Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 42: Ciudad de elfos

Cuando habían recorrido unos cien pasos desde que salieron del Refugio, Christian sintió una presencia a su lado.

—¿Nervioso? —preguntó Christian.

—Impaciente —respondió Robin—. Llevo enamorado de esa elfa desde que era un crío.

Christian asintió con la cabeza mientras se giraba hacia los asientos. Había empezado a nevar y poco se podía ver a través de los copos de nieve. Además, en los laterales, había dos amplias ventanas así que podría observar el paisaje desde los sillones. Así, tomó asiento enfrente de Nathan.

—Me aburro —dijo este.

—Sí, yo también —dijo Verónica, sentándose en el suelo de piernas cruzadas, ya que los otros dos sillones estaban ocupados por los elfos.

—Por una vez estamos de acuerdo, bruja —contestó Nathan.

El elfo, cansado de oírles quejarse, sacó una baraja de cartas. Les explicó que eran cartas élficas y les enseñó el juego más popular entre los elfos. Era un tanto complicado y tenía reglas muy difíciles, de manera que a Christian, que nunca se le habían dado bien los juegos de cartas, le costó entenderlo bien. Echaron una partida apostando algo de dinero, pero Christian perdió al poco tiempo. Al final, el juego se redujo a dos competitivos Nathan y Verónica, que se lanzaban miradas desafiantes más allá de las cartas, extendidas en sus manos. Cuando, con una jugada magistral, la bruja ganó la partida, Nathan dijo que había hecho trampas y se fue al baño, enfadado. Verónica, en cambio, parecía muy feliz. Christian se dio cuenta de que esos dos nunca se llevarían bien, porque en algunos aspectos eran demasiado iguales.

—Ya vamos a entrar al bosque —anunció la voz cantarina de Avril, mientras desempañaba el cristal, con la manga de su jersey ancho y de colores marrones degradados—. Este es el bosque donde se encuentran la mayor parte de las ciudades importantes de los elfos —continuó, mientras señalaba con el dedo.

Christian observó asombrado la extensión del bosque que veían sus ojos. Los árboles eran descomunales: tenían el tamaño de edificios de una ciudad, y sus troncos eran muy anchos, con radios de varios metros.

—Pero... —comenzó a decir Nathan, boquiabierto y con la cara pegada al cristal.

—Si os preguntáis cómo no está indicado en los mapas humanos es porque está oculto mediante magia —empezó a explicar Robin, con tono afable—. Todas las ubicaciones de los elfos están ocultas a ojos no mágicos, ya que nosotros mismos somos seres mágicos.

Siguieron observando atónitos todo aquello que veían mientras avanzaban. Entraron por un camino que se abría entre dos troncos, colgado de estos en horizontal había un cartel de bienvenida, aunque estaba escrito con letras élficas. El élfico de Christian dejaba mucho que desear, de manera que no pudo entender con claridad el mensaje.

A pesar de que las copas de los árboles que rodeaban el camino parecían tapar el cielo, la luz se colaba de alguna manera, al igual que la nieve, que seguía acompañándolos en el camino. Al principio, observaron fascinados la sucesión de árboles, pero al cabo de un rato acabó volviéndose algo aburrido y volvieron a sus asientos. Por suerte, Robin no tardó mucho en comunicarles que ya estaban llegando y que tendrían que bajar del carruaje en unos pocos segundos. Christian miró por la ventana antes de bajar, pero el paisaje seguía siendo igual, excepto porque un poco más adelante los árboles estaban muy juntos, tanto que no se divisaba nada en el hueco entre los troncos.

Uno a uno los cinco carruajes se detuvieron, y los pasajeros fueron bajando y arremolinándose alrededor de todos los elfos que habían viajado. Estos sonrieron y señalaron a los árboles que estaban tan juntos.

—Por aquí —dijo Robin, claramente radiante de volver a las casas de los bosques.

Avanzaron hasta los árboles y, cuando se colaron entre ellos, se colaron en un mundo totalmente nuevo. La barrera de troncos se extendía en un amplio círculo que se perdía en el horizonte. Dentro de ese círculo, había otros centenares de árboles, pero más pequeños; de manera que se veía el cielo despejado. Esos árboles más pequeños constituían casas, oficinas, tiendas, bares y otras tantas cosas comunes, según explicó Avril. El suelo era de césped o de tierra, aunque algunas zonas estaban cubiertas de madera. Había múltiples elfos de un lado a otro sumidos en sus labores cotidianas, así como una gran abundancia de animales, entre los que destacaban numerosos caballos sueltos por las calles.

Había una pequeña comisión esperándolos. El que parecía llevar la voz cantante, un elfo rubio muy apuesto y de ojos azules, se adelantó unos pasos y con voz jovial dijo:

—¡Robin, viejo amigo! ¡Me alegro mucho de verte! —los elfos compartieron un abrazo amistoso— Y os digo lo mismo al resto —dijo, dirigiéndose con un gesto de cabeza a todos los elfos que estaban detrás de Robin.

—¿Han llegado ya nuestras familias? —preguntó Robin, con voz ansiosa.

—Me temo que no, pero tiene que estar a punto de llegar. Habéis sido los primeros —dijo, dándole un empujón en el hombro—. Vamos que os voy a llevar al hotel donde os instalaréis.

Christian jamás pensó que se hospedaría en un hotel de elfos, pensó, mientras recorrían la calle más cercana hasta llegar a la esquina, donde había un árbol un poco más grande que el resto.

—Este es el hotel que he seleccionado para vosotros, si estás de acuerdo, claro —dijo de nuevo el elfo que los había recibido, dirigiéndose a Robin.

Robin dio su aprobación, y se encaminó a la puerta que había entre las raíces. Christian, aún fascinado, se quedó un momento quieto observando el hotel. Había múltiples ramas que salían del tronco en todas las direcciones. En cada una de ellas había unas barras que limitaban un pasillo para poder recorrerlas, y a lo largo de su longitud había distribuidas dos o tres estancias, que Christian supuso que eran las habitaciones.

—Vamos que te quedas atrás —dijo Verónica, arrastrándolo del brazo.

Christian se apresuró a ponerse en marcha y cruzó la puerta con el resto. Entraron a un recibidor con forma de cúpula y luces naranjas donde Robin habló algo en élfico con el recepcionista. Después, el elfo se giró y les fue dando una especie de ramita. Cuando Christian cogió su ramita, vio que pendía una hoja, en la que no había reparado, con un número.

—Vaya llave más rara —dijo, murmurando y sin saber muy bien cómo abriría una puerta con eso.

—Vamos a ver nuestra habitación —dijo Verónica, mientras se dirigía a las cuestas de subida.

Christian miró las rampas con pereza: rodeando al recibidor salían unas rampas que se perdían más allá del techo. No se veía qué camino tomaban o qué había más allá, pero desde luego que daban la impresión de ser cansadas.

Suspirando con pesar, siguió a Verónica, la cual andaba ya a unos diez pasos por delante. Resultó que más allá del techo podían ver el interior del árbol, de manera que ascendían por unos pasadizos empinados que resultaban un tanto claustrofóbicos. Cada vez que llegaban a un nuevo nivel, un cartel anunciaba los números de las habitaciones, pero Christian y Verónica tenían que seguir subiendo una y otra vez. Al final, cuando ya estaban en el penúltimo piso, quedaban tan solo un par de magos, ellos y Avril y Robin.

—Nosotros subimos arriba, es la mejor habitación, en la copa del árbol —dijo el elfo, mientras seguía ascendiendo.

Christian y Verónica salieron con curiosidad al pasillo de la rama. Estaban a mucha altura y Christian se agarró a la barandilla de madera, impresionado. Sin mirar demasiado hacia abajo, debido a esa extraña sensación de vértigo, comenzó a andar sujetándose con fuerza a la barra. Iba rígido y torpemente.

—Miedica —murmuró Verónica—. Te estás perdiendo las mejores vistas —le susurró, mientras pasaba por su lado dando saltos y llegaba rápidamente a la puerta de la habitación—. Vamos, que tú tienes la llave —le gritó.

Christian llegó al final de la rama, en la cual solo estaba su habitación. Dio los últimos pasos, escuchando inseguro el sonido de la madera bajo sus pies. Cuando llegó a la habitación cuadrada, apreció que se encontraba en el extremo, rodeada, por tanto, de las hojas que salían del árbol. Sacó la ramita de llave, y observó la puerta sin saber muy bien qué hacer: no había ningún tipo de cerradura.

—Inútil —dijo Verónica, con voz de exasperación, mientras le quitaba la ramita de las manos y con el ceño fruncido apuntaba con ella a la puerta.

Christian vio que sus ojos brillaban y salía un pequeño hilo de luz de la rama hasta llegar a la puerta, la cual se abrió con un ligero clic.

—¿No me puedes decir nada que no sea insulto? —preguntó él, mientras pasaba detrás de ella a la estancia.

—No, si no me das ningún motivo para ello.

Estaban en una habitación cuadrada de madera, donde la pared del fondo era entera de un cristal tan transparente que parecía que no había nada; de manera que Christian sintió un poco de vértigo de nuevo. Pero pronto lo olvidó, embelesado por lo que veían sus ojos: podían observar un lago con una cascada al fondo, rodeada de colinas nevadas. El conjunto entero desprendía una especie de resplandor blanquecino que le daba un toque místico y misterioso al paisaje. Todo ello acompañado de los copos que aún caían del cielo y de las hojas del árbol que los rodeaba. Podían ver también parte de la ciudad, pero no demasiado, ya que había otros árboles más altos. Lo que sí veían con claridad era un árbol gigantesco que parecía estar en el medio del círculo que limitaba Cindela.

—¿Qué será eso? —preguntó Verónica, con curiosidad.

—Ni idea —contestó él.

—Y, ¿a qué esperas para averiguarlo? —preguntó ella, con voz impaciente, dirigiéndose a la entrada.

—Espera, espera... —dijo él— Acabamos de llegar.

—¿Y? —preguntó de nuevo ella, con un poco de desafío en la voz.

Echó a correr por la rama y salió de la habitación.

—¡Espérame! —exclamó él, mientras, inseguro, volvía atravesar el pasillo de madera.

Verónica bajó con rapidez y Christian se reunió con ella en el recibidor. No tenía ni idea de cómo podía haber llegado tan rápido, pero le había dado tiempo a entablar una conversación con el elfo de la recepción, y estaba cogiendo ya un montón de folletos en información turística.

Sin dar tiempo a Christian de respirar, le agarró del brazo y tiró de él con insistencia hasta que este se puso en marcha.

Comenzó a andar con decisión y determinación por las calles. Los elfos la miraban y Christian se sorprendió de que Verónica resultase igual de atractiva a otras razas. Pero, observándola en detalle, parada en medio de un cruce mientras dejaba pasar a un caballo, mirando con gesto de concentración un mapa mientras se movía el labio inferior con el dedo; no le extrañó demasiado que la belleza de Verónica superase esas barreras.

Siguieron andando, cruzando un montón de calles que a Christian le parecían iguales. Debían tener pinta de perdidos porque algunos elfos los miraban con preocupación, mientras sacudían las cabezas.

—Verónica, ¿sabes a dónde vamos? Porque quizás sea mejor que la ciudad nos la enseñen Avril y Robin...

—Estoy de acuerdo, pero vamos a subir al árbol ese. El resto lo podemos ver con ellos —dijo, mientras seguía andando sin parar.

Christian se encogió de hombros y siguió andando. Al final, sobre media tarde, llegaron a la base del gigantesco árbol.

—Me mareo solo de mirar hacia arriba —dijo Christian, mientras hacía de visera con la mano para tapar los copos de nieve.

Había una entrada y se dirigieron allí. Estaba abierta al público, Christian supuso que sería alguna especie de monumento o algo del estilo.

—¿Me vas a decir qué es? —le preguntó.

—No —se limitó a contestar ella.

Estaban en otra sala circular en la que había más folletos e información, pero esta vez Verónica se abstuvo de coger nada. Se dirigió fuera del árbol a uno de los lados y Christian temió que hubiese otra rampa interminable. Pero se encontró con algo peor aún.

—¿Escaleras? —preguntó con indignación— ¿Vamos a subir todo esto en escaleras? —dijo mirando al interminable árbol y volviéndose a marear.

Pero Verónica no le hacía caso mientras leía algo de un folleto y observaba los escalones.

—Pon un pie —le ordenó.

Christian la miró con cara de pocos amigos, pero obedeció. Y entonces...

—Pero, ¿qué es esto? —preguntó Christian, mientras subía el primer peldaño—. Es como una escalera mecánica...

Estaban en la base de ese enorme árbol y las ramas formaban un entramado de escaleras que permitían subir a los distintos niveles. Cuando se posaba un pie en el escalón, el tramo comenzaba a ascender acompañado del susurro de las hojas.

—Exactamente —dijo Verónica, dando un salto y subiendo al escalón siguiente al de Christian, de manera que resultaba por una vez ella más alta.

Lo miró con ojos traviesos y esbozó una media sonrisa en la que se mordió el labio inferior, mientras levantaba las cejas con picardía.

Christian sonrió y, lentamente, se acercó a sus labios. Sintió las manos de ella rodeándole el cuello y sus dedos enredándose en su pelo. Cuando él iba a rodear su cintura, llegaron al siguiente piso. Había que atravesar una estancia de unos diez pasos para llegar a las siguientes escaleras. Verónica lo arrastró sin pronunciar palabra hasta llegar al primer escalón:

—¿A qué ahora ya no te parecen tan mal las escaleras interminables?

—Como te gusta besarme, ¿eh? —dijo él.

Verónica arrugó la nariz y enarcó una ceja.

—No te vengas muy arriba, Chris, pero sí me gusta besarte. Lo que no quiere decir que esté coladita por tus huesos. Recuerda, que para eso eres el Líder y tienes tu propio club de fans.

—No tengo club de fans.

—Sí lo tienes. Tienes un montón de admiradoras en el Refugio. ¿Te crees que no me doy cuenta? Es normal, yo también los tenía en el Castillo.

—Siempre me tienes que recordar eso, ¿verdad?

Pero Verónica no respondió, porque llegaron al mirador circular que ocupaba la cima del árbol. El perímetro estaba rodeado de nuevo por una barra para no caer, y había un techo de forma triangular que los protegía de la nieve. Distribuidos a lo largo de la sala había muchos bancos de madera oscura, casi negra, que invitaban a sentarse y observar el paisaje. Desde ese punto, en el árbol más alto de la ciudad, se podía observar Cindela entera, con la hilera circular de árboles que la delimitaba destacando al fondo allá donde se mirase. La nieve caía sobre los techos de diversas formas de las miles de casas en los árboles, los elfos eran apenas pequeños puntos que se movían por las calles nevadas. Había numerosos lagos y ríos, como el que se observaba desde la habitación del hotel.

Christian tomó asiento en uno de esos bancos. Verónica se sentó sobre una de sus piernas y le sonrió.

—¿Ha merecido la pena? —le preguntó ella.

—Si es contigo, siempre. Mereces muchísimo la pena, Verónica.

Ella se lo quedó mirando fijamente. Después dijo:

—Tú no —y se echó a reír mientras le abrazaba.

Pero por encima del hombro de Christian, esbozó una sonrisa triste mientras miraba alrededor. Sus ojos  violetas se empañaron por un segundo en lágrimas, porque seguía teniendo aquella sensación. Ese sentimiento que le hacía estar a la espera de un final muy cercano. Ese algo que le decía que lo bueno nunca dura, esa voz que se parecía a la de su padre y susurraba que eran demasiado diferentes, que eran el bien y el mal, que estaban hechos para destruirse, no para amarse. Ese frío en su pecho que clamaba que su historia tenía mucho de imposible y poco de real, y que, como el más efímero de los sueños, se esfumaría dejando lugar a un triste vacío. Dando paso a la monotonía del día a día que había sido su vida antes de él, a ese sinsentido por el que había caminado durante tantos años.

Sin embargo, sonrió, porque en ese momento él era suyo. Y ella siempre sería suya.

Nota de la autora:

Ayer puse un anuncio en el tablón que hoy parece haber desaparecido. Si no se envío, solo era para informar de que ayer no podía publicar y de que lo haría hoy. También aprovecho para contaros que, a partir de ahora y dado que nos acercamos al final de la novela, voy a pasar a publicar tres capítulos a la semana: los lunes, jueves y sábados.

Y... también quería daros las gracias por vuestras lecturas!!! Hielo violeta ha superado ya las 3000 lecturas!!!!

Por último... ¿qué os está pareciendo la Cindela?

Saludos!

Crispy World

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro