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Capítulo 47

No hay decisión más importante que la de elegir bien al son de quien bailar el resto de nuestras vidas.

*****

A la mañana siguiente despierta junto a él. No ha pasado nada. Sólo han dormido. Pese a la fama que él tiene, ha sido increíblemente delicado y tierno. De nuevo le sorprende esa actitud. Comienza a darse cuenta de que, al igual que ella, él se comporta diferente dependiendo de quien se trate. Cuando abre los ojos, lo ve a su lado. Está completamente dormido. Ella no quiere levantarse. Teme que si lo hace pueda despertarlo y entonces tengan que mantener una incómoda conversación sobre la noche o, mejor dicho, el amanecer anterior. Al cabo de un rato, decide salir de la cama con mucho cuidado. Consigue dejar la habitación sin que él sienta su presencia. La huida ha tenido éxito. El problema está en el salón. Donde el resto de habitantes de la casa esperan ansiosos la historia de lo que ha pasado entre ellos. Están acostumbrados a que él consiga a una chica distinta cada noche. Su labia natural y su atractivo a lo James Franco le proporcionan la confianza suficiente para ganarse a cualquiera. Ella siente esas miradas clavadas en ella y sabe lo que piensan. "Otra tonta que ha caído en sus redes". No es eso lo que ha pasado. Ni mucho menos como ella se ha sentido con él. Pero poco importa. Las opiniones ajenas y las risitas maliciosas ya han hecho estragos en su autoestima y la desconfianza se hace con ella tintando la relación que apenas empieza entre ellos. Él no lo sabe, pero ella ya ha tomado la decisión de no darle una oportunidad a lo que sea que siente. No se fía. Borrará esa noche y hará como si nada hubiera pasado.

*****

No se gira. No quiere mirarlo. Sabe que si lo hace sentirá lastima por él. Por todo lo que le ha dicho. Por no haber pensado que su exagerada reacción y su pérdida de control podría haber sido debido a una causa mayor que ella misma. El mundo no gira a su alrededor. No todo lo que ese hombre haga o sienta tiene que tener relación con ella. No todo tiene que ser un maldito complot para darle lecciones. Pero cuando alguien acostumbra a actuar de esa manera, ¿cómo diferenciar cuándo está manipulándote de cuándo es sincero?

Cierra los ojos en un intento por concentrarse en mantenerse firme. Necesita pensar fríamente. El hecho de que esté enfermo no justifica sus actos. No puede perdonarlo tan fácil. No puede olvidar. No puede confiar.

Es entonces cuando siente un leve calor que proviene de detrás de ella. Una respiración profunda e intensa sopla cerca de su oreja. Pese a no tocarse es más que consciente de la cercanía de sus cuerpos. Apenas unos centímetros separan su espalda de su torso.

Él alza la mano y pasa un dedo por su brazo en la zona del trauma. Lo hace lentamente. Casi ni la toca. No es más que una caricia sutil. Al sentir su tacto, Máxima deja de respirar. Está atenta a cualquier sonido o movimiento. Él, de forma inconsciente, ha ido acercándose más hasta conseguir introducir su nariz entre el oscuro pelo de ella. Coloca su frente sobre la coronilla de ella sin llegar a tocarla. Aspira su aroma a la vez que cubre por completo su hombro con la mano, apretando suavemente y atrayéndola hacia él.

—Por favor, perdóname —susurra en su oreja.

Como si esas palabras le produjeran una reacción alérgica, se aleja de él en un movimiento enérgico. Sin mirar atrás recorre rápidamente los estrechos pasillos de esa cueva en busca de la luz que le indique la salida. Aquellos pasadizos laberínticos se le hacen interminables.

Por fin consigue salir a la calle. El día es más caluroso ahora. El sol está en su zenit y sus rayos inciden en la ciudad sin piedad. El calor abrasador le resulta agobiante. No ha comido nada. Ha vomitado por la mañana el poco desayuno que ha podido tragar. El vestido le aprieta dificultándole la respiración. Su corazón no aguantará hasta el hotel en esas condiciones. Ya estuvo a punto de desmayarse antes. Esta vez no está segura de que pueda evitarlo.

Respirando pausadamente y apoyada en las paredes de los edificios, consigue recorrer las dos manzanas que hay hasta el hotel. El aire acondicionado del lobby le proporciona alivio. Sin importarle nada, se sienta en el primer sillón que ve libre y se deja ir.

—¡Eh! ¡Oye! —escucha como una voz la llama y una mano pega ligeros golpecitos en su mejilla—. Morena, ¿estás bien? —abre los ojos, desorientada. Lo primero que ve son los ojos verdes de Oliver mirándola con preocupación—. He visto cómo entrabas con la cara amarilla y te desvanecías sobre el sofá. ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien? —ella ignora sus preguntas. Le sujeta la mano que él tiene puesta sobre su rostro y la aprieta entre las suyas.

—Lo siento —alcanza a decir—. Yo... él... —hace un esfuerzo por organizar sus pensamientos—No me lo dijo. No lo olvidé. Lo siento mucho.

Oliver la mira. Atento a cualquier gesto de ella y a sus palabras. No tiene buen aspecto. Tiene la cara blanca. Algo extraño puesto que siempre tiene la piel de un tono tostado. Una ligera capa de sudor le baña las sienes.

Ella se fija en su gesto. Está serio. Sin expresión. Sabe que no hay disculpas suficientes para lo que ha sucedido. Aún no ha tenido tiempo de decidir si lo que Wellington le ha dicho es cierto o si es otro retorcido plan de los suyos. Sea como sea, si no hubiera entrado de esa forma en su despacho y le hubiera dicho esas cosas no habría pasado nada de esto. Sea como sea, ella tiene parte de la culpa.

—Escúchame —comienza Oliver sujetándole la barbilla con la mano que le queda libre y haciendo que lo mire—, no pienso aceptar tus disculpas —ella cierra los ojos ante el dolor que le provocan esas palabras. Oliver tira de su barbilla para hacerla abrirlos de nuevo—. Has hecho el mejor trabajo de tu vida. Sin ti nada de esto habría sido posible. Así que no quiero oírte disculparte por nada, ¿lo entiendes? —le dice de forma solemne—. Les ha encantado. ¿Comprendes lo que digo? En-can-ta-do —repite vocalizando cada sílaba—. Ha sido un puto éxito, morena.

Tiene la piel de gallina. No puede asimilar lo que Oliver le está diciendo. En esos momentos ni siquiera le importa habérselo perdido. Sólo siente felicidad por haberlo conseguido. Por formar parte de algo. De un equipo. De una familia.

Oliver la abraza y ella le responde con intensidad apretándolo contra sí. Ambos comienzan a reír como locos en mitad del lobby sin interesarles cómo o quién los mire. Lo han conseguido. Eso es lo único que importa.

Una vez en la habitación del hotel, ha pedido algo de comer al servicio de habitaciones. Oliver la ha acompañado. Le ha estado contando cada detalle sobre la reunión. Ha disfrutado escuchándolo hablar. Y ha reído con cada imitación y comentario sarcástico con los que ha aliñado su desternillante monólogo. Hace un rato que tuvo que irse. Debía reunirse con el consejo y con Wellington para ultimar unos detalles y firmar antes de la cena. Por eso debía ir a vestirse ya.

Ha aprovechado su ausencia y se ha dado un buen baño. Con el estómago lleno y su ánimo a rebosar de alegría, ya se encuentra mucho mejor. En una hora tendrá que empezar a arreglarse. La motivación que le faltaba, Oliver se la ha proporcionado.

Aun así, sigue teniendo ganas de hablar con Travis. Esta vez por otra razón. Esta vez quiere compartir su emoción con él. Lo llama. Dos veces. Nadie descuelga al otro lado. Le resulta muy extraño. No es que se llamen mucho por teléfono. Son más de verse en persona. Sabe que Travis no presta mucha atención a ese aparato, pero le sorprende esa falta de respuesta. Seguramente lleve todo el día encerrado en el granero. En esta ocasión le deja un mensaje en el contestador recordándole a la hora que lo espera en la puerta del hotel.

Sin perder más tiempo, comienza a maquillarse y a peinarse. Se mira el brazo. La marca es más morada. Se la maquilla un poco y consigue disimularla aunque no ocultarla del todo. Se ha puesto música y ha abierto un benjamín de champán que había en el mini bar. No le importa el margen exagerado que tienen los productos de las habitaciones. Hoy es un día que quiere celebrar. No permitirá que nadie lo arruine.

Cuando mira la hora, se sorprende. Ha estado tan absorta en el proceso de arreglarse que ha perdido la noción del tiempo. En algo más de media hora tiene que estar en el hall para la recepción. Saca su vestido de la bolsa y lo admira. Está orgullosa de su elección.

Vestido largo de palabra de honor y escote de pico. Corte princesa ajustado a la cintura y abierto por un lateral que deja ver su pierna hasta la mitad del muslo. Es mitad negro y mitad blanco. Ambos tonos hacen contraste con su bronceada piel potenciando su color.

Lleva el pelo completamente planchado y peinado hacia atrás con algo de laca. Los ojos ahumados. Sin joyas. No le gustan. Siempre ha pensado que, de casarse algún día, nunca querría un anillo de pedida. No entiende a esas mujeres que le dan tanta importancia a una buena piedra cuando lo verdaderamente importante es la calidad de la persona con la que pasarán el resto de sus vidas y no los quilates de un estúpido trozo de carbono con sus átomos bien dispuestos.

Sin más dilación coge su bolso. Se calza unos buenos tacones. Se echa un último vistazo para asegurarse de que todo está perfecto y sale por la puerta. Todavía tiene unos minutos antes de tener que ir al salón principal. Irá a esperar a Travis a la puerta para recibirlo.

A medida que recorre el hall va reconociendo a algunas de las personas que estaban esta mañana presentes en la reunión. Todos van vestidos de etiqueta y charlan distendidamente en pequeños grupos repartidos por el lugar frente a la puerta del salón principal. Es ahí donde en unos momentos tendrá lugar la recepción y, más tarde, la cena. Se fija en ellos. Hombres en su mayoría acompañados de sus esposas. Sobre las pocas mujeres que ve, una sobresale. Se fija en ella. Se trata de la última persona que esperaba encontrar allí. Belinda.

Lleva un imponente vestido negro y ajustado que la deja sin respiración. Esa mujer es tan perfecta que haría tambalear la autoestima de cualquiera a su lado. Está rodeada de hombres y ríe con ellos de una forma falsa.

Por mucho que busca, no encuentra ni a Oliver ni al resto del equipo. No deben de haber bajado aún y Oliver aún estará reunido. Espera que todo esté yendo bien y que no haya habido ningún problema.

Sale a la calle. El calor se ha disipado y ha dado lugar a una fresca brisa que mueve su pelo. Mira a todos lados de la calle, buscándolo. Pasan diez minutos y Travis no aparece. Vuelve a llamarlo. Nada. Sus tripas comienzan a revolverse. A su mente acude el recuerdo de la última vez que lo invitó a algo así. Lo cierto es que ha tenido ese miedo desde que le habló de este evento. Quizás por eso ha insistido como nunca antes en ponerse en contacto con él. Jamás lo ha llamado cuatro veces en un día.

Una corriente eléctrica le recorre la columna erizándole la piel al pensar en que es más que probable que no se presente. O peor aún, que lo haga en ciertas condiciones. Todos esos hombres trajeados frente a la desaliñada barba de Travis y a sus vaqueros desgastados. No ha querido ser de esas que le compra un traje a su pareja y controlan cada aspecto de su vestuario en ocasiones así. Ha decidido confiar en él. Aunque mentiría si no admitiera que ahora se arrepiente de no haberlo hecho. En su fuero interno piensa que si no se presenta sería un alivio.

No puede estarse quieta. Está nerviosa. Pasea de un lado a otro de la enorme puerta de entrada. El tiempo continúa corriendo y no hay ni rastro de él. Está tan alterada que en una de sus histéricas idas y venidas choca de lleno contra un señor que se dispone a entrar. Se disculpa como puede y lo deja pasar. Sigue buscándolo entre la gente de la calle.

—¿Max? —la llama alguien a su espalda.

Ella se gira, asqueada porque tener que encontrarse con alguien justo en estos momentos. Tarda unos segundos en reconocer de quien se trata. Lo mira. Fijamente. Busca en él algo que lo identifique, pero le resulta realmente difícil. 

Travis se encuentra frente a ella. Está completamente afeitado y con el pelo tan corto que apenas le mide un par de centímetros. Aun así, sigue siendo muy rubio. No puede dejar de mirarlo. Contempla cada rasgo. Por primera vez, puede ver la forma de su mandíbula. Es amplia y cuadrada. Perfectamente definida y marcada sobre un largo y fuerte cuello bronceado. Una línea recta atraviesa sus mejillas marcando sus pómulos. Sus labios parecen aún más carnosos. Es como si su rostro hubiera sido cincelado por los dioses.

Cuando asimila su cara, se fija en su cuerpo. Viste un smoking negro con camisa blanca y pajarita. La chaqueta parece hecha a medida para su ancha espalda y sus musculosos brazos. El tiro alto de los pantalones hace más notables sus largas piernas.

—¿Travis? ¿Eres tú? —dice al fin sin poder creer lo que está viendo—. Pero... ¿qué has hecho? —se acerca a él lentamente y con la mano extendida para tocarle la cara. Está suave. No queda ni rastro de su larga barba dorada que tanto le gusta—. Tu pelo... —continúa pasando ahora la mano por su cabeza—, no está —añade atónita. Travis ríe.

—Volverá a crecer. Sólo es pelo —responde sonriendo—. Estás preciosa. Parece hecho a medida para ti —añade refiriéndose al vestido mientras le besa la mano.

Ella sigue sin poder reaccionar. Le parece increíble lo que ha hecho. Ha cambiado por completo su aspecto por ella. Se ha despedido de su barba y de sus mechones rubios y ondulados. Éstos llevaban acompañándolo toda la vida. Sabe que incluso cuando era adolescente ya tenía el pelo largo.

Hasta se ha comprado un smoking. Está segura de que nunca ha visto ningún en su armario. Lo ha comprado exclusivamente para la ocasión. Ahora más que nunca se siente culpable por haber desconfiado de él y haber pensado si quiera en que sería mejor que no apareciera. ¿Cómo puede equivocarse tanto con las personas? Confía en quien no debe y desconfía de quien sólo piensa en ella. De nuevo es consciente de la importancia de decidir bien a quien tener a su lado.

—¿Qué te parece? —pregunta Travis algo impaciente. Se siente tan raro sintiendo la brisa contra sus pómulos que no puede dejar de tocarse la cara—. Supuse que te gustaría la sorpresa y que la ocasión lo merecía —dice con una sonrisa en la que muestra su blanca dentadura. Al sonreír su mandíbula se hace más notable y cuadrada. Unos hoyuelos se forman en sus mejillas desnudas.

—Travis, yo... no sé qué decir. Estás... —necesita buscar la palabra correcta—. Eres —se corrige—. Eres la persona más hermosa que he visto jamás.

Sin perder ni un segundo se pone de puntillas y lo besa suavemente, pero con intensidad. Todas las sensaciones de ese día corren por su garganta y desembocan en los labios de Travis. Como si eso la desahogara y la limpiara por dentro. Al sentir o, mejor dicho, no sentir su barba cosquillearle la cara se ríe. Se separa de él y le coge el rostro entre sus manos sin poder dejar de mirarlo. De la mano y sin dejar de mirarse el uno al otro, entran en el hotel dispuestos a disfrutar de una velada única.

Llegan al salón principal. En seguida Máxima intercepta a los chicos. Están en la barra tomando unas copas y hablando. Se acerca a ellos y les presenta a Travis.

—Hola, tío —lo saluda Oliver con menos energía de la que suele tener. Quizás esté cansado—. ¿Qué le ha pasado a todo tu pelo? —pregunta. Travis lo mira serio. Esos silencios que tiene siempre que Oliver se dirige a él la ponen nerviosa. Siempre tiene la duda de si contestará o no.

—Me he dado cuenta de que era un crimen tapar esta cara —contesta irónicamente. Los demás ríen ante su fingida prepotencia, menos Oliver, que se limita a sonreír levemente en un suspiro.

En más de una ocasión Oliver ha mencionado el atractivo de Travis. Siempre se lo ha tomado con sentido del humor. Le resulta extraña su actitud esta vez. ¿Qué le pasará? Desde luego él no tiene nada que envidiar a ningún hombre. Todos van realmente elegantes. Todos visten con traje o smoking menos Adam. 

—¿Podrías ser más muermo? —pregunta de forma retórica Jack a Adam—. Al menos podrías haberte puesto una corbata.

—O podías haberte hecho una pajarita con un par de hojas de lechuga —añade entre risas Edgar.

Adam es una persona bastante especial. Un antisistema en contra de la etiqueta tradicional y el protocolo, vegano y que sólo viste ropa sintética. De hecho, Edgar y Jack están increpándolo con motivo de su atuendo.

Ella se fija en Oliver. Está realmente guapo. Pero no es eso lo que llama su atención, sino su actitud. Está serio y evadido. Como ausente. Le resulta extraño que no haga ningún comentario acerca de las ideas extremadamente ecologistas de Adam. Se acerca a él y le pregunta si todo va bien de manera que sólo él se entere. Lo único que recibe por respuesta es un asentimiento de cabeza.

—¿Pero qué cojones...? —dice Oliver de repente con cara de asco ignorándola por completo. Ella sigue su mirada —. ¿Qué coño lleva puesto?

Irene se acerca a ellos con paso decidido y una sonrisa amplia. Lleva un vestido rosa de gasa con mucho vuelo y volantes por todos lados. Sólo con verlo, Máxima sabe lo carísimo que debe de ser ese vestido. Envidia el poder económico de esa chica. Aunque no su gusto excéntrico y llamativo. Helen va junto a ella. Es increíble lo diferentes que pueden ser dos personas.

Helen lleva un sobrio traje rojo apagado ajustado que realza su figura. Se ha quitado las gafas, soltado la cola y maquillado. Está realmente guapa. Máxima mira a Edgar, que no le quita ojo a la obvia belleza de su amor platónico. Todos se saludan. Se fija en el torpe abrazo que se dan Edgar y Helen y eso le hace sonreír.

—Pareces un algodón de azúcar —le espeta Oliver a Irene. Ésta le propina un golpe en el brazo en forma de queja. Máxima se tapa la boca intentado contener la risa.

En ese momento, la ruidosa conversación de los chicos se acalla por completo. Todos están mirando fijamente a un punto que se encuentra tras ella. Eso la hace girarse. Descubrir el objetivo de sus miradas la hace poner los ojos en blanco. Belinda ha aparecido por el salón con sus sensuales andares y su espectacular vestido. Parece que espera a alguien. Todavía se pregunta por qué está aquí y quién la habrá invitado. Ella es de recursos humanos. No pinta nada en esta celebración. Entonces, como si el destino la hubiera escuchado, hace acto de presencia la respuesta a todas sus preguntas. Montgomery Wellington, vestido de forma impecable con un llamativo smoking plateado con las solapas negras, aparece en la sala con Belinda del brazo.

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