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Capítulo 25: Agente doble

Una mano se extendió y golpeó la hierba seca, haciendo que un ratón asustado corriera lejos hasta sentirse seguro. Con ojos temerosos y nerviosos, el pequeño roedor observó a las cinco personas, al lobo y al gato que dormían tranquilamente en el pequeño campamento improvisado. Al no sentirse seguro, huyó detrás del tronco donde un chico vestido con una cazadora de borrego se acurrucaba, dejando el lugar en total silencio, salvo por los suspiros y ligeros ronquidos de los que dormían plácidamente.

Era noche cerrada y las temperaturas bajaban mientras avanzaban las horas. El inquieto Christian se despertó, buscando una manta con la que cubrirse. Por un momento se sintió desubicado mientras se apoyaba en el tronco para incorporarse. Miró alrededor y descubrió los cuerpos abrazados de Tyler y Alice, un Nathan profundamente dormido (que sonreía mientras hablaba en sueños, diciendo cosas incoherentes) y una Verónica que parecía inmóvil mientras dormía.

Durante las últimas semanas se habían visto a menudo, aunque casi todos los encuentros habían sido puramente profesionales. Desde el día de la coronación de Christian, Verónica había estado colaborando con el Refugio como espía doble frente a los magos negros. Se habían celebrado numerosas reuniones entre los Líderes al respecto, intentando decidir si aquello era o no una buena idea.

La primera vez que tocaron el asunto había sido justo en la primera reunión de Christian como Líder oficial. Aquella había sido una reunión puramente estética, celebrada únicamente con la idea de consolidar la posición de Christian frente al resto de los Líderes, y habían tratado temas intrascendentes. Pero cuando la reunión estaba a punto de culminar, una desconfiada Caterina había insistido en su idea de no confiar en la maga negra. Desde entonces, las disputas habían sido constantes. Había dos ideas persistentes: por un lado, estaban los que querían creer a Verónica, pero decían que nunca podrían estar al cien por cien seguros de que no estuviese sacándoles información a ellos. Por otro lado, estaban los que se negaban rotundamente a tener nada que ver con ella. Al final, se había acordado ir confiando poco a poco en ella y ver cómo avanzaban los sucesos.

Así, Christian era el encargado de reunirse con ella, tarea que se había auto adjudicado rápidamente. Al menos una vez a la semana había una reunión programada en la que Verónica otorgaba información que, hasta el momento, había resultado totalmente cierta. Les había ido informando de las ubicaciones que Kadirh buscaba para sus seres sobrenaturales y, por lo que habían podido comprobar, no les había mentido. También les seguía informando sobre la nueva misión en el Cañón de Kola y los nuevos avances de Kadirh en hechizos y magia. Aunque siempre alegaba que su padre ya no confiaba en ella como antes, y que por eso no podía ser más explícita en muchas cosas. Sin embargo, parecía que la información que había otorgado Verónica había sido suficiente para ir calmando el ambiente de tensión y nervios que se había apoderado del Refugio.

Las reuniones con Verónica tenían lugar en todo tipo de lugares, y a una parte de Christian le gustaba pensar que era lo más cerca que estarían de tener una cita. Con el objetivo de que Kadirh no sospechase nada, Verónica se alejaba del Castillo alegando ir a ver algún evento en Reikiavik, al cual acudía sin levantar sospechas por si algún mago enviado por su padre la vigilaba. Una vez en el lugar de encuentro, y tras muchas medidas de seguridad, se encontraba con un camuflado Christian. La primera vez habían quedado en una galería de arte que daba una exposición a la que asistiría lo mejor de la sociedad de Reikiavik. Christian se había puesto su mejor traje, se había peinado con esmero y se había presentado en la pequeña galería horas antes del encuentro, como requería el protocolo establecido. Allí se había hecho con un folleto informativo y había hablado con diversas personas adineradas que no sabían qué cuadro adornaría mejor su ostentosa mansión. Christian, que se hacía pasar por un historiador del arte, daba su opinión intentando aparentar sabiduría y experiencia:

—Olvídese de este cuadro... es muy a la antigua —le había dicho a un hombre que le había caído especialmente mal, alejándolo de aquel cuadro tan bonito y acercándolo a uno que a Christian le parecía tremendamente feo—. Yo creo que este encaja mucho más con sus gustos e intereses... le dará un aspecto moderno a su despacho.

—¿Moderno? —había interrumpido una voz como el hielo.

Christian se había girado con el corazón palpitando mientras veía cómo Verónica, ataviada con un traje gris oscuro que le daba aspecto de profesional, aparecía por detrás del hombre.

—Si lo que usted quiere es algo moderno, cómprese un cuadro en blanco con un punto en medio... dicen que es lo que se lleva —dijo, sonriendo burlonamente al hombre.

—Está bien, señorita —dijo el otro, siguiéndole la broma—. Tendré en cuenta sus palabras —se alejó cabeceando, después de dar un repaso a Verónica de arriba abajo con la mirada.

Verónica centró entonces su atención en Christian, al cual le pareció que por un segundo el violeta de sus ojos se derretía un poco.

—Así que es usted un experto en arte moderno, ¿eh? —preguntó, con malicia en la voz.

—Arte en general —respondió él.

—Mmm... interesante —se giró mirando hacia la mesa donde había diversos canapés y bebidas—. ¿Por qué no nos alejamos un segundo del gentío, tomamos algo e intercambiamos opiniones sobre... el arte en general?

En cuanto estuvieron solos, Verónica le comentó todas las novedades, hasta que se vieron interrumpidos por unos abogados que buscaban consejo sobre el mejor cuadro que podían poner en su buffet. Verónica y Christian se lo pasaron bien aconsejando a los trajeados según les cayeran bien o mal, hasta el punto de que cuando llegó el momento de la despedida, Christian casi había olvidado el verdadero motivo por el que estaban allí. Sin embargo, la huidiza escapada que realizó Verónica le recordó lo imposible de su relación.

Otro de los encuentros tuvo lugar en un teatro. Cada uno estaba sentado en filas distintas y Christian no veía el momento de poder intercambiar información. Pero en el descanso, Verónica se las apañó para acabar sentada a su lado, donde pudo ponerlo al día. Tampoco pudieron evitar recordar el por qué estaban allí cuando, casi sin querer, acabaron dándose la mano mientras terminaban de ver una obra a la que no habían prestado atención durante más de cinco minutos seguidos.

Una de las reuniones favoritas de Christian había sido en Austurvöllur, una plaza en el centro de la ciudad, justo al lado del Parlamento. Era un día soleado y la plaza estaba llena de gente disfrutando de las buenas temperaturas. Verónica y Christian se habían sentado cada uno en un tramo de césped, separados unos metros entre sí, y mirando el Sol. Habían hecho un hechizo de manera que podían oírse y hablar claramente a pesar de la pequeña distancia que los separaba. El ambiente estaba muy animado aquel día y habían disfrutado comentando todo lo que veían e imaginando las vidas de la gente que estaba en la plaza aquel día. Verónica se había reído mucho y Christian se sintió feliz de ser quien la hacía reír. Sin embargo, una vez más, volvieron a sentir la frustración de su situación. Una vez más pesó el no poder y, cuando llegó la hora de volver a casa, Christian sintió una tremenda pesadumbre en el pecho.

Sin embargo, por muy dolorosos que fueran esos encuentros, habían consolidado la posición de Verónica en el Refugio, hasta el punto de que le habían confiado una misión: acompañarles a visitar a los magos rojos, a los cuales debían convencer de su participación en la guerra contra los magos negros. Sus poderosos dragones serían un punto importante para equilibrar la balanza.

Así, Verónica le dijo a Kadirh que pasaría unos días de retiro en las montañas para reflexionar sobre los errores que había cometido. Kadirh no puso demasiadas pegas: era bastante normal que su hija se perdiera unos días por la naturaleza. Siempre que esto ocurría, volvía con una gran determinación hacia su causa. Así habían acabado en aquel campamento junto con Nathan, Tyler y Alice, que tenían conocidos en la ciudad de los magos rojos.

Habían partido por la tarde después de comer, en cuanto Verónica se reunió con ellos. Parecía que el viaje sería un poco largo, aunque no aburrido. No podía ser aburrido con los lobos por en medio, cosa que se manifestó poco después de iniciar el viaje. Tuvieron la loca idea de echar una carrera para avanzar más rápido, motivarse en el camino y crear una sana competitividad, según palabras textuales de Alice. A Christian le hacía gracia que la loba fuera la única maga de la Orden Gris que no parecía un alma torturada, sino todo lo contrario.

—Nosotros dos nos convertimos en lobos y, como Nieve también es un ejemplar bastante grande, vosotros tres —dijo, señalando a Nathan, Christian y Verónica—, montáis en nosotros y echamos una carrera de cinco kilómetros.

Nathan puso cara de pocos amigos al instante, y Verónica tuvo una reacción parecida. A su vez, Christian no parecía muy convencido. Le resultaba incluso un poco ultrajante de cara a Tyler y Alice usarles como animales de carga. Pero, al final, y ya que había sido idea de ellos dos, aceptó. Verónica le siguió la corriente y el malhumorado Nathan no tuvo más remedio que acceder.

Así, Christian cabalgó en Alice, con la que había hecho muy buenas migas.

—Vamos, compi, que les vamos a dar una paliza a estos inútiles —dijo la loba, mientras se transformaba, de manera que su frase acabó en un gruñido.

Verónica, con Noche entre sus brazos, se montó en Nieve, ya que la loba era la más pequeña y Verónica la más ligera. Nathan se sentó encima del lobo Tyler, el cual era gigantesco. Verónica fue la encargada de llevar la cuenta atrás para la partida; tendrían que recorrer los cinco kilómetros que quedaban del sendero que estaban siguiendo.

—Tres... dos... uno... ¡Ya! —exclamó la maga negra.

Christian tuvo que agarrarse con fuerza al lomo de Alice mientras cerraba los ojos debido a la polvareda que se había levantado con el arranque rápido de los tres lobos. No alcanzó a ver mucho a su alrededor en un buen rato. Cuando el polvo se despejó, vio que corrían a una velocidad vertiginosa, cosa que hizo que se agarrara con más fuerza. Giró la cabeza hacia atrás con riesgo de marearse y observó que eran los primeros. Las siluetas de los otros dos equipos quedaban lejos y Christian se sonrió a sí mismo: Alice era muy ágil y rápida en persona, de movimientos muy ligeros, y resultaba que como loba no se quedaba atrás.

En poco tiempo, se acostumbró a la extraña sensación de velocidad y vértigo y se dejó embriagar por el júbilo y la excitación del momento. Alice debió de notar que se había relajado porque se atrevió a dar un salto en la carrera alocada y Christian sintió cómo su cuerpo se inclinaba hacia atrás. Pero ya no tuvo miedo de caer. A cambio, soltó un grito de libertad y echó a reír mientras sentía cómo sus cabellos se despeinaban con el viento. Después de ganar la carrera, encontraron aquel lugar de acampada donde estaban pasando la noche.

Se habían quedado en la linde de una zona de géiseres y Christian observaba maravillado los humos y vapores que salían del interior de la tierra. Decían que eran el aliento de las brujas. Christian sonrió al ver el vapor que salía de la respiración de Verónica debido al frío. Esta, quizás notando una mirada mientras descansaba, se giró y abrió los ojos rápidamente, solo para encontrarse con los de Christian. Brillaban ligeramente a la luz de la luna con un aura violeta.

Christian iba a decirle que se echara a dormir, pero Verónica puso un dedo sobre sus labios mientras se levantaba. 

—No hables, Chris —susurró.

Sin apartar los ojos de Christian, se acercó a él y lo besó. Fue un beso rápido, tan solo un ligero roce de sus labios, pero Christian sintió cómo se le aceleraba el corazón. Las muestras de cariño de Verónica no eran abundantes. De hecho, Christian no sabía muy bien qué eran ellos dos. Todo era demasiado complicado.

Pero en el silencio y la oscuridad de aquella noche, en el brillo de las estrellas y la luna, en el humo que brotaba de la tierra, en el color de sus ojos violetas, casi parecía fácil olvidar todas las complicaciones. Con miedo de espantarla, pero con un sentimiento de no poder hacer otra cosa, se levantó de nuevo y la besó, rodeando su fina y delicada cintura, bebiendo de su olor, sin hacer ningún ruido. Ella le devolvió el beso, como en un sueño que no parecía real. Le cogió de la mano y lo alejó de sus compañeros.

—Sígueme —volvió a susurrar ella.

En ese momento, Christian supo que debería haber sentido miedo. No era seguro quedarse a solas con la Princesa de Hielo en plena noche. Sin embargo, era lo único que deseaba en esos momentos, así que no opuso resistencia alguna cuando ella lo arrastró hasta uno de los géiseres que adornaban el paisaje nocturno. Dejaron que los vapores se entremezclaran con sus pieles húmedas mientras se besaban y exploraban sus cuerpos. Christian acarició la espalda de Verónica mientras deslizaba hacia abajo su vestido. Verónica se estremeció bajo su contacto y se deshizo de las ropas de Christian. Él besó su cuello. Ella enredó sus dedos en su pelo a la vez que lo abrazaba más fuerte. Él se sentó en el suelo, sobre la capa de todas las prendas que ya no llevaban puestas. Ella le rodeó con sus piernas y, sin dejar de besarle en ningún momento, hizo un hechizo que los aisló del frío.

Por primera vez, Christian sintió que estaban realmente hechos el uno para el otro. Durante aquel rato olvidó al resto del mundo: no existía sabor más que el de aquellos labios que jugaba a perseguir, tacto mas que el de aquella piel blanca como la nieve que se enrojecía bajo sus caricias. No veía nada mas que sus ojos violetas que lo miraban intensamente y solo podía escuchar los suspiros de Verónica. 

Y, sin embargo, la realidad siempre se imponía.

—Christian... —dijo ella, cuando recuperó el control de su respiración y de su pensamiento—. Deberíamos descansar; mañana nos espera un largo viaje.

Christian obedeció, sabía que era lo correcto. Volvieron abrazados al campamento, pero Christian pudo notar una sombra en la cara de Verónica, una expresión de tristeza que no supo identificar y que lo estaba volviendo loco. Era como si... le estuviera ocultando algo.

—¿Estás bien? —susurró en su oreja.

—Perfectamente —respondió ella, con una sorprendente sonrisa dulce.

Sin embargo, no convenció a Christian.

—Duerme hoy conmigo —le dijo ella al oído, mientras se echaba en el suelo.

Christian se tendió a su lado sin saber muy bien si debía abrazarla o no, pero Verónica tomó la iniciativa por él una vez más y se acercó, rodeando su cuello con sus brazos. Christian sintió su respiración en su cuello y, nuevamente, olvidó todas sus dudas. Se durmió, considerándose el hombre más afortunado del mundo entero.

Nota de la autora:

Fans de la relación Christian y Verónica, comentad aquí :)

Por otro lado, voy a dejaros la ficha oficial de Caterina, que ya se ha dejado caer varias veces y es la Líder de la Orden Rosa:

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