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Capítulo 1


Seis meses antes.

Sorina:

Aseguro la capa sobre mi cabeza, en la tierra de invierno los vientos son helados y fuertes. Escucho el sonido de un cuerpo al caer, amortiguado por el grueso colchón de nieve. Observo la criatura que se levanta ante mi. Debe medir casi los dos metros, que se hacen más evidentes por su posición bípeda. Tiene patas largas y fuertes que terminan en tres afiladas garras, cuerpo que insinúa una silueta femenina, recubierto de plumas gruesas teñidas de sangre. El rostro femenino es de una belleza aterradora y cruel, ojos grandes que parecen de acero bruñido, La boca y nariz se curvan en una suerte de pico de acero, largos cabellos rojos. Lo mas humano de todo son los brazos, que no están cubiertos de plumas, aunque si con diferentes brazaletes de cobre, y las manos terminan en afiladas garras justo como los pies. La arpía me da una mirada y se eleva un poco del suelo con movimiento de las poderosas alas que salen de su espalda. Se qué va a atacarme, la dejo tomar impulso y lanzarse hacia mí, entonces levanto mi mano derecha, y murmuro el hechizo que he creado hace días. La arpía deja escapar un graznido cuando la congelo en medio del aire. El sonido es una mezcla de frustración y odio.

__ Tait' man dactis -digo sin apartar mi mano.

Veo los ojos de la criatura abrirse con sorpresa. El batido de las alas se hace más lento, perdiendo intensidad al mismo tiempo que registra como perdida esta batalla.

__ Hija de Arella -dice con su voz metálica-. ¿Qué vienes a hacer a mi nido desafiando las órdenes de tu reina?

Cierto. La reina de La Corte de Invierno, me había desterrado hacía algún tiempo, y eso era lo mismo que pintarme una diana en la cabeza. Se suponía que jamás volviera a cruzar los portales del mundo mortal hasta la tierra de los fae, de echo, según tengo entendido, los faes de invierno tienen todos la orden de cazarme, y realmente no es que hubiera muchas cosas que yo extrañara en verdad, pero la necesidad es la madre de todas las decisiones, y dos puntos muy grandes me obligaron a desafiar la ley y el poder de la reina. Lo primero, sin importar lo fuerte que sea, o que tan bien se alimente, un fae necesita sentir la fuerza de la tierra que le dio origen, y alimentarse de ella, de lo contrario se irá consumiendo y caerá en la locura, por otro lado, a veces se necesitan cosas que solo se encuentran en la tierra mágica. Hasta ahora cada vez que he tenido que cruzar siempre he sido muy cuidadosa, mantengo mi forma humana y evito encontrarme con cualquier criatura, hoy no me salió bien la segunda parte, sin embargo tampoco esperaba que la arpía me reconociera.

__ Haz sido capaz de reconocerme -dejé caer mi capa y mi hechizo de ocultación-. Tanto peor para ti.

El conjuro que me mantenía en forma humana desapareció, mis cabellos se tornaron rojos y rizos, mi piel marmolina recuperó su brillo lunar, en mi boca los dientes se volvieron pequeños y afilados, y sabía que en mi frente estaba ahora la marca del beso del invierno, la media luna creciente abrazando un plateado copo de nieve que enviaba dibujos tribales a lo largo de mis sienes hasta llegar a mis mejillas, en el ángulo externo de mis párpados brillaban, cual lágrimas, dos cristales con el color del cielo de medianoche. La arpía chirrió asustada y trató de alejarme batiendo más fuertes sus alas.

__ Nas' maug catig -al instante las alas de la criatura se doblaron hacia abajo y la arpía cayó al suelo atada por cuerdas invisibles, me acerqué un par de pasos-. Pude haber tomado lo que quería y marcharme y tú y tus pichones habrían continuado viviendo igual, pero no, tenías que ser toda inteligente.

Miedo surcó la expresión de la bestia, puedo haber sido renegada por mi corte, pero todo el mundo sabe que no es buena cosa molestar a un fae oscuro, mucho menos a uno besado por el invierno.

__ No metas a mis crías en esto -suplicó.

Me limité a observarla con dureza. Ya había decretado su muerte.

__ Fuiste tú quien tomó la decisión, no yo.

Sin apartar los ojos de la arpía que continuaba de rodillas en el suelo, extendí la mano y le arranqué el corazón del pecho. La bestia mantuvo su mirada en mí durante algunos segundos y después cayó al suelo emitiendo un bajo estertor. En mi mano una preciosa gema roja titiló un par de veces antes de apagarse. La envolví en un paño de seda y lo guardé en mi mochila, no había sido mi objetivo cuando vine aquí, pero tampoco me quejaba. Pagarían bien por él en "El hueco".

Aquí está la cosa, hace un montón de años, humanos y criaturas mágicas convivían juntos, tanto que llegaron a mezclarse y producir toda clase de mestizos, cuando, sea la razón que halla sido, las cortes fae decidieron volver a la dimensión mágica, no todas las criaturas lo hicieron, sin embargo los mestizos que quedaron del otro lado necesitan de la magia, aunque no pueda usarla con tanta facilidad como los puros, así que emplean amuletos y objetos traídos desde esta dimensión. Así fue como se creó "El hueco" el mercado negro supernatural. La gente compra, vende y trueca mercancías, unos a otros, nadie pregunta razones y todo el mundo consigue un precio justo. Si tienes un poco de valor y poder en ti mismo y estás tan desesperado como yo lo estoy puedes aceptar pedidos por encargo, y de paso jugarte un poco el pellejo.

Dejo el cuerpo de la arpía y me arrastro entre la nieve hasta la cornisa donde entre rocas oculta su nido. Hay un reguero de plumas viejas, porquería y cascarones de huevo. Aprieto el embozo de la capa sobre mi nariz, luchando contra el hedor que se abate contra mi nariz, salto dentro del nido, es mucho más grande de lo que imaginaba, tendré que trepar para salir de aquí. Me pongo a revolver los desórdenes de plumas, hasta que en una esquina percibo un brillo perlado. Bingo. Remuevo la porquería y encuentro una piedra, con la forma y tamaño de un huevo de avestruz, solo que es macizo y con el color y la consistencia del ópalo. Esto es por lo que he venido. Todas las arpías guardaban una o dos de estos. Eran piedras rarísimas capaces de absorber cualquier clase de magia. En teoría, crean un agujero negro, un vacío de magia. Quien la usa no puede acceder a su poder, pero tampoco puede ser alcanzado por ningún hechizo. De forma que pueden ser tanto un escudo, como un grillete.

Nadie sabe donde las encuentran, sólo que si hallas a una arpía, hallas la piedra. ¿La razón? Las arpías no tienen mucha magia en si misma, pero son perseguidas por las razas mágicas por sus fuertes alas, sus garras de acero, y por sus corazones, que pueden ser usados como depósitos de poder y tótems. Muchos faes usaban la magia para someterlas y cazarlas, llegó una época en que casi se extinguieron, las arpías comenzaron a anidar en lugares altos, y solitarios. Cuando descubrieron las gemas empezaron a apropiarse de ellas, con su poder esquivaban la detección mágica de sus enemigos, y en una batalla, estaban más que igualados. Fue una verdadera suerte que esta arpía solo estuviera en posesión de una y que la tuviese dedicada a la protección de su nido. De haber sido inmune a mi magia las cosas se habrían puesto un poco feas. Envolví con cuidado el huevo y lo guardé en mi mochila. Crack... Crack. ¿Qué rayos? Eso sonó como si algo se quebrara. Entonces de la nada, unos chillidos agudos, estuvieron a punto de perforar mis tímpanos. En una esquina dos polluelos se pegan el uno al otro mientras se desprendían de trozos húmedos de cascarones, y me dan largas miradas con sus grande ojos plateados, al mismo tiempo, un tercero se lanza a por mi, todavía húmedo y con pasos torpes. Le doi un puntapié que lo envía junto a sus hermanos.

__ Quietos, polluelos, que los dejo igual que su madre.

Las crías me miran y yo los imito. No son mayores que un niño humano de tres meses, tienen las mismas patas fuertes de su madre, el cuerpo recubierto de plumas, solo que las suyas apenas si son una suave pelusa gris, y todavía estaba húmeda, dándoles el aspecto de un gato ahogado. Tienen el cuerpo regordete y se mueven de forma torpe. ¡Mierda! Son demasiado pequeños. Normalmente las crías se quedaban en el nido durante siete u ocho años, pero con cinco ya cazaban por sí mismos, así que quedarse huérfanos no era tan desastre, sin embargo, estos pichones serán carne de carroña en cuestión de horas. Son demasiado pequeños, sin su madre, cuando desciendan las temperaturas en la noche morirán de hipotermia. ¡Vaya, con mis impulsos! A ver si no habría sido menos problema simplemente sujetar a la madre hasta robar el huevo. Ya, pero ella me había descubierto, y... ¿Seré estúpida? ¿Qué haría, encontrar a la reina Arella y contarle? Seguro, porque la pájara quería que todo el mundo mágico supiera de su existencia. En fin, aseguro la mochila en mi espalda, me aferro a uno de los salientes de roca y lucho por izarme. Escucho un débil lloriqueo a mi espalda y cometo el error de voltear la mirada, los tres pichones se mantienen pegados entre sí, tratando de escudarse de las bajas temperaturas, una mirada acusadora en sus grandes ojos de color metálico. Suspiro. Camino hasta ellos, me quito la mochila de la espalda y me la cruzo al pecho, murmuro un hechizo rápido abro los cierres, echo garra de los polluelos y comienzo a acomodarlos dentro del bolso. Pierdo unos preciosos diez minutos tratando de acomodar al que golpeé, resulta todo un luchador, y como resultado cuando acabo tengo el cabello revuelto, un rasguñazo en la mejilla y la cabeza me palpita de tantos chillidos que ha dado. Malditos impulsos. Aseguro las crías en mi bolso y trepo para salir del nido. Me cubro bien con la capa, y emprendo mi camino, evitando el sendero donde dejé el cuerpo sin vida de la arpía madre. Logro encontrar el portal de salida al mundo humano sin más traspiés. No obstante, he elegido un portal que me deja a dos ciudades de distancia de mi destino. Nunca se puede ser demasiado precavido. Me obligo a subirme a un autobús, estar rodeada de tanto hierro no sólo es peligroso e incómodo, sino también masoquista de mi parte. Como todos los fae, tengo una total aversión al hierro, el más mínimo roce es ultra doloroso, ningún fae en su sano juicio se expondría así, por lo que es el medio perfecto para despistar a posibles perseguidores. Me siento muy tiesa en mi asiento, luchando por no tocar nada, y rezando porque las crías se mantuvieran en silencio. Cinco horas y dos trasbordos después, me encontré observando el viejo cartel de bienvenida de la estación de Nueva Catalina. Justo a tiempo, porque las crías comenzaban a removerse y gemir. La gente a mi alrededor empezaba a mirarme raro. Apretando los dientes apresuré mis pasos por los callejones menos transitados.

Linder:

Observo la batalla desde la cumbre, vamos bastante igualados, aunque el ejército de Verano tiene una ventaja importante: nuestras alas, lo que nos permite atacar desde todas las direcciones. Me parece extraño que los fae de Invierno no las tengan. Nuestras razas tienen un origen común, y los principios de nuestra magia son semejantes también, sin embargo mientras en Verano todos podemos volar, en Invierno sólo la reina y algunos de sus caballeros tienen alas. Una vez le pregunté a mi madre sobre ello, la reina Cardania se limitó a encogerse de hombros y responder que si bien hacía un montón de tiempo los fae de invierno habían tenido alas, esa característica había ido desapareciendo en el tiempo, sin que nadie pudiera explicarlo. Claro, que esa información era de mucho antes que comenzara la primera guerra entre nuestros reinos, así que..., quién podía asegurar que fuera todo cierto. Por otro lado, nuestras especies no podrían ser más diferentes. Mi gente reflejaba la vida, el bosque y el día, abundaba en colores, los de invierno llevan el frío y las tinieblas. Sus ropas oscuras contrastan con la palidez blanco lechosa de su cuerpo más parecen cadáveres que seres de magia, y su poder es capaz de corromper la tierra que pisen.

Vuelvo a mirar el campo de batalla, que no tengan alas no quiere decir que no hallan encontrado como igualar la situación, los faes oscuros descubrieron como someter a varias de las criaturas voladoras que habitaban nuestras tierras, así que ahora desde lo alto nos atacaban pegazos, fénix y arpías.

__ ¡Cairl! -mi segundo al mando se acercó con un catalejo en la mano-. ¿Qué tan cerca están?

__ En unos momentos comenzarán a adentrarse en el primer anillo.

__ Bien -contesto yo-. Ya va siendo hora de terminar esta batalla.

Y era cierto. Peleábamos por un territorio que surcaba los dos reinos, y que hasta ahora ninguno lograba adjudicarse. Lo cierto es que era un punto estratégico, no solo por los recursos que significaba aquellos terreno, sino porque representaba seguridad y avance para la nación que lo poseyera. La batalla se había prolongado demasiado tiempo, era tiempo de demostrar la superioridad de Verano. Cuando nuestros enemigos alcanzaron el punto deseado, le di la orden a Cairl. En el campo de batalla el suelo se estremeció agrietándose. Tupidas enramadas cubrieron el campo encerrando a los oscuros, varios de nuestros mejores magos sobrevolaron al ejército de invierno recitando el conjuro que habían creado durante la última semana. Un domo transparente cubrió el cielo y se unió con las enramadas que se levantaron en el terreno. Antes que pudieran siquiera preguntarse que sucedía o cómo impedirlo, mis magos habían completado el conjuro, y ninguno de los fae de invierno podía tener acceso a su magia. Justo entonces di la orden de atacar. Fui el primero en entrar a la batalla, había un placer innegable en ser capaz de predecir los movimientos de tu enemigo y terminar siempre con la victoria en la mano. Mi espada cantaba en mi mano, llevándome de un enemigo a otro. Tal vez si no hubiera estado preso por la euforia de la batalla me habría dado cuenta de lo mucho que me había alejado del resto del ejército, y del fae que se me acercaba por la espalda con la intensión de clavarme una espada.

Sorina:

Golpeé la puerta con los aldabonazos convenidos. Ya debía ser casi media noche, pero no me importó. Barien me había contratado para buscar la gema de la arpía, pero sus honorarios no cubrían horarios de entrega, además los tres polizontes que llevaba en la mochila se estaban convirtiendo en un incordio. Me separé unos pasos y observé mis alrededores. Estaba en el barrio Aurora, el más antiguo de Nueva Catalina, y por eso un lugar donde el turismo humano y fae se entremezclaba. Las casa antiguas y elegantes bordeaban las calles, mezclándose con varios negocios. Tiendas de ropa, librerías, farmacias, cafeterías, entonando con el ambiente antiguo de esta parte de la ciudad, sin embargo también era la tapadera del mercado súper natural, y mi cliente actual era uno de sus mayores jefes. La amplia puerta de madera se abrió con un chirrido. Una chica me frunció el ceño con expresión adormilada. Cabellos negros desordenados y grandes ojos color miel, era joven unos veintipocos, aunque realmente no se debe juzgar a un súper por su apariencia, quiero decir, yo misma, no aparento más de los diecisiete, y aunque técnicamente hablando soy una adolescente para los estándares fae, en realidad tengo doscientos cincuenta años, una década más o menos, pero... ¿quién lleva la cuenta?

__ Hola, May. ¿Puedes decirle a Barien que necesitamos cerrar el negocio?

La chica me frunció el ceño en lo que intentaba ser una mirada amenazante, pero se hizo a un lado dejando me pasar.

__ Ustedes y sus extraños horarios -refunfuñó

La chica me llevó a través del recibidor, abrió una de las puertas mostrándome el acogedor interior. Decorada con gusto y elegancia. Un escritorio de ébano, un moderno ordenador, ensamblado en plástico, y un cómodo sofá. Me dejé caer sobre los mullidos almohadones, abrí la mochila, las tres crías de arpía me dieron una somnolienta mirada. Rebusqué en el interior hasta encontrar las dos piedras cuidadosamente embaladas.

El brusco descenso de las temperaturas me avisó medio segundo antes que su voz.

__ En serio, princesa, hasta nosotros necesitamos dormir -dijo Barien con sorna.

__ Mis honorarios no cubre comodidades. De quererlas paga un extra -respondí sin mirarlo. Lo escuché reír divertido.

__ Siempre tan encantadora.

El hombre caminó unos pasos hasta ponerse en mi rango de visión. Como siempre me sorprendían sus características. Aunque también era un fae de invierno, su complexión física lo acercaba más a los humanos, alto, y ancho de hombros con músculos fibrosos, en contraste con la estatura media normal de los fae, los más altos a penas alcanzaban el metro setenta de altura, y los cuerpos delgados y de apariencia delicada. Barien tenía cabellos y ojos plateados, y exudaba un frío poder. Era otro desterrado, justo como yo, y uno de los dos súper que conocía mi verdadera identidad. El hombre era un negociante, y en otras circunstancias debería haberme preocupado que conociera mi secreto, sin embargo teníamos un fuerte punto en común: odiábamos a muerte a la reina de Invierno, y nuestra relación era beneficiosa para ambos.

__ Entonces, cariño..., ¿tienes lo que te pedí?

__ ¿Tienes mi paga? -respondí yo

Me dio una maliciosa sonrisa y me lanzó una bolsa repleta de monedas. Bien. Le entregué la pieza de ópalo, la estudió durante unos segundos hasta asentir complacido. Me recuesto un poco en diván y lo observo un momento antes de decir:

__ Tengo mercancía extra.

Me miró inquisidor y yo le extendí el corazón de las arpía. Barien observó fascinado la piedra. Instantáneamente sacó otra bolsa de monedas y me la lanzó. Luego susurró en un tono más bien admirativo:

__ En verdad eres una hija de Arella, no cualquier fae, y mucho menos uno de tu edad podría salir tan victorioso de una batalla con una Arpía.

Justo en ese momento las crías se removieron en mi bolsa, captando la mirada de mi interlocutor. Sin pedir permiso él se acercó y revisó la bolsa, abrió los ojos soprendido al ver su contenido. Me miró incrédulo. Yo me encogí de hombros.

__ Me pasé un poco con su madre, y no iban a sobrevivir solos. Confío que Abby, sea capaz de encontrar les un hogar.

Una mueca burlona curvó los labios de Barien.

__ Un fae de invierno sintiendo compasión -murmuró con burla- ¿No fue eso lo que te metió en problemas la primera vez?

Le di mi mirada más mordaz. Nunca hablaba de los motivos que llevaron a mi destierro, con nadie. Sin embargo a Barien le gustaba mucho verme rabiar. Bien dos podían jugar, me levanté y caminé hasta la puerta cuando dije:

__ Casi tan malo como desafiar la Orden de segregación de razas. ¿No es así?

Donde las dan las toman. No me giré a ver la oscura expresión de Barien. Abandoné el edificio y salí a las oscuras calles de Nueva Catalina. Me tomó dos horas de caminata llegar desde la urbe hasta los arrabales donde vivía. Si el barrio Aurora era el más antiguo, limpio, y habitado por los peces gordos y los niños bonitos de la ciudad, "el Antro" que era como llamaban a este vecindario estaba lleno de la gente de los bajos fondos. Siempre había música alta y violenta por algún lado, las casas se amontonaban justo como la basura y no era extraño encontrarse con algún indigente. Encontré el complejo de apartamentos que me servía de hogar, subí las escaleras en penumbras y llegué hasta la tercera planta. Tomé las llaves de uno de mis bolsillos, abrí la puerta con cuidado y entré. Todo estaba silencioso, supuse que mi compañera estaba durmiendo. Caminé con cuidado a través del pequeño recibidor,y encontré la puerta de mi habitación. Acomodé a los tres polizontes en un lío de mantas en una esquina del piso, y me lancé a la cama sin quitarme la ropa.

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