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Capítulo 14: Reikiavik

Era invierno en aquella época del año, y las escasas cuatro horas de luz solar comenzaban en el momento en que Verónica y Christian llegaron a Reikiavik. Habían utilizado un hechizo de Verónica para llegar: se habían convertido en dos hojas de árbol voladoras y se habían propulsado con el viento que Verónica invocaba. Christian pensó, no sin cierta ironía, que la mañana había sido, e iba a ser, muy larga.

—¿Habías estado alguna vez aquí? —preguntó Verónica, mientras echaba a andar por las calles.

Ella ya sabía la respuesta: si no se habían aparecido en la ciudad, era porque Christian no podía evocar un recuerdo de Reikiavik. Era una de las limitaciones de la magia que desesperaban a Christian: uno no podía aparecerse mágicamente en un sitio que no hubiese visitado antes.

—Sabes que no he estado aquí antes.

Christian observó las casas de tres o cuatro pisos que había a su alrededor. Eran de diversos colores, algunas amarillas e incluso rosas. Había numerosos cafés y la gente parecía relajada y de rostro amable, mientras se movía entre la nieve que inundaba el suelo. Hacía bastante frío y Christian se preguntó cómo aguantaba Verónica con ese vestido corto. Tal vez fuese inmune al frío, como Nathan, o tal vez fuese demasiado dura para sentir algo tan mundano como las bajas temperaturas.

Verónica andaba con soltura por una de las calles, y Christian vio cómo pasaban por delante de una librería que estaba abriendo y alguna que otra cafetería. Se preguntó si entrarían a alguno de esos locales, pero Verónica seguía andando, indiferente a lo que había a su alrededor.

—Pues, según las leyendas, su origen tiene que ver bastante con nuestros dioses —Christian no pareció sorprendido, en Islandia todo tenía que ver con los dioses—. Dicen que el vikingo Ingólfur Arnarson dejó que los dioses decidiesen dónde iba a estar situado su nuevo hogar. Cuando estuvo cerca de la costa islandesa lanzó dos pilares de madera por la borda, los cuales cayeron en las tierras del norte. Sorprendido por el humo que salía de las tierras, lo llamó Bahía Humeante, Reikiavik.

Christian la escuchó sin demasiado interés, mientras se dejaba llevar entre esas calles desconocidas. Anduvieron durante mucho rato, ya en silencio, hasta llegar a una plaza que daba al mar. Situada a unos diez metros de altura sobre el mismo, estaba rodeada de unas barandillas negras para evitar que los paseantes cayesen. Parecía estar desierta, ya que esa era la hora del día en que la gente estaba entregada a sus labores y trabajos.

Fueron hasta la barandilla, y Christian se apoyó, pensativo, sobre ella. Apenas había hablado, pero es que no sabía muy bien qué decir. Lo cierto era que no se sentía tan mal estando con Verónica, y tampoco parecía tan mala hablando de sus leyendas. Aunque tenía un innegable lado oscuro.

Verónica aspiró el aire puro mientras extendía los brazos. Después se giró y lo miró fijamente.

—¿No tienes nada que decir? —preguntó, desafiante. Era de naturaleza impaciente y la pasividad de Christian empezaba a exasperarla.

—No sobre lo que me has contado. No he venido a que me instruyas en la historia de esta ciudad. He acudido a ti en busca de respuestas —respondió él, con la mirada perdida en el horizonte.

—Pero hasta ahora no te he escuchado formular ninguna pregunta. ¿Cómo quieres que te responda? —había un brillo burlón en su mirada y su voz sonaba a diversión.

Sin embargo, a Christian no le hacía ninguna gracia.

—Sabes perfectamente qué es todo lo que quiero saber —dijo Christian, en tono duro, ya girándose para mirarla de frente.

—Yo quiero saber muchas cosas. Quiero saber por qué existe la magia, o por qué existen los dioses, o por qué nos crearon o por qué entrelazaron nuestros destinos, Christian.

Christian no pensaba darse por vencido.

—¿Por qué fuisteis a mi aldea? ¿Me buscabais a mí? Me confundisteis con el otro único chico de pelo castaño oscuro de la aldea. ¿Por qué me buscabais? ¿Por qué me salvasteis la vida aquel día? ¿Por qué me salvasteis la vida el otro día? ¿Por qué?

Sin querer, había alzado la voz. Se sintió mal por haberla gritado.

—Te daré tus respuestas más tarde.

—Eso no me vale. Además, ¿no querías que hiciese preguntas?

Ella lo miró con odio. No podía creérselo. Ella estaba acostumbrada a que todo el mundo la obedeciese sin rechistar.

—Christian, ¿es que no ves lo que estoy haciendo? Me he escapado de mi castillo y he acudido a ti, al enemigo. He desobedecido las órdenes de mi padre, le he engañado y mentido para salvarte. ¿No puedes al menos darme un voto de confianza y creer en que te daré tus respuestas?

Christian se sintió estúpido en ese momento. Él también había hecho todo eso, él también se había escapado y engañado a sus iguales para acudir a ella. Podía entender lo que Verónica sentía.

—Lo siento —dijo entonces.

—Nunca me digas lo siento. Yo soy la mala y tú eres el bueno, recuérdalo.

Entonces le guiñó un ojo violeta y se echó a reír. Era la primera vez que la oía reír y se sintió maravillado. Al final, él acabó sonriendo a su vez.

Verónica se giró entonces hacia la fuente que adornaba el centro de la plaza.

—¿Qué? ¿Me dejas seguir contándote historias? Esta es una ciudad fascinante.

—Por supuesto, Reina de Hielo Negro.

—Princesa —puntualizó ella.

Él se echó a reír. Se sentía demasiado a gusto con ella si dejaba de lado todas las diferencias. Era natural, como si hubiese nacido para ello.

—Está bien, Princesa de Hielo Negro —dijo, entrecerrando los ojos.

Observaron la sencilla fuente con forma de media luna. Sus manos se rozaron ligeramente y, tras eso, sin saber por qué y con mucha inseguridad, Christian entrelazó sus dedos con los de Verónica. Para su sorpresa, ella no lo rechazó. Su tacto era frío y sus dedos como témpanos de hielo, pero aún así, le resultó el mejor contacto que nunca había tenido.

Al poco tiempo, ella lo arrastró tirando de su mano. Se giró, andando por delante de él y mirándolo con mirada traviesa.

—¿Sabes qué dicen de esta fuente? —preguntó ella, sonriente.

—No —contestó Christian, preguntándose qué nueva locura le iba a contar.

—Dicen que es la fuente del amor, dicen que si escribes en un papel el nombre de la persona con la que quieres estar y esa persona hace lo mismo, y ambos lo tiráis al agua; entonces, y solo entonces, el destino os dará una oportunidad de estar juntos.

—¿Para siempre? ¿Como almas gemelas? —preguntó él, un poco extrañado por la idea.

Pero ella echó a reír de tal manera que parecía una burla, y Christian se sintió incluso ofendido.

—¿Almas gemelas para siempre? —preguntó ella— No existen tales cosas, Chris —era la primera vez que usaba su diminutivo—. No, la fuente os dará la oportunidad de compartir un período de vuestra vida, pero no para siempre, eso no existe. Tal vez, cuando hayas vivido más y puedas mirar atrás, te des cuenta de que a pesar de estar separados, de que a pesar de las adversidades; fue un para siempre en tu alma. Tal vez te des cuenta de que nunca viviste una época igual.

Christian lo entendió. Pero aún así, la idea le parecía triste. Y también le entristecía el cinismo de Verónica. Parecía haber perdido la esperanza y la fe en todo aquello en lo que él creía. Pero, tal vez, fuese cosa de los magos negros. Tal vez estuviese en su naturaleza.

—Entonces, dime, ¿te atreves? —preguntó Verónica, mirándolo a los ojos.

—¿A lanzar un papel? —estaba confuso, ¿qué quería decir con eso?

Apenas se conocían y eran enemigos naturales, ¿por qué estaban haciendo aquello? ¿Qué estaban haciendo?

Ella no contestó y a cambio, sacó dos trozos de papel de su bolso cruzado al cuerpo. Escribió algo rápidamente en él y lo lanzó a la fuente. Le ofreció el otro papel a Christian con mirada rebelde.

Christian lo tomó y, con la misma rapidez que ella, escribió algo y lo lanzó.

—Vamos, ahora sígueme —dijo Verónica.

—¿Y a dónde me llevarás ahora? —preguntó Christian.

—A dónde me lleve el viento —respondió ella, haciendo círculos en el aire con los brazos extendidos.

Después, quedándose muy quieta, usó la magia para convertirse en una hoja marrón otoñal y dejarse arrastrar por la corriente.

Christian se apresuró a convertirse en una hoja verde a su vez y no perder a Verónica de vista. Mientras, en el trozo de papel escrito por Christian, la palabra Verónica se derretía con el agua.

Nota de la autora:

¿Qué os está pareciendo la relación de Christian y Verónica?

¿Le dará ella sus ansiadas respuestas?

Como estoy de celebración porque hace poco que esta historia superó sus mil lecturas... he decidido publicar capítulo doble!! 

Así que ya mismo podéis leer la continuación, un capítulo en el que Verónica revelará algunas verdades que ya necesitábamos saber.

Crispy World

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