Capítulo 33: El rescate
Al día siguiente por la mañana, Robin se levantó temprano, como de costumbre, y salió al bosque. Lo hacía todos los días, como elfo le gustaba sentirse en contacto con la naturaleza. Esto revitalizaba su alma y le ayudaba a aclarar su mente, algo que en esos momentos necesitaba desesperadamente: todos estaban esperando que él tomara una decisión, que trazara el plan para salvar a Christian; pero Robin veía imposible atacar el Castillo de Kadirh. Si los habían vencido en cada una de las batallas, no tendrían ninguna posibilidad de atacarlos en su elemento y en su hogar. Era una locura y, sin embargo, no tenían otra opción.
Anduvo sin rumbo fijo entre la maleza, acariciando los troncos de los árboles, escuchando las quejas de los animales y sanando sus heridas, recogiendo hierbas medicinales. Mientras tanto, intentaba relajar su mente, no pensar en nada, desconectar del mundo.
De pronto, escuchó una anomalía. Un crujido de ramas que no podía pertenecer a las pisadas de un animal. Escuchó más atentamente: se trataba de un humano. No podía ser Avril o cualquier otro elfo, ya que ellos andarían con más ligereza por el bosque. También intuyó que se trataba de una mujer, probablemente menuda. Aunque pisaba con firmeza.
Decidió seguir aquel sonido, movido más que nada por la curiosidad. Ese bosque estaba cerca del pueblo, por lo que podía ser cualquier persona.
Con todo el sigilo del que fue capaz, se deslizó entre las ramas y los arbustos, escondiéndose entre las hojas verdes teñidas de blanco. Vio una sombra a lo lejos. Para evitar ser descubierto, trepó con rapidez y ligereza a las ramas del árbol más cercano. Desde su posición alcanzaba a ver mejor, pero aún no distinguía a la persona que se movía sin rumbo aparente.
Saltó como un gato al árbol siguiente, y al siguiente. Y así hasta que pudo distinguir el rostro de la chica. No podía creerlo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó desde arriba.
Verónica pareció desconcertada, no sabía de dónde salía esa voz.
Robin descendió de un salto hasta tocar el suelo. Cayó en cuclillas, pero rápidamente se incorporó.
—¿A qué has venido, Verónica? ¿A por Nieve?
—He venido a buscarte a ti, Robin. Tenemos que rescatar a Christian.
Robin bufó y la miró con odio.
—Yo confié en ti, no voy a equivocarme dos veces. Además, tú y tu padre lo metisteis allí.
—Yo no sabía lo que Kadirh iba a hacer con él. Le necesita, va a herirlo.
—¿No lo sabías? Verónica, por favor, por lo menos debías suponer que le iba a matar. Al menos no te hagas la inocente, porque los dos sabemos que no lo eres.
—Lo siento, no puedo decir o hacer nada más. He convencido a Christian de mis palabras, él me ha dicho que podía encontrarte aquí.
—Christian está cegado por amor respecto a ti —dijo Robin, con dureza.
—Puede ser. Pero tienes que creerme —dijo ella, ya desesperada—, voy a salvarlo con o sin tu ayuda. Pero voy a hacerlo. Sabes que lo haré, tú sabes lo que siento por él. Eres un elfo.
Robin la miró con desconfianza. Era cierto, era un elfo y, como tal, era capaz de percibir la sinceridad de los sentimientos. Por eso había confiado en Verónica desde el principio, porque él sabía lo que sentía por Christian. Aunque, también había notado siempre algo oscuro, algo secreto; pero había supuesto que se debía a la magia negra de ella y a su complicada situación.
En cualquier caso, en ese momento también percibía los sentimientos de ella, y en ello basó su decisión cuando dijo:
—¿Qué necesitas?
Verónica sonrió. Robin no se arriesgaría demasiado, tan solo participarían en esa misión Nathan, Avril y él. Pensó en Dean, pero le daba miedo su temperamento y más en todo lo relacionado con Verónica, así que lo acabó descartando.
Verónica y él se sentaron en el tronco caído de un árbol y trazaron el plan. Lo llevarían a cabo en una semana, cuando Kadirh saldría del Castillo, como hacía todos los años ese día, en un retiro espiritual honrando a la difunta madre de Verónica.
Christian miraba al vacío oscuro que lo rodeaba. Había perdido la cuenta de los días que llevaba allí. Probablemente una semana, teniendo en cuenta las comidas que le daban. En todo ese tiempo no había vuelto a saber nada de Verónica ni de su supuesto plan de rescate. Tal vez ya se hubiera echado atrás, tal vez fuera demasiado arriesgado visitarlo, tal vez ya lo hubieran descubierto. En cualquier caso, creía que estaba perdiendo la razón allí encerrado.
Tan solo era visitado esporádicamente por el guardia que vigilaba la entrada, para entregarle un mendrugo de pan y una jarra de agua en las principales comidas. También le daban una pasta extraña de color marrón verdoso, que al principio había rehusado probar, pero que al final había tenido que acabar comiendo. Sabía horrible.
Ya no sabía en qué pensar. Al principio había pensado mucho en Verónica, pero aún le dolía su traición, por lo que había decidido sacársela de la cabeza. Independientemente de si ahora ella se arrepentía o no, no cambiaba lo que ya había hecho. Y no sentía que pudiera perdonarla. Al menos, no por el momento. Aunque sí podía entenderla.
Echaba terriblemente de menos a Nieve. Le hacía mucha falta su compañía; con ella nunca se sentía solo. En eso pensaba cuando, por segunda vez desde que estaba allí, las paredes se iluminaron.
—¿Verónica? —dijo Christian, cegado por la luz.
—Sí, soy yo, Chris —su voz era un susurro apremiante—. Ha llegado el día. Vamos, te voy a sacar de aquí —dijo, mientras separaba los barrotes, esta vez con un ancho para que pudiera pasar él también—. Rápido, no tenemos mucho tiempo, tenemos que darnos prisa.
—Pero... —alcanzó a decir Christian mientras Verónica tiraba de su mano.
No dijo nada más, estaba realmente sorprendido de que lo fueran a rescatar. ¿Qué pasaría con su padre? ¿Se daría cuenta de que ella habría tenido que ver? En cualquier caso, Christian ya había perdido toda esperanza relacionada con ella.
La siguió como pudo escaleras arriba. Pero sus piernas estaban desacostumbradas a andar y caminaba más lento de lo que a ella le hubiese gustado.
—Vamos, Christian, tenemos que ir más rápido.
Christian asintió, mientras aceleraba el paso en los últimos escalones. Había una puerta, se dirigió hacia ella, pero Verónica lo detuvo.
—¿Estás loco? Eso lleva a la sala principal. Eso arruinaría el plan que hemos trazado.
—¿Hemos? ¿Quiénes? —dijo Christian. ¿Habría ayudado al final Robin? Supuso que sí.
Pero Verónica lo ignoró, ya que parecía ocupada palpando la pared en busca de algo. Pronto encontró lo que quería y pronunció unas palabras mágicas. Entonces, otra puerta apareció en la pared.
—Vamos, por aquí —dijo, empujándolo.
—¿Tú no vienes? —preguntó él, al ver que ella se quedaba al otro lado.
—No puedo, Chris. Mi padre no puede descubrirlo —una sombra cruzó el rostro de Christian, tal vez esperaba que lo siguiera ya para siempre; por lo que ella se apresuró a añadir—, es parte del plan que he trazado con Robin, Nathan y Avril.
—¿Robin, Nathan y Avril?
—Sí, Chris. Esta semana he estado escapándome y, entre los tres, hemos estado construyendo este pasadizo. Lleva directo a los bosques que me dijiste. Allí te estarán esperando. No sé quién, porque ellos tres están aquí.
—¿Qué hacen aquí?
—Maniobras de distracción. ¿Es que hay que explicarte todo? Vamos, ve.
Christian aún parecía dubitativo, pero, al final, cruzó la puerta. Al fin y al cabo, era mejor que estar encerrado en una mazmorra. Esperaba que lo que Verónica le había dicho fuera cierto. En ese caso, confiaba en ser capaz, algún día, de perdonarla.
—Espera —dijo ella. Él se paró—. Se me olvidaba una cosa.
Se acercó para abrazarlo, pero él se apartó.
—Huelo mal —dijo, encogiéndose de hombros.
Ella asintió con los ojos violetas entrecerrados y le dio un empujón para que echara a andar. Christian se fue.
Pero ambos sabían que no era solo por el mal olor por lo que Christian no quería un abrazo de ella.
Verónica sacudió la cabeza para centrarse en lo que tenía que hacer. Robin y ella habían acordado que era mejor que Kadirh no descubriera que Verónica estaba implicada en el rescate de Christian, así que los tres habían acudido al Castillo y habían comenzado a atacarlo. Nada importante, tan solo unos hechizos que mantuvieran entretenidos a los magos negros y que sirvieran de coartada para que alguien se pudiera haber colado a salvar a Christian.
Por ello, corrió a las almenas del Castillo, donde la defensa se preparaba. También era de vital importancia que todos los magos negros la vieran luchando y defendiendo, como prueba de su inocencia en el asunto.
—No os preocupéis demasiado, mi Princesa —dijo Daniel, al verla—. Tan solo son tres. Aunque sospecho que debe haber gato encerrado, tal vez quieran salvar al chico.
—Eso desataría la furia de mi padre —dijo ella—. Tenemos que impedirlo.
—Mandaré a alguien que lo vigile —dijo Daniel, tras lanzar un hechizo hacia los árboles donde se escondían Avril, Robin y Nathan.
Verónica lo vio marchar, era el momento de que esos tres se marcharan. Esperaba que Christian hubiera corrido lo suficiente. Aunque era poco probable que alguien encontrara el pasadizo. Esa misma noche, ella lo destruiría.
Le hizo la señal a su gato Noche, el cual descendió por los tejados del Castillo. Iba a avisar a los magos de que ya se podían marchar.
Christian no sabía cuánto tiempo había andado, pero se había tropezado varias veces y se había dado varios golpes, por lo que estaba magullado y dolorido. El túnel estaba oscuro y su magia le fallaba, por lo que la luz de la que disponía era muy escasa e intermitente. Por ello, se alegró infinitamente cuando encontró el final del pasadizo. Tocó con cuidado la puerta y salió al exterior. Cuando vio la luz del eterno atardecer, le pareció mentira. El bosque, los árboles, todo parecía mucho más real y vivo después del encierro. Jessica esperaba apoyada en una piedra. Su pelo rubio estaba recogido en una coleta y sonreía abiertamente.
—Por fin estás aquí. Te has retrasado un poco —dijo ella.
Christian estaba maravillado de estar libre y se dio cuenta de que debía tener cara de tonto.
—Jessica —alcanzó a decir.
Ella se echó a reír con una risa que llenó el silencio del bosque.
—Pareces un muerto viviente con esa voz quejumbrosa —dijo, aún riéndose.
Christian sonrió a su vez. Esa chica siempre conseguía sacarle una sonrisa. Se sentía muy a gusto con ella. Y se alegraba de volver a verla. Una parte de él no había esperado volver a ver a nadie nunca más. Pero Verónica lo había rescatado. Después de haberlo traicionado.
—Vamos, que todo el mundo está impaciente por verte —dijo, arrastrándolo del brazo.
Él se dejó arrastrar, aún pensando en la traición y rescate de Verónica.
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