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Capítulo 21

Nunca prometas.

*****

Sus notas no son buenas. Le cuesta concentrarse. La situación en casa no es la idónea para llevar las tareas al día. Cada tarde que le toca con su madre es una discusión con él. Aunque esa no es la palabra correcta. En una discusión ambos participan aportando argumentos razonados. Aquí, él grita improperios y cosas sin sentido y ella aguanta el chaparrón. Se mantiene callada hasta que él se cansa de chillar y ella sale por la puerta en busca de su madre, que la espera paciente en el portal. Al menos, no puede escuchar los gritos, piensa la pequeña. Pasa unas horas con ella dos días a la semana y fines de semana alternos. Claro que no siempre se cumple ese horario. Él se las arregla para llevársela cada fin de semana que le toca con su madre a algún lugar lejano. El continuo tira y afloja al que es sometida por ambas partes va a partirla en dos un día de estos. Durante esos "secuestros", él aprovecha para meter ideas en su cabecita y ponerla de su lado. Le promete que él no la abandonará. No la sustituirá por otra pareja como ha hecho su madre. Jamás volverá a compartir su vida con otra persona que no sean sus hijos. Lo jura. Siempre la misma cantinela. Cada día. Lo hace con tanta intensidad, que hasta comienza a creerlo. Hasta que, un día, aparece una mujer.

*****

– ¿Podemos hablar o está muy ocupada? – pregunta el gran tiburón blanco. Obviamente, sólo hay una respuesta correcta.

– Sí – contesta avergonzada – Por supuesto, señor.

Wellington gira en redondo de manera violenta. Como un soldado. Recto. Rápido. Con paso firme. Entra en la sala de reuniones y ella tras él. Ha notado que no se ha dirigido en ningún momento a Travis. Ni siquiera lo ha mirado. Le recuerda a cuando, en ese mismo pasillo, ella lo vio por primera vez y él no reparó en su presencia. En esta ocasión, toda la atención de esos fríos ojos se la ha llevado ella.

Cuando entra en la sala, él le da la espalda. De nuevo, está mirando por la ventana. Eso facilita las cosas. Si no está bajo esa mirada terrorífica podrá pensar mejor. Y debe hacerlo rápido. Explicarse de alguna manera que no le haga quedar mal. Mejor dicho, que no le haga quedar peor. Pero, ¿qué podría decir que no sólo no empeorase la situación, sino que la arreglase? Insólito. Parece que, a "Doña Excusas", no se le ocurre ninguna en esta ocasión.

– Cierre la puerta – ordena. Ella no tarda en obedecer. Al girarse para cerrar, ve a Travis mirándola con atención y gesto serio – Señorita Baena, desconozco cuales suelen ser las compañías que frecuenta – habla despacio. Su voz es un rugido bronco – O si en su antiguo trabajo se permitía el tipo de conducta de la que, desagradablemente, he sido testigo – continúa dándole la espalda – Lo que usted haga fuera de estas paredes, es asunto suyo. De nadie más. Así que haga el favor de hacerlo lejos de aquí.

En cuanto pronuncia la última palabra, se da la vuelta. Pone una carpeta sobre la mesa de un golpe. Y, abruptamente, sale de la sala abriendo la puerta de un empujón con un fuerte estruendo. Ella ve, a través de las paredes de cristal, como pasa por el lado de Travis como si éste fuera un fantasma. Ignorándolo por completo.

¿Cómo ha podido ser tan estúpida? Poner en peligro su vida aquí por un momento de pasión descontrolada. ¿Es que no es consciente de lo mucho que se juega? Bajo ningún concepto puede perder el trabajo. Perderlo significaría que todo lo que ha hecho por empezar de cero desde que llegó habría sido en vano.

Cuando lo pierde de vista, se da cuenta de que está temblando. La actitud de ese hombre le resulta familiar. Recuerdos desagradables vienen a su mente. Hace mucho que se prometió no volver a soportar desplantes por parte de otro hombre. No tiembla de miedo, sino de ira. De rabia por haber removido reminiscencias del pasado que creía olvidadas. Por la sensación de volver a estar a merced de un hombre caprichoso, calculador y cruel. Vuelve a ser una niña. Temerosa. Sin salida. Todo lo que ha hecho para escapar de su pesadilla personal para acabar en una situación similar. El odio prende la mecha de los sentimientos reprimidos. La respiración se acelera. Nota como la sangre comienza a hervirle en las venas, abrasando su cuerpo.

Se deja caer sobre una de las sillas. Apoya los codos en la mesa y pone la cabeza entre sus manos. Cierra los ojos. Abatida. No por Wellington, sino por los recuerdos. Tras sus párpados, imágenes que tenía escondidas desde hace años viajan por su mente, torturándola. Respira desacompasadamente. Reconoce la sensación. Tiene que recuperar el control. Y tiene que hacerlo rápido. Pega un fuerte puñetazo a la mesa en un intento por calmarse. Eso hace que la carpeta caiga al suelo. El corazón le bombea tan fuerte que lo único que escucha son sus latidos. No oye como Travis, que está viendo la escena sin perder detalle, entra en la sala.

Cuando él le pone una mano sobre el hombro, ella pega un respingo y se levanta. No quiere que la toque. Ahora no. Si siente su contacto, cálido y preocupado, no podrá reprimir las lágrimas que luchan por salir de sus ojos. Necesita distancia. Sólo así recobrará la compostura sin montar una escena.

Travis entiende que no debe acercarse. Así que se agacha y mete uno a uno todos los papeles que se habían salido de la carpeta en un intento de ayudarla en algo. Una vez recogida y guardando las distancias, se la ofrece. Eso le ha dado tiempo suficiente a Máxima para recomponerse. Ella la coge, rozando la mano de él durante unos segundos. Gesto más que calculado que usa como forma de disculpa por su violenta reacción.

– ¿Tendrás problemas? – le pregunta él, preocupado por el problema equivocado. Ella niega con la cabeza – ¿Qué es? – dice mirando la carpeta.

Ella mira dentro. Encuentra los itinerarios del viaje. Su billete de avión. Una identificación para acceder a la convención y otros papeles. Le sorprende la velocidad con la que Wellington ha conseguido reunir todo eso. No hace ni media hora desde que volvió de su despacho. El simple hecho de conseguir sus datos para poder comprar el billete ya le habría llevado un tiempo. Por no hablar del hecho de que la identificación lleve su nombre. Que Melbourne haya mandado esa tarjeta habrá llevado días.

Ese hombre había planeado que ella lo acompañaría. Lo había preparado todo antes incluso de que ella accediera. No sabe si sentir decepción por haberle resultado tan previsible a Wellington o admiración por la precisión de su predicción. Ese hombre está empezando a despertar su curiosidad.

– Son cosas de trabajo – responde ella.

No quiere mentirle, pero no tiene ganas de discutir sobre el viaje que va a hacer. Sabe lo que Travis pensará de que comparta cuatro días con ese hombre. No le gustará. Y, para ser sinceros, a ella tampoco.

La verdad es que Travis sólo se ha mostrado celoso cuando ha estado de por medio Oliver. Ha conocido al resto de sus amigos. Sabe que ella suele tener más compañía masculina que femenina. A él nunca ha parecido molestarle que estuviera entre hombres. Oliver debe ser su criptonita.

– Oye, – la llama – me gustaría invitarte a cenar esta noche. O a tomar algo – ella lo mira con una expresión que él no identifica.

– Mis amigos aún están aquí. Se van en unos días y no me gustaría dejarlos solos – dice ella – No es una excusa – se adelanta con cara cómica, poniéndole una mano en el pecho. Al sentirla, el pulso de Travis se acelera. No está acostumbrado a que lo toque con ese desenfado – Es sólo una forma de proponer que ellos también vengan – él permanece callado. Desea coger esa mano entre las suyas. Pero no sabe si debe hacerlo. Siempre ese miedo a cuánto será demasiado – ¿Travis? – lo llama ella, obligándolo a despertar de sus pensamientos.

– Por supuesto, Brumby – responde él con una sonrisa.

No ha entendido lo último que ha dicho. A menudo no comprende bien todo lo que él le dice. Tiene un fuerte acento australiano y usa palabras que ella desconoce. Pero está seguro de que nunca la ha llamado así antes. Siempre le da vergüenza preguntar por el significado de las cosas que dice por miedo a parecerle inculta. Pero algo es diferente entre ellos ahora. Es una sensación cálida de seguridad. ¿Confianza?

– "Bremby" – repite pronunciándolo mal – ¿Qué significa? – pregunta con una sonrisa curiosa.

– "Bram-by" – Travis vocaliza lentamente. De forma que ella aprenda la fonética de la palabra. Máxima lo imita. Esta vez lo pronuncia correctamente. Él observa cómo se mueven sus labios. Sólo el respeto más absoluto le hace controlar las ganas de besarla – Significa indómita – la forma en la que él pronuncia esa palabra le produce una sensación eléctrica que recorre su cuerpo. Le gusta lo que significa. Y aún le gusta más como él lo dice – Es una palabra especial que se usa aquí para llamar a un tipo de caballo salvaje que habita en el sureste de la isla – sus ojos turquesa se encienden. Expectante.

– ¿Qué? – pregunta ella sin saber por qué la mira de esa forma.

– Te he contado una "mierda australiana", espero mi beso – reclama con una sonrisa pícara. Esa declaración enciende su cuerpo.

– ¿Es que te has propuesto conseguir que me despidan? – dice ella entre risas en un intento de rebajar la tensión que se ha producido.

– Tenía que intentarlo – bromea encogiéndose de hombros y poniendo cara de niño bueno – Te dejo trabajar. Nos vemos esta noche, Brumby – dice guiñando un ojo.

Ella lo acompaña hasta el ascensor. Tiene una enorme sonrisa en la cara que intenta ocultar mirando hacia abajo. Cuando él va a montarse en el ascensor, ella recuerda algo.

– ¡Espera! – exclama elevando la voz – Dame tu móvil. Te apuntaré mi teléfono – al ver el asombro en los ojos de él, añade – Tengo entendido que es lo que hace la gente normal cuando quiere quedar.

Él se mete la mano en el bolsillo y saca un rectángulo plateado de plástico y metal. Se lo da. Ella mira el objeto con cara rara. Sin saber muy bien si lo que ve es real o una broma. Es un Motorola V500. Con tapa. Ella lo sujeta con los dedos pulgar e índice por la antena. Sí, también tiene antena. Lo levanta hasta tenerlo a la altura de los ojos.

– ¿Se puede saber qué es esto? – pregunta anonadada por el fósil que tiene entre sus manos.

– Un móvil... – antes de que el termine la frase, ella lo interrumpe.

– No, no... No, querido, esto no es móvil. Es una momia. Esto debería estar en un museo. Junto al esqueleto de algún dinosaurio – él pone los ojos en blanco y la ignora. Ella tiene que hacer memoria para recordar cómo se usaban esos aparatos. El teclado es de los de tres letras en cada tecla. Con esfuerzo, escribe su número y nombre. Tarda lo que le parece una eternidad – Aquí tienes, troglodita – le dice en español tendiéndole el teléfono.

– Eso lo he entendido – le responde él entrecerrando los ojos – Sirve para llamar, con eso tengo suficiente – con fingida indignación, se sube al ascensor y se va. Antes de que las puertas se cierren, le guiña un ojo.

Ha estado mirando todos los papeles de la carpeta con más tranquilidad. Será en una semana. Más pronto de lo que ella creía. Vuelo de ida el miércoles de madrugada y vuelta el sábado por la tarde. Cuatro días, como ya predijo. Gastos pagados. Hotel, esta vez de cinco estrellas. Quizás no haya sido tan malo haber aceptado después de todo. El pase a la convención le dará acceso a todas las áreas de la carpa donde ésta tendrá lugar. También hay varios informes sobre las empresas que van a participar. Los horarios de las charlas. El itinerario. Y un sobre. Dentro de él, una carta. Escrita a mano. Caligrafía perfecta.

Señorita Baena,

Cualquier duda que pueda tener, por favor, disponga de mi asistente, el señor Smith, para resolverla.

M. W. W.

Escueta. Educada. Elegante. Una carta hecha a imagen y semejanza de su autor. La analiza más a fondo. Al menos, lo poco que hay para analizar. El hecho de que se haya tomado el trabajo de escribirle una nota para asegurarse de que no lo incordiará con molestas preguntas sobre el viaje le hace gracia. Parece que ha conocido a alguien aún más asocial que ella.

Son más de las cinco. Ha terminado todo el trabajo que tenía atrasado. Al no haber pedido muchos días de vacaciones, no era mucho. Así que decide irse a casa. Antes de eso, mira su móvil. Él tiene su número. Tiene que llamarla para decirle dónde quedar. No hay llamadas. Sólo unos cuantos mensajes de sus amigos que preguntan sobre el plan de esa noche.

Cuando se baja de la moto, ya en casa, vuelve a mirar el móvil. Hay una llamada perdida de un número que no tiene guardado en sus contactos. Piensa en marcar la rellamada. Duda unos segundos. Le da vergüenza hacerlo. "Tonta" se dice. En ese momento, el teléfono vibra. El mismo número vuelve a llamarla. Comienzan a sudarle las manos. Está algo nerviosa. Descuelga. No se oye nada al otro lado.

– Hola – la saluda una voz grave. El sonido más dulce que ha escuchado en mucho tiempo.



Antes de contarle a sus amigos el plan, debe contarles quién es ese hombre, cómo se conocieron y en qué situación están. Esa última pregunta es la primera vez que se la hace desde que lo conoce. La verdad que no puede contestarla. No sabe la respuesta. En cuanto a lo demás, cuenta muy resumidamente cómo surgió su amistad. Suficiente para que sus amigos se sientan satisfechos. Aun así, quieren saber más.

– ¿Estás enamorada? – pregunta Axel.

Es un chico sentimental y romántico. Cree en las almas gemelas. Tiene una visión optimista del mundo. Para él, es un lugar utópico donde la felicidad y el amor está al alcance de todos. Algo en lo que Máxima difiere. Ella tiene una perspectiva mucho más turbia de la vida. Siempre le ha resultado curioso lo diferente que son en ese aspecto. Ambos han sufrido problemas familiares similares. Podría decirse que entienden el dolor del otro a la perfección. En cambio, cada uno ha respondido a la vida de manera diferente. Él ha elegido la luz. Ella, las tinieblas. Él prefiere sentir, aunque se arriesgue a sufrir. Ella...

– Por Dios – susurra mientras pone los ojos en blanco y se toca el puente de la nariz.

Esa es toda la respuesta que está dispuesta a dar. Aria lo sabe. Así que decide preguntar algo que, para ella, tiene más interés.

– ¿Os habéis acostado? – directa.

Aria la mira. Tiene los ojos abiertos y brillantes. Se ha echado ligeramente hacia delante debido a la emoción que le produce una posible respuesta afirmativa. Máxima se plantea mentir. O, como a ella le gusta decir, ocultar la verdad. Pero ha perdido mucho tiempo pensando. Además, al recordar esos momentos, ha sido prácticamente imposible reprimir una sonrisa.

– ¡Sí! ¡Lo sabía! – grita Aria levantándose del sofá de un salto – Por fin. Seguro que ha sido como perder la virginidad por segunda vez. Ya sabes, después de tanto tiempo que no...

– Suficiente – la corta Máxima, poniéndose en pie bruscamente – Voy a ducharme. Salimos en una hora. Estad listos – dice señalando a Aria con el dedo de manera amenazadora.

Antes de meterse en su cuarto, ve a Aria dando saltos por el salón y cantando una canción que ellas inventaron cuando eran pequeñas y les gustaba algún chico. En el lugar donde iría el nombre del susodicho, canta el de Travis. Máxima niega con la cabeza antes de cerrar la puerta. Una vez dentro, sonríe al recordar los buenos momentos que vivían cuando crearon esa canción. Su amiga siempre consigue sacarle una sonrisa.

Pasado un tiempo, sale del dormitorio. Está duchada, peinada, maquillada y vestida. Pantalones acampanados de talle alto negros. Camiseta ajustada de mangas cortas. También negra. Sin escote. Sandalias de tacón. Sin pulseras. Sin collar. Como siempre, sencilla.

– ¿Se puede saber qué demonios llevas puesto? – dice Aria con la mayor cara de asco que le es posible poner – No, no y mil veces no. ¿Tú te has visto? Sólo te faltan un par de plañideras como compañía. A tu cuarto – ordena – Vamos a vestirte como es debido – y sin más, empuja a Máxima al interior del cuarto.

Aria la ha obligado a ponerse un vestido que tenía en el fondo del armario. Aún con la etiqueta puesta. Amarillo. Corto. Ajustado a la cintura y con un ligero vuelo. De tirantes gruesos, los cuales se abrochan al cuello. Con un fino escote de pico que llega hasta la mitad del torso, dejando ver un bonito escote. Toda la espalda descubierta hasta la cintura. Su color de piel, muy bronceado desde que llegó a Australia, se ve realzado por el color del vestido, pareciendo aún más morena.

– Ni de coña – dice Máxima al mirarse al espejo.

Cuando se dispone a quitárselo para cambiarse, suena el timbre. Travis los está esperando abajo con la camioneta. Tendrá que ir así vestida. Coge el bolso y baja junto con sus amigos, los cuales también se han arreglado y van muy guapos. Mientras sale del portal a la calle, va concentrada intentando cubrirse lo más posible con la poca tela que tiene. No está cómoda así vestida. Entonces choca con algo. Cuando alza la vista, ve que se trata de Travis.

Como cosa rara, no la mira a los ojos, sino más abajo. Con la boca abierta. No respira. No parpadea. No se mueve. No reacciona. Tiene los ojos muy abiertos y los mueve de un lado a otro recorriendo una y mil veces su cuerpo. Con las pupilas dilatadas. Allá donde mire ve curvas, por las cuales su mirada derrapa descontrolada.

– ¿Nos vamos? – pregunta ella con una sonrisa.

Él, sin quitarle los ojos de encima y sin cerrar la boca, se aparta y le abre la puerta del copiloto. Sus amigos ya han subido a la parte trasera y observan la escena.

Lo cierto es que, le ha gustado esa sensación. Ver el deseo en sus ojos. Hace tanto que nadie la mira así. Se alegra de que Aria haya insistido en lo del vestido. Algo que no le admitirá jamás.

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