
TRECE
WARNING:
Este capítulo tiene contenido explicito y escenas de +18
Lee bajo tu propia responsabilidad
🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥
☾☾☾☾☾☾☾☾☾☾
Di una sacudida. Literalmente. Miré sus ojos azules con sorpresa y todo mi cuerpo se alteró, como si estuviese preparándome para correr. Él inspeccionó mi reacción y su mirada se estrechó. Pude ponerme a reír allí mismo. Como era de caprichoso el destino que en mi ferviente intento por escapar de él me había puesto delante a las personas que formarían parte de mi futuro. Eran sus cazadores, los de Godric. Estarían en la corte, en el castillo, en todos lados.
-No te gusta esa información -supuso, hablando lentamente.
-No -espeté -. Digo, si -carraspeé -. Quiero decir -gesticulé con mis manos, viendo como él cruzaba sus brazos sobre su pecho -, me da igual.
Intenté sonreír, pero no pude.
-¿Eres de un reino enemigo?
Me quedé callada. Le miré, quedamente y pensé en cual sería su reacción cuando supiera que íbamos a vivir en el mismo reino, uno tan cerca del otro. Una punzada de alegría me estalló en el pecho al comprender que le vería por el resto de mis días. Luego otra punzada, una muy amarga, al entender que sería de la mano de su rey.
Maldición. ¿Qué significaba aquello?
Me imaginé cogida de la mano de alguien, de un hombre apuesto y fuerte. Y ese hombre no era Godric. No lo era. No lo sería nunca. Era Athel.
-Nada me hará despreciarte o lastimarte. -sentenció al fin, interpretando mi silencio como miedo. Llegó un paso más cerca y acunó mis mejillas. -Podrías ser una bruja, una de las malas, y aun así seguiría aquí.
-Si fuese una de esas brujas me rebanarías la cabeza. -levanté una ceja y el rio.
Luego otro pensamiento cruzó mi mente. Athel era muy leal. Estaba recorriendo los reinos por mantener a Godric con vida. Probablemente él mismo me llevase a Kent si descubría mi identidad. Y luego, el siguiente peso cayó en mi estómago. Godric no sería rey, moriría antes.
-No sin antes besarte hasta perder el sentido. -murmuró mirando mis labios. El sonido fue gutural y crudo y una intensa sensación revoloteó entre mis piernas hasta mi garganta.
-Cuidado, Athel. -dije con desafío. -Podría pensar que te tengo embelesado.
Él gruñó, con una mueca de fastidio y me soltó. Entrelazó sus dedos con los míos, sin embargo y me arrastró por calles y más calles hasta llegar al límite del pueblo, en el que una verde llanura se extendía hasta el horizonte. En medio de esta había un gran árbol. Nos encaminamos hacia allí. Vimos, en silencio la luna salir y las temperaturas bajar. Y yo, que no tenía la capa, tirité sentada a su lado.
-Tienes frío. -dijo. Iba a quitarse la capa para ponerla en mis hombros.
-No -contesté. -Tendrás frío tú.
Me miró un instante, demorando sus ojos en mi mentón. Dobló sus rodillas y pasó la capa por encima de estas creando una pequeña tienda entre sus piernas.
-Ven -ordenó.
Yo sopesé como reaccionaría mi cuerpo si me sentaba entre sus fuertes piernas y él lo vio, pues agarró mi codo y tiró de mi con delicadeza hasta que me arrastré cerca.
Mi espalda quedó apoyada en su pecho, mi trasero en el suelo y entre sus piernas, me tensé al momento. Se apoyó en el troncó y dejó su cabeza caer hacia atrás y con sus manos agarró mis hombros manteniendo nuestros cuerpos debajo de la capa.
-Puedes relajarte -dijo. Su aliento movió mi pelo.
-No puedo relajarme. -contesté. Mi cuerpo tembló cuando sentí el movimiento del suyo. Enderezó la cabeza y apoyó su mejilla en el costado de mi frente.
-¿Por qué? -preguntó.
-Sabes porqué -bufé. Escuché su risa honda. Sus labios quedaban cerca de mi oreja.
-En todo caso, -murmuró. -piénsate mi oferta. -hubo un silencio mientras yo pensaba en sus palabras de antes.
-Perderías la oportunidad de encontrar a una mujer a tu medida, cazador -dije. El sonrió, lo pude notar. -A no ser que no pretendas desposarme de verdad y todo sea un juego para liberarme de mi padre.
-No te desposaría a menos que sintiera que tu también quieres, no sufras -su tono sonó juguetón, luego besó detrás de mi oreja, de un modo casual. -Y no hay mujer a mi medida que desee encontrar.
-Creo que eso es lo más arrogante que me has dicho hasta ahora -le dije. Él estalló en carcajadas y yo seguí sin entender la broma. -Y es la propuesta de matrimonio más horrible que he escuchado en la vida.
Yo bromeé ahora, pero mi cuerpo temblaba debajo de sus brazos. A penas le conocía, o le conocía bien pero solo algunas partes, las que él me dejó ver. Y pensar que en otra vida pudiese haber sido consecuente con su proposición, me hirió el alma.
-¿Es que has escuchado muchas propuestas de matrimonio? -puso sus manos en forma de garras en mis costillas y apretó, haciéndome cosquillas. Yo jadeé primero, con sorpresa, luego me reí y me giré, subiendo sobre mis rodillas, quedando a la altura de sus ojos.
-Te sorprenderías. -alcé una ceja con insolencia. Él volvió a apretar sus dedos en mis costillas. -¡Detente! -reí.
-No me sorprendería. -susurró.
Sus manos alisaron mi cuerpo ahora, calentándome mientras el azul de sus ojos se oscurecía. Estábamos tan cerca que casi podía sentir su aliento en mi rostro. El suyo, crudo y fuerte, con marcas de lucha y líneas marcadas, era una delicia imperfecta.
Fue al mirar sus carnosos labios que sentí el impertinente tirón del que hablábamos en la posada. Suspiré y entendí que probablemente nunca más tuviese un momento como aquel con Athel el cazador. Probablemente él no volviese a mirarme cuando supiera quien era yo, si es que me perdonaba por el engaño siquiera.
Aparté mi conciencia y mi moral a un lado, empujé lejos mi verdadera identidad para que no me acechase aquella noche y con todo mi egoísmo me regalé a él.
Dejé mis manos recorrer sus brazos desde sus muñecas. Era tan grande y mi mano no abarcaba toda la superficie. Vi el brillo salvaje en su expresión al hacer aquello y me dio la fuerza para seguir.
-Athel. -dije lentamente. Él me miró, aguardando. -No puedo aceptar ese favor. - Inspiró y aguantó el aire en su pecho, con frustración. Mis manos acunaron su rostro intentando relajarle. -Mi destino está sellado. -Y me incliné más cerca y besé su mentón. -Créeme si te digo que daría cualquier cosa por que fuese distinto. -Besé ahora la comisura de sus labios. -Pero no puede ser. -Besé ahora su mejilla y él cerró los ojos con arrugas en la frente, como si estuviese tolerando un gran dolor. -Así que vivamos este momento, ya que puede que sea el único que tengamos.
Y sin decir más, Athel estrechó sus manos en mi cintura atrayéndome a él y comenzó a besarme con hambre. Mis manos fueron a su cuello, enredándose en las hebras negras de su cabello y le devolví beso. Su lengua quemaba mi boca, con lametazos ásperos y hambrientos mientras yo luchaba por no gemir con el gusto que me provocaba.
Recorrió mi espalda, hasta mis costillas y agarró mi nuca y mi rostro y siguió besándome con abandono y pasión haciendo mi cuerpo entero calentarse, jadeante. Estaba despertando, como cada vez que aquél hombre ponía sus ojos en mi, con un ardor quemándome viva, desde dentro. Las caricias en mis labios eran una tortura y yo me apretaba más y más y tiraba más de él sin poder detener mi necesidad.
Separó su boca de la mía y comenzó a bajar por mi mentón y mi cuello mientras sus manos llegaron a los lazos delanteros de mi corsé, deshaciéndolos con agilidad y destreza. Tiró de las solapas de este, con un gesto rudo, dejándolo abierto y entonteces, separó sus labios de los míos y desató el escote bajo de la camisa interior blanca. Cuando sus dedos rozaron la piel de la zona, miró mis ojos con seriedad.
- ¿Puedo? -gruñó.
-Por favor. -contesté sin aliento. Mordió su labio y me incliné para mordérselo yo también antes de separarme.
Entonces abrió mi camisa para descubrir mis pechos llenos y turgentes listos y ansiosos por su tacto. Athel los miró un momento que me pareció eterno y sentí como mis mejillas se sonrojaban. Gemí de placer solo con la imagen de él sin palabras, ante mí, con mi cuerpo expuesto. Eso le bastó para llenarse las manos con mi piel y estrujar mis pezones con deseo. Inclinó su cabeza para seguir lamiéndome con desesperación. Yo seguía agarrada a su cuello y dejé caer la cabeza hacia atrás en el momento exacto en el que sentí la humedad entre mis piernas haciendo imposible que pudiera seguir sosteniéndome a mi misma.
Entonces, una de sus manos dejó mi pecho y agarró mi cuello para enderezarme y clavar sus labios de vuelta en los míos. Mis manos comenzaron a correr por su cuerpo, apartando la capa a su espalda, sintiéndome aún más desnuda ante la noche y desatando, ahora yo, las cuerdas de su jubón de piel. No fui hábil, pero no nos molestó, pues los besos y los tirones en mis pezones, los mordiscos en los labios el uno del otro y los apretones nos mantenían distraídos.
Terminé de abrir el jubón y él se enderezó, se lo quitó, llevándose la camisa por el camino y lo tiró a un lado. Luego volvió a mirar mi cuerpo y mis labios hinchados con deseo.
Su torso, musculoso, con unos hombros y pectorales fornidos, no eran nada comparado con lo que había más abajo. Su vientre era una plancha de metal, flexionada y en tensión y aunque estaba sentado, los músculos se le marcaban tan escandalosamente que dejé el peso en mis manos, quedando a gatas y lamí todo su cuerpo. Él rió y agarró mis pechos hasta que subí por su cuello, que los soltó para poder sentirlos encima de sí.
-Maldición Eda. -murmuró mirándome. Mis pezones iban a estallar de lo encendida que estaba. Sé que el podía sentirlo también, pues no dejaba de observar nuestros cuerpos unidos y respiraba con clara dificultad ante la imagen.
-¿Puedo seguir? -pregunté sin aliento.
-Por favor -me imitó él.
Me separé, después de volver a besarle y me senté en mis talones. Mis ojos fueron de pronto a la obvia erección del cazador. Era grande y tensa y apretaba la tela de sus pantalones caqui con palpitaciones. Llevé ambas manos a mi boca, sorprendida por lo duro que parecía estar. Él rio, pero su risa fue un gruñido arrastrado.
-¿Me dejas tocarte? -pregunté. Él a penas asintió. Noté la tensión en los músculos de su abdomen, noté como apretaba los dientes con sus ojos brillantes de ardor y sentí como mi centro palpitaba, mojado y sensible debajo de mi falda.
Mis manos fueron directas a él, a su entrepierna, agarrándole, sin saber lo que estaba haciendo, pero sin dudar ni un momento.
El jadeo de Athel me complació, así que seguí acariciando su duro pene en movimientos ascendientes y descendientes. Él agarró mi cuello y comenzó a besarme mientras yo le acariciaba sin cesar. En respuesta, su miembro se tensaba con pulsaciones bajo mi tacto.
Las manos de Athel buscaron mis piernas, viajaron debajo de mi falda y agarraron mis muslos, mi culo, tirando de mis nalgas y jadeando en mi boca mientras yo no cesaba en besarle y acariciarle. No podía ni quería respirar y no quería que aquello terminase jamás.
Él buscó el borde de mi ropa interior y se coló dentro. Yo me separé con un gemido y le miré con los ojos bien abiertos, un poco abrumada.
-Athel. -dije, mordí mi labio, sus manos se aflojaron, observándome, casi preocupado. -Quiero avisarte de que, -carraspeé. -estoy mojada. -Le miré un momento, casi esperando que se disgustara o algo, pero sonrió como un lobo y asintió entretenido. -Y, -seguí, miré sus pectorales. -es la primera vez que hago esto.
No sé porqué dije aquello, tal vez para que perdonase mi torpeza o para que intentase cuidarme o entender mi pudor. Pero el caso es que lo dije y que él lo encontró entretenido y tierno.
-No iré muy lejos, no te preocupes. -murmuró. -Solo lo suficiente para dejarte queriendo más.
Levanté una ceja y tiré de la cuerda de sus pantalones, liberando su virilidad, la boca de él cayó abierta y aproveché ese momento para besarle de nuevo.
Cuando tuve su miembro en mis manos, sentí la piel suave y caliente, que en contraposición también era como una barra de madera, tersa e inflexible. Apreté mis piernas juntas con el calor que mi centro descargaba a oleadas y sentí sus manos colarse por debajo de mi ropa interior hasta topar con mi centro. Sus dedos llegaron a mí y palparon mi resbaladiza humedad.
-Vas a matarme. -dijo él sin separarse jamás de mi.
-Dime qué hago. -murmuré yo. Pero antes de que pudiese decirme algo, le agarré firmemente con mis dos manos y comencé a acariciarle de arriba abajo. Le gustó, le gustó mucho.
Él encontró un punto de mi vulva en el que un torrente de sensaciones se arremolinaba con cada toque, y comenzó a masajearme allí y en el primer roce, mi cuerpo entero se debilitó hasta tener que soltarle para apoyar mis manos en sus hombros y no caer. No era de sorprender que jamás hubiese experimentado algo así, pues era la primera vez que un hombre me tocaba. Mis pechos quedaron en sus labios y comenzó a lamerlos y besarlos mientras no cesó en el ritmo constante. Gemí, jadeé, dije su nombre, me apreté contra él, besé sus labios, siempre saboreando la bendita sensación de saber que era su mano la que tenía entre las piernas. Las manos del apuesto cazador por el que sentí una irremediable atracción des del primer día que le vi.
Y en algún momento, algo dentro de mí explotó, generando un placer inigualable y haciendo todo mi cuerpo moverse en espasmos.
-No voy a ser capaz de ser el mismo después de esto. -dijo él contra mis pechos. Yo recuperé el aliento y él sacó sus dedos de mi y los lamió con abandono, con dedicación. Como si aquello que había salido de mí fuese un manjar de los dioses.
Y sin darle mas momento de moverse o pensar, volví a envolver su pene en mis manos, y me incliné, cerca con mi rostro y abrí mis labios.
-¿Qué haces? -dijo alarmado. Sus ojos azules muy abiertos, viéndome lista.
-¿Debo detenerme? -sé que soné un poco insegura. Pero dudé un momento de que aquello se hiciese así. Él mordió su labio y me miró. -Quiero hacerlo.
-Hazlo. -gruñó. -Por favor. -añadió.
Terminé mi camino hasta su enorme envergadura y comencé a mover mis manos mientras la metía en mi boca. Subía y bajaba y mi centro estaba chorreando de pasión, mis pezones duros y necesitando su contacto mientras él, con sus manos, acariciaba mi rostro y gruñía como un animal salvaje en cautiverio. En algún momento, entre tanta pasión y calor, Athel extasió.
Después me vistió, lentamente, con caricias robadas y pequeños besos descuidados. Ató mi camisa, ató mi corsé, acarició mi rostro y puso mi cabello detrás de mi oreja.
Al recostarme de nuevo entre sus brazos y cubrirnos con la capa, dijo:
-Convenceré a tu padre.
Nos dormimos así, sentados contra el tronco del árbol rodeados de un prado verde y vivo y con la suerte de que no comenzase a llover hasta que las primeras luces del amanecer reflejaron en el cielo. Hacía frío, mucho frío y en otras circunstancias hubiésemos muerto congelados, pero nuestros cuerpos juntos eran como un bosque en llamas.
Alguien pateó la bota del cazador, zarandeándonos a ambos.
-Levantaos. -dijo Sige. Plantado delante nuestro, con dagas en los ojos y veneno en la boca.
Le miré con el ceño fruncido, sorprendida por tal grosería y sin entender como podía molestarle a él lo que fuese que hiciéramos nosotros. Al pensar aquello, las imágenes de la noche anterior volvieron a mi y me enderecé de inmediato, necesitando ver a Athel con un poco de distancia.
Me sorprendió verle muy despierto, como si no hubiese dormido mucho y como si no hubiese querido despertarme.
-Buenos días a ti también. -Athel murmuró después de estudiar mi rostro y ver si, supuse, había signos de remordimiento. Negué. No me arrepentía.
-Jefe, -espetó Sige. - ¿estás loco? Te has perdido toda la noche. -me señaló con desprecio. -No me dijiste a donde ibas y has confiado ciegamente en ella. -Miré a Athel fruncir el ceño, con enojo. -Podría ser una asesina o una traidora o podría haberte degollado mientras dormías. ¿Has perdido el juicio?
-La verdad es que casi me mata. -murmuró Athel con una pizca de diversión. Yo mordí mi labio para no sonreír abiertamente. Mis mejillas se calentaron.
Sige no lo encontró divertido pues agitaba las manos en el aire con apremio.
-Nunca, jamás, has sido tan insensato. -siguió. - ¡Despierta hombre! No puedes confiar en ella.
-Os dejo para que habléis. -dije al fin un tanto molesta.
Me encaminé hacia la posada, sintiéndome, primero ligera y feliz y luego más presa que nunca de mi propia vida. Al menos, había tenido libre albedrio para decidir a quien le daba una parte de mi. Y esa parte de mi sería siempre para él. Para Athel.
-Antes de que me lo preguntes, -Hilda me miraba apoyada en la puerta de la habitación. -no, no hay manera de que puedas fugarte con Athel sin que maten a tu familia y destruyan tu reino.
-No iba a preguntarte eso. -dije frunciendo el ceño y pasando dentro.
-Todavía. -puntualizó y sonrió juguetona. Se sentó en uno de los asientos delante del hogar. -¿Conservas la virtud? -preguntó sin tapujos. Yo reí, pero no como una mujer segura de si misma, más bien fue una risita avergonzada y tímida y ella rodó los ojos.
-Sí. -le contesté al fin. Me dedicó una mueca. -Conservo mi virtud, Hilda.
-Qué pena. -crujió la lengua.
- ¿Disculpa? -dije, sorprendida.
-Asegúrate de que no sea así la próxima vez. -murmuró. Abrí mi boca, pero no supe que decir. -Me lo agradecerás.
-Sirve a Godric. -dije. Ella asintió lentamente. -Él es el rey maldito.
-Gracias al cielo que ya lo sabes, no podía aguantar más sin decírtelo. -miró sus uñas, en busca de algo. Un desdén que no correspondía a sus palabras.
Me senté en el otro asiento.
-Estoy prometida a un heredero al trono que va a morir antes de ser rey. -dije. Ella me miró ahora. -¿Dónde me deja eso? ¿Significa que no voy a ser reina?
-¿Eso te gustaría? -preguntó.
-No lo sé. Creí que las brujas quieren que sea reina. -encogí los hombros.
-Las brujas quieren tantas cosas...-suspiró con desdén.
- En realidad, -dijo una voz en mi cabeza. -solo hay una cosa que queramos.
-Cyra. -contesté en voz alta. Hilda se enderezó.
-Búscame en la poza del oeste. -siguió la bruja. -Ven tu primera. Deja que Hilda traiga al cazador luego.
Cabalgaba a toda velocidad con Palo delante de mí, mostrándome el camino. Hilda había ido a recoger a los hombres y quedamos en que me daría unos minutos de ventaja para poder estar a solas con la bruja.
Cuanto más cerca estaba de la poza del oeste, más se calentaban las runas en mi bolsillo. Como si sintieran la magia de su creadora cerca. El corazón me martilleaba a toda prisa y por un momento tuve una paramnesia, sentí que volvía a ser la Eda de unos meses atrás, descalza y sola en los bosques de Sussex pidiendo socorro a la única persona que sabia no me ayudaría.
Sonreí, con mi zorro, mi caballo, mis hiedras y mis espinas. Siempre sola, siempre conmigo misma.
La poza era eso, una poza, honda y negra y rodeada de rocas oscuras y puntiagudas. El agua corría bajando de una de esas rocas y chocaba en la superficie con escándalo. Cyra ya estaba allí y su sonrisa fue tan grande, que al bajar del caballo y encaminarme directa a ella, adiviné que por primera vez en mi vida me iba a abrazar.
-Te detesto. -le dije sin alejarme de ella.
-Mírate, princesa cabreada y abnegada. -me soltó y la enfrenté. Palo llegó a mi lado y procuró rozar mi falda. -Corriendo lejos, pero dispuesta a volver. -Rodé mis ojos. -¿Aprendiste a leer el futuro, al menos?
-Aprendí muchas cosas. -subí mi mentón con orgullo y ella soltó una risotada cálida y relajada. Paré un momento para estudiar su capa burdeos y su vestido verde. El pelo recogido en un moño blanco y bajo.
-Tendremos tiempo para eso. -sonrió.
-He visto a muchas otras con tu atuendo, valga decir. -conté.
-Y me alegra oírlo. -asintió. -Yo he escuchado que andas por los bosques regalando runas, cantando canciones de brujas y matando a violadores. -esa vez fue mi turno de asentir. Sus ojos brillaron con orgullo. -Vas a ser una gran reina.
-No voy a ser reina. -le dije, puse las manos en mis caderas. -Godric está maldito y va a morir.
-Y eso mismo trae al cazador hasta aquí. -me recordó. Ese fue el momento en el que escuchamos los cascos de los caballos.
Todos llegaron a la poza en un momento, mientras nosotras aguardábamos, viéndonos a los ojos. Creo que tenía la esperanza de que me revelase algo más, pues vine primera hasta allí. Pero luego supuse que solo quería darme un abrazo. Eso me agradó, pero solo un poco.
-Cyra, -dijo Athel llegando, flanqueado por sus hombres y Hilda y pasando un momento efímero su mirada en mi. -muchas gracias por recibirnos.
-Dime pues, -ella asintió y extendió sus manos con las palmas mirando al cielo. -qué es lo que quieres de mí.
-Vengo de la corte del rey de Kent. -explicó. Agradecí que me lo hubiese dicho la noche anterior para que nadie tuviese que ver mi reacción en aquel momento.
-El padre del rey maldito. -añadió ella. Athel asintió.
-Buscamos a la Bruja Reina, pues tenemos entendido que ella es quien puede ayudarnos a romper la profecía. -terminó. Vi en su rostro la frustración al pronunciar las palabras, pues parecía que no tenía esperanza ni él mismo. Sin embargo, allí estaba, plantado y orgulloso intentando encontrar un ápice de esperanza de donde fuera.
-Por supuesto. -murmuró ella. Luego me sonrió con frialdad. -¿Cómo ha sido tu viaje? ¿Encontraste lo que buscabas? -su mirada repasóa Athel con inquisición. Adivinando lo que yo habría estado haciendo.
-Mas o menos. -contesté. Di unos pasos atrás por acto reflejo, quedando al lado de los demás. Ellos, que me observaban confusos.
-¿Has entendido al fin con quien debes desposarte? -siguió.
-Sí, Cyra, gracias. -gruñí. Hilda soltó una risita, la bruja la miró.
Athel dio dos pasos y quedó a mi lado. Sus dedos rozaron los míos en un gesto protector, pero una imagen de mi misma de rodillas bajo el árbol y con esa misma mano entre mis piernas me costó un gemido silencioso. Él me observó confuso y los ojos de la brujabrillaron.
-Hilda, has crecido. -siguió ella.
-He crecido, Cyra. -asintió entretenida.
-Cura, -miró a Medford ahora. -rezar no te servirá de nada. -Medford boqueó, pero no supo qué decir, yo rodé mis ojos. -Pero gracias por proteger a esta niña. -me señaló y suspiré, exasperada. -Cazador, -se miraron el uno al otro, hubo un espeso silencio. Luego, con un gesto de desdén, preguntó: - ¿cómo está tu padre?
-Bien, gracias. -Contestó Athel sin más.
Hilda estalló en una carcajada y yo espeté:
-Suficiente de perder el tiempo, Cyra. - Athel no parecía impaciente, expectante sí. Yo sin embargo sentía un fuerte agobio y necesitaba acabar con aquello lo antes posible. - ¿Se puede o no romper la profecía? ¿qué sabes?
-Especifica. -demandó ella haciendo un gesto con las manos en el aire.
- ¿Puede el futuro rey Godric salvar la vida? -esa fue Hilda.
-Solo puede romper esa profecía la persona que la leyó. -asintió. Así que había un modo. -La Bruja Reina, como bien sabéis. -los ojos de la bruja ahora vacíos. Una sonrisa siniestra cruzando su cara.
-¿Dónde podemos encontrar a la Bruja Reina? -preguntó ahora Athel. Cyra chasqueó la lengua y negó.
-No puede ser encontrada. -contestó.
-Debe ser ella quien te encuentre. -terminó Hilda.
- ¿Cómo haríamos que nos encuentre? -Albert sonó confuso.
-Primero debe saber que la estáis buscando. -Cyra fregó sus manos juntas y las tendió ante sí con las palmas al cielo. -Yo puedo comunicárselo.
-Pero no la harás. -murmuré. Ella me miró, Athel apretó los puños a sus costados.
-Te equivocas, muchacha imprudente. -levantó un dedo al cielo. Yo miré a Hilda y ella encogió los hombros, entendiendo tan poco como yo. Y dicho eso, sus ojos quedaron vacíos y opacos y su mandíbula cayó abierta mientras veía algo o se comunicaba con alguien.
Todos aguardamos, unos mas serenos que otros. Medford se santificó, claro. Después de un momento respiró hondo, parpadeó y volvía a estar con nosotros.
-Listo. -Cyra dijo.
- ¿Y ahora qué debemos hacer? -preguntó Athel con amabilidad. Vi que respiraba con calma, como si fuese un lobo delante de una gacela y temiese que se le escapara.
-Escuchadme atentamente. -sentenció. Todos nos acercamos un paso, como por acto reflejo. -Debéis proteger a la princesa a toda costa.
Un silencio espeso. Mis ojos clavados en ella, con amenaza y advirtiéndola de no decir más.
- ¿La futura esposa de nuestro futuro rey? -preguntó Albert. Sige carraspeó la garganta.
-A la princesa de Sussex. -se limitó a puntualizar ella.
-Entonces sí, -le dijo Medford a Albert. -habla de la futura esposa de Godric.
-Sí, -contestó Albert contento -ya veo.
-Y eso ¿porqué? -dijo Sige por primera vez.
-El destino del futuro rey de Kent, Godric el rey maldito, depende del cazador y de la princesa. -cuando ella dijo aquello, los tres hombres aguantaron la respiración. Claro, supuse que sería todo un descubrimiento, pero Cyra a través de su mensajera ya nos había dicho aquello a Athel y a mi.
Así que insistí imitándola:
-Especifica.
-Regresad a vuestros reinos, amoldaros a la vida y al futuro que ya está escrito y la Bruja Reina no tardará en aparecer. -se giró, para marcharse, supuse, pero luego me miró. -Antes de que rechistes, Eda; sí debes volver y debes hacerlo de inmediato. Deja de huir. -luego escudriñó el horizonte y clavó los ojos en Athel. -Si Godric quiere vivir, no debe ascender al trono. -sonrió y añadió: -Jamás.
-Eso no servirá. -murmuró él. -Eso no le ha servido hasta ahora. Moverá cielo y tierra hasta encontrar una opción mejor.
-Pues, gana tiempo. -la voz de la bruja era una burla. -No le coronéis hasta que la Bruja Reina os haya dado esa mejor opción.
- ¿Por qué depende de la princesa? -siguió Sige. -¿Le va a asesinar ella?
Yo fruncí el ceño y le miré, Hilda resopló. Vimos el brillo determinante en los ojos del hombre y me pregunté que tendría en contra de mi, a quien no conocía de nada.
- ¿Qué pasa contigo? -la voz de Hilda fue una amenaza.
-Tu, querida alimaña. -le contestó Cyra al hombre. -Les has traicionado a todos. Y aunque sea por un bien mayor, no deja de ser una traición.
Escuché los cascos antes que ningún otro y cuando moví mis pies del suelo, la mirada mordaz de la bruja me volvió a clavar en mi sitio. Cyra se largaba, Athel miraba a Sige con dureza, Medford y Albert no entendían nada.
-Dama y caballeros. -Hilda se ganó la atención de todos. -Aunque ha sido un placer compartir este viaje con vosotros, -los hombres la miraron. Yo no. Mis ojos estaban en el horizonte, sintiendo los cascos, sabiendo qué venía ahora. -nuestros caminos se separan aquí.
-Athel. -susurré en una súplica. Él me encaró.
-No tenemos porqué separarnos. -dijo agarrando mis manos.
-Por favor, -le dije lentamente. -pase lo que pase ahora, -tragué con dificultad, él frunció el ceño sin entender. -no me odies.
Y era una petición egoísta e infantil, lo sé. Pero no pude evitarlo.
-Nunca. -susurró al momento. -Nada me hará odiarte. Te lo dije anoche y te lo repetiré, convenceré a tu padre.
-Su excelentísima alteza. -comenzó una dura voz a nuestro lado. Athel se giró con brío y miró al portador de ese tono. -Me complace verte sana y salva.
Mis ojos encontraron a Cen, con su perfecto pelo y su media sonrisa. Supe que no sabía si lucir más enfadado que nunca, o aliviado. Se decantó por la segunda. Athel, que seguía con sus manos atrapando las mías, me estudió. Sentí mi corazón prepararse para la mirada que supe me daría a continuación.
-Hermano. -le saludé sin encararlo. No pude dejar los ojos azules del cazador mientras veía la comprensión brillar en su rostro. Escuché los jadeos ahogados de los hombres de Athel. No el de Sige, pues él, de algún modo, ya lo había descubierto.
-Cenwalth I de Sussex. -susurró Athel. Frunció el ceño, sacudió su cabeza. -Tu hermano.
Cen saltó del caballo sin esfuerzo y en tres grandes zancadas llegó a mi lado. Agarró mi cuerpo y lo zarandeó en lo que supuse fue un abrazo. Mis manos quedaron libres y me apartó del hombre al que llevaba unos días entregándome. Nunca dejé sus ojos, no quería perderme el momento en el que su mirada sería de odio. Había dicho que no lo haría, pero lo estaba esperando de todos modos.
-Sige Borton -dijo el caballero real de mi hermano. -gracias por conducirnos hasta aquí.
Athel se giró hacia su hombre y lo observó con el rostro vacío antes de volver a encararse conmigo. Y esa nueva vez en la que me miró, comenzó el torrente de emociones. Vi por sus ojos pasar la rabia, el enfado, la incertidumbre y la negación, hubo un atisbo de tristeza y al final de todo, nada. Me miró con los ojos fríos y el semblante serio.
-Princesa Eda. -dijo entonces.
-¡No puede ser! -Albert llevó ambas manos a su cabeza. -Esto es una locura.
-Veo que estos nobles caballeros te han salvado de un destino fatal. -Cuando Cen dijo aquello se giró a mirarlos. -Aunque nuestro padre te va a matar.
Luego puso sus ojos en Athel, abrió y cerró la boca y carraspeó. Luego rió como un niño tonto. Miré la expresión del cazador, suavizándose y entonces se abrazaron. Se conocían.
-¡Athel, qué alegría verte! -exclamó mi hermano palmeándole la espalda.
-¿Por qué os conocéis? -pregunté. Athel cogió mi mano, y con sus ojos igual de inexpresivos y con esa mirada clavándose en mi pecho y dejándome helada dijo:
-Permita que me presente, su alteza. -fruncí el ceño, vi la sonrisa de Hilda en algún lugar detrás de él. Volví a mirarle mientras decía: -Soy el príncipe Athelstan de Kent. Segundo hijo de Eowa el viejo.
Y hermano del rey maldito.
--------------------------
WHAAT!! Que acaba de pasar? No lo sé ni yo.
Para todas aquellas que lo adivinasteis (*tostos* ¡NINGUNA!), felicidades! Me ha gustado mucho leer vuestras especulaciones -entre las cuales decíais Athel era Godric, pero eso hubiese sido demasiado fácil y predecible, noo??-.
En fin, que se viene un drama gordo.
Tú, princesa, que escapas a darte una vuelta por el mundo y te pillas a tope por un tiobueno fuerte y que te toca con esas manos y te derrites *literal* y va y es el hermano de tu futuro esposo. WTF hago ahora, por dios...
Vale, dime: qué harías tu si fueras Eda?
Comentad, votad, compartid y seguirme! Mostradme que estáis aquí que siempre es más divertido cuando os leo! Lo juro, es my favorite moment of the day.
Sígueme en IG como: www.instagram.com/mrmarttinauthor
y, eh! nos leemos prontopronto!
M.R.Marttin
PS: 🔥🔥🔥🔥¿¡¡Qué te ha parecido la escena hot!!? Te leo🔥🔥🔥🔥
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro