SIETE
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Athel, el cazador, estaba sentado en una mesa, rodeado de sus tres acompañantes; Medford, Albert y Sige y agarrando con ambas manos su vaso de vino caliente. Sus ojos, azules e infinitos, puestos en mí mientras asentía a algo que el último le contaba entre risotadas. Al mirarle hizo un pequeño gesto con su mentón a modo de saludo. Su semblante era serio, pero no mordaz.
A lo mejor en cualquier otra situación hubiese fingido no verle antes de marcharme, pero al haber pensado en él varias veces en las últimas tres semanas, reconozco que me agradó tenerle allí.
Llevaba un pantalón verde oscuro, unas botas negras hasta los tobillos y untadas de barro y una fina camisa oscura. La misma que no llevaba puesta la vez que le conocí.
Aquella noche volví a sentir la energía crepitar por todo mi cuerpo, la extraña sensación que parecía que viajaba desde él hasta mi y que me atraía como si me tuviese atada de un cabo y tirase de mi más cerca.
Carraspeé, pasé mi cabello por detrás de mi oreja, ignoré a Hilda reír y le dediqué una amplia sonrisa que él miró fijamente.
No sé bien qué pretendía mientras me dirigía hacia su mesa con paso firme y decidida. Como sucumbiendo a la magia atrayente que salía de aquel hombre.
Mientras me acercaba comprobé que había enderezado la espalda y me esperaba con una chispa en sus ojos. Sus facciones relajadas, el pelo negro acariciando su frente. Su piel parecía más bronceada que la última vez que la vi y era insólito puesto que no había visto salir el sol en aquellas tres semanas. Era apuesto. La verdad que más de lo que mi cabeza rememoraba.
-Me sorprende verte con tanta ropa. -dijo Athel con una sonrisa torcida. Yo gruñí delante de la mesa sin querer deleitarme por ese gesto. Arrogante.
-¡Eda! -Medford me vio entonces. Le dediqué un gesto dulce mientras él estrujaba a Albert, sentado a su lado, para que yo cupiese en el banco delante de Sige y Athel. Quedé delante del último. -Qué alegría volver a encontrarte. -el hombre parecía genuinamente emocionado al verme, cosa que me calentó el pecho.
-Buenas noches. -dije. Me senté y sentí el calor del vino agitar mis mejillas. -Qué coincidencia veros aquí. -les miré uno por uno. -Cualquiera diría que estáis siguiéndome de nuevo.
No me pasó desapercibido el modo en el que Albert y Sige miraban a Athel. Con desconcierto, con algo corriendo por sus mentes.
-Mucho me temo, -dijo Medford. -que vamos en la misma dirección.
-Veníamos de Wantage, como tu, -siguió Albert -paramos en un par de pueblos antes de llegar aquí. -no le miré mientras hablaba, pues Athel parecía retarme a romper el contacto visual con él, con esa media sonrisa endiablada. Parecía estar disfrutando de aquél momento. -Vamos al norte.
-Sí, -giré mi atención. Los dos hombres me miraban, Sige seguía atravesando con los ojos al cazador. -tiene sentido que paréis aquí, supongo.
-¿Qué haces tu en Burford? -preguntó Athel. -Te fuiste de casa de Thomas sin despedirte.
-Nos preocupamos por ti. -añadió Medford.
-Seguí mi camino, -le sonreí al hombre más mayor. -no quise despertaros al partir. -luego miré a Athel, sus ojos siguieron mis labios y tuve que morderlos para no sonreír. Me convertía en una niña delante de aquél hombre. -Este sitio me gusta y me he quedado un tiempo.
-¿Cuánto llevas en el pueblo? -preguntó Sige. Me estudiaba con determinación. -¿Dónde esta el zorro? -pareció buscar a Palo por la taberna.
-Unas semanas. -contesté sin preocuparme por dar demasiada información. Verlos de nuevo se sentía, curiosamente, como ver a viejos amigos que has echado de menos. Como si ya confiase en ellos. -Palo está en mi habitación. -señalé con mi cabeza la puerta que daba a la posada.
-¿Te quedas aquí? -Medford sonó contento. -Nosotros también.
-Todo esto está resultando una completa e inesperada coincidencia. -murmuró Sige.
-No importa, -añadió Albert -hay muchas mujeres bonitas.
Y de pronto, al mirar a las mujeres a las que se refería, caí en que aquellos hombres eran cazadores de brujas y estaban en el pueblo en el que más brujas juntas debía haber. De hecho, estábamos en la posada que ellas dirigían.
Todos mis sentidos se pusieron alerta mientras los tres hombres hablaban con regodeo del físico y la exquisitez de alguna mujer que acababa de cruzar la sala.
Athel, claro, con sus ojos insistentes puestos en mí se dio cuenta de mi cambio.
-Reconozco que el vino le sienta bien a tus mejillas. -mis labios se separaron en un jadeo sordo. -Estas exquisita esta noche. -el brillo en su mirada me confirmó que estaba intentando despistarme o ponerme nerviosa. Debía ser eso, pues era un completo insolente acostumbrado a salirse con la suya. No debía olvidarlo.
-¿Qué estás buscando en Burford? -murmuré sin embargo. Él sonrió lentamente, como un animal acorralando a su presa, mis ojos no pudieron evitar mirar sus dientes blancos y alineados. Athel se equivocaba conmigo, el podía ser un cazador pero yo no sería su presa.
-¿Qué crees que puedo estar buscando, Eda? -su voz sonó como una amenaza.
-Teniendo en cuenta a lo que te dedicas... -comencé y el me cortó sin perder su expresión entretenida.
-No temas, -se inclinó cerca de mi, encima de la mesa, sus brazos fuertes se marcaron a través de su camisa llamando mi atención. -tu no eres una de ellas, estás a salvo conmigo.
No me gustó nada lo que eso significaba. Pero en mi mente, que debía estar estropeada, resonó el conmigo.
-Siento decepcionarte. -seguí de pronto sonando tranquila. -Llevo una temporada aquí y puedo asegurarte que no hay nada extraño pasando en este lugar.
-Has entrado hace un rato -apuntó la puerta de la calle, entretenido. -¿de donde venías?
Le miré fijamente sopesando las posibilidades que había de que aquel hombre supiera más de lo que debería. De que me hubiese visto salir del claro o incluso hubiera visto la reunión de las mujeres. Era imposible, ¿no? Había runas, había magia envolviendo el pueblo, no podía ver lo que ellas no querían que viese.
Pero cuanto más observaba sus ojos, más claro me quedaba que él sí sabía algo más.
No quise recorrer la taberna con la mirada en busca de Hilda para no darle pistas innecesarias o peligrosas. Pero la tensión se reflejó en mis nudillos apretados.
-Tranquila, -murmuró al fin. -sé diferenciar la luz de la oscuridad. -Su mirada sostuvo la mía unos instantes que parecieron eternos y de pronto, sentí una chispa de luz en el centro de mi frente, que me provocó un extraño calambre.
Lo que puedo decir, sin embargo, es que después de eso tuve claro que estaba a salvo con él. Por disparatado que sonara.
Y no sé si era mi mente estropeada por la presencia y la energía enigmática y atrayente de Athel o si había algo más, como las palabras de Gova Alberstone. Pero sentí que nada malo podía pasarme si le tenía cerca.
-Necesito un favor. -murmuró entonces. Yo sonreí con cinismo.
-¿Por eso me has adulado? -dije levantando una ceja. -¿Porqué quieres algo de mi? -él ladeó su cabeza y frunció sus cejas oscuras, como si no entendiese. Yo rodé mis ojos y le imite: -El vino le sienta bien a tus mejillas.
-En realidad, no. -murmuró con el semblante serio de nuevo. -Creo que el vino le sienta bien a tus mejillas y creo que estás exquisita esta noche y a parte, necesito un favor. -se incorporó ligeramente, lejos de mí. -Pero sé que me ayudarás aunque no te adule. -sonrió como si esa última palabra le pareciera una broma. -Tómate mis amables palabras como un regalo extra.
Yo bufé antes de decir: -¿Porqué estás tan seguro de que voy a ayudarte?
-Porqué yo salvé tu vida y me debes una. -le miré fijamente, él no apartó su mirada de mi mientras parecía satisfecho por mi silencio. -En el claro, cuando aquella bruja iba a matarte. -no dije nada. En realidad, estaba tan empeñada en ser difícil con aquel hombre que no reparé hasta entonces que no le había dado las gracias por eso. Por ese motivo no dije nada más. Él me observó un momento antes de murmurar: -Necesitaré que me lleves hasta Tora.
Mi espalda se enderezó, apartándome de él. Miró a sus acompañantes que parecieron no percatarse de mi reacción brusca.
-¿Qué pretendes? -pregunté de pronto. Y, ¿Cómo conocía a Tora?
-Necesito hablar con ella. -vi que miraba alrededor. Y entonces, presencié el momento exacto en el que sus ojos la encontraron.
Tora caminó entre los clientes de la taberna, con paso ligero y su característica sonrisa. Su pelo rubio recogido en una trenza larga y sus manos agarradas juntas y firmes. Cuando llegó a mi lado puso su mano en mi hombro.
Los hombres dejaron de hablar y la observaron seriamente.
-Cazador, -dijo ella. -acompáñame.
Athel se levantó de la mesa con su atención clavada en la bruja y antes de irse dijo:
-No te marches sin despedirte esta vez, Eda. -y fue él quien se marchó hacia el primer piso dejándome desconcertada.
Cuando ya no pude verlos más, me giré hacia los hombres. Alguien había movido la jarra de vino caliente de Athel delante de mi y yo le di un largo y sediento trago.
-¿Qué sucede aquí? -pregunté. -¿Qué quiere de Tora?
-¿Estás celosa? -Sige me dedicó una mirada felina que me molestó sobremanera.
-No. -espeté. -Hablad.
-Ya claro. -bufó.
-¿Es una orden? -preguntó Albert estrechando sus ojos.
-Esperamos que Tora nos ayude a encontrar a alguien. -me contó Medford con tono afable.
-¿Estáis buscando a alguien? -pregunté de nuevo. Sabía que estaba siendo muy inquisitiva, como era en el castillo de mi padre, pero la vida de Tora podía estar en juego.
-No puedes esperar que te demos tanta información, Eda. -Medford sonó decepcionado. Como si en realidad le supiera mal tener que ocultarme cosas. Decidí sonreír, con aquella sonrisa mía que sabía ablandaba corazones. Los tres hombres observaron mi gesto.
-Yo no busco a nadie, -dije encogiendo mis hombros. -solo escapo de alguien.
Los tres se miraron entre sí, con interés y sorprendidos con mi sinceridad. Bien, eran fáciles de distraer.
-¿De quien escapas? -preguntó Albert.
-¿Estas en peligro? -Medford sonó realmente preocupado.
-No exactamente, -contesté. -y prefiero no revelar demasiada información en una taberna, sabéis que cualquiera podría estar escuchando.
Improvisé aquel pretexto y los tres parecieron entenderlo. De pronto me sentí insegura y miré a mi alrededor en busca de alguien más que podría no haber visto y que fuese una amenaza para mi.
-Nosotros estamos en una misión especial. -dijo Albert ahora, empatizando conmigo. Ya sospeché aquello la noche en la que los conocí, a decir verdad. -Pero no podemos darte detalles tampoco.
-El jefe puede dártelos cuando termine con Tora. -ese fue Sige.
-¿Jefe? -pregunté. Albert pataleó a Sige por debajo de la mesa, el segundo se quejó. Athel era el jefe.
-Tora puede ayudarnos con nuestra misión. -supe que Medford decía aquello para desviar mi atención. Sonreí lentamente; a aquellos tres les podía sacar todo lo que quisiera haciendo las preguntas adecuadas. -O eso nos dijeron en el ultimo pueblo en el que estuvimos.
-¿Para quién es vuestra misión? -pregunté ahora. -¿Para qué rey? -añadí. Ellos se tensaron y yo volví a sonreír, con satisfacción. Fácil.
-Tu también perteneces a una corte, Eda. -ese fue Sige, a la defensiva. -Hablas perfectamente, tus manos no han lavado ni una sabana y tu rostro no ha visto el sol del trabajo.
-Y nos hablas como le hablan los amos a los sirvientes. -Albert sonrió con amabilidad, aunque las palabras en sí podrían haber sido hostiles.
Y en ese mismo momento, mientras yo volvía a enderezar mi espalda y chocar con el respaldo del banco, Hilda apareció ante mí, con ambas manos en la mesa y reclinada con todo su cuerpo tapándome de la puerta de entrada que se acababa de abrir de un portazo.
-Sube protecciones. -dijo.
-Señoras y caballeros. -gritó una voz honda y enfurecida. -¡Tenemos a una bruja!
-Subo protecciones. -murmuré. Mi corazón comenzó a bombear a toda velocidad.
Toda la taberna se levantó en un alboroto y con gritos consternados. Hilda observó mi rostro unos segundos eternos hasta asentir con satisfacción.
-Mantente en silencio. -me ordenó.
Mis ojos estaban en la puerta de entrada, mientras me levantaba lentamente, viendo a un hombre enorme, con una túnica real, roja y moteada de oro, una cruz de madera colgada del cuello y agarrando con fuerza el brazo de una Rowa que se retorcía con rabia y odio.
-¿Cómo puede ser? -murmuré.
Hilda, seguía cubriéndome como si yo fuese una niña pequeña y ella mi madre protegiéndome de algo horrible de ver, pero yo miraba más allá de su hombro. Absorbiendo cada detalle.
Rowa tenía el pelo salvaje y los ojos miedosos. Sus manos eran puños que volaban en todas direcciones mientras su intento de escapar era inútil por el férreo agarre del hombre. Detrás de él aparecieron tres más, todos vistiendo esas túnicas. Ya les había visto antes, en la taberna de Gova, acompañados de su rey.
-Habrá salido del pueblo. -Hilda susurró. -Sin protecciones.
-¡A la plaza! -gritó una mujer entre la multitud.
Todo lo que pasó después fue un caos absoluto. Las personas se movían por la taberna, algunas intentando parar la situación, otras gritando palabras de odio, otras riendo y aplaudiendo. Nadie bailaba ya y el ambiente ya no era alegre y yo seguía sin entender como podía ser que la multitud que tantas noches vi despreocupada bailando y bebiendo ahora se hubiese tornado en contra. Cómo, si en las paredes de The King's Head se escondían las runas.
Con mis pies clavados en el suelo de la plaza, abrazaba mis brazos desnudos y helados y observaba con horror como ataban a Rowa a un alto mástil colocado en el viejo medio. Sus pies cubiertos en maleza y troncos y los chispazos de la yesca y el pedernal en las manos del hombre arrodillado ante ella.
-No vamos a dejar que esto suceda. -dije más como una afirmación que como una pregunta. Agarré el codo de Hilda, que seguía parada ante mi a modo de escudo. Ella no contestó, solo se zafó de mi agarre y se movió para tapar mi visión.
Las personas gritaban y yo busqué a Tora entre la multitud. No estaba, seguía con Athel y aquello se estaba poniendo cada vez más serio. Vi a las ancianas rodear la plaza, vi a otras mujeres que antes iban vestidas con sus capas burdeos, vestir ropas de lana basta en tonos verdes y marrones. Ninguna con expresión de miedo, ninguna con la intención de parar aquello. La sangre me hervía en las venas, mi mandíbula dolía de lo fuerte que los dientes me castañeaban, y no era el frío.
En silencio y con ligereza me moví lejos de Hilda y los tres hombres que nos habían seguido, rodeé a las personas que seguían gritando:
-¡Quémala! -con los pulmones en llamas de aversión.
Sentí, yo misma, aquel odio bombear mis venas, estrujar mis pulmones. El hombre consiguió encender la hoguera y esta prendió rápidamente. Rowa miraba al cielo, con los ojos bien abiertos y sin emitir ni un sonido. Tenía miedo, pues, como pasó en la reunión unas horas antes, podía sentir en mis oídos los erráticos latidos de su corazón.
Entonces, pensé en el arco y en mis flechas escondidas bajo la cama de mi habitación. Busqué la estrecha ventana de ésta, pues aunque no estaba cerca, podía verla desde la plaza. Podría disparar desde allí y acertar al blanco. ¿Pero qué blanco podría yo disparar que asegurase que ella estuviese a salvo? Debía hacer algo, no podía dejarla morir de aquel modo. Una furia enfrió mi cuerpo al pensar en todas aquellas mujeres, camufladas ahora, que no iban a detener aquella aberración y no iban a defender a su hermana. En Hilda, en Tora, en todas más preocupadas por esconderse que por salvarla.
Cuando mis pies comenzaron a moverse y a toda prisa salí de entre el gentío, una mano fuerte y firme agarró mi muñeca.
Me giré para enfrentar a Athel, con sus ojos tranquilos. Sacudí con fuerza mi brazo para zafarme del agarre, pero él no me soltó. Su dedo índice se posó en sus labios, indicándome que no dijese nada y de pronto estaba arrastrándome lejos de la plaza hacia un callejón reinado por la oscuridad.
-¿Qué haces? -dije. -Suéltame ahora mismo.
-Eda, -contestó él. -te quemarán a ti también si intentas salvarla.
Yo me moví con rapidez escapando de su agarre, él me siguió sin dejar que avanzara más de dos pasos y con ambas manos en mis hombros, pegó mi cuerpo a la fría pared.
-No voy a dejar que maten a una mujer inocente. -le dije, casi escupiéndole.
-Ni yo. -sentenció y supe que estaba refiriéndose a mi. Le ignoré por completo.
-No entiendo como podéis mirar esto y no hacer nada. Sabes que ella no es como las mujeres del bosque, no sigue al diablo. -alcé mi voz, desesperada.
-Lo sé -susurró. -Pero esos hombres no. Pertenecen a la corte de Marcia, siguen las leyes de su rey. No podemos hacer nada si quieren quemarla, estamos en su reino. Nos mataran a nosotros también. -le miré fijamente, sus ojos fríos pero la arruga entre ellos me indicó que estaba algo así como preocupado.
-Me da igual que me maten. -volví a sacudirme en vano. -Y no es asunto tuyo lo que yo decida hacer. Así que suéltame ahora mismo.
-Eda. -murmuró él. Los gritos de Rowa comenzaron en la plaza. Atronadores, silenciando los alaridos de odio del público. Silenciando, de echo, todo el reino entero. Comencé a jadear, sin dejar de moverme, sentía los latidos de la mujer en mis oídos, me iba a estallar la cabeza, necesitaba moverme, salvarla, hacer algo. -Eda. -Athel puso ambas manos en mis mejillas y yo, de pronto, me quedé muy quieta mirándole. -Para, por favor. No hay nada que podamos hacer. -las lágrimas corrían por mi rostro ahora, mientras Rowa gritaba más y más. Sentí mis entrañas revolverse. Athel las atrapó en sus pulgares con un gesto consternado e inclinó su rostro cerca del mío. Mi llanto silencioso se intensificó y llevé mis manos a sus muñecas con fuerza, como buscando algo a lo que aferrarme. Como si pudiese sacarme él de aquella realidad.
-Suéltala cazador -Tora apareció en el callejón, su característica simpatía había desaparecido. -Deja que lo vea.
Athel pareció dudar un instante mientras sus ojos y los míos estaban clavados el uno en el otro. Luego, con un suspiro me soltó lentamente.
Y en ese mismo instante, cuando el calor de sus manos dejó mi cuerpo al fin libre, corrí con determinación de vuelta a la plaza. Las personas habían retrocedido varios pasos, pero seguían allí, mirando con fascinación como la mujer atada al palo gritaba desquiciada y sufría mientras su piel se derretía como la cera de una vela. Se retorcía intentando liberarse de un agarre imposible mientras las llamas lamían su cuerpo sin piedad. El bello de mi cuerpo entero se erizó. Miré a mi alrededor, no podía llegar hasta ella, pues los cuerpos de los allí presentes formaban una estrecha e inquebrantable barrera. Las brujas, todas ellas incluida Hilda, miraban la escena sin pestañear. Sin mostrar ninguna reacción.
-Hiedras y espinas, mostradme el camino. -dije bien alto.
Eché a correr, corrí en grandes zancadas, como cuando corría por el bosque. Troté, crucé calles a oscuras y vacías y pateé la puerta de la taberna vacía de Tora. Subí por las escaleras a toda prisa, llegué a mi arco y regresé a la calle, veloz y hábil como el viento más álgido.
De vuelta en el margen éste de la plaza, cargué mi primera flecha y apunté a mi objetivo.
Por el rabillo del ojo vi a Athel correr hacía mi y luego, Tora apareció delante de él, como una sombra de la noche y puso su mano en su pecho, parándole.
-Parar esto no es tu destino. -sonó mordaz.
Cuando nuestros ojos se encontraron su voz sonó en mi cabeza más clara que mis propios pensamientos.
-Adelante princesa, -dijo con su bonita sonrisa y su trenza rubia. -y prepárate para escapar.
Regresé mis ojos ambarinos a mi objetivo, aguanté mi respiración y disparé una primera flecha que se clavó en la mismísima frente del hombre que había atrapado y prendido a Rowa. Vi los ojos de la mujer sortear la multitud hasta encontrarme, dejó de gritar y lloró como una niña y en sus labios leí el "gracias". Entonces cargué la segunda flecha que atravesó su corazón y le dio paz.
Todos y cada uno de los allí presentas se giraron a mirarme y me vieron, porque yo quise que me vieran. Les dejé sentir mi furia, mi odio y mis ganas de matarlos a todos. Hilda tembló con la boca abierta, la arruga entre sus ojos se profundizó al entender lo que iba a pasar entonces.
Hubo un momento de silencio y lo aproveché para moverme. Justo al voltearme, los ojos brillantes y rabiosos de Palo se encontraron con los míos, la yegua a su lado, con la montura y cargada con mis cosas. Con una sonrisa y en tres zancadas, monté sin mirar atrás, oyendo las pisadas, los correteos y los hombres del rey de Marcia, con sus cruces de madera ordenar a todos los demás darme caza. Me llamaron bruja, me llamaron puta, me llamaron indigna, maldita y demonio. Me llamaron todo eso y más por acabar con el sufrimiento de una mujer inocente que estaban viendo morir con el placer pintado en sus rostros.
-Subo protecciones. -dije de nuevo.
Y aunque supe que ahora les costaría un poco más encontrarme, no quise fiarme y ralentizar mi marcha mientras dejaba el pueblo atrás, con muchos jinetes siguiéndome.
De algún modo encontraron a Rowa y la quemaron, así que tal vez ya no estuviese a salvo ni yo.
Cabalgaba con furia y tomando ventaja, iba a meterme en los Cotswolds, los bosques del norte. Y sabía que una vez dentro, estaría a salvo y podría esconderme. El bosque era mío.
-¡Eda! -al mirar a mi derecha, Athel cabalgaba en su semental, pegado a mi. No le había sentido ni visto. -¡Ven conmigo!
Le ignoré, seguí, más rápida, mas habida y ansiosa de velocidad. Sé que comenzó a seguirme, pero no me importó. Y fue cuando a mi otro lado apareció Hilda, que sí presté atención.
-¡Seguimos al cazador! -gritó mientras comenzábamos a bordear el bosque.
-¿Qué haces aquí? -murmuré, pero ella me escuchó.
-¡Mantenerte a salvo! -gritó de nuevo. -¡Seguimos al cazador, Eda!
La yegua sintió mi urgencia y apretó aun más la marcha, sin tener yo que pedírselo siquiera.
-¿Porqué? -miré a mi izquierda, el pelo corto de Hilda volaba. Vi su capa burdeos azotar al viento y sus manos enguantadas. Su gesto suplicante.
Entonces busqué a Athel, corriendo a mi derecha, con sus ojos azules oscurecidos aguardando lo que fuese que decidiese hacer. Como si en realidad me estuviera dejando elegir. Y en cierto modo era así.
Con una orden y sin apretar mis riendas, giré la yegua hacia él, que asintió con decisión y encabezó la marcha hacia el este a través del bosque.
En algún momento reparé en los pisotones de los caballos de Sige, Albert y Medford no muy lejos y al agudizar más el oído, supe que quien fuese que nos seguía nos pisaba los talones, pues sus corazones latían en mis orejas. Se sentían hambrientos, traicionados por mi, por los hombres que me acompañaban. Nos iban a capturar y quemar. Ese era su objetivo.
-Eso no va a pasar, princesa. -la voz de Hilda llegó a mi cabeza, como lo había hecho la de Tora en la plaza.
-Lo sé. -dije sin más.
Galopamos por lo que se antojó como horas y en algún momento Athel nos dirigió a un hundilón en la tierra en medio del bosque. Desmontamos y agarrando las riendas de los caballos, bajamos por una cueva rocosa, no muy honda, pero sí muy alta, que quedaba camuflada. Supuse que ya sabía de la existencia de ésta pues era imposible que la hubiese encontrado por casualidad. Una vez dentro, nos agachamos y casi aguantamos la respiración por lo que pareció una eternidad. Todos cerciorándonos que nadie nos había visto entrar. Giré en mis rodillas para ver la estampa entera.
Athel estaba a pocos pasos de mí, agachado con los ojos clavados en el techo de la cueva, Hilda un poco por detrás, ya de pie mirándome fijamente, sus labios formando una media sonrisa y los tres hombres, aguardando las ordenes del que ahora sabía era su jefe. Palo estaba sentado, con tranquilidad, en la parte más oscura de la cueva con sus ojos haciendo de faro en nuestra dirección.
Hilda se acercó, tendió su mano y de algún modo supe qué quería. Saqué las runas de mi bolsillo y se las di. Ella me retornó una y se quedó el algiz, luego la dejó justo en la entrada de la cueva.
-Bien. -dijo Sige santificándose. -Es hora de sincerarse.
-No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. -Ese fue Medford.
-Haremos noche aquí, esperaremos las pocas horas que faltan hasta el amanecer para movernos. -Athel no se movió, pero ahora me miraba.
Observé a Albert evaluar a Hilda antes de decir: -Son brujas. -ella sonrió divertida.
-Yo soy una bruja. -puntualizó.
-Eda no. -acabó diciendo Athel por ella.
-Nosotros cazamos brujas. -Albert sonó confuso, no fue una amenaza. Ahora miró al imponente hombre tras de mi.
-Estas no son las brujas que nosotros cazamos, Albert. -dijo él.
-Ellas no están malditas o poseídas. -siguió Medford. -No son malas.
Me sorprendió que sí las pudieran diferenciar. Me gustó de hecho. Luego volví a enfurecer.
-Encuentro importante volver a puntualizar que Eda no es una bruja. -Hilda se sentó sobre una piedra, despreocupada.
-¿Por qué nadie ha parado a esos hombre? -primero miré a la chica mientras me enderezaba, luego a Athel.
-No puedes pararles, Eda. -dijo ella lo que ya me habían dicho. -Si lo haces te conviertes en su objetivo.
-Como ahora ha sucedido. -murmuró Sige. -Lo que me hace cuestionarme, -todos le miramos -porqué si ha sido ella la que ha decidido cometer tal estupidez -me señaló -hemos acabado nosotros involucrados. -miró a su jefe con algo así como desesperación o miedo. Después de un silencio en el que nadie habló, repitió: -Es hora de sincerarse. -Me observó. -¿Quién eres tú, de quién escapas y cuál es tu cometido?
-No es nadie y no sabe ni de lo que escapa o de qué cometido forma parte. -Hilda sonó desafiante pero creo que nadie dudó de sus palabras. Claramente, a juzgar por sus actitudes, solo alguien tan ingenua como yo desafiaría a los quemadores de mujeres. Cosa que me enfureció aun mas.
-Escapo de casa. -dije sin más. Los hombres me miraron fijamente. -Porqué lo que allí había era algo que no estaba lista para afrontar. -seguí, sus respiraciones fueron profundas. -Obviamente no tenía idea de lo que había aquí afuera ni de lo que los hombres son capaces.
-¿A qué corte perteneces? -ese fue Albert. Athel le miró sorprendido a lo que el primero le explicó: -Hemos tenido una conversación cuando te has marchado con la bruja.
-Es mejor si no sabemos demasiado unos de otros. -esa fue Hilda. La miré intentando identificar si era sincera o solo me protegía. Opté por la segunda opción.
-Estoy de acuerdo. -dijo Medford sin embargo. Luego miró a Athel, que le asintió con aprobación y comenzó a hablar: -Buscamos a la Bruja Reina. Esa es nuestra misión.
-Sois de la corte del rey maldito. -Hilda soltó una carcajada que resonó en la cueva y puso mis pelos de punta. Palo llegó a mi lado en modo protector.
-Ahora sabes demasiado. -ese fue Athel.
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Buenas tardes!! Aquí tenéis el cap 7 de Hiedras.
Espero que estéis disfrutando mucho esta historia. La mejor manera de dejármelo saber es a través de vuestros votos y comentarios, así que no dudéis en hacerlo ya que eso me motiva a seguir.
Recuerda que puedes seguirme en instagram para estar al día de todo y sígueme en wattpad y añade la historia a tu biblioteca para recibir las notificaciones de nuevos caps!!
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Un beso y gracias.
M.R.Marttin
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