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Capítulo 44: La boda

Christian perdió la noción del tiempo y de todo. Hacía un rato que habían abandonado la mesa, ya que los camareros habían ido quitando muchas de las mesas centrales hasta abrir un espacio suficientemente grande para hacer de pista de baile. La música estaba más alta y era más animada, y las magas habían insistido en salir a bailar, cogiéndolos de los brazos y tirando de ellos.

Lo cierto era que Christian se lo estaba pasando de maravilla. Embriagado por el alcohol, veía los colores difuminados y la estancia le daba ligeramente vueltas, mientras daba tumbos de un lado a otro, intentando seguir el ritmo.

—¡No sabes! —le dijo Jessica, riéndose, mientras se acercaba a él, lo cogía de los brazos y empezaba a saltar de un lado a otro arrastrando a Christian con ella—. Así es cómo se baila aquí —continuó, con la voz también afectada por la bebida.

Christian se echó a reír y siguió dando saltos mientras intentaba calmar un poco su mente. Según veía a su alrededor, Jessica estaba en lo cierto: casi todos los elfos pegaban esos extraños saltos mientras reían y cantaban. Eso quedaba fuera de lugar para él, porque desconocía la letra de la canción, aunque le gustaba bastante. Lo sorprendente era que las dos magas sí que se la sabían.

—Pero, ¿cómo...? —empezó a preguntar Christian.

—Soy una caja de sorpresas —respondió Jessica, con voz sugerente.

—Me dejas sin palabras —le respondió él, mientras dejaba que ella se acercase a él.

Entonces, aun riéndose, levantó la cabeza para ver por dónde andaban el resto. Vio que Robin le hacía un gesto con la mano desde la entrada: estaba despidiéndose. Christian le respondió con una señal de cabeza, ya que sus manos estaban cogidas a las de Jessica. Siguió buscando un rato a los otros dos, pero no tardó mucho en encontrarlos: estaban fundidos en un abrazo mientras se besaban apasionadamente.

La última vez que los había mirado estaban bailando cogidos de la mano, como él con Jessica.

Y, cuando bajó la mirada y vio a Jessica, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No dudó ni un segundo en soltarle las manos y apartarse de ella: sabía que con ella podría ser feliz, que le trataría bien, probablemente mucho mejor que Verónica. Pero había un fallo y es que ella no era Verónica.

—Yo... —alcanzó a tartamudear—. Lo siento.

La miró unos segundos y salió del pub. No se acordaba del camino de vuelta y estaba muy aturdido, tanto por lo que había pasado como por el alcohol. Así permaneció unos segundos parado, sintiendo el frío que de nuevo se calaba hasta los huesos. Seguía nevando, y las calles estaban prácticamente vacías, excepto por algún joven elfo en condiciones similares a las de Christian. En la esquina de la calle había tres elfos cantando a pleno pulmón lo que parecía una canción popular.

—¡No te vayas sin mí! —escuchó la voz de Nathan a su espalda.

—No quería interrumpirte —dijo Christian.

—Jiji —dijo Nathan.

Echaron a andar por el que creían que era el camino de vuelta. Ninguno de los dos estaba muy seguro, pero no tenían otra opción que fiarse de sus recuerdos.

—Maldito Robin... ¿Cómo nos deja solos? —preguntó Nathan, al cual se le trababan las palabras— ¡Si era su noche!

Iban haciendo eses por la calle, dejando un rastro muy irregular en la nieve. Christian le hizo señas para que hablase más bajo, o acabarían despertando a toda la ciudad.

—Yo creo que ha sido tu noche —dijo, susurrando.

—Sí... —dijo Nathan, mientras volvía a reírse con esa risa tonta— ¡Voy a hacerlo, tío! —exclamó— ¡Voy a deshacerme de mi longevidad!

—¿Estás seguro? —preguntó Christian, no le parecía el mejor momento para tomar más decisiones que las de por qué calle girar.

—Sí, tío, merece la pena... —contestó, rodeándolo con el brazo por los hombros— ¡Vamos a cantar!

—Canta tú, si quieres.

Nathan se puso a tararear las canciones que habían escuchado esa noche, mientras recorrían los últimos tramos hasta llegar al hotel. La verdad es que hacía sus propias versiones de los temas porque no se parecían en nada a los originales, pensaba Christian. Aunque tampoco él era muy buen juez.

Cuando por fin llegaron al hotel era muy tarde. El elfo de guardia les miró de manera reprobatoria, mientras les decía que si necesitaban algo. Como negaron con la cabeza, les dejó atravesar el hall sin mediar más palabras. Cuando Christian se dio cuenta de que tenía que subir todas las rampas se le vino el alma a los pies.

—¡Tío, las cuestas! —exclamó Nathan, apoyándose en la pared porque perdía el equilibrio.

Verónica aún no se había dormido. Tenía los nervios en la garganta ante lo que se disponía a hacer. Por eso, cuando la puerta se abrió, dio un respingo y se lanzó hacia ella.

—Christian —dijo, en un susurro—. Por fin vuelves, quiero hablar contigo de algo...

—Eres muy guapa, ¿lo sabes? —dijo él, con una sonrisa.

Verónica lo miró con los ojos entrecerrados, se acercó más a él y lo olió.

—Estás borracho —dijo, disgustada. No iba a confesarle nada si él no lo iba a recordar.

—No, solo un poco alegre —dijo él, levantando la mano y juntando los dedos para indicar una cantidad pequeña.

—Estás borracho, créeme, yo he estado ahí —dijo ella, de mal humor, mientras se apartaba.

Christian fue haciendo eses hasta la cama y se tumbó. Con los ojos cerrados, comenzó a hablar:

—Dime, Verónica, que estoy bien... ¿Qué querías contarme?

Verónica dudó si hablar o no. Tal vez no estuviese tan mal como parecía. Se sentó en la cama a su lado y vio que ya se había dormido. Aun así, se acercó, le dio un beso en los labios y susurrando, dijo:

—Quería decirte que te quiero, pero creo que es mejor que no lo sepas.

Se tumbó ella a su vez y se envolvió en las sábanas. Cerró los ojos, pero no pudo dormir.

Cuando Christian se despertó a la mañana siguiente, tenía tal dolor de cabeza y tal nivel de aturdimiento que tardó un rato en darse cuenta de que se estaba poniendo la camisa del revés. Tenía un extraño zumbido en la cabeza y cuando por fin consiguió vestirse, salió Verónica del cuarto de baño perfectamente arreglada.

—Toma esto, señor fiestero, te vendrá bien —le dijo, ofreciéndole un vaso de agua.

Christian aceptó de buena gana y se bebió de un trago el vaso, mientras observaba a Verónica: llevaba un vestido negro de falda al vuelo para la boda. Parecía ligeramente molesta por algo, y Christian sospechaba que tenía que ver con su salida del día anterior. Recordaba que Verónica le había dicho algo, pero no se acordaba de qué. Cuando le preguntó, ella hizo como si no hubiese pasado nada.

Desayunaron rápidamente en la cafetería y se dirigieron con el resto de invitados al lago, donde tendría lugar la boda que se celebraría en apenas una hora. El sitio había sido extraordinariamente bien decorado para la ocasión. Con el lago y la cascada de fondo, se había montado una tarima donde se situarían los novios. Delante de esta tarima y mirando hacia ella había decenas de sillas para todos los invitados; los cuales iban tomando asiento poco a poco tras saludar a los conocidos.

Se reunieron con Nathan, y pronto aparecieron Liza y Jessica, que se acercaron a saludar. Ambas llevaban unos bonitos vestidos rosas y parecían inmunes a los efectos de la resaca.

—Ho-hola —dijo Nathan, enrojeciendo. Christian tuvo que contener la risa.

—Solo pasábamos a saludar y deciros que lo pasamos muy bien ayer —dijo Jessica, aparentando que no había pasado nada.

Nathan se fue detrás de Liza, y Verónica y Christian se quedaron solos.

—¿Ayer? ¿No era una salida de chicos? —dijo Verónica, con enfado en la voz, ya que ella había insistido en que quería ir.

—Nos las encontramos allí, fue una casualidad —dijo él, tratando de convencerla.

—Y, ¿quiénes son por cierto? —preguntó, con sospecha, ya que Christian parecía estar excusándose por algo.

—Unas amigas de la Orden Rosa, nada más —contestó él, sintiendo la punzada de remordimientos en el estómago.

—¿Seguro? —insistió ella, notando algo raro.

—¿Estás celosa o qué? —preguntó él, queriendo dejar el tema.

—¿Yo? ¿De esas? —dijo, con tono despectivo, antes de irse muy altaneramente.

Christian suspiró con pesar, intentando hallar una manera de salir de esa sin que nadie resultara herido. Lo cierto era que no había llegado a hacer nada malo, así que Verónica no tenía derecho a estar enfadada. Ni tampoco tenía él por qué sentirse mal, jamás traicionaría a Verónica. Lo que tenían era demasiado especial.

Así, se sentó con ella de nuevo, pero esta siguió sin hablarle durante toda la boda.

La ceremonia fue muy bonita y emotiva; Robin y Avril se juraron amor eterno con los ojos empañados en lágrimas. Hasta Verónica se emocionó ligeramente y en cierto momento le dio la mano a Christian, aunque no tardó mucho en soltársela y volver a mirarlo enfurruñada.

Cuando los novios ya fueron marido y mujer, se trasladaron a aquel árbol enorme al que Christian y Verónica habían subido en su primer día en Cindela, ya que allí tendría lugar la fiesta de la boda. El gran mirador había sido adornado con luces y adornos festivos, y se habían dispuesto numerosas mesas con bebida y comida. Tras darles la enhorabuena a los novios, y realizar algún que otro brindis, los invitados se echaron a la pista de baile. Además, se activó el karaoke y algún que otro mago se subió a cantar.

Pero Verónica seguía ignorando a Christian. No solo eso, sino que además se había ido con Arthur y bailaba muy pegada a él. De vez en cuando, lanzaba miradas vengativas a Christian, el cual estaba muerto de celos en una esquina, intentando hallar la forma de recuperar a Verónica. De pronto, se le ocurrió una cosa. No le hacía demasiada gracia, pero era la única posibilidad que tenía. Así, se dirigió al karaoke, quitándole el micrófono a un motivado Tyler, se aclaró la garganta y empezó a cantar la canción favorita de Verónica, mientras la miraba fijamente a los ojos.

Esta acabó sonriendo ante las desafinadas notas de Christian y soltó a Arthur. Después comenzó a hacer gestos como si fuera una fan de Christian, y este se echó a reír a su vez, mientras acababa la canción. Cuando bajó del escenario, ella se acercó a él y le dijo:

—Ahora sí que eres una estrella del rock and roll —después lo besó, haciendo las paces.

—Y he conseguido que seas de mi Club de Fans —le dijo él, aun sabiendo que corría el riesgo de enfadarla de nuevo.

Ella lo miró con las cejas levantadas.

—No me tientes, Chris, no me tientes. Que juegas con fuego.

Christian se echó a reír y comenzó a besarla antes de que se le escapara de entre los brazos de nuevo.


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