Capítulo 8
Sólo el olvido nos salvará de la locura.
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Hace calor. Mucho. Esa ciudad se vuelve un infierno cuando llega Julio. Llega el final del curso y con él, la fiesta que se organiza en el colegio cada año antes de las vacaciones. Su madre le ha comprado un bonito vestido para esa noche. Está emocionada de pensar que pasará la noche con sus amigos de clase. Le gusta el colegio. Ahí se siente a salvo. No hay monstruos. No hay miedo a hacer ruido. El colegio le hace olvidar. Allí es feliz. No le gusta pensar en las vacaciones. Para cualquier niño significaba no tener clases, no tener que madrugar y disfrutar de la playa. Para ella eran increpaciones continuas, gritos, amenazas, extorsión y acoso. Pensar en ellas era pensar en la presión que le suponía la custodia compartida. Él nunca lo ponía fácil. Quería tenerla todos los días si con eso conseguía que la madre no pegara ojo en semanas. En más de una ocasión llegó a raptarla antes de las vacaciones. Se la llevaba lejos y nadie sabía nada de ellos durante días. Ha tenido que ocultarle lo de la fiesta de esta noche. Su madre irá acompañada y no quiere que él esté ahí. No sabe de lo que será capaz. Cuando se acerca la hora de irse, ambas, madre e hija, están elegantemente vestidas y radiantes. Salen del piso y se van al colegio. Aparentemente, sin problemas.
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Está nerviosa. Mucho. No ha parado de sonreír como una estúpida desde que se cerraron las puertas del ascensor. No entiende qué le pasa. Cuando llega a la planta 4, hasta le duelen las mejillas. Recorre el oscuro pasillo hasta las oficinas pensando en que mañana es sábado. Sábado. Otra vez la sonrisa. Entonces oye más ruido del habitual. Hoy hay mucho revuelo. Se pregunta qué pasará. Cuando llega a su mesa y suelta sus cosas aún está en las nubes. Oliver la hace bajar de golpe.
—Sí que viajas ligera de equipaje — ella lo mira. No sabe de qué está hablando y, sinceramente, no le importa. Él ve su cara de sorpresa —. Te has olvidado — ella no reacciona — Las convivencias — sigue sin haber reacción — Son este fin de semana. ¡Nos vamos a Newcastle! ¿Tú me escuchas cuando te hablo? — pregunta alzando la voz. ¿Sinceramente? No. No suele escuchar. Es imperativo que comience a hacerlo o seguirán pasándole cosas como esta.
— ¿Este fin de semana? — dice al fin —¡NO!
—¡SÍ! — gritan al unísono varios compañeros que estaban escuchando la conversación, entre ellos Irene. Últimamente siempre pegaba la oreja cuando ella y Oliver hablaban.
No puede creer que tenga tan mala suerte. Todos los fines de semana con la proposición de planes mediocres o sin nada que hacer. Y tenía que ser hoy, justo hoy, cuando se la llevasen de viaje de trabajo. La sonrisa se le borra de pronto. Todos sus planes cancelados. Por un segundo piensa en poner alguna excusa. Hacerse la enferma. Como si Irene le hubiera leído la mente le dice que no puede escaquearse. Es obligatorio para todos los del departamento. Cuando escucha esas palabras sabe que no ganará la batalla y que debe rendirse.
Sólo pensar en compartir habitación con Irene la hace querer estar enferma. Le cae bien. Le gusta mucho como persona. Y su carácter siempre la alegra y distrae. Le parece una chica genial y le gusta pasar tiempo con ella. En pequeñas dosis. Pero todo un fin de semana... Habla por los codos. Habla mucho y rápido. Con una voz aguda. Y sobre temas, la mayoría de las veces, banales. Y cuando había alcohol de por medio, ni siquiera entendía lo que decía. Está segura de que Irene es una mujer muy inteligente. No entiende por qué se empeña en hacerse la rubia tontita. Supone que es la manera que tiene para ser valorada. Ser vista. Cada cual tiene la suya.
Han fletado un autobús para ir hasta Newcastle. Los recogerá después de la comida. Ella no tiene tiempo para comer. Debe ir corriendo a casa a coger algo de ropa. Baja al aparcamiento en busca de Travis. Debe decirle que tiene que irse. No está. Debe estar comiendo. No sabe dónde. Busca en el cuarto de contadores y en un par de sitios más que tienen la puerta abierta. Nada. Debe irse a casa o no le dará tiempo a hacer la maleta y volver.
Llega corriendo al apartamento. Coge la primera bolsa que encuentra y la llena con un par de pantalones vaqueros. Un chándal. Unas camisetas. Botines. Un vestido elegante para la cena que se celebrará el sábado y unos tacones. Maquillaje. Y sus cascos de música. Se ha dado cuenta de que son un buen sistema para que la gente no le hable cuando los tiene puestos. Sin pararse un segundo vuelve a correr hacia la moto. Llega casi derrapando a AusTech. Baja al aparcamiento y vuelve a buscarlo. No está. "Joder". Quiere dejarle una nota. Su cartera con los folios y el boli está en la oficina. "Joder". Tiene que irse. No puede perder más tiempo.
Cuando llega a la entrada del edificio ya está el autobús aparcado y todos esperándola. Se da cuenta de que delante del bus hay varios coches negros con las ventanillas oscuras. Entonces una de ellas se baja. Puede ver quién hay en el interior de la berlina. Él. Impecablemente vestido. Como siempre. Parece buscar a alguien. De inmediato sus miradas entran en contacto. Él. Todo estilo, clase y glamour. Ella. Con el pelo alborotado de la moto y con su equipaje en una bolsa de plástico. Tiene ganas de gritar. Ese hombre siempre tenía que verla cuando se encontraba en su peor momento. No grita. Echa a correr. Lo más rápido que puede hasta que llega al bus y entra. Las puertas se cierran y el conductor arranca.
Es un viaje de tres horas aproximadamente. Newcastle es una pequeña ciudad en la costa. Ella ha estado mirándola en Google. Es bastante bonita. Eso la anima. Quizás no esté tan mal el viaje. Le pagan las dietas y el hotel. Y tendrá una serie de actividades para estrechar lazos con sus compañeros. Eso último no le importaría si lo eliminasen del programa. Se ríe de ella misma cuando lo piensa. Cómo ha conseguido hacer un solo amigo con esa actitud.
La risa no le dura mucho. No ha dejado de pensar en que mañana será sábado. Se imagina a Travis esperándola al lado de su moto para decirle a qué hora y dónde quedarán. Y no se equivoca. Él ha vuelto de comer. Siempre come en un bar de comida casera que hay a un par de manzanas de AusTech. Así se asegura de no encontrarse con aquellos tipos pijos. Mira el reloj. Piensa que en un par de horas ella suele salir de trabajar y baja a por la moto. La esperará. Tiene que preguntarle dónde vive para ir a recogerla mañana. Tiene pensado a dónde va a llevarla. Es un pequeño bistró italiano que tiene los mejores chuletones de toda la ciudad. Es un sitio barato, pero aparente. Hasta ha ido a comprarse una camisa. Piensa que la ocasión lo merece.
Dos horas y media después, están llegando al hotel. Por fin puede estirar las piernas. Mira a todos lados buscándolo. No lo ve a él ni a los coches. Seguramente ellos se hospeden en un hotel de más categoría. Se acercan a la recepción para recoger las llaves de las habitaciones. Son dobles. Efectivamente, tendrá que compartir habitación con Irene. O con Oliver. No, mejor no. Eso puede desatar la teoría conspiranoica de Irene de que hay algo entre ellos. Recepción tarda una media hora en repartirles todas las llaves e indicarles cómo ir a las habitaciones y dónde y a qué hora será la ceremonia que dará inicio a las convivencias.
Hace una hora que debería haber llegado. No suele quedarse hasta tan tarde en la oficina. Además, su moto está ahí. No ha podido irse a casa. Quizás aquel tipo que ya la había llevado un par de veces la había vuelto a acercar. ¿Quién coño sería ese tío? Sin duda algún compañero de trabajo pegajoso. O quizás alguien cuya compañía era más deseada por ella que la de él. Tenía lógica. Ese tío le pegaba más al estilo de ella. Siempre bien afeitado. Bien peinado. Bien vestido. Buenos modales. Con dinero suficiente como para llevarla a cenar a un restaurante de verdad. No esperará más. Se va a casa.
Llega a la habitación. Suelta sus cosas. Más bien su bolsa de supermercado llena de ropa mal doblada. Y se mete en la ducha. Van a ir a cenar al restaurante del hotel. Sin jefes. Una cena relajada entre colegas. Está tranquila. Sabe que no lo verá. Al menos no esa noche. Se viste y se maquilla un poco. Mientras, Irene se ha probado un millar de modelitos. Ella se ha decantado por un mono negro de tirantes con pata de elefante ajustado a la cintura y unos buenos tacones. Si en botines ya le saca un par de cabezas a Irene, cuando se pone tacones parece Slenderman a su lado. No está acostumbrada a que las mujeres sean más altas que ella. Le gusta. Al menos sobresale de alguna manera.
Cuando llegan ya están todos sentados. Son unos veinte aproximadamente. Ahí está Johnson. Hacía tiempo que no se cruzaba con él. No le pasa desapercibido el hecho de que, por mucho que se codee con la alta dirección, ellos no lo consideran uno más del equipo. Por lo que debe cenar con los "patanes". Se sientan. Oliver le ha guardado un sitio frente a él. Cenan de maravilla. Lo cierto es que la comida era insuperable. Piden unas cuantas botellas de vino. Algunos compañeros ya han empezado a irse a sus habitaciones. El día de mañana será duro. De los veinte que eran al principio quedan unos cuatro o cinco. Ella ha estado callada la mayor parte de la cena. No puede dejar de pensar en Travis. ¿Creerá que lo ha dejado tirado? Quizás se ha enterado de lo de las convivencias y entiende que no pudo avisarlo.
— ...claro que me aparté, pero ya fue demasiado tarde... — un compañero parece contar alguna historia que ella no está escuchando. Otra de muchas — ...no pude esquivarla, tío. Antes de que me diera cuenta la chica se me había estampado en la luz delantera como un mosquito — parece que ese chico tuvo un accidente la semana pasada — Y ahora no sé a dónde llevarlo a arreglar para que no me cueste un riñón.
—Máxima tuvo un pequeño resbalón el otro día — alguien ha dicho su nombre y eso la despierta de su ensimismamiento. Es Oliver quien habla —. Se le rayó la cacha y se lo han arreglado muy bien. ¿Fue muy caro el mecánico? — ella lo mira rápidamente.
—¡Eso es! — dice ella. Se levanta de la silla de un salto y sale corriendo. Oye cómo Oliver dice su nombre un par de veces, llamándola. Pero ella ya no escucha. Sabe lo que tiene que hacer.
¿Cómo no se le ha ocurrido antes? Dos días ha tardado en caer en lo obvio. Si no llega a ser por Oliver. Mecánico dijo. Mecánico. ¡Kahlil! Está segura de que él sabe dónde vive Travis o, al menos, cómo contactar con él. Le explicará lo que ha pasado y así todo estará arreglado. Sólo tiene que ir a por su móvil. Lo dejó en la habitación cargando. Lo coge. Sabe la zona en la que está el taller. Busca en internet una dirección web o un número de teléfono. No encuentra nada. Aquel taller no existe para Google Maps. Después de media hora intentándolo llega Irene.
—Ahora es cuando me explicas que bicho te ha picado. ¿Qué era tan importante como para salir corriendo de esa manera? — ella sigue concentrada en su móvil —. Empiezo a pensar que estás loca — esa última frase hace que la mire.
—Es que lo estoy — dice seria y mirando a Irene fijamente con los ojos muy abiertos. Ladea ligeramente la cabeza —. De hecho, me escapé de un psiquiátrico en España — ha empezado a levantarse de la cama y se acerca a ella muy lentamente —. Fui al aeropuerto y compré un billete en el primer vuelo que iba a despegar — ahora está muy cerca. Sigue teniendo los ojos muy abiertos y habla con un tono lúgubre. Irene está petrificada. Aquella mujer era enorme a su lado. No tenía escapatoria —. Y ese avión me trajo aquí. Ahora que lo sabes... tendré que matarte — en cuanto dice eso se abalanza sobre ella gritando, lo que provoca que Irene también grite. De repente Máxima se sujeta la barriga y empieza a reír a carcajadas. Llora de la risa al ver la cara de su amiga. Eso pone fin a los gritos de Irene que entiende que ha sido todo una broma y ahora ríe también.
—Eres imbécil — dice entre risas y con lágrimas en los ojos —. Por un segundo me lo he creído.
Ambas ríen durante un buen rato. La inocencia de Irene no tiene límites. Y la maldad de Máxima tampoco. Después de hablar durante unas horas se quedan dormidas. No ha conseguido el número de Kahlil. No podrá avisarlo. Decide que el domingo cuando vuelva a Sydney irá al taller y lo intentará de nuevo.
Sábado por la mañana. ¿Plan? Desayuno en común. Senderismo. Picnic en las montañas. Una parada en el hotel para cambiarse de ropa. Paseo por la playa. Surtido de deportes acuáticos. Vuelta al hotel para ducharse y vestirse. Cena de gala de la empresa. No le apetecía mucho ninguno de esos planes. La mayoría de ellos estaban pensados para sociabilizar y estrechar lazos con los compañeros y así conseguir un mejor rendimiento y desempeño en el trabajo. En resumen, una gozada para alguien que se trababa hablando con cualquiera. Qué diferente del sábado que había imaginado.
El paseo por los bosques de Newcastle es renovador. Han tenido que salir muy temprano para que no les pillen las horas de calor fuerte. Pese a estar en noviembre la temperatura después de las doce de la tarde asciende casi a 30 grados. Van en autobús a un parque natural cercano. El lugar incluye una de las áreas más extensas de bosque húmedo subtropical del mundo. Los árboles son tan altos y frondosos que apenas puede verse el cielo. El color verde lo cubre todo. Sólo los pequeños riachuelos que se forman paralelos al camino dan algo de variedad de color al lugar. Es asombroso. Tan distinto de lo que había visto antes. Aquel país no deja de sorprenderla. Lo único a lo que no consigue acostumbrarse es al calor abrasador que permanece todo el año. En España vivía en una ciudad realmente calurosa. Podría decirse que, prácticamente, no existían las estaciones. Sólo existía el verano. Cualquiera pensaría que estaría acostumbrada, pero no es así. Su tensión excesivamente baja es enemiga de las altas temperaturas y la humedad.
Después de comer cerca de una cascada imponente con el murmullo del agua de fondo, recogen y se van al hotel. Ahora está poniéndose un bikini. El próximo destino no la hará sudar tanto. Van a la playa de Merewether. En ella hay lo que se conoce como Ocean Baths. Son piscinas de agua salada construidas en la rompiente del mar. Éstas permiten nadar en el agua del océano con la tranquilidad de que no haya olas que, por cierto, son muy fuertes en el lugar. También reducen la posibilidad de encontrarse con un tiburón mientras se nada tranquilamente.
Hay organizadas una serie de actividades. Volley-playa. Fútbol. Concurso de castillos de arena. Y un par de juegos de estrategia para motivar el trabajo en equipo. Lo cierto es que se lo está pasando bien. Tanto, que no es consciente de lo rápido que se le está pasando el día. Cuando se da cuenta, ya es la hora de volver al hotel. Hay que prepararse para la gran cena.
Lleva todo el camino sin poder ponerse música en sus cascos. Irene está monopolizando sus oídos. Ha traído una maleta sólo para los "posibles vestidos". Como si fuera una etiqueta. El tiempo que habrá perdido pensando en ellos. Ella lo tiene fácil. Sólo ha traído uno. Negro. Largo. Con unos tirantes que van atados al cuello. La espalda descubierta. Sin escote. No ceñido. Con una apertura en el lado derecho hasta el muslo que sólo se abre si anda. Sencillo y elegante. Los mismos tacones de la noche anterior. No ha traído más.
No se hace nada en el pelo. Lo llevará suelto y sin alisar. No se maquilla. Está tan morena que su maquillaje ya no le sirve. No se pinta los ojos. Esa es su cara. Si a alguien no le gusta poco le importa a ella. Hace tiempo que ha dejado de preocuparse por las apariencias. Lo cierto es que se ha pasado todo el día sin maquillaje y con el pelo estropajoso debido a la humedad. Todos sus compañeros, que estarán en la cena, ya la han visto tal y como es. ¿Qué más da, pues?
La cena se celebra en un hotel mucho más lujoso que el suyo. Seguramente es en este dónde se hospeda él. Lleva sin verlo todo el día. Aquellas absurdas actividades obligatorias que la han hecho cancelar su plan de sábado son sólo obligatorias para los de abajo. Los de arriba no tienen obligaciones. Sólo disfrutan.
Irene y ella entran en la sala. Hay un montón de mesas redondas repartidas por el salón principal del hotel. El fin de semana no era sólo para AusTech Sydney, si no para todas las filiales del país. Estaba repleto de gente. Oliver, que ya está sentado, les hace una seña indicándoles que su mesa es esa. Cuando ella va a sentarse alza la mirada para contemplar el esplendor del lugar. Entonces lo ve. Rubio. Platino. Peinado hacia atrás. Perfectamente afeitado. Ojos azules. Alto. Delgado. Estilizado. Lleva un esmoquin negro que parece echo a medida para él. Posiblemente, así es. Ese hombre deslumbra. Hasta en un salón lleno de personas elegantes, él sobresale. Anda con confianza. Estrecha la mano a varios directivos. Lo hace con una naturalidad pasmosa. Sonríe. Boca grande. Labios finos. Sonrisa amplia. Sus dientes son blancos. Perfectos. Está en su salsa. Sabe moverse por ese mundo. Él se acerca a una mujer y la besa en la mejilla. Belinda. Sólo mirarla le provoca una mueca de asco en la cara. Ya se había olvidado de su molesta existencia. Necesita una copa. Se levanta y va directa a la barra. Es barra libre. Puede beber todo lo que quiera. Así olvidará.
—Una copa de champán — le pide al camarero. Nota algo en su espalda desnuda.
—Que sean dos — esa voz...
Se gira. Lo mira. Está ahí. A su lado. Muy cerca. Hasta ese momento no es consciente de que lo que siente en la espalda es su mano. La está tocando.
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