Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 30

Crecemos entre cuentos sádicos que manipulamos a nuestro antojo para no perder la fe en los finales felices.

*****

No ha ido a recogerla al colegio. Pasa más de una hora esperando en la calle. El conserje, al ver que nadie viene a por ella, le ofrece llamar a su casa. Ella le agradece el gesto, pero cogerá el autobús. No es la primera vez que él se "olvida" de recogerla. Quiere castigarla por la insubordinación del otro día. Cuando llega a casa, le resulta extraño apreciar que Toro no viene corriendo a saludarla. No ha querido entablar una relación muy cariñosa con el perro. Pero las últimas semanas han sido duras y ha necesitado el caluroso amor que proporciona un cachorro. Lo busca. Ninguno de los dos animales está en casa. No hay comida preparada. Tiene hambre. No cenó. Durmió fuera. No desayunó nada. Él no le preparó un bocadillo para el recreo y ella no tuvo tiempo de hacerlo. Abre la nevera e improvisa algo con las sobras que encuentra. Va a su cuarto. Enciende su ordenador. Está conectado. Una sonrisa se dibuja en su rostro. La luz que ilumina su triste realidad. Habla con él unas horas, hasta que siente el cansancio. Se echa en la cama. Le duele todo el cuerpo después de pasar la noche en el suelo. Poco a poco, su consciencia la abandona y cae en un profundo sueño. Despierta al día siguiente. Temprano. La casa está a oscuras. A esa hora él debería estar despierto y listo para llevarla al colegio. Por el contrario, no se oye nada. Ella se levanta y se viste. Sigue sin haber nadie. Entiende que no va a aparecer y que tendrá que volver a coger el autobús. Llegará tarde a clase. Cuando sale a la calle, se da cuenta de que está lloviendo. No ha cogido paraguas y no tiene tiempo de subir a por él. "¿Algo más, destino cabrón?" se pregunta con hastío. Una vez en la parada, ve que, debido a la lluvia, el bus se retrasa. Ella asiente para sí. "Claro que guardabas algo más..." se dice, respondiendo a la pregunta anterior. A unos metros de allí, el ocupante de un todoterreno, que pasa por el lado de ella, la observa esperar bajo la lluvia.

*****

Una dulce voz en su oído despierta su mente. Unas manos suaves y grandes rozando su piel despiertan su cuerpo. Lanza un leve gruñido. Todavía le tiemblan las piernas de la noche anterior. Le cuesta creer que aún le queden fuerzas. Pero el calor que surge en su interior bajo las certeras caricias de Travis prende la mecha de su deseo haciéndola girar para encontrarse con su mirada azul favorita. Muy lentamente, va acercando sus labios a los de él. Hasta quedar a unos milímetros. Abre un poco la boca y, con lengua, estudia cada parte de los carnosos labios de él. Travis muerde su labio inferior y tira de éste con suavidad. Sin besarse. Las caricias van haciéndose más intensas, pero continúan siendo lentas. Ella gime y él la observa retorcerse. Nunca se cansa de ese espectáculo. Cuando ya no aguanta más, se cierne sobre él, tomando el control. Se balancea con calma, torturándolo. Él pone una mano en su trasero mientras, con la otra, tocas sus pechos. Ella se agarra al cabecero de la cama para ayudarse a aumentar el ritmo. Hasta que una tormenta eléctrica se desata en ambos cuerpos dando paso al placer más grande que han sentido.

Pasan así toda la mañana. En duermevela entre el sueño y el deseo. Cuando el reloj da las once, sus estómagos exigen algo de comer. Como no quieren salir del cuarto, piden el desayuno al servicio de habitaciones. A la media hora, llaman a la puerta con una mesa llena de deliciosa comida, té y café.

—Prueba esto — dice Travis acercándole un trozo de pan untado con una masa marrón. Ella lo mira con mala cara. No tiene buena pinta. Niega con la cabeza —. Abre — le habla como si fuera un bebé. Ella aprieta los labios y vuelve a negar, esta vez, con más intensidad —. Max... — la reprende levantando una ceja —. Abre o te la abriré yo — intenta sonar amenazante, pero le puede la risa y termina enseñándole esa perfecta y blanca dentadura en una sonrisa preciosa.

Él se levanta del asiento. Con el trozo de tostada aún en la mano. Se acerca a ella lentamente. Como un felino acechante. Ella, al ver lo que pretende, salta sobre la cama intentado huir. Él le sujeta el tobillo y la hace caer. Travis, a horcajadas y entre risas, se pone sobre ella. Bloqueando su cuerpo con su peso y sus muñecas con una mano.

—Esto sería más fácil por las buenas, Brumby — acerca el trozo de pan a su boca. Ella sigue sin abrirla y sin parar reír. Él, poco a poco, comienza a restregarle la masa marrón por los labios. Entonces ella abre la boca para gritar y él aprovecha para meterle la comida. Acto seguido, la besa. Lamiendo sus labios — ¿Ves cómo te iba a gustar? — le dice con tono travieso mientras la libera de su agarre.

Máxima saborea lo que tiene en la boca. Tiene una textura similar a la de la mantequilla y un sabor salado y algo amargo. Es como si las pastillas de caldo las hubieran convertido en crema de untar. No tiene intención de probarlo nunca más, pero mejor no decirle lo malo que le resulta o le dará otro trozo.

Se pasan el resto del día en la playa. Al llegar anoche, estaba tan oscuro que no se percató de la belleza que inundaba al lugar. Allá donde mira sólo ve verde. La playa está rodeada de vegetación. El agua del mar es de un turquesa tan intenso que parece increíble que exista ese color en la naturaleza. Vuelve a ver canguros. Son unos animales extraordinarios. Le parece increíble las similitudes corporales que poseen con respecto a los seres humanos. Es, en ese momento, cuando cae en la cuenta de que es su primer viaje juntos y que está siendo todo lo fantástico que podía imaginar. Se fija en él. Está a unos metros de ella. Usando una de sus manos como visera para poder mirar el horizonte sin la molesta luz del sol. Ve cómo sus ojos iluminan su mirada. Sin duda, él es lo más bello del lugar. La felicidad la invade. Nunca olvidará esto.


Lunes. Vuelta a la realidad. Nada más aparecer por la planta 4, escucha un ruido agudo que proviene de la cocina. Sabe muy bien de quién se trata. Pone los ojos en blanco y suspira. Dudando si ir en su busca o ahorrarse el incómodo momento. En contra de su naturaleza, decide ir a ver qué sucede. Se asoma a la cocina y encuentra a Irene gritando por teléfono. No para de andar de un sitio para otro mientras manotea y lanza improperios. Una repentina lástima por la persona al otro lado del móvil surge en su interior. No envidia, en absoluto, a quien está soportando semejante bronca.

Lo cierto es que su relación se ha enfriado. No han hablado más que lo estrictamente necesario. Máxima sigue esperando una disculpa por la forma de referirse a Travis e Irene una de ella por haberle hablado de ese modo. Ambas pueden esperar sentadas.

Cuando Irene cuelga, ajena a la presencia de Máxima, se deja caer en una silla y se echa a llorar amargamente. Máxima gruñe silenciosamente. No tiene ninguna gana de aguantar llantos de nadie, pero, esta vez, no tiene escapatoria. No puede dejarla ahí sola. Irene fue una buena amiga cuando no conocía a nadie. La trató con hospitalidad y le presentó a sus amigas. Debe devolverle el favor, consolándola.

Se acerca y le pone una mano en el hombro. Irene da un respingo. Cuando la ve, se levanta de un salto. Por un segundo, Máxima cree que va a pegarle. Pero lejos de eso, se tira a sus brazos y la abraza hecha un mar de lágrimas. La primera reacción es alejarse, pero la tiene cogida con tal fuerza que le resulta imposible separarse. Le resulta increíble que esa pequeñaja posea tal fuerza. Así que, aceptando la derrota, la rodea con sus brazos y apoya el mentón sobre la dorada cabeza de ella.

Entre lamentos y pucheros, le explica lo sucedido. Tiene que hacer un esfuerzo por entender lo que dice. Al parecer, su piso se ha inundado. Por la noche, una tubería explotó. Justo encima de su cuarto. Se despertó por el ruido y vio como el agua salía rabiosa del techo. En apenas unos minutos, el agua ya cubría medio metro desde el suelo. Todas sus pertenencias han quedado inservibles. Estaba hablando con los fontaneros encargados de arreglar el destrozo.

— ¡Y mi ropa! ¡Oh Dios mío, mi ropa! — grita entre sollozos — ¡Estaba empapada! ¡Apenas pude recuperar algunas cosas! ¡Tuve que salir corriendo de allí! ¡Y mis cremas!

— ¿Qué demonios...? — Oliver entra en la cocina, en busca del origen de tal estruendo — Suena como si hubieran atropellado a un gato con un autobús y hubiera quedado atrapado vivo entre las ruedas — dice tapándose los oídos. Irene no escucha nada, está ocupada pensando en sí misma. Máxima le lanza una mirada recriminatoria a él.

— Se ha inundado su casa, ten un poco de respeto — responde ella para luego añadir en voz baja, de modo que sólo Oliver lo escuche — Creo que me he quedado sorda de este oído — se señala la oreja más cercana a la boca de Irene, que sigue llorando entre sus brazos — ¡Bueno! ¡Pues venga, ánimo! — exclama zafándose de ella. Suficiente contacto por hoy. Irene no la suelta — Tampoco es para tanto, mujer. En una semana estarás en casa de nuevo — eso provoca que el llanto te intensifique — ¡Quédate en mi casa! — le propone sin pensar, desesperada por liberarse de esa fuente de lágrimas.

— ¿QUÉ? — preguntan, sorprendidos y al unísono, Oliver e Irene.

Al menos ha conseguido que Irene la suelte y que cese ese sollozo taladrante. Aunque, en seguida, se arrepiente de su ofrecimiento. Mejor no pensar en lo que supondrá tener a una Irene histérica en sus escasos cuarenta metros cuadrados. Sólo reza por que le arreglen pronto la fuga y pueda regresar a su casa.

— Con una condición — le dice Máxima con el dedo índice en alto. Irene la mira con los ojos rojos muy atentos — Nada de llorar — Irene asiente de inmediato — Y se acabaron los abrazos de pinza de langosta en celo. Básicamente, esas son las normas — Irene vuelve a asentir y se tapa la boca para controlar el grito de emoción que quiere pegar y sale dando saltos. Máxima suspira.

— Tú te has vuelto loca... — Oliver aún no se lo cree.

—No veo el día en el que te manden para la 11 — le espeta ella cuando pasa por su lado dirección a su mesa.

Irene le propone comer juntas. Ella acepta. Cuanto antes vuelvan a la normalidad, menos violento será convivir con ella. Le alegra ver que Irene no tiene ninguna intención de mencionar la discusión que tuvieron hace semanas. Así que ella tampoco lo hará. Es, oficialmente, agua pasada.

Han terminado de comer antes de tiempo y aún les queda un rato antes de volver al trabajo. Máxima necesita ir a la farmacia que hay a unas manzanas para recoger un pedido que hizo hace días. Irene se ofrece a acompañarla.

—Vengo a recoger un pedido a nombre de Máxima Baena — le dice al farmacéutico. Irene, como cosa rara, permanece callada a su lado. Ella aprovecha ese silencio para perderse en sus propios pensamientos. Ha recibido una llamada de Smith. Tiene una reunión con Wellington en menos de una hora. Espera que no haya surgido ningún problema con Leben.

—¿Qué es esto? — pregunta Irene metiendo mano en la bolsita que el farmacéutico acaba de depositar en el mostrador.

—Un aro anticonceptivo — responde el hombre mientras saca el ticket de compra —Es eso lo que pidió, ¿no?

—Sí, muchas gracias — responde Máxima metiendo la bolsita en su bolso mientras le tiende el dinero al farmacéutico.

—¿Te acuestas con él? — lo gritan tan fuerte que todos los que están en la tienda se giran para ver qué sucede. Máxima la fulmina con la mirada. Piensa lo bien que conjugarían los prejuicios de ella con los de Wellington. "Harían buena pareja". Se pone una mano en la cara, muerta de vergüenza. Le da las gracias al hombre en un susurro y sale de la tienda. Irene la sigue corriendo sin dejar de hacerle preguntas incómodas en un tono agudo.

—¿Es que guardas un megáfono ahí dentro o qué? — le espeta señalándole la garganta —¿Tienes un botón de apagado? ¿Algo que te haga callar? — por un segundo, Irene la mira, callada al fin.

—Y sin protección... — vuelve a la carga.

—Esto — dice Máxima pacientemente con la cajita del aro en la mano —, es mi protección.

—¡Eso no te protege de las ladillas! — le grita.

—¡Un condón, tampoco, imbécil! — ya no aguanta más —Las ladillas son una especie de piojo en la zona genital no en la parte interior. ¿Qué clase de educación sexual te dieron en el colegio?

—Te veo muy informada... — le dice Irene, insinuando algo que, lejos de molestar a Máxima, la hace estallar en una carcajada. Irene no tarda en unirse a las risas. La conversación que acaban de tener le resulta tan surrealista que hasta le ha hecho gracia. Sabe que Irene no tiene maldad en sus palabras o actos, simplemente hace lo que cree que es mejor para ella. Y no puede reprocharle eso.

—Eres tan absurda — le dice mientras le da un leve empujón sin dejar de reír.


Es la segunda vez que se encuentra frente a ese despacho de cristal. Mira el reloj del móvil. Las 14:29h. Respira hondo antes de golpear la puerta con los nudillos justo cuando dan las dos y media. Espera que una voz le dé permiso para entrar. Por eso se asusta cuando ve que es el propio Wellington quien abre la puerta. No esperaba tenerlo tan cerca. Él se aparta a un lado mientras le indica que pase. La sigue de cerca. Le retira la silla y ella se sienta.

—Buenas tardes, señorita Baena — la saluda con voz suave. No puede evitar pensar en la diferencia que existe entre esa voz y la de su amiga —¿Le va todo bien? — ella asiente —Bien. Se preguntará por qué la he hecho venir. Necesito que firme una serie de documentos respectivos al caso Leben — le explica mientras comienza a sacar una serie de papeles que pone frente a ella. Al ver la ingente cantidad de hojas que le está poniéndole por delante, lo mira, sorprendida. Él nota su desconcierto —Disculpe si la abruma tanta formalidad. Las grandes operaciones conllevan mucho papeleo. No se preocupe. Sólo son contratos estándar que ha redactado mi abogado.

—¿Su abogado? — pregunta. ¿Por qué su abogado personal se encargaba de algo que ataña a la empresa? ¿No tenía Austech una buena cartera de magistrados que se encargara de esta clase de cosas? Echa un ojo rápido a todos los papeles. No entiende la mitad de palabras que lee. Son términos excesivamente técnicos. Uno llama especialmente su opinión—Pero... esto es un contrato de confidencialidad.

—Sí. No podemos confiar en nadie, ¿recuerda? — le dice tendiéndole un boli —Ni en nosotros mismos. Debo asegurarme que todo saldrá bien y que usted no me traicionará — añade con una voz más dulce y paciente que nunca. Ella no coge el bolígrafo —. Firme — nota cierta rudeza en su tono.

—Si me permitiera llevármelos y leerlos con detenimiento... — comienza —, eso me ayudaría a comprender mejor lo que estoy a punto de firmar, señor.

—Todo es estándar. No se preocupe — le explica con una sonrisa —Además, no puedo dejarla salir de aquí con tan valiosos documentos. Entiéndalo. Cualquiera podría registrar sus cosas y encontrarlo. Tiene que firmar. Ya.

Su cerebro va a mil por hora. Planteándose cada ínfima posibilidad. Cada camino que podría tomar. Todo lo que le dice tiene cierto sentido, no puede negarlo. Aun así, algo dentro de ella le dice que desconfíe. Por mucho que piensa, no llega a ninguna conclusión. Debe firmar. No tiene alternativa. No puede poner su puesto y todo lo que tiene en peligro por no querer poner un estúpido garabato en un papel. Con determinación, escribe su nombre en cada lugar indicado. Espera que, en esta situación, él no sea Úrsula y ella, la sirenita, que firma desconociendo que está vendiendo su alma por el deseo de ascender a la superficie.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro