NUEVE
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Insistí en parar mientras cruzábamos el pueblo, justo en el mismo sitio donde había tenido el incidente con la niña la tarde anterior. Las gentes comenzaban a despertar y a desplazarse de un lado para el otro con su ganado, la colada o con pan recién horneado. Había una mujer frente a su casa de piedra oscura, frotado el suelo y los adoquines, como si quisiera sacarles brillo. Otro hombre vaciaba un orinal peligrosamente cerca de donde ella estaba arrodillada. El ambiente era quedo. Nadie reparó en nosotros firmes en medio de lo que, intuí, sería la pequeña calle principal.
-Hiedras y espinas, mostradme el camino. -murmuré
-Ahí viene. -dijo Medford entonces. Su voz con un tono dulce.
Desmonté con agilidad y fui en su busca a medio camino. La niña venía directa hacia mi, con la cara sucia de lagrimas y mocos y el vestido lleno de barro y hojas secas. Sus ojos brillaban sin embargo, con felicidad o ilusión. Como si verme allí fuese un gran evento. No pude evitar acariciar su cara un momento. Luego, del mismo suelo cogí una piedra y con el pedazo de madera quemada que llevaba en el bolsillo, dibujé el algiz. Ella observó la runa con curiosidad.
-Es para ti, mantenla siempre cerca.
-¡Eda! -gritó el padre desde la puerta de la casa. Todos nos giramos, dudando un instante de si me estaba llamando a mí. Pero la mirada nublada por el vino se clavó en la pequeña.
Eda, por supuesto.
El siguiente tramo del camino, aunque largo, fue mucho más ameno. Se había establecido una especie de calma entre los hombres y Hilda y mantenían conversaciones mientras recorríamos caminos repletos de campesinos. El sol a penas nos calentaba, pero era agradable que tocase mi piel después de tantos días.
-Me parece aberrante, sin duda. -dijo ella en algún momento.
Al salir del pueblo aquella mañana no había podido dejar de pensar en mi conversación con Athel dos noches atrás. Cuando mencionaba las coincidencias, el encontrarnos tantas veces. Lo comparé con las que había visto yo en mi camino desde Sussex. Similitudes, escenas que se repetían, situaciones que parecían volver del pasado. Las niñas desprotegidas, sus nombres, mi aparente invisibilidad, las mujeres encontrándome y llevándome hasta las brujas. Tal vez yo no solo estaba allí para acompañar a aquellos hombres hasta la bruja que me crió, tal vez ellos también habían aparecido en mi camino, así como Hilda, para cumplir con lo que fuese mi cometido.
-Bien, -dijo Albert -nosotros tenemos veinticinco años, Athel veintiséis y Medford...
-Muchos más. -terminó el hombre por él.
Albert me había adelantado e iba al lado de Hilda ahora, a Athel no me había atrevido a mirarle en todo el camino.
-Animal salvaje, tienes en la garganta una revolución. -decía Edward el grande. Las palabras de Athel, tan cercanas a las de mi padre, me habían desconcertado. Otra sincronía.
-Dices eso como si fuerais demasiado jóvenes. -rio Hilda. Él fue a añadir algo, pero la bruja no le dejó. -Recordemos que a las mujeres se nos casa cuando tenemos mucha menos edad.
-No a vosotras dos, sin duda. -murmuró Sige a mi espalda. -Lo cual habla por si solo.
Hilda le ignoró y siguió hablando con el cazador a su lado.
-Por eso mismo digo que no me puedo creer que ninguno de vosotros esté casado o tenga una prometida esperando en casa -explicaba ella. -¿Es una especie de voto? - Los hombres la miraron extrañados. -De cazador. -encogió sus hombros. -Yo tengo mis votos como bruja.
-Adorar al diablo, sin duda. -murmuró de nuevo Sige. Yo fruncí el ceño.
-No es un voto, -le decía Albert, también ignorando a su compañero. -pero supongo que con tanto rondar los bosques, no hemos tenido tiempo de establecer ningún tipo de relación carnal duradera.
-Relación carnal duradera. -repitió ella lentamente. Luego sonrió meneando la cabeza. -¿Son malditas piedras? -dijo en mi cabeza.
-No es que no queramos tener una mujer esperando al regresar, -siguió Medford. -pero nuestras vidas son solitarias.
-Hasta que encontréis a la bruja. -me aventuré yo a intervenir. -Luego podréis volver a vuestro reino y hacer vida normal, ¿no?
-No -Sige dijo con sequedad. -Nuestra vida nunca será normal, pues cuando la Bruja Reina nos diga como parar la profecía, probablemente esa será nuestra próxima misión.
Hubo un silencio en el que pensamos todos lo mismo: si es que se puede parar la profecía.
-Es un destino duro y peligroso que podría acabar con vuestras vidas en cualquier momento. -la voz de Hilda era puro aburrimiento, casi pude ver sus ojos rodar más allá de su nuca.
-Espero equivocarme al pensar que una bruja está burlándose de un cazador -ese fue Sige, de nuevo, con su tono hostil. -Con lo peligroso que eso podría ser.
-Lo está. -dije deteniendo mi caballo y mirándole fijamente a los ojos, retando su amenaza. Mis sonrisas afables y encantadoras no estaban ahora por ninguna parte y eso pareció dejar al hombre confuso. Athel se paró al lado de su guerrero. -Tu vas por el mundo cumpliendo misiones de un rey, llorando por ese peligro y porqué puede que jamás tengas una mujer que te caliente el lecho. La bruja y yo -ahora ablandé mi tono y mi mirada. -seremos un día obligadas a estar en ese lecho esperando a ser tomadas por un hombre como tu. Al que ni conocemos, ni amamos, ni respetamos, probablemente. -sonreí con cinismo, él se estremeció. -Sin que nadie nos haya dejado otra opción. Y...
-Y, -el tono de Athel fue manso. Sus ojos azules puestos en mí con seriedad -para muchas eso es peor que morir. Tu has elegido servir al rey en sus misiones, ellas no pueden a penas elegir qué vestido ponerse.
-Entiendo. -dijo sin mas Sige.
El jefe espoleó su montura y nos ordenó seguir moviéndonos. Sin embargo, ya no volvió a dejar mi lado.
-Suena a pesadilla. -dijo Albert al cabo de unos minutos. -Os compadezco.
-Gracias por tu compasión, cazador. -la sonrisa de Hilda fue genuina y yo no pude evitar mirarla con curiosidad. -Pero preferimos tu ayuda.
-¿Nuestra ayuda? -dijo Medford. -¿A caso no hacemos nada por vosotras?
-Siempre se puede hacer más. -le sonreí al hombre, con sinceridad y él asintió lentamente. Comprendiendo y parando la discusión. Luego miré a Athel, curiosa por su empatía. -¿Tienes hermanas?
-No -contestó él, su vista puesta al frente. Albert y Hilda seguían con sus conversaciones. -Somos todos varones.
-¿Cuántos sois? -dije curiosa. Su rostro inescrutable.
-Cinco. -después de una pausa me miró con una mueca. -Una pesadilla para nuestra madre.
-Suena horroroso -bromeé y él, para mi sorpresa sonrió. -Si no es una hermana, entonces es una madre la que te ha enseñado tan bien a empatizar. -él se tensó. -¿Sigue viva? -pregunté con poco tacto.
-Sí. -él asintió como si fuese algo obvio. -¿Y la tuya?
-La mía no. -mentí. Hilda me miró un efímero instante. Bien, tal vez no era mentira y sí había muerto, a juzgar por mi recuerdo en la bola de cristal de Alberstone, empezaba a suponer que había entregado su alma al diablo.
-Lo siento. -Athel me sacó de mis pensamientos -Disculpa por lo de antes, no pretendía incomodarte. -le observé un momento, sus labios apretados. -Soy un poco idiota a veces.
-No te disculpes, -solté. -te lo haré pagar.
Y a juzgar por su expresión, le divirtió mi réplica.
-Mi madre no es responsable de mi empatía, sin embargo. -había un filo en su voz. -Creo que eres tú, la única persona en los siete reinos que me ha hecho alguna vez entender el infierno que vivís las mujeres. -le estudié un momento que pareció eterno. Luego sacudió su cabeza. -Tampoco es que haya hablado con muchas.
-Hablar no es lo que se hace cuando las tienes tumbadas debajo. -rio Sige. -O cuando las quemas en el bosque.
Mi espalda se tensó sobre mi montura clavándose el arco en mi hombro y sé que Athel lo vio. No sé exactamente qué era peor, saber que era aficionado a tener a muchas mujeres en la cama, cosa que me calentó las mejillas, o que las mataba en un bosque. El tono de Sige parecía divertido al respecto. Cuando Hilda replicó, me di cuenta de que lo peor era que nos vieran como trozos de carne. Así como nos trataban.
-Es inquietante que hables de nosotras como si existiésemos solo para daros placer o haceros la guerra. -no se molestó en girarse. -Como un enemigo al que someter. -bufó ahora. -Me apena la joven que sea obligada a aguantarte, Sige.
Sige decidió callarse y los otros hombres estallaron en carcajadas. Athel no. Athel solo pensaba y se rebanaba los sesos en algo que le tenía sumido en una lucha interna.
Y en ese momento, mientras atravesábamos un camino de piedras rodeados de altos pinos y frondosas hayas, el viento se levantó en ondas translucidas a través del bosque. Su paso hacia el cielo silbó con impaciencia. Observé a Palo mirarme ansioso, mi caballo sacudió su hocico con molestia y miré a Hilda.
-Están aquí. -dije. Pararon a mirarme. -Los hombres de Burford, nos han encontrado.
Los cascos de sus caballos resonaron en el tupido bosque y sin más demora comenzamos a cabalgar a toda prisa, hacia ninguna parte.
La capucha de mi capa cayó y mi cabello revoloteó violento contra mi espalda. Los hombres espoleaban sus caballos como si les fuese la vida en ello y mi corazón estaba tan alterado que me costaba identificar si era miedo o diversión.
Entonces Hilda paró y al ir primera nos hizo frenar a todos. Sige trató de adelantarla, preocupado por los trotes llegando a nosotros.
-¿Porqué corremos? -me miró fijamente. -¿De qué huimos si no somos visibles para nadie?
-¿Qué? -espetó Albert. -No tenemos tiempo para esto.
Athel enderezó la espalda y me observó.
-¿Cómo de convencida estás de que no van a vernos? -me preguntó. -¿Como de convencida estás de que esas piedras tuyas funcionan?
Yo lo sopesé, siendo consciente de que se nos acababa el tiempo. Mi pulso resonaba en mis oídos, tal vez sí era un poco de miedo. Miré hacia atrás, aun no veía a los jinetes.
-Funcionaron todo el camino, nunca nadie me ha visto y me he mantenido a salvo. -reflexioné.
El cazador asintió con sus ojos brillando entre los reflejos de luces y sombras del bosque. Albert resolló, Medford intentó calmarle.
-Nos superan en número. -dijo el primero. -Será una masacre.
-Desmontad, nos sentaremos en el borde del camino. -ordenó Athel, buscando un sitio alrededor. Todos nos quedamos muy quietos. -Detrás de aquel arbusto. -señaló.
-Será una broma. -espetó Sige. -No puedes decirme en serio que crees en las palabras de estas mujeres.
-Desmontad. -la voz de Athel sonaba aburrida, como si fuese absurdo que alguien dudase del poder de una piedra con garabatos.
Miré a Hilda con inseguridad, sentía que tenía mucho peso en los hombros. Sospechaba que las runas funcionaban conmigo, pero tenía mis dudas de si funcionarían con los demás. Ella sacudió su cabeza como si no fuese gran cosa y solo mustió un:
-Subo protecciones.
Que yo repetí.
Los hombres, sin dejar de plantar dudas en mi cabeza con sus quejas, desmontaron y siguieron las órdenes de Athel, cuando estuvimos todos sentados tras los arbustos, encontré sus ojos azules puestos en mi.
-Yo sí te vi en aquél lago. -murmuró. -Y en la taberna. -Le miré un instante mientras el ruido de los cascos de los caballos se aproximaba. Todos aguantamos la respiración cuando los jinetes pasaron ante nosotros. Iban trotando, mirando a ambos lados del camino y aunque sus ojos se posaron en nosotros y nuestros arbustos y monturas, no nos vieron. Suspiré aliviada.
-Es porqué quería que la vieras. -respondió entonces Hilda. Me atreví a girar mi cabeza para ver una perezosa sonrisa aparecer en el rostro del hombre.
-Vaya. -murmuró mirándome como si fuese la primera vez que me veía.
-No te hagas ilusiones, solo quería molestarte. -espeté. Él mordió su grueso labio y yo tuve que hacer ahínco de todas mis fuerzas para apartarme.
-Y ahora ¿qué hacemos? -dijo Medford de pie mirando el camino vacío. Luego giró a vernos y sonrió. -Es muy oportuno viajar con vosotras, señoritas, me alegra ahorrarme los encontronazos violentos que hemos sufrido hasta ahora.
-Ahora seguimos. -respondió Athel mientras montaba su caballo con brío. -Si no nos ven, no hay nada que temer.
Si no fuese por el claro respeto que los hombres mostraban ante los jinetes de rojo, me hubiese entretenido gratamente aquella situación. Íbamos detrás de ellos, a pocos metros de distancia, lo suficientemente cerca para escuchar el murmullo de sus voces. Nos deteníamos si se detenían, nos ralentizábamos si ellos también lo hacían, nunca atreviéndonos a adelantarles, pero sintiendo que estábamos a salvo. Si hubiese ido yo sola ya estaría muy lejos de allí, pero no era el caso.
Cuando los hombres pararon para acampar, decidimos desviarnos y seguir con nuestro camino varias horas más, necesitábamos cubrir terreno hacia Cyra.
Bedford fue nuestro siguiente pueblo, pero no entramos en él, lo bordeamos hasta el este y encontramos un precioso lago donde decidimos sería sensato pasar la noche.
Mientras las sombras caían y Medford nos obligaba a tomar una infusión de corteza de sauce, que según él nos ayudaría a descansar bien, yo miraba las estrellas aparecer tímidamente en el cielo. Por instinto aflojé el corsé que llevaba sobre la camisa y la falda para poder respirar libremente. La verdad es que aquellas ropas más sencillas me gustaban, se sentían mucho menos opresoras que los vestidos que solía llevar y puede que el hecho de que las hubiese elegido yo, como mencionó Athel aquella mañana, influyese sobremanera.
Hilda se tumbó debajo de un roble, la miré extender una manta gruesa de lana sobre el suelo cubierto de hojas secas. Me preguntaba si los pinchos de estas no traspasarían el material y se le clavarían en la espalda al final de la noche. Probablemente sí.
Palo llegó a mis pies, se recostó y por primera vez dejó su hocico descansar en mis tobillos cruzados. Me apoyé sobre mis codos para mirarle, curiosa, con sus ojos cerrados y la respiración pausada. En paz. Moví mis tobillos para molestarle, él me observó un instante, cegándome con sus ojos y luego volvió a dormirse. Sonreí.
-Aquí tienes. -Athel llegó a mi lado tendiéndome la taza de madera. Lo cogí y le vi sentarse cerca.
-Gracias. -me limité a decir.
Hubo algunos instantes en los que fingí mirar de nuevo las estrellas mientras sorbía a pequeños tragos. Sentía la energía del cazador envolverme como el manto de la noche, con calidez, pero al mismo tiempo como si fuese un abismo infinito. El brillo en sus movimientos, me dijeron una vez más que aquél hombre no tenía intención de acostarse pronto.
-¿Vas a hacer la primera guardia? -pregunté.
-Si. -dijo. Le miré entonces observar las hojas secas del roble. -No tengo sueño ahora mismo.
-¿Qué te priva de él? -no escondí mi curiosidad. Él puso sus ojos azules en mí entonces, yo sentí mis mejillas arrebolarse y sorbí más infusión para esconderlas.
-Todo. -pareció pensar un momento, luego me dedicó una sonrisa torcida. -Las expectativas de encontrar a Cyra y a la Bruja Reina, quién me dirige a ellas y como conocí a ese quién -se refería a mi, intenté ignorarlo. -qué haré si la encuentro y me confirma lo que ya sospechamos...
-¿Qué significa para ti ese rey? -pregunté ante su pausa. Él volvió a pensarlo un momento.
-Digamos que su destino es importante para mi. -asentí lentamente. -No me gustaría que muriera.
-Así que sigue siendo un príncipe. -murmuré yo. Pensé en mi hermano. Él suspiró a modo de respuesta. -¿Hay más descendencia? -pregunté. Athel me miró estrechando sus ojos, confundido. -El rey, ¿tiene hermanos?
-Sí. -se limitó a contestar.
-Tal vez pueda dejarle el trono a su hermano menor, -sugerí. Él sonrió lentamente y asintió entendiéndome ahora. -sería un modo de burlar al destino y tal vez romper la profecía. Si no aspira a ser rey, no morirá como tal. ¿No crees? -luego bufé divertida. -Aunque supongo que eso ya lo habréis barajado.
-Es un hombre decidido a cumplir con el deber que tiene por honor. -hizo una mueca que a mi parecer fue de diversión. -Prefiere mandarme a buscar una reina de las brujas y encontrar una pócima mágica, a riesgo de morir, antes que darle el trono a otro.
-Tiene su lógica. -bromeé. La mirada que él me dio fue salvaje, como la de un niño haciendo una travesura.
-Creo que lo que más admiro de ti es tu poca censura. -Athel paso sus manos por las ondas de su pelo negro y aguantó mi mirada.
-No empieces con los halagos. -murmuré. No iba a dejarme cautivar por sus palabras bonitas, pues eran fruto de su arrogancia y fanfarronería, ya lo sabía.
-Que estés aquí fuera sola, cambiando el mundo es admirable también. -recostó la espalda en un troncó y extendió sus piernas hacia delante. Los músculos de estas se tensaron debajo del pantalón que de pronto parecía demasiado fino.
-No estoy cambiando el mundo y deja de hacer eso, no me vas a seducir.
Athel abrió mucho los ojos antes de sonreír con maldad. Una sonrisa de aquellas que advertían que no iba a parar.
-Ya te tengo seducida, Eda. -levantó una ceja y yo resoplé. -Ambos lo sabemos.
-¿Qué te hace pensar eso? -le reté sin apartar mis ojos de los suyos. Desafiándole.
-Me miras cuando hago guardia. -murmuró. Fue casi un ronroneo. Mis pulmones soltaron el aire de una sacudida. No dije nada, ¿qué iba a decir? Sí le miraba por las noches. -No te preocupes, -siguió, su tono de burla. -estoy acostumbrado a tener ese tipo de atenciones.
-Eres un engreído. -mi deje fue de aburrimiento. Miré la infusión en mis manos y la terminé de un sorbo. Ese fue mi intento desesperado por fingir que aquél hombre no me afectaba como nunca nadie antes.
-¿Eso crees? -dijo ahora. -¿Es que el hombre que te espera en casa es más importante o poderoso que yo? ¿Por eso no te intereso? -su mandíbula se apretó y enseguida entendí lo que trataba de hacer. Quería información sobre mi.
-Buen intento. -reí. -Te sugiero que dejes de ser un idiota conmigo, te comportes como un ser humano normal, como a veces haces, me enseñes quien eres y te ganes mi confianza y mi lealtad y yo misma te contaré lo que sea que quieras saber. -él enderezó la espalda. -No me gustan los juegos ni las verdades a medias, cazador. Todo lo que quiera contarte lo haré si llego a considerarte un amigo. Así que deja de interactuar conmigo solo por sacarme información.
Y después de un silencio eterno y espeso, sonrió como un felino, se levantó y se tumbó a mi lado. Demasiado cerca. Todo su cuerpo ladeado y la cabeza apoyada en su codo doblado. Me giré para enfrentarle.
-Disculpa mi brusquedad. -observé sus ojos azules oscurecerse. Retuvo el aire antes de seguir hablando. -Estoy muy poco acostumbrado a ser cortés y tengo muy pocos amigos fieles. -Ahora miró mis labios un instante y mordió los suyos. Sentí el calor tirar de alguna parte de mi vientre. -Y por un momento, después de pasar estos días a tu alrededor, yo...
Y esperé, pero él no continuó la frase. Me tenía sin respirar y aunque en su expresión vi que se hubiese arrepentido de seguir hablando, le insté:
-Tú, ¿qué?
Athel sacudió sus pensamientos, inspiró profundamente y luego, lo que fuese que iba a decir quedó atrapado en sus labios por el grito horroroso que se escuchó al otro lado del ancho lago.
Tardamos muy poco en enderezarnos, Palo ya estaba sobre sus cuatro patas, delante de mi con actitud de defensa. Los hombres se nos unían y Hilda parecía molesta por la interrupción.
Y entonces, como la primera vez que las encontré, sus voces comenzaron a hacer armonías bajas y a cantar susurros atronadores que vibraban bajo mis pies.
-Las brujas. -dije.
Con rapidez agarré el arco y me dirigí a mi montura. Sentí los latidos del corazón de la persona que gritaba en mis oídos. Era un niño, lo sabía antes de siquiera verle. También, curiosamente, supe que era pelirrojo y con ojos negros como la noche.
-Espera. -dijo Athel tras de mi. Le miré un momento. De algún modo había conseguido alcanzarme. Los hombres tras de él ya montaban sus caballos. -Quédate aquí, eres mi guía y no puedo dejar que nada te pase.
-Hilda es la guía. -le recordé.
-Cyra solo nos verá si estás tu. -volvió a decir él.
-Athel. -Medofrd sonó impaciente.
-Voy a ir a salvar a ese niño, Athel. -él me miró con una arruga entre sus ojos. -No vas a detenerme.
-Bien, -dijo al fin. Agarró mi mano un momento y mi palma se calentó en el contacto. -pero prométeme que no dejarás mi lado. -estreché mis ojos. -No puedo defenderte si te pierdo de vista.
-No necesito que me defiendas. -luego miré a Hilda, que me había dicho aquello mismo unas semanas atrás y ahora me observaba con la mandíbula apretada. -Tampoco te necesito a ti.
Y monté al caballo tan rápida y ligera que ninguno me vio azuzar las riendas y comenzar mi camino desesperado, rodeando el lago hasta el punto en el que las voces crecían en su errática plegaria pagana para despertar al diablo.
Cuanto más cabalgaba más claras sus voces se hacían y aquellas palabras que no entendí la primera vez, de algún modo y aunque sabía que no eran mi lengua, cobraron sentido en mi cabeza.
"Tengo tanta sed, tengo tanta hambre.
Arde el bosque a mis pies y ellos no lo saben."
Y se repetían una y otra vez, añadiendo más armónicos y susurros y nuevas voces y respiraciones. Mi pecho retumbaba, mis manos estaban engarrotadas, calientes. Sentía un desagradable sabor subir por mi garganta. El niño ya no gritaba y todo el bello de mi cuerpo se erizó al pensar que ya le habrían sacrificado.
Pero no. Aquellas brujas malas se comían a los niños. Estaban aun cantando, no podían estar comiendo. Le grité al viento, con mi corazón errático uniéndose al tiempo del corazón del niño. Oswald se llamaba.
-Oswald, ya voy. -murmuré.
Escuché a los hombres seguirme a lo lejos, les había ganado terreno pero no pensé en detenerme o esperarles, no tenía tiempo para eso. Oswald no tenía tiempo para eso.
El fuego del círculo se encendió marcándome claramente el camino ahora. Las mujeres sin cesar sus canticos sostenían las antorchas de luz. Contaba doce. Doce eran muchas. Cogí el arco, coloqué la flecha, con el caballo trotando debajo de mi, y disparé a una de ellas. La maté en el acto, pero esta vez ninguna dejó de cantar, ninguna se giró a verme o a atacarme. Seguí cabalgando, las tenía ya muy cerca.
-Tengo tanta sed. -cantaban. -Tengo tanta hambre.
Volví a disparar, sentí la flecha cortando el aire y juro que mis ojos pudieron ver el recorrido que ésta hacía, como si yo fuese la propia sagita. En aquel momento en el que iba a atravesar el pecho de la segunda bruja, ella se giró, con los ojos negros y opacos y la boca desencajada y atrapó la flecha entre sus manos. Jadeé.
-Princesa. -una voz resonó en el lago. -Bienvenida.
Todas las mujeres ahora me miraban, sin moverse ni deshacer el círculo, sin dejar de cantar. Sus palabras sonando cada vez más fuerte.
-Arde el bosque a mis pies -decían. -y ellos no lo saben.
Oswald fue arrastrado de entre las sombras por las enormes y largas manos del diablo. Su capa negra con capucha cubriendo un rostro que no podía ver en la vida real pero invocaba en mis pensamientos con claridad. Podía ver su rostro pálido con pómulos altos y huesudos, los ojos negros como los de las mujeres y la boca asquerosa y sangrienta.
-¡No le mires! -la voz de Athel resonó como una tormenta de verano.
-Suelta al niño. -dije, parada ante todos ellos. Oswald, era pelirrojo, sí. Lloraba y sollozaba y temblaba.
-Lo suelto. -su voz sonó en mi cabeza esta vez. Y lo soltó, pero en medio del círculo de mujeres. -¿Estás segura de que no quieres unirte a mi? -preguntó. -Podemos hacer un trato.
Los hombres y la bruja llegaron a mis lados, y sin siquiera frenar, desenvainaron las espadas y se dirigieron al círculo. Con golpes sangrientos lanzados a las mujeres, aun cantando. Cuando la primera cayó al suelo decapitada, la furia se extendió entre ellas para comenzar el ataque. O la defensa.
Mi caballo se asustó, le azucé para que se acercase a las mujeres, debía atravesar el círculo y llevarme al niño, pero no me dejaba avanzar. El animal no quería moverse en esa dirección. Tuve que desmontar, mientras cargaba una nueva flecha en mi arco y apuntaba a la bruja que el niño tenía mas cerca. Atravesé su cabeza y cayó al suelo, pero aun en el suelo, sus labios no dejaron de cantar. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Las voces aun más fuertes.
- Tengo tanta sed -seguían diciendo. -Tengo tanta hambre.
Miré a Athel rebanarle la cabeza a otra mujer, ésta se derrumbó de espaldas y con su mano inerte dejó caer la antorcha, que al caer encendió el suelo en lo que supuse sería un círculo de aceite, dejando al niño encerrado dentro.
Oí a Hilda gruñir cuando una mujer le arañó el rostro, Medford corrió hasta ella para ayudarla.
-¡Athel! -grité. Él me miró un momento y tardó muy poco en llegar a mí, me agarró con ambas manos los hombros.
-¿Qué sucede? -preguntó estudiándome, en busca de heridas.
-Hay que salvar al niño. -apunté al círculo de fuego. Él asintió decidido. -Cúbreme.
-Déjamelo a mi, tu sigue alardeando de esa puntería. -y sin más se marchó, corriendo con potencia y vigor hasta el círculo. Alguien le atacó, pero de un manotazo deshizo el agarre. Y luego sin detenerse siquiera, dio una gran zancada y atravesó las llamas, que lamieron sus talones a su paso, como si fuese una especie de deidad inmortal.
-Maldita sea. -murmuré.
Me agaché desde mi posición y comencé a tirar de nuevo. Sorprendentemente no quedaban muchas mujeres en pie. No podía contarlas todas, pues sin luna y con las antorchas medio apagadas o ardiendo en solitario en el suelo, solo veía sombras correr de un lado a otro. No podía disparar sin ver.
Colgué el arco de mi espalda y saqué las dagas de mis botas. Ambas, una en cada mano.
Troté más cerca, buscando a quién atacar cuando encontré a una mujer, tumbada boca arriba, con ambas manos presionando un feo corte en sus entrañas. Busqué una vez a Athel sin poder dar con él antes de volver mi atención a la bruja.
La sangre salía a borbotones, pero sus ojos nublados miraban las estrellas. Como yo las miraba un rato antes. Me apiadé de ella. No la podía dejar sufriendo en el suelo, esperando una muerte que tal vez tardase demasiado en llegar.
Me incliné encima, dispuesta a atravesar su corazón cuando sus ojos diabólicos se encontraron con los míos. No podía moverse, pero pude verla alterándose. Pensé que su instinto sería atacarme, pero, y aunque pareciese mentira pues era un monstruo, de pronto vi miedo. Me tenía miedo. Ella a mi.
-Tengo tanta sed. -murmuró. Mientras miré sus ojos una vez más, pude ver una sombra luchar allí dentro, como si la mujer que un día fue no hubiese muerto todavía y se encontrase en algún lugar del cuerpo de aquél monstruo, silenciada y atrapada. -Tengo tanta sed. -repitió.
-Tengo tanta hambre. -canté yo. Las facciones de la bruja se aflojaron, dejó de moverse.
-Arde el bosque...-sollozó.
-Arde el bosque a mis pies. -seguí. -y ellos no lo saben. -ella asintió, como si de pronto se creyese a salvo. Mis ojos sin dejar los suyos, intentando entender qué estaba sucediendo allí.
-Sangran sin parar, -susurró ahora siguiendo la canción. -viven sin aliento, pero yo...-los ojos de la mujer parpadearon. Mi alentó se atoró en algún lugar mientras, yo misma presencié el momento exacto en el que la oscuridad y la opacidad de su mirada desaparecía. -pero yo...
-Pero yo...-la imité entonando su canción. Sentí su corazón retumbar en mi cabeza. Un corazón humano. Su rostro se aflojó, un rostro de mujer. No había oscuridad, solo había una mujer. Con miedo, con resentimiento, con dolor. Esclava, atrapada.
-He roto el silencio y a pleno pulmón...-la voz de la mujer un susurro. Mis manos ahora en su pecho, con mi daga encima de su corazón, dispuesta a terminar su sufrimiento, pero demasiado intrigada para hacerlo.
Todo a mi alrededor quedó silenciado por aquella última frase saliendo de sus labios moribundos. Y cuando levanté mis ojos, todas las mujeres restantes estaban a mi alrededor, con los ojos vivos, las manos lánguidas a los lados de su camisón blanco lleno de sangre y barro. Su pelo suelto y alocado dándoles aquel aspecto diabólico. Con miedo, con resentimiento, con dolor y alivio. Esclavas, atrapadas, presas.
-¡Eda! -gritó Hilda en algún lugar.
-¡Eda! -la voz de Athel estaba mucho más cerca.
Palo llegó entre las mujeres, se posicionó a mi lado.
-He roto el silencio y a pleno pulmón -canté lentamente, sintiendo todos sus ojos en mí.
Y de pronto, como el coro más terroríficamente celestial ellas terminaron la canción:
-Tengo en la garganta una revolución.
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Feliz sábado queridas, ¿cómo lo lleváis? No he podido pasarme antes!
Espero que os haya gustado el capítulo de hoy! Si es así, dejad comentarios, estrellitas (likes, votad!!), seguidme y añadir la obra a vuestras bibliotecas para estar a la última de las actualizaciones!
Si vais a mi Instagram os he dejado en la story una foto de cómo son las ropas que llevan Eda y Hilda (la falda, la camisa y el corsé de tirantes).
https://www.instagram.com/mrmarttinauthor/
Un beso!!
M.R.Marttin
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