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Capítulo 41

Los pequeños detalles son los que capitanean el barco que es la vida. 

*****

Es agosto. Lleva todo el verano viajando de un sitio a otro. Al sol. El color de su piel nunca ha estado tan tostado. Una compañera del colegio con la que ha hecho buenas migas los últimos años, la ha invitado a pasar unos días con unos amigos a una casa en la playa. Puesto que Aria, Axel y Elías se han ido con sus familias a pasar el resto de las vacaciones y no los verá hasta que empiece el curso en septiembre, ha aceptado. Al principio estaba algo reticente. No conoce del todo a los que van a la casa y cree que no les cae muy bien. No suele gustar a los demás. Al menos no por la primera impresión. La gente que no se molesta en profundizar en su forma de ser la cree superficial, asocial y desagradable. Claro que su perpetua cara de asco no ayuda a mejorar esa opinión. Aunque no intente poner ese gesto, lo tiene de serie. Tampoco contribuye el hecho de que no hable. Los demás confunden ese silencio con desgana por socializar con ellos. Quizás en eso no se equivoquen. Muy pocas personas le llaman realmente la atención como para sentirse atraída a mantener una conversación. La cuestión es que su amiga ha insistido tanto en que la acompañe que no ha podido negarse. Lo que todavía no sabe es que ese viaje le cambiará la vida por completo.

*****

Ha pasado el fin de semana trasladando cosas de su piso a la cabaña. Ambos lugares están patas arriba. Su apartamento parece arrasado por un huracán. Hay cajas llenas de ropa por todos lados. Por ahora, eso es todo lo que va a llevarse. No va a dejar el piso. Es muy pronto para poner todos los huevos en la misma cesta.

La cabaña también tiene un aspecto desordenado. La tierra del jardín de la entrada aún está levantada en parte. Sin flores no luce como antes y le da un aspecto más árido. El hecho de que haya llegado un cargamento de tablones de madera para arreglar el porche y la cubierta de la casa no ayudan a armonizar el lugar.

Eso sin contar con que no tienen ventanas. Travis ha decidido cambiarlas para facilitar la entrada de luz natural en la casa. El problema es que cuando vives en un lugar como Australia, las ventanas son la única defensa frente a la ingente cantidad de insectos que luchan cada noche por entrar en tu hogar.

—Travis — lo llama Máxima. Sólo con su tono ya sabe que está molesta —, es imperativo comprar mosquiteras. No puedo seguir así. La naturaleza y toda esa mierda es genial, pero no cuando te acribillan el brazo unos mosquitos mutantes — él mira su brazo. Tiene varias picaduras bastante grandes y abultadas —. ¿Es que en este país no tenéis un solo bicho de tamaño normal? Mira... — le enseña la suela de la chancla en la que hay aplastado un mosquito de tamaño considerable.

—Es un mosquito invasor — da como respuesta Travis.

—¿Y a mí qué más me da qué clase de mosquito sea? — dice conteniéndose —. Déjame las llaves del coche, iré al pueblo a por mosquiteras y a por un poco de uranio enriquecido que parece ser lo único que acaba con estas cosas — añade con sarcasmo y acercándole aún más la chancla a la cara. Él retrocede con cara de asco ante la visión del insecto espachurrado.

Por dentro ella ríe ante el gesto de Travis. A veces le preocupa lo mucho que le atrae fastidiarlo de maneras nuevas y creativas.

—Te recuerdo que no sabes conducir por la derecha — responde con mucha tranquilidad. Esa forma de hablar tan calmada le encanta y desquicia por igual. Nunca consigue alterarlo —. Iré contigo.

—¿No será que quieres volver a ver a esa chica de la tienda... — prueba suerte de nuevo —... de "ropa"? — dice gesticulando las comillas. Desde luego lo que vendían allí no podía considerarse como tal.

Él la mira fijamente con los ojos ocultos tras las cejas rubias. Aquellos chispeantes zafiros que la vuelven loca. Sólo con que la mire así ya le hace perder el sentido. Cada mañana que ve esos ojos se siente afortunada. Y cuando junta todo eso con esa sonrisa de medio lado que muestra las puntas de sus colmillos dándole un aspecto pícaro a su cara, entonces es cuando se derrite por completo.

—Sé lo que pretendes, Brumby — le responde sin dejar de mirarla. Ella no puede evitar curvar la comisura los labios en una sonrisa. Se acerca a ella poco a poco, como un felino. Ella lo observa. Sin tocarla, pega su cara a la de Máxima, rozando su nariz con la punta de la suya y sin quitarle los ojos de encima —. Abre la boca — le ordena con voz grave y de forma tan sensual que a ella no le queda más remedio que obedecer. La abre ligeramente. Él introduce su lengua y lame cada rincón de su boca en un intenso beso —. ¿Nos vamos ya? — pregunta separándose y dejándola a ella con ganas de más. Durante unos segundos que Máxima tarda en recuperarse, no responde.

—No — dice al fin —. Aún no — concluye de forma autoritaria sujetándolo de la camiseta y llevándolo al dormitorio.



Hace horas que no aparta la vista del ordenador. Tienes los ojos secos y algo rojos. La mañana en la oficina está siendo devastadora. Están trabajando contra reloj para poder tener en pie la web y tener algo que enseñarle a Prize Resorts en una reunión que tendrá lugar antes de la cena.

Puesto que todos están ocupados con eso, ella está teniendo que encargarse sola del diseño de marca y empaquetado. Lo cual significa trabajar más de catorce horas al día. Lo bueno es que puede llevarse el trabajo a casa y hacerlo en la tranquilidad del bosque. De esa forma no escucha los constantes gritos e improperios que se lanzan Oliver y Jack continuamente.

Jack no parece terminar de asimilar tener que recibir órdenes. Siempre quiere imponer sus ideas y su forma de actuación. Por su parte, Oliver no puede pasarle nada, puesto que, si lo hace, teme que intente comerle espacio. Como jefe y coordinador del equipo, debe hacerse respetar.

—Te lo advierto por última vez, cíñete a la lista — le dice Oliver con desesperación —. ¿Y qué cojones pasa con Miranda? No para de mandarme correos quejándose de tu gestión.

—Esa mujer es una vieja bruja que... — comienza a defenderse Jack.

—¡Esa mujer es la secretaria del señor Prize! — estalla —. ¿Sabes lo que significa eso? ¿O tu estúpida cabeza deforme no comprende todavía que esa mujer es la encargada de transmitirle a Prize el informe de esta empresa? ¿Y a dónde nos lleva un mal informe? — señala a Helen para que conteste. Ésta lo mira y lo ignora —¡Efectivamente, Helen! ¡Has dado en el clavo! —continúa cómicamente —. Adiós dinero — se responde a sí mismo pegando un manotazo en la mesa — Escúchame, Pennywise — dice bajando la voz y acercándose más a Jack. Máxima sonríe para sí ante tal apodo. Por muy enfadado que esté, sigue siendo él —. Jódela con Prize Resorts y yo voy a joderte a ti. Si esa mujer te dice que tosas, toses. Si te dice que te tires por puente... — gesticula exageradamente con las manos como si lo empujara por un precipicio —. ¡Pues te tiras, joder!

—No entiendo por qué los necesitamos — responde Jack con ira en los ojos —. No son más que unos explotadores que nos ahogarán con sus condiciones — a Máxima su voz le resulta familiar. Además de que, de vez en cuando, siente que lo ha visto en algún sitio antes. Ella y su maldita mala memoria —. Llevaba meses trabajándome a una serie de inversores que lo único que buscan es un proyecto seguro por el que apostar y que estarían dispuestos a darme su dinero sin restricciones.

—Vaya... no sabía que fueras Jordan Belfort — dice Oliver —. ¡Ponte a trabajar! — le grita zanjando el tema.



Después de una mañana ajetreada, ha quedado a comer de nuevo con Irene. Esta vez no ha conseguido engañar a Oliver para que la acompañe. Cuando preguntó si Irene iría, ella no pudo contener una sonrisa traviesa y él se negó en rotundo. Alegó que ya tendría bastante aguantándola en la cena a la que se autoinvitó con tanta clase. Entonces se le ocurre una idea.

—Hola, Helen — se acerca a la chica pálida con cuidado. A veces comen juntas en la sala de la oficina. No hablan durante la comida, pero por algo se empieza. La chica la mira sin expresión —. Verás... — nunca se ha acercado a un "desconocido" para invitarle a nada. Siempre solía ser al revés. Ella era la marginada a la que intentaban integrar en un grupo —. He quedado con una amiga... No sé si la conocerás. Irene Hickling — no hay respuesta —. En fin... la cuestión es que... hemos quedado para comer y luego iremos a ver vestidos para la cena de Prize Resorts. Quizás...

—Quizás... — comienza Helen —. Quizás como soy chica también quería ir a gastar mi tiempo y dinero en caras tiendas de Pitt Street Mall. ¿no? — responde de forma contundente, pero sin mala intención en su voz. Es como un autómata —. Además — dice volviendo a hundir la cabeza en el ordenador —, ya tengo vestido, pero gracias.

—¡Vaya! — exclama con una sonrisa forzada Máxima —. ¿Puedo preguntarte cómo es? — intenta suerte de nuevo para entablar una conversación. La verdad es que no sabe por qué lo hace. Lo único que quiere es salir de allí.

—Rojo — eso es todo.

—Muy detallado... — susurra en español para sí —. Bueno, ha sido un placer. Hasta luego — Acto seguido coge su bolso y sale de esa oficina como un trueno. Para una vez que decide socializar y ha tenido que escoger a alguien como Helen.

De modo que acude sola a la comida. La verdad es que últimamente ha logrado conectar con Irene más que cuando trabajaban juntas. Parece más tranquila, menos artificial. La conversación es fluida y Máxima disfruta de su jovialidad.

Parece que le va muy bien en su nuevo trabajo. Se ha hecho amiga de la mitad de la plantilla. No le cuesta creerlo. Irene tiene don de gentes. El hecho de llevar toda su vida presentándose y conociendo a gente importante la ha llevado a desarrollar una técnica realmente impresionante para mantener conversaciones de todos los temas con gente de todo tipo.

—Bueno, ahora cuéntame tú — le dice a Máxima —. ¿Qué tal va todo por el paraíso? — le pregunta refiriéndose al trabajo.

—Bien — responde de manera escueta —. Mucho trabajo, la verdad. Está siendo realmente agobiante. Además, el tío que se supone que debe guiarnos anda desaparecido.

—Ah, sí. Ese tal... — Irene hace memoria —, Montgomery no sé qué, ¿no? — pregunta —. ¿Y eso? ¿Ha desaparecido así sin más? Es realmente extraño.

—En fin — contesta Máxima intentando cambiar de tema. Lleva cerca de un mes fuera de juego. En parte eso le molesta y el no saber por qué le molesta. No quiere hablar de él —. Tengo el resto del día libre. Adam está terminando de montar una cosa y hasta que no acabe no tengo trabajo, ¿nos vamos ya de compras? — tan pronto como pronuncia esas palabras, Irene pega un gritito agudo, coge su móvil y retrasa un par de reuniones.

—Mi tarde acaba de quedar totalmente libre — responde con una sonrisa.

Después tres horas y unas veinte tiendas, tienen los pies destrozados. Necesitan descansar. Se plantean si tomar alguna copa en un pub del centro. Pero sin darse cuenta, se han alejado y ya están más cerca del piso de Máxima. Así que deciden ir allí a tomar algún refrigerio. De esa manera también podrán probarse la ingente cantidad de vestidos que han comprado y decidir con cuál quedarse.

Aunque Máxima lo tiene claro desde que lo vio. Algo en ella se activó cuando tuvo ese vestido entre sus manos. Es perfecto para ella y está deseando poder lucirlo.

—¡Dios mío! — grita Irene desde el dormitorio. Máxima sale corriendo en su busca sobresaltada —. ¡Te han robado! — exclama con las puertas del armario abiertas de par en par y viendo que apenas hay ropa dentro. Máxima suspira al ver que no ocurre nada grave.

—No me han robado nada — dice sonriendo. No le ha contado que está medio mudándose —. Me he llevado... — duda si hacerlo —, algunas cosas.

—¿Llevado? ¿A dónde? — pregunta con el ceño fruncido Irene.

—A casa de Travis — responde sin miramientos —. Estamos probando qué tal nos va viviendo juntos. Así que he llevado parte de mi ropa para no tener que estar viniendo aquí constantemente — explica ignorando el gesto atónito de su amiga —. Pero los vestidos de noche los he dejado aquí, así que puedes probarte lo que quieras.

—Ya... — Irene se ha girado y se ha puesto de cara al armario —, no es que tengas muchas ocasiones de usar estos modelitos con él... — dice pasando uno a uno los vestidos que cuelgan de las perchas.

Máxima pone los ojos en blanco, pero no dice nada. Se limita a sacar la ropa nueva de las bolsas y ponerla encima de cama. No tiene ganas de discutir. Considera que no tiene sentido. Ahora mismo lo que quiere es tomarse unas copas y probarse vestidos. Entrar en una discusión con Irene retrasaría ese hecho o incluso lo estropearía por completo. De modo que guarda silencio.

—¿Y sabes algo más de las causas del despido? — pregunta Irene mientras se desviste y se prueba un traje rojo. Máxima niega —. Es extraño, ¿no crees? — continúa —. Ya sabes, que lo hayan despedido de repente y sin ninguna explicación.

Sí que le dieron una explicación, pero no tiene intención de contársela. Eso sólo prendería la llama del odio irracional que su amiga tiene por él. Desde luego una acusación por acoso laboral es lo último que necesita contarle a Irene. Opta por encogerse hombros y continuar con lo que está haciendo.

—¿Y qué está haciendo? ¿Ha encontrado un nuevo trabajo? — prosigue.

—No — responde con tranquilidad Máxima —. Ahora mismo está tomándose un tiempo de la ciudad y los horarios. Está trabajando en la cabaña. Necesitaba un arreglo y lo cierto es que está quedando muy bien — miente.

Vio los planos que Travis dibujó y todo tenía buena pinta. Pero ahora mismo lo único que se ve son agujeros en la tierra, tablones de madera por doquier, ventanas inexistentes y herramientas en cada rincón. Sabe que cuando acabe, todo quedará perfecto, pero todavía queda mucho camino que recorrer.

Irene, con cara de condescendencia, lanza un gemido de aprobación algo forzado. Cuando habla es malo, pero cuando calla es aún peor. Máxima sabe que es una buena chica. No tiene mala intención. Aunque sus modos no son lo más indicados. Ella no lo conocer bien. Quizás, en la situación inversa, ella reaccionaría de igual modo que Irene ante un hombre que puede resultar de dudosa integridad. No comparte la opinión de su amiga, ni sus métodos, pero la entiende. No puede enfadarse con ella por interesarse por su bienestar.

—Por cierto — dice Máxima recordando algo que le parece increíble que haya olvidado —, tu amiguito misterioso... — continúa entre risas —, ¿qué es de él? ¿Qué piensa de que vayas con Oliver a la cena?

Nota como Irene se tensa bajo sus preguntas. Como le da la espalda, no puede verle la cara. No sabe si le han molestado sus preguntas o si simplemente está pensando en otra cosa y no la ha escuchado. Cuando se dispone a insistir, Irene se gira. Su cara es triste. Como la de una niña pequeña a la que le han arrebatado su juguete favorito.

—No sé nada de él desde hace tiempo — admite al fin —. Hubo un momento en el que pensé que todo iba bien. Volvió a contactar conmigo. Nos vimos y fue genial — continúa sentándose en el borde de la cama, cerca de Máxima —. Todo súper pasional, ya sabes a lo que me refiero — ella asiente —. Y de repente... — lanza un suspiro —, la indiferencia más absoluta. ¡Estoy cansada! Desde que nos conocimos la relación ha sido un ir y venir. Nunca era yo quien contactaba con él. Siempre era cuando él decía y quería. ¡Y no es justo! — alza la voz con un puchero que le hace parecer un bebé —. Así que cuando me llamó después de semanas sin saber de él, me juré a mí misma que exigiría algo más...

Lo cierto es viéndola así siente cierta pena por ella. En realidad, es una chica inocente que se ha enamorado de algún tipejo desagradecido. No es la primera que conoce en una situación similar ni cree que sea la última por desgracia.

—¿Y qué pasó? — no necesita preguntar para saber la respuesta. Aun así, lo hace para ayudarla a soltarlo.

—Pues... — comienza Irene. Entonces algo distrae su mirada, que se posa fijamente en un punto —. Te llaman — le dice a Máxima sacando su móvil de entre los vestidos que hay tirados en la cama —. Un tal... — lee el nombre en la pantalla del teléfono —. August Leben — Máxima se congela. Su corazón late desbocado un par de veces para luego parársele por completo. Abre la boca levemente sin poder evitarlo. Es la última persona de quien espera una llamada —. ¡Venga, cógelo! — la inquiere Irene lanzándole el móvil que, increíblemente, Máxima logra coger en el aire.

—Baena, ¿Hallo? — saluda con la boca seca y el pulso por las nubes.

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