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01

Damian siempre sintió una fascinación especial por Raven.

Era preciosa, agraciada, con un atractivo muy distinto a las mujeres que él estaba acostumbrado a ver en los desiertos de Nanda Parbat o en las transitadas calles de Jump City.

Primero estaba su piel, esa que parecía espolvoreada en azúcar por lo pálida que era. Era una peculiaridad llamativa. Su cabello, corto y liso, era suave a la vista; resaltaba por su oscuro color y la forma en que caía sobre sus hombros curveados. Enmarcaba esa ovalada y perfecta mandíbula, escondiendo algunas veces las facciones tan sencillamente bellas de Raven. Su nariz pequeña, sus labios color coral, la espléndida gema rubí sangre de su frente y, por supuesto, esos ojos de demonio.

Oh, por Alá. Esa chica podría tenerlo a sus pies con una sola mirada.

¿Qué tenían sus ojos? Eran puntiagudos como los de un felino, con unas pestañas delgadas y oscuras que los acentuaban. Resaltaban. Igual sus cejas. ¿Lo mejor? Ese relleno que parecía sacado de una paleta de colores violeta y amatista.

Damian podía perderse en sus ojos.

—Dilo ya.

—Díficilmente sabré a lo que te refieres si sólo utilizas dos palabras en tu oración.

—Hay algo que te mueres por decirme, lo sé. Puedo leerte mejor que los humanos, ¿acaso lo olvidaste?

No, por supuesto que no lo había olvidado. Resultaría absolutamente imposible hacer a un lado esa parte demoniaca suya, siendo que eso era lo que la hacía tan bella.

Y, al mismo tiempo, la volvía peligrosa.

Y no se trataba de un peligro físico o mortal, no. Era más que eso. Porque Damian nunca sentía miedo de morir, pero sí de ser descubierto, de que alguien traspasara sus barreras emocionales y lograra ver más allá de lo que él permitía.

Para ser sinceros, no sabía qué sentir ante la intromisión de la mujer que en las últimas semanas se había vuelto la dueña de sus alientos.

—No hay posibilidad existente de que olvide aquello que te diferencia de los demás.

Raven abrió los ojos un poco, sólo un poco, porque aun con el tono neutral de Damian podía percibir que no lo había dicho como algo negativo. Se atrevía, incluso, a pensar que fue un halago.

Pero ella nunca se apresuraba a pensar nada.

—Claro, soy mitad demonio. Dudo que cualquiera que me conozca fuera capaz de olvidar un detalle así.

—Ellos no lo ven como yo lo veo.

La frase salió sin titubeos ni dudas, sólo un poderoso subconsciente escupiendo los pensamientos más profundos y secretos de Damian sin siquiera pasarlos por el filtro acostumbrado.

Quizá se debía al silencio sepulcral que había en la torre o al ambiente tan pacífico que se percibía en la cocina, al aire pesado o a las miradas reveladoras. Podía tratarse, también, del aroma a café de la mañana o a la luz que se colaba por la rendija de la ventana. Cualquiera de esas cosas debía ser un buen pretexto para que Damian estuviera empezando a perder la cordura. Cualquiera menos la mujer que tenía enfrente.

Ella lo miraba con escepticismo, analizando sus gestos. Clavaba su mirada amatista en él con tal fuerza que Damian se sentía ceder.

—¿Y cómo lo ves tú?

—Mi visión es muy distinta, es todo lo que necesitas saber.

Y dicho aquello se dio la vuelta, ocultando la premura que sentía por salir de aquel lugar que lo estaba llevando a un nivel de presión y tentación bastante intenso.

Solía disfrutar bastante encontrarse en la misma habitación que Raven. Contemplarla siempre era un deleite, mas no se sentía así de bien cuando era sometido a un interrogatorio. Él, alguien que apreciaba su privacidad tanto como la sangre que corría por sus venas. Le costaba a sí mismo verse arrinconado por un aura femenina.

Nunca se creyó capaz de caer en eso. Conocerla fue un giro radical a su propia ideología.

Y de alguna manera, eso le gustaba. Toda su vida fue acostumbrado a las emociones fuertes a través de dolores increíbles y esfuerzos inhumanos. Siempre conoció los límites de sí mismo, pero ¿qué tal se sentiría conocer los de Raven? ¿Por qué con ella sentía muchísima más satisfacción de la que alguna vez conoció? La deseaba, la deseaba tanto y no podía negar que a momentos sólo quería deshacerse de todo y hacerla suya.

Quería tenerla de la forma en que nadie más la había tenido, porque era egocéntrico, porque la miraba con los ojos que nadie más la miraba. No fue mentira lo que le dijo, pero estaba claro que no podía soltarse más.

Fue a la sala de entrenamientos a despejar la mente. Entrenar siempre era la salida y, aunque en esas últimas semanas no le había sido de mucha ayuda respecto a Raven, era mejor probar suerte.

Suerte. Cierta hechizera de mirada mortal cruzó por su mente con aquella palabra.

Desenfundó del conjunto un par de espadas. Aquellas eran sus favoritas por la forma curveada y filosa que tenían, y el tamaño del mango era perfecto en sincronía con las cuchillas: letales, eficaces, tan perfectas.

Activó el sistema de simulación de la sala y los clones digitales aparecieron frente a él. No tardó ni un segundo en abalanzarse sobre ellos, fiero y libre como no podía serlo en ningún lado más. Su técnica y precisión eran impecables.

Sin embargo, resbalaba un poco al distraer su mirada. ¿Por qué alucinaba con que esa silueta sombría y perfecta estaba ahí? Seguía sin controlar del todo sus impulsos de verla, de tenerla cerca.

Desde que la vio, Damian era un caso perdido.

Kov. ♡

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