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Capítulo 37

Hasta que no nos encontramos ante una situación límite, no nos conocemos.

*****

Hace dos años del juicio. Hace dos años que vive con su hermana y su cuñado. Se ha instalado bien. Tienen una buena relación. Su hermana es una persona inquieta y Máxima se deja hacer. La convivencia es plácida. No suelen discutir por nada. Tienen unos gustos similares y se hacen compañía la una a la otra. Hablan de todo. De todo, menos de aquella noche. Su hermana lo ha intentado, pero no ha logrado abrir esa puerta. Máxima sabe que sus hermanos han ido a visitarlo a la cárcel en alguna ocasión. No les guarda rencor por ello. Todo lo contrario. Lo comprende. Ellos tuvieron una infancia con él. Conocieron a un hombre bueno y honesto que los crio y que les leía cuentos por las noches antes de acostarlos y besarles la frente. Para ellos es más difícil ver sólo la parte mala. Con el tiempo, han sido capaces de tolerarle. Decir perdonarle sería demasiado inexacto. Ella ni tolera ni perdona. Recuerda sus palabras. No se las ha repetido a sus hermanos. No es necesario hacerlos sufrir ni confundirlos aún más. Ambos respetan su determinación de no ir a verlo. No insisten. Ese tema está muerto y enterrado. Junto con su madre. Nunca volverá a abrir esa parte de sí misma. O eso cree. El año que viene entrará en la universidad. Sus notas han mejorado ligeramente en los últimos años. Nunca ha sido una estudiante modelo. Hace lo suficiente para aprobar. "Una mente desperdiciada" suelen decir sus profesores, que saben que no es por falta de inteligencia, sino por desgana. La verdad es que le cuesta sentir interés por las cosas. Todo y todos, en algún momento, terminan por aburrirla. Hay una cosa. Algo que le supone un estímulo permanente. El dibujo.

*****

Está llegando a casa. Al meter la mano en el bolso para sacar las llaves, siente un dolor punzante en los nudillos. Los tiene algo magullados por el golpe que le propinó a Wellington. Se pega un pellizco en el brazo para desviar el dolor. No quiere pensar en él. No quiere plantearse lo que acaba de ocurrir. Debió haber sabido reconocer sus intenciones. Debió haberse ido cuando tuvo ocasión. La culpabilidad le recorre el cuerpo en un escalofrío...

Sale del ascensor y enfila el pasillo hacia su apartamento. Ve algo apostado frente a su puerta. Las luces parpadean un momento antes de encenderse del todo y dejarla ver con precisión de qué se trata.

Travis. Está sentado en el suelo junto a la puerta de su piso. La ha estado esperando. Son más de las once de la noche. ¿Cuánto llevará ahí? Recuerda que tenía varias llamadas perdidas y mensajes que le suplicaban que lo llamara. No lo hizo. Ha tenido un día tan duro y largo que no ha podido pensar en él y en las condiciones de su último encuentro.

Los ojos de él, como el pasillo, se iluminan al verla. Rápidamente, se pone en pie. Ella se ha parado a un par de metros de él. Mantiene las distancias. No ha decidido cómo se siente. No ha tenido tiempo. Lo cierto es que no puede ni quiere enfrentarse a él. Sencillamente, no tiene fuerzas. Las ha consumido todas.

Ve su hermoso rostro tostado. Sus ojos, siempre brillantes, están apagados. Sus carnosos labios tiemblan. Es la viva imagen del arrepentimiento. Pese al dolor que le produce verlo así, admira su belleza por unos segundos más. Cuando ya no puede contenerse, rompe la distancia que existe entre ellos y se lanza sobre él para fundirse en un abrazo. Lo aprieta con fuerza y enreda sus dedos en su pelo dorado. Agarra su camiseta con desesperación, atrayéndolo más hacia sí. Él la sujeta con firmeza. Deseando no soltarla nunca. Besa su coronilla sin cesar.

Las luces automáticas del pasillo se apagan, dejándolos a oscuras. Ella aprovecha esa lobreguez para llorar en silencio. Oculta la cara entre su cuello. Se tapa la boca sutilmente para bloquear los sollozos. Tiene los nervios a flor de piel. No puede controlar sus emociones. Sólo sabe que lo necesita. Busca sus labios con su boca. Cuando los encuentra, sujeta su cara en las manos para evitar que él pueda ver sus lágrimas. Consigue recomponerse. Sin separarse el uno del otro, entran en el apartamento, también a oscuras.

Cae en la cuenta de que Irene debe haber llegado ya a casa. Le indica a Travis que guarde silencio. Mira hacia el sofá, en busca de su amiga. Pero no está. Ni siquiera ha abierto la cama. Es raro. ¿Dónde estará?

Antes de que pueda plantearse el paradero de Irene por más tiempo, unos brazos la rodean desde atrás. Debido a la presencia de Irene, no han tenido posibilidad de intimar en la última semana. Ambos están ardiendo. Travis le aparta el pelo hacia un lado. Con una mano sujeta su cuello con firmeza, obligándola a elevar la cabeza, y depositando ardientes besos en él. Ella, con la boca entreabierta, muerde uno de los dedos que se pasean por sus labios. Él, con el torso completamente pegado a la espalda de ella, le gira la cabeza para besarla con fuerza y obligándola a abrir más la boca, volcando en ella el deseo desesperado de poseerla.

En un movimiento rápido, ella se gira para ponerse frente a él. Lo besa con fiereza. Introduce su lengua furiosa en la boca de él. Puede notar cómo se araña los labios con sus dientes. El dolor la aviva. Le sujeta del pelo y tira de éste. Eso provoca un gruñido ronco por parte de Travis. Le quita la camiseta y, sin dilación, desabrocha sus pantalones con impaciencia. Antes de que a Travis le dé tiempo a reaccionar, ya está completamente desnudo. Ella lo mira, devorándolo con los ojos. Lo toca. Él pone los ojos en blanco ante tal contacto.

—Sé brusco conmigo — le susurra en el oído en un gemido.

Ambos se miran. Con sus rostros muy cerca el uno del otro. Ella, suplicante. Él, hambriento. Ante esa petición, Travis hierve. Siempre ha sido cuidadoso con ella. La ha tratado con delicadeza, respeto y profunda pasión. Pero no puede negar el ardor que siente en sus entrañas al escucharle decir algo así. Pensar en poseerla sin condiciones y sin sutilezas le provoca una sacudida que invade su cuerpo. El hecho de que se entregue a él de esa manera activa aún más su ansia.

Sin miramientos, la sujeta y la empuja contra la pared con fuerza. El golpe resuena por todo el piso y ella gime por el impacto. La besa con brutalidad. Desciende por su cuello y le muerde las clavículas. Cuando se encuentra con la tela del vestido interrumpiéndole el paso, le da la vuelta en un movimiento rápido y le baja la cremallera para quitárselo por completo. Desabrocha su sujetador y arranca su tanga partiéndolo en dos. Ella suspira al sentir el tirón. Él aprovecha que está de espaldas para agarrar su trasero. Es firme y abundante. Sin duda, su parte favorita. Vuelve a darle la vuelta para ponerla de frente. Admira su torneado cuerpo curvilíneo.

Sin poder contenerse, la coge y la eleva mientras la besa con necesidad. La atrapa contra la pared. Acomoda su cadera entre las piernas de ella, que sujeta entre sus brazos. Con decisión, se aloja en ella. Siente como su húmedo interior le da la bienvenida. Ella abre la boca y gime ante la bestial intrusión. Las acometidas hacen que la espalda de Máxima choque continuamente contra la pared enérgicamente. Pero no siente dolor, sólo placer. Entre impetuosas embestidas y gemidos desatan la pasión que había estado contenida.

Despierta a la mañana siguiente entre sus brazos. Con los labios hinchados y el cuerpo algo dolorido debido a la intensidad de la noche anterior. Travis duerme profundamente a su lado. Es la primera noche que pasa en su casa. Se deshace de su abrazo con cuidado de no despertarlo. Baja de la cama, con las piernas temblorosas. Permanece de pie, observándolo. Se fija en su respiración. En como sube y baja su musculoso y bronceado torso desnudo entre las sábanas. Contempla la perfección de cada parte de él. El pelo, largo y sedoso, desordenado sobre la almohada. Su pequeña y recta nariz, algo enrojecida por el sol. Ahora que sus ojos, cerrados, no captan toda su atención, aprecia sus abundantes pestañas rubias. En momentos así le cuesta creer que sea de verdad.

Necesita tocarlo. Necesita saber que no es un sueño. Que existe realmente y que es suyo. Sólo suyo. Pensar que ha tenido la suerte de encontrarlo aviva su esperanza. Se había resignado a creer que no volvería a rehacer su vida. Que siempre estaría sola. Pero no puede luchar contra lo que siente cuando está con él. Se siente completa y a salvo. Rodeada por una blanca y cálida luz que la protege de todo lo malo que hay en ella. Por primera vez en mucho tiempo, siente que está escogiendo el camino correcto al permanecer a su lado. Por primera vez en mucho tiempo, siente amor en su corazón.

Se inclina sobre él y acaricia su larga barba con suavidad. Le encanta el cosquilleo de ésta en su rostro cuando la besa. No puede reprimir las ganas de besarlo. Cuando roza sus labios, él lanza un pequeño gruñido.

—Despierta, dormilón — le dice con cariño en la oreja.

Travis no se mueve. No da señales siquiera de haberla escuchado. Ella sonríe y decide no insistir. Cuando va a erguirse, los brazos de él la atrapan. En un movimiento delicado, pero firme, la hace caer en la cama. Sin abrir los ojos, la envuelve con sus piernas y brazos, bloqueándola por completo. Se siente tan bien rodeada por él, que no opone resistencia. Se acomoda sobre su cuerpo entre risas. Él la abraza.

—¿No piensas salir de la cama en todo el día? — pregunta ella después de un largo silencio. No hay respuesta. Por un momento, cree que se ha vuelto a quedar dormido.

—¿Tan malo sería? — responde al fin, con los ojos cerrados aún y con esa sonrisa de medio lado que le da un aspecto tan pícaro. Le hace unas leves cosquillas en el costado y Máxima pega un pequeño brinco mientras ríe. Entonces, él para. De repente, abre esos ojos turquesa que la perforan. No sólo es claro el color de sus iris, es clara su mirada. En ella puede leer con facilidad todo lo que él siente. Antes de que hable, ya sabe lo que va a decir. No quiere que lo haga. Un escalofrío le recorre la espalda —. Te... — Máxima se tensa y deja de reír —... quería pedir perdón — ella suspira, aunque su corazón late con fuerza —. Lo siento. No sé qué me pasó...

—No pasa nada — dice nerviosa. Algo temblorosa, se quita de encima de él y sale de la cama. Su cuerpo está algo alterado. Lo último que le apetece es hablar de eso —. Voy a darme una ducha. Hay café y una cafetera de Irene. Puedes usarla.

Se encierra en el baño. Le tiemblan las manos. No entiende qué le pasa. No controla su cuerpo. Ayer no comió nada en todo el día. Seguramente sea eso. O quizás sea el miedo que ha surgido en su interior al creer que Travis iba a pronunciar las palabras que tanto teme.

Llevan juntos un par de meses. ¿O más? Su relación empezó a trompicones. No sabe exactamente qué son. Nunca lo han hablado. Lo cierto es que se alegra de ello. No es una conversación que desee tener. Al menos, por ahora. Prefiere que todo vaya fluyendo solo. Pero lo conoce. Sabe que es una persona cariñosa. Sabe que un día necesitará expresar sus sentimientos en voz alta. Cuando llegue ese momento, ¿será ella capaz de corresponderle?

Algo dentro de ella bloquea la salida de esas dos palabras tan simples de su boca. Sólo se las ha dicho a una persona en su vida. Ni a su familia ni a sus amigos. Para ella, esa frase es una asignatura pendiente en la carrera de las relaciones.

Duchada y vestida, sale del dormitorio. Irene está en la cocina, mirando fijamente y con cara de desconcierto a Travis. Él está en el salón. De espaldas a su amiga y mirando la pared donde Máxima tiene colgado todos sus dibujos. No está segura de sí quiere que los vea. Pero ya es tarde. Si hubiera sabido que iría a su casa, los habría quitado. No está preparada para mostrárselos. Travis es tranquilo y parece no enterarse nunca de nada, pero es muy consciente de su perspicacia silenciosa. Con Irene no se tomó esa molestia. Algo le dijo que no sería necesario. No es que sea lo suficientemente suspicaz como para entender su arte. En cambio, Travis... Eso la preocupa.

—Buenos días — saluda a Irene, que no le quita ojo a Travis.

—¿Esto qué es? — pregunta señalándolo —. ¿Ha dormido aquí? — susurra para que él no pueda oírla.

El hecho de que no haya paredes entre el salón y la cocina deja escapar los sonidos. Travis no se gira, sigue mirando la pared con una taza de café en la mano. Pese a que parezca ajeno a la conversación, Máxima está segura de que está escuchando.

Ella sabe que fue Irene quien lo mandó a casa después de la cena fatídica. Oliver se lo ha dicho. No le ha preguntado a Travis, pero está segura de que Irene se despachó a gusto con él esa noche aprovechando la ausencia de Máxima. No quiere ni saber que barbaridades le diría. Aunque le alegra ver que Travis no se deja influir fácilmente por comentarios mal intencionados.

—Ha dormido aquí — constata —. Igual que tú — dice, poniendo sobre el tapete el inmenso favor que supone ofrecerle un lugar donde dormir mientras terminan de arreglarlo su piso. Espera que sea suficiente para que Irene se sienta cohibida de criticarla en su propia casa.

—Yo... — comienza gesticulando mucho con la cara —, no tengo esas pintas.

Máxima alza la mirada para verlo. Ajados pantalones vaqueros de talle bajo que dejan ver la cinturilla de los calzoncillos. Torso desnudo. Se fija en sus tatuajes. Pelo revuelto. Descalzo. Lo que ve le parece sacado de una revista de hombres de ensueño. Desvía su mirada hacia la entrada. Con lascivia en los ojos, recuerda lo que, hace unas horas, le hizo contra esa pared.

—Si tuvieras esa pinta — responde con calma —, lo de anoche habría sido un trío — le dirige una mirada impasible. Irene abre los ojos, consternada por la imagen que se crea en su cerebro —. ¿Dónde estuviste anoche? — ataca antes de que se reponga —. Cuando llegué serían más de las once y no estabas aquí.

—Eh...yo... — titubea con voz aguda mientras comienza a recoger las cosas a su alrededor — Fui a mi piso. Quería ver si... — Máxima le pone un dedo en los labios y ella calla de inmediato.

—Eres libre de pasar la noche con quien quieras. Y yo no soy quien para juzgarte — le dice. Sabe bien que ha estado con el chico misterioso —. Me alegro de que las cosas os vayan bien — en realidad, no le gusta. Tiene la sensación de que ese chico la está usando. Aun así, opta por expresarle ideas positivas sobre su relación en un intento de que Irene haga lo mismo con la suya.

—Gracias — contesta algo avergonzada por el conato de mentira. Su móvil suena —. Es mi hermano Edward. Tengo que cogerlo — dice saliendo por la puerta de la casa, para así tener más intimidad.

Al parecer, esa era la razón por la que a Irene no le preocupaba el despido de toda la plantilla de MKM. Su hermano tiene varios contactos en Sydney de antes de mudarse a Melbourne y va a conseguirle un puesto en alguna empresa. Es lo que tiene estar bien comunicado. La familia Hickling no está, precisamente, falta de recursos. Son una familia de triunfadores y amasadores de grandes riquezas. Que Irene se empeñe en trabajar, pese a no necesitarlo en absoluto, dice bastante de ella.

Máxima aprovecha que se han quedado solos para acercarse a él. En parte, quiere distraerlo de los dibujos. Aunque sabe que los habrá memorizado y los tendrá grabados en la retina. Lo cierto es que en ellos refleja sus pensamientos más profundos. No sabe si está preparada para atender a las preguntas que éstos puedan suscitar en Travis.

Cuando va a hacerlo, su mirada vuela hacia la ventana. Está abierta. Se acerca a ella con miedo y la cierra de manera violenta. Los recuerdos del día anterior acuden a su mente. No quiere pensar en lo que estuvo a punto de hacer. La sensación de abandono. Estuvo a punto de acabar con todo sin pensar en lo bueno que había en su vida. La desesperación que sintió la atraviesa.

Entonces, Wellington aparece en su cabeza. Una punzada en el corazón la hace apretar los ojos con fuerza en un intento de echarlo de sus pensamientos. Recuerda lo que pasó en su despacho antes de irse ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo perdió el control de esa manera? Si Travis llegara a enterarse...

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