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Capítulo 15: El Líder Blanco

Christian rodó por el suelo al aterrizar mientras Verónica se desternillaba de risa.

—Mira que eres torpe. ¿Es que a los magos blancos no os ponen en forma física? —le dijo aún sin poder parar de reírse.

Christian se sentía abrumado, avergonzado y torpe. Enrojeció ligeramente, y trató de disimular agachando la cabeza mientras se sacudía la nieve de la cazadora.

Cuando estuvo algo más calmado, se permitió mirar alrededor. Verónica se hallaba sentada en una enorme roca mirando al mar, observando el poco sol que aún quedaba. A su derecha había una pequeña casa: de forma triangular, con dos pisos de altura, techo verde musgo, medio escondido por la nieve, pared blanca con rebordes de madera y cuatro ventanas que no dejaban ver mucho del interior.

—Bienvenido a mi pequeño escondite —dijo ella, sin girarse a mirarlo.

—¿Qué es este lugar? —preguntó él, sentándose a su lado.

Pudo notar que la roca estaba fría y algo húmeda. Pero había que reconocer que las vistas eran fantásticas. Habían recorrido un buen trecho en forma de hojas desde Reikiavik.

—Era el refugio de mi madre. Cuando se cansaba de vivir en el castillo con Kadirh, huía de él y me traía aquí. Él no sabe que este lugar existe, porque al final siempre volvíamos antes de que se diese cuenta de nuestra ausencia —su voz había abandonado el tono divertido, y volvía a sonar lejana y fría.

—¿Por qué huíais?

—Los magos negros somos todos malvados, Christian, está en nuestra naturaleza. Pero los hay más malos que otros. Mi padre es de los peores y mi madre era de las mejores. A veces, no podía soportar la maldad del Castillo y huía aquí; pero siempre volvía porque el amor podía con el odio.

—Lo siento, debió ser difícil para ti —Christian no podía siquiera imaginarse qué hubiese hecho él en su lugar. Admiró a Verónica, era muy valiente por enfrentarse a todo lo que tenía que enfrentarse cada día.

—No, yo soy malvada. Esas cosas no me importan. Nada me importa.

Pero en su voz se notaba todo lo contrario; así, Christian le pasó un brazo por la espalda, y ella echó la cabeza sobre su hombro. Christian se sintió privilegiado por poder servirle de apoyo y deseó que ese momento no acabase nunca. Que jamás tuviesen que regresar a la realidad, que jamás tuviesen que separarse.

Observaron las últimas luces del día de esa manera, y la noche islandesa reinó en aquel día frío de invierno.

—¿Sabes cómo se produce una aurora boreal? —preguntó ella.

—No —contestó Christian, sintiéndose un ignorante de nuevo. Aunque era una cosa que siempre le había fascinado, jamás se había dedicado a buscar el origen de las auroras boreales.

Verónica suspiró y tomó aire antes de comenzar otro de sus relatos:

—Se producen cuando las partículas cargadas que están atrapadas en las líneas del campo magnético terrestre inciden en los polos. Al chocar contra las moléculas de oxígeno y nitrógeno de la atmósfera, las excitan a niveles superiores de energía, y cuando vuelven a su nivel fundamental, devuelven esa energía en forma de luz visible de varios colores.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó él, maravillado de los conocimientos de ella y sin estar seguro de haber entendido del todo su explicación.

—No tiene mucho mérito —se echó a reír—. Lo busqué en internet.

Él asintió, sonriendo por su sinceridad y preguntándose por qué le habría contado eso.

Pero, entonces, lo entendió, porque aparecieron las auroras boreales. Al principio, fue tan solo una franja verdosa en medio del cielo. Era un espectáculo sobrecogedor y precioso, y ambos se alegraron de poder experimentarlo juntos.

Al rato, esa pequeña franja fue extendiéndose en el horizonte de este a oeste. Siguieron observando en silencio, pero Christian notó que Verónica empezaba a estar inquieta. Vio cómo la mano de ella se movía insegura, parecía dudar. Pero, al final, se movió con determinación hasta la de Christian, rozándola, suavemente al principio, para luego agarrarle con fuerza. Él le devolvió el apretón y notó que ella se acurrucaba más en su cuerpo. Como si tampoco quisiese que el momento acabase nunca.

Y siguió pasando el tiempo, y el cielo empezó a ser adornado por ondas, rizos, espirales y rayos de luz de todos los colores, creando un paisaje que les quitaba el aliento.

En ese momento, Verónica levantó la cabeza y posó sus labios en la mejilla de Christian. Ella evitó su mirada en el movimiento, tal vez porque se sentía cohibida. Estuvo unos segundos quieta, y él sintió su respiración helada en su piel.

Entonces, Christian se armó de valor y, aún preguntándose si hacía lo correcto y recordando la historia de Dean, levantó su cabeza y la miró fijamente. Ella le devolvió su mirada violeta sin pestañear ni una sola vez. Parecía una mirada limpia, lejos de magia negra y lejos de maldad. En ese momento, Verónica parecía una chica normal, aunque no corriente, porque era demasiado perfecta para ello, pensó Christian. Él creyó ver un pequeño asentimiento de cabeza y la besó, suavemente, sintiendo sus labios sobre los suyos y sus manos que acariciaban su cara.

Había ido a ella en busca de respuestas, pero había encontrado otra cosa. Quizás en el fondo solo la buscaba a ella.

Se deleitó en aquel beso. Sus labios eran suaves y sus dedos se entrelazaban en sus cabellos. Él la rodeó con los brazos: no quería perderla nunca. Ella le acarició la cara, preguntándose cómo alguien tan malvada como ella podía merecerse algo así.

Pero, al cabo de poco rato, Verónica se levantó, con cara de consternación. Se alejó unos pasos de Christian, que pudo ver que sus mejillas se habían vuelto rosadas y que parecía alterada.

—Esto no está bien, Christian, no podemos —su voz sonaba afligida y llena de dolor.

—¿Por qué? Ha sido... —ni siquiera encontraba palabras para describir cómo se sentía.

—Ha sido fantástico. Pero yo soy la futura líder de la Orden de Magia Negra, y no sé si lo sabes, pero tú eres el líder de la Orden Blanca. Ahí tienes todas tus respuestas —dijo Verónica.

—¿Qué? Yo... —balbuceó Christian, mudo de la sorpresa.

Verónica rió amargamente, y su risa ascendió a los miles de colores del cielo.

—Bienvenido a mi mundo, Christian. Bienvenido a una vida en la que no puedes decidir tu destino. Una vida en la que lo que quieres no cuenta, donde los sueños no importan y las ilusiones mueren. Donde con cada decisión que tomas te conviertes en la marioneta de un Dios al que no le importas demasiado, y que solo te usa como peón en su tablón de juego contra el resto de los Dioses.

Christian escuchó sus palabras, ligeramente aturdido. ¿Él era el Líder? Eso explicaba muchas cosas. Pero, si lo sabían, ¿por qué nadie se lo había dicho? En cualquier caso, había hallado sus respuestas.

—No creo que sea tan trágico como lo pintas —dijo Christian, repuesto de la sorpresa.

—Eso será porque tú quieres ser el Líder Blanco y salvar miles de vidas; pero quizás yo no quiera ser la maldad en persona y hacer daño. Y, sin embargo, no tengo otra posibilidad.

—Siempre hay otra posibilidad.

—No, si eres yo y vives presa tras los barrotes del Castillo Negro. No, si eres la hija de Kadirh y tienes un futuro perfectamente planeado al detalle.

Verónica tenía cara de desesperación, y Christian pudo leer las ansias de libertad en sus ojos violetas.

No sabía qué decir, o cómo ayudarla, no encontraba palabras de consuelo. Pero sintió un poco de alegría porque él tenía razón: Verónica no era tan mala como todos creían y, quizás, a su lado podría hacer cosas buenas.

Se levantó y la rodeó con los brazos. Parecía tan pequeña y frágil, sentía deseos de protegerla. Parecía una niña perdida escondida entre el glamour de sus ropas y la maldad de sus actos. Ella se dejó abrazar y hundió su cabeza en el pecho de Christian.

—¿Puedo preguntarte algo? Quizás no sea el mejor momento —dijo Christian.

—Ya lo has hecho —su voz sonaba ahogada entre la cazadora de Christian—. Dispara.

—¿Cómo sabes que yo soy el Líder de la Orden Blanca que indican las pinturas de las cuevas?

Ella se separó de él para poder mirarlo a los ojos. Apoyó sus manos sobre los hombros de Christian, el cual seguía rodeándola con los brazos.

—Por tu loba. El líder tendrá una loba que le habrá elegido y marcado como mago, al igual que yo, la maga negra de las cuevas, tengo una gata.

—¿Por qué no me lo han dicho en el Refugio? —preguntó, aún dolido.

—Probablemente, porque no están seguros. Tienes una loba, pero esa loba podría ser cualquiera.

—¿Y por qué estabais seguros vosotros cuando me vinisteis a buscar? Cuando fue tu padre ni siquiera tenía lobo alguno.

—Mi padre fue cuando tú eras un niño, pero no en tu busca, solo porque uno de tus compañeros era un mago negro. Fue a reclutarle.

Christian asintió, mientras cogía la cintura de ella entre sus manos. Era pequeña y casi podía rodearla.

—Pero tú sí que fuiste a buscarme a mí —le dijo, entrecerrando los ojos.

—Sí, pero tampoco estaba segura de quién eras. Al menos, hasta que te vi. Fui porque sabía que había un chico de pelos oscuros con un lobo, y cuando vi a tu compañero supe que no era él. Y, sin embargo, cuando apareciste tú te reconocí sin problemas. Supe que tú sí que eras el verdadero Líder. No tuve ninguna duda de ello, aunque no sé decirte por qué.

Christian agradeció muchísimo las respuestas y la sinceridad de Verónica. Pero había otra cosa a la que aún no había respondido. Una pregunta que le había hecho hacía ya unas horas. Quizás, el mayor misterio de todos. Armándose de valor de nuevo, y temiendo que estuviese cruzando algún tipo de línea, se atrevió a volver a formularla:

—¿Por qué me dejaste ir? Si soy tu enemigo, ¿por qué no matarme allí mismo cuando aún no me conocías?

Verónica se quedó pensativa. Era una muy buena pregunta. Una que había ignorado durante mucho tiempo, a pesar de saber la respuesta. Ni siquiera se creía capaz de reconocerlo en voz alta. Pero, después de lo que había pasado, no tenía sentido seguir negándolo.

—Porque me sentí diferente al verte. Como si el hielo negro que hay en mí se derritiese un poco por primera vez en mi vida. Como si hubiese un poco de esperanza en este mundo de prohibiciones y órdenes, como si las ilusiones renaciesen de nuevo. No quise acabar con ese sentimiento, no puedo, ni entonces, ni ahora. Siempre que estoy contigo me siento así.

—Yo también —dijo él—. Bueno —añadió riendo—, yo no soy mago negro, así que eso de derretirme no me pasa.

Ella lo miró con odio y se deshizo del abrazo de él. La aurora boreal era ya menos intensa, y ambos sabían que había llegado el momento de despedirse y volver a la cruda realidad, por mucho que no quisiesen.

—No te rías, Christian.

—No lo hago —dijo mientras se alejaba—. Es hora de que vuelva. Gracias por tus respuestas, Verónica.

—De nada, Christian. ¿Sabrás volver solo?

—He estado atento al camino cuando veníamos. Sería tristísimo que el Líder Blanco no supiese volver al Refugio...

—También es triste que no sepas aterrizar sin caerte de culo —añadió ella, recordando su aterrizaje de cuando habían llegado.

Cuando Christian ya empezaba a fundirse con la oscuridad, oyó la voz de Verónica.

—Si alguna vez quieres contactar conmigo, búscame aquí.

Él se giró y le guiñó un ojo, antes de marcharse.

Nota de la autora:

¿Qué os ha parecido esto de que Christian sea el Líder? Quizás algunos os lo estabais esperando ya...

¡Espero que os haya gustado este capítulo de Verónica y Christian!

Y de nuevo, muchas gracias a todos los que estáis leyendo y apoyando esta historia! Hace poco superamos las 1000 lecturas :)

Saludos,

Crispy World

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