Capítulo 6: La magia negra
Alguien separó las cortinas bruscamente en la habitación de Christian. Molesto por la luz, abrió los ojos para ver quién era aquel que interrumpía sus sueños. Vio unos cabellos rojos despeinados y unas orejas puntiagudas.
—Robin... —casi creía que el día anterior había sido fruto de su imaginación, pero la presencia del elfo en su habitación lo confirmaba como real— Pero... ¿qué hora es?
—Hora de que aprendas todo aquello que no sabes —dijo, jovialmente y con tono cantarín—. Vamos, te he dejado el desayuno en la mesa, te espero en quince minutos en el Caldero de Madera.
Christian estaba demasiado adormilado para preguntar qué era eso del Caldero de Madera. Aún con los ojos medio cerrados, se levantó y desayunó. Se vistió con rapidez, preguntándose qué hora sería, allí no había relojes. Pero él solía madrugar mucho, y ese día le estaba costando despertarse, debía ser realmente temprano.
Descendió las escaleras pegando saltos, al más puro estilo de Nieve, la cual no sabía dónde estaba. Aunque desde que habían llegado, la loba estaba encantada y se había escapado para investigar. Christian esperaba que no se fuese demasiado lejos o, tal vez, se perdería.
Cuando llegó a la entrada, echó a andar hacia la hoguera central del patio, suponiendo que aquello sería el Caldero de Madera. No se equivocaba: allí estaba Robin, acompañado de la elfa con la que le había visto desaparecer el día anterior.
—Te presento a Avril —Christian saludó a la elfa. Era muy alta, de pelo castaño y ojos del mismo color.
—Encantado —dijo Christian, con la voz algo ronca del cansancio y el sueño.
—Igualmente —contestó la elfa, con una gran sonrisa—. ¿Qué tal están yendo los primeros días en el Refugio? Siempre es algo chocante y fascinante.
Christian la observó un poco más detenidamente. Llevaba una camiseta beige y unos pantalones verde caqui ajustados. No parecía tener frío.
—La verdad es que sí, todo pasa muy deprisa —contestó Christian.
—Sí... Aún recuerdo mis días de estudiante —comentó, con gesto pensativo.
Después, se giró, y miró a Robin con cara dulce.
—Bueno, es hora de que me vaya. ¡Qué os cunda el día! —dijo, mientras movía la mano en señal de despedida.
Robin se despidió de la elfa y se sentó al lado de Christian, en uno de los asientos de madera que había alrededor del Caldero.
—¿No vamos a los campos de entrenamiento? —preguntó Christian.
El elfo se echó a reír, tenía una risa melodiosa, suave.
—Lo primero de todo: tienes que entender qué somos, quiénes somos y a quiénes nos enfrentamos. Pero tienes razón, podemos hacerlo todo a la vez. Vamos, te entrenaré con espadas de madera.
—¿Espadas de madera? Yo creía que aprendería magia.
—Aprenderás un poco de todo —contestó Robin, mientras le entregaba una rústica espada de madera.
Se habían alejado del Caldero, y estaban solos en uno de los campos de batalla. Estaba vacío y se dio cuenta de que no era el único al que le parecía que era demasiado temprano para estar despierto. Debía ser cosa de elfos, pensó irritado Christian.
—¿Dónde está la loba? —preguntó Robin, con un repentino interés en la voz.
—No lo sé, tal vez se haya ido —contestó, un poco triste.
Robin se echó a reír de nuevo.
—De aquí, no creo. ¿Ves esas montañas que nos rodean? No se puede salir ni entrar a menos que se conozca el conjuro para ello. Entrasteis con Nathaniel, que lo conoce, pero dudo que Nieve se pueda ir solita.
Christian se sintió ligeramente angustiado por el hecho de estar encerrado en el Refugio de Magia Viviente: cada vez le parecía una locura mayor todo aquello.
—No te preocupes, si quieres salir, solo tienes que decirlo —Robin había intuido su inquietud—. Tan solo es una medida de protección para que la Orden de Hielo Negro no nos encuentre.
—Aún no me has explicado qué es eso.
—Empezaré por el principio —tomó aire y comenzó a narrar una historia de locos—. Hace muchos años, muchos siglos, la magia dominaba las tierras de Islandia. Era la época en la que los Dioses se paseaban por los cielos en el eterno atardecer del verano, cuando los gigantes caminaban por la tierra aterrorizando a los humanos. Era la época en la que la gente creía en la magia. Cuando las criaturas fantásticas, como yo, no solo habitaban los sueños y fantasía de las personas, cuando todo era posible. Hasta lo imposible.
Hizo una pausa, Christian intentaba poner en orden sus pensamientos.
—Entonces, ¿todas las leyendas son ciertas?
—Sí. Y la maldad de algunos de esos seres también. Fue entonces cuando los Dioses más benevolentes se dieron cuenta de que había que hacer algo. Había que salvar a la indefensa humanidad. Para ello, crearon las Órdenes de Magia. Como ya sabes, cada uno de los Dioses otorgó un color a un humano, según su afinidad con sus intereses. Ellos fueron los primeros magos, y ellos restauraron el orden en Islandia. Así fue como acabaron con los gigantes y los trolls, como aquel que se convirtió en piedra. Y les pidieron a los Dioses que no se paseasen por los cielos, ya que causaban estragos, como cuando el caballo de Odín pisó el suelo, dejando su marca en él.
Robin debió considerar que era hora de pasar a la acción, porque le lanzó la primera estocada antes de continuar su historia. Christian se vio obligado a escuchar y defenderse a la vez. No resultaba nada fácil, dado que él nunca había luchado de verdad con espadas, ni de madera ni de ningún otro tipo. Tan solo había dado vueltas en el aire a los palos de los árboles cuando era pequeño.
—Pero no todos los Dioses estaban de acuerdo, y aquel que otorgó el color negro estaba muy disgustado con el resultado de las cosas. Y al igual que él, el Mago Negro tampoco quería seguir salvando a la humanidad. A ellos les gustaban la maldad, el dolor y la crueldad. Se separaron del resto de las Órdenes y emprendieron su propio camino. Cada Orden tiene un líder, o al menos, debería. Yo soy el Líder de mi Orden. Y la Orden de Hielo Negro ha tenido muchos líderes, algunos más pacíficos que otros.
—Algo me dice que el líder actual no es pacífico —dijo Christian.
—No, no lo es. Y es muy poderoso. Su nombre es Kadirh, y planea devolver a la vida a todos aquellos seres que los primeros magos silenciaron. Pretende restaurar el caos antiguo. Quiere crear un Gran Imperio, que legará a su amada hija —le dio una estocada con la punta de madera que tumbó a Christian.
Robin le dio la mano, para ayudarle a levantarse.
—¿Qué hija? —preguntó Christian.
—Verónica... —dijo Robin, entrecerrando los ojos—. La belleza y la tentación hecha persona. Son muchos a los que ha cautivado para llevarlos a la tragedia. Creo que tú la conoces —hizo una pausa, antes de anunciar el final que Christian tanto temía—. Tiene los ojos violetas, y ha ido a tu pueblo, aunque no sabemos a qué exactamente.
Christian sintió que le temblaban las piernas. No podía ser, se estaba mareando. Era la chica con la que llevaba soñando semanas, aún sin entender por qué. Era la que había considerado su salvadora, y era... ¿malvada? Debía de haberlo sospechado, dado el estado en el que había dejado a Alan, su compañero de clase.
—¿Qué hizo en tu pueblo?
—No... no lo sé. Yo simplemente oí un grito y la vi. Me miró, sonrió y desapareció. Después, me di cuenta de que había dejado en el suelo a un compañero de clase: estaba inconsciente.
—¿Hiciste magia delante de ella? —Robin se había puesto repentinamente serio, con sus cejas arqueadas y enmarcadas por el cabello rojo.
—No. No hice nada.
—Ten cuidado con ella, Chris. Puede que quiera algo de ti. Y ya te aviso de que es muy peligrosa. Y cautivadora, no te será fácil librarte de sus trampas.
Christian no lo dudaba, ya sentía que había caído en una trampa. Siguió defendiéndose con su espada de madera hasta que su estómago comenzó a rugir.
Entonces, Robin le indicó dónde podía comer:
—Cada una de las casas tiene sus propias cocinas donde podrás comer de manera gratuita. La comida no está mal para el día a día. Sin embargo, si quieres algo un poco más sofisticado, te recomiendo que pruebes los pequeños restaurantes. Como supongo que te habrás fijado, entre las casas hay algunas pequeñas casetas y algunos pequeños puestos —señaló con la mano hacia un punto donde podían verse un par de restaurantes. Christian se sintió un poco avergonzado de no haberse fijado en ello—. Todos ellos son unos excelentes lugares donde comer de maravilla.
—No tengo dinero —comentó, rebuscando en los bolsillos de sus pantalones vaqueros.
Robin se echó a reír, mientras sacaba una pequeña bolsa del abrigo.
—Lo suponía —dijo, tendiéndole el pequeño saco—. Esto te servirá de momento.
—Muchas gracias. Te lo devolveré en cuanto pueda —dijo Christian, aunque entonces se dio cuenta de algo—. Robin... ¿cómo se gana dinero aquí?
Robin volvió a reírse mientras le daba palmadas en la espalda a Christian.
—Pues como en cualquier otro sitio. Puedes trabajar en las bibliotecas, en las cocinas o alistarte como guerrero de tu Orden para cumplir diferentes misiones. Aunque, por el momento, no debes preocuparte de eso: tienes que centrarte en tus estudios. Nathan y yo nos encargaremos de tus gastos.
—Pero...
—No hay peros que valgan, Chris —respondió el otro, guiñándole un ojo—. Tú eres nuestro protegido ahora.
Robin se alejó dando por finalizada la charla, y dejando a Christian sin saber muy bien qué hacer. Con paso inseguro, se encaminó hacia los puestos que Robin había señalado. Sentía que el frío le hacía castañear los dientes. La nieve se colaba en sus botas al ritmo de sus pasos, así que apresuró la marcha para llegar cuanto antes bajo techo. Por el camino, se fijó en las casetas de madera y vio que tenían unos carteles en su exterior. Entonces, le surgió la duda de qué era lo que comían los magos, aunque tardó poco en averiguar en las pizarras publicitarias que comían más o menos lo mismo que los humanos. Aunque sí que había algún nombre que no conseguía identificar, como Trabu o Apek, pero también podía distinguir platos tan comunes como pollo o arroz.
No sabía a cuál de los dos entrar, pero al final se decantó por aquel del que salía música y parecía que tenía comida más normal. Al abrir la puerta, esta chirrió. Al entrar, Christian se encontró con una estancia que le recordaba a un bar de los que salían en las películas del oeste: era todo de madera, con unas mesas mal repartidas enfrente de una barra que recorría la habitación de lado a lado. Unos carteles en el techo que indicaban las mejores ofertas en comida. Estaba vacío excepto por el camarero, ya que, aunque Christian estaba hambriento porque había desayunado muy temprano, era demasiado pronto para la hora de la comida. En cualquier caso, Christian lo prefería así, no sabía muy bien de qué hablar con los magos del Refugio.
—Chico nuevo —dijo el camarero. Era un hombre de mediana edad, con un delantal colgado al cuerpo y un paño echado al cuello—. Los chicos nuevos siempre vienen a este bar, al menos si son humanos.
—Y, ¿eso por qué? —preguntó Christian, tomando asiento en la barra, mientras se quitaba la cazadora de pana con borrego, agradeciendo el calorcillo del bar.
—Porque me especializo en comidas de sus ciudades. Mira —dijo, sacando una carta y comenzando a leer—: pizzas, hamburguesas, pollo, pavo,... Ah, la comida aquí tiene ingredientes de todo el mundo, vienen de sus lugares de origen.
Christian leyó en la carta unos cuantos platos que abrieron aún más, si eso era posible, el apetito de Christian. Al final se decantó por un pavo asado.
—Siempre piden pavo asado... —se alejó el camarero, sacudiendo la cabeza.
En ese momento, volvió a chirriar la puerta y se oyeron unas voces y risas que inundaron la sala. Christian vio cómo entraba Nathan acompañado de dos magas. Si no se equivocaba, una se trataba de aquella con la que había visto a Nathan el día anterior. La otra era la que lo había saludado y dado conversación; aunque Christian no recordaba bien su nombre. Las observó con más detenimiento, la amiga de Nathan era morena y bajita, aunque parecía tener carácter, por las miradas de enfado que le dirigía a Nathan. Christian se preguntó qué habría hecho, y se rio para sus adentros. La otra, la que había hablado con Christian, era rubia y alta. Sus ojos eran castaños, pero no era especialmente guapa, aunque su rostro mostraba simpatía. De hecho, en ese mismo momento, lo miró, dedicándole una sonrisa.
Cuando Nathan lo vio, se acercó a él.
—¿Qué pasa, chico? ¿Te apetece unirte a nosotros? —preguntó, dándole un puñetazo en el hombro.
—No te lo tomes a mal, pero la verdad me han pasado demasiadas cosas en poco tiempo, y no tengo demasiadas ganas de conocer gente nueva.
Nathan pareció aliviado, mientras se sentaba en el taburete de al lado de Christian y, susurrando, decía:
—De menuda me has librado, así como contigo. Que la pequeñita está mosqueada conmigo.
Christian sonrió y sacudió la cabeza.
—¡Anda! ¡Pavo! —exclamó Nathan, cogiéndole a Christian un trozo del plato que acababan de servirle.
—Vete a comer con tu novia y no me quites la comida.
—Uno: no es mi novia. Dos: no seas desagradecido, que sé que te gusta mi compañía. Y tres —dijo, inclinándose sobre la barra—: ¡Camarero! Yo quiero lo mismo.
Christian sacudió la cabeza mientras se reía, intentando no atragantarse con el pavo.
El resto de la tarde pasó rápidamente. Christian se dedicó a leerse los primeros tomos de estudio que Robin le había indicado. Al principio, los encontró realmente fascinantes, pero al cabo de un rato acabó entrándole algo de sueño. Cuando la hora de la cena llegó, apenas había pasado de las primeras páginas. Había descubierto que realmente los distintos tipos de magia no eran tan diferentes entre sí. Los hechizos eran los mismos, solo variaba la fuente básica de poder que se usaba. Aunque sí que era cierto que había algunos hechizos que eran más efectivos usando un tipo de magia específico. Había algunos, incluso, propios de cada Orden e irrealizables por el resto.
Por la noche, decidió cenar en las cocinas de la casa, ya que no quería malgastar el dinero que Robin le había dejado. Esta vez, no se encontró con Nathan y comió hundido en un sillón de la sala de estar. Era bastante reconfortante. Había una pequeña hoguera que le calentaba el cuerpo. Se guardó algo de comida para Nieve, que se había quedado dormitando en la habitación después de la exploración que había hecho durante el día.
Cuando subió, dio de comer a Nieve, que gruñó de placer. Después, se metió rápidamente en la cama y dio por finalizado su primer día en el Refugio.
No tardó demasiado en dormirse y en volver a soñar con unos ojos violetas.
Nota de la autora:
¡Buenos días y buen fin de semana! Por fin es sábado de capítulo nuevo de Hielo violeta :)
¿Qué os parecido la historia de la magia que ha contado Robin? ¿Os está gustando el Refugio?
Como es tradición en este libro cada vez que sale un personaje nuevo, os dejo una imagen de Avril:
Estoy disfrutando mucho creando estas imágenes de los personajes :)
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