Capítulo 42
En ocasiones se confunde la fe con la estupidez.
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Ha tenido que coger dos autobuses para lograr llegar a la playa en la que pasará unos días con su amiga y esos chicos. Espera que el esfuerzo merezca la pena y que no se pase la semana incómoda en un rincón demostrando lo asocial que es. Cuando llega a la estación, su amiga ya está esperándola. Verla la emociona. Lo cierto es que se han hecho inseparables estos últimos años y eso no suele pasarle muy a menudo. Se baja del bus y se dan un abrazo. Apenas han pasado un par de semanas desde que se vieron por última vez en el viaje de fin de curso en Mallorca, pero aun así están contentas de volverse a encontrar. La expectativa de cinco días de fiesta sin límite y el hecho de que cumplirá dieciocho años en menos de un mes y lo celebrarán por todo lo alto la excitan. Después de andar una media hora, por fin llegan a la casa. Es la casa de veraneo de uno de los chicos. Tiene tres plantas, un porche delantero y un jardín trasero con barbacoa. En total son diez personas contándolas a ellas. Su amiga ya se ha adelantado y ha cogido una habitación en el fresco sótano para ellas dos. Hasta tienen un baño en el interior del dormitorio. Es fantástico. Durante el día, pasa callada la mayor parte del tiempo. Siempre al lado de su amiga o tumbada al sol. Aunque hablar le resulta más fácil de lo que creía puesto que ya los conocía desde hacía tiempo, aunque no muy profundamente. Con la llegada de la noche, llega la hora de enfundarse un ajustado y corto vestido azul eléctrico con la espalda descubierta y salir a disfrutar de algo de música y de la desinhibición que le proporciona el alcohol. Baila y canta hasta que le duelen los pies. Ajena a todo lo que la rodea, unos ojos se posan sobre ella.
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Los fuertes golpes de su corazón contra su pecho hacen difícil, al principio, escuchar la voz al otro lado del teléfono. Las manos comienzan a sudarle de tal manera que le cuesta sujetar el teléfono entre ellas. Con esfuerzo se concentra en prestar atención y así ser capaz de mantener el ritmo de la tensa conversación que sabe que se avecina.
Nunca es buena señal que un médico llame al móvil personal de una persona. Pero lo es menos aún, cuando la calidad de vida de alguien se encuentra pendiendo de un hilo y supeditada al doctor que llama.
—¿Fräulein Baena? — pregunta la inconfundible voz de duro acento bávaro de August Leben. Ella contesta afirmativamente de forma débil —. Buenos días. Mejor debería decir buenas tardes. Supongo que allí será ya de noche — se disculpa de manera educada en un inglés algo ininteligible. Parece que ha estado practicando el idioma.
—No se preocupe — le contesta ella en alemán. En parte lo hace por Leben, para que la comunicación sea más fluida. Aunque la verdadera razón de su interés por no hablar en inglés es Irene que la mira con mucha atención —. Dígame, ¿sucede algo? — pregunta intentando no sonar preocupada.
—Disculpe que la llame sin previo aviso — comienza —, pero es la única hora en la que podemos hablar con tranquilidad sin problemas de horarios— hace una pausa y suenan unos papeles al otro lado del teléfono —. Verá Fräulein, debido a lo delicado de la situación me temo que debo insistir en los términos de la confidencialidad. Soy consciente de lo capacitada que se ha mostrado hasta ahora para no revelar cierta información y espero que siga siendo así — suena amenazante —. Una vez aclarado esto... — Irene se entretiene en probarse otro vestido, hecho que Máxima aprovecha para alejarse un poco —. Supongo que estará usted informada de que el ingreso en nuestra clínica para el examen y evaluación del señor Wellington estaba programado para hace, exactamente, dos semanas.
Así que allí ha estado todo este tiempo. De ahí que no se supiera exactamente dónde situarlo. Había escuchado cantidad de especulaciones. Unos decían que estaba en Japón cerrando algunos negocios. Otros que estaba de vacaciones en Nueva Zelanda. Pero lo cierto es que nadie disponía de toda la información.
Siente una punzada en su interior que no identifica. En cierto modo esperaba seguir formando parte de todo lo relacionado con el tratamiento y seguir siendo el puente entre ambos. Al ver que Wellington la ha desechado sin una explicación, siente algo de decepción. Lo cierto es que, si él no se hubiera ido de viaje, ella habría estado evitándolo. En cierto modo le ha hecho un favor desapareciendo. Después de la forma en la que perdió los papeles y cómo se mostró ante él como una cría llorica verlo le provoca ansiedad. Cada vez que se abre lo único que consigue es apartar a su confidente de su lado. Quizás esa es la razón por la que no se atreve a hacerlo con Travis.
—Resulta que Montgomery no se ha presentado — eso hace que todas sus suposiciones se quiebren en segundos —. No hemos recibido ni siquiera una llamada para avisarnos de las causas de su retraso o, en este caso, de su total falta de compromiso con el tratamiento — está notablemente molesto.
Su cabeza vuela inmediatamente en busca de una explicación. Leben continúa hablando, pero ya no es más que un murmullo. Ella ha desaparecido junto con sus pensamientos. No se esperaba algo así. Wellington no llega tarde jamás a nada, lo sabe muy bien. Y mucho menos se olvida de algo tan importante como es su futuro. Ha debido de pasar algo y el hecho de no saber qué la pone nerviosa.
—Como profesional — continúa Leben interrumpiendo sus cavilaciones —, me siento en la obligación de exigir cierto grado de seriedad en asuntos de este tipo — el enfado parece ir en aumento —. Quizás mi padre se jugara el cuello por ciertas personas en el pasado — ella recuerda la noticia que Oliver le mostró. ¿Es que el doctor está insinuando que fue su padre quien lo metió en problemas con la justicia? —, pero no es mi caso. Lo que he acordado con Montgomery requiere formalidad y sensatez. Y quiero dejar claro que es algo exclusivo con lo que pongo en juego mi carrera. Además de suponer una gran inversión. Hace unos meses mi ayudante, el señor Stefan Pillen, se reunió con él para entregarle unos documentos donde se detallaba la programación y los tiempos de la evaluación, los tratamientos y otra serie de asuntos legales — en ese momento algo hace clic en su cabeza. Eso era lo que había en el maletín que Pillen entregó a Wellington en el restaurante —, los cuales no deben saltarse bajo ningún concepto.
De modo que los laboratorios han estado muy interesados en guardarse las espaldas envolviéndoselas en documentos legales que los salven de una posible demanda por negligencia médica u otra serie de motivos en los que no quiere ni pensar. Cuanto más sabe del supuesto tratamiento, más convencida está del peligro que conlleva. Quizás médicamente hablando, no suponga un riesgo para la salud. Pero si, de algún modo, llegara a saberse, la carrera de Wellington quedaría completamente acabada. Podrían acusarlo de fraude o incluso de tráfico de influencias ya que los laboratorios habían hecho negocios, en varias ocasiones en el pasado, con AusTech.
—Discúlpeme, señor Leben — no quiere llamarlo doctor delante de Irene, puesto que lo entendería y eso despertaría curiosidad en su amiga —. No quiero sonar desagradable, pero no comprendo el motivo de su llamada — dice con sequedad.
Lo cierto es que, cuando conoció al doctor en Melbourne, le pareció una persona inteligente y competente. Pero todo cambió cuando descubrió que había estado aprovechando su posición para temas de índole ilegal como lo era la comercialización de estupefacientes. Desde ese momento, el respeto que le tenía se esfumó. Así que oírlo hablar de seriedad y profesionalidad le resulta ridículo. No tiene ganas de continuar con esa sarta de estupideces hipócritas.
—Quería informarle de que — explica Leben —, puesto que Montgomery no parece estar comprometido con el proyecto ni es consciente de la seriedad del asunto, me veo en la obligación de acabar, de manera inmediata, con todos los lazos que nos unen y, por supuesto, con el futuro tratamiento.
Es obvio que no se ha molestado ni en conocer a su paciente. Si lo hubiera hecho, sabría que es una persona recta y formal que no falta a citas bajo ningún concepto a no ser que sea por un motivo de peso.
Otro "profesional" que sólo busca lucrarse y no el bien del paciente. Se ha cruzado con tantos así en su vida... La mayoría psicólogos de poca monta y psiquiatras no mucho mejores que creían ser dioses sólo porque los acompañaba un título en medicina. Esta última es justo la rama en la que está especializado Leben. Los odia. A toda la comunidad dedicada a la maldita ciencia de la mente. Si realmente alguno hubiera hecho bien su trabajo... Si alguno la hubiera ayudado de verdad...
Esa clase de pensamientos la encienden. Sin darse cuenta, ha estado aumentando la fuerza con la que aprieta el teléfono y ahora está clavándoselo en la palma de la mano. En un intento por no estallar, se muerde la lengua y tapa la boca del móvil para que el doctor no la escuche maldecir. Respira hondo y organiza mentalmente todo lo que se dispone a decirle.
—Si lo he entendido bien — comienza Máxima con fingida tranquilidad —, se cree lo suficientemente íntegro como para dar lecciones al señor... — duda. No puede decir su nombre —. Verá, no se ofenda, pero he leído cierta información sobre sus negocios en el pasado y no son lo que yo llamaría... muy lícitos. De modo que no creo que sea el indicado para hablar de decencia — al otro lado del teléfono sólo se escucha el silencio —. Como bien ha indicado, nos encontramos en una situación exclusiva. Le aconsejo que recapacite sobre su intención de cancelar los planes con él puesto que eso le disgustaría sobre manera y podría querer emprender ciertas acciones... — la advertencia encuentra el punto exacto entre amenaza y consejo y se instala en la cabeza del doctor sembrando el miedo y el desconcierto—, y lo último que queremos es levantar cualquier tipo de revuelo, ¿no, señor? — el tono de Máxima se hace más dulce —. Si él ha decidido retrasar o aplazar la reunión que tenía con usted estoy convencida de que tendrá un motivo más que suficiente para ello — dice. Quiere dejarle claro que Wellington no es ningún crío que se mueva por impulsos —. Pero sigo sin comprender en qué puede ayudarle llamarme a mí en vez de... a él.
Pasan unos segundos en absoluto silencio que parecen años. Eso la impacienta. Mientras ha estado supeditada a la subida de adrenalina que ha experimentado poniendo en su lugar a ese hombre, todo ha ido bien. Ahora que su cuerpo se relaja, la vergüenza por haber reaccionado de esa forma y dicho esas cosas empieza a hacerse con ella haciéndola flaquear. Por suerte, el doctor no puede verle la cara.
Se ha arriesgado mucho. Quizás amenazarlo de esa forma tan directa no ha sido lo más inteligente o, al menos, lo más correcto. Eso sin contar con la cantidad de información de la que carece. Aquellas acusaciones no llegaron a nada y no fueron capaces de demostrar que hubiera algo ilegal en los laboratorios. A parte de que sus crudas palabras podrían encender la furia del doctor y producir el efecto contrario haciendo que quiera cortar relaciones de manera inmediata. Si eso sucediera estaría arrebatándole, en cierto modo, la vida a Wellington. No quiere ni pensarlo. Entonces una voz al otro lado la distrae.
—Llevo intentado contactar con él durante días — explica Leben con un tono más tranquilo. Es obvio que la agresividad en el tono de Máxima ha disminuido la del doctor. Además, elude el resto de cosas que ella le ha dicho y sólo contesta a lo último. Puede que eso sea buena señal —. No ha habido manera de localizarlo por ningún medio. Puesto que es usted su contacto de emergencia...
Esas tres palabras se atoran en sus oídos de manera que su cerebro no es capaz de asimilarlas. ¿Qué acaba de decir? ¿Contacto de emergencia? Lo primero que piensa es que debe de haber sido un error. Lo lógico sería que James Smith o cualquier otra persona de confianza fuera la indicada para algo así, no ella.
—Debe de haber algún error — dice con un hilo de voz. La rudeza ha desaparecido —. Seguramente se ha confundido o...
—No — la interrumpe el doctor —. Tengo los documentos que Montgomery rellenó delante y están sus datos escritos en el apartado de contacto de emergencia. Es la persona con la que debo hablar de existir algún problema, como es el caso — dice con cinismo —. Fräulein, haga el favor de encontrar a Montgomery y dígale que me llame de inmediato para aclarar las condiciones de la nueva cita — cuelga.
Por unos segundos continúa con el móvil pegado a la oreja. La violenta terminación de la llamada por parte del doctor la coge desprevenida. Pero hay algo que resuena en su mente. Nueva cita. Eso es una buena señal. Significa que todo sigue adelante. Al fin y al cabo, parece que la amenaza en cubierto ha surtido efecto por ahora. Aunque haya sido a costa de la relación de cortesía que mantenía con Leben. Está segura de que las posibilidades de ser buenos conocidos se han esfumado. Poco le importa. Ha conseguido lo que quería. Una prórroga para Wellington.
Sin más explicaciones el doctor ha colgado, dejándola con tantas preguntas que le quema la lengua. Por alguna razón, Wellington la ha escogido a ella para casos de urgencia. El sentimiento que tuvo antes de estar siendo apartada por él desaparece por completo. Seguramente la única razón por la que es su nombre el que figura y no el de otra persona sea el idioma y la comunicación. Entonces cae en la cuenta de algo. No tiene a nadie más.
Smith es un señor mayor que ya bastante ocupado está satisfaciendo los deseos de Wellington. Quizás tenga amigos. Nunca lo ha visto con nadie por otra razón que no sea el trabajo. La última opción le provoca un escalofrío. La familia. Sus padres no están. De nuevo, dos personas que estaban en el mundo para cuidar de él y que se deshicieron de sus vidas sin importarle la huella que eso podría dejar en su hijo.
No puede evitar pensar en Travis y en ella. El agujero negro que deja el dolor del abandono, el egoísmo o la crueldad ha dado como resultado tres personas cortadas por el patrón del sufrimiento y la falta de cuidados. Las manchas que esos simples actos del pasado han dejado en sus, entonces, inocentes víctimas se han hecho con sus corazones transformándolos en lo que son hoy en día.
Cada uno ha reaccionado ante lo que les ha tocado de una forma diferente. Cada uno ha gestionado la contaminación producida por sus seres queridos de maneras dispares para adaptarse al mundo y sobrevivir. Ese es el objetivo. Llegar hasta el final, pero ¿por qué? Las personas se enfocan tanto en la supervivencia que olvidan el verdadero sentido de la vida. Vivir. Disfrutar del viaje. Pero, ¿cómo disfrutar cuando estás marcado desde pequeño? Ya sea por una enfermedad como herencia, una madre que antepone su pasión ilícita a su hijo o un ser repleto de odio y furia que se alimenta del miedo y la tortura.
Constantemente se nos insta a luchar por vivir. Lo llaman ser valiente. Esperanza. Fe. En un futuro mejor. Pero, ¿seguir luchando sin expectativas de ganar es fe o estupidez?
—¿Quién era? — le pregunta la aguda voz de Irene. Ha estado tan metida en sus propios pensamientos que no la ha oído acercarse.
—Nadie — es lo primero que se le viene a la cabeza —. Un compañero — dice dándose tiempo para construir una mentira mejor —. De la carrera... de cuando vivía en Alemania. Hacía tiempo que no hablábamos y nos hemos puesto al día — añade sonriendo con dificultad.
—Pues parecías enfadada — añade Irene levantando una ceja. A veces es como un perro tras un hueso.
—¿Yo? — de nuevo busca tiempo para pensar —. No... ya sabes, el alemán puede sonar algo más fuerte de lo normal y dar esa sensación.
A su amiga parece valerle esa explicación porque en seguida cambia de tema y empieza a hablarle de vestidos. Ella, en cambio, no la escucha. Sólo es capaz de pensar en una cosa. Debe contactar, como sea, con Montgomery Wellington. Y quizás sepa cómo hacerlo.
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