Capítulo 13: El encuentro secreto
Christian se deslizó por el patio del Refugio de Magia Viviente en esas tempranas horas de la madrugada. No se había levantado tan pronto desde aquel día en que Robin lo entrenó por primera vez, cuando había pensado que era un elfo loco madrugador.
Ahora ya hacía más de un año de eso y muchas cosas habían cambiado. En los últimos tiempos, Christian estaba cada vez más seguro de que había muchas cosas que no le contaban, además de que aún no entendía a Verónica.
Así, enfundado en su inseparable cazadora de pana marrón oscuro con borrego por dentro, se escapaba del pequeño paraíso de la magia, decidido a buscar las únicas respuestas que creía poder encontrar.
Decidido a buscar a Verónica.
Ni siquiera acababa de creerse lo que estaba haciendo: se iba a rebelar contra las abundantes mentiras de sus amigos. Una parte de él tenía miedo de descubrir la verdad. Si había algo que no le contaban, tendrían un buen motivo para ello. Pero la situación no podía seguir así, tenía que saber la verdad de una vez por todas. Y si Robin y el resto no estaban dispuestos a contársela, la buscaría por sí mismo. Aunque los medios no fuesen los mejores, aunque el plan fuese peligroso y arriesgado.
Caminó silenciosamente por los campos de entrenamiento, rezando para sus adentros por no encontrarse con nadie. Si no se equivocaba, Robin podría estar cerca, ya que todas las mañanas se levantaba temprano y salía a los bosques a hacer sus extraños rituales de elfo y tararear sus cánticos a la naturaleza. Y a buscarle sangre a Dean, recordó Christian. Sin embargo, tuvo suerte y consiguió llegar a los límites del Refugio sin ser descubierto. Eso solo hizo que sintiese que su traición era mayor, pero no quedaba otro remedio. Aún así, dudó durante un segundo; pero después, dio el paso que lo sacaría de la protección del Refugio.
Se sintió momentáneamente inseguro.
Borró el rastro que sus botas de montaña dejaban en la nieve mientras se encaminaba al Castillo de Kadirh, con la esperanza de que nadie adivinase a dónde había ido, y pensasen que estaría entrenando por los bosques con Nieve, la cual había salido a cazar temprano. Decidió hacer el recorrido a pie, aprovechando que se conocía el camino de la vez que había participado en la misión de espionaje. Pero el principal motivo para ello era que no sabía si aparecerse mágicamente cerca del Castillo sería arriesgado. Podría contar con algún tipo de alarma que les alertase de su presencia, así como alguna trampa. Llegar de manera tradicional era más seguro. Además, así tenía tiempo de pensar con más claridad qué era lo que estaba haciendo y qué esperaba conseguir.
Sabía que era una misión arriesgada, pero era el único momento. Según tenía entendido, Kadirh había salido con todo su ejército en una secreta misión, dejando a su repudiada hija abandonada en el Castillo, prácticamente vacío en esos momentos excepto por ella y algún criado.
Sin Kadirh tenía alguna posibilidad, porque estaba seguro de que Verónica no le haría daño.
Cuando llegó, aún era muy temprano y ella tendría que estar a punto de despertar. No sabía muy bien qué hacer para encontrarla, así que observó el Castillo. Aún no había amanecido, de manera que las sombras reinaban en el patio de piedra que Christian podía observar. Ese era el mismo patio donde, la última vez, Verónica había organizado a su ejército. Alguien había limpiado la nieve, de manera que esta se apilaba en montones a los lados de los caminos y del patio. Volvió a observar las grotescas figuras que adornaban el exterior del Castillo y volvió a tener dudas sobre lo que estaba haciendo. La razón le decía que huyese de ahí, que no estaba bien; pero algo en su interior se lo impedía. De pronto, vio una luz en una ventana, y la figura de Verónica se recortó en ella.
Volvió a quedarse en blanco durante un segundo. Le pasaba siempre que la veía. Era extraño.
Cuando recuperó la razón intentó idear una manera de comunicarse con ella. Pensó en lanzar una piedra, pero eso podría alertar a alguien más: Christian sospechaba que, por muy enfadado que Kadirh estuviese con Verónica, no la habría dejado sin protección alguna. Sopesó, por tanto, la idea de colarse en el Castillo, mientras miraba las escaleras que llevaban a la enorme y negra puerta principal; pero eso también le pareció una misión suicida. Siguió descartando posibilidades a velocidad de vértigo durante unos segundos, hasta que creyó encontrar la solución. Así, usó su magia para empañar el cristal de Verónica, y escribir su nombre en él.
Verónica se había levantado con una sensación extraña ese día. Sentía una presencia nueva en el desamparado Castillo. Incluso Noche la sentía mientras maullaba con ojos desconfiados. Pero eso no tenía sentido alguno.
Intentando apartar esas ideas de su mente, descorrió la cortina de su cama y se levantó. Como el suelo estaba frío, procuró caminar por la alfombra que cubría parte del suelo. Aún inquieta, se acercó a la ventana y asomó los ojos entre las cortinas, pero no vio mucho debido a la oscuridad reinante afuera. Y sin embargo...
Volvió a sacudir la cabeza y se encaminó hacia el baño. Se observó en el espejo mientras pensaba en lo que se estaba convirtiendo: una traidora. Bien lo sabía, y por eso sus negaciones habían sido tan débiles ante su padre. Una parte ilusa y desesperada de ella, había esperado que Kadirh la comprendiese. Durante unos maravillosos minutos, mientras se encaminaba a hablar con su padre, había imaginado que este la perdonaba y que le decía que entre los dos conseguirían que aquel extraño chico se uniese a su causa, y así ella no tendría que matarle. Pero su padre se había mostrado firme e irascible en su posición y, para ser sinceros, Verónica sabía que motivos no le faltaban. Ella había sido su ojito derecho desde que su madre murió, y ella le había traicionado de la peor de las maneras al no matar a Christian. Verónica no sabía por qué no podía o, al menos, no quería saberlo, porque eso implicaría demasiadas cosas. Cosas que ella no quería ser, cosas que se negaría mientras pudiese.
Salió del baño arrastrando los pies y acariciándose el pelo, a la vez que intentaba serenarse de esa extraña sensación que se había apoderado de ella ese día.
Pero, de pronto, sintió humedad y vapor a su espalda. Cuando se giró con un repentino movimiento, vio que el cristal de su ventana estaba empañado y había una palabra escrita en él: Verónica.
No necesitó asomarse a la ventana para saber quién lo había escrito. Una extraña sensación, mezcla de emoción, excitación, adrenalina, culpa y ternura, se adueñó de ella.
Con un vestido negro, botas altas y cazadora de cuero; y con sus ojos perfectamente maquillados en tonos ahumados resaltando su color violeta, salió de la habitación con sigilo. Por suerte, era temprano. Kadirh había dicho que la dejaba sola con los criados, pero Verónica era perfectamente consciente de que habría algún vigilante que no le quitaría los ojos de encima. Kadirh no era tan inocente como para dejarla total libertad. Sobre todo, después de lo que había hecho.
Bajó las escaleras de mármol, atravesó el comedor y llegó a la puerta principal. Con una mirada furtiva a ambos lados, para asegurarse de que nadie la veía, abrió silenciosamente la puerta y la atravesó. Una vez fuera, fue menos cuidadosa mientras bajaba los escalones y atravesaba el patio, dándole más importancia a la rapidez que al sigilo.
Cuando sintió que estaba ya a salvo, apresuró aún más el paso para reunirse con él.
Christian la observó mientras se contoneaba con sus botas de tacón, acudiendo a su escondite entre los arbustos que rodeaban el Castillo. Se miraron durante unos segundos, cada uno temiendo que el otro atacase. Pero ninguno de los dos había ido ese día con ganas de pelea. Él solo quería respuestas, ella no sabía qué era lo que quería.
—Me preguntaba cuándo acudirías a mí —dijo Verónica, y Christian se dejó cautivar de nuevo por su voz.
—Necesito respuestas —dijo él.
—Lo sé —respondió ella—. Te mantienen en la oscuridad, ¿verdad? —Como Christian no respondió, ella siguió hablando—. Vamos, sígueme, te enseñaré todo aquello que no sabes.
Ella se giró y comenzó a andar. Pero él no estaba seguro de que eso fuese lo correcto. No estaba seguro de poder fiarse de ella. Así, se puso a su altura y le dijo:
—Espera... —la agarró por el brazo y ella se lo quedó mirando. El contacto fue extraño, y Christian pronto apartó la mano—. Al menos dime dónde vamos. Yo...
—No te fías de mí —terminó de decir ella—. Está bien, es normal. Soy mala y todo eso, ¿recuerdas? —dijo haciendo un gesto con las manos como si le fuese a asustar.
—No es eso. Ya me has salvado la vida varias veces. No me das miedo, Verónica.
Ella esbozó una amarga sonrisa.
—No te doy miedo, ¿eh? Pues debería, Christian.
Era la primera vez que le escuchaba decir su nombre y él sintió que se estremecía.
Entonces, Verónica desapareció, y Christian se vio envuelto por una bruma negra. Volvió a sentir dudas sobre lo que estaba haciendo, y se preguntó si de verdad debería temerla. De pronto, sintió que alguien le agarraba por detrás.
—¡Buh! —dijo ella a su espalda.
Christian se giró y vio que ella lo miraba mientras se mordía el labio inferior.
—Aunque no sepa por qué y aunque me dé rabia, tienes razón, Christian: no voy a hacerte daño. Así que, aunque te cueste, confía en mí y déjate llevar por esta vez. Déjame revelarte aquel mundo que no conoces. Olvídate de quién eres y de quién soy, y olvida que esto está mal —su mirada era tan intensa que él se vio obligado a asentir con la cabeza.
Así, Christian se dejó llevar; era como si fuesen dos viejos amigos que se reencuentran de nuevo.
Nota de la autora:
Esto se está poniendo interesante... ¿qué tramarán estos dos? ¿Cómo creéis que va a ser este primer encuentro?
Os voy a dejar la ficha de Kadirh, nuestro gran villano de la historia:
Saludos!
Crispy World
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