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Capítulo 31: Encarcelamiento

Christian llegó a la base de las resbaladizas rocas y comenzó a escalar, buscando imposibles puntos de apoyo. Apenas pudo echar un vistazo a su espalda, pero vio que Nathan, Robin, Avril y Dean lo seguían. Atisbó más gente, pero no distinguió sus rostros. Le pareció ver dos lobos. En lo alto, los dragones y los magos rojos escupían su propio fuego, pero no podían acercarse demasiado, ya que el fuego negro parecía dañar a los dragones de maneras horrorosas. Uno de ellos había perdido una pata por el simple contacto con una de las bolas negras. Su mejor baza había sido prevista por los magos negros. Christian se preguntaba qué llevaría ese fuego y supo que ya no podría preguntárselo a Verónica. Su determinación por llegar a Kadirh y su hija se hizo más fuerte.

Sin embargo, ahora que las bolas de fuego negro no eran eficaces contra ellos debido a su protección, Kadirh, Verónica y el resto de los magos que se habían quedado arriba, se dedicaban a lanzar hechizos más comunes. Pero Christian no pudo evitar fijarse en una cosa: la mayor parte de los hechizos que Verónica lanzaba no acertaban su objetivo. Kadirh no parecía haberse dado cuenta, pero Christian sí. Tan solo eran certeros aquellos que iban hacia Caterina, la líder de la Orden Rosa, y alguna de sus magas. Pero eso no mejoraba el hecho de que Verónica lo había traicionado. Aunque no los estuviese atacando directamente. La traición estaba allí. En el mismo derrotero que estaba tomando la lucha. En que no habían estado preparados para eso.

Cuando llegaron a la cima de las rocas, los magos negros se organizaron alrededor de Verónica y su padre en actitud defensiva: habría que enfrentarse a ellos para llegar a los líderes.

Christian se enfrentó a dos magos a la vez. Era claramente superior a ellos. Se movían veloces, en esa danza de la magia y la muerte, agachándose, esquivando, luchando, peleando, atacando. Cuando les dejó inconscientes, siguió con otros dos, abriéndose paso poco a poco entre la marea de magia negra.

Veía de reojo que el resto tenían más dificultades.. Sus hechizos de magia blanca eran más eficaces contra los magos negros. Vio que lo mismo ocurría con los de Nathan. Mientras que a los elfos, tan poderosos, les costaba mucho más luchar contra los magos negros. Nathan se acercó a él y le hizo una señal de asentimiento. Él le iría abriendo el camino y vigilando luego su retaguardia para que Christian pudiese llegar sano y salvo a Kadirh y Verónica, y con sus energías completas.

Con la ayuda de Nathan, no le costó alcanzar a Kadirh y Verónica. Esta última aún no se dignaba a mirarle y eso casi le dolía más a Christian que la traición. Que no fuese capaz de mirarle. ¿Había sido todo mentira? ¿Jamás había sentido nada por él? Que al menos tuviese el valor de dar la cara. Que no huyese. Que al menos fuese valiente.

Kadirh sí lo miró a los ojos. Era la primera vez que se encontraban en persona. O, más bien, la segunda. Porque era él, el hombre que vio de pequeño. Aquel que, sin querer, le reveló la existencia de la magia. Era alto, y muy fuerte y fornido. Sus espaldas eran las más anchas que Christian había visto jamás. Se sentía pequeño a su lado. Su pelo era largo, negro, oscuro como el de su hija. Lo llevaba peinado en trenzas y ondeaban encrespadas con el viento. Inmune aparentemente al frío, vestía una especie de camiseta coraza sin mangas, negra también. Sus brazos estaban tatuados con diversos símbolos que desprendían oscuridad, y unos brazaletes negros adornaban sus musculosos brazos.

—Por fin me encuentro con el nuevo Líder de la Orden Blanca —su rostro desprendía maldad y su voz era dura y fría—. Aún me acuerdo de mi último encuentro con Ulises. Y de su último encuentro con nuestra magia. Fue muy... satisfactorio.

—Le mataste.

—Lo mató Verónica —puntualizó Kadirh—. Y te mataremos a ti también. Has corrompido la magia negra de mi hija, la has hecho dudar de lo que es. Por suerte ha vuelto a sus orígenes, ¿verdad, Verónica? —tomó su rostro y obligó a que mirase a Christian.

Su mirada estaba vacía. Tan solo dos círculos violetas sin nada, ni vida, ni sentimientos. Aunque Christian podía entrever algo ahí al fondo... ¿culpa? No lo sabía. Pero Kadirh había dicho que no todo había sido mentira. No todo, ¿pero cuánto sí?

—Pero ahora te ha traicionado, jovencito —continuó Kadirh—. ¿No lo sabes? El poder de la sangre lo puede todo. Te ha estado utilizando —soltó una risotada.

Christian decidió atacar. Se acabó tanta charla. Además, si era el primero en atacar, tal vez encontrase a Kadirh con la guardia baja. Lanzó un hechizo paralizador.

Pero Kadirh fue más rápido y lo interceptó. Atacó a Christian con un hechizo de tal fuerza que este acabó de rodillas en el suelo intentando recuperar el aliento. Se sintió ligeramente mareado. El mago negro tenía demasiada fuerza.

—Acabaré contigo, Christian, igual que acabé con Ulises. De hecho, no eres nada comparado con él. Pero hoy no es el día. No me equivocaré dos veces, te necesito para lograr mis objetivos. Pero no dudes de que acabaré contigo.

Christian no sabía qué quería decir con eso. ¿Lo iba a dejar marchar? Miró a Verónica, pero ella parecía igual de sorprendida que él. Bueno, si es que en ese rostro impasible podía haber algún sentimiento como la sorpresa. Vio que Nathan intentaba acudir en su ayuda, pero los magos negros se lo impedían. Oía su voz y las de otros que le animaban o le daban consejos. Pero nada servía, Christian no acababa de entender lo que pasaba. Tal vez el hechizo de Kadirh le había dejado demasiado aturdido para pensar con claridad.

Entonces, Kadirh le lanzó otro hechizo y Christian perdió la conciencia. Todo se volvió oscuro y, lo último que vio, esta vez sí, fueron los ojos, ya no tan impasibles, de Verónica. Parecía preocupada.

Christian despertó aturdido. Cuando abrió los ojos, tan solo vio oscuridad. ¿Dónde estaba? En su habitación del Refugio siempre eran los rayos de sol que se colaban por la ventana los que lo despertaban, pero en ese sitio no había nada de luz. Además, ese dolor de cabeza no era normal. Sentía que le iba a estallar, como si le hubieran dado un golpe muy fuerte. Supuso que probablemente fuese así, aunque no alcanzaba a recordar. Necesitaba centrarse antes de nada.

Se incorporó a duras penas, haciendo uso de las manos y las rodillas, hasta que consiguió permanecer más o menos con la espalda erguida y apoyada en la pared. Estaba fría. Las piernas le fallaban, así que no consiguió permanecer de pie sin sostenerse. Apoyó las manos sobre los muslos temblorosos. Reposó también la cabeza contra la fría roca, lo que le ayudaba a pensar.

Estaba en un cuarto oscuro, con olor a humedad; por lo que casi con toda seguridad estaba en algún tipo de mazmorra. Es decir, probablemente estaba encarcelado por los magos negros. Los magos negros...

Entonces lo recordó todo. La trampa, las bolas de fuego, el hechizo protector, la escalada, Kadirh, Verónica. Y, después, nada.

Se figuró que Kadirh lo habría aturdido con algún hechizo y lo habrían capturado. Sí, eso era. Ahora recordaba la mirada de Verónica antes de perder la conciencia.

Resopló en medio de aquella oscuridad. Verónica... lo había traicionado de mala manera. Sentía pena y dolor, pero tampoco le iba a dar vueltas. No es como si no se lo hubiesen advertido miles de veces. Nunca debió confiar en ella.

Ahora debía concentrarse en salir de aquella mazmorra, aunque suponía que no iba a ser fácil. Palpó con cuidado y esmero las paredes. Parecían perfectamente lisas, sin ningún tipo de ranura. Tampoco parecía que hubiese ninguna ventana, al menos en las dos paredes que ya había examinado. La habitación parecía cuadrada, así que solo le quedaban otras dos.

En la tercera no encontró nada, pero resultó que la cuarta no era tal, sino barrotes de hierro. Probó el ancho entre los barrotes, pero dudaba que ni Verónica con su esbelto cuerpo cupiese entre ellos.

Más allá de los barrotes no alcanzaba a distinguir nada. Supuso que habría alguna puerta blindada y vigilada por algún guardia al otro lado. Se preguntó si le alimentarían o le dejarían morir. Probablemente le maltratarían pero dejándole vivo; porque si no recordaba mal, Kadirh le necesitaba para algo.

Ahora encajaba todo. Kadirh había matado al antiguo Líder pensando que era necesario para su objetivo, pero probablemente tendría que matar al Líder durante una especie de ritual final o, al menos, necesitaría su sangre. La sangre del Líder de la Orden que era lo más opuesto a aquello que él se disponía a hacer. Por eso, cuando los magos negros descubrieron que Christian tenía a Nieve, símbolo del Líder definitivo, fueron a buscarlo al pueblo. Por eso Verónica atacó a Alan, porque le buscaba a él. Porque le necesitaban. Las órdenes de Verónica habían sido capturarlo, nunca matarlo, según le había contado, aunque ella suponía que era porque Kadirh quería hacerlo él mismo. Pero se equivocaba. O quizás solo le mintió a propósito. Aunque esa mirada de preocupación que recordaba le hacía dudar. Puede que no estuviese al tanto de todos los planes de Kadirh. Al y al cabo, como ella misma había dicho miles de veces, ya no confiaba en su hija de la misma manera que antes.

En cualquier caso, necesitaba salir de allí. ¿Qué estarían haciendo en el Refugio? Y, ¿dónde estaba Nieve?

Nota de la autora:

¿Alguien más está con el corazón roto por la traición de Verónica?

¿Qué creéis que pasará ahora?

¡Espero que paséis un buen puente! ¿Os vais a algún sitio de viaje?

Crispy World

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