Capítulo 22
Las mejores noches son las que no esperas.
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La nueva mujer tiene una pequeña casa en el campo. En un pueblo perdido de la mano de Dios. El lugar es bonito. Rodeado de auténticas ruinas romanas y con una bonita arquitectura. Pese a eso, ella odio ese sitio. Nunca quiere ir e intenta buscar planes y excusas los fines de semana para que él no la lleve. Total, pasa la mayor parte del tiempo sola en casa. Él nunca está. Así que, ¿qué importa estar sola un par de días más? Y lo cierto es que, así, ella está mejor. Sola. No le gusta la gente que hay allí. Los considera insulsos y con poco que aportarle. Él ha conocido a esa mujer mediante un arreglo de unos amigos que tienen en común. Les organizaron una cita. Después de las veces que él prometió no meter a nadie nuevo en su vida. Después de lo mucho que criticó a su madre por hacerlo. Hipócrita. Manipulador. Él siempre decía que su madre arruinó sus vidas y la de sus hermanos por irse con otro hombre. Que mató a la familia. Esa palabra dibuja una cínica sonrisa en la cara de la niña. Familia. Nunca han sido una familia. No al menos desde que ella está en este mundo. Ella no conoce ese término. Es el producto de un matrimonio fallido. Vidas hundidas. Infancia robada. Mentiras. Esa nueva mujer tiene una hija, más o menos de su edad. Piensa que no es casualidad. Él es calculador e inteligente. Sabe que lo ha hecho queriendo. Él la cree tan básica que piensa que, si tiene una amiga con la que jugar, olvidara el hecho de que la ha engañado vilmente. A él se le escapa un pequeño detalle. Ella nunca olvida. Jamás.
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Van camino de un bistró que conoce Travis. Al parecer es sencillo, pero cocinan muy bien. Ella tiene bastante hambre. Con los nervios de la visita sorpresa y Wellington no ha comido prácticamente nada.
Para no gastar tontamente dinero en taxis, ya que, al ser cinco, necesitarían dos, Travis ha ido a recogerlos. La camioneta sólo tiene dos asientos, en la parte delantera. Ahí van ella y él. La parte de atrás está descubierta. Sin asientos. Es donde van sus amigos. Sentados como pueden sobre la curva que forma el chasis para dejar sitio a las ruedas traseras.
Normalmente, esa parte está llena de láminas de madera. Ahora ya sabe por qué. Sonríe al recordar que es todo un ebanista. Pero hoy no hay ni una sola pizca de serrín. Podría haber quitado los trozos grandes y puesto una manta para tapar el resto. En cambio, lo ha liberado y limpiado todo para sus amigos. Esos detalles nunca dejarán de sorprenderla. Cuando cree que es un bárbaro sin remedio, él hace algo delicado que rompe sus esquemas.
Ahora que está pensando en él. Recuerda cómo la ha mirado momentos antes. Le ha gustado que la mire de esa forma. No ha sido una mirada lasciva. Ha sido pura admiración. Idolatría.
No le ha hablado en todo el viaje. Lo mira de reojo. Está mirando al frente. Fijamente. Tiene las manos apretadas sujetando el volante. Lo nota inquieto. Se muere por saber qué piensa. Quiere tocarle. Quiere ser, por una vez, la que dé el paso. Así que estira su brazo, apoya la muñeca en el hombro de él y acaricia su pelo con la mano. Suavemente.
En cuanto él la siente, se tensa. Se remueve en su asiento. Notablemente nervioso. Sin duda, ese gesto lo ha cogido desprevenido. Ella aprovecha para pasar un dedo por su cuello, bajo la oreja. Eso provoca que a él se le erice la piel y ponga los ojos en blanco. Disfruta de sus caricias. Pero disfruta aún más del paso hacia delante que sabe que supone ese gesto por parte de ella. Está cambiando. Evolucionando. Confiando.
Quiere responder al contacto. Recuerda cuando le puso la mano sobre el muslo. En ese mismo coche. Días antes. Y cómo notó el rechazo en ella y el cambio de actitud hacia él. Pero sabe que esta vez será distinto. Así que va a volver a intentarlo. Entonces un ruido agudo los asusta.
El sonido viene de la parte de atrás. Aria se ha puesto casi de pie y se ha agarrado al techo de la camioneta. Ha comenzado a gritar como una loca saludando a la gente que pasea por la calle. Como una adolescente en su puesta de largo sacando la cabeza por el agujero del techo de una limusina. Sólo que ya no es una adolescente y eso no es una limusina.
Unos chicos jóvenes responden a sus saludos con proposiciones indecentes y faltas de respeto. Lo cierto es que Aria es una chica muy guapa y con un cuerpo de infarto. Llamaría la atención de cualquiera que tuviera ojos. Y no tiene vergüenza. Ninguna. Así que contesta a las insinuaciones de esos muchachos con gestos obscenos y palabrotas. Toda una dama.
Máxima se tapa la cara con la mano para ocultar su vergüenza. Travis, al entender que está pasando, ríe a carcajadas por la ocurrencia de su amiga. El resto de amigos se unen a las risas. Esa chica es única.
– Que se siente. ¡Ya! – le dice Máxima a Axel a través de la ventanilla trasera. Éste obedece y tira del vestido a su amiga para obligarla a sentarse.
Por fin llegan al bistró. Es un lugar al norte de la ciudad. Cerca de la costa. El lugar es pequeño y sencillo. Tiene una terraza que mira al mar. Un mar tranquilo y azul. Luces tenues que tiñen la noche de un amarillo cálido. Mesas de madera con manteles a cuadros rojos y blancos. Travis ha reservado la mejor. Justo al lado de la valla que da al acantilado. Al parecer, conoce a los dueños. Eran amigos de sus padres cuando vivían en Maroota.
Ella se aleja unos metros y se acerca a la baranda para admirar las vistas. El sol es, apenas, una línea en el horizonte. Sus últimos rayos cubren en cielo de naranjas increíbles y deslumbrantes morados. Se siente en un cuadro. Le cuesta creer que toda esa belleza sea real. Absorbe cada detalle de ese momento para no olvidarlo nunca. Para volver a él cada vez que necesite recordar algo tan hermoso como esa vista.
– Por fin – dice una voz a su espalda. Travis – ¿Sabes que ya intenté traerte aquí una vez? – ella, apoyada en la baranda, gira la cabeza y lo mira sin comprender – En nuestra primera cita. Aunque no pudo ser, nunca he dejado de querer traerte aquí – mientras habla, observa su espalda. El vestido que lleva deja verla prácticamente en su totalidad.
– Es todo un espectáculo de luces y colores – responde ella – Es precioso – está concentrada en la puesta de sol.
– Mucho – dice él refiriéndose a ella, algo de lo que Máxima no parece percatarse.
Ignora que, unos centímetros más atrás, Travis contempla otro espectáculo diferente. Con ese vestido, ella es su sol. La forma en la que los rayos naranjas del atardecer caen sobre su piel morena es lo más hermoso que ha visto nunca. Piensa en lo perfecta que es. No puede y no quiere evitar colocar las manos en su cintura y apoyar la cabeza en su hombro. Ella, al sentirlo tan cerca, aprieta su espalda contra su pecho con más fuerza. En busca de un mayor contacto. Él rodea su cintura con los brazos. Le retira el pelo hacia un lado y deposita un sutil beso en su hombro. Ella cierra los ojos y agacha la cabeza facilitándole el acceso a su cuello.
– Por aquí tenemos hambre – dice Axel rompiendo el momento. Todos están sentados a la mesa y esperando. Incluso ya les han servido unas bebidas. Lo mucho que se evade del mundo cuando ese hombre está cerca.
La cena es deliciosa. La carta no es muy variada y los platos son elementales, pero de una calidad inmejorable. Cocina italiana casera. Y, para ser Sydney, realmente barato. Por fin un sitio en el que no hay que mirar la parte derecha de la carta antes que la izquierda. Han pedido varias botellas de un vino italiano muy bueno. Ella, siempre pendiente, observa como él apenas lo prueba. Al contrario que el resto, que están realmente animados. La noche está yendo de maravilla. La charla es distendida. Sus amigos cuentan divertidas anécdotas de cuando eran adolescentes.
– Contadme alguna locura que haya hecho – les propone Travis señalando a Máxima con un movimiento de cabeza. Ella, sentada a su lado, mira a sus amigos con cara divertida y se lleva un dedo a los labios para indicarles que no respondan – ¡Vamos! – la regaña dándole un pequeño empujón entre risas – Estoy seguro de que nunca has hecho ninguna. Eres una estirada – se burla. Ella le saca la lengua.
– Aquí donde la ves – comienza Aria. Nada bueno puede salir de la boca de esa chica y Máxima lo sabe – robó una moto – Travis, que le está dando un sorbo a su copa, se atraganta y comienza a toser. Cuando se recupera, mira con los ojos muy abiertos a Máxima. Ella le lanza una sonrisa de superioridad.
– No te parezco tan estirada ahora, ¿eh? – le dice a Travis. Él pone su brazo tras la espalda de ella y la acaricia haciendo círculos con su dedo.
– Me pareces sexy – le susurra para que sólo ella se entere.
Le gusta que la toque. No quiere que esa noche acabe nunca. La confianza que le brindan el aspecto que tiene esa noche y el abrigo de sus amigos, le dan la capacidad de disfrutar de él. Sin ansiedad. Sin incomodidad. Una fuerte sensación le inunda el pecho. Cálida y efervescente. ¿Felicidad?
– ¡Chupitos! – exclama Aria dando una palmada. Como si hubiera tenido la mejor idea del mundo – Vamos, chicas, a ver que nos prepara ese camarero tan guapo de la barra – las tres se levantan y se adentran en el local.
– Parece que las cosas van mejor desde la última vez que hablamos – le dice Axel a Travis, aprovechando que se han quedado solos.
– Poco a poco – responde él con voz calmada a la vez que mira como Máxima ríe con sus amigas en la barra.
– Da gusto verla así. Hacía mucho tiempo que no desprendía esa alegría – eso llama la atención de Travis, que lo mira, con todos los sentidos puestos en la conversación – No sé cuánto hace ya desde...
– Más de tres años, por lo menos – lo interrumpe Daniel. Axel asiente, con la mirada perdida.
¿Desde que qué? ¿Más de tres años que qué? Mil dudas surgen en la cabeza de Travis. No quiere preguntar y parecer ansioso, pero está desesperado por saber. Espera a ver si continúan hablando. Si permanece callado, quizás sigan conversando sin reparar en su presencia.
– Hubo alguien – contesta Axel a las preguntas no formuladas, como si le leyera la mente – Cuando era más joven. ¿Qué edad tendríamos? ¿Diecisiete? – pregunta en español a Daniel. Éste asiente – Se conocieron y, ante todo pronóstico, se enamoraron como locos. Ella siempre ha sido una chica reservada. ¿Qué te voy a contar? – dice sonriendo a Travis – Él era todo un maremoto. Espabilado. Extrovertido. Con amigos en todos lados. Hablaba por los codos con cualquiera. Nunca pasaba desapercibido. Se hacía notar allá a donde fuera. Hasta que llamó la atención de nuestra chica de hielo. La deslumbró. La conquistó. Lo suyo le costó al pobre chico – Axel y Daniel ríen al recordarlo. Conociéndola, seguramente Máxima se lo puso bastante difícil, piensa Travis – Pero no era un tipo que se diera por vencido fácilmente. Al final lo consiguió. Su primer amor. Y único... o no – Axel lo mira escrutándolo. Buscando una respuesta a esa afirmación en su rostro. Algo que le haga ver si Travis va en serio – Todos creíamos que no durarían. Que más pronto que tarde, aquella relación se rompería y se olvidarían. Eran diametralmente opuestos. No podía durar. No resultó así. Rompieron todos nuestros esquemas y duraron casi cinco años juntos. La intensidad y el fuego que compartían parecía no apagarse nunca. Hasta que un día, todo acabó. Ella desapareció de su vida. Cortó relación con todos los amigos que tenían en común y se fue a Alemania a vivir un tiempo. Al año volvió y, desde entonces, no hemos vuelto a ver otra persona a su lado. Hasta que te conocimos a ti.
Antes de que a Travis le dé tiempo a contestar o, simplemente, a asimilar toda la información que acaba de recibir, las chicas aparecen con una bandeja llena de chupitos. Ya pensará más tarde.
Todos están bastante achispados. Travis es el único que se ha mantenido sobrio. Es hora de volver a casa. Mañana, ambos, tienen que madrugar y trabajar. Ella habla con sus amigos en español. Él no entiende nada de lo que dicen. Observa que el tono de voz de Máxima es diferente cuando habla en su idioma. Más fluido y suelto. Más natural y confiado. Nunca la había oído hablar en español tan seguido. Escucha con atención ese dulce sonido.
Al rato, ella se acerca a él. Le explica que sus amigos quieren quedarse. Más tarde pedirán un taxi y volverán a casa. Ya tienen una copia de las llaves de su casa y saben moverse bien por la ciudad. Así que se despiden, se montan en la camioneta y se van.
Cuando Máxima mira por la ventana, ve que no van dirección al sur. Van aún más al norte. A la casa de él.
– Te has equivocado de camino – dice ella a sabiendas de que no se trata de ningún error.
– ¿Eso crees? – pregunta él con voz baja y grave. Esa voz. Tranquila y plácida. Pícara.
– ¿Me estás raptando? Te aviso que, con los móviles de hoy en día, no los del pleistoceno, pueden rastrearme y encontrarme – él sonríe en un suspiro. Está algo borracha. Nunca la había visto así antes. Le resulta divertido lo mucho que cambia con unas copas – Sólo pulsando este botón – dice pegándose a él y mostrándole el móvil. Un bache en la carretera hace que el teléfono caía entre las piernas de Travis – ¡Ups! – exclama poniéndose una mano en la boca y fingiendo sorpresa – Habrá que recuperarlo – y sin pensárselo dos veces, mete su mano en la entrepierna de Travis y palpa todo lo que encuentra en su camino en busca de su móvil.
– Vas a provocar un accidente – le dice él entre risas, removiéndose en su asiento. Inquieto y excitado.
– ¿Le pongo nervioso, señor Jones? – pregunta ella colocando la barbilla en el hombro de él. Un frenazo en seco, en mitad de una oscura y desierta carretera, la hace tener que apoyar sus manos en el salpicadero para no salir disparada. Travis ha parado el coche.
– Me pones. Punto – responde él. Y, acto seguido, pone la mano en la nuca de ella, agarrándole el pelo y acercándola a su boca. La devora. Ha aguantado a poseerla toda la noche, pero ya no puede más. Si eso le cuesta un accidente y la vida, morirá plácidamente en sus labios.
Cuando se separan para recuperar el aliento. Se miran. Incluso en esa oscuridad, ella puede observar el brillo azul de sus ojos. Los más bonitos que ha visto jamás. Cae en la cuenta de que nunca se lo ha dicho. Si él supiera lo que provoca en ella sólo con una mirada...
– Arranca – ordena ella – o me subo encima de ti, aquí y ahora – él obedece y pisa a fondo.
Han llegado a la cabaña más rápido que nunca. No hay tiempo que perder. Bajan del coche. Ella no hace más que poner un pie en el suelo cuando él ya está ahí, esperándola. La ayuda a bajar y, sin más dilación, la besa. La atrapa entre su cuerpo y el coche. La coge en volandas, sujetándola por debajo del vestido y sintiendo el contacto de sus manos con sus muslos desnudos. Ella coloca las piernas alrededor de su cadera. Y así entran en la casa, enredados y besándose con pasión.
Él la lleva al dormitorio. La suelta, sin dejar de abrazarla. Ella aspira ese olor a madera que tanto le hace pensar en él. Entonces, lo aparta y lo empuja hasta sentarlo en el borde de la cama. Le quita la camisa. Lentamente. Roza su pecho con las manos. Luego sus hombros, para hacer que la camisa caiga en la cama. Contempla su torso. Saborea con los ojos cada músculo. Se aleja de él, sin darle la espalda. Se echa las manos al cuello y se desabrocha los tirantes del vestido. Al hacerlo, éste cae al suelo. Ella queda ante él prácticamente desnuda. Sólo los tacones y un tanga.
Siente como a Travis se le dilatan las pupilas ante esa visión. Él no puede evitar levantarse e ir hacia ella. Muy lentamente. Sin dejar de mirar su cuerpo. La respiración de ella es desacompasada y el pecho sube y baja con fuerza. La expectativa de sus manos por todo su cuerpo la está volviendo loca. Cuando al fin se pone ante ella, la toca. Acaricia su piel. Sus grandes manos son suaves. Cálidas.
Ella le desabrocha el pantalón mientras él concentra sus caricias en sus pechos. Ahora él está completamente desnudo. Ante ella. Lo aparta ligeramente para admirarlo mejor. Su ancha espalda. Sus torneados brazos. Su abdomen. El camino de vello rubio que la guía hasta su excitación. Todo en él es perfecto. Ese adonis la abruma.
Como si de dos imanes se tratase, pegan sus cuerpos con fuerza y se besan. Abren sus bocas para dar el mayor acceso posibles a sus lenguas. Esta vez, es ella quien aprieta su férreo trasero. Se acercan a la cama y él la tumba, poniéndose sobre ella y llenándola de tiernos besos. Pone su mano sobre el cuello de ella, obligándola a levantar la cabeza. Muerde su clavícula levemente. Escucha los suspiros que salen de la boca de ella mientras la acaricia.
El calor que comienza a surgir en su centro la abrasa. Lo necesita. Ya. Con un movimiento rápido, se gira para ponerse encima. Pone sus manos sobre su pecho y una pierna a cada lado de él. Eleva levemente las caderas y comienza, lentamente, a descender. Sintiendo en su interior como él la llena. Ella marca el ritmo. Él contribuye al balanceo de sus caderas poniendo las manos alrededor de su cintura y moviéndola.
Ella cierra fuertemente los ojos en un intento por controlar el fuego que comienzan a surgir en su cuerpo. Un cosquilleo recorre el interior de sus muslos. Conoce esa sensación. El punto culminante. Es la primera vez que lo siente con él. Al principio, es ligero. Al cabo de unos minutos, se va haciendo más fuerte. Hasta que el intenso placer que experimenta convierte el simple cosquilleo en un espasmo eléctrico que explota en su interior descargando toda la tensión sexual que corría por su cuerpo.
– ¡Sí! – grita sin poder evitarlo.
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