Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6

Había estado viviendo moribunda.

*****

Su madre está agitada. Parece feliz. Ella entra en el baño y se sienta sobre la taza del váter. Sus piernecitas cuelgan. Mira cómo se maquilla su madre. Lo hace desde que tiene memoria. A su madre no le gusta porque su intensa mirada la pone nerviosa y siempre termina pintándose mal y manchándose con el rímel. Eso provoca una risita pícara en el interior de la pequeña. Ella nota que su madre está especialmente guapa. El pelo rubio le brilla más que nunca. Y sus ojos son más azules y menos grises. Pese a ser diametralmente opuesta en cuanto a color de pelo y ojos, la cara es su vivo retrato. No puede negar que es su hija. Consiguen montarse en el coche sin problema. Arrancan. Cuando llegan a la esquina de una avenida su madre para el coche y aparca. Se sube un hombre. Pelo oscuro. Piel oscura. Lleva un pequeño paquete envuelto. Ella lo mira fijamente. No le habla. Aquel hombre se da cuenta de que debe dar el primer paso. "Vaya, tengo aquí un regalo con un nombre escrito. Pone...para Máxima." Los ojos de la niña se abren como platos. Automáticamente mira el misterioso paquete. "¿Hay aquí alguien con ese nombre?" Su madre suelta una pequeña risa mientras la observa a través del retrovisor. Ella no responde, pero está atenta a todo lo que sucede. Su madre dice que ella se llama así y que por tanto ese regalo le pertenece. Lo hace para pincharla y hacerla reaccionar. No tiene éxito. Entonces el hombre se gira y mira a la niña. "Creo que tú también te llamas así, ¿no? ¿Quieres abrirlo y ver lo que es?" La pequeña asiente lentamente con la cabeza. Él le ofrece el paquete y ella lo coge tímidamente. Lo abre. Es un osito de peluche con una pajarita negra y un monóculo. Ella abre la boca y se le dibuja una sonrisa. Le gusta. Todos ríen. Ajenos a que unos metros más atrás un coche plateado los sigue de cerca.

*****

Ha sido un fin de semana muy completo. El domingo hizo Skype con sus amigos. Debido a las doce horas de diferencia horaria que hay entre países no habían podido ponerse de acuerdo hasta entonces. Le contaron todo lo que había estado pasando en su ausencia. Cómo les iban en sus trabajos y algún que otro tema que quema. Más o menos todo seguía igual que cuando se fue. Ella estuvo hablando de sus compañeros. De los amigos que se había hecho y de lo bien que lo pasaron el viernes. Pero sus amigos querían saber cosas más escabrosas. En concreto, algún cotilleo sabroso sobre su vida sentimental. 

Ella no es muy de hablar de eso. Es raro oírla pronunciar las palabras "ese chico me gusta" o "mira que majo". Suele guardarse eso para sí misma. Quizás porque es reservada. Quizás porque tiene tan claro que no tiene oportunidad de gustarle a nadie que prefiere ahorrarse la humillación de amar sin ser amada. 

Hasta que el chico no daba un paso claro ella simplemente esperaba. Y así lleva 3 años. Esperando. Esperando que alguien sea lo suficientemente interesante. O agradable. O simpático. O cariñoso. O alto. Cualquier excusa le vale para echar de su lado a todo aquel que se atreve a cruzar sus muros. Cualquier impedimento es bueno si ocultaba la verdadera razón de su soledad. Que es una cobarde. Que tiene miedo. Que está cagada de miedo. A volver a sentir. A volver a ser objeto de abandono. 

Una vez. Una vez le rompieron el corazón y fue más que suficiente. No puede pasar por aquello de nuevo. Ha probado el veneno de la deserción y aún le quema las entrañas. Creyó que el tiempo seria el antídoto. Error. Creyó que cambiar de vida la curaría. Error. Creyó que viajar tan lejos como le era posible la aliviaría. Y en ello está. Al menos aquí tiene tan poco tiempo para pensar y todo es tan distinto a su hogar que eso parece servirle. 

Tranquilizó a sus amigos diciéndole que no había aparecido nadie notable en su vida y ellos la creyeron. ¿Por qué no? Nunca hay nadie en su vida.

Va de camino al trabajo. Esta vez no va tarde. Sin presiones. No ha desayunado. Ya lo hará en la oficina. No debería hacer ayunos muy largos. Tiene la tensión exageradamente baja. Sufre de síncope vagal y puede desmayarse en cualquier momento. Aun así, ha preferido dormir unos minutos más a base de restárselos al desayuno. 

Ya empieza a refrescar. En moto hace frío. Mañana tendrá que ponerse una chaqueta. Llega al aparcamiento y entra en él. Baja. "Creo que metí en la maleta una chaqueta vaquera". Baja. "Supongo que eso servirá". Baja. "Total aquí hace frío dos días al año". De repente, deja de pensar. 

No sabe bien qué está pasando. Le es imposible mantener el equilibrio. La rueda trasera derrapa y hace que toda la moto culee. No puede controlarla. Va a caerse. Y así sucede. Cae al suelo con un ruido sordo. Ella y la moto se deslizan unos metros. La moto le cae encima de la pierna. De sus labios no ha salido palabra aún. Pero cuando siente el peso de la moto y cómo le levanta la piel del muslo lanza un grito de dolor. 

Oye el sonido de unos pies golpeando el suelo. Como si una persona corriera hacia ella. Antes de que pueda darse cuenta alguien le ha levantado la pesada moto de encima. Ella se aprieta el muslo con las manos y cierra fuerte los ojos. El dolor es intenso. Pero la herida sólo es superficial. No entiende cómo ha podido pasar. Iba despacio. Entonces ve que el suelo está empapado. Hay un enorme charco de agua donde segundos antes ha resbalado. 

Automáticamente sabe quién es el causante del accidente. Lo busca con la mirada. Lo encuentra. Es él quien está levantando la moto y apartándola del medio. Él se gira para socorrerla. Le tiende la mano para que se levante. Ella echa chispas. Le da un fuerte manotazo a la enorme mano bronceada para apartarla con desprecio y se levanta sola. Le cuesta trabajo debido al dolor. Pero en un par de saltos está de pie.

—¿Es que te has propuesto matarme, imbécil? — grita sin mirarlo mientras recoge su bolso del suelo — ¿Qué coño hace un charco en mitad de un suelo resbaladizo como este? ¿No te enseñaron lo que es la fuerza de rozamiento en la escuela técnica de fracasados? — arremete contra él.

—No eres de aquí — habla por primera vez. Ignora todos los insultos que ella le lanza. Le sorprende no haberse dado cuenta antes de que es extranjera. Ahora que la oye hablar más seguido y es consciente de ello, le resulta obvio.

—¡NO! ¡No soy de aquí! — le grita abriendo los brazos en cruz —. ¡Joder con la puta frasecita! ¿Es que no habéis visto nunca un extranjero? — piensa que ambos hombres, tan distintos como eran, le habían dicho la misma frase la primera vez que hablaron con ella —. Putos ignorantes... — esto último lo dice en español y para sí.

Ha estado recogiendo todas las cosas que se habían caído de su bolso. Va cojeando hacia su moto. Tiene la cacha izquierda totalmente rayada. Suspira. Tiene que hacerlo o empezará a gritar de nuevo. Arrastra la moto hasta su plaza de garaje. Cuando el hombre se acerca y hace ademán de ayudarla, ella lo señala con el dedo y le dice que se quede dónde está. Le cuesta trabajo llegar a su plaza, pero lo consigue. Le pone el caballete a la moto y la deja aparcada. Él no ha dejado de mirarla. Su actitud guerrera lo ha sorprendido. Ella coge sus cosas y va directa al ascensor. No lo mira. No le habla. Cuando está sola en la intimidad del ascensor pega un puñetazo a la pared.

Cuando aparece en la oficina, Irene grita al verla. Eso llama la atención de todos. La pierna aún le sangra. Su vestido está ligeramente mojado y el tacón de un zapato roto. Pero sin duda, lo que más asusta es su cara.

—¿Estás probando nuevo look? – bromea Oliver. Mirada fulminante —. Te queda bien ese estilo de indigente con clase.

Irene le ha dejado unos botines. Unos diminutos botines de la talla 36, que, obviamente, no le caben. No quiere hacerle el feo así que los acepta y se los pone como puede. En cuanto se sienta y mete los pies bajo su mesa se los quita. Y así pasa la mañana. Intentando no levantarse mucho. Sólo lo estrictamente necesario. El trabajo la relaja. La hace olvidar el dinero que le costará arreglar la moto. Piensa que al menos arranca y con eso le basta.

Es la hora de irse y no le apetece verle la cara al friegasuelos, así que le pide a Oliver que la lleve a casa excusándose en que le duele demasiado la pierna como para conducir. Oliver la acerca sin problemas y se ofrece a recogerla a la mañana siguiente. Ella, en agradecimiento, le propone que pase por su casa media hora antes. Le preparará el desayuno y desayunarán juntos antes de ir al trabajo. 

Y así sucede. Oliver ha llegado a su casa. Se la conoce perfectamente de cuando visitaba a su amigo. Aunque ella ha cambiado cosas. Observa la cantidad de libros que tiene e intenta averiguar cuáles son por la portada, autor y por la similitud de algunas palabras en español con el inglés. Ella está en la cocina preparando café y té. No sabe que le gusta a él. Lo cierto es que sabe bastante poco de él y de sus gustos. Nunca le pregunta por su vida privada. Se limita a hablar de trabajo o a reír sus gracias. Debe interesarse más por la vida de los que la rodean. Aunque el interés sea fingido. Oliver se ofrece a ayudarla y ambos desayunan con el portátil encendido en la mesa y hablan de la campaña que tienen entre manos y que ven en la pantalla. Ha sido idea de ella. De esa manera se ahorra intimar. Él piensa que es porque está emocionada con el proyecto.

Cuando llegan al trabajo y bajan del coche, ella lo busca. No lo ve. Mira que su moto sigue donde la dejó. En el mismo sitio y con el mismo rayón. Oliver y ella van hablando y riendo y suben al ascensor. Oliver le pregunta por su pierna. Ya apenas cojea. Se ha puesto unos pantalones no muy estrechos de tela. De esa forma tiene cubierta la herida, pero no le molesta el roce. Lleva unos botines blancos. Esta vez de su talla. Le devuelve a Irene los suyos.

Hoy se va antes a casa. Está cansada y quiere poner la pierna un rato en alto. Coge sus cosas y va a por la moto. Ya no le importa encontrárselo. Ya no está enfadada. De hecho, por un instante, piensa que quizás fue dura con él. En cuanto mira su moto esa idea se esfuma de su cabeza. Él está ahí, apoyado en ella. La está mirando. Lleva una gorra y el mono de trabajo. Le extiende la mano boca arriba.

—Dame las llaves — su voz es muy grave. Un susurro gutural. Autoritario.

Ella lo mira sorprendida. Mira a su derecha. A su izquierda. Incluso mira detrás para comprobar que es a ella a quien le habla.

—Me...estás... ¿atracando? — lo dice como un sarcasmo, pero en cuanto pronuncia las palabras en alto piensa que es una posibilidad real.

Él voltea los ojos levemente y suspira. En un gesto casi imperceptible mueve la cabeza negando. Ella no sabe cómo, pero ha ido acercándose a él poco a poco sin darse cuenta. Están apenas a un metro de distancia. Él se quita la gorra. Al hacer eso la sombra que cubría la parte superior de su cara desaparece, dejando libre la luz de sus ojos turquesa. Sabe que si los mira le dirá que sí a cualquier cosa. Tiene que encontrar una manera de mirarlo a la cara sin caer presa. La nariz es un buen punto en el que concentrarse. El hombre tiene un casco de moto en la mano y va a ponérselo. Cuando ella ve eso comprende que él pretende subir a su moto. Y no sólo eso. ¡Pretende conducir!

—¿Qué te crees que estás haciendo? Baja inmediatamente — decir eso es como no haber dicho nada. Él la ignora.

—Dame las llaves — repite sin alterar el tono anterior —. Vamos a arreglar esto — dice mientras le das unos golpecitos a la cacha accidentada.

Ella lo piensa por unos segundos. ¿Se está ofreciendo a pagarlo? ¿Puede permitírselo? ¿Debería ella permitir que un hombre de su condición, a quien no le sobraba el dinero, se lo gastase en arreglar un rayón sin importancia? Y lo más importante... ¿debería acceder a ir a dios sabe dónde con un misterioso desconocido?

—Está bien. Una condición — él levanta las cejas abriendo más los ojos como preguntando "¿Cuál?" —. Yo conduzco — por un instante él no se mueve. 

Permanece en el lado delantero y sujetando el manillar. Entonces sin quitar la vista de ella se echa hacia atrás cediéndole el lugar del conductor. Cuando ella se monta orgullosa por la victoria nota como los brazos de él se envuelven suave y lentamente en su cintura. Piel de gallina.

La ha estado guiando con gestos e indicaciones hasta las afueras de la ciudad. Empieza a dudar de sí realmente van a un taller y a arrepentirse de haber permitido que ese hombre se subiera en su moto. Entonces él le indica que se meta a la derecha y que ya han llegado. 

Es un taller costroso. En mitad de una carretera donde sólo hay un café restaurante cutre y una gasolinera. En la parte delantera del taller hay apilados un montón de coches desarmados. "Seguro que son robados" piensa mientras pasa por el lado de ellos. De repente, una mano le coge el tobillo. Ella da un grito de espanto. De debajo de un coche sale un hombre negro y sucio riendo. Su acompañante también ríe mientras choca el puño con él.

—Lo siento, hermosa. Ha sido sólo una broma — dice mientras no para de reír — Soy Kahlil — se presenta ofreciéndole la mano. Ella no la estrecha —. Vaya, casi eres tan negra como yo — bromea mientras acerca su brazo mugriento al de ella para comparar los tonos de piel. Ella no puede creer que la haya tocado — ¿Qué pasa, hermano? Veamos, ¿qué me has traído hoy? — pregunta al hombre mientras mira la moto.

—Se cayó, derrapó y así ha quedado — explica el friegasuelos.

Automáticamente ella lo mira atónita. ¿Cómo puede contar las cosas de esa manera? ¿Qué versión era aquella? Él había mojado el suelo en exceso y ella había resbalado por culpa de su negligencia e incompetencia. Intenta explicar que el accidente no era culpa suya y que es una excelente conductora que jamás ha sufrido uno por nimio que fuera.

—Negli... ¿qué? — Kahlil no ha entendido ni una sola palabra de lo que esa mujer le ha dicho. Tampoco le interesa. Él está ahí para arreglar cosas. Es lo que le gusta. Estar rodeado de motores. El cuándo, cómo y por qué le dan igual.

Kahlil echa un vistazo y llega a la conclusión de que lo mejor es pintar la cacha de nuevo. Intentará hacerlo lo más rápido posible. Aun así, tardará varias horas, quizás estuviera listo al final de la tarde. ¿Varias horas? ¿Quizás? Habían ido hasta allí, el fin del mundo, con la moto. No tenían manera de volver a la civilización. Por allí no pasaban coches y un taxi no los recogería y, si tenían la suerte de que así fuera, les costaría un ojo de la cara. Ella no expresa en voz alta ninguna de sus preocupaciones. Se limita a escuchar y observar.

—Está bien. Hemos venido en ese trasto. Así que tendremos que esperar. Iremos a comer algo mientras tanto — le dice el hombre a Kahlil. A ella esa decisión la desconcierta.

Va a tener que mantener una conversación con él. Y sólo Dios sabe durante cuantas horas. Empieza a sudar. No había sido capaz ni de sociabilizar a la hora del desayuno con, posiblemente, su mejor amigo en el país y ahora tendría que hacerlo con este desconocido con el que no tenía nada en común. Ansiedad. 

Cuando cree que el corazón no puede irle más rápido ese tipo la coge de la mano sin vacilar y tira de ella para cruzar corriendo la carretera en dirección al café. El contacto piel con piel es suave. No dura mucho. En cuanto cruzan, él la suelta. A ella nunca dejaría de sorprenderle la naturalidad con la que la gente se tocaba. Se preguntaba si ella llegaría a ser capaz algún día. Si alguna vez dejaría de resultarle incómodo el contacto con las personas. Van andando hacia el café cuando él frena en seco. Ella también para y lo mira.

—Tu nombre... — dice sorprendido de no habérselo preguntado hasta ahora. ¿Cómo ha podido olvidar algo tan básico como las presentaciones? — ...no te he preguntado cuál es tu nombre.

Ella sonríe ligeramente al ver esa cara de culpabilidad por haberlo olvidado. La sorprende. Para ella ese era un hombre desprovisto de cualquier signo de cortesía. Pero su opinión tenía que empezar a cambiar. Se había preocupado por el arreglo de la moto. Había perdido su tiempo en llevarla hasta allí. Y ahora el hecho de que no haberle preguntado por su nombre lo hiciera avergonzarse.

—Máxima — no le pregunta el de él. Lo recuerda de cuando fue a recoger sus dibujos al bar country —. Tú eres Travis — afirma. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro