Capítulo 46: Kadirh
Los magos negros se encontraban en lo alto de las rocas. Habían extendido sus tiendas negras a lo largo del perímetro de la orilla que bordeaba el río. En ese momento, todos esperaban pacientemente a que Kadirh diera la señal de ataque. Por lo que habían visto, los magos enemigos ya habían llegado, así que no podía faltar mucho para que comenzara.
Ya llevaban unos días acampados, ya que Kadirh quería asegurarse de obtener la posición en lo alto, lo que les daría una gran ventaja en la batalla. Así, se habían ido acostumbrando al terreno poco a poco, conociendo los puntos a favor y en contra, e incluso habían realizado entrenamientos y simulaciones. O, al menos, los magos sí lo habían hecho. Los seres mágicos se habían negado. Kadirh no conseguía controlarlos del todo, aunque sí participarían de su lado en la lucha, pero solo porque compartían el mismo objetivo final que ellos: también querían restaurar el Orden antiguo.
Así, al fondo del campamento, se podían observar a los trolls y gigantes que Kadirh había conseguido de su lado. También habían invocado a algunos demonios que correteaban de un lado a otro, haciendo bromas a los magos, quienes empezaban a estar un poco hartos de aquellos bichos voladores rojos y negros.
Grettir el Fuerte había conseguido traer de vuelta a unos guerreros que conoció en su vida y que, según dijo, podían ayudar muchísimo. Pero el caso era que se pasaban todo el día sentados en unas mesas, bebiendo cerveza y jugando a las cartas. Sin embargo, habían podido comprobar que eran temibles guerreros, ya que cuando Daniel, enviado por Kadirh, intentó meterles algo de disciplina en el cuerpo, uno de ellos se levantó y sin apenas esfuerzo alguno, le cogió de la oreja y lo lanzó volando contra la tienda más cercana. Daniel, una vez repuesto del golpe, procuraba no acercarse demasiado a Grettir y sus amigos.
Los magos estaban muy concentrados y centrados, acumulando magia y fuerzas para la batalla. Sin embargo, extrañaban a Verónica, ya que era ella quien normalmente los dirigía y les daba ánimos antes de las luchas. Quien más la echaba de menos era Daniel; ella había sido su mejor amiga e incluso mucho más. La había amado y sentía que su amor no había sido suficiente para mantenerla en el bando correcto. Tal vez fuera por ser un mago negro, tal vez estuviera en su carácter frío y distante y por eso no había podido demostrarle lo que sentía. Y sin embargo, Christian había estado allí para ella. O tal vez simplemente no estaban hechos el uno para el otro.
Kadirh, por su parte, estaba que echaba chispas de impaciencia encerrado en su tienda. Andaba de un lado a otro como un león enjaulado. No podía fallar nada, todo tenía que salir a la perfección. Pero había una cosa que le rompía por dentro: su hija.
Verónica se había ido, dejándolo a su suerte, se había unido a un enemigo nacido para matarlo; así que Kadirh no pensaba dudar si se enfrentaba a ella. Era su hija, y le dolería horrores, pero la mataría si era necesario. Y no dudaría ni un solo segundo. El objetivo a conseguir era más importante que cualquier tipo de amor paternal.
Mientras trazaba círculos con sus pasos en aquella tienda que quedaba pequeña para su enorme estatura, pensaba en los motivos que tenía para hacer lo que hacía. Era consciente de que muchos de sus magos no lo entendían y que no compartían sus opiniones. Sin embargo, sabía también que no iban a desobedecerle, ya que su reinado se basaba en la represión y el miedo. Muy pocos se atreverían a desafiarle, por mucho que no quisiesen los mismos planes que él.
Kadirh aún recordaba claramente el día en el que se dio cuenta de que estaba hecho para eso...
El joven mago negro de tan solo dieciséis años ya era el guerrero más fuerte del Castillo. Con sus músculos definidos, su pelo largo negro recogido en trenzas, sus múltiples tatuajes y sus ojos violetas, era el más temido por sus compañeros. El único que se había atrevido a alzarle la voz en algún momento había sido su padre, y así había acabado, pensó mientras caminaba por los pasillos, consciente de que era el Líder Negro más joven que nunca había existido.
Todo había empezado cuando el año anterior había conocido a Rose. Rose era una maga negra, muy poderosa y sugerente, divertida y atrevida, que desde el primer momento lo había vuelto loco. No tardó en enamorarse de ella y al poco tuvieron una preciosa hija a la que llamaron Verónica. Era un bebé de ojos violetas y mirada profunda. Sin embargo, su padre no toleró que su hijo se descarriara de esa manera con tan solo dieciséis años, e intentó controlar su vida. Así, Kadirh sin escrúpulo alguno, acabó con él. Y entonces fue cuando empezó su reinado, o más bien dictadura, aunque poco le importaba eso. Él solo quería el poder, el poder de controlar la vida de los demás. Le encantaba usar a la gente como marionetas; y encontró el entretenimiento de capturar humanos y disecarlos en medio de inimaginables torturas para después colgarlos en los tejados de su castillo a modo de gárgolas. Y a modo de aviso a sus magos de lo que les pasaría si se atrevían a contradecirle.
Así, durante seis años, dirigió su reino, estudiando libros y manuscritos sobre cómo incrementar su poder. Fue así como se enteró de la existencia de unas cuevas con pinturas antiguas, ya que en uno de los diarios de su padre se mencionaba algo. Cuando Kadirh fue a visitarlas, comprendió lo que significaban: restaurar el mal absoluto en Islandia. Comenzó a estudiar más y más sobre el asunto, hasta el punto de que se convirtió en obsesión y su mal humor se acrecentó, así como su ira. Ni siquiera notaba que su mujer y su hija se ausentaban durante días casi enteros, quizás porque siempre volvían.
Hasta que su mujer, Rose, enfermó. Nadie sabía lo que le pasaba, la llevó a todos los curanderos, magos y médicos que pudo; pero ninguno supo qué era lo que le pasaba. Sus síntomas no eran nada claros, tan solo parecía que perdiera la vida poco a poco. Como si en cada aliento se le escapara el alma. Cuando murió, al cabo de unos meses, Verónica no dijo una palabra y se encerró en su habitación; mientras que Kadirh, loco de rabia, daba tumbos por el castillo.
Y entonces encontró un libro. Estaba bajo una de las baldosas de mármol. Era un libro oscuro, de tapas negras y hojas negras, escrito en tinta plateada. Kadirh nunca lo había visto. Pero le bastó una rápida ojeada para saber qué era: un libro de hechizos para acabar con la vida de uno mismo. Rose se había suicidado lentamente. Jamás dijo nada a nadie, ya que la culpa y el remordimiento le corroían el alma. Ella era todo lo que jamás había amado, todo lo que jamás le había importado. Y ese día, fue cuando tomó la decisión: restauraría el caos antiguo con dos objetivos. Por un lado, hacer sufrir a la gente todo lo que él estaba sufriendo, y por otro, encontrar la manera, dentro del derroche de magia negra que tendría lugar, de traerla de vuelta y vengarse por lo que le había hecho.
Alguien llamó a la puerta de la tienda, despertando a Kadirh de sus ensoñaciones:
—El atardecer está a punto de tener lugar, Señor —dijo Daniel—. Tan solo queda media hora.
Kadirh asintió con la cabeza, mientras le hacía un gesto para que se fuese. Se colocó sus armaduras y sus amuletos de la suerte, y salió al frío helador del exterior. Por fin se acababa la espera.
Nota de la autora:
¿Qué os ha parecido conocer un poco más sobre Kadirh y sus motivaciones?
PD: este es el último finde de la Feria del Libro en Madrid y aún no me he pasado, ¡a ver si saco un hueco! ¿Vosotros habéis conocido a muchos autores?
Crispy World
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