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OCHO

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-Explícame, por favor -susurré con sumo cuidado. -como han encontrado a Rowa.

Los hombres estaban acostados en algún rincón de la cueva oscura. Palo había cerrado sus ojos también y Athel hacía guardia en el borde de la entrada todo y que Hilda le dijo que no haría falta, pues la runa nos mantenía invisibles. Sabía que nos podía escuchar, pero no había manera de que pudiese esperar a hacer mis preguntas.

-Salió del pueblo, donde ya no somos invisibles. Al parecer estaba tan enfadada por el tema que tratamos en la reunión que se marchó sin protecciones, también. -contestó ella mirando al cazador. Yo bufé, lo que me ganó la atención de ambos.

-Estáis tan atrapadas en Burford como yo lo estaba en mi casa. -dije. Ella asintió lentamente. -Triste ver que al final, hasta las más poderosas sois esclavas.

Ella sonrió lentamente y pellizcó mi brazo como si estuviese intentando retarla, pero hablaba enserio.

-Tu estas atrapada dentro y fuera de tu reino, amiga. -movió las cejas arriba y abajo. No me pasó por alto como había substituido la palabra princesa. -Te buscan. -ahora rio. -Y te encontrarán.

-No le veo la gracia a eso. -murmuré rodando los ojos. -¿Porqué estáis aquí conmigo? No os he pedido.

No me permití sentirme culpable por ponerles en peligro, pues no era mi intención que me siguieran. Una imagen de mi misma, escapando y escondiéndome sola atravesó mis pensamientos y una chispa de emoción tironeó de mi pecho. O miedo. Estaba bien tenerles allí.

-Te dije que mi cometido es proteger tu alma. -Athel se giró al escuchar a Hilda decir aquello. Dejó su puesto en la entrada de la guarida y se sentó, silencioso, delante de mi. Las sombras de la cueva dibujaban líneas oscuras en su fuerte rostro. Observé como agarraba sus manos envolviendo sus rodillas dobladas. Parecía cómodo sentado en esa pose todo y lo grande que su cuerpo era. Me deleité unos instantes viendo su pelo ondulado y oscuro. -Iré contigo a donde tu vayas. -la voz de la chica llamó mi atención de nuevo.

-Vamos directas al altar. -murmuré. Ella soltó una risotada. -Eso tampoco es gracioso. -Miré a Athel, con su semblante siempre serio. -¿Porqué me has seguido tu?

Sopesó sus respuestas, lo vi en el modo en el que sus ojos recorrieron las sombras de la cueva. Luego volvió a mirarme a mi. Mis manos, mis brazos, el cuello bajo de mi vestido enmarcado por la camisa interior y el arco colgado en mi espalda.

-Llegamos a Burford en busca del aquelarre de la Bruja Reina. -comenzó a explicarme él. -Nuestro rey nos ha encomendado buscarla para ver si ella puede romper la profecía que le atemoriza.

-¿Así que crees en la magia? -Hilda sonó burlona.

-Mi rey lo hace. -contestó sin más. Luego regresó sus intensos ojos azules a mi. -Por eso debía hablar con Tora.

-Para que ella contactase con la Bruja Reina. -asintió la chica. -Y, ¿lo hizo? -los ojos de la bruja brillaron. Él la observó un momento.

-No. -dijo sin más. No mostró enfado o frustración.

-Claro que no. -Hilda sonrió, la miré con curiosidad. -Nadie la ha visto en los últimos diez años. Sabemos que sigue viva, pero eso es todo.

-¿Qué tiene que ver la Bruja Reina con la profecía de tu rey? -los ojos del cazador regresaron a mi y de pronto me sentí más cálida. Me estremecí.

-Ella le contó esa profecía. -murmuró.

-Y el rey espera que ella sea, también, quien pueda romperla. -murmuré yo, entendiéndolo. Athel me dedicó una pequeña sonrisa. Mis ojos se demoraron en el gesto, deleitada. Mi cuerpo tenso.

-Pierde el tiempo. -esa fue Hilda.

-¿Porqué? -le pregunté y ella me miró y se esforzó por no bufar ante mi falta de conocimiento.

-Las profecías no pueden romperse. Es como leer el futuro, eso que lees va a suceder, no importa cuanto te resistas, el destino encuentra su camino.

-Yo opino lo mismo. -Athel aguantó el aliento un momento. Luego bufó y sonrió sacudiendo un recuerdo.

-¿Qué dice la profecía? -pregunté con delicadeza.

-Que no llegará a ser un verdadero rey, alguien le matará primero. -Hilda me miró atentamente. Yo asentí. Supuse que no habría ascendido al trono aun, o que lo había hecho, pero no tenía esposa.

-Así que buscáis a una bruja que nadie ha visto en diez años para que detenga una profecía que sabéis no va a poder ser parada. -mientras murmuraba las palabras Athel asentía con lentitud. Luego me miró con un destello divertido en los ojos.

-Lo haces sonar más absurdo que la leyenda de la princesa de Sussex. -dijo. Hilda soltó una risotada y yo enderecé mi espalda con los ojos abiertos. Él me observó un largo momento, evaluando mi reacción o mi falta de ella.

-No la sabe, tampoco. Vas a tener que contársela. -esa fue la chica. Y luego se levantó, se alejó de nosotros, poniéndose más cerca de los hombres durmiendo y se tumbó. -Voy a descansar.

-Pensé que esa historia sí la sabrías, -Athel susurró aquello y me miró con atención, su sonrisa cada vez más ancha, un poco fanfarrón. -al fin y al cabo, te llamas como ella. -encogí mis hombros sin darle importancia. De pronto estábamos a solas en aquél rincón y se sentía demasiado intimo. Mis brazos temblaron y él los observó.

-Los hombres no compartís información valiosa con las mujeres ¿no es así? -frunció el ceño cuando dije aquello. -Es vuestro pretexto para decir que nos protegéis. -Y en cierto modo sí que me habían estado protegiendo. Del peor modo posible.

Él lamió su labio inferior, pensativo, y dijo:

-Eda es la princesa de Sussex, al nacer decidieron usarla como nexo conector entre los reinos. -ladeé la cabeza, sorprendida por la versión tan poco romántica de la historia que había escuchado tantas veces. -Vendieron a la pobre chica al rey de Kent, para que su hijo mayor la desposara y crearon una imagen casi prístina de ella para intentar que los demás reyes la respeten como a una santidad y hagan la paz con su reino. Ahora, sin embargo, la codician todos, como si fuese una especie de amuleto.

Le miré, con mi pecho subiendo y bajando tensionado. Athel no solo estaba desmontando la historia, sino que además tenía la misma opinión que yo sobre mi padre regalándome al reino vecino. Apreté mis manos a ambos lados de mi cuerpo, escondiéndolas entre los pliegues de mi falda para que no viese las irrevocables ganas que de pronto tenía de llorar.

Encontrar a alguien que empatizara conmigo de aquel modo, en este remoto reino, en un remoto agujero bajo tierra y mientras escapaba de cristianos asesinos, era lo último que me hubiese esperado, pero se sintió como si hubiese ganado una gran y silenciosa batalla.

-Sé que debes estar enfurecida por la suerte de la pobre princesa. -sonrió con pesar al ver mi quietud.

-¿Lo sabes? -alcé una ceja.

-No conozco mucho de ti, pero si algo has dejado claro es que no permites que el débil padezca ni que las injusticias se lleven a cabo delante de tus narices. -le miré fijamente. Mi corazón latiendo con fuerza mientras sus azules e intensos ojos aguantaban los míos. Ese hombre, ante mí, no era consciente de lo mucho que estaba significando aquello.

Y jamás lo sabría. Carrespeé.

-¿Cómo estás? -dijo entonces. Le miré sin entender. -Ha sido una noche muy intensa y entiendo que hay mucho que asimilar. -la imagen de sus pulgares atrapando mis lagrimas en el callejón me azotó. En su rostro vi un deje de preocupación. Luego, por primera vez pensé en mi, perdiendo el control, escapando de su agarre y matando a personas.

-Creo que estoy bien. -murmuré. -En cualquier caso, sigo sin saber qué haces aquí, Athel.

Me observó un momento más hasta que borró el pequeño tono de desazón en sus ojos.

-Te encontré a las afueras de Downs por primera vez, -se arrastró más cerca de mí y bajó el tono. -luego en el claro, matando a brujas con valentía, luego desapareciste y al cabo de tres semanas te vuelvo a encontrar en Burford. -El cazador apretó sus puños juntos, haciendo crujir sus huesos, en un acto reflejo. -No te estoy siguiendo aunque todos creáis lo contrario -dijo lentamente mirando a sus hombres, luego volvió a morder su labio inferior un momento -y sé que tu no me estás siguiendo a mi. -Yo negué lentamente. -Esta noche cuando te he vuelto a ver, he entendido al fin, que no podías ser una casualidad. -estreché mis ojos, aguardando más explicación. Sentía entre nosotros crecer aquella tensión. -Así que, entre otras cosas, le pregunté a Tora si hay algo de mi destino unido al tuyo.

-¿Y bien? -mi voz fue inaudible pero el asintió. Nuestros destinos estaban unidos. -¿Qué dijo exactamente?

-Que la única que sabe donde está la Bruja Reina es otra, muy poderosa, que solo tú puedes encontrar. -me miró fijamente yo tragué mientras me obligaba a no rodar mis ojos descaradamente o a bufar como una salvaje. -Cyra.

-Pues claro. -murmuré. -Me sorprende que después de encontrarme tan cerca de las brujas, no creas que soy una de ellas. -reflexioné en voz alta.

-Sé que eres humana. -me miró con intensidad. -Una humana bastante extraordinaria, pero humana al fin y al cabo.

Le observé, sin querer creer que acababa de halagarme, pues no permitiría que mis mejillas se arrebolaran. Como había pasado en la taberna. Y luego, sonreí al pensar en aquél momento y lo que siguió después. Así que dije:

-Veo que necesitas otro favor.

-Técnicamente, no me has hecho ningún favor todavía. -la sonrisa de Athel fue desvergonzada. -Pues no me llevaste hasta Tora, ella me encontró. Así que me sigues debiendo por haberte salvado la vida.

Resoplé, casi divertida. Era un fanfarrón y un arrogante acostumbrado a salirse con la suya, cada vez era más evidente.

Lo que no sabía el cazador era que yo era igual.

-Athel, -me puse sobre mis rodillas, quedando delante de él. Apoyé una de mis manos en las suyas unidas y sentí la descarga de calor viajando de su cuerpo al mío. No era la primera vez que nos tocábamos, pero se sentía igual de intenso cada una de ellas. Él pareció mirar nuestras manos como si estuviese ante un acertijo. La arruga entre sus cejas se profundizó. Enderezó la espalda. -mírame. -le dije. Entonces lo hizo y dejé de sentirme tan valiente o tan en control. Conseguí decir: -Te estoy eternamente agradecida por haberme salvado la vida. -mi voz sonaba dulce. -Espero que mis palabras sean suficiente para tu honrado corazón, pero en caso de que no me hayas salvado por ser un hombre de honor y lo hayas hecho en busca de una recompensa; me aseguraré de que mi familia te colme en oro cuando regrese a casa. -luego me incliné y dejé un beso en su mentón, como había visto hacían las chicas coquetas de la corte con los guerreros de mi padre.

Pero lo que pensé sería un gesto inocente, resultó ser mucho más. Iba a separarme de inmediato, pues solo quería encandilarle y convencerle de que ya no le debía nada, pero escuché el aire atorarse en su garganta y mi corazón dio un salto. Me separé un instante después con la respiración agitada. Ninguna de las jóvenes del castillo besaba con intenciones castas, me había quedado bien claro después de hacerlo yo.

-¿A esto quieres jugar conmigo, Eda? -su sonrisa torcida me indicó problemas. -Porqué soy malditamente bueno. -agarró mi mano y la llevo a sus labios, tirando de mi con ese movimiento y quedando yo muy cerca, en el hueco entre sus piernas. -Soy un hombre de honor y acepto tu gratitud. -Sus labios calientes besaron el dorso de ésta y yo retuve el aire. -No quiero tu oro si supone que debas volver a casa -volvió a besarme, mi cuerpo en llamas -, y que tu padre te case con alguien que claramente no quieres desposar. -soltó una de las manos y la llevó a mi rostro. Con sumo cuidado apartó mi pelo naranja y lo posó detrás de mi oreja. Dejó que el cabello se enredara entre sus dedos y siguió el movimiento con sus ojos.

Tenía razón, era malditamente bueno jugando a aquello y yo una estúpida por siquiera intentarlo. Pero mi pecho estaba tan alborotado que parecía casi feliz de encontrarse tan cerca de su grande y fuerte cuerpo.

-De todos modos, -siguió -te pido, por favor, -bajó nuestras manos e inclinó su rostro más cerca tocando con su pelo mi frente. -que me ayudes a encontrar a la bruja.

De algún modo, conseguí parecer valiente y segura de mi misma mientras le dije:

-Te llevaré hasta Cyra y me deberás un favor tú a mi.

Athel, que pareció pensarlo por un momento eterno, asintió lentamente con seriedad. Cerró sus ojos, frunció su ceño y se incorporó. Luego tendió su mano hacia la mía y dijo:

-Tenemos un trato, pequeña manipuladora.

Y sellé mi acuerdo con una sonrisa radiante.

Las dos horas en las que intenté dormir un poco, las pasé pensando en él y obligándome a no mirarle a escondidas. Me reñí un centenar de veces por estar comportándome como una niña curiosa, pero no podía evitarlo. Sentía una atracción muy fuerte y unas ganas terribles de observar cada uno de sus movimientos.

Sus labios habían estado en contacto con mi piel y sus palabras se repetían en mi mente una y otra vez. Pensar que nuestros destinos estaban unidos, aunque solo fuese para que le mostrase el camino hacia Cyra, me emocionó como nunca antes. Y sé que era ingenuo y peligroso, pues albergar esperanzas o sentimientos por un hombre era siempre una mala idea, sobretodo estando yo en la posición en la que estaba. Pero no eran sentimientos. Solo era atracción. Se pasaría.

Todo y con eso, algunas veces me permití mirarle a escondidas para encontrarle con los ojos clavados en el agujero del techo de la cueva y con un semblante serio. Se había cubierto con su gruesa capa para no pasar frío y podía ver la nube de vaho que su aliento hacía en el aire. Parecía cansado, pero también había una energía estimulante en sus movimientos, como si tener una nueva pista para su misión le contentase. Como si saber que le iba a ayudar fuera algo que le mantuviese despierto.

Después de saber más detalles sobre su cometido, sus dientes perfectos, su atuendo de buena calidad y su espada reluciente confirmaban mis suposiciones. El rey tenía en muy buena estima a aquel hombre para encomendarle tan importante tarea.

Y yo, había hecho un trato con él, no sabía qué le pediría a cambio, pues no había nada que quisiera o que sí quisiera y supiera él pudiera darme, pero estaba contenta de tener la posibilidad ahí esperando. Por si acaso.

Lo que no me hacía tanta gracia era tener que volver a buscar a Cyra a Sussex. Había muchas posibilidades de ser encontrada tan buen punto como pusiera mi primera bota en tierras de Edward el grande. Cen tendría partidas de hombres buscándome por cada bosque del reino, mi padre, con el pretexto de salir a cazar haría guardia ante la cabaña de la bruja todas las noches. Pues, y aunque debían ser discretos al hacerlo, sabía estarían moviendo cielo y tierra para encontrarme y mandarme con Godric.

Por eso mismo, cuando el día comenzó a despertar y volvimos a nuestras monturas, pedí un momento a solas con Hilda para hablar sobre ese tema.

Athel había puesto a los hombres al corriente de nuestro trato y ahora ellos esperaban indicaciones para comenzar a movernos. Siempre, por supuesto, recordándome que debíamos apresurar la marcha y salir de Marcia, pues la búsqueda de los hombres de rojo no cesaría pronto.

-¿Sabes rastrearla? -dije mirando a la chica. -¿Hay algún modo de saber donde está exactamente? No quiero volver a Sussex a menos que sea imprescindible.

-Si volvemos a Sussex, te casarán. -ella sonrió. Qué pesada era con el tema. Luego medité en ello.

-Supongo que ese debe ser tu cometido conmigo, ¿verdad? -pregunté. Hilda asintió lentamente. -Asegurarte que regrese a casa para que pueda ocupar el trono y favorecer a las brujas.

-Exacto. -encogió sus hombros cuando la miré con recelo. Me habían dejado libre, pero arrastrando cadenas. Como quien saca a un perro de caza a pasear. -Pero no antes de que aprendas todo lo que debes aprender. -la miré condescendiente.

-¿Qué debo aprender, bruja suprema? -me mofé.

-A amarte. -dijo. La miré con un gesto de extrañeza, luego no pude evitar estallar en carcajadas. Ella sacudió su cabeza, los hombres me miraron curiosos. -No sé princesa, esa parte no la entiendo ni yo misma.

-Cada vez tengo menos claro que sepáis lo que estáis haciendo. -murmuré. Desde luego, lo único que yo quería era saber si podía ser libre. La respuesta era no. Ahora solo me quedaba volver a casa, pero antes de eso, decidí quería saborear un poco más mis días de princesa fugitiva. -¿Puedes tú enseñarme a leer el futuro?

-Mujeres, -dijo Sige desde su montura. -tenemos prisa.

-Claro. -ella arrugó sus hombros con desdén. -Aunque creí que hablábamos de Cyra. Sé donde está, sí. No necesito rastrearla, Tora me lo dijo antes de salir.

-¿Puedes enseñarme a leer el futuro en nuestro camino hasta ella? -pregunté.

-Puedo enseñarte a recitar la biblia de memoria de aquí a que la encontremos, Eda. -me enseñó todos sus dientes con aquella sonrisa.

-¿No está en Sussex? -pregunté sin querer emocionarme. Sussex no estaba tan lejos como para enseñarme a recitar la biblia de memoria. Cyra estaba lejos. Muy lejos.

Hilda se separó de mi y montó su caballo, luego miró a los hombres y les dijo:

-Cyra está en la frontera este de Este Anglia y Essex, tendremos que atravesar Marcia, mucho me temo.

Los hombres se miraron con gravedad. Estaban esperando abandonar el reino lo antes posible, probablemente para ir hacia el sur.

-Podemos bajar hasta la frontera de Sussex y atravesar los cuatro reinos del sureste. Así evitaremos Marcia. -ese fue Albert.

-¡No! -dijimos Hilda y yo a la vez. Se hizo un silencio espeso. Los hombres miraron a su jefe, con expectación, él pasó sus ojos azules de mí a Hilda y de vuelta a mí.

-Cambiaremos nuestras ropas y tu yegua. -dijo Athel mirándome. -Es demasiado obvia si vamos a cruzar Marcia.

Yo sonreí abiertamente, agradecida con su decisión. Él miró mis labios un momento demasiado largo, luego torció los suyos hacia arriba, como distraído o ensimismado en mi. Mis mejillas se calentaron. Cielo santo, aquél hombre era demasiado atractivo para mirar más de tres segundos. Tragué con dificultad y rompí el contacto.

-Madre de Dios. -murmuró Sige.

-La tensión. -anunció Hilda. Yo les ignoré.

-Vayamos hasta Bincester. -ese fue Medford. -Es el pueblo prospero más cercano y menos concurrido. No nos buscarán allí.

Cabalgamos por horas interminables. Mis piernas se sentían entumecidas y mi espalda se resentía con cada paso de la yegua, pero no me quejé ni hice ningún comentario. Sabía se mofarían conmigo y si mi intención era ocultar mi identidad, no debía lucir muy refinada, si es que eso tenía sentido alguno.

Hilda encabezaba la marcha con brío y gracia, después iba yo con Athel alternando a mi lado y detrás de mi. Los hombres iban en la retaguardia, cubriendo nuestras espaldas.

Al llegar a Bincester insistí en ser yo quien fuese a buscar ropa tanto para mi como para la bruja, pues que entrase en el pueblo con aquella capa burdeos podía ser peligroso, sobretodo porque no estábamos tan lejos de Burford y las noticias jugosas corrían como la pólvora en los siete reinos. Medford me acompañó, lo que consideré otro gran acierto. Una chica sola con un señor que parecía un cura, nadie nos miraría más de dos veces.

-Regresa. -sentenció Athel mirándome desde el suelo, con su mano acarició el cuello de mi yegua. Los demás estaban preparando el campamento. Él parecía reticente a dejarme ir. Me sorprendía su mezcla de seriedad, intensidad y coquetería. Nunca sabías cual de los tres Athel te abordaría. Aquel era el primero.

Yo, sin embargo, solo tenía una versión de mi misma y mi padre la definiría como imposible.

-¿Temes que rompa mi promesa? -sonreí coqueta. La mano que acariciaba mi montura se detuvo y yo le miré, sintiendo un calor subir por mi vientre. Ese calor era culpa de sus ojos.

-No. -contestó quedamente. -Temo que te encuentre alguien que te haga daño. -sostuve su mirada un momento más antes de contestar.

-No dejaré que me atrapen. Me gusta demasiado estar aquí afuera.

Azucé a la yegua para dejarle allí. Sé que sus ojos seguían en mi todo el camino hacia el pueblo, pues noté su calor acompañarme.

La tarde caía, así que nos separamos para terminar antes. Entré en varias tiendas y compré dos corsés y dos faldas para cada una. Eran casi iguales, con ropa de lo más común y abrigada, en colores y tonos verdes, beig, azules y blancos, nada lujoso ni sofisticado. Luego compré un par de camisas interiores blancas con algún volante en el cuello cuadrado, una capa oscura para Hilda y decidí que la mía no sería tan fácil de rastrear, así que me la quedé. Añadí a la compra un par de cintas blancas para el pelo.

Cuando me volví a encontrar con Medford, nos encaminamos a un establo y vendimos mi yegua. Me obligué a no mirar atrás después de despedirla, pues sentía que estaba traicionándola. Pero tenían razón, una montura de pura raza era sospechosa.

Mi nuevo caballo era negro como la noche y manso. Esperaba que le gustase correr, pues se haría un hartón.

Cuando atravesábamos el pueblo de vuelta a nuestro campamento, una niña salió de algún lugar. Debía tener cuatro años, era diminuta y corría despavorida hacia las patas de mi caballo. Obligué al animal a detenerse con un brusco tirón y la niña chocó con él y cayó al suelo de culo. Creí que se pondría a llorar, pero con los ojos llenos de miedo miró detrás de sí, por donde venía, con paso firme y feroz un hombre tan grande como Athel.

Al llegar a nosotros, agarró la niña del brazo y le dio un tirón poniéndola de pie. Ella lloró en silencio.

-Maldita sea, niña. -dijo él. -Estoy hasta las narices de ti.

-Perdone. -mi voz sonó demasiado alto. El hombre clavó su helada mirada en mi, enfureciéndome. La niña no dejaba de llorar ante su agarre. -no ha pasado nada. Le ruego que la suelte.

-Es mi hija, -elevó una ceja y luego recorrió mi cuerpo hasta detenerse en mis pechos. -haré con ella lo que quiera.

Iba a volver a hablar, cuando Medford apareció delante de mí, tapándome de su escrutinio y dijo:

-Por supuesto, que tenga una buena noche.

Y sin decir más, nos encaminamos de vuelta sin yo poder dejar de pensar en la pobre criatura.

Sentados aquella noche alrededor del fuego, comimos conejo y bebimos agua de hierbas.

La noche pasó rápida y no estoy segura de si dormí demasiado. Para cuando el cansancio comenzaba a adormilarme, Medford preparaba el desayuno y los hombres recogían el campamento.

-Huele a huevos. -dijo Hilda a mi lado. Al mirarla, me dedicó una sonrisa perezosa. -Y a hombre. -arrugó su nariz. Sonreí ahora yo. No podía distinguir el olor.

-Me he criado con hombres, no se distinguir su olor, me temo.

-Su peste, más bien.

Se levantó, se estiró y se dirigió al centro donde Medford seguía haciendo más y más huevos en una plancha vieja y grasienta. Como si fuese a alimentar al ejército entero de Eowa el viejo. El más grande de los siete reinos, se decía.

Yo, que desde allí podía escuchar el agua correr, cogí mis nuevas ropas bien dobladas y me adentré algunos pasos hacia el bosque que teníamos a nuestras espaldas para buscar el rio. Palo me seguía de cerca, sin protestar demasiado como de costumbre.

Cuando llegué me sorprendió encontrar un arroyo precioso caer a una pequeña pero profunda balsa rodeada por rocas. Sin pensarlo dos veces y aunque me castañeaban los dientes del frío, descolgué el arco de mi espalda, me quité la capa y las botas con las dagas, desaté las tiras del vestido, debajo de mis pechos, y lo aflojé dejándolo caer a mis pies. Luego me desabroché el corsé y tiré de los cordones de la camisa blanca. Desnuda como estaba, usé una de las cintas que compré el día anterior para recoger mi cabello alto en mi cabeza, si lo mojaba pasaría frío. No serían muchas las ocasiones que tendría para asearme, pensé, así que debía aprovechar aquella.

Metí mis pies en la balsa, sintiendo todo mi cuerpo tenso, pero seguí adentrándome hasta que el agua cubría mis nalgas. Froté mi piel con garbo mientras resoplaba y mi corazón se aceleraba. El agua era tan clara que podía ver mis pies en el fondo, rodeados de diminutas piedras. Llené mis manos de agua helada y las pasé por mi rostro.

De pronto algo se movió a mi derecha y giré mi cuerpo de inmediato.

Athel estaba sentado encima de una de las rocas que rodeaban el estanque. Su pelo mojado, su cuerpo entero mojado. Desnudo.

Jadeé y juro que el jadeo fue tal que resonó en todo el bosque. Me cubrí los ojos con las manos y me di cuenta entonces que yo también estaba desnuda. Rápidamente me giré y oí su risotada cuando, claro, le dejé mi trasero a la vista. Así que terminé sumergiendo todo mi cuerpo en el agua. Otro fuerte jadeo.

-Buena manera de darme los buenos días. -le oí decir. -Reconozco que este sí es el atuendo al que me tienes acostumbrado.

-Creo que debes irte. -espeté. Él rio aun más fuerte.

-Yo he llegado antes. -dijo. -Así que debes ser tu quien se marche, me temo.

-Bien, -dije. Mi cuerpo entero estaba calentándose, por imposible que aquello pudiese parecer. -gírate y me marcharé de inmediato.

-Estoy bien como estoy, gracias. -su tono era divertido. Sentí curiosidad por ver su rostro entonces, su sonrisa, pero estaba desnudo, no podía girarme. Resoplé. -Tú, sin embargo, deberías salir del agua antes de que te de una hipotermia.

-Si me da tal cosa, será tu culpa. -sentencié.

-Yo no estoy manteniéndote debajo del agua helada. -su tono entretenido. -No puedo ser responsable de esto.

-Te lo pediré una vez más, cazador. -repliqué con odio, luego ordené: -Date la vuelta para que pueda salir del agua.

-Eso no suena muy amable, Eda. -murmuró. Escuché sus pies tocando el agua. Estaba demasiado cerca, tal vez a un par de metros. Suspiré.

Athel se había levantado con ganas de hacerme rabiar y yo ya estaba rabiando. Y helada y no tenía ganas de ser mansa y obedecer y contentarle. Así que, sin más demora, me levanté y sin mirarle comencé a caminar hacia la orilla del estanque, siendo consciente de mi exposición. Hubiese jurado que el hombre jadeaba, pero no quise comprobarlo. Con toda la dignidad que pude reunir y sin dejarme sentir pudor, sequé todo mi cuerpo con la camisa que acababa de quitarme y comencé a vestirme con las ropas nuevas.

Primero la camisa blanca de anchas mangas largas y agarradas a mis muñecas, que me puse alzando mis brazos y pasándola por mi cabeza. Aseguré los cordones debajo de mi pecho tenso por el frío, dejándola ajustada.

Luego, la falda verde claro. Mis manos temblaban del frío y seguro mis labios habían perdido su natural rojo. Pero seguí con energía atando la cintura de ésta.

A continuación, el corsé oscuro de tirantes, por encima de la camisa. Lo apreté también debajo de mi pecho, jugando con las cintas con agilidad hasta dejarlo bien sujeto.

Entonces me puse las botas, el arco y la capa y mientras deshacía mi cabello decidí comprobar si Athel seguía allí.

Cuando mis ojos encontraron los suyos, sentí que el pecho me daba un vuelco. Estaba mirándome con tal intensidad que creí que me iban a temblar las piernas. Parecía sorprendido o anonadado, o confuso. Sin palabras, sin duda. Vi como su nuez se movía mientras intentaba tragar. Seguía desnudo y aunque no me permití mirar más debajo de su pecho, por pudor más que respeto, pude ver como sus brazos y pecho estaban tensos, como si estuviese luchando por respirar.

-Pensé que tendrías la decencia de mirar a otro lado. -dije lentamente. Él parpadeó de pronto, pero no dejó de mirarme y no cruzó más palabra conmigo.

Después de que mi cabello caió por mi espalda en un remolino pesado, le sonreí, sabiéndome ganadora y regresé al campamento.

Comí huevos, tomé agua caliente de hierbas y recogí mi lecho. Luego decidí guardarme un pedazo de leña de la hoguera, elegí el más negro y quemado y me lo metí en el bolsillo de la capa junto a mis runas.

Hilda me miró interrogativa y yo le sonreí sin más.

No fue hasta que estaba ya montando mi nuevo caballo que Athel apareció. Sus ojos no dejaban los míos mientras llegaba hasta nosotros. Parecía un guerrero del norte, con su porte, sus grandes brazos y hombros y el mentón marcado. Una barba comenzaba a decorar su rostro dándole un aire salvaje.

Su espada colgada del cinto y hoy vestía un jubón negro de cuero, con una camisa blanca en vez de su atuendo de cazador con el sol y las espadas. Las capas verdes con el escudo dorado habían sido guardadas y substituidas por otras negras y gruesas. Ciertamente, no hubiera sido muy inteligente ir por ahí con lo que debía ser su uniforme real. De todos modos, el hombre era imponente y si no fuese tan atractivo, probablemente daría miedo mirarle directamente.

-Creímos que nos habías abandonado. -dijo Medford.

-Tienes aspecto de acabar de ver un fantasma del pasado. -observó Albert entretenido, casi divertido. Sige le miraba atentamente mientras refregaba la plancha de los huevos con una especie de arbusto seco.

-Acabo de ver algo mucho peor. -murmuró. Rodé los ojos.

-Arrogante. -gruñí. Todos me miraron, yo carraspeé y sonreí con amabilidad, como si no hubiese hablado siquiera.

-¿Qué has visto, pues? -esa fue Hilda, con sus ojos clavados en mí, entretenida. Ya lo sabía, claro.

-A un animal salvaje.


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Hello! Largo capítulo hoy ¿o no?

Eda emprende un largo viaje empeñada en perder el tiempo para no tener que regresar al reino de Edward el grande.
Normal, yo también lo haría si fueran a casarme con alguien a quien no amo o no he visto nunca.

Total, que buscar a Cyra es el objetivo de la partida y no parece que eso vaya a dejar que la princesa pueda alejarse del cazador en una temporada y eso, ¿qué crees? ¿va a ser bueno o malo?

¿Tienes algún augurio o predicción (en plan bruja) de lo que puede ser que pase de ahora en adelante? Y, ¡eh! ¿qué te parece la relación que tienen Eda y Athel? Te leo en los comentarios.

Recuerda votar por el capítulo, seguirme y añadir esta historia a tu librería para mantenerte al corriente de las nuevas actualizaciones! Cuando haces estas cositas por mí, me ayudas mucho a crecer y seguir escribiendo y regalando contenido, así que déjame que vea que estás aquí!

En mi Instagram he dejado hoy mismo, en stories, algunos shoots de la balsa donde se baña Eda! Te invito a que me sigas:

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Tengo el capítulo 9 casi listo ¿nos leemos el martes?

Miles de besos y amor.

M.R.Marttin

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