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Capítulo 16 "Segunda lección" (I)

                        "La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse."

                                                                                                     Oscar Wilde

   Solo bastaron unos días más de práctica para que Emilia consiguiera atrapar las mazas del lado correcto. Se sentía feliz con el nuevo logro y preparada para el siguiente paso. Aun así estuvo varias horas dándole vueltas al asunto hasta que se animó a hacer la llamada.

   Se arrinconó en una esquina de su habitación y se sentó en el piso. Escuchó atentamente cada sonido de espera hasta que atendió el contestador y colgó con el corazón a mil. No entendía por qué se ponía tan nerviosa.
   Respiró profundamente mientras veía el reflejo del sol entrar por la ventana y desenfocaba la vista para volcarse a su interior. Quizá su ansiedad se debía a lo riesgoso que fue su primer encuentro ¿Aceptaría si la citaba para ir a la fuente de nuevo? No se sentía a gusto yendo sola a ese lugar nuevamente. Una vez fue demasiado. La segunda tal vez no sería tan afortunada. ¿Qué pasaría si él llegase tarde?

   Antes de que tomara una decisión, el aparato vibró en sus manos sobresaltándola. El nombre "Ícaro" apareció en la pantalla y ella contestó con los dedos torpes.

—Hola —fue lo único que atinó a decir.

—Emilia, me llamaste.

—Sí, disculpa —"¿por qué me disculpo?" pensó de forma fugaz—. Es que... quería avisarte que ya estoy lista para continuar —El silencio del otro lado de la línea le indicó que debía decir algo más—. Estuve practicando mucho —añadió con la voz aguda, como si de repente se hubiese reducido a un tercio de su tamaño o hubiese inhalado helio. Escucharse a sí misma la hizo callar de vergüenza.

—Entonces demuéstralo —alentó la voz desde el otro lado de la línea.

  ¿Qué quería decir con todo eso? Ícaro era demasiado breve para su tranquilidad mental.

—No entiendo, ¿nos reunimos de nuevo? —preguntó con miedo de lo que podría venirse.

—Mañana a las tres de la tarde daré una demostración. Tú me acompañarás.

   Y dicho eso, le mencionó la dirección y se despidió. Al menos no colgó abruptamente como la vez pasada. Emilia corrió a buscar un papel para anotarla, evitando pensar en otra cosa para equivocar los datos.

   Luego se asomó a su ventana. Pensó en el Ícaro de la mitología que quiso volar muy alto, y por instinto se aferró a la madera. Ella no estaba lista para las alturas. Así que se alejó y saltó sobre su cama para rodearse con las sábanas mientras pensaba que al día siguiente tendría un show. Esto era un curso acelerado, definitivamente. 

   Cuando sonó el despertador y trató de apagarlo, se dio cuenta de que había exagerado con la preparación previa. Le dolían todos los músculos por la mezcla de nervios y la práctica en exceso. Se dio una ducha y habló con Josefina para pedirle que la cubriera nuevamente. Tuvo que rogarle, pero finalmente lo consiguió a un precio elevado: Irían juntas.

  Aunque no quisiera admitirlo, eso, en el fondo, le daba cierta calma. Al menos no estaría sola, y si salía todo mal ella la aplaudiría de todos modos, dándole ánimos. Solo esperaba que Ícaro no se molestara por la invitada. Trataría de mantener a Jose alejada para poder conversar con él, sino todo sería en vano.

  Al llegar al lugar que acordaron, a unas cuadras de la plaza donde sería la muestra, su amiga fijó su mirada en las mazas que sobresalían de su bolso. Emilia había omitido ese pequeño detalle para no tener que hablar demasiado por teléfono.

—¿Qué es eso? —preguntó mientras le daba un beso y extendía los brazos para tomarlos.

—Unas antorchas. Sirven para hacer malabares con fuego si las enciendes.

—¿De quién son?

—Mías —Su amiga la entrecerró los ojos, obligándola a explicarse—. Me las regaló un amigo, démonos prisa.

   Caminaron a toda marcha mientras Jose trataba de girar las varas.

—¿Y qué se supone que estamos por hacer?

—Mi amigo, el que me las regaló —respondió mientras las recuperaba—, dará una exhibición.

—¿Y por qué traes las tuyas?

   Emilia echó hacia atrás su cabeza. Le pesaba tener que explicar todo mientras trataba de prepararse mentalmente para lo que pudiera suceder.

—Porque me está enseñando unos trucos y quiere que lo acompañe. Son sus reglas —frunció la boca con fuerza. Había elegido las palabras incorrectas, un error importante cuando se trataba de una conversación con Jo. Ella nunca perdía los detalles.

   Al contrario de lo que esperaba, el silencio fue roto por una carcajada.

—¿Y desde cuando eres una sumisa?

—Calla —la exhortó, sabiendo hacia donde quería dirigirse—. Esto no es una de las novelas que lee Abi... —pensó en Chester y sintió que el nudo que ya tenía en el estómago se estrechaba más—. Espero que no haya intentado nada de eso con mi vecino —confesó espantada por la revelación.

—Ay, Emilia. Ahora calla tú, acabo de almorzar —se frotó el estómago—. Todavía no entiendo la dinámica de esa pareja.

  Antes de lo planeado llegaron al lugar del evento. Había un pequeño escenario montado en el que tocaba un grupo local y a los costados, hileras de puestos artesanales. Tragó saliva pensando en lo amontonado que estaba todo. Si llegara a escapársele una antorcha, podría causar graves daños. Por suerte había practicado sin fuego, y es de esa manera cómo pensaba hacer su presentación. Todavía guardaba una esperanza de que Ícaro cambiara de objetivo.

—¿Y dónde está tu amigo?

—Cuando encuentres un semidiós me avisas.

—Es una broma, ¿cierto? Porque vine re hippie. Deberías haberme adver...

   Emilia seguía buscando sin encontrarlo. Se percató del silencio de Jose, cuando ésta tiró de su campera.

—Ahí viene Dioniso... ¿ese es?

   No pudo evitar reírse de la ocurrencia de su amiga. Era cierto que Ícaro quitaba el aliento y cortaba el aire con su andar. Podría hacer una oda a su belleza y aun así no le haría justicia. Pero no estaba ahí para revolotear a su alrededor como mariposa en primavera. Y tampoco estaba temblando porque él tenía clavados sus ojos de fuego azul en su mirada. Lo que le erizaba la piel era algo más simple: tenía que conquistarlo. Así de fácil y complejo. Debía demostrarle sus habilidades, ganar de alguna forma su atención y hacer que mereciera la inversión de tiempo que él haría en ella. Tenía que vencer o perdería la única oportunidad de acercarse su potencial.

—Los ángeles existen —murmuró Jose mientras soltaba la prenda, que había continuado jalando, y resbalaba su mano en evidente shock.

  Si llegaba a perder el interés de Ícaro, estaba perdida.

—Emilia —expresó feliz con una voz melodiosa.

—Hola —correspondió el saludo—. Ella es Josefina, una amiga —hizo la presentación ansiosa por ver su reacción.

—Mucho gusto, soy Ícaro —Saludó con total simpatía.

—El placer es mío —dijo su amiga, notablemente exaltada.

—Síganme, por favor, hay un show que preparar —les indicó el camino con un gesto.

   Detrás del escenario estaba el resto de los artistas circenses. Ninguno les prestó atención, cada uno ensayaba sus movimientos, ajeno al resto del mundo.

—Quizá sea hora de comenzar a precalentar, Emilia. Irás antes de mí.

—¿Arriba del escenario?

—Sí.

—¿Con las mazas apagadas?

   La miró sin decir nada y, a la vez, respondiéndole todas sus dudas.

—¿Y si se me escapan y quemo a alguien? —preguntó presintiendo que estaba tirando demasiado de la cuerda.

—Me llamaste porque estabas lista. No te pondría en este lugar si no creyera en ti.

   Dicho eso se alejó a buscar sus cosas. Las últimas palabras fueron un bálsamo de agua fresca. Él confiaba en ella, ¿qué más podía pedir?

   Jose aprovechó para acercarse y desearle suerte.

—Mientras no me quemes el cabello, yo te aplaudo —sonrió con cariño y luego torció la vista—. Sabes que puedes. Imagina que estás sola.

—Deja de mirarlo así, vas a incomodarlo.

—No puedo. Es un Dios, ¿cómo lo conociste? Todavía tienes que contarme todo.

—Mira su show y después hablamos. Es impresionante... —agarró el rostro de Jose y lo giró para observarla de frente—. No te olvides de cerrar la boca o se te caerá la baba.

   Jo se mordió los labios.

—Lo que se está perdiendo Abi.

—Abi —murmuró Emilia—, no puedo creerlo. Mírala.

  En un costado del escenario se encontraba su amiga tomada de la mano de Chester.

—Parece que es día de cita —respondió Josefina—. No te preocupes.

—Falta que aparezca Julien y yo misma prendo una hoguera en el centro del escenario y me quemo viva.

—Deja de hablar estupideces —La sacudió de los hombros—. Voy a hablar con ellos y les explicaré un poco lo tuyo para que no te miren tan sorprendidos cuando aparezcas.

—¡No!, llévalos a otro lado. Inventa algo.

—Pero yo quiero verte.

—De acuerdo, haz lo que dijiste. Yo...trataré de no quemar a nadie.

—Cuídate. Te preocupas por los demás y no piensas que también puedes salir herida.

—¿Qué clase de discurso motivacional es ese, Jo? —exclamó Emilia, carcomida de los nervios.

—Está bien. Carpe diem. Hazlo rápido que quiero ver al semidiós.

—Eso está mejor.

   Mientras el resto de los números pasaban, Emilia calentaba los músculos de los brazos; haciendo hincapié en las muñecas. Si hacía un mal movimiento al lanzarlos, tendría que bajar corriendo del escenario.

   Por el rabillo del ojo vio a Ícaro acercarse.

—¿Lista?

   Ella se limitó a mirarlo y respirar profundo. Cuando el joven vio que ella encaraba las escaleras para subir,  la tomó del brazo sin poder contener una risa inocente.

—Era una broma lo del escenario, no hay espacio suficiente. Ya abriremos un círculo entre la gente y haremos todo abajo. No te preocupes, si algo sale mal, estoy listo para apagar tus antorchas. Llevo un trapo mojado para disimular, nadie saldrá herido. Controlaré tu fuego.


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