Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 24

Hay personas que son el viaje, no el destino.

(Las frases del comienzo son siempre creación mía. Por eso, me gustaría aclarar que, en esta ocasión, no lo es. La vi hace tiempo y me gustó mucho. He considerado que para este capítulo sería perfecta)

*****

Curso nuevo. Vida nueva. Está en secundaria. Se siente mayor. Pero de una forma nueva y diferente. No porque las atrocidades vividas la hagan madurar, sino porque siente que se está transformando en una mujercita. Comienza a ser más consciente de su entorno. A disfrutar de su vida. Al menos, de la que no incluye a su monstruo. Sale de fiesta. Aunque ella y Aria deben hacer malabares para conseguir que sus padres no se enteren. Inventan fiestas de pijamas en casas de otras amigas. Se escapan por las noches. Lo que sea con tal de sentirse libre. Lo bueno es que, la casa de Máxima, está desierta la mayor parte del tiempo. Eso les permite hacer lo que quieran durante los fines de semana sin las incordiantes miradas de los adultos. Esta noche, Aria y los chicos dormirán con ella. Van pronto. Asaltan el bar de la casa. No necesitan beber mucho para conseguir achisparse. Sin que se den cuenta, ya es la hora. El timbre comienza a sonar. Llega el resto. Suben la música. La fiesta clandestina que han montado esa noche será inolvidable. Al cabo de un tiempo, hay gente por todos los rincones. Los invitados han traído a más gente. Gente que sólo conocen de vista en el colegio. Algunos de cursos superiores. Eso acelera su corazón. ¿Habrá venido?

*****

— Y si ese... — piensa una palabra insultante, pero se la calla — Oliver — se corrige — no es quien te acompaña, ¿con quién vas? — preguntado mientras pega un bocado a la hamburguesa que tiene delante. Siempre come carne. Y en cantidades industriales. Odia que los hombres puedan comer como animales y tener ese aspecto — ¿Con esa chica en miniatura? — se refiere a Irene. No han vuelto a hablar desde el encontronazo. La ve en la oficina, pero no tiene intención de dar el primer paso. Si Irene quiere disculparse, será bien recibida. Si no, una persona más que entra y sale de su vida.

— Con uno de los directivos. Un tal Wellington — responde ella llevándose algo de comida a la boca.

— No, cariño, debes de haberte equivocado — dice sin quitar la vista de su plato y sin dejar de comer. Su apetito es voraz — Eso no es una persona — la alecciona con una sonrisa burlona — Seguramente es allí a donde te llevan — el tono que usa es paciente. Como el de un padre enseñándole a su hijo pequeño por décima vez a sumar dos más dos. Como si fuera tonta — Es una ciudad de Nueva Zelanda — continúa al ver que ella está seria, sin reaccionar. Metiéndose el último trozo de carne en la boca.

— Lo sé — responde articulando cada sílaba lentamente — Es la capital. Al sur de la isla norte del país — añade para demostrar que no es ninguna inculta — No me he equivocado, "cariño" — dice esa última palabra imitando su voz grave — Es una persona. Se llama Montgomery Wellington y es el mismo tío que nos pilló dándonos el lote en el pasillo de mi oficina — al recordar de quien se trata, Travis tuerce el labio en un gesto de asco y gruñe. "Ese estirado" piensa — Es él quien me ha seleccionado para acompañarlo. Se supone que va a presentarme a gente que podría impulsar mi carrera. Aunque creo que lo único que quiere es una chica de los recados — ella voltea los ojos de la pereza que le da sólo pensarlo. Travis la mira. Tiene una cara rara. Como meditabundo. "Más ataques de celos no, por favor" piensa ella.

— Hablar de ese tío me ha dado hambre — dice a la vez que busca al camarero con la mirada — Creo que aquí servían un solomillo buenísimo — ella no puede creerlo. Acaba de comerse una hamburguesa entera con guarnición. Esa actitud desenfadada le demuestra que, tal como ella pensaba, los celos por Oliver, no son irracionales — ¿A qué hora tienes que irte? — le pregunta.

— Tengo que estar a las cinco de la mañana en el aeropuerto. Pediré un taxi.

— Yo te llevaré. Entonces — dice en un susurro ronco —, tendremos que aprovechar bien las horas que nos quedan — insinúa esbozando una sonrisa que enseña su perfecta dentadura y sus ganas de ella.

El despertador suena a las tres y media de la mañana. Despierta en su cama. Es la segunda noche que pasa allí. El viaje hasta el aeropuerto dura algo más de una hora desde la cabaña. Desde su apartamento apenas serían veinte minutos. Aun así, prefirió ir a casa de él. No está lista para invitarlo a la suya a dormir. Al menos, por ahora.

Travis duerme profundamente. Bocarriba. Extendido a lo largo de toda la cama y con los brazos abiertos. Lo sorprendente es que, en esa postura, no esté roncando como un oso. Le cuesta trabajo despertarlo. Apenas han dormido unas horas. Tiene que empujarle para sacarlo de la cama.

Más de hora y media después, llegan al aeropuerto. Más tarde de lo que deberían. Ella coge su equipaje, le da un beso rápido a Travis y sale disparada para el interior del aeropuerto. Lo último que quiere es ser impuntual. Siente una fuerza en su brazo. Algo no la deja avanzar. Travis tira de ella y le estampa un beso en los labios que la convierte en gelatina. Satisfecho, se monta en el coche y arranca. Debe irse antes de que lo multen por estacionar donde no debe.

Ella se gira para echar a correr hacia la puerta de embarque. Al hacerlo, ve a Smith, el asistente. No tarda en ser consciente de la presencia de Wellington. A la derecha de éste. Apoyado sobre la pared. Su postura es desenvuelta. No recta y tirante, como la que suele tener. No está tan repeinado como de costumbre. Lleva un traje de chaqueta azul egipcio con un chaleco del mismo color. Elegancia en estado puro.

— Buenos días — saluda ella a ambos con una media sonrisa.

— Llega tarde — responde Wellington. Dicho lo cual, se incorpora. Es realmente alto. Al lado del anciano ayudante, parece aún más grande de lo que es. Le hace un gesto a Smith para que éste coja el equipaje de ella y lo suba al carrito donde se encuentran las maletas de ellos. Ella se agacha para ayudar al asistente — Deje eso — le dice en cuanto ve las intenciones de ella — Acompáñeme — es una orden y Máxima la acata sin rechistar. Lo sigue. Anda rápido. Con esas piernas tan largas no le extraña. Casi debe correr tras él. Ahora se arrepiente de haberse puesto tacones — Ese hombre, ¿está siempre pegado a usted? — se refiere a Travis. Ella abre mucho los ojos. Antes de que pueda contestar, él frena en seco. Ella choca de pleno con su espalda, empujándolo ligeramente. Enrojece por la vergüenza de su torpeza. Nunca antes lo había tocado. Él se gira y la mira con sus ojos transparentes. Ella no sabe qué decir — La próxima vez que necesite un coche, si es por cuestiones de trabajo, llame al señor Smith, él se encargará de que usted llegue a donde debe. A tiempo — añade en un susurro. Vuelve a girarse y sigue caminando a grandes zancadas.

El vuelo durará, aproximadamente, una hora y media. Va en turista superior. Él y Smith, en primera. Mejor. Así podrá ponerse sus cascos y no hablar con nadie. Antes de que se dé cuenta, están desembarcando. Un coche los espera a la salida del aeropuerto de Melbourne.

Increíble. Está en Melbourne. Lleva queriendo visitar esa ciudad desde que era una cría. Sabe que no tendrá tiempo para hacer mucho turismo por la ciudad. Por eso, absorbe cada pequeño detalle que va viendo desde la ventanilla del coche. Es una ciudad moderna y cosmopolita. Pese a estar llena de rascacielos, allá donde mire ve parques. Verdes y frondosos. Ha sido elegida, en varias ocasiones, como el mejor sitio del mundo para vivir. Le resulta lógico. Sólo lleva media hora aquí y ya se ha enamorado.

Se hospedan en el Crown Towers. En pleno centro de la ciudad. El hall del hotel es impresionante. Circular y muy luminoso. Con una enorme alfombra redonda en el centro. Está cubierta por varios sofás en tonos verdes y azules. Dos imponentes columnas de mármol negro y brillante, una a cada lado de la puerta giratoria, te reciben al entrar. Los techos son muy altos. De ellos, cuelga una gran lámpara de araña con miles de bombillas pequeñas que iluminan toda la estancia. Puede verse el lujo en cada detalle. Hay algunas personas sentadas leyendo o hablando por teléfono. A parte de eso, el lugar está en calma. En silencio.

Un botones la ha acompañado hasta su habitación. Es sencilla, pero preciosa. Con unas increíbles vistas al río Yarra. Está rodeada de preciosos y estilizados rascacielos. Puede ver el edificio del acuario. El parque Batman. Y unas pistas de tenis situadas a la orilla del río. Piensa que jugar rodeada de esa arquitectura tan magnífica debe ser un placer. Nunca se cansaría de mirar por la ventana. Pero debe ponerse en marcha. Las ponencias de la convención están a punto de empezar. Tiene menos de una hora para acicalarse y bajar al lobby. Allí ha quedado con Wellington.

La MMASC, o Convención de Marketing, Publicidad y Ventas de Melbourne, tiene lugar en unas carpas gigantes al este de la ciudad. Se estima que este año acudirán más de cien empresas y unas cincuenta mil personas. Entre ellas, el director de marketing de la marca de ropa Rip Curl en Australia, el señor Hugh Flanagan. Será él el encargado de dar el discurso inaugural. Cuando éste sube al escenario, ella se fija en un chico que se encuentra al lado de Flanagan. No le ve bien la cara, pero está segura de que lo conoce. ¿Dónde lo ha visto antes?

Llevan más de siete horas metidos en la carpa. Van de aquí para allá escuchando hablar de métodos nuevos para captar clientes, desarrollo de técnicas colaborativas y proyectos innovadores que buscan inversores. Ella se limita a seguirlo a la carrera, escuchar y callar.

Entre todos esos inversores y empresarios, parece un hombre totalmente diferente. Se comporta de una forma distendida y sociable. Tiene un auténtico don de gentes. Sonríe y bromea. Pero lo más increíble de todo, es que hace reír a los demás. Sólo con un par de palabras es capaz de conseguir reuniones con un millar de interesados dispuestos a invertir en lo que él quisiera. Su seguridad al hablar y su capacidad de escoger las palabras adecuadas para atraer a todo el que lo rodea, la encandila. Sin duda, está hecho para eso. Y, sin duda, ella no.

— Por fin — dice Wellington en cuanto un hombre enchaquetado, grueso y calvo se aleja — Menudo gilipollas — eso la sorprende. Lleva hablando con él más de media hora de una forma amable y risueña. Fingía. Quizás no sean tan diferentes, al fin y al cabo, piensa ella — Va a explotarme la cabeza — dice apretándose las sienes. Realmente tiene mala cara. Ojeras marcadas. Su piel está más blanca de lo habitual — Vámonos de aquí antes de que... ¡Joder! — dice entre dientes al ver que un chico lo llama a lo lejos, acercándose a él y esquivando a la multitud. Posiblemente es un joven con ideas novedosas que busca su oportunidad y cree que el señor Wellington puede ofrecerle una.

— Váyase. Lo veo en el hotel — dice ella. Sin pensarlo, se gira y va hacia el chico. Rauda. Empuja a un par de personas que le entorpecen el paso y, justo cuando está cerca del joven, se choca contra él y simula haberse tropezado — ¡Oh! ¡Mi tobillo! — exclama con cara de dolor. Se toca el pie y comienza a dar leves saltitos. En seguida, el chico reacciona y la sujeta para ayudarla — ¡Estos malditos tacones! Discúlpeme, ya ni miro por donde voy.

— No, por favor, discúlpeme usted. Estaba tan absorto en mis propios asuntos que no la he visto venir. ¿Seguro que está bien? — ella vuelve la vista al lugar donde, antes, estaba Wellington. Ya no hay nadie. Objetivo cumplido.

— ¿Eh? Sí, sí. Ya puede soltarme — dice quitándose las manos de ese chico de encima — Pues nada, que le vaya bien — y sin cojear ni un poco, sale disparada de allí.

Al llegar al hotel, el señor de recepción le da una nota. Está escrita a mano. Reconoce la letra al instante. Ese hombre usa un modo de comunicación aún más antediluviano que Travis y su móvil con tapa, piensa. Coge la nota y suelta una risita fruto de sus pensamientos. El recepcionista la mira extrañado.

Estimada señorita Baena,

Cene conmigo esta noche en el restaurante del hotel. La reserva está hecha para las 20.00 h. No llegue tarde.

M.W.W.

— ¿Estimada? Vamos mejorando — susurra en español — "Ni lligui tirdi" — dice con un tono infantil. El recepcionista aún la mira, con el ceño fruncido — Buenas tardes — se despide antes de dirigirse a la habitación.

Aunque no le pasa desapercibida la forma imperativa en la que está escrita la nota. No puede evitar acordarse de cuando la Bestia invita a cenar a Bella con buenos modales, en contra de su naturaleza animal. Tiene unas tres horas hasta la cena con su bestia personal. Aprovechará para dormir. No pegó ojo la noche que pasó con Travis y los pies la están matando.

No ha dormido nada. Se ha tirado en la cama y ha empezado a pensar en Travis. Suficiente para acelerarle el pulso y no poder descansar. Se plantea llamarlo. En seguida, desecha esa opción. No quiere parecer intensa. Mejor darse un baño, quizás así se relaje. Lo cierto es que, cenar con Wellington, la pone nerviosa. Debe preparar varios temas de conversación para no parecer una niña estúpida y evitar los silencios incómodos. Desde luego, la naturalidad y espontaneidad no es lo suyo.

A las ocho menos diez, aparece en el lobby. Lleva puesto un traje pantalón con un blazer de abotonadura lateral y unos tacones. Todo negro. Obvio. Una cola de caballo. Sin maquillaje. Solo los ojos ligeramente sombreados y un poco de cacao sin color en los labios. Lo busca a la entrada del restaurante. No está. Sonríe al pensar que ha llegado primero.

— ¿Señorita Baena? — la llama una mujer a su espalda. Ella asiente — Acompáñeme. El señor Wellington hace unos minutos que llegó y la está esperando — una expresión de fastidio se dibuja en su cara. Adiós al primer puesto.

Lo ve. Chaqueta negra. Camisa blanca. Sin corbata. Pelo platino peinado hacia atrás. Está sentado en una pequeña mesa de dos. Sólo de ver lo cerca que estarán el uno del otro, las manos comienzan a sudarle. Él levanta la vista y clava sus ojos de tiburón en ella. La escruta. Mirándola de arriba abajo.

— Sin duda, su gusto por la moda es impecable — le dice a la vez que se levanta y le aparta la silla, invitándola a sentarse. ¿Eso ha sido un cumplido?

— Gracias — dice ella con una vibración nerviosa en la voz. Se sienta — ¿Ha podido descansar?

— No lo suficiente — le responde mientras le ofrece una carta — Aunque no hubiera sido posible si no hubiera placado a ese joven. Gracias por su rápida acción. No habría podido aguantar a otro crío más con sus estrambóticas propuestas. ¿Le gusta el vino? — pregunta cambiando diametralmente de tema — En esta región se elabora un famoso Pinot Noir del valle de Yarra. El suelo volcánico y rojo hace que la uva sea perfecta para la producción.

— Claro, el que usted elija estará bien — responde para agradar — Aunque siempre he sido más de Tempranillo o Cabernet. En ese campo, sin duda, los vinos españoles son los mejores — cuando termina de hablar, se da cuenta de que él la mira sorprendido.

— Por favor — en un gesto lento, le tiende la carta de vinos para que sea ella quien elija.

Ella la ojea en busca de algún buen ejemplar. Los precios son desorbitados. El doble o el triple de lo que valdría en un restaurante similar en España. Se decanta por un Vega Sicilia de 2009. Español cien por cien.

— Ahora probará lo que es un vino de verdad — dice con una sonrisa de superioridad. Si algo se hace bien en su país, es el vino. La camarera no ha tardado en traer la botella. La abre. Se lo da a probar a él. Éste hace un gesto afirmativo y la señorita llena ambas copas.

— Ahora es cuando me explica cómo sabe tanto de vinos — ella nota que, en esa frase, hay un tono de atónita curiosidad. No puede evitar sentirse insultada. Sabe lo que él está pensando. ¿Cómo una niñita torpe puede saber cómo sabe un vino de cuatrocientos dólares?

— Trabajé como camarera durante dos años en un restaurante. El fuerte eran los vinos. El sueldo del sommelier era más alto que el de un camarero común. Así que me aprendí bien los que se vendían y conseguí el puesto. Los probaba todos para saber qué estaba ofreciendo a los clientes — responde a la pregunta no formulada — Me pagaban por beber. El trabajo soñado, ¿eh? — añade para prender aún más el asombro de ese hombre. Quiere provocarlo. Brinda al aire, sin que las copas lleguen a tocarse y le da un buen sorbo a la copa.

No sabe qué mosca le ha picado, pero no tiene intención de dejarse comer por ese hombre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro