Capítulo 36
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La tenue luz de la luna se cuela por la ventana. El interior de la estancia está sumido en la oscuridad. Sólo se distingue una figura. Sabe de quién se trata sin necesidad de verle la cara. Lo que no logra comprender es por qué está ahí. Quizás sí que lo entiende, pero no quiere aceptarlo. Él permanece estático. Cerca de la ventana. Puede distinguir el blanco de sus ojos en la negrura de la habitación. Muy abiertos. Redondos. Brillantes. Clavados en ella. Sujeta las llaves que aún tiene en la mano con fuerza. Tanta, que se clava los dientes de algunas en la palma. No siente dolor. No siente nada. "¿Dónde está?" alcanza a preguntar en un hilo de voz. No hay respuesta. Sólo esos ojos. Ella lo rodea mientras se acerca poco a poco a la ventana. Manteniendo las distancias. Una ráfaga de viento hace ondear las cortinas y chirriar las bisagras. Entonces, los ojos de la oscuridad se mueven y se fijan en el exterior de la ventana. Como si estuviese siendo guiada por un ente invisible, se asoma a ésta. La ve. A siete pisos de distancia. Tirada en el suelo. Con las extremidades retorcidas. Sobre un charco de sangre. Pese a la negrura de la noche, distingue su pelo dorado como el sol. Aquel pelo que, tiempo atrás, había sido brillante, ahora, está apagado. Aquellos brazos que la habían consolado, ahora, nunca volverán a abrazarla. Aquel corazón que siempre fue íntegro para su hija, ahora, no latirá más. Junto con la vida de su madre, también se extingue la luz que queda en ella.
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Siente una punzada en el corazón. Ya ha tenido esa sensación. Es como si una enorme aguja de hielo la atravesase. Sólo en un punto. En el lugar exacto. El único donde no ha podido levantar una coraza para protegerse. Un lugar tan recóndito que lo tenía olvidado. El lugar donde la guarda a ella. Donde esconde sus momentos juntas. Su cara. Sus ojos. Su calor. La herida del recuerdo, que tanto había luchado por mantener cerrada, se abre. Provocando ríos de sangre en su interior, ahogándola desde dentro.
—Máxima — una voz cálida y suave la llama, devolviéndola al mundo de los vivos. Ella dirige su mirada hacia ese hombre —, hable conmigo — hace minutos que el despacho es reino del silencio —. ¿Qué le sucedió a su madre? - insiste.
—Tuvo un accidente — su voz no es más que un susurro ahogado.
—¿Qué clase de accidente?
—De la clase de accidentes que se sufre cuando te casas con un sádico chiflado — el susurro se hace más ronco.
—¿Su padre la...?
—¡No lo llame así! - lo interrumpe alzando la voz. El cambio de tono lo sorprende —. Él no es nada mío. Perdió ese derecho hace mucho tiempo. ¿Era eso lo que tanto ansiaba saber? — arremete contra Wellington con una mirada desafiante — ¿Era eso lo que quería? ¿Remover la mierda del pasado?
Tiene que salir de ahí. Ha hablado demasiado y con la persona que no debe. Aún no sabe si puede confiar en él. Independientemente de eso, no ha sido capaz de abrirse con Travis y, en cambio, lo está haciendo con este hombre. ¿Por qué?
Travis ha sido siempre tan complaciente con ella. Ha tenido una paciencia infinita. Ha soportado sus desplantes una y otra vez. Ha sido sincero con ella desde el principio. "Sin secretos, sin excusas". Recuerda cuando le dijo esas palabras. Justo después de que la pillara huyendo de su casa a hurtadillas por la mañana. No es de Travis de quien debe huir. Él siempre ha representado ese mar en calma de aguas cristalinas. Ella, aguas turbulentas y turbias. Y el hombre que tiene en frente y con quien, no sabe por qué razón, se está sincerando, lo más profundo del negro océano.
Quizás esa sea la razón. Un alma tan pura como la que ve en Travis no entendería la oscuridad que habita en ella. Si él conociera sus deseos y pensamientos más profundos, ¿qué pensaría de ella? En cambio, el halo que envuelve a Wellington es distinto. Piensa que, si alguien comparte sus demonios, es alguien como él.
—No se vaya — le pide. Ella ha comenzado a levantarse, dispuesta a irse. Wellington se incorpora y se interpone en su camino —. Por favor, hable conmigo — repite.
—¿Por qué? ¿Por qué iba a contarle nada de mi vida a una persona que no ha hecho más que desdeñarme y mentirme? No ha sido sincero conmigo ni una sola vez — ha comenzado a elevar la voz —. Sólo me contó todo el entramado cuando creyó que lo había pillado. Nunca me ha valorado. Así que dígame, señor Wellington, ¿por qué iba a hablar con usted? — se ha ido acercando a él sin darse cuenta. Están tan cerca que hasta pueden tocarse. Esa cercanía la pone ligeramente nerviosa. Hecho que hace que su actitud guerrera disminuya — Sólo quiere saber algo de mí para estar igualados — añade con un hilo de voz —. Sólo porque cree que, si conoce mis secretos, yo no revelaré los suyos. Pues no debe preocuparse, mis labios están sellados. Ahora, por favor, déjeme salir.
—Eso no es cierto. Quiero saber qué le pasó porque quiero comprenderla - antes de que ella pueda reaccionar, él sujeta una de sus manos y se la pone en el pecho. Ella puede notar sus latidos, tranquilos. Se concentra en ellos. Poco a poco, su respiración acelerada se acompasa con el ritmo de él —. He visto algo en usted. Algo que la hace diferente al resto del mundo que he conocido. Llevo toda mi vida sintiéndome un extraño en mi propio mundo, pero con usted... — da un paso hacia ella, deshaciendo, aún más, la distancia entre ambos -. Puede confiar en mí.
¿Era posible que él pudiera entenderla? "Extraño en mi propia vida". Se había sentido así tantas veces que ha perdido la cuenta. Hay algo en él que la empuja a plantearse si abrirse. Lleva mucho tiempo manteniendo sus demonios a raya. Los monstruos que escondió en ese agujero negro aporrean las puertas de su alma, deseosos de salir a la luz.
—Está bien — accede ella.
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Las tinieblas inundan su corazón. Con el cuerpo tembloroso, se aleja de la ventana. Aún sin asimilar lo que acaba de ver con sus propios ojos. Sus latidos son tranquilos. Casi inexistentes. El sudor frío de sus manos resbala entre los dedos. Con los ojos fijos en ninguna parte, retrocede. Su espalda choca contra la pared, por la que se desliza poco a poco hasta caer al suelo. Derrotada. Un movimiento ligero en la oscuridad llama su atención. Se está acercando. Lo mira. Piensa en él. Piensa en el hecho de que se sienta victorioso. Que ha ganado. Que ha conseguido su propósito. Que, al fin, se lo ha quitado todo. Siente que el sacrificio y el sufrimiento no han servido de nada. Su hueco intento de salvar a su madre hace años ha sido inútil. Aguantar todo el dolor, los abusos verbales y el maltrato psicológico al que ha sido sometida desde los cuatro años por parte de ese monstruo ha sido en vano. No ha servido para nada. No la han llevado a ninguna parte. Cuando era pequeña, creía que, soportar todo aquello sin desistir a la locura, tenía un sentido. Creía que sería recompensada por fuerzas superiores a ella. Pero la realidad es que su corta vida de dolor y destrozo no significan nada. Para nadie. Ni superior ni inferior. Está sola. Y a nadie le importa lo que sea de ella. Podría desaparecer y nadie lo notaría. Pero, si va a irse, se lo llevará a él consigo.
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Están sentados uno en frente del otro. Él le sirve una copa. Ella, con manos temblorosas, la sujeta como puede y da un trago. El líquido amargo recorre su garganta haciéndola entrar en calor.
—¿Se enfrentó a él? — pregunta, atónito. Ella asiente —¿Qué edad tenía?
A medida que ella le ha ido contando lo sucedido esa fatídica noche, él ha ido adquiriendo distintos estados de humor. Pero hay algo que nunca ha visto en sus ojos, compasión. Eso la ayuda a seguir. No quiere sentirse frágil. Siempre que alguien cercano conocía detalles de su vida familiar la miraban de ese modo. Que le tuvieran pena la desquiciaba. Él es la primera persona en la que no ve ni una pizca de lástima cuando la mira. Eso la empodera.
—No lo sé — dice negando varias veces con la cabeza — ¿Trece? Nunca lo he calculado. Nunca he vuelto a pensar en ello — levanta la vista para encontrarse con la de él —, hasta ahora.
—Ese ser despreciable no se merece vivir - Wellington da un golpe en el brazo del sillón sobre el que está sentado y se levanta con violencia. Recuerda cómo se puso cuando vio a Johnson sujetarla de la muñeca. Imaginar que aquel hombre la sometió a tal tortura cuando no era más que una cría, lo enfurece. La mira, con un respeto que emana de lo más profundo de su ser. Entonces, ve algo en ella. De nuevo, esa oscuridad. Una idea furtiva cruza su mente. Quizás, la razón de todo — ¿Lo mató? — por unos segundos, se muerde la lengua. Nunca ha pronunciado lo que está pensando en voz alta — Máxima — la llama para despertarla de su ensimismamiento —, puede confiar en mí. No importa lo oscuro que sea su interior. Conmigo, puede decir todo lo que siente. Sea oscura conmigo — esas palabras pronunciadas por ese hombre, despiertan algo dentro de ella. Por primera vez, siente que está frente a alguien con quien puede mostrarse tal y como es. Sin fingir. Sin miedo a ser juzgada. Con la seguridad de ser comprendida.
—Lo desee — responde con la sinceridad más absoluta —. Con todas mis fuerzas. Iba a matar a una persona sin pestañear... ¿en qué lugar me deja eso? — en sus ojos puede verse el dolor de sentirse inhumana. Si Travis llegara a saber que intentó matar a su propio padre... Después de conocer la relación tan estrecha que los une a él y al suyo. Nunca la entendería. Él ha soportado todo por su padre. No alcanzaría a comprender lo que la llevó a hacerlo... Jamás puede enterarse — Me puse a su mismo nivel... ¿No me convierte eso en un monstruo?
—No. La convierte, más que nunca, en un ser humano.
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Ese monstruo regresará al infierno del que salió de la mano de ella. Como alma que lleva el diablo, se levanta de su salto y recorre la distancia que los separa a gran velocidad. Se abalanza sobre él, que, sorprendido por la reacción cae al suelo. Ella empieza a asestarle, con la mano donde aún tiene las llaves de la casa, golpe tras golpe mientras grita furiosa. Las puntas de las llaves se clavan en la carne del rostro de él, levantándola. Él gime de dolor bajo los incesantes y afilados puñetazos. La sangre hace que se le resbale el llavero de las manos. Momento en el cual, él aprovecha para empujarla con ferocidad y quitársela de encima. Cegado por el fluido escarlata que invade su cara, busca a tientas a la niña, que yace en el suelo. La levanta cogiéndola de los pelos y llevándola hacia la ventana. "¡Niña del demonio!" brama él, escupiendo sangre. Más de la mitad de su cuerpo está suspendido en el aire. Si la soltara ahora mismo, caería y se reuniría con su madre. Entonces, la ve. Frente a ella. La parca. Llevaban tiempo sin verse. En las pesadillas siempre estaba presente. Pero había dejado de tenerlas y se había olvidado de ella. Lleva tiempo queriéndosela llevar. Por fin se reunirán. Sus manos, antes aferradas a la barandilla, se sueltan. Si él tiene que vencer, que lo haga pronto. Cierra los ojos. Unos gritos y unas fuertes pisadas irrumpiendo en el piso captan la atención de ambos. "¡Policía! ¡Al suelo! ¡Las manos sobre la cabeza!".
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—¿Y sus hermanos? ¿Dónde estaban? — lo nota nervioso. Hace tiempo que no se sienta. Lo curioso es que, en su exterior, todo parece estar en orden. Aunque ella sabe que por dentro están fluyendo los verdaderos sentimientos. Ella conoce bien esa técnica — No puedo comprender cómo la dejaron sola y permitieron que pasara por esto sola.
—No los recuerdo — admite en voz baja. Wellington debe agudizar el oído para comprenderla —. Supongo que iban y venían, pero no recuerdo nada de ellos en aquella época. Creo que mi hermano vivía en Alemania por aquel entonces. Mi hermana ya llevaba tiempo independizada — nunca se lo había preguntado. Siempre se ha sentido tan sola que olvidó que no lo estaba del todo — Al parecer, la abstracción y la pérdida parcial de la memoria eran uno de los efectos secundarios de las víctimas de maltrato psicológico. Se ve que con mis hermanos la pérdida de ésta fue total.
Lo cierto es que no recuerda hacer vida en común con ellos, pese a que, aunque por pocos años, coincidieron y convivieron. Para ella, los recuerdos más nítidos sobre sus hermanos no aparecen en su vida hasta los quince años.
—No se llame eso — ella lo mira, extrañada —. Usted no es una víctima. Nunca lo fue. Fue una luchadora. Peleó con lo poco que tenía para hacerlo, y sé que lo que voy a decirle no lo comprenderá, pero ganó. Escúcheme bien, Máxima, ganó — lo que esos labios le dicen le parece música para sus oídos. Nadie le había hablado así jamás. Nadie le dijo nunca algo tan sencillo como eso —. Nunca permita que nadie le diga lo contrario. Luche, siempre. Contra todos los que sean injustos con usted. No importa si se queda sola. No tenga miedo. El hecho de saber que nunca se doblegó ante los que intentaron dañarla siempre la acompañará. Y eso, joven, la hace indestructible.
Tiene los cinco sentidos puestos en ese hombre. Memoriza cada palabra para no olvidarlas nunca. Había estado tanto tiempo ocultando su pasado por miedo a que no comprendieran que hizo todo lo que pudo, que no puede asimilar lo que siente al ver que tiene ante ella a alguien que la entiende. Sus ojos comienzan a empañarse. Le cuesta contener los temblores de su mentón. En un intento por recuperar la compostura, suspira. Pero las lágrimas son traicioneras y una se precipita por su mejilla. Aparta la mirada, incapaz de mostrarse así ante él. Se retira la salada lágrima del rostro y continúa.
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Una vecina había oído los gritos de una mujer y llamó a las autoridades. Cuando la policía se presentó en el piso, era demasiado tarde para su madre, pero consiguieron salvarla a ella. Lo mantuvieron en prisión preventiva durante los meses que antecedieron al juicio. Un juez consideró que la joven corría peligro si él quedaba libre mientras se lo sentenciaba. De eso hace casi un año. A falta de testigos presenciales del supuesto asesinato, ella será la interrogada principal. Cada día se levanta, se viste y se pasa las horas encerrada entre las cuatro paredes de los juzgados. Tiene que verle la cara. Oírlo contar mentiras. Escucharlo llorar. Tiempo atrás, eso le hubiera revuelto el estómago y provocado náuseas, ganas de gritar o de estallar contra el mundo. Pero ya no queda nada en su interior. Desde aquella noche, está vacía. Se ha pasado el último año de psicólogo en psicólogo. Personas que le aconsejaban que revivir lo ocurrido una y otra vez la curarían. Lo único que consiguieron sacarle esos "especialistas" fue silencio. Ha estado sumida en un mutismo tal que no ha pronunciado una sola palabra en meses. El abogado del acusado sabe que, si ella no declara, no le caerán más de unos años debido a la falta de testigos y la alegación de defensa propia. Pues, según dice el asesino, la víctima llevaba un cuchillo y lo amenazó con él. Si ella no habla, si cuenta que también intentó matarla a ella y que estuvo a punto de conseguirlo, todo lo vivido no servirá de nada. Él habrá ganado.
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—Dígame que habló. Dígame que ese bastardo no se fue de rositas — exige Wellington con los puños apretados. Lo cierto es que esa historia está afectándole más de lo que pensaba. Aun así, quiere llegar hasta el final. Lo necesita. Cree que así entenderá ese halo oscuro que la envuelve. — ¡Hable ahora, por el amor de Dios!
Su cabeza ya está pensando mil modos de acabar con ese hombre. Quiere hacerlo sufrir. Quiere hacerlo pagar por cada acción. ¿Cómo podía haberle hecho eso a su propia hija? La destrozó. Una y otra vez. Acabo con ella. Rompió su corazón, contaminado su interior. Y Máxima... ¿cómo había logrado superar todo aquello? Lo sabe. Porque es una superviviente. Se ha equivocado con ella. No es una cría, es una mujer. La más dura que ha tenido el honor de conocer.
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La expectativa de un castigo ejemplar al causante de su desdicha la despierta. Necesita verlo sufrir. Sino tanto como ella, al menos necesita saber que lo pasará mal durante años. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, pero se siente tan cálido... En cuanto sube al estrado, lo cuenta todo. Esa será la primera y última vez que lo hará en voz alta y a una sala llena de personas. Ella puede apreciar el desconcierto en los ojos de su monstruo. No la creía capaz. Porque no la conoce. No se ha molestado en conocerla jamás. Y ha cometido el error de infravalorarla. Creyó que el terror inculcado en su ser durante su infancia sería suficiente para mantenerla callada. Por miedo. Pero se equivoca. Por mucho miedo que tenga, hay un sentimiento aún mayor... Cuenta hasta el último detalle escondido en recónditos lugares de su memoria. Hace un esfuerzo por poner en pie todas las atrocidades. La sala, llena de familiares, murmullan mientras se tapan la cara ante los horripilantes hechos que ella describe. Le cuesta sangre ser capaz de abrirse de esa manera delante de tantas personas que ahora la juzgarían. Es la primera vez que siente algo parecido al dolor en el último año. Eso era, para eso había servido todo su sufrimiento, para castigarse. Después de su claro testimonio y sus declaraciones sobre las vejaciones sufridas, el juez dicta sentencia. Condenado a prisión durante diecisiete años por asesinato en primer grado. Cuando van a esposarlo para llevárselo, él salta sobre la mesa y se abalanza sobre ella. Sujeta su delgado cuello con las manos y aprieta, cortándole la respiración. Antes de que consigan quitárselo de encima, él le susurra las últimas palabras que le dirá.
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—El atenuante de la legítima defensa fue aceptado. Eso, junto a la falta de testigos y pruebas de lo que relaté y la denominación del caso como "crimen pasional" dejaron la condena en, prácticamente, nada. Al parecer, dijeron que se encontraba en un estado de abstracción y que no era él mismo. Justicia, la llaman. Irónico nombre, ¿no cree? — una sonrisa agriada surge en sus labios con desgana.
—Hay algo... Antes dijo que aceptó la derrota, que si la tiraba por la ventana poco le importaba, ¿qué le hizo cambiar de opinión y querer seguir viviendo? — pregunta mientras pasea por la oficina de un lado a otro, pensativo — ¿Qué pasó para que contara todo lo que se había molestado en ocultar?
—Ya se lo he dicho — se justifica ella —. Quería que lo castigaran.
—No — dice de forma cortante —. No, no fue el simple hecho de la venganza o la justicia. A usted esos dos conceptos no le importan. Había algo más — pese a estar conversando con ella, parece como si hablara consigo mismo. Ella es una mera espectadora de los pensamientos en voz alta de él —. Debió ser algo lo suficientemente importante como para sacar a la luz todos sus secretos. Pero... ¿qué? — se ha asomado a la ventana y mira al exterior —¿Qué hace aquí? ¿Tan lejos de sus hermanos, de la única familia que le queda?
—Desvaría — le espeta mientras comienza a recoger su bolso e ignorando la última pregunta. Debería haberse ido hace mucho tiempo.
—No máxima, la comprendo — se acerca a ella y la sujeta por los hombros —. Mejor de lo que cree. Y usted lo sabe, por eso sigue aquí — esa afirmación la supera. Intenta, en vano, quitárselo de encima. Necesita salir de ahí —. Hay algo que no me está contando, Máxima. ¿Por qué se alejo de sus hermanos? ¿Por qué rompió su silencio? ¿Por qué desveló lo que consideraba su mayor vergüenza? Dijo que se había rendido. Dijo que ya no lucharía más. Incluso se soltó de la barandilla cuando creyó que iba a lanzarla por la ventana a usted también. ¡Estaba dispuesta a morir y llevárselo todo con usted a la tumba! ¿Por qué cambió de opinión? — grita mientras ejerce más presión en su agarre. Ella no puede contener más las lágrimas y estalla.
—¡Porque le fallé! ¡Porque no fui capaz de salvarla! ¡Ni siquiera pude vengarla matando a ese cabrón cuando tuve la oportunidad! — chilla entre sollozos — Soy yo quien merece ser castigada. Yo soy la culpable de su muerte. Soy quien la mató — ambos se miran fijamente y el remordimiento ocupa la sala
—¡No diga eso! ¡No se atreva siquiera a insinuarlo! — le dice de forma violenta sin soltarla.
—Me merecía sufrir. Pero no sentía nada. Y lo único que podía darle eran mis secretos. Se lo debía... — necesita respirar. Los pulmones le arden por la falta de oxígeno —. Le insistí para que me dejara ir a ese estúpido viaje — él la mira, sin comprender a qué viaje se refiere —. Yo estaba por ahí disfrutando de mi vida mientras ella daba la suya por mí — no puede parar de llorar. La desesperación la inunda. La realidad de esas palabras, que no había pronunciado antes en voz alta la superan — Si hubiera llegado antes... — grita desconsolada —. Si simplemente no me hubiera ido..., yo..., yo podría haberla salvado — se tapa la cara con las manos para mitigar los gemidos que salen de su boca. Wellington la abraza. La rodea con sus brazos y la atrae hacia él con suavidad. Brindándole el máximo apoyo posible. Lejos de tranquilizarla, ese gesto hace que el llanto se vuelva más intenso. Llevaba tanto tiempo reprimiendo lo que tenía dentro que ahora no puede pararlo — Él me quería a mí. Esa noche vino a por mí — repite una y otra vez ya sin fuerzas. Algo en la cabeza de Wellington se ilumina.
—Máxima — la llama mientras sujeta su cara entre las manos y acercándose mucho a ella —, ¿qué le susurró su padre?
La pregunta queda suspendida. Flota de un lado a otro de la habitación. Entre esas cálidas manos, se siente protegida. La puerta de su pasado ha sido abierta y la verdadera razón de su presencia en ese país iba a ser revelada.
—Eres la siguiente — responde, al fin —. ¿Quería saber por qué he cruzado medio mundo? — pregunta, furiosa con ella misma — Para huir. Eso es lo que hago siempre. Huir lo más lejos que puedo, porque no tengo valor para enfrentarme a mis demonios ¡Por miedo! — exclama intentado zafarse de los brazos de él. Wellington no la deja soltarse. Él no tiene intención ninguna de dejarla ir en ese estado —¡Soy una cobarde! ¡Eso es lo que soy! — ella le pega una y otra vez en el pecho — ¡Suélteme! ¡Quiero salir de aquí! — chilla con desesperación.
—¡Para! — grita, perdiendo los papeles y zarandeándola con fuerza. El sonido imperativo de su voz la congela. Ella deja de golpearlo de inmediato. Las lágrimas cesan. Ambos se miran. Sus respiraciones desacompasadas y sus aceleradas pulsaciones retumban en el silencio de la sala. Poco a poco, se van relajando —Discúlpeme, no quería gritarle... — dice, soltándola. Puede ver el desconsuelo en los ojos de ella. No quiere que se vaya, pero no puede retenerla. Seguramente, el consuelo que ella busca está en otros brazos, no en los suyos — Si quiere irse... - añade, deseando una respuesta negativa que está seguro, no conseguirá.
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