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Capítulo 34

La vida es un juego macabro.

*****

Su corazón llora desconsolado por lo que acaba de hacer. Se arrepiente. Pero sabe que, si volviera a tener la oportunidad, su cuerpo sería igual de incapaz. Es una cobarde. Aria quema su móvil a llamadas. No contesta a ninguna. En cuanto entra en casa, estalla. Llora. Llora como jamás lo ha hecho. Comienza a pegarse en la cara con fuerza. Se insulta mientras grita. Está furiosa. Odia quien es. Odia como es. Odia su existencia y lo que le ha tocado vivir. Odia cada uno de sus complejos y su incapacidad para plantarles cara. Pero, sobre todo, odia que después de los incontables intentos por no dejarse afectar por su monstruo, éste haya ocasionado tan graves ansiedades y miedos en ella. Así que, como no sabe expresarse con palabras, lo hace con actos. Comienza a destrozar todo lo que ve. Rompe platos, vasos, objetos de decoración. Grita. Tira las sillas e incluso la mesa de escritorio del salón. Pega patadas al sofá hasta que, en una de ellas, el pie se le queda atrapado entre las maderas del esqueleto del mueble. Se le ha levantado la piel de la espinilla. Pero no siente dolor. La adrenalina está disparada. En ese momento, él entra en el salón. Se queda atónito cuando ve todo el estropicio. "¿Se puede saber qué coño es todo esto? ¡Estás loca!" le grita. "Lo sé" responde ella, con un tono tan tranquilo que pone los pelos de punta. Saca el pie del sofá y pasa por el lado de él, cojeando. "Me voy de aquí. Esto se acabó" sentencia con seguridad. "Si sacas un pie por esa puerta no te molestes en volver" la amenaza. Ella se carcajea estruendosamente. "Eso pretendo, gilipollas" piensa. Entra en su cuarto y comienza a meter su ropa en la maleta. Él, al ver que ella ríe, usa su método normal de convicción. La extorsión. "Vete y no te pagaré el viaje a Lisboa. Todos tus compañeros se reirán de ti, serás la paria que se perdió el mejor viaje de sus vidas". Sigue sin haber respuesta. Ella continúa recogiendo sus cosas. Él rompe a llorar en un intento de darle lástima. Pero lo único que ella siente cuando ve a ese hombre y a sus lágrimas de cocodrilo es repulsión. "Tu lugar está aquí, con tu familia" le dice entre llantos y pucheros. Ella se gira, con los ojos inyectados en sangre por la ira. Se acerca a él. Mucho. Si las miradas matasen, ese hombre estaría muerto. "Tú no eres mi familia" le dice.

*****

—¡Hostia puta, Máxima! — exclama Oliver echándose hacia atrás en su asiento y levantando las manos —Menos mal que los frikis no han llegado todavía — dice refiriéndose al resto del equipo mientras la sujeta y le tiende una servilleta —. Seguro que no han probado una copa en su vida. Ni echado un polvo, ya que estamos. ¿Puedes moverte? Vamos a limpiarte — le rodea la cintura y la guía hacia el baño —. Menos mal que tenemos uno privado y no tienes que pasearte con esa cara de zombi por toda la planta. No debiste beber de esa manera anoche — le reprocha con gesto preocupado.

Lo que Oliver no sabe es que no ha sido el alcohol lo que le ha provocado las náuseas, sino lo que le ha enseñado en el ordenador. Se encuentra tan mal que no puede pensar con claridad. Oliver la obliga a mojarse los labios y a enjuagarse la cara para despejarse.

—Oye — su compañero la ha sentado y se arrodilla ante ella para ponerse a su altura —, yo... — se le nota nervioso — tú sabes que yo... — debido a su malestar, los titubeos y la cercanía de Oliver la agobian —. Lo que quiero decir es que, sé que siempre estoy de coña, pero estoy aquí, ¿vale? Puedo hablar de cosas serias. No te prometo aguantar toda una conversación, pero... — él cierra fuerte los ojos y niega con la cabeza — Joder, ya estoy otra vez. De verdad, cuando quieras hablar, cuenta conmigo. Sin bromas. Sin sarcasmo — ella lo mira.

Nunca lo ha visto tan serio. Incluso lo nota realmente acongojado. Se ve tentada a aceptar su oferta. El peso con el que carga se hace cada día más pesado. Sus hombros no aguantarán mucho más soportándolo. Sus miedos. La perspectiva de su pasado acechándola en cada esquina. Su relación con Travis. La presión del nuevo trabajo. La intimidación de la superioridad de sus compañeros. El constante afán por simular ser alguien que no es. Y ahora... esto.

Wellington. Ese cabrón la había jodido, pero bien. ¿Cómo podía haberla involucrado en algo así? La culpa es de ella. Ahora lo comprende todo. Todas esas piezas que daban vueltas en su cabeza, sin encajar. Desde el principio supo que no era trigo limpio. Supo que ocultaba algo. Lo supo y, aun así, continuó. Por ambición. Por vanidad. Quiso creer que lo que Wellington le estaba vendiendo no era humo. Quiso creer que, realmente, la valoraba. La verdad es que sólo quería a una cría inconsciente. Alguien manejable y discreta. Callada y tímida. Con algo que perder. Wellington sabía que, sin trabajo, no podría quedarse en el país. Igual que sabía que era lo que ella más deseaba.

Él intentó ocultarle todo hasta el último momento. Siempre dándole insulsas explicaciones y directrices a medida que le iba interesando. Nunca compartiendo la información completa.

¿Por qué firmó aquellos papeles? No vio el sello de AusTech por ningún lado. Estaba claro que la maniobra no era para beneficio de la empresa. Cuando estuvieron en Melbourne, se reunieron con cantidad de clientes e inversores potenciales. Todas las reuniones tuvieron lugar en la sala que el hotel puso a disposición de la empresa. Todas las citas quedaron grabadas en la documentación que se entregaría a los de arriba para corroborar el trabajo realizado. Todas las reuniones, menos una. Una que tuvo lugar en la intimidad de una suite del hotel. A escondidas.

Intenta poner en pie la conversación que allí tuvo lugar. Siente un dolor tan intenso en la cabeza que apenas recuerda la cara del médico. Ella y su constante pérdida de memoria cuando no consideraba que algo fuera interesante. Recuerda algo de unos medicamentos experimentales. Estudios sobre una especie de relajantes musculares muy potentes. Algo que, entonces, no le resultó de interés. Cosas de médicos, pensó. ¿Qué más daba lo que ese hombre estaba fabricando mientras a ella le dieran un ascenso y un aumento? ¿Qué más daba el mundo mientras ella consiguiera aparcar en la puta planta -1?

Ahora, todo cobra sentido. Todo por esa noticia. Si no llega a ser por Oliver, jamás se hubiera enterado de nada. Wellington también se encargó de cubrir su posible curiosidad por Leben. Le organizó una carpeta con la información que a él le interesaba que ella leyera. Le prometió recompensas. Y, comportándose como una imprudente estúpida, firmó donde hiciera falta con tal de sentir ligeramente lo que era ser él.

El título de la noticia está grabado en su cabeza. "AUGUST LEBEN INVESTIGADO POR CREACIÓN, FABRICACIÓN Y TRÁFICO DE DROGAS DE ALTA CALIDAD". Al recordarla, la ansiedad la invade. Si esto se supiera, ella se vería implicada en el tráfico de drogas por culpa de ese contrato. Tiene múltiples correos comunicándose con Leben y organizando encuentros que podrían inculparla directamente si alguien investigase. Por eso Wellington le ofreció encargarse de todo el proceso. Es su ordenador el que tiene todas las pruebas. Es su nombre el que aparece en los papeles. Está bien jodida.

—Vete a casa — le dice Oliver —. Te doy el día libre. No puedes trabajar así — la ayuda a levantarse. Cuando salen del baño, el resto del equipo ya está en la oficina. Ni siquiera levantan la mirada del ordenador. Agradece que su obsesión por el trabajo no los haga percatarse de su lamentable estado —. Te he pedido un taxi. Ya está esperando abajo — ella asiente —. Máxima — la llama cuando ya está saliendo por la puerta —, cuando quieras, ¿vale?

De camino a casa, mira el móvil por primera vez desde anoche. Tres llamadas perdidas de Travis y varios mensajes pidiéndole que lo llame en cuanto pueda. No quiere hacerlo. Ahora mismo tiene problemas más graves. Además, no se siente con fuerzas como para enfrentar el reto que Travis le supone. Ni siquiera está enfadada. No siente nada.

Nada más entrar en el piso, saca su portátil. Necesita saber. Necesita más información. Memorizó la página en la que Oliver encontró la noticia. Mete la dirección y comienza a leer. Las tripas vuelven a revolvérsele.

El doctor muniqués, August Leben, reconocido neurólogo y psiquiatra, está siendo investigado por el diseño y tráfico exclusivo de drogas de alta calidad. Se cree que ha usado su centro de investigación, donde se da trabajo a más de trescientas personas en la capital bávara, para llevar a cabo la fabricación de un nuevo fármaco llamado Amiorona. Un compuesto de analgésicos opioides, sedantes y medicamentos ansiolíticos, que ya fue rechazado por la comunidad médica alemana por ser extremadamente adictivo y peligroso. Se les negaron las pruebas en humanos debido al riesgo que el medicamento suponía para la integridad de los enfermos y las dudas sobre su capacidad curativa. Se descubrió que los potenciales efectos secundarios que dicha droga provocaba incluyen: daño hepático, pérdida de la coordinación, confusión, necesidad de dosis más altas para mitigar el dolor, hiperalgesia y ansiedad entre otros.

Se tapa la cara con los ojos. Si ya lo habían investigado una vez, ¿qué impedía que lo hicieran de nuevo? Esta vez, ella formaría parte de los implicados. Ese pensamiento le hace dar un golpe en la mesa. No tiene ni idea de cómo proceder. ¿Por qué a ella? Se lo pregunta una y otra vez. ¿Por qué siempre a ella?

Los estudios sobre este medicamento fueron cancelados de inmediato por las autoridades pertinentes, dejando a los laboratorios del doctor Leben en banca rota. Algo que pareció suplir con la venta ilegal de este fármaco a altos cargos de grandes empresas de Múnich que estaban sometidos a altos niveles de estrés debido a la intensidad de su trabajo. Ahora, éstos también están bajo investigación policial.

Lee y relee todo lo que encuentra sobre el caso durante horas. La información es muy reducida. Está claro que se han encargado de ocultarla bien. Eso la cabrea. Quiere golpear el ordenador. Tirarlo por la ventana. Gritar. Vomita un par de veces más. Hasta que en su cuerpo no queda nada que expulsar. Está exhausta. Apenas ha dormido y no ha comido nada en todo el día. Tiene el estómago cerrado. Sólo pensar en comida le da náuseas.

Se arrastra hacia el sofá, rendida. Si sigue pensando en Wellington sin llegar a una conclusión va a explotarle la cabeza. Necesita despejarse para poder tomar una decisión sobre cómo proceder. El sopor se hace con ella, sumiéndola en un sueño profundo.

Corre. Tan rápido que le duelen las rodillas cada vez que los pies chocan con potencia contra el suelo. No puede parar. Le falta la respiración. Corre. A través de un frondoso y gris bosque del que no se ve el fin. Una rama le raja la cara. Está cerca. Nota su aliento en la nuca. Escucha su respiración. ¡Corre! Siente sus manos, atrapándola. Cierra los ojos y grita. Silencio. No lo siente. Abre los ojos. No lo ve. Ya no está en el bosque. Un viento azota su pelo y su ropa de manera salvaje. Un sonido. Olas chocando contra las rocas con violencia. Está en un acantilado. Justo en el borde. Alguien la llama. Una voz desesperada le pide ayuda. Mire a donde mire no ve a nadie. Está sola. Esa voz se le mete en los oídos destrozando sus tímpanos. El sufrimiento es insoportable. Se tapa las orejas con fuerza y brama de dolor.

Se despierta y se incorpora de un golpe. Sudando y con la garganta en carne viva. Ha estado gritando en sueños. De nuevo. Esconde la cabeza entre sus rodillas, agotada. No puede seguir así. No puede seguir viviendo de esta forma. Se echa las manos a la cara, apretándose los ojos con fuerza. No quiere llorar. No quiere ser débil. Pero siente que no puede más.

Piensa en lo fácil que sería acabar con ese sufrimiento. Piensa en lo plácido de un profundo sueño. Sin pesadillas. Sin decepción. Quizás debe admitir que ha luchado y perdido. Quizás debe darse por vencida. Ha jugado duro, pero no ha sido suficiente. La vida ha sido más fuerte. Ha podido con ella. Debe admitir que ha sido una contrincante admirable. La ha derrotado de todas las maneras posibles. Una y otra vez la ha puesto a prueba. Haciéndola sentir los dolores más insoportables. Y lo ha aguantado. Ha sido valiente. Puede irse orgullosa.

Seacerca al ventanal abierto. Podría reunirse con ella. Seríapoético a la par que irónico. Mira hacia abajo. Todo se ve pequeño desde ahí arriba. Ve los coches pasar veloces, ajenos a ella. Admira el verde paisaje. Está rodeada de belleza. De claridad. Pero ella está a oscuras. Respira hondo. No tiembla. No tiene miedo. La pantalla encendida del ordenador sobre la mesa del escritorio que tiene al lado, llama su atención. La mira detenidamente. Esa noticia aún está abierta ante ella. Cómo se habían reído de ella. Cómo la habían usado. ¿Cuántos hombres hijos de puta tenía que seguir aguantando? ¿Cuántos hombres iban a manipularla? No. No se irá a ninguna parte. Va a librar la última batalla.

De nuevo, se hace de noche en la oficina. Está solo. Llega el primero y se va el último. Como siempre. Está agotado. Ha sido un día muy duro. Tanto, que hace horas que le dio permiso a James para irse. Ya ha dejado cerradas un par de cosas que tenía pendiente. Apaga el ordenador. Recoge sus cosas y el maletín y cierra la puerta de su despacho con llave. Le parece oír algo. Mira hacia ambos lados, pero no ve nada. Todo está oscuro y ya no queda ningún empleado.

Ya en la calle, se acerca a su coche, aparcado en el parking en superficie, al lado de una placa con su nombre. Va a abrir la puerta justo cuando siente una presencia tras él. Se gira. Una sombra oscura se le abalanza. Antes de que pueda reaccionar, siente como algo golpea su cara con fuerza.

—¡Joder! — grita Máxima mientras se aprieta la mano y salta de un lado para el otro. Nunca pensó que un puñetazo dolería tanto. Pero no le importa. Quiere más.

—¿Baena? — dice Wellington con la mano tapándose la boca, es donde ha recibido el golpe —¿Qué coño está haciendo? ¿Es que está loca? Ella sale corriendo hacia él. Dispuesta a asestarle todos los golpes que pueda. Cuando ve que va a volver a repetir la acción, le sujeta ambas muñecas y la bloquea contra el coche.

Ella, atrapada bajo el peso de su cuerpo, le escupe en la cara. En ese momento, la tenue luz de las farolas que iluminan el aparcamiento, le permiten ver la cara de Wellington. Tiene las pupilas dilatas. La cara roja de ira. La presión que ejerce al tener cogidas sus muñecas aumenta, haciéndole daño. Él gruñe enseñando los dientes. Suelta una de sus manos y alza el puño contra ella. Máxima cierra los ojos, esperando recibir el golpe. En cambio, lo que siente es la liberación de su agarre. Ella abre los ojos. La mirada de Wellington ha cambiado. Es más limpia. Como si comprendiera.

—¿Cuánto sabe? — le pregunta en un susurro.

—Todo — responde ella con la respiración acelerada. Él se separa de ella y se tapa la cara mientras va de un sitio para otro. Está nervioso —. Sé que te reuniste con Pillen. Sé lo que hay en ese maletín — la mira. Ella puede ver la desesperación en sus ojos —. Sé que hace realmente el doctor Leben para ti. Sé que me has estado engañando — se acabaron las formalidades —. Me has utilizado — se le quiebra la voz al decirlo en voz alta. En cierto modo, llegó a confiar en él. Pese a la fresca brisa de la noche, puede ver las gotas de sudor descender por la frente de Wellington.

—Joder... — susurra para sí —¡Joder! — el grito queda suspendido en el silencio de la noche. No deja de moverse, notablemente alterado. Hasta que cesa. La mira. Como nunca lo ha hecho. Su mirada ya no es fría, es triste. Su rostro no desprende indiferencia, sino angustia. Tiene los ojos ligeramente vidriosos —No se lo dirá a nadie, ¿verdad? — le suplica —. Usted sabe guardar un secreto. Sé que sabe — dice cogiéndole una mano entre las suyas con delicadeza —. Si llegaran a saber que el doctor Leben me está tratando. Si llegaran a enterarse de mi enfermedad... — ella abre mucho los ojos. ¿Qué está diciendo? ¿Enfermedad? ¿Tratamiento?

—¿Qué...? — a duras penas, sale ese sonido de su boca. 

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