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Capítulo 43

Hay cosas que no pueden verse con los ojos.

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La música se instala en sus oídos haciendo vibrar su cuerpo al son de ésta. El lugar está abarrotado, pero poco le importa. El alcohol le proporciona esa falsa sensación de seguridad que tanto busca. Baila sin importarle quien la pueda ver. La indiferencia le da la capacidad de disfrutar de sí misma. Cuando salen de la discoteca, está amaneciendo. Deciden volver a casa andando y ahorrarse el taxi de vuelta. Es un buen paseo, pero a nadie parece importarle. Antes de emprender el camino, se descalza. Las sandalias de tacón se han clavado en sus pies de tanto bailar y los tiene totalmente doloridos. Cuando posa el pie desnudo sobre la fría calzada se le eriza la piel a causa del placer que le produce. Cierra los ojos disfrutando del masaje que le ofrecen las piedras del asfalto. Algo ebria, se encierra aún más en su mundo. Anda cómo si flotase y mueve sus brazos ligeramente como si aún bailara. Escucha las voces de sus acompañantes como si estuvieran muy lejos, pese a estar alrededor de ella. Los oye hablar de lo fantástica que ha sido la noche y ríe con algunas de las bromas que hacen. A parte de eso, no participa. Está sumida en su enajenación. Entonces el roce cálido de un contacto sutil la hace bajar al mundo terrestre. Lo mira. La mira. Lo conoce. Desde hace varios años. Pero nunca han intercambiado tantas palabras como esa noche. No tiene muy buena fama. Un pícaro cuya compañía siempre ha evitado y una amistad que nunca ha ido más allá de lo estrictamente cortés. Pero en este viaje no sólo está aprendiendo a socializar y a caer bien. También ha aprendido que los prejuicios no suelen ser realistas y que debe comprobar antes de juzgar.

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Se levanta de la cama despacio para no despertarla. Es muy temprano. Quiere dar un paseo. A esa hora la quietud del bosque puede palparse más que nunca. Quiere alejarse un poco de la cabaña para que los árboles no le tapen el amanecer. Le encanta ese momento. Cuando no se sabe si es de noche o de día. Cuando no se sabe si es tarde o temprano. Justo ese momento en el que el sol rasca centímetro a centímetro el horizonte y extiende sus implacables rayos por todo el cielo.

Si unos ojos fueran puestos, de repente, ante tal visión, sin saber qué día o qué hora es, sólo supiera lo que ve, no podría saber con certeza si está amaneciendo o anocheciendo. Porque la verdad no se observa a simple vista. Hay que buscarla.

Cuando nos adentramos es cuando encontramos matices. Pequeños detalles que revelan la realidad. Entonces vemos que el cielo es más amarillo y menos morado. Vemos que los rayos son más perpendiculares al horizonte. Que el día se va haciendo más claro y no más oscuro. Vemos que la noche se acaba, pero que el momento de la luz comienza.

Lo mismo pasa en lo referente a las personas. No suelen ser lo que parecen. Hay que adentrarse en ellas. Hay que cuestionarse las cosas antes de formar una opinión. Hay que pensar las palabras antes de pronunciarlas. Hay que reflexionar sobre los actos antes de acometerlos. Hay que aprender a valorar la veracidad de lo que tenemos delante y no prejuzgar sin criterio.

Cuando la conoció vio a una niña. Una niña que parecía tener la suerte de tenerlo todo. Independencia. Trabajo nuevo. Piso en la ciudad. Amigos. Una carrera. Éxito. Una niña tímida e introvertida con sueños y facilidades. Una afortunada. Otra estrella entre tanto estrellado.

Entonces miró más a fondo. Y lo que vio fue a una chica que sufría. Con ansías, pero también con ansiedades. Rodeada de gente, pero sola. Inestable, pero firme en sus convicciones. Fría, pero ardiente. En definitiva, una superviviente. Una superviviente con un sueño. Y con unos vaqueros. Aquellos vaqueros ajados y esa camiseta sencilla con la que entró en el bar aquel día siguen clavados en su mente. En ese momento no fue consciente de que no volvería a ver a esa chica. Que sólo sería un recuerdo.

Los detalles. Esas diminutas partículas que conforman la vida y que se escapan entre los dedos como si de agua se tratase. Si supiéramos lo que nos depara el futuro, nos sentiríamos afortunados de vivir cada segundo del presente.

Ahora se ha convertido en una mujer. Una mujer que se levanta temprano y llega tarde cada día del trabajo. Cansada y sin tiempo para disfrutar de los detalles. Una mujer que ya no viste con pantalones y sandalias sino caros vestidos elegantes e incómodos tacones.

Antes apenas se maquillaba. Recuerda el tono natural de su piel bronceada y la forma achinada de sus ojos sin pintar. Ahora es difícil encontrar esos rasgos corrientes bajo esa máscara de perfección ficticia. Ha adelgazado. Su cuerpo curvilíneo cada día mengua más. Antes su pelo era ondulado y con un toque algo salvaje. Ahora siempre está liso, dominado.

Ella está cambiando. Evolucionando. Y él lo está viendo. Él sí ve el amanecer que se está produciendo en ella y el anochecer que, irremediablemente, lo terminará por envolver a él si no cambia con ella.

El despertador suena. Marca las seis y media de la mañana. Debe de haberse quedado dormida. Ayer llegó tan tarde que Travis ya estaba dormido. Lo encontró en el sofá con la cena sobre la mesa y a Poe enroscado sobre su torso.

Últimamente el trabajo le consume los días como si fueran suspiros. Incluso algunos fines de semanas ha tenido que llevarse trabajo a casa para adelantar. Todo ha sido una carrera contrarreloj donde la meta es mostrar lo mejor de ellos mismos. Pero el estrés y las prisas no han hecho más que empezar.

El viernes por la mañana es la presentación con los de Prize Resorts y tienen montada la mayor parte. Ese día lleva provocándole pesadillas semanas. Tendrán que mostrar el proyecto en una reunión con todo el consejo de Prize y hacer una demostración del sistema y diseño de la web. Han basado sus ingresos en la venta online y se han volcado en la creación de ésta. Si no les gusta, están perdidos.

Sale al porche con un té entre sus manos y Poe rondando entre sus piernas. La mañana es fresca. El calor sofocante cada vez es menos intenso. Pronto volverá la época de fuertes lluvias. Antes de que eso suceda, Travis debería tener terminado el levantamiento del jardín y tapado los enormes agujeros que hay repartidos por toda la parte frontal. También tiene que empedrar parte del camino, sino será difícil acceder a la cabaña cuando todo se embarre.

Por otro lado, ella debería ir pensando en comprarse un coche. Con la moto no llegará muy lejos cuando comience el Danubio. Ha estado practicando con el coche de Travis. Sigue resultándole una locura conducir del revés, pero cada vez se confía más y lo hace de manera más relajada.

Ha esperado todo lo que podía a que Travis apareciera, pero no puede retrasarse más. Debe irse. Le deja una nota pegada en la puerta y café recién hecho. Ha aprendido a hacerlo para él. Pese a no gustarle el sabor, el olor le parece aromático y agradable.

—Me voy panterita — le dice a Poe —. ¿Te encargarás de que le llegue el mensaje? — pregunta acariciándole tras la oreja y señalando la nota.

El gato ronronea bajo sus caricias a modo de respuesta. Ha entablado una buena relación con el animal. Siempre que puede lo tiene entre sus brazos. Lo cierto es que se han vuelto inseparables.

Llega algo más tarde de lo normal a la oficina. El tráfico ha sido terrible en cuanto ha entrado en la ciudad. Pese a ir en moto, le ha resultado difícil zigzaguear entre tanto coche. Cuando enfila el parking en superficie para entrar en el garaje ve el coche. Aquella plaza que lleva vacía semanas hoy está ocupada por un Mercedes negro impoluto. "Está aquí".

Lleva días delante de la tarjeta de Smith planteándose si llamarlo o no para preguntarle sobre él, pero nunca se decidía. La vergüenza superaba sus ansias por saber dónde estaba y si estaba bien. Ya no necesitará llamar a nadie. Lo comprobará por ella misma.

Sube el ascensor y se adentra en el edificio mirando a todos lados. ¿Por qué tiene miedo de encontrárselo? Es absurdo. Cuando cree que ha dado pasos de gigante en su autoestima y seguridad se da cuenta de que sigue siendo la misma cría estúpida con las mismas inseguridades de siempre.

—Morena — la llama Oliver en cuando entra por la puerta de la oficina —. No te acomodes, tenemos reunión — explica mientras coge un par de carpetas y termina de cargar una memoria externa con todo el trabajo realizado hasta ahora.

Todos están algo nerviosos. Se mueven de un lado para otro organizando y recogiendo documentos mientras se preguntan unos a otros las mismas cosas una y otra vez. Hasta nota a Helen algo inquieta. Nunca la ha visto correr. No necesita preguntar para saber con quién deben reunirse.

Sabía que el día que tuviera que volver a verlo llegaría, pero nunca es buen día para enfrentarse al hecho de haberse expuesto. Se siente muy incómoda. No puede permitirse anteponer eso a su trabajo. Debe estar relajada para así poder estar concentrada en lo que debe. Así que con mucha calma empieza a reunir el portfolio del packaging y el diseño de la marca. Ha diseñado prácticamente sola varias líneas de producto de principio a fin. Está orgullosa de lo que ha hecho y eso le insufla cierta confianza en sí misma.

Al cabo de unos minutos todos están listos para presentar y defender el proyecto. De camino a la sala de presentaciones, se fija en cada uno de los del equipo. Edgar está en silencio mirando los números de los presupuestos una y otra vez buscando una justificación para los gastos. Adam se cruje los nudillos, nervioso. Si la web se cuelga o tiene cualquier problema él será el responsable. Jack camina con la cabeza bien alta y con esa condescendencia que lo caracteriza. Como si le salvara la vida a todos los que lo rodean. Helen tiene su cara de siempre. Seria. Inmutable. Pero hay cierto matiz de inquietud en sus movimientos. En ese momento ve como Edgar le guiña un ojo y Helen... ¿sonríe? ¿Lo ha visto bien?

La voz de Oliver hablando para sí la distrae. Está repasando mentalmente lo que va a decir en la presentación. Él es la cara de Afrodia y el encargado de explicar la forma de acción que han seguido. De él depende todo el equipo. Él los guía y es responsable tanto de los aciertos como de los errores. Lo sabe y está inquieto.

Oliver es una persona realmente competente. Tiene una cabeza diseñada para trabajar. Es inteligente y creativo. Un profesional en toda regla. Un prodigio del marketing. Con autoestima, pero sin prepotencia. Se toma muy en serio todo lo que hace. Cuando se compromete con algo, llega hasta el final y con resultados increíbles. Si una persona así está asustada, ¿cómo no va a estarlo ella?

Los seis entran en la sala como cerdo que va al matadero. Al primero al que ve es a Smith. Señal indiscutible de que él está cerca. Todos los métodos de relajación que ha probado de camino hasta allí se ven tirados por tierra ante la expectativa de encontrárselo frente a frente.

—Buenos días, señorita Baena — le saluda Smith de manera íntima y personal cuando ella pasa por su lado. Lo hace en voz baja para que sólo ella lo escuche. Ella le devuelve el saludo con una sonrisa. A lo que él contesta con una ligera reverencia con la cabeza. Siempre la ha tratado con mucho respeto y con escuetas palabras, pero siempre siendo muy correcto. Le gusta ese hombre. Y parece que ella a él.

Mira con ojos impacientes toda la sala. Es luminosa y simple. De forma rectangular. Una mesa de cristal en medio con diez sillas negras acolchadas y con el logo de AusTech en los respaldos. Una pantalla de plasma que ocupa una de las paredes casi por completo. Un proyector y una pequeña mesa con un par de ordenadores. Y una figura.

Está de espaldas a ella. Mirando por la ventana. Como siempre. Alto y estilizado. Delgado, pero grande. Enfundado en un traje azul añil. Con el pelo liso y platino peinado hacia atrás con perfección. Tiene las manos cruzadas tras la espalda. Mueve uno de sus dedos dándose golpecitos en una de las palmas. Se gira.

Hace tanto que no lo ve que, en los segundos previos a verle la cara por completo, repasa mentalmente el recuerdo de sus rasgos. Ojos transparentes. Como un tiburón. Cejas rubias y poco pobladas. Tez blanquecina. Ligeras ojeras moradas bajo los ojos. Pómulos marcados. Nariz generosa y fina. Finos labios que conforman una boca de gesto serio. Siempre ese halo de cansancio y malestar. Siempre ese rostro enfermizo, el cual ahora tenía una explicación para ella. Sólo para ella.

Cuando se da la vuelta por completo, puede contemplarlo. Sus ojos vuelan por la sala en busca de ella. Cuando dan con su objetivo, se paran. Máxima puede ver cómo, cuando la ve, se le dilatan las pupilas haciendo su mirada más oscura. Esa forma de mirarla siempre le produce un escalofrío. Lo hace de tal forma que parece que pudiera ver su interior. Como si le desnudara el alma y la dejara expuesta. Sin protección. Sin barreras.

Entonces, casi de inmediato, esos ojos misteriosos rompen el hechizo que la tienen atrapada para ir a parar a otra persona. Ella sigue su mirada. Jack Hell. Apenas lo mira unos segundos y es imperceptible para el resto de la sala. Menos para ella. No es capaz de describir qué expresa esa mirada, pero le parece extraña.

Quizás Jack no se haya ganado la simpatía del equipo, pero es buen trabajador. Sabe lo que hace y lo hace de forma competente. Su único problema es que no sabe recibir y acatar órdenes. No soporta que alguien esté por encima de él. Aparte de eso, no es mala persona. Por eso, esa forma de mirarlo despierta cierta preocupación en ella. No quiere que lo despidan y ya empieza a conocer cómo se las gasta el magnificente señor Wellington.

—Buenos días, señores — saluda Wellington indicando con la mano que se sienten. Todos contestan al unísono y se sientan de forma torpe, tropezándose unos con otros en el proceso. Wellington voltea los ojos ante tal espectáculo —. Como supongo que sabrán — comienza en cuanto todos están sentados y atentos —, la presentación con Prize Resorts será este viernes por la mañana. En las carpetas que tienen delante se encuentra el itinerario de lo que será un día bastante largo — se le nota cansado. Más de lo habitual —. En primer lugar, Millman y Baena, uno como jefe de equipo y la otra como responsable de la marca, se reunirán conmigo a primera hora ese día para ultimar ciertos detalles. En estas carpetas — Smith se acerca a ellos y les entrega a cada uno una carpeta azul con sus nombres —, encontrarán la información necesaria para saber cómo guiar la presentación y qué clase de documentos deberán llevar preparados.

Oliver se dispone a abrir la carpeta con su nombre, así que Máxima lo imita. Wellington levanta una mano en su dirección y los frena con una mirada gélida. Ambos se quedan paralizados con las carpetas a medio abrir.

—Ahora no — les ordena en su susurro tenebroso. De inmediato, los dos las cierran —. Ya tendrán tiempo de echarles un vistazo luego. Ahora acabemos con esto cuanto antes — se toca el puente de la nariz. La cabeza le duele. Ella lanza un suspiro de preocupación sin poder remediarlo. El sonido que produce hace que él la mire, algo que a su vez provoca que ella baje la mirada de manera instantánea y la hunda en la mesa. Bajo ésta se aprieta las sudorosas manos con fuerza —. Después, todos, nos trasladaremos hacia el hotel que tienen en Kent Street para la reunión y defensa del proyecto. Pactaremos los puntos del acuerdo. Lo cual nos llevará la mayor parte del día. Así que les aconsejo que se lleven lo necesario para la cena. Se cambiarán en el hotel. El señor Prize les facilitará habitaciones para que puedan asearse y cambiarse — por fin se acerca a su silla y se sienta con movimientos lentos —. Díganle a sus acompañantes, si es que traerán alguno — la mira a ella —, que la recepción comenzará a las 19:30h — ella no lo mira. No puede —¡Millman! — lo llama aún con los ojos fijos en ella.

En seguida, Oliver se levanta como un resorte. Lo hace tan rápido y con tanta violencia que se da un golpe en la rodilla contra la pesada mesa. Contiene un gesto de dolor y se dirige a los ordenadores para comenzar a mostrarle el trabajo que han estado realizando estos últimos meses.

Oliver se encarga del grueso de la presentación. Lo hace de forma segura y convincente. Admira esa confianza y la capacidad para comerse la sala de esa manera. La exposición es llevada con maestría y soltura. En ocasiones con cierto sentido del humor que despierta algunas sonrisas entre sus compañeros. Incluso en Smith. Aunque no en Wellington. Él parece en otro mundo. No está atento. Tiene la vista fija en las ventanas y mira el exterior. Hecho que ella aprovecha para mirarlo de soslayo. Su aspecto es peor de lo que recordaba. Las ojeras están más marcadas y oscuras.

Es el turno de Adam, que los guía por cada rincón de la página web como lo harían clientes particulares o una empresa interesada. Todo parece ir sobre ruedas, aunque en algunos momentos debe refrescar la página para acceder a ciertas pestañas.

Ahora es Edgar quien habla. Está justificando los gastos y analizando los números para el futuro de la marca. Ahí nadie se ríe. Los nervios pueden palparse. Se han pasado del presupuesto y las previsiones no son mejores. Si Prize no soporta esos gastos el proyecto quedaría invalidado y tendrían que volver a empezar de cero o, peor aún, anular Afrodia.

Entonces el silencio provocado por el fin de la ponencia llama la atención de Wellington, que los mira como si no supiera dónde está. Está serio. Más de lo habitual. Eso nunca es buena señal. Él es quien da el visto bueno. Si no está contento con los resultados, tendrán setenta y dos horas antes de la reunión definitiva para cambiarlo. Lo cual los pondría en verdaderos aprietos temporales.

La tensión invade la sala sumiéndola en un silencio ensordecedor. Sólo se escuchan las respiraciones desacompasadas que esperan el implacable veredicto del verdugo en traje de Armani que tienen delante y que los mira con frialdad.

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