Capítulo 4: Hora de la verdad
Al día siguiente, Christian se despertó con nervios en el estómago. Todavía no podía creer todo lo que Nathan le había contado el día anterior. Al principio, al despertar, pensó por un segundo que todo había sido un sueño. Sin embargo, la visión del viejo libro robado de la biblioteca en su habitación confirmó que esa extraña realidad, esa que coexistía con la magia, era muy real. Christian se levantó de un salto, lleno de energía, y se vistió con lo primero que encontró en su pequeño armario de madera. Descendió rápidamente las escaleras de la casa, escuchando el crujir familiar bajo sus pies.
Al llegar al salón, encontró a sus padres ya despiertos. Por un momento, consideró contarles todo, imaginándose diciéndoles que había tenido razón desde pequeño, que nunca había imaginado nada. Pero luego recordó las palabras de Nathan, que decía que sus padres deberían estar informados, y decidió guardar silencio. No entendía por qué nunca le habían contado nada.
—¡Buenos días, Chris! —saludó su padre, asomando la cabeza por encima del periódico.
—Hola —respondió Christian.
Observó a sus padres, tratando de descubrir si habían estado mintiéndole todos esos años. Sin embargo, todo parecía normal: su padre, sentado a la mesa, con su pelo cano y castaño, disfrutaba de unas tortitas que su madre estaba preparando, tarareando una canción popular.
Christian, aún pensativo, se sentó a la mesa y devoró rápidamente un par de tortitas con sirope de chocolate. Durante el desayuno, apenas pronunció palabra, excepto para decir que iba al pueblo:
—En cuanto termine de desayunar, me voy al pueblo —dijo sin más, antes de sumergirse en su taza de café. Christian no era persona si no tomaba cafeína por las mañanas.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó su madre, entrecerrando los ojos.
—He quedado con unos amigos —mintió Christian—. Con Alan y otros chicos del pueblo. Desde que le ayudé hace unas semanas, nos hemos vuelto buenos amigos.
Sus padres lo miraron sorprendidos, pero también aliviados. Siempre le insistían a Christian que se relacionara más con la gente del pueblo, le decían que hiciera amigos y tuviera novia. Christian siempre refunfuñaba y murmuraba que sus compañeros no le caían muy bien. Por eso, precisamente, había dado esa excusa: sabía que sus padres no pondrían objeciones.
Sin embargo, al salir por la puerta, su madre se dio cuenta de que ningún chico joven quedaría con amigos a esas horas tan tempranas en un día de verano. Se preguntó a dónde iría su hijo. Tal vez tenía algún romance oculto en el pueblo.
Christian se encontró con Nieve fuera de su casa. Juntos bajaron al pueblo por el sendero de piedras. Al llegar a la plaza principal, Christian buscó a Nathan entre los bancos de madera colocados en un círculo sobre el suelo de roca. Lo encontró sentado en las escaleras del templete en el centro, con una rama en las manos, haciendo círculos en el suelo. Vestía de manera más acorde a la temperatura que el día anterior: una camiseta de manga larga rojo oscuro y unos pantalones negros.
—¿Has visto? —dijo, señalando su ropa—. Me la compré ayer para pasar desapercibido por aquí —comentó con orgullo, para luego cambiar a un tono severo y añadir—. Por cierto, llegas tarde.
Christian miró el reloj; llegaba solo cinco minutos tarde.
—Te conozco desde hace solo un día y todo lo que haces es quejarte —respondió.
Nathan lo miró con cara de pocos amigos y se alejó caminando por el pueblo.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Christian, temiendo otra larga caminata como la del día anterior.
—Hoy voy a enseñarte que no puedes ir por ahí haciendo magia y asustando a la gente —contestó Nathan, refiriéndose a las prácticas de Christian de las últimas semanas.
—Pero yo... yo no sabía... nada —dijo Christian—. Además, así logré que vinieran a visitarme.
Nathan sonrió de manera extraña antes de continuar.
—He preguntado si tus padres fueron informados de que eres mago. Teóricamente, así fue. Así que no sé por qué te lo ocultaron.
La noticia fue como un golpe en el estómago para Christian. Aunque trató de no pensarlo demasiado, la idea de la mentira de sus padres rondaba su mente cuando Nathan le dijo:
—Ahora quiero que me demuestres lo que has aprendido por tu cuenta.
Christian se detuvo y miró a su alrededor. Ni siquiera se había dado cuenta de dónde estaban: habían salido a las afueras del pueblo, donde nadie pudiera verlos. Nathan lo miraba desafiante, como si no creyera que Christian hubiera sido capaz de aprender magia por sí mismo.
—Dime, ¿qué quieres que haga? —preguntó Christian, más animado ante la perspectiva de demostrar sus habilidades.
Nathan sonrió; no se lo pondría fácil.
—¿Sabes hacer un hechizo defensivo si yo te ataco?
—No —contestó Christian, temeroso de que Nathan le lanzara algún embrujo.
—Eso es muy básico —comentó Nathan. Christian pensó que quería ponerle en ridículo—. Veamos... —Nathan se pasó la mano por el mentón, en gesto pensativo—. ¿Sabes hacer un hechizo para aturdirme?
—No.
—¿Uno curativo?
—Tampoco —contestó, irritado, Christian.
Nathan sonrió con autosuficiencia y placer.
—Entonces, no sabes mucho. Será mejor que me enseñes lo que sabes.
Christian asintió, aunque estaba de mal humor. Le enseñó todo lo que había aprendido: desde encender llamas hasta mover objetos, pasando por cambiar el aspecto de algunos objetos pequeños. Cuando terminó, Nathan se mostró conforme y dio por finalizada la reunión del día. Se marchó, no sin antes decirle a Christian que lo esperaba a la misma hora al día siguiente.
—¡Ah! Y tráete una cantimplora —dijo, gritando mientras se alejaba ya.
¿Una cantimplora? Christian no entendía al extraño chico y qué pretendía hacer con él. Le había hablado de una escuela de magia, ¿por qué no lo llevaba allí?
Habían pasado tres semanas desde el primer encuentro entre Christian y Nathan. Durante ese tiempo, se habían visto de manera regular, dos o tres veces a la semana. Nathan le había enseñado a Christian cosas básicas de magia: cómo rellenar una cantimplora de agua cuando estás perdido o cómo hacer un hechizo que indique el norte. Todo eso sería útil, según Nathan, para cuando viajaran al Refugio de Magia Viviente, un trayecto que les llevaría dos o tres días.
En esos días, también aprendió hechizos defensivos básicos por si surgía algún problema en el viaje, aunque Nathan cruzó los dedos para que eso no sucediera. También aprendió ciertas normas y reglas de la magia, como mantenerse oculto de los humanos para no asustarlos. Y aunque intentó averiguar algo sobre la chica de ojos violetas, Nathan se negó a hablar del tema y se ponía de mal humor si Christian preguntaba, así que decidió dejarlo correr. Después de todo, tenía muchas otras cosas en las que pensar.
Pero en ese momento, Christian mantenía las manos ocultas en los bolsillos mientras caminaba cabizbajo y a paso lento por el camino que llevaba a su casa. Trataba de retrasar la llegada porque había llegado el inevitable momento de partir y, por lo tanto, de hablar con sus padres al respecto. Aún se preguntaba si no era una locura, pero anhelaba demasiado el mundo que le describían las palabras de Nathan como para no intentar conseguirlo. Finalmente, podría ser diferente.
El ajetreo de su madre cocinando invadía el salón cuando Christian llegó a casa. Se preguntaba si realmente ellos estarían al tanto de todo lo que había averiguado esos días. No sabía cómo sacar el tema, y la hora de la cena se acercaba.
Se sentaron a la pequeña mesa redonda que tenían en el espacio dedicado al comedor. Deseó tener el apoyo de Nieve, o incluso de aquel extraño Nathan en esos momentos. Pero estaba solo.
—Bueno, Chris —dijo su padre, mientras, en vano, intentaba encender la vela del centro de mesa—, últimamente visitas mucho el pueblo. ¿Hay algo de lo que nos quieras hablar? —sonreía mientras hablaba—. ¿Tal vez la jovencita del supermercado?
Christian bufó solo de pensar en ella. La aburrida que siempre estaba con los cascos puestos y le atendía apáticamente. También pensó en la chica de los ojos violetas. Pero, pronto, la apartó de su mente; tenía que averiguar la verdad.
—No, no se trata de ella... —dijo, mientras agarraba la mano de su padre que seguía intentando encender la vela—. Se trata de esto.
Cerró los ojos. Hizo que todas las luces de la casa se apagaran y, después, encendió la vela que su padre había intentado encender.
Abrió los ojos y vio los rostros cenicientos de sus padres. Parecía que el color se les había ido de las caras.
—No puede ser... —susurró su madre—. Entonces... ¿era cierto? —su rostro parecía cartón y Christian temió que vomitara.
—No, no, no... —decía su padre, negando con la cabeza.
—Entonces, ¿lo sabían? ¿Lo han sabido todo este tiempo? —Christian se dio cuenta de que había alzado la voz. Intentó serenarse un poco—. ¿Por qué no me dijeron nada?
Sus padres se excusaron una y otra vez, tratando de explicarse. Christian llegó a entender por qué lo habían hecho, pero aún así, le dolía en el alma.
—Voy a irme —anunció, antes de irse a su cuarto—. Mañana. Me iré a aprender magia con mis iguales.
—¿Tienes que hacerlo? —le preguntó su madre, con lágrimas en los ojos.
Christian se dio cuenta de que no intentaba detenerlo.
—Sí —dijo, mientras su corazón se partía en dos.
Nota de la autora:
¡Holaaa!
¿Qué os parecido la actitud de Nathan? ¿Será que le cae mal Christian?
Por otro lado... ¿qué opináis de la negación de sus padres? Han mantenido al pobre Christian en la ignorancia total...
Bueno, no me entretengo más, el próximo sábado (mañana no, el siguiente), subiré el próximo capítulo.
Hasta entonces... pasad buen finde y buena semana!
Crispy World
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