Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Epílogo

La Reina de Hielo Negro se despertó un día con extrañas ideas en la cabeza. Su castillo le parecía cada vez más vacío, y los ecos de risas pasadas resonaban en su mente mientras caminaba por los pasillos. Habían pasado unos meses desde que abandonó a Christian con todo el dolor de su corazón. Recordaba con perfecta claridad, tal vez demasiada, el sufrimiento experimentado al intentar olvidarle. O, al menos, al convencerse de que lo había olvidado.

Pero no lo había hecho, y ese día se dio cuenta de ello. Aquella noche había soñado con él: con sus besos y sus labios, con sus brazos rodeando su cintura, con el tacto de su piel y su cabello, con sus ojos azules, con el olor de su cuerpo. Lo había revivido todo aquella noche. Tenía la intuición de que lo revivía todas las noches, pero esa era la primera vez que era capaz de recordarlo. Quizás porque era la primera vez que se atrevía a dormir sin estar bajo el hechizo del sueño. En cualquier caso, con ese sueño, todo volvió a ella como un golpe de agua fría, y sintió una necesidad imperiosa de estar con él, más incluso que antes. Le necesitaba con cada uno de los huesos de su cuerpo. Cada lágrima que luchaba por abrirse camino entre el rímel de sus ojos llevaba el sello de su nombre. Christian. ¿Cómo pudo siquiera haberle abandonado? ¿Cómo osó hacer tal cosa? Si le quería con toda su alma. Si solo pensaba en él. Si le necesitaba.

Entonces, mientras bajaba los peldaños de las escaleras, agarrada a la fría barandilla, tomó la decisión de recuperarle. Iría al Refugio de Magia Viviente y le diría que tenían que estar juntos, que estaban hechos el uno para el otro, que era el destino, que el atardecer era eterno por una razón.

Con mucho entusiasmo y seguridad de que Christian sentiría lo mismo, caminó mágicamente todo lo rápido que pudo hasta llegar al Refugio. Sorteó las barreras mágicas con gran habilidad y llegó hasta el Caldero de Madera. Algunos de los magos la miraban extrañados: hacía mucho que no se dejaba caer por allí, a pesar de vivir en paz con todas las Órdenes, por miedo a encontrarse con Christian demasiado pronto. Otros, en cambio, la saludaban efusivamente; al final, había conseguido ganarse su respeto.

—Verónica —dijo Robin cuando se cruzaron.

—¡Robin! Busco a Christian. ¿Sabes dónde está?

Robin pareció dudar. Se le veía algo incómodo. Verónica se preguntó por qué.

—Debe de estar por los bosques de alrededor con Nieve. Deberías esperar aquí a que vuelva.

—¡No puedo esperar! —dijo Verónica mientras echaba a andar—. Tengo que decirle algo importante.

—¡Espera! No creo que sea buena idea... —dijo Robin, pero Verónica ya estaba demasiado lejos para escucharle.

Verónica conocía bien aquellos bosques, se había perdido muchas veces con Christian por ellos; a él le encantaban. Sabía cuáles eran sus sitios preferidos, así que se encaminó hacia ellos. Cuando llegó a un claro donde habían pasado momentos preciosos, se sorprendió al escuchar dos voces. Una era la de Christian, que resonó en lo más profundo de su ser. La otra era de una chica, pero no alcanzaba a reconocer cuál.

Con todo el temor del mundo y a sabiendas de qué era lo que estaba pasando, se acercó sigilosamente, escondida entre los arbustos y con un hechizo de camuflaje, de manera que solo se distinguían sus ojos. La chica reía, podía oírla; Christian le estaba contando alguna historia. Alcanzó a verles. Christian vestía su habitual cazadora de pana y ella era la nueva Líder de la Orden Rosa: Jessica.

Pero lo peor de todo era que estaban sentados abrazados. Ella le daba un beso en la mejilla y él sonreía. Parecía feliz.

Verónica sintió que se le desgarraba el alma, no podía respirar y sentía que su magia le fallaba. Y lo peor fue saber que era su culpa, que lo merecía, que si le había perdido era porque ella lo había echado a perder.

Entonces, Christian debió de sentir algo, porque levantó la mirada y sus ojos se dirigieron a donde estaba Verónica. No podía verla, claro, ella estaba bajo el hechizo de invisibilidad, pero podía sentirla de alguna manera. Podía atisbar los ojos violetas en la penumbra, brillando entre el verde de los matorrales.

Quiso levantarse y explicarse. Pero, ¿explicar qué? Ella le había dejado y él había encontrado a alguien nuevo. Sabía que a ella le dolería, o quizás no. Pero no podía hacer nada: así era la vida y así había sido su historia. Le había costado horrores dejarla atrás. No supo qué hacer o qué decir. Se sentía mala persona. Pero tampoco había hecho nada malo.

Por suerte, los ojos violetas desaparecieron tan pronto como habían llegado y Christian agachó la cabeza para seguir escuchando a Jessica.

Verónica huyó de allí, sin palabras y sin lágrimas, sin vida en el cuerpo, sin nada, solo un envoltorio vacío. Huyó y huyó, con la esperanza de no volver jamás, con la esperanza de poder algún día olvidar. Con la esperanza de que el atardecer eterno muriese algún día de verdad para ella.

Caminó y caminó, perdiéndose y sin volver a casa. Se hacía tarde.

Eran las tres de la madrugada, y Verónica estaba despierta. Como casi todas las noches a esa hora, esta vez se arrastraba de camino a su castillo. Llevaba los zapatos de tacón en la mano, no porque le dificultasen el caminar, sino porque le gustaba sentir la nieve entre sus dedos; no en vano era la Reina de Hielo.

Mientras caminaba, borraba con su magia las huellas que sus pisadas dejaban en aquel manto blanco, en un vano intento de borrar el camino que la llevaba a sus deseos, ese camino que desandaba con la sensación de no poder volver atrás nunca. Con cada huella mitigaba un poco el dolor y se escondía de nuevo en aquel corazón de piedra que una vez dijo tener. Con cada huella borrada intentaba alejarse un poco más de todo aquello, de aquel sueño. Con cada huella, intentaba dejar a Christian atrás.

No porque ella quisiera, sino porque no le quedaba otra solución. Y lo peor de todo era saber que era su culpa y lo merecía. Lo peor fue perderse entre las sendas del arrepentimiento y saber que no podía hacer nada para volver unos meses atrás y deshacer lo hecho. Pero Christian resultó ser más fuerte que ella al final, y se lo había demostrado. Verónica no podría soportar su nueva manera de mirarla, como si no la viera, como si fuera un viejo conocido encontrado en la calle, a quien tienes que saludar, pero con quien no quieres conversar porque deseas decir adiós y seguir andando.

Pero ella sabía que era su culpa: había dicho lo que no tenía que decir, le había fallado, había jugado con fuego pensando que él resistiría. Había recorrido las sendas de lo superfluo y egoísta, pensando que ella valía más que nada, creyendo que lo bueno superaba lo malo. Pero Christian se había dado cuenta de que eran demasiado diferentes.

Llegó al primer peldaño de mármol del castillo de Kadirh, y al subirlo, se giró y borró la última huella. Al hacerlo, supo que había llegado el final. Ya no quedaba rastro alguno de ningún atardecer.

Nota de la autora:

No puedo creer que hayamos llegado al punto final de esta trágica historia. Espero que, a pesar de este final que es un poco triste, os haya gustado la novela. Este epílogo estaba pensado desde el principio y en cada paso de su relación se han acercado aquí... Sé que es un final que da pie a una segunda parte pero, por el momento, no está escrita... ¿pero quién sabe si algún día Christian y Verónica se reencontrarán en las páginas de otra novela?

Espero que hayáis disfrutado con Hielo violeta y quiero daros las gracias por leer, comentar y votar cada capítulo a todos los que habéis llegado hasta aquí. Muchísimas gracias por leer :)

Este verano no voy a publicar ninguna novela nueva, pero en septiembre estaré de vuelta con el siguiente proyecto, que es el más especial de todos y para el cual prometo un final no tan trágico y triste :)

¡Pasad buen verano!

¡Nos leemos!

Crispy World

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro