Capítulo 40
A veces, lo que buscamos con tanta intensidad está frente a nosotros.
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Ha regresado de la mayor aventura de su vida. Dos semanas en Mallorca han disipado todo el estrés causado por el ingreso a la universidad. Ha decidido probar suerte en la carrera de arquitectura. En un par de meses estará paseando por los pasillos de la facultad. Un punto intermedio entre lo bohemio de las bellas artes y la proyección de un buen sueldo como empleada o socia en algún estudio. Una forma de mantener cerca el dibujo y el diseño sin perder la perspectiva de un futuro de facilidades y sin restricciones económicas. Si hay algo que tiene claro, es que el dinero sí da la felicidad. Para ella eso es importante. Porque tener dinero significa tener posibilidades. Poder acceder a todo lo que el mundo puede ofrecerle. Sin restricciones. Pero, sobre todo, significa ser independiente. No necesitar nada de nadie. No tener que volver a acatar órdenes crueles para conseguir cierta comodidad en su modo de vida. Lleva mucho tiempo sometida. Quiere ser libre. Está convencida de que llegará a serlo y nadie la hará sentirse mal por ello. Volará. Muy lejos. Algún día. Encontrará la manera de ser feliz por sus propios medios. No dejará en manos de nadie su felicidad y su plenitud. Si lo consigue, será por sí misma. Pasará y se irá de esta vida tal como llegó y como ha vivido hasta ahora. Aislada. Autosuficiente. Sola. Y lo hará sabiendo que fue su decisión. De nadie más.
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El olor a barniz y serrín se apodera de la habitación. Las luces, de un tono amarillento, van iluminando más y más la sala. Hay madera y muebles sin acabar por doquier. Pese a eso, hay uno en particular que llama su atención. Está sobre la mesa de trabajo. Es una especie de cómoda pequeña. Ella se acerca para verlo mejor.
A primera vista tiene una línea sencilla. Esquinas rectas y sin excesivas florituras. Pero a medida que lo ve más de cerca, empieza a apreciar los detalles. Las patas están talladas como si unas plantas de color más opaco intentaran escalar el mueble. Tiene varios cajones a los que aún les faltan los tiradores. Dibujado sobre ellos en un tono más claro, la silueta, algo abstracta, de una flor. La reconoce al instante. Un zarzo. Pese a que está esbozado con unas pocas líneas muy sutiles, el resultado es increíblemente intuitivo. El tono de la madera es más oscuro que la que es usada para el resto de muebles que hay alrededor. En cada pequeño aspecto, es diferente a los demás. Tiene un toque menos rústico y más sofisticado. Es único.
—No lo toques — le avisa Travis cuando ve que ella eleva el brazo —. Le di la primera capa de barniz ayer y aún no habrá secado — ella siente y retira la mano sin dejar de mirarlo embelesada —. ¿Te gusta? — pregunta con impaciencia, ya que ella no emite sonido.
—Esto es... — busca la palabra adecuada —. Esto es admirable — dice en un susurro.
—Y también es tuyo — esas palabras provocan una reacción inmediata en ella, que lo mira atónita —. Llevo varios meses trabajando en él. Ha sido difícil hacerlo sin que te des cuenta — dice sonriendo. En cambio, ella permanece seria.
—¿Desde cuándo...? — alcanza a preguntar —. ¿Hace cuánto que...?
Él duda durante un momento. Mira a su alrededor, como buscando algo. Con gesto parsimonioso, se acerca a una mesa y abre un cajón. Saca algo de su interior. Algo cuadrado y blanco, como un papel pequeño. Se acerca a ella y se lo muestra.
Es una servilleta. Tiene algo escrito. "Café-Bar Poppy's". Le suena ese nombre. Lo ha visto en algún sitio. Entonces recuerda. Es la cafetería que está enfrente del taller mecánico de Kahlil, el que arregló su moto. Es donde esperaron a que la moto estuviera reparada. Donde tuvo la primera conversación con Travis. Donde se conocieron, por así decirlo. Ahora que lo piensa, se acuerda de que él dibujaba algo mientras hablaban. Algo que no consiguió ver en aquel entonces. Le da la vuelta a la servilleta en busca del dibujo misterioso. Lo encuentra. Es un boceto. Un esbozo de un mueble. El mismo que tiene frente a ella. Tiene algunas anotaciones a los lados. Términos que ella desconoce. Deben ser apuntes sobre los detalles.
—Se llama secretaire. Es una especie de bureau de origen francés del siglo XIX —explica sin percatarse de que ella ya no escucha. Se ha perdido en sus pensamientos —. Tiene una pieza de madera retractable en forma de tapa — continúa abriendo el cajón superior con cuidado —, que al bajarla deja al descubierto el escritorio y una serie de cajones ocultos y estantes — ella sigue mirando la servilleta —. Estos muebles se fabricaban principalmente para las damas de la alta sociedad. Era donde guardaban su correspondencia personal. Pero, sobre todo, era donde escondían sus más grandes secretos. De ahí la gran cantidad de compartimentos ocultos — la mira. Nota su extravío mental. Se acerca a ella y entrelaza sus dedos en los de la mano de ella. Instantáneamente, Máxima despierta de su ensimismamiento y clava los ojos en él —. Desde cartas de sus amantes hasta conspiraciones ocultas — ella mira el bureau de nuevo —. Es madera de caoba — dice mirando su pelo mientras pasa la mano libre por su rostro colocándole un mechón tras la oreja.
La elección de ese tipo de madera no ha sido aleatoria. Ni la del mueble. Todo está más que pensando. Todo está creado con un sentido. Un fin. Ese mueble la representaba a ella. Representa una extensión de sí misma sobre el que poder volcar lo que lleva dentro. Está diseñado a su imagen y semejanza. Un exterior robusto y aparentemente impenetrable. Sin asas a simple vista de las que tirar y abrir los cajones para observar su interior. Con gavetas ocultas repletas de secretos. Y, en medio de todo eso, la calidez de una flor dorada. Sin gran protagonismo. Un sencillo y sutil rastro de luz en medio de toda esa oscura madera. Detalle que armoniza la estructura arrojando un brillo áureo. Sin duda, eso lo representa a él.
—Tú... — apenas le sale la voz — ¿Hiciste esto cuando nos conocimos? — pregunta mostrándole la servilleta entre sus manos temblorosas. Él asiente —. Yo... no sé qué decir...
Jamás nadie había hecho por ella algo similar. Jamás alguien la había representado con tanto atino. Ahora es consciente. Ahora se da cuenta de que siempre la ha visto tal y como es. Nunca ha conseguido engañarlo. Siempre ha sabido como es realmente. Desde el primer día. Sólo un par de frases y unos dibujos fueron más que suficiente para inspirarlo a hacer algo así.
—Podrías dejarlo aquí y guardar en él las cosas que has traído — propone tímidamente —. Entonces no lo pensé para ese fin, pero dadas las circunstancias, creo que sería ideal.
Ella lo mira. Con el rostro serio. Su cabeza va a mil pensamientos por segundo. Intenta asimilar las sensaciones que le provoca lo que él ha hecho para ella. Todo este tiempo, ha estado pensando que era capaz de ocultarle su naturaleza. Ha estado pensando que, en el fondo, él no sería capaz de comprenderla. Que no era consciente de sus miedos o virtudes. Que no la veía por completo. Todo este tiempo, ha estado equivocada. En cierto modo, lo ha menospreciado. Y se odia por ello. Ese hombre le está ofreciendo hechos. Hechos notables de su amor por ella. ¿Cómo no iba a corresponderle entregándole todo lo que tiene? Lleva tanto tiempo buscando algo así..., tanto tiempo rodeada de personas falsas y vacías que no ha sabido reaccionar cuando se ha dado de bruces con un ser realmente puro y válido.
Con paso seguro, se acerca a él y lo abraza con fuerza. Oculta la cara en su cuello, sintiendo las cosquillas que le ocasiona su barba rozando con su nariz. Está emocionada y no puede ocultarlo. Mejor dicho, no quiere ocultarlo. Quiere mostrarlo. Al mundo entero si hace falta. Quiere, por primera vez, que todos sepan lo que siente. Lo que siente por él. Porque lo ama. Con más intensidad de lo que lo ha hecho jamás. Porque no tiene miedo. Porque está segura de que él nunca le hará daño.
Él recibe su abrazo con veneración. La envuelve entre sus brazos. Proporcionándole el apoyo que necesita. Huele su pelo, absorbiendo cada matiz. Durante unos minutos, todo está en silencio. Permanecen abrazados. Ella necesita tiempo para recomponerse. No quiere que su voz suene sollozante. No quiere llorar delante de él. Hay cosas que nunca cambian, piensa. Y ese pensamiento la hace sonreír.
—Tendrás que hacerme uno más grande — dice suspirando, aún con la cabeza escondida —, porque pienso traer todas mis cosas — intenta sonar amenazante, pero esas palabras producen todo lo contrario en su oyente, que ríe cariñosamente mientras la abraza más fuerte.
—Te haré todos los armarios que quieras — dice antes de fundirse con ella en un entrañable beso.
Cuando despierta, ella no está en la cama. Deben de ser más de las tres de la mañana. Al principio, piensa que estará en el baño. Al no ver la luz de éste encendida ni escuchar ningún ruido, se preocupa. Lo cierto es que siempre siente un poco de miedo cuando se trata de ella. La conoce bien, pero su personalidad inconstante le quita el sueño. La incertidumbre de no saber qué será demasiado para ella le provoca pesadillas. Pero la ha visto segura de su decisión. La ha visto feliz. No debe temer que lo abandone. Aunque es difícil creerlo cuando ya lo han abandonado una vez.
Con esfuerzo, se levanta de la cama. Recorre la casa en su busca. No la encuentra. Entonces, escucha algo. Viene del porche. Sale de la casa. Pese a ser de madrugada, el calor y la humedad son algo sofocantes. La ve. Sentada en una de las cómodas con Poe en sus brazos. Lo está acariciando. Puede oír el ronroneo del animal a metros de distancia.
—¿Max? — ambos, el gato y ella, alzan la cabeza en su dirección —. ¿Va todo bien? — dice con la voz ronca debido al sopor en el que aún se encuentra sumido —. Me he despertado y no estabas. ¿Qué haces aquí?
—He estado pensando... — esas palabras lo despiertan de inmediato.
—Cuidado, no vayas a hacerte daño — bromea. Ella lo mira fingiendo indignidad, pero una sonrisa asoma en sus labios sin poder remediarlo —. ¿Qué pasa? — le pregunta sentándose a su lado y poniendo el brazo por encima de su hombro, rodeándola.
—El bureau — comienza —, tenía unas plantas que trepaban por las patas y se difuminaban al llegar al grueso del mueble — puede notar la respiración calmada y acompasada del pecho de él en su espalda —. ¿Qué son?
—¿Por qué lo preguntas? — dice misterioso.
—Todo lo has hecho con un sentido — se explica —. Lo diseñaste y creaste pensando cada detalle. Creo haberlos captado todos, menos ese. Supongo que significa algo. Me gustaría saber qué.
—Es un guán de México — responde al fin —. También conocida como hiedra venenosa — la voz se acalla —. Representa el mal — ella se tensa. Él teme que, si continúa, pueda ofenderla —, el dolor y el sufrimiento — prosigue —. La hiedra se apodera de todo lo que está abandonado y derruido, como lo hace la crueldad. Es capaz de subir por las paredes de un imponente castillo — la aprieta entre sus brazos. Se refiere a ella —, reduciéndolo a ruinas y haciéndose con todo a su paso — dice con rudeza. Algo en su tono la hace pensar que no habla sólo de ella —. Es difícil arrancarla y hacerla desaparecer por completo. Requiere esfuerzo, constancia y fuerza de voluntad. Por un momento, puede confundirse el arropo de su feroz propagación con protección. Cuando te cubre hasta dejarte a oscuras, puede creerse que te está resguardando del mundo exterior, y puede que así sea — no le ve la cara. Su voz es tranquila. Aun así, puede sentir la ira en sus palabras —. El riesgo es que la hiedra va consumiendo el lugar donde se pega. Igual que la maldad te consume el corazón. Saca la sustancia, se come la piedra y desgasta la superficie. Hasta que un día no te reconoces. Hasta que un día te despiertas y ves que te lo han quitado todo.
A medida que habla es más consciente de lo que esas plantas significan en el diseño del secretaire. Son sus monstruos. Escalando por ella para sumirla en la negrura más espesa y acabar con lo que realmente es. Y no sólo los de ella. También representa los de él. Está siempre tan sumida en sus propias preocupaciones, que no ha visto que él también sufre. Ha estado tan preocupada de no hablar de sí misma que ha olvidado hablar de él y con él.
Siente vergüenza. Pero no la que la consume cuando debe socializar con desconocidos o la que le provoca la timidez excesiva que la caracteriza. Siente vergüenza por su comportamiento. Por su hipocresía. Va por el mundo juzgando a la gente que la rodea y apartando a las personas a golpe de cinismo, alegando que nadie la entiende y que por eso está sola. Pero es mentira. Nadie la comprende porque ella no se explica. El problema no lo tienen los demás. El problema es exclusivamente suyo.
Él ha sido capaz de verla a ella en su totalidad sin necesidad de hablar. Ha podido captar su esencia y darle a entender que la comprende de una manera única. En cambio, ella no ha podido ni sumar dos más dos. Él siente dolor. Cada día. Está roto. Es otro de muchos a los que han hecho daño. Uno irreparable. Uno proveniente de una persona que se supone que está en el mundo para protegerte y cuidarte, no para herirte y dejarte sangrando con una herida en el corazón y otra en la mente.
—Cuanto más destruye — continúa tras un leve silencio —, más fuerte se hace. Se alimenta del espacio al que se agarra con vehemencia. Lo mismo sucede con el miedo y el dolor. Su ponzoña envenena el alma intoxicando tu interior y a los que quieren entrar en tu vida — la respiración de Máxima se hace más pesada. Agradece estar dándole la espalda. Sus ojos comienzas a vidriarse —. Max, mírame — le pide suplicante. Ella obedece —. Hay un rayo de esperanza. Siempre lo hay — dice sujetándole la barbilla con suavidad y clavando su mirada turquesa en ella —. El mal, como la hiedra, no tiene cuerpo. Sus tallos son finos y no tiene fuerza para crecer por sí sola. El mal no tiene forma. Necesita de alguien. Es un parásito que se alimenta de lo que no es suyo — los ojos de Travis son más azules que nunca. Por ellos, se derrama una lágrima —. ¡No le perteneces! ¿Me oyes? — exclama elevando la voz y sujetándola por los hombros —. ¡Eres libre! Libre para ser feliz. No le debes nada a nadie. Y menos si la deuda debes pagarla con dolor — lo que le dice empuja sus lágrimas, que salen de sus ojos lentamente, uniéndose a las de Travis —. Necesito que me escuches bien. No permitas que el pasado se haga contigo. No permitas que los que te dañaron te definan. ¡Prométemelo, Max! — la inquiere desesperado.
—Te lo prometo — consigue decir ella entre leves sollozos y sin dejar de mirarlo.
—Si tú eres capaz de hacerlo entonces creeré que es posible superar cualquier cosa. Necesito de tu fuerza y aplomo para volver a creer. Para tener fe en que hay una salida — le está suplicando que lo salve —. Sólo tú puedes mostrarme el camino. Eres la persona más valiente que conozco. Si tú no puedes conseguirlo, nadie puede — ella suspira mientras se seca las lágrimas torpemente con la mano —. No sé qué hay en tu interior. No sé qué te pasó. Y no quiero saberlo si tu no quieres. No lo necesito para comprenderte — esa afirmación le eriza la piel — Pero no dejes que te consuma, Max — le advierte excitado —. No dejes que te ahogue su hedor tóxico que te envenena el corazón. Eres más fuerte que eso. Tú eres fuego. Y nada ni nadie podrá hacerte daño.
Entre sollozos, se besan. No hay más palabras que expliquen el amor que se procuran. Él se ha encargado de decirlas todas. Sus labios se juntan formando un único ser. Es un beso implorante. Cubierto por el deseo más puro y la sinceridad más plena.
Ante él, ella es transparente. Como las aguas de un mar en calma. Y así es como se siente entre sus brazos. En calma. Por fin comprende. Todo el tiempo perdido buscando una solución a su toxicidad cuando tenía la respuesta frente a ella. No tenía que huir ni alejarse. Sólo había una persona que podría curarla. Ella misma. Travis se lo ha hecho ver con sus últimas palabras. Sin la ayuda de él nunca hubiera comprendido algo que ahora se le antoja tan simple y lo ama por ello.
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