DIECINUEVE
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Me di un baño con la puerta abierta. Desde la sala donde tenía la tina podía ver el tapiz de ciervos y mis ojos viajaban hasta él cada pocos minutos casi esperando que la puerta secreta se abriese. Mi piel estaba arrugada cuando al fin decidí salir del agua.
Albert le había dicho a Hilda que tenía un mensaje del rey regente pidiéndome llevar un vestido rojo. Nos miramos la una a la otra con la más pura seriedad. No vestiría ropas rojas y menos si eran para él.
Elegimos un sencillo vestido azul cielo. No solía llevar colores claros, así que nos pareció un buen cambio. Como siempre, el escote estaba decorado con ribetes de oro y caía en un pico profundo entre mis pechos. No llevaba camisa debajo, así que mostraba un poco más de piel de lo habitual, sin llegar a ser incomodo. Las mangas se me ajustaban hasta los codos, luego caían en una lluvia de tela azul y blanca, me puse unos guantes finos para no tener frío en la piel expuesta. Terminé optando por unas botas blancas con cordones de oro. Hilda recogió mi pelo en dos trenzas y nos dispusimos a bajar al salón.
No me permití pensar en todo lo que había pasado aquella misma tarde, o en todo lo que estaba pasando desde que había llegado a Canterbury. Encontraría el modo de ponerlo en orden cuando hablase con Athel aquella noche. Cosa que tenía mis nervios a flor de piel.
Cuando entré, tuve que obligarme a dejar de observar al cazador, que, al igual que el resto de presentes, aguardaba de pie a que llegásemos a la mesa.
Vestía una chaqueta verde oscuro con el cuello, los hombros y los puños decorados del mismo oro de mi atuendo. Unos pantalones negros agarraban sus fuertes piernas de un modo que me pareció demasiado explicito. Podría ir desnudo, sinceramente. No había mucha diferencia, pues podía intuir cada uno de sus músculos.
Llevaba el pelo peinado hacia atrás, como cuando quería parecer un príncipe, dejándome ver su apuesto rostro. Sus ojos buscaron los míos un momento efímero, antes de hacer una pequeña reverencia, como el resto, y mirar al frente sin mostrar más emoción en sus facciones.
Cen sonreía como si no me hubiese visto en meses, con aquel brillo orgulloso en sus ojos. Sunniva y sus tres hijos esperaron pacientes a que llegásemos a la mesa y tendiese mi mano enguantada a la de Godric.
Reconozco que no le miré hasta que no fue estrictamente necesario. Vestía una chaqueta rojo sangre, con florituras negras, su habitual corona de oro viejo con un rubí en el centro, brillando rabioso con el titilar de las velas y las lámparas de aceite de la estancia. Por eso quería que mi vestido fuese del mismo color.
Sus ojos azules eran duros mientras escrutaba mi cuerpo. Esperé pacientemente.
-No te has puesto lo que te he mandado -dijo. Sunniva carraspeó la garganta, en una disimulada advertencia. Su hijo la miró con aburrimiento, luego volvió sus ojos hacia mi: -¿Es que no te agradan mis regalos?
-Aunque es usted muy amable con sus regalos -dije con una sonrisa -no me siento cómoda aceptándolos todos. -Él frunció el ceño, sin entender realmente. No había aceptado ninguno. -Al fin y al cabo, aun no soy su esposa. -Sonreí con delicadeza, él quedó desconcertado con mi fingido decoro. Miré mi mano, atrapada en las suyas y él siguió mi gesto y la besó. Apreté los dientes, me solté y me senté en mi silla, a su lado y delante de Athel.
-Bien, -dijo Cen con una palmada resuelta -mañana llega nuestro padre.
-Ya hemos preparado todo lo necesario para recibirlo -le sonrió la reina con cortesía.
-¿Qué hemos preparado? -preguntó Godric. Yo observé a mi hermano para no mirar a Athel, aunque mis ojos se morían por tener otro vistazo de su apuesta cara.
-La guardia real, los músicos, los estandartes de nuestra casa y la suya. -explicó Athel lentamente, su voz monótona, como si aquello de lo que hablaban no le importase en absoluto.
-Aunque está todo más que arreglado -me miró, su voz, tratando de reprimir aquella violencia tan característica, tembló al volver a dirigirse a mi. No sonreí por poco, pues pude intuir que hacía un gran esfuerzo por tratarme mejor debido a lo que su hermano le dijo en la cámara real. -mañana le pediré a tu padre tu mano.
Yo aguanté su mirada sin ninguna expresión en el rostro. Él apretó los dientes, perdiendo la compostura.
-Te regalaré un anillo -siguió, miró mis manos reposando en la mesa -y vas a tener que ponértelo.
-Por supuesto -dijo Cenwalth lentamente. -Eso lo sabe.
-Solo me estoy asegurando que entiende lo que le digo. - Le sonrió a mi hermano, como si él sí fuese un ser humano. Y yo no.
-Es usted muy amable -dije.
-Athelstan, - Fue la reina. Su voz sonó aguda en su intento de cortar la tensión. -¿Cómo están los pueblos vecinos? ¿Has ido ya a hacer tu ronda habitual?
Me alegré de que Sunniva nos diese una excusa para poner mis ojos en él. Y apreté mis labios para que no se notase mi satisfacción al observar aquellos labios de cerca. Maldición, era inevitable el torrente de emociones al estar cerca de él.
Miré a Godric, que seguía observándome a mí, y mientras escrutaba su rostro sin disimulo, comparándolo, me pregunté como sería tener que entregarme a él, si llegaba el momento. Como de vacía estaría para siempre. Lo tuve claro, me dije mientras miraba sus labios más finos que los de su hermano, pensaría en Athel mientras Godric me desnudaba y esperaba que eso me hiciese más llevadera aquella pesadilla. Eso si el rey maldito no moría antes, que en aquel momento era la opción más atractiva para mi cuerpo. Y realmente sentía con todo mi corazón si pensar aquello me convertía en una asesina o en un monstruo. Pero no podía soportar la idea de tener que entregarme a la fuerza a alguien a quien no amaba ni deseaba.
Un repentino calor subió por mi cuello hasta mis mejillas. Amar o desear. Amar y desear. Cielo santo, esperaba no estar llegando a eso con Athel. Complicaría mucho las cosas.
El rey regente sonrió de pronto, bajo mi escrutinio, creo que tomándoselo como un halago erróneo. Regresé mi atención al cazador, ahora mirándome con los ojos muy abiertos, como si viese en mi algo que le atormentase.
-No he tenido ocasión aun de visitarlos -dijo observando mis mejillas sonrojadas. Su rostro se endureció.
-Puedes partir mañana mismo -ordenó Godric. Yo fruncí el ceño al mirarle.
-Mañana llega nuestro padre -contesté yo. Hilda tocó mi pie con el suyo.
-Es a mí a quien debe conocer tu padre, princesa, no a mi hermano -ladeó su rostro, me dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
-Sería descortés que uno de los príncipes no recibiese a Edward el grande, Godic -dijo la reina, por suerte. -Debéis estar todos.
Vi a Godric apretar un puño en la mesa y lamer sus labios con un brillo vil en su mirada, listo para insultar a su madre delante de todos. Yo puse mi mano sobre ese puño y él lo miró como si mi contacto acabase de petrificarle. Tragó lentamente, estudiándome.
-¿Cree, alteza, que podemos comenzar la cena? -sonreí con todos mis dientes, encandilándole. -La comida en su castillo es deliciosa.
Hubo un momento en que dudé de si habría apaciguado su déspota humor, pues vi un tic en su mandíbula, pero luego abrió el puño y buscó mis dedos.
-Comamos -ordenó. El servicio se adelantó y destapó todos los platos de la mesa.
Aproveché ese momento para recuperar mi mano y respirar hondo fingiendo estar maravillada por toda la comida. Los ojos de Athel me quemaban y le miré un momento para encontrarle observándome fijamente, con algo en su rostro que no supe identificar. No pestañeaba. Abrí mis ojos con disimulo, instándole a parar y a comportarse normal, pero no se movió.
Con mi pie busqué el suyo por debajo de la mesa, cuando le toqué, pestañeó y se enderezó rompiendo el contacto visual conmigo.
-Recuerdo una de las veces -comenzó la voz de Taron al lado de Cen -que vinimos a Sussex. -Mientras cogía mi tenedor de plata, el pie de Athel resbaló hasta tocar al mío de nuevo y decidió dejarlo allí, acomodado. Sonreí a la nada. -Era una noche de luna llena e insistimos en salir a cazar con el rey Edward.
-Lo recuerdo, -dijo Jamie -a nuestro padre no le gustaba que saliésemos de noche a cazar, pero Edward es más divertido y nos permitió salir.
-Debíamos tener ¿qué? -Taron se asomó a mirar a Athel y Godric a través de la mesa. -¿Diez? ¿Once?
-Yo tendría catorce -dijo el cazador. Le miré un instante, sus ojos azules en su hermano menor. -Padre enloqueció a la mañana siguiente.
-Eso fue porque te perdiste por el bosque, -rio Jamie -y creímos que las brujas te habrían capturado.
-No nombrarás las brujas delante de nuestra invitada -sentenció Godric. -¿verdad?
-No tema, alteza -dije yo. -Sé lo que son.
-Claro que sabe lo que son, -dijo Aaron risueño -ella las mata con su arco.
Mi boca cayó abierta de par en par, Athel apretó sus labios con una expresión seria, atravesando al chico con la mirada y mi hermano me observó con los ojos tan abiertos que parecía que se le iban a salir. Estaba preguntándose qué diablos le había contado, sin duda.
-¿De veras? -Sentí como Godric atravesaba el perfil de mi cara mientras el pie de Athel se apretaba en mi bota nueva.
-Puede que le dijese eso cuando me confesó temerles a las brujas, su alteza -me acerqué a él y susurré, como si fuese un secreto. Me aseguré de mirarle a los ojos, para que tuviese que creerme, el solo miró mi escote. -No podía dejar que tuviese miedo.
Godric me evaluó. Al final dijo:
-El miedo le hará madurar, no deberías suavizarle la realidad a nadie.
Casi resoplé en su cara, fue la ironía más grande del año. A mí me decía aquello, a mí, que había vivido entre cojines y flores y sin saber jamás que había mujeres comiendo niños en el bosque.
-Entiendo -murmuré. El brillo mezquino volvió a brillar en aquellos vacíos ojos.
-Procura que no vuelva a descubrirte mintiendo.
Ahí estaba él, el verdadero rey maldito apretando las tuercas y demostrando quien mandaba allí. Si me mostraba apacible, él me recordaba quién estaba al mando. Claro que sí.
Me limité a girarle la cara y comer con una sonrisa.
-¿Qué sucedió entonces? -preguntó Hilda. -¿Dónde encontrasteis al príncipe?
-Dejamos de buscarle -Taron encogió sus hombros -Edward el grande nos aseguró que no había brujas en sus tierras.
-Y no las hay -mintió Cen con descaro. Sentí la sonrisa de Hilda hasta sin verla.
-Apareció a la mañana siguiente, cubierto en barro -Jamie rió.
Observé a Athel, que miraba a sus hermanos como si estuviesen hablando de otra persona, con sus ojos estrechos escuchaba los detalles y parecía ponerlos juntos en su mente, como si de un acertijo se tratase.
-¿Dónde estuviste aquella noche? -le preguntó Godric con interés. Su tono relajado. -¿Lo recuerdas?
-¿Con catorce años? -rió Taron. -En el poblado con alguna campesina.
-Taron -dijo Sunniva mordaz. Su hijo tuvo la decencia de mirar su plato avergonzado.
-Creo, -la voz de Athel sonó honda cuando interrumpió la reprimenda de la reina. Todos nos giramos a mirarle. Él apartó su pie del mío, lentamente. -que tienes razón.
Mi corazón dio un brinco, uno que no quise preguntarme a qué se debía.
-¿Conociste a alguien? -dijo Jamie entusiasmado. -¡Lo sabíamos! Estuviste extraño muchas semanas después.
-¿El joven príncipe se enamoró con catorce años? -Cen le dio un toque en el hombro que lo zarandeó. Él miró a mi hermano como si no lo viese, como si estuviese pensando en esa muchacha a la que conoció. Mis dientes se apretaron.
-Y no solo eso, -le dijo Jamie a Taron, elevando un dedo al aire, como si acabase de recordar lo que iba a añadir. -las siguientes dos veces que fuimos, volvió a desaparecer.
-¡Entonces es cierto! -Godric estalló en carcajadas y yo cerré un momento mis ojos para que su risa no me hiciese estremecer. Realmente me desagradaba aquel ser humano.
-Relaja los dientes -murmuró Hilda. Relajé la mandíbula y un dolor de cabeza comenzó a trepar por mi cuello.
-Suficiente de esta conversación -sentenció Sunniva. -Hablad de esto cuando estéis solos.
Y así, sin más, el bueno de mi hermano comenzó a detallarles algo sobre una vez que Edward y él fueron a salvar a una familia a la que se les incendió la casa por accidente y sus hijos habían quedado atrapados dentro.
Yo miré a Cen con horror, como si no hubiese historias bonitas que contar para cambiar de tema. Luego entendí que lo hacía adrede, para quitarle impacto a la conversación anterior. Me volví hacia Hilda, que le observaba con su mirada de loba, llegando a la misma conclusión que yo.
-Y, -preguntó Aaron, -¿dónde estaba Eda mientras vosotros salvabais a aquella familia?
Todos me observaron, yo negué lentamente.
-¿Dormida? -miré a mi hermano, que rodó los ojos. No tenía ni idea de qué estaba hablando, bien podía estar inventándolo todo para la ocasión.
-Dormida, sí -miró al niño con simpatía. -Era bien entrada la noche y las princesas deben dormir muchas horas para tener un rostro bonito.
No lo puede evitar, resoplé tan alto que a la reina se le cayó el tenedor. Luego llevé mis manos a mi boca, para esconder mi sonrisa cada vez más grande.
-Eso ha sido de lo más vulgar -soltó Godric. Aun apreté más las manos en mi cara, iba a estallar en carcajadas. -No puedo creer este comportamiento.
Y entonces sí rei y dejé a todo el mundo sin saber qué hacer. Hasta Athel, que aunque tenía una gran sonrisa plasmada en el rostro, quedó anonadado. Hasta, ¡por todos los Dioses, Hilda!
-Es bueno que vea esta parte de mí, alteza -dije. -Así puede decidir de ante mano si soy suficiente para usted o no. -Él fue a hablar, pero yo no le dejé. -Ya que, sabiendo lo inteligente que es, habrá entendido ya que no hay nada que pueda hacer para cambiar a las personas. -Vi el momento en el que la paciencia del rey maldito se marchitó y cerró ambos puños sobre la mesa. -Es mejor que vea ahora mis fallos, antes de desposarme.
El silencio en la mesa fue tan espeso que se pudo cortar con un cuchillo. Intenté que mi rostro no reflejase diversión. Intenté no parecer entretenida o que estaba faltándole al respeto. Aunque, claramente, estaba faltándole al respeto.
-Eda -dijo Cen con cautela, en sus ojos vi el brillo de cuando era niño. -¿Es que no es verdad que necesites dormir mucho para estar bella?
Volví a reír, Hilda se unió, luego Jamie y Taron.
-No estoy segura, hermano -dije sin más.
-Puede que ayude, -la reina me sonrió -aunque es algo arcaico pensar que las mujeres debemos dedicarnos únicamente a nuestra belleza.
-Entonces, -la voz de Godric cortó el aire del comedor -yo soy arcaico. Y -me miró y le devolví la mirada -creo que vas a tener que ajustarte a mí, querida. Pues voy a desposarte y no me agrada que te rías como una campesina.
-¿Cómo la campesina de la que me enamoré? -murmuró Athel. No sé si quería que le oyésemos, pero lo dijo tan alto que aunque estaba ocupándose de su plato, todos en la mesa abrimos los ojos como lunas. Jamie y Taron estallaron en risotadas nada delicadas. Sunniva cubrió sus ojos con sus manos. Menuda cena estaba siendo aquella.
Godric se levantó de la mesa de un golpe, habiendo tenido suficiente. Miró a su hermano y le dijo:
-Partirás a ver los pueblos del sur en dos días, después de recibir a Edward el grande. -miró a su madre al decir aquello. Ella asintió un poco acongojada. -A ti, -me atravesó con la mirada -te espero en la biblioteca ahora. Debemos hablar.
-Ella está cenando, -dijo de pronto la reina. Cuando Godric la atravesó con los ojos ella sonrió sumisa y dijo: -querido. Debes tratarla como se merece.
-Vendrá a hablar conmigo a la biblioteca y no sufras madre, -la miró con aquellos ojos vacíos -que la trataré como a una reina.
-¡Madre santa! -exclamó Hilda en mi cabeza -La fortuna no deja de sonreírte.
Godric salió acompañado de tres guardas reales, tuvo la decencia de hacer una reverencia. Pero por suerte para mí, ese gesto no convenció ni a mi hermano, que sería allí el más ingenuo de todos.
-Podemos sacarla de aquí -dijo Taron decidido. Sunniva le atravesó con los ojos.
-Diremos que está indispuesta -añadió Jamie.
Cen me observaba, vi en su rostro todo lo que se preguntaba y también vi como se respondía a sí mismo y un poco de esperanza bailoteó en mi pecho. Era un alivio que estuviese viendo al futuro rey con los mismos ojos que yo.
-Basta -dijo la reina. Me miró y dijo: -Te lo ha ordenado y debes ir. Pero -carraspeó y miró su plato -yo si fuese tú, no iría.
Y entonces hice lo único que podía hacer en aquella situación, me levanté dejé la servilleta encima de la mesa y les dediqué una reverencia. Athel buscó a Hilda con los ojos, alarmado y cuando ella no supo qué decirle, se levantó.
-Voy contigo -sentenció. Vi en sus ojos aquella decisión, aquel escudo protector que ponía a mi alrededor y sentí el tirón en mis entrañas.
-No vas con ella -le dijo su madre. -Eres la ultima persona que debería ir con ella.
-¿Por qué? -Aaron frunció el ceño sin entender, casi triste.
-Por que Godric se siente amenazado si va Athel -mustió Jamie llevándose un pedazo de comida a la boca.
-¿Por qué? -preguntó de nuevo el hermano pequeño.
-Porqué es más listo y mas guapo que él -le dijo Taron con sorna. Aaron asintió, satisfecho.
-Princesa, -dijo la reina -disculpa los modales de mis hijos.
-Me encantan los modales de sus hijos, alteza -contesté. Los tres me sonrieron como lobos, casi me arrepentí.
-Eda, -Cen se levantó ahora -¿podemos hablar un instante?
Nos apartamos a un rincón del gran salón, quedando delante de una mesa con candelabros de oro y velas largas y blancas prendidas.
-¿Estas segura de ir a su encuentro? -murmuró. -Sentí un humor un poco hostil viniendo de él. No me convence.
-No le temo, si esa es tu pregunta -me limité a decir. -Aunque a mi tampoco me convenza y me alegra que le encuentres hostil. -Frunció el ceño al mirarme -Iré con mi nuevo guardia real.
-Y Hilda, -añadió -quiero también a Hilda.
Ella ya estaba a nuestro lado, cosa que sorprendió a Cen, que se separó de mi de un respingo.
-Soy bruja, -le dijo con aburrimiento -lo sé todo.
-No digas eso entre estas paredes, insensata -susurró con alarma mi hermano. Yo no pude evitar sonreír. -No sabes quien podría estar escuchando.
Aguardamos a que Albert nos encontrase en el pasillo, no volví a mirar al cazador, no quería que entendiese mi mirada como un grito de ayuda. Así que nos limitamos a salir y a recorrer la distancia hasta la biblioteca.
Al entrar, Godric estaba sentado en un sillón frente al fuego, con un vaso de brebaje. Al verme señaló con su mano el asiento ante él. No dijo nada sobre mis acompañantes, aunque los vio.
-Reconozco que escucharte reír ha sido el sonido más hermoso que he oído en mi vida.
Me senté lentamente, mirándole con atención y tratando de no mostrar el horror que sentía o peor aun, la diversión. Levantó sus ojos del vaso en su mano y me miró con intensidad.
-Gracias -dije de pronto, con la espalda recta.
-¿Te gustaría beber algo? – me dedicó una sonrisa. Amplia, relajada y, para mi sorpresa, atractiva.
-Si, por favor. -contesté. No creí tener muchas opciones.
Para aun más sorpresa, Godric se levantó, llegó hasta el mueble de las bebidas y me sirvió él mismo. Después regresó ante mi, ofreciéndome una copa de cristal con un espeso liquido dentro. Se sentó. La habitación pareció hacerse pequeña ante su escrutinio y yo busque a Hilda y Albert, que estaban ambos alerta con los ojos clavados en el rey maldito.
- ¿Para qué quería verme a solas? -pregunté. Él observó la copa en mis manos, yo le di un sobro, para que no se sintiese insultado. Sonrió de nuevo.
-Quería disculparme -contestó. Traté de no fruncirle el ceño, ¿creía que iba a caer en aquel juego? -Soy un hombre tremendamente temperamental y me cuesta un poco adaptarme a tu...-pareció buscar la palabra -manera de ser. Pero, -dio un trago más a su bebida y miró la mía, yo le imité. -voy a hacer un esfuerzo para tratar de entenderte y respetarte. -Volvió a beber. -Espero que tu puedas hacer lo mismo por mí.
Hubo un silencio espeso en el que sopesé qué debía contestar. No quería ser sumisa o complaciente, no quería que creyera que estaba creyendo su fingida amabilidad o su intento de llevarme a su terreno. Sabía que actuaba, sabía que lo hacía por su propio bien, motivado por la creencia de que yo, sin saberlo, podía salvarle a él.
También era consciente de que no era malo a propósito, más bien era su forma de ser. Tirano, déspota, egoísta, violento...un rey. Y él no veía nada malo en ello, ni en el modo en el que me trataba. Es más, probablemente estaba haciendo un gran esfuerzo por comportarse así e intentar ganarse mi confianza.
Pero a mi no me podía importar menos. Me daba absolutamente igual que el futuro rey de Kent hiciese un esfuerzo por mi. Esfuerzo que seguramente no haría por nadie más, pero seguía sin ser yo la persona privilegiada. No. Él hacia el esfuerzo por mi porque le beneficiaria a él. Él era el centro de su propio mundo y en ese mundo no había sitio para nadie más. Al igual que pasaba con Eowa y Sunniva.
Godric planeaba cambiar su estrategia de sometimiento conmigo para someterme, pero sin que yo me diese cuenta. La más vil de las jugadas. La que creaba a mujeres dependientes y asustadas, como su madre.
-Haré lo mismo por usted, siempre que usted me trate con respeto -dije al fin. Y como fingida tregua alcé mi copa en el aire esperando a que él brindase. Lo hizo y bebimos y luego me despidió.
-Ha ido mejor de lo que esperábamos -murmuró Albert cuando regresábamos a mi habitación. Me sentía cansada, no tenía fuerzas para volver al salón.
-¿Has estado en el mismo lugar que nosotras? -Hilda le miró con estupor. -¿O es que no estabas escuchando?
-Él ha sido amable, ella también. -Encogió sus hombros, ella resopló.
Cuando llegamos al pasillo de nuestra recamara, Athel estaba apoyado en mi puerta. Las manos en los bolsillos de la chaqueta verde. Miraba al suelo con seriedad. Podía ver el músculo de su mandíbula rasgarse por sus dientes apretados.
Al escuchar a mis dos acompañantes discutiendo, levantó la vista del suelo y se enderezó. Seguimos caminando, un cosquilleo comenzó a tirar de mis manos, mis piernas. Athel miró todo mi cuerpo, comprobando que no me hubiese ocurrido algo, yo sonreí y él soltó el aire de sus pulmones. Con lentitud. Al llegar a la puerta dije:
-Hola -y su sonrisa fue radiante.
-Hola -contestó. -Me alegra que estés de vuelta.
-Iré a decirle a Cen que todo ha ido bien -dijo Hilda.
-Te acompaño. - Ese fue Albert.
Abrí la puerta, sacando la llave de mi bolsillo. Sentí que la mano me temblaba y reí bajito. No podía creer que me sintiera como una niña nerviosa al estar a solas con él. Había estado a solas con él infinidad de veces, por el amor de Dios.
Al entrar, se encargó de asegurar la puerta. Se sentó en silencio en el sillón y suspiró con pesar. Yo volví a reír.
-¿Qué significa eso? -pregunté.
-Fue la hora más larga de mi vida -dijo al fin. Mordí mi labio, divertida.
-Fueron a penas unos minutos, Athel -rodé mis ojos.
-Lo que tu digas -murmuró. - ¿Qué ha sucedido en la biblioteca? -preguntó ahora. Me deleitó que sus ojos azules volviesen a comprobar que todo mi cuerpo estuviese a salvo.
-Primero -dije -, quiero saber qué ha sucedido en la cena.
Pensé que no entendería a lo que me refería, pero enseguida dijo:
-Creí que no ibas a seducirle.
-Y no lo hice. -Aguanté su mirada un momento. Luego no pude evitar sonreír. -¿Qué te ocurre?
-Nada -dijo sin más. Apretó sus labios en una fina línea.
-Vamos -insistí sin perder mi gesto.
-Me desorientó un poco que tocases su mano y le susurrases cosas, -miró sus largos dedos. -eso es todo.
-¿Estás molesto por eso? -murmuré. Él frunció el ceño cuando levantó su mirada y encontró la mía. No contestó. -A mí, hubo algo que también me molestó un poco.
-¿De veras? -me observó con cautela.
-Tu pie dejó de tocarme cuando recordaste a la campesina de catorce años -dije con una pequeña mueca. Athel me miró un momento como si no pudiese creer que acababa de decir aquello. Luego un brillo despertó en sus ojos. Su brillo de hombre apuesto y arrogante. Me fascinó.
-Ella no tenía catorce -puntualizó. Fruncí el ceño y apretó sus labios para no sonreír. -Era un poco más joven.
-¿De veras estabas enamorado de ella? -pregunté. Escoció un poco ese pensamiento.
-Sí -dijo sin más. Eso fue infinitamente peor.
-¿Qué sucedió? -quise saber.
-Que crecimos -contestó con cuidado. -He apartado el pie porque me ha cogido por sorpresa, a penas recordaba que hubiese pasado.
Suspiré, sintiendo mi cuerpo aun más cansado y asentí.
-Creo, -dije lentamente, observando los pliegues del vestido -que ahora que Hilda no puede oírnos, podrías contarme lo que recordaste esta tarde, cuando estábamos los tres aquí mismo. - Levanté un dedo y señalé la zona. No le miré, sin embargo.
Para mi sorpresa, Athel estaba de pronto de rodillas delante de mí, con dos dedos subió mi mentón y me obligó a encararle. Estaba tan cerca que sentía su aliento en mis labios. Y estos me cosquillearon, queriéndole aun más cerca.
-Estoy deseando poder decirte algo -murmuró. Esos dedos que me sostenían se arrastraron por mi labio inferior, atrapándolo. -Pero temo que sea demasiado.
-¿Sería demasiado? -susurré. Algo me pesaba en el pecho. Los ojos también me pesaban de pronto.
-Todavía no sé cuan grande es todo esto -decía él. Con su rostro volviéndose borroso. -Pero temo que sí, que va a ser demasiado hasta para mi. - Suspiré lentamente. -¿Eda? -preguntó. Su mano ahuecó mi mejilla y yo dejé el peso de mi cabeza sobre ella.
-No sé que me pasa -conseguí decir. Sus manos me sostuvieron el rostro un momento, buscando algo en él. Luego tocó mis hombros y mis costillas
-¿Qué es? -sonó alarmado -¿Estas herida?
Negué. No, no estaba herida. Solo estaba muy cansada. Tan cansada que no podía abrir los ojos, no podía moverme.
-Eda -dijo él de nuevo. Yo no respondí. -Maldita seas Godric.
Sus brazos me rodearon, me levantó del sillón y me llevó en volandas. Sé que entramos en la habitación, sé que me dejó en la cama y que Palo olisqueó mi cara. Noté el peso en el colchón cuando se reclinó cerca.
-Eda, -volvió a decir. Sus manos acariciaron mi rostro -amor. -susurró. -Dime algo. Háblame.
Y quería hablarle, pero no me funcionaban los labios o la lengua o el cuerpo. No sentí ni miedo, estaba tan cansada que no podía desesperarme ante la situación.
Llamaron a la puerta en ese momento, Athel maldijo y en tres grandes zancadas abrió, con la llave que aun tendría en su bolsillo. Eran Hilda y Albert, que llegaron a la habitación.
-Maldito cabrón -gruñó Hilda.
- ¿Estaba en la bebida? -dijo Albert. Yo suspiré. En solo ese suspiro ya tenía a Athel de nuevo a mi lado. Sus manos en las mías. Lo agradecí tanto.
- ¿Qué le dio? -gruñó él. -Voy a matarlo.
-A lo mejor así se cumple la profecía -dijo Hilda al otro lado de la cama. Quise reírme, creo que gemí. -Hasta ella lo encuentra gracioso. -Definitivamente emití algún ruido.
-Un liquido ámbar, en una copa -dijo Albert. Sonaba alarmado. -Dime que no es veneno.
-No es veneno -contestó Hilda con calma. -No es tan idiota de matarla.
-Maldito cabrón -gruñó Athel.
Me soltó, se levantó. Escuchaba sus pasos por toda la habitación. No podía dormirme, no podía moverme tampoco. Tenía suerte de que estuviesen allí, de que Athel fuese el que me acompañaba en aquel momento y no Godric. Porque, antes de que ninguno se diera cuenta, yo ya había entendido de qué se trataba toda aquella estratagema. Sometimiento.
-Va a llegar en cualquier momento -murmuró Hilda. -Debemos pensar un plan.
Athel volvió a subirse en la cama a mi lado. Me envolvió en sus brazos, mi cabeza quedó en su pecho y suspiré.
-Eda, -susurró en mi oreja -mi amor. Estas a salvo. No va a pasarte nada, lo prometo.
Hubiese asentido si hubiera podido. Me hubiese encantado poder, de verdad. Sentí sus labios besar mi sien.
-¿Para qué va a venir Godric aquí? -dijo Albert.
-Maldición Albert -gruñó la bruja -¿cómo puedes ser tan corto de mangas?
-La ha dejado en este estado para venir a sobrepasarse con ella -gruñó Athel. Sus brazos apretaron su agarre a mi alrededor, envolviéndome más si podía. Besó mi sien de nuevo, con ternura, y en contraste con ese gesto dijo: -Y le mataré.
-Me encanta ese final -rio Hilda entretenida. -Suena justo.
-Esto es aterrador, -murmuró Albert. Se acercó a mi y tocó mi mano. -Lo siento Eda.
-No está muerta -espetó Hilda.
-Maldito rey maldito -dijo Albert. -Retorcido demonio.
-Propongo que asegures tu habitación, Hilda -Athel sonó imperativo. Ella no perdió ni un momento. Cuando regresó solo añadió: -Puedo salir y matarle cuando entre por esa puerta.
-O llevártela abajo y asegurar tu dormitorio -dijo Hilda. -Le dejamos entrar aquí, que vea la cama vacía. Yo apareceré con ropas de dormir y le diré que Eda no se encontraba bien y se fue con su hermano. Godric no irá a molestar a Cen.
-¿Estarás a salvo? -preguntó Athel.
-Albert estará conmigo y bajaremos en cuanto se haya ido.
Y sin más demora, Athel se levantó y me acunó en sus brazos.
-Ahora voy a llevarte a mi habitación -susurraba en mi pelo -Palo también vendrá para protegerte. Estás a salvo, mi amor. No temas. -decía una y otra vez. Bajamos escaleras, abrimos y cerramos puertas y descansamos de nuevo en una mullida cama. -¿Te quito las botas? -preguntó. Aguardó. Yo no pude contestarle y no me las quitó.
Al tenderse a mi lado, esta vez me cubrió con una gruesa manta que olía a él. Le indicó a Palo dónde podía ponerse, pero el zorro se tumbó con su cuerpo parcialmente encima del mío.
Luego acarició mi cabello mientras hablaba y murmuraba una y otra vez que todo iría bien. Y aunque aquella había sido la situación más peligrosa en la que me había encontrado, estaba tan a salvo que pude ponerme hasta a llorar de alegría.
-Muero por volver a ver tus ojos -dijo en un susurro. -¿Sabes qué pensé la primera vez que te vi en aquel rio? -hubo un silencio -Que esos ojos tuyos serían mi perdición. - Rio flojito y calentó mi alma. -Y lo son, Eda, maldita sea. Debiste pensar que era un patán -bufó -soy un patán contigo a veces, sí -se corrigió -Lo siento -sonrió, besó mi sien, apretó sus brazos -, no puedo evitarlo.
Hilda llegó en ese momento acompañada de Albert.
-¿Cómo está? -susurró.
-Igual -murmuró Athel con pesar.
-¿La has acostado con las botas? -rió Hilda. -¿Qué os pasa a los hombres?
-No sé -fue todo lo que el cazador pudo contestar.
Hilda abrió la manta, descubriendo mi cuerpo. Creo que tirité.
-Apresúrate, -dijo Athel -tiene frio.
-Sobrevivirá -musitó Hilda. Sonreí para mi misma.
Ella quitó mis botas despacio y las tiró a los pies de la cama. Luego se inclinó en mi oreja y dijo: -Con su permiso, alteza, le quito el corsé para que no muera asfixiada.
-¿Podría suceder eso? -Albert sonó alarmado desde algún rincón.
-Por supuesto -se limitó a decir la bruja. Ahora le hablaba al cazador: -Siéntala, por favor. Y tu -dijo al otro. -Sal de la habitación.
Athel me incorporó, ella pasó las manos hábiles por mi espalda y agarró las tiras del corsé, se las dio a él.
-Tira de ellas y yo lo aflojo. Luego cierra tus ojos para que pueda ponerle una camisa.
Y Athel tiró mientras ella se colocaba delante de mi, pasaba sus manos por mis costillas agarrando las varillas del corsé y tiraba de ellas, abriendo el espacio de mi caja torácica. El aire entró a bocajarro en mi boca y no pude evitar jadear.
-Maldición -dijo el cazador. -Quítale esa maldita cosa.
En un par de movimientos hábiles, ya solo llevaba encima una camisa. La bruja se apresuró a cubrirme y Athel volvió a envolverme en su abrazo. Esta vez quemaba, pues entre él y yo había menos ropa. Pero si lo notó, no lo demostró.
-¿Ha venido? -susurró. Luego bajó sus labios a los míos y dijo: -Siento que casi mueras ahogada por mi falta de destreza.
Hilda rió y Albert se le unió.
-Ha entrado en la habitación como un maldito asqueroso -sentenció Hilda. -Ya traía los pantalones desabrochados.
Todo mi cuerpo se tensó ante eso. Athel lo notó y me acunó.
-Voy a acabar con él por esto, lo prometo -dijo.
-No creo que debas darle tantos detalles, -se quejó Albert -o al final esto de los hermanos matándose, dejará de ser una broma.
-No es una broma -dijeron ambos al mismo tiempo.
-No puedes matarle, Athel -Albert sonaba afectado.
-Por supuesto que puedo matarle -dijo lentamente -él iba a violar a mi princesa.
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BUENAS!
Disculpad el retraso en subir el capítulo, he tenido una semana de locos.
Se acabó fingir, ¿de cuál hermano es princesa Eda? Digámoslo ya, bien alto y bien claro.
Tengo otro cap listo, así que no lo demoraré!
Votad por el capítulo, dejad comentarios y compartid la historia con otras personas.
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MILES DE BESOS Y AMOR.
M.R.Marttin
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