Capítulo 35: Cámara secreta
Robin y Christian estaban en los campos de entrenamiento. Aunque Robin hacía ya mucho que no tenía nada que enseñar a Christian, se habían acostumbrado a entrenar juntos y, siempre que podían, se reunían allí para practicar. Ese día estaban con una de las especialidades del elfo.
—¡Gané! —dijo eufóricamente Robin.
—Juegas con ventaja. Los elfos tenéis un don para esto.
Robin echó a correr tras la flecha. El entrenamiento era en algo parecido al tiro con arco, pero con magia. Consistía en lanzar una flecha desde el arco pero guiarla con la magia a través de una serie de obstáculos, de los cuales no podía rozar ni uno de ellos.
Cuando Robin volvió, Christian soltó aquello que rondaba por su mente.
—Quiero volver a ver las cuevas. Las que relatan los sucesos.
Robin asintió.
—¿Para qué?
—Creo que hay algo que se nos está escapando —Robin y Nathan le habían contado todo lo que Ulises les había confesado y Christian había reflexionado mucho sobre ello—. Tengo el presentimiento de que Ulises sacó su información de ahí, y casi seguro que Kadirh también. Tiene que haber algo que hemos pasado por alto. No sé qué, pero me gustaría visitarlas por si acaso.
—No parece mala idea —dijo Robin—. Aunque, si te soy sincero, yo mismo he visto esos dibujos miles de veces y no creo que haya pasado nada por alto. Pero, quizás tengas razón. Además, no tenemos una opción mejor. Así que, ¿cuándo quieres que vayamos?
—Mañana temprano, no quiero perder más tiempo.
Robin asintió y se fue a preparar las cosas. Las cuevas quedaban un poco lejos de allí y necesitarían provisiones y tiempo.
Christian siguió entrenando un poco más y después acudió a la cena, donde se encontró con Nathan. Sin embargo, este le esquivó.
—¿Te pasa algo? —le dijo Christian.
Nathan le miró malhumorado.
—He oído que preparas una excursión.
Christian rió para sus adentros. Qué susceptible era Nathan. No había pensado en llevarlo. De hecho, tampoco había pensado en llevar a Robin, pero él mismo se había apuntado. El caso era que esa misión no necesitaba más de una persona.
—Justo te estaba buscando para decirte si querías venir. No es nada importante, sin acción. Tan solo se trata de visitar las cuevas.
—¡Sí! ¡Lo sé! —dijo, ya mostrando más entusiasmo— y... ¡Me apunto!
—Tú te aburres demasiado, no puede ser que te emociones por esto —dijo Christian, mientras se sentaba en la mesa.
—¿Qué pasa? Hay que buscarle el lado positivo a la vida.
Christian lo miró con semblante serio mientras se servía un poco de pavo.
La noche pasó rápidamente y el nuevo día llegó. Tal y como habían acordado (para disgusto de Nathan, que quería dormir más), Nathan, Robin y Christian se encontraron a primera hora en el Caldero con todo preparado para marcharse. Cada uno montó en su caballo. Christian seguía montando aquel precioso caballo de cabello rubio que Nathan le había llevado el día en que le llevó por primera vez al Refugio. Cabalgaron bajo el cielo anaranjado. El día era frío, Christian se alegraba de haberse puesto su bufanda azul, aunque a pesar de ella había tenido que subirse el cuello de la cazadora. Nathan, por su parte, iba, como siempre, demasiado poco abrigado para la ocasión. Tan solo llevaba una camiseta de manga larga, de color rojo y unos vaqueros negros. Robin, como buen elfo, vestía ropas extrañas: una especie de jersey verde con un chaleco marrón a juego con los pantalones.
El único despierto era Robin, así que se encargaba de hacer de guía. Christian y Nathan estaban demasiado cansados para hablar y tan solo se arrastraban detrás del elfo y su caballo. A Robin, encima, le dio por cantar en el camino.
—Calla. Que duermo sobre el caballo —murmuró Nathan.
—Esto es bueno para empezar el día —dijo Robin, con entusiasmo—. Así hablamos con la naturaleza, los elfos lo hacemos a diario.
—Pues qué alegría me das —sentenció Nathan.
No tardaron mucho en adormilarse de nuevo. La melodía de Robin era suave y llevadera, casi como una nana. Así que no les resultó demasiado molesta. A media mañana ya estaban algo más espabilados, así que Nathan empezó a interrogar a Christian sobre temas que este preferiría no comentar.
—Entonces, Chris, ¿qué pasa contigo y la bruja?
—No lo sé, la verdad. Es complicado. Yo quiero estar con ella, pero no si es malvada. Y tampoco creo que vaya a ser capaz de dejar atrás a su padre. Cosa que, por otro lado, entiendo.
—A ella le importas mucho, por si te sirve de algo —intervino Robin—. Yo, como elfo, puedo notarlo.
Christian guardó silencio unos segundos. Sí que sabía que le importaba, pero le preocupaba que eso no fuese suficiente. Ni suficiente para él, ni suficiente para ella.
—¿Cómo funciona eso de ser empático? —preguntó Nathan a Robin—. ¿Es como leer los sentimientos de las personas?
Robin se quedó pensativo.
—Mmm... No —dijo—. Es como saber el color de un sentimiento. Como el color de la magia. Solo que cada persona puede sentir todos los colores a la vez.
—No lo entiendo —dijo Nathan.
—Veamos, cuando Christian piensa en Verónica sus colores son el rojo, de pasión, el blanco, de sinceridad, y, ahora que se siente traicionado, el negro.
—Ah... —Nathan calló, no parecía muy contento con esa explicación. Tal vez le diese miedo cuáles serían los colores de sus sentimientos. Tal vez se sintiese vulnerable y desprotegido frente a los elfos.
Las montañas donde estaba la cueva estaban ya cerca. Tan solo unos minutos cabalgando y llegarían a la base. La escalada no era muy dificultosa, así que tampoco les costó demasiado. Mientras andaban, cada uno se perdía en los recuerdos de la primera vez que las visitaron. Aquel era el comienzo de todos los magos.
Todo estaba tal cual lo recordaban. Los dibujos, las antorchas en las paredes. Todo exactamente igual. Robin suspiró. Él había estudiado muchas veces aquellas pinturas. Sin embargo, tenía que haber algo que se le había escapado. Porque Christian estaba en lo cierto, era la única posibilidad. Y, en caso contrario, no se les ocurría nada más, por lo que estaban perdidos.
—Pongámonos manos a la obra —dijo Robin, mientras se acercaba al primer dibujo.
Cada uno comenzó examinando uno. Christian recordaba bastante bien los primeros, aquellos que Nathan le había explicado, así que se centró en el último. El que hablaba de la guerra. Estaba convencido de que en ese grabado estaba la respuesta. Ocupaba casi una pared entera. En el lado izquierdo había puntos de muchos colores, casi como si fuese un cuadro abstracto, algo que aparentemente no tenía sentido. Aparentemente. Porque esos colores parecían vivos. Se mezclaban, dando lugar a tonalidades nuevas, corrían de un lado a otro de la pared. Parecían magia, la magia del Refugio. Pero, entre ese mar de colores, había un punto negro. Solitario y en medio de todo, luchando en el bando equivocado: porque, en la parte izquierda una marea de puntos negros atacaban con maldad y fiereza.
En la parte central aparecían diversos seres, como humanos, pero translúcidos. Según tenía entendido, esos eran los Dioses observando a sus súbditos luchar.
—Tiene que haber algo —dijo Christian, casi murmurando.
Pero pasó media hora sin que encontrase nada. Entonces, decidió observar uno de los otros dibujos.
—Esto es imposible —dijo Nathan.
Pero había algo que había llamado la atención de Christian.
—Fijaos en esta línea —dijo, señalando el primer dibujo—. Es una línea vertical justo en la esquina, donde no pinta nada. Ahora mirad la esquina del segundo dibujo —dijo, desplazándose de posición—. Hay una línea inclinada, y en el tercero otra en dirección contraria.
—Sí, ¿y? —dijo Nathan, que no veía a dónde quería ir a parar Christian.
—Si superponemos las tres esquinas forman una flecha que señala al techo.
—Ajá, muy interesante —Nathan miró al techo—. Pero allí no hay nada.
Robin, por el contrario, creía que Christian había dado en el clavo. Un mensaje oculto, demasiado obvio incluso, escondido entre los tres grabados. Pero Nathan tenía razón, no parecía haber nada allí arriba. A menos que... Christian y Nathan pegaron un respingo cuando Robin, de un salto se plantó en el techo a cuatro patas y bocabajo.
—Otra irritable cualidad de los elfos —murmuró Nathan a Christian.
Robin parecía concentrado palpando el techo. Sonrió, dio un golpe y desapareció por una trampilla. Al momento, se colgó con todo el tronco fuera y las piernas de sujeción en el suelo de esa nueva cueva descubierta.
—La encontré. La cámara secreta —dijo, con una sonrisa de oreja a oreja.
Christian se relajó.
—Pues para ser irritable, esa cualidad nos ha venido muy bien —dijo, mientras se elevaba al techo con un poco de magia y se colaba por el agujero.
Nathan hizo lo propio y, cuando los tres se encontraron en la nueva cámara, se encendieron otras antorchas. Las paredes estaban de nuevo llenas de dibujos. Pero esta vez mostraban muchas más cosas. Mostraban cosas que ya conocían.
Christian se vio a él mismo en una imagen, vio a Kadirh y a Verónica en otra. Vio la lucha del troll que se convirtió en piedra, estaba narrado su primer enfrentamiento con Verónica. En el siguiente dibujo aparecía Grettir el Fuerte y, en el siguiente, el cañón de Kola.
—Está todo escrito aquí —dijo Robin, fascinado.
Observaron las siguientes imágenes, su futuro, sus luchas por venir. Les quedaban dos enfrentamientos: uno en los campos de lava, donde parecía que se iban a tener que enfrentar a otro troll, y el otro en la tumba de los Dioses. De hecho, en la Tumba de los Dioses parecía tener lugar la batalla final. Aparecía Kadirh e intentaba hacer un hechizo, Christian aparecía retenido por alguien, pero no se veía por quién. Los magos de todos los colores luchaban, pero no se veía quién ganaba. De nuevo, aparecían los Dioses en el firmamento, aunque, esta vez, no eran etéreos, si no que cada uno desprendía luz de su color. También estaba pintada Verónica, parecía que no pertenecía a ningún bando.
—Esto lo explica todo —dijo Robin—. Aquí se ve que te necesitan para su ritual final y tiene sentido que sea en la Tumba de los Dioses, es un sitio muy poderoso. Kadirh no sabía que necesitaba a Nieve, porque aquí no sale representada. Pero debe ser parte del hechizo, ya que Nieve y tú probablemente seáis uno en total. Verónica será el papel decisivo, la que inclinará la balanza hacia un lado o hacia el otro, porque es muy poderosa. Quizás sea más poderosa que todos nosotros. Lo único que no entiendo es por qué los Dioses están representados de otra manera —sentenció, pensativo.
—Tienes razón en todo —dijo Christian. Verónica sería decisiva, pero ella era impredecible. No había manera de saber en qué bando estaría al final.
Discutieron durante un rato sobre qué podían hacer, pero parecía que necesitaban más tiempo para pensar. Al final, Nathan sentenció:
—Yo voto por comer que me suenan las tripas. Luego volvemos a casa y ya pensamos.
Los dos estuvieron de acuerdo, así que, aún con todos los recientes descubrimientos en la cabeza, se sentaron a comer.
Nota de la autora:
¡Feliz día de San Isidro! Parece que, por fin, Christian ha tomado una iniciativa que hace que se iguale en conocimiento a los magos negros. Esperemos que de ahora en adelante les vaya mejor en sus futuras batallas...
Como hace mucho que no dejo por aquí imágenes, aprovecho para hacer un pequeño recopilatorio de los escenarios de batallas que se mencionan en este capítulo. Los tres primeros son Hvitserkur (donde despertaron al troll de piedra), Skagafjordur (donde despiertan a Grettir) y el Cañón de Kola (que es Kolugljúfur):
Los siguientes dos escenarios que se indican son los de las futuras batallas: el lago Mytvan y la cascada Godafoss (la tumba de los dioses):
¿Alguien más que quiera ir a Islandia?
Crispy World
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