VEINTICUATRO
☾☾☾☾☾☾☾☾☾☾
El amanecer nos encontró buscando entre las calles de Canterbury. Cuando el futuro rey se despertó, nos ordenó reunirnos con él en su sala del consejo. Allí sentada, delante de un Athel con los puños fuertemente cerrados sobre la mesa y una reina caminando con ansiedad por toda la habitación, sentía que el mundo me acababa de sacudir.
-No consigo entender qué hace la futura reina correteando por las apestosas calles en mitad de la noche -espetó Godric. Me miró de arriba abajo y luego, como si recordase que mi padre y mi hermano estaban también presentes, sonrió con una calidez tan fingida que lo único que despertó en mi fue frío. -Y con mi hermano, ni más ni menos.
Ahora atravesó a Athel con la mirada.
-Albert, mi guardia, fue quien descubrió la desaparición del pequeño príncipe -dije por enésima vez. -Me informó a mi directamente y yo di con Athel, puesto que...
-Puesto que -siguió él por mi, cortándome -estaba regresando a mis aposentos en ese mismo momento. También iban con nosotros Hilda y Albert.
-¿De donde venías? -Godric dijo. Sunniva gruñó sin decoro. Sacudí fuera de mi mente el recuerdo de ella haciendo el rito con mi madre y con los ojos teñidos de negro.
-Interrogarás a tu hermano después de que encontremos a Aaron -se atrevió a decir ella con odio. -Sigo sin comprender qué hacemos aquí encerrados. Deberíamos estar todos ahí fuera buscando a mi hijo y no discutiendo sandeces.
-Madre -advirtió Godric con desprecio. -hablaras cuando se te permita.
-Hablará cuando quiera, -bramó mi padre. Todos le observamos -puesto que es la reina.
Después de un espeso silencio, Godric le sonrió a mi padre con simpatía y Edward el grande pareció relajarse. Athel y yo nos obligamos a no hacer contacto visual.
-Los mejores cazadores y rastreadores están ahí fuera y darán con él -dijo con desdén el rey maldito. Luego miró a Albert, de pie detrás de mi -Vuelve a relatar lo que vistes.
-Voy a salir a buscar a Aaron mientras Albert repite la historia una vez más, hermano -espetó Athel exasperado. Se puso de pie haciendo chirriar la basta silla. Cen se levantó también.
-Iré contigo.
-Athel, -Godric inquirió -debes bajar a ver los pueblos vecinos y sus ganados. Eres mi consejero en primer lugar. No olvides eso y cumple tu deber.
El cazador le dedicó una mirada que si pudiese incendiar cosas, hubiese prendido el castillo entero en llamas.
-Encontraré a Aaron primero -le explicó en un murmullo grabe -y después bajaré a los pueblos vecinos a cumplir con mi tarea de consejero.
-Eres un hombre débil -Godric soltó una cruel carcajada y vi en el rostro y el porte de ambos hombres que iba a comenzar una autentica pelea. Albert, muy hábilmente, intervino entonces.
-Estaba cubriendo el turno de noche ante la puerta de la princesa Eda, mi señor -dijo -cuando el príncipe Aaron pasó correteando hacia fuera del castillo. Le seguí, temiendo por su seguridad al verle solo a altas horas de la noche y llegamos a la plaza mayor y perdí su pista. Creí que estaría bailando, pero entonces vi a... -una pausa, un carraspeo -un hombre arrastrarlo lejos del meollo. - Otra pausa más. -No pude seguirle la pista. Fue como si hubiesen desaparecido.
Habíamos creado la mentira mientras salíamos de la habitación de Athel unas horas atrás. No podíamos decirle al futuro rey, que en realidad habíamos estado allí fuera todos. Que mandamos a Albert al castillo con Aaron al ir al encuentro de Cyra y que una mujer, una bruja oscura, probablemente, se había llevado al chico después de dejar al guardia en el suelo debido a un golpe. Así se lo había encontrado Hilda.
El pobre Albert debía tener un dolor de cabeza de los mil demonios y ya no estaba segura de si era por el porrazo que la bruja oscura le propinó o por la de veces que había tenido que repetir la misma historia.
A estas alturas, debía ser mediodía y estábamos ya desesperados por salir de allí y seguir con la búsqueda de Aaron. Si caía la noche y seguía en manos de las brujas, su destino sería horrible. Sentía un nudo en la garganta solo de pensarlo, y ese era el tema, no podía dejar de pensarlo.
Aunque mi destino ya estaba advirtiendo que no iba a ser para nada el de una chica buscando a un príncipe sin cesar. Godric no me iba a dejar salir del castillo.
Miré a mi padre, que me observaba con el gesto serio. Luego a Cen llegar hasta Athel, poner una mano en su hombro.
-Vamos -le dijo mi hermano. El cazador, me miró un momento y asintió. Les observé salir.
-Albert -dije. Él dio un paso hacia mi. -Ve con ellos.
-¿Esta segura, alteza? -murmuró.
-Estoy yo aquí -dijo mi padre.
-Y yo -añadió Hilda para sorpresa del rey de Sussex.
Albert salió corriendo detrás de los otros dos hombres. Jamie y Taron no habían regresado de su búsqueda, así que supuse se organizarían todos.
-Quisiera tener una conversación a solas con mi futura esposa. – La voz de Godric sonó cortante. Apreté los dientes.
-Me temo que vas a tener que esperar -contestó Sunniva. Se detuvo ante mí, aguantó mi mirada en sus ojos oscuros y dijo: -La princesa debe venir conmigo ahora. Tu -miró de nuevo al rey maldito -encárgate de hacer lo que mejor haces.
Y dejó así la frase. Cruel y burlona.
Yo me levanté, mi padre y Hilda se pusieron ambos a mis lados y Sunniva miró a Edward con un brillo interesante en los ojos. No miré atrás al dejar a Godric solo en la sala del consejo.
-Creo que todos sabemos quién tiene a mi hijo -sentenció la reina cuando bloqueó la puerta de lo que supuse eran sus aposentos. Nos observó. Primero a Hilda, luego a mi. Luego un sollozo hondo y doloroso. Mi cuerpo entero se estremeció. -Por favor Edward -llegó al rey y le agarró ambas manos con desesperación -necesito tu ayuda.
Mi padre la estudió con pesar antes de decir:
-Saldré con los chicos, dispondré una nueva partida de búsqueda y cubriremos el norte del bosque.
-No me refiero a esa ayuda -una lágrima rodó por sus ojos. Ver a la reina tan afligida me tenía a mi misma al borde del llanto -sabes quien tiene a mi hijo. Sabes qué es lo único que podemos hacer para encontrarlo. - Hubo un silencio espeso. Vi como mi padre apretaba la mandíbula. -Hay que entonar la canción de los bosques -susurró.
-Yo soy un hombre, Sunniva, no oirán mis canticos. Debe ser una mujer.
-Yo no puedo salir de este castillo, -ella frunció el ceño, con pena. De pronto elevó sus ojos por encima del hombro de mi padre y los clavó en mí.
Él soltó a la reina y dio un paso cerca nuestro, mío y de Hilda tras de mi, interponiéndose entre la Sunniva y yo. Apoyé una mano en su hombro, para tranquilizarlo de lo que fuese que le acababa de alterar tanto.
-Eda podría ayudarnos -susurró. Mordió su labio, aguantó el aire.
-Me gustaría hacer todo lo que esté en mis manos -le dije con una débil sonrisa. Ella pareció poder respirar de nuevo. Edward el grande se giró con brío, encarándome. Vi miedo en sus ojos. Nubes, humo, sombras.
-No estoy seguro de que mi hija sepa a qué se enfrenta si sale a buscar al tuyo, Sunniva -murmuró sin quitar su mirada de la mía.
-Por supuesto que lo sabe, Edward -rio la reina sin ganas -O, ¿a caso olvidas de qué familia viene?
Mi padre enmudeció, buscando mi respuesta.
-O que he vagado sola por los bosques durante semanas -añadí. -Lo que no me haya enseñado mi familia, me lo ha mostrado la vida.
Él soltó el aire de su pecho con gran pesar. Frotó sus manos llenas de anillos de oro.
-Yo cubriré tu ausencia en el castillo, -Sunniva llegó a mi lado y agarró mis manos con fuerza. Sus uñas clavándose en mi piel. Tanto agradecimiento brillando en sus ojos. -mantendré a Godric entretenido para que puedas salir sin ser descubierta.
-Es una insensatez -gruñó Edward. Sunniva le ignoró. Sentí como Hilda llegaba más cerca de mí.
-Sabes encontrarlas, debes hacerlo antes de la medianoche, Eda -sacudió nuestras manos con insistencia. -Te deberé la vida por esto, hija.
Edward agarró nuestro férreo agarre y nos forzó a separarnos. Volvió a coger aire con pesar y plantó sus botazas entre nosotras.
-Irónico como mandas a mi hija a la muerte por salvar de ésta al tuyo, ¿no?
Se hizo un silencio abismal. Hilda tocó mi hombro y yo me retiré de la escena unos pasos. Ambos se miraban con tanta violencia que me estremecí. Algo más, vi en sus gestos, se estaban diciendo entre líneas aquellos dos. Se me ocurrió que tal vez Edward supiera lo que nos habían hecho a Athel y a mi.
-Tu hija, si es quien debe ser, no dejará morir a un inocente. Esa fuerza corre por sus venas. Además, -alzó ella la voz -¿debo recordarte quien es responsable de esta situación?
Mi padre jadeó y yo cubrí mi boca para no emitir ningún sonido. Miré a la reina, observándome con seriedad. ¿Era posible que ella supiera qué hacíamos en la calle con Aaron aquella noche? O lo que había pasado entre Athel y yo.
-No te atrevas -le advirtió Edward. -Te respeto y te aprecio, Sunniva. No te atrevas, sin embargo, a usar esas armas para convencer a mi hija a un destino que puede ser peor que la muerte.
-Jugando con fuego, te quemas -se limitó a decir la reina.
-Hipócrita -murmuró Hilda.
-Salid a por mi niño, princesa -apretó los labios en una fina línea -os lo suplico. Sé que le apreciáis, él os aprecia. No le dejéis a su suerte ahí fuera con esos monstruos. Os prometo que seréis recompensada.
El estomago se me retorció. Por supuesto que iba a salir a por Aaron, antes incluso que ella me lo dijese. De echo, antes de que ella lo supiese, yo ya estaba recorriendo las calles y las lindes del bosque. Ni quería una recompensa ni que ella me debiese la vida. De todos modos, no tenía una, puesto que le pertenecía al diablo.
-No nos precipitemos, -murmuró Edward -seguro que hay algún otro modo de hacer esto.
-Iré, padre -puse mi mano en su hombro. Él se giró a encararme. -No temas por mi, Hilda no va a dejar que me pase nada.
Y entonces pasó algo que no me hubiese podido imaginar jamás. Edward sopesó sus opciones, sus posibilidades de convencerme de que no lo hiciera, de como iría esa discusión y de como terminaría por hacer lo que me viniese en gana. Y por primera vez en mi vida, en vez de prohibírmelo a cal y canto, dijo:
-Iré contigo.
Sunniva suspiró, corrió hasta mí y agarró mis mejillas. El brillo en sus ojos fue de puro alivio mientras besaba mi frente.
-Eres una bendición.
-Mas vale que no os degollen, majestad -la voz de Hilda sonó divertida. Mi padre la miró. -Puesto que vuestro hijo e hija están en esta misma lucha y no dejaríais descendencia.
Fulminé a la bruja.
-Gracias por poner otro conflicto encima de la mesa, querida -dije con desgana.
-Eda no va a morir -murmuró Sunniva soltándome. Miró a mi padre. -O al menos, no antes de que se cumpla nuestro trato.
Trato con el diablo.
-Sería una gran reina en Sussex -Edward trató de bromear, pero seguía luciendo confuso.
☽☾
Pasaron dos noches enteras. En esas dos noches Sunniva me excusó para que pudiese salir a los bosques con Hilda, mi padre y Palo. Sin suerte.
Cen, Athel y los demás no habían regresado aun y eso crispaba aun más el ambiente, pero supuse bien al pensar que no se rendirían fácilmente.
El cansancio hacía mella en nosotros mientras la tarde antes de la tercera noche, mi padre dormitaba en mi cama y Hilda y yo descansábamos en los sillones ocres delante del fuego.
Sin cesar habíamos tratado de dar con las brujas, con Aaron. Hasta me planteé llamar a Ahriman. Planteamiento que desestimé de inmediato, obviamente.
Hilda estaba con sus ojos opacos tratando de rastrear al chico. Luego rastreaba a la partida de búsqueda del cazador y me daba detalles exactos de donde estaban y como.
-Athel parece estar a punto de liarse a puñetazos con alguien -había dicho unas horas antes. Yo sonreí con pesar. También me informó de que no les quedaba comida ni agua.
-¿Sigue vivo? -pregunté en algún momento refiriéndome al joven príncipe.
Oí el chirrido en la cama de mi habitación. El frío y la noche se colaban por la grieta del ventanal y Edward iba a prepararse para una madrugada más de búsqueda.
-Estoy casi segura de que sí -me dijo ella. -Y es sorprendente.
Desde luego que lo era.
-Eda.
Una voz tronó desde el rincón oscuro de la sala principal de mis aposentos. Palo apareció a mi lado, con sus cuatro patas abiertas y las orejas y el rabo levantados. Hilda no se movió pero sí sonrió ante la familiar voz.
-¿Qué haces aquí?
Edward apareció en la habitación con el fuego reflejándose en sus ojos. Cuando Cyra salió de entre las sombras, le dedicó a mi padre una sonrisa gigante. Esa sonrisa me turbó.
-Vengo a advertiros.
-No necesitamos tus advertencias -sentenció él cruzando sus enormes brazos en su pecho.
-Por supuesto que las necesitamos -le contradijo Hilda. El rey quedó atónito por la replica descarada de mi amiga y yo sonreí lentamente.
-Dejad vuestras disputas para otro momento, -le dije a él -es inusual que la bruja del bosque venga a prestar ayuda.
Cyra me miró con orgullo antes de llegar más cerca, agarrar sus manos juntas y decir:
-Debes llegar hasta él, escuchar lo que tiene que decirte y si consigues encontrar el camino de vuelta, serás libre. Debes salir de inmediato a por el niño.
Fruncí el ceño mientras la observaba. Ella repitió su indicación, asintió, asentí y desapareció hasta el rincón oscuro de la habitación, dejándonos.
-¿De qué nos sirve ese tipo de ayuda? -gruñó mi padre.
-Probablemente ahora de nada, -le dijo Hilda sin paciencia. Parecía que seguía olvidando que le estaba hablando a uno de los reyes más grandes de los siete reinos. Y me encantaba eso de ella. -pero le encontraremos utilidad.
-En cualquier caso, -añadí levantándome -auguro que esta es la noche que damos con el príncipe Aaron.
Para cuando estábamos saliendo por los pasillos secretos del castillo de Canterbury, con mi arco y flechas, mi daga, mi amiga, el zorro y mi enorme pero silencioso padre, no pude evitar sonreír por la escena. Si alguien me hubiese dicho alguna vez que saldría a cazar por las noches con Edward, me hubiese destornillado de la risa. Allí estábamos, sin embargo.
Llegamos a la plaza central del pueblo, a tan solo unas calles de la entrada este del bosque, cuando, escondidos entre las sombras, vi la partida de búsqueda de Athel regresar al castillo. Miré a mis acompañantes, más concentrados en seguir adelante que en mirar atrás.
Vi a Cen caminar mirando sus botas y tirando de su montura. Vi a Athel, con una barba de tres días, los dientes apretados y la mirada puesta en la torre del castillo. Aquella torre en la que yo dormía. Di un paso en su dirección, fuera de las sombras.
-Hay batallas que debes luchar sola -dijo Cyra en mi mente.
Retrocedí, quedando en las sombras de nuevo, con la espesa capa tapando mis facciones y observándoles hasta que entraron en los grandes muros del castillo.
Luego seguí la marcha de mi propia partida de búsqueda.
Al entrar al bosque había tres monturas esperándonos. Padre pagó a un discreto mozo de cuadras cada noche para que nos tuviese los caballos listos y camuflados.
-Hiedras y espinas, mostradme el camino -susurré.
Trotamos por horas, pero horas que, después de tres días, se sentían distintas.
Hoy sí parecía que sabíamos a donde ir. Al menos yo. Sabía hacia donde me dirigía y el motivo exacto. Sabía hasta lo que me encontraría al final del camino.
Y lo sabía porqué escuchaba aquella música alegre que Ahriman y Cyra tocaron al mostrarme mis recuerdos.
Abrí mi capa, dejando que el aire azotase mi vestido azul. Hilda trotaba por delante, Edward en la retaguardia. Palo aparecía y desaparecía a mi alrededor corriendo con la velocidad de un rayo.
Sentí un tirón en mis entrañas en aquel momento. Y como por inercia miré a mi alrededor buscando a Athel sin encontrarle, claro.
Supe que aquel fue el momento exacto en el que el cazador había descubierto que yo ya no estaba en Canterbury. No tuve duda de ello. Las imágenes de él entrando a toda prisa en mi habitación vacía invadieron mi mente, como si realmente tuviese una ventanita en la frente que me mostrase la escena tal y como estaba sucediendo.
Suspiré, observando el cielo encapotarse y oscurecerse a medida que nos alejábamos más y más y profundizábamos en la espesura del grandioso bosque ante nosotros.
Por supuesto que nos costaría cubrir tanto terreno y dar con el niño. Me alegraba de que la magia, de algún modo que no entendía aun, estuviese de nuestra parte aquella noche.
Y tan de nuestra parte, pues como era de esperar, unas horas más tarde, cuando la luna creciente ya había vuelto a salir, aquella luna negra que presagiaba tinieblas, comencé a escuchar sus voces, llamándome.
-¿Qué es eso? -gruñó mi padre detrás de mi.
Yo azucé mi montura, acelerando nuestro rítmico trote y dejando a Hilda por detrás.
-Son ellas -le dijo.
Y ahí empezaba todo de nuevo. Las voces, la canción al unísono, teniendo hambre, teniendo sed, quemando la ciudad sin que nadie lo supiera. Allí, susurrando pero alzando las voces como un coro de ángeles del infierno, tétrico, escalofriante.
El viento cortando mi rostro, el arco rebotando en mi espalda, Palo casi volando a mi lado y entonces el corazón.
Su corazón, el de Aaron, repicando en mis oídos, pero lento, calmado, sereno.
Eso no me esperanzó en lo absoluto, todo lo contrario, asustó todos mis monstruos. ¿Cómo podía estar el chico tan tranquilo si las brujas habían entonado ya su canción?
Encontré a las brujas unos minutos más tarde, formando su característico círculo, pero mirando hacia afuera en todas direcciones, como si todos aquellos ojos negros esperasen que pudiese aparecer por cualquier lugar.
Ralenticé el paso, bajé del caballo y seguí a pie, quitándome las botas para hacer el menos ruido posible -y porqué yo en el bosque no era nadie con los pies cubiertos-.
Edward y Hilda llegaron con sigilo y quedaron a ambos lados. Escuché los juramentos ahogados de mi padre ante la escena ocurriendo en sus narices.
Ellas sostenían sus antorchas con un fuego que ondeaba con tal vigor que pudiésemos haber jurado que corría un huracán. No había ni pizca de brisa, sin embargo. No dejaban de gorjear su canción, nunca, y tampoco parpadeaban. Estaban a la espera. Eran doce. Muchas, demasiadas.
En el centro de su circulo había un altar de piedra. Una mesa redonda parecía. Y tumbado con tranquilidad estaba Aaron.
-¿Cómo lo hacemos? -susurró Hilda.
-Separémonos -ordené. -No dejéis que os atrapen -sentencié, luego les miré un instante y añadí un: -por favor.
-Dispararemos todos a la vez y mataremos a tantas como podamos de una sentada -ordenó el rey.
Saqué el arco de mi espalda y acomodé mi carcaj de flechas. El corazón de Aaron seguía estable, no tenía miedo. Probablemente le tenían dormido. Me alegraba.
-Me preguntaba donde estaría mi arco -escuché que decía Edward el grande. Luego agarró mi codo, justo cuando comencé a alejarme, me miró pero no supo qué añadir.
-Ten cuidado, Eda -sugirió Hilda -Te quiero. Me importas o -mi padre la miró con el ceño fruncido -regresa con vida. – Ella le dedicó una sonrisa socarrona. -No es tan difícil, su majestad.
Edward solo dijo:
-No me extraña que la hayas elegido a ella como tu amiga y consejera.
Rodé los ojos y les dejé atrás.
Lancé mi primera flecha cuando encontré un hueco entre las sombras lo bastante lejos de mis acompañantes para dirigir las brujas lejos de ellos.
En tres flechazos maté a dos de esos monstruos y malherí al tercero. Mi corazón tronaba con fuerza, casi emocionado por la acción de la que se me había privado tantas semanas. Esclava y inservible entre los muros del castillo del rey maldito, me di cuenta en aquel momento, que una parte de mi moría con cada día que pasaba lejos del bosque. Lejos de lo que supe aquella misma noche con total certidumbre, era mi deber. Ayudar a los demás. Salvar a los que no podían salvarse a sí mismos. Niñas, niños, mujeres y hombres heridos, débiles, capturados, perdidos.
Cuando las brujas dejaron el circulo para correr como furias, alguien siguió disparando desde el lado contrario del claro, matando a tres más. Y, como esperaba, comenzó el caos, puesto que las brujas lanzaron las antorchas al suelo, como era de esperar, y sus siluetas eran casi imperceptibles en la noche cerrada. El circulo de fuego se prendió alrededor del altar que capturaba a Aaron y me apresuré a cargar de nuevo mi arco para tratar de disparar a las pocas sombras visibles que corrían con largas zancadas en todas direcciones.
Una, dos y hasta tres veces disparé sin saber con exactitud si estaba tocando alguien y donde exactamente atravesaba mi flecha. Siempre procurando no tener a Aaron en la dirección de tiro, pero sin cesar.
Colgué el arco en mi espalda, junto al carcaj, y saqué la daga, la única que me quedaba puesto que mi hermano cargaba con su gemela. Solo tuve tiempo de dar un paso dentro del claro, pues todo lo demás pasó muy rápido y, sinceramente, me cogió totalmente desprevenida.
Unas manos espitosas se arremolinaron en mi garganta. Las voces de las brujas se alzaron, agrietando mis orejas, dándome un dolor de cabeza insoportable mientras alguien o algo tiraba de mí. Rasgué con mis uñas el aire, sin encontrar qué estaba causándome ese dolor. Pataleé en todas direcciones, busqué con mis ojos mortales sin poder ver nada. En un momento me soltaron. Jadeé en busca de aire antes de que otro par de manos, o el mismo, agarró el borde de mi capa, tirando en una sacudida seca y derribándome al suelo, de espaldas.
Quienquiera que me había derribado, estaba detrás de mi y ahora comenzó a arrastrarme hacía el altar donde yacía Aaron. La fuerza era tal que me dejó sin aliento, me ahogaba con los empellones y sacudidas de la gruesa tela atada a mi cuello. Con manos hábiles busqué el cordón anudado y comencé a forcejear para soltarlo. Estaba más apretado de lo que esperaba, debido a la tracción y el peso muerto de mi cuerpo en el suelo.
Apoyé los pies, doblé las rodillas y traté de levantarme, con poco éxito. Me alzaba unos centímetros y volvía a caer de espaldas con golpes secos, pero no cesé, lo intenté una vez tras otra, tras otra. Mis manos entumecidas ahora, seguían tirando del lazo en mi pescuezo. Maldita sea, me estaba ahogando.
Podía oír a las brujas cantando, podía oír el silbido de las flechas y también una espada rasgando carne. Pude escuchar también como Hilda gritaba mi nombre, aunque no supe si fue al aire o a mi cabeza. Y escuché la agonía en mis pulmones vacíos y desesperados. Abrí la boca buscando el aire que la capa no dejaba que entrase.
Solté ahora el lazo, agarré los bordes de la tela haciendo fuerza para elevarme un poco y que todo el tirón del arrastre no fuese a mi cuello. Jadeé, con el aire llenando mi boca. Me sacudí, pataleé, clavé los talones en el suelo sintiendo como este los rasgaba.
Palo había llegado y estaba tratando de mordisquear la capa en las manos de la persona que me arrastraba. Ladeé mi cabeza para ver a una mujer con el pelo tan naranja como el mío, de espaldas y andando sin inmutarse mientras el zorro mordisqueaba ahora sus piernas. Sin éxito, sin conseguir que la bruja enfundada en el camisón cubierto de barro se inmutase.
Aquella mujer no había estado en el circulo. No la había visto antes, debía haber estado esperándonos en las sombras.
-¡Sueltame! -grité. Ella no se inmutó. -¡Bruja! – Nada. -Tengo tanta sed -dije -tengo tanta hambre. - La mujer ladeó la cabeza, mirándome por encima del hombro. Bien. -Arde el bosque a mis pies y ellos no lo saben -canté. -Sangran sin parar, viven sin aliento -Ahora se había girado por completo, pero sin dejar de tirar de mi. -Pero yo he roto el silencio y a pleno pulmón -murmuré. La bruja sonrió, una sonrisa tan grande y tan lúcida que me estremecí.
Paré de cantar y ella dejó de tirar y se agachó lentamente, mirándome como miras a un gato al que quieres atrapar y sabes que puede salir corriendo en cualquier momento. Presa y depredador.
Aproveché para girarme, quedar de rodillas y arrancar al fin el nudo en mi garganta liberándome de la capa.
-Sigue, -dijo ella en un precioso tono melódico -sigue cantando princesa.
Clavé las uñas de una de mis manos en la tierra húmeda mientras encontraba mi daga con la otra. Le di gracias a Dios por no perderla. No dije nada más, sin embargo. Estaba aterrorizada por primera vez en mi vida.
No estaba ante una bruja oscura y desalmada, aquella mujer estaba despierta. No era como el resto.
Cometí el error de buscar a mi padre y a Hilda un momento y ella se abalanzó sobre mi, agarrándome por la nuca, con el puño cerrado. Se levantó, llevándome con ella y inclinó su cara en la mía.
-Sigue, -repitió -insisto.
-Tengo en la garganta una revolución -susurré.
-Si -rio ella.
Clavó un puñetazo atroz en mi estómago, doblando mi cuerpo por el dolor. Para cuando me recuperé estábamos andando a trompicones demasiado rápidos directas hacia el circulo de fuego. Estábamos tan cerca del altar que el cuerpo se me calentó de un modo insoportable.
En ese momento creí que su objetivo era quemarme viva.
Recordé la daga en mi mano libre y comencé a asestar puñaladas al aire. Le atravesé el brazo con el que me agarraba del pelo, pero ni se inmutó. La maldita bruja ni siquiera titubeó.
Traté de apuñalar su costado y mientras la sangre manchaba el camisón hecho girones no tuve más remedio que resignarme y gritar. Gritar fuerte esperando que apareciese alguien a deshacer aquel férreo agarre.
Pero entonces pasó lo inimaginable y la bruja nos llevó más y más cerca del fuego, el calor era tal que creí que mis pestañas y cejas arderían de un momento a otro, no fue así. Atravesamos el aro en llamas como si aquello que acabásemos de pisar no fuesen las flamas del elemento más feroz de la tierra. No quemó, no dolió, nada.
La bruja me lanzó con tal fuerza que aterricé en mis rodillas, gimiendo.
-Princesa -dijo el diablo. Ahriman.
Subí lentamente mi cabeza, viéndole de pie al lado del chico dormido. Sus latidos seguían tranquilos, como si realmente no pudiese escuchar nada de lo que estaba pasando a su alrededor. Gracias a Dios por eso.
-Soy yo quien está teniendo misericordia y no Dios -dijo él. Leyó mis pensamientos.
-Subo protecciones -murmuré.
-Bien -espetó, casi ofendido.
-¿Qué es esto exactamente? -le dije. Mi voz sonó rota. -¿Qué quieres de Aaron?
-De Aaron nada -contestó sin más.
Me dolía tanto el cuerpo que solo me senté. No podía moverme, mis talones sangraban, mis uñas también. Tenía calor y tenía frío y las voces incesantes de las brujas taladraban mis oídos, como si se tratase de un hechizo de sometimiento. Ninguna de las veces anteriores la canción había tenido aquel efecto en mi.
Los ojos de Ahriman, hundidos en la inquietante capa negra, brillaron y ese brillo fue algo siniestro.
-Vienes a por mi -adiviné. Él rio, la bruja que acababa de arrastrarme hasta allí rio con él. -Pero tengo libre albedrio, diablo. No puedes tomarme sin más.
-Puedo hacer un trato contigo -contestó. La bruja se puso a su lado. Ni por detrás, ni por debajo. A su lado, como su igual.
-¿Quién eres tu? -espeté.
-El diablo -contestó ella. Su sonrisa se convirtió en una boca llena de hiladas de dientes afilados. Apreté mis manos en el suelo con disgusto. Ella sí daba miedo.
Luego cerró la boca y volvió a ser normal. Casi bella, con su pelo alocado y su camisón desastroso. Los manchurrones de sangre que mis apuñaladas le habían dejado cada vez más grandes. Ahora la sangre le chorreaba por la pierna, pero ella no parecía advertirlo.
-No hay un solo Ahriman, Eda -había dicho Cyra unas noches atrás en su cabaña.
-No voy a escuchar tu trato, diablo -dije, mirándoles a los dos. -Entregadme al chico, él no tiene nada que ver con lo que sea que queráis de mi.
-En eso te equivocas -contestó la mujer. Por suerte no sonrió.
-Explícate -exigí.
-Tu vida por la de él -dijo Ahriman, el encapuchado. -Ese es el trato.
-¿Por qué parecéis tan desesperados por mi? -murmuré. Podía escuchar la espada de mi padre chirriar en alguna parte.
-No estoy desesperado por ti, princesa -dijeron ambos al unísono. Sus voces formando una harmonía terrorífica.
-¿Para qué queréis mi alma, entonces?
-Para hacer un trato -repitieron. No iba a sacar más información de ellos.
-Pero yo no quiero un trato, -espeté. Traté de enderezarme, pesadamente. -y no podéis hacer nada al respecto.
-Tienes razón -dijo ella.
El diablo original, el que yo conocía de antes, chasqueó sus dedos largos y lánguidos y el fuego disminuyó, quedando a ras de suelo y dejándome ver lo que había más allá del círculo en el que me habían encerrado.
Giré sobre mis talones destrozados para ver a mi padre y a Hilda agarrados por varias brujas. Muchas más de las que habíamos visto originalmente en el claro. Muchas más de las que ya habíamos matado. Los tenían capturados, con sus espadas apoyadas con fuerza en sus pescuezos. Con tal fuerza que el cuello de Hilda chorreaba sangre. Jamás hubiésemos pensado que aquello iba a terminar tan mal. Todas las demás veces, aunque habíamos estado también en desventaja, nos habíamos encontrado a una horda de monstruos sin sesera ni inteligencia. Hoy era distinto.
Me giré a enfrentar al diablo.
-Suéltalos -gruñí.
-Espera, -dijo la mujer del pelo naranja -aun hay más.
Y cuando regresé mi vista a Edward y la bruja buena, observé el movimiento al fondo del bosque. Primero vino la sacudida de mi centro, luego saliendo del claro vi a muchas brujas más arrastrar a Cen.
Y a Athel.
------------------------
Queridas, gracias por esperar!
Espero que haya esta sido una grata sorpresa de jueves! Para el sábado tendréis el siguiente!!
Dime, ¿qué harías tu si estuvieses en el lugar de Eda ahora mismo? ¿Te secrificarias por Aaron? ¿Buscarías otra manera de salir de la situación? ¿Cual!!!?
Recuerda comentar, darle like y compartir esta obra!
De ese modo me ayudas a crecer.
Sigueme en instagram como @ mrmarttinauthor
LOTS OF LOVE,
M.R.Marttin
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro