nuevas, y ciertamente no le pegaban.

Durante el almuerzo apresuré mis pasos para llegar a la mesa que habitualmente compartía con Abby. Necesitaba hablar con ella.

— ¡Ey! ¿Qué tal tu mañana? –pregunté sentándome a su lado

Ella me da un encogimiento de hombros antes de darme una mirada oscura:

— Una pérdida total, de tiempo –responde y suelta un bufido preocupada–. Resulta que los dibujos desaparecieron.

— ¿Disculpa? ¿Qué?

Se acaricia el ceño antes de responderme:

— Lexen se coló en los departamentos de archivo, quería examinar el resto de los dibujos de nuestro soñador, y no están. No hay ninguno. Alguien se nos adelantó.

Así que hay un tercer jugador. Muy bien, esto comienza a ponerse interesante. Hasta ahora, habíamos asumido que nuestro soñador sabía esconderse de nosotros, pero que sus dibujos hallan desaparecido abre otras dos opciones. O existe otro fae en su busca y se nos adelantó, y eso no es bastante difícil, alguno de nosotros debería haberlo sentido, o nuestro amigo tiene a alguien que le cuide las espaldas. Como sea, esta nueva pieza de información, cambia un poco las cosas. La llegada de Lyn interrumpe nuestra conversación. La chica luce más hostil que de costumbre, y eso ya es decir mucho. Abby y yo intercambiamos una mirada, la chica le clava el tenedor a su ensalada casi con saña.

— Lyn... ¿Está todo bien?

Lanza una risa sarcástica y continúa apuñalando su comida como si fuera su peor enemigo.

— No, princesa, dudo que algo vuelva a estar bien, alguna vez.

Con mi carácter, la respuesta más natural hubiera sido mandarla a freír tuzas, sin embargo descubrí una nueva faceta más doméstica y nos sorprendí a todos, adoptando una voz más suave:

— Oye, ¿qué pasa?

Si, hasta Abby me miró como si me hubiera salido otra cabeza, sea lo que sea que haya dicho, Lyn soltó su tenedor y apretó los puños. Distinguí el brillo de sus lágrimas, respiró profundo un par de veces antes de responder:

— Es mi abuela. Me educó desde la muerte de mi madre, había salido a por unos recados ayer en la tarde, la ventisca la sorprendió a medio camino, y un coche descontrolado la estampó contra el muro exterior de la farmacia. Cuando llegó al hospital ya estaba en shock. Murió antes de entrar a cirugía.

¡Como si necesitara más razones para sentirme como mierda! Lyn aprieta las manos en puño y se muerde el labio inferior. Hace hasta lo imposible por retener las ganas de llorar. En estos momentos no hay nada que pueda decir, un lo siento no es suficiente, aun cuando, como responsable que soy del desastre, es lo mínimo que le debo. Curiosamente, es Abby quien rompe el silencio. Con su compasión habitual, mi rubia amiga, le aprieta una mano en gesto de consuelo mientras dice con voz suave:

— ¿Y por qué estás aquí? Deberías estar en casa, descansando, y preparando las cosas para el servicio, ¿cuándo será?

— Hoy por la tarde. Lo cierto es que no podía quedarme en casa. Es demasiado opresivo. Una de mis tías paternas se ha ocupado de todo. De aquí me salgo para el cementerio.

Suelta un suspiro triste, y algunas lágrimas rebeldes consiguen escapar de su férreo control.

— ¡No puedo pensar en regresar a casa esta noche y que ella no esté!

— Si quieres, podemos ir y hacerte compañía un rato –se ofrece Abby.

¡¿Qué?! ¡¿Está demente?! Mi rubia compañera ignora por completo mi cara de horror y se concentra solo en Lyn. La chica le da un pequeño asentimiento y una sonrisa agradecida. ¡Abs, conseguirá que me maten! Nuestra conversación dura poco, porque segundos después nuestra mesa es invadida, primero por Kai, después Lexen y Linder. El príncipe y el pelirrojo se dan unas miradas asesinas, pero el hermano de Abby se sienta cómodamente a mi lado y comienza una amena conversación. No me pasa desapercibido, que Lyn se mantiene en silencio, apenas si aparta la mirada del plato.

Abby:

Rina y Linder parecen demasiado cercanos. No quiero comenzar un análisis de todo lo que eso implica. No puedo preocuparme por eso ahora, tengo que confiar en que ella será lo bastante inteligente como para mantener las distancias con mi hermano. Las clases terminan pronto, toda la ciudad está imbuida en las labores de saneamiento y recuperación así que no nos quieren demasiado tiempo en la escuela. Se que Sorina no está feliz con eso de servir de compañías a Lyn, puedo decir que se siente culpable por lo que sucedió, y debo reconocer que tiene sentido, pero quizá esta sea la única manera de hacerla enfrentar la situación. Le digo que me adelantaré, tengo que dejarla sola unos minutos, que haga las paces consigo misma, pero que salga adelante.

Lyn no vive tan lejos de nosotras. A penas unas tres o cuatro manzanas. Se trata de una bonita casa estilo victoriano, de dos pisos, pintada de blanco y con un bonito jardín. Para horror mío, la verja que la separa de la calle, aunque bonita y con diseños delicados, es completamente de hierro. No hay manera en que pueda cruzar esta cosa sin ayuda, con alivio me doy cuenta de que la puerta está abierta, la atravieso disfrutando del jardín. Está bien cuidado, y hay una gran variedad de plantas, no todas son ornamentales, de echo la gran mayoría se que tienen propiedades medicinales, al parecer la abuela de Lyn era una botánica. Subo al porche de la casa y voy a golpear el timbre cuando percibo cierto escalofrío en mi espalda. Un raro presentimiento. Las ventanas de la casa están abiertas, y puedo ver dos vasos de te en una mesita en el recibidor, uno de ellos volcado de costado y derramando parte de su contenido, el aroma que da contra mi nariz me pone los pelos de punta.

En silencio y de puntillas comienzo a rodear la casa, tengo que llegar al patio. Aquí tampoco hay nadie, completamente desierto. La puerta trasera de la casa está cerrada, sin embargo llama mi atención la cantidad de plantas que hay sembradas también en esta parte, en la tierra, en jarrones, hasta en cacharros viejos y en desuso. Siento todo el cuerpo tenso, algo no está bien. Mi mirada es atraída hasta el viejo cobertizo, la puerta está entre abierta y hay algunas vasijas rotas, como signos de forcejeo. Camino despacio no parece haber nadie, me adentro con cuidado, observando todo, viejos potes de pintura, alambres, herramientas. Nada fuera de lo común, hasta que en la esquina más alejada veo un bulto sospechosamente grande y cubierto con una vieja lona. Con manos temblorosas, descorro el material y ahogo un grito cubriendo mi boca con las manos.

Es Kai. El chico está atado de pies y manos, una mordaza sobre su boca y su piel ha adquirido un color cetrino. Retiro la venda de sus labios y golpeteo su mejilla tratando de hacerlo reaccionar. Apenas consigue abrir los ojos, sin embargo, cuando el reconocimiento se abre paso susurra:

— Vete, Lay. Esto...

— Kai, ¿quién hizo esto? ¿Dónde está Lyn?

— Tra..., Tram...

Su cabeza se balancea de un lado a otro y no parece capaz de decir una sola frase coherente. Kai es uno de los mejores guerreros que conozco, no hay muchas cosas en este mundo que puedan dejarlo fuera de combate.

— Una trampa, supongo que es lo que quería decir –concluye una voz sarcástica a mis espaldas

Me giro como una peonza, escudando a Kai con mi cuerpo. Mis ojos se abren con incredulidad. Lyn. Lyn está justo ahí, en la puerta del cobertizo, odio puro en su expresión. Me observa y aprieta la mandíbula.

— Lyn, ¿qué has...?

— ¿Qué he hecho? –pregunta con una risotada–. ¡Devolver el golpe almenos una vez! Defenderme. Ustedes se creen que pueden venir y tomar de nosotros como si fuésemos ganado. Lo siento, ahora ustedes son el ganado.

Trato de dar un paso en su dirección, necesito calmarla. La chica saca un frasco vaporizador que hasta ahora había oculto en sus manos y lo rocía sobre mí, el efecto es instantáneo. Todas mis fuerzas mi abandonan, y literalmente caigo al suelo. Estoy conciente, no tengo mareos ni nada, es solo que mis miembros no pueden sostenerme. Lyn se adentra en el cobertizo y me da una patada:

— Una lástima. Me caías bien, Abby –empieza a reír, pero hay más dolor que sarcasmo–, pero por supuesto, se suponía que así sería, y ah, si, seguro que no te llamas Abby. Bueno, déjame decirte algo, mi familia no es ganado para tú especie. Es tiempo de que sufran lo que nosotros sufrimos.

— Lyn, ¿qué hiciste? –inquiero yo– ¿Por qué?

— Una mezcla de hierbas especiales –responde–, muy pocos las conocen ya, pero para mí es vital. Ya vez, puedo reducirlos sin necesidad de usar el hierro. No que se los merezcan, ustedes no tienen la menor compasión.

La chica se encamina a uno de los estantes y saca otra mezcla de yerbas, la pulveriza entre sus manos y vuelve con nosotros:

— Lo siento, Abby. Pero no me voy a sacrificar para que ustedes cumplan sus caprichos. No te preocupes, no te dolerá.

Extiende el polvo sobre mí, quiero detenerla, decir algo, sin embargo, hay tal resolución en su mirada que se todo será en vano. Mi cuerpo no se mueve, aun así, lucho por alcanzar mi magia, tengo que hacer algo, no puedo simplemente quedarme aquí, no puede terminar así.

Lyn sale despedida a la pared contraria, y es sujeta contra una de las estanterías por cuerdas invisibles. Las temperaturas descienden dentro del pequeño cobertizo. La veo luchar tratando de usar los polvos que trae en la mano, pero sólidos trozos de hielo, clavan sus muñecas y tobillos a la pared, inmovilizándola por completo.

— ¡Será mejor que comiences a explicar ahora! –demanda una furiosa voz femenina–, o yo si te enseñaré lo que es dolor.

Lyn y yo dirigimos la mirada a la puerta al mismo tiempo. Incredulidad, sorpresa cruza su expresión:

— ¿Tú? –pregunta con extrañeza–. Eso es imposible. Tú no eres fae.

Sorina la observa enojada desde la entrada. Se cruza de brazos, cierra los ojos por un instante y sacude la cabeza. Percibo la ondulación de magia en el aire, y segundos después, ha recuperado su forma mágica.

— ¡Eres una arrogante si crees que tú solita puedes determinar quien es fae y quien no! –responde.

Lyn frunce los labios en un gesto de terquedad. Sorina camina despacio al interior, hace un gesto con la cabeza, la magia pulsa en el aire y escucho a Lyn quejarse de dolor.

— Tus estúpidos trucos de salón no son capaces de afectarme –dice Rina–, así que te aconsejo que comiences a hablar. ¡Ahora!

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