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Capítulo 18

El daño que no se ve venir es el que más hiere.

*****

El cambio de custodia no es sencillo. ¿Por qué aún tenía la esperanza de que algo en su vida fuera fácil? Lo primero es confirmar que la pequeña está en condiciones de decidir el cambio. Para ello, tiene que ir a ver a una psicóloga. Una experta, dicen. En la primera sesión, le pide que haga el dibujo de una familia. La pequeña no puede remediar sentir asco en su interior. Al parecer, esa es la experiencia que debe esperar de esa mujer. La terapia va a consistir en trucos baratos de pseudopsicología. Mismos métodos de actuación para diferentes traumas, situaciones o personas. Otro fallo del sistema del que es víctima. Está asqueada. No necesita hacer estúpidos dibujos. Necesita ayuda. Ayuda de verdad. Necesita que alguien le enseñe a pedirla. O se perderá. Quiere salir de ahí. Aunque prefiere mostrar una falsa sonrisa y callar. Otra vez. Si esa mujer pretende encontrar algún trauma en el que apoyar su hipótesis basándose en lo que ella dibujara, no se lo pondría fácil. Así que, pinta una familia de lo más convencional. Padre, madre, hijo, hija y perro. Cuando acaba, la psicóloga queda impresionada por la calidad del dibujo. "Vaya, pintas muy bien". "¿Es eso lo que quieres ser de mayor? ¿Dibujante?". "Feliz y libre, es lo que quiero ser" piensa, pero, como es normal en ella, no lo expresa. Se limita a asentir y sonreír. ¿Qué más da mentir? Poco le importa a esa señora su futuro, solo quiere su cheque. Fin de la sesión.

*****

Se encuentra en el porche. Al sol. Mientras espera que él se duche y se vista. Ve su moto aparcada al lado del coche. Mira las plantas aplastadas bajo la camioneta. Ahora que sabe la historia, piensa que quizás no fue casualidad que "aparcara" sobre ellas. Quizás fue un arrebato de furia lo que lo llevó a montarse encima de ellas y destrozarlas. Lo cierto es que, aquel jardín, es lo único en la parcela que tiene aspecto de estar cuidado. O tenía. Seguramente, de esa manera mantiene viva la promesa que su madre no cumplió.

Un crujido a su espalda la distrae de sus cavilaciones. Se gira rápidamente, esperando encontrarse con él. Lo que ve la sorprende. Está sentado en el saliente de una de las ventanas. Su pelo es tan brillante y negro que, con los rayos de sol sobre él, parece azul. Como un cuervo. Sus ojos, fijos en ella, son de un verde pistacho casi transparente. En ese momento, Travis aparece por el interior de la casa, tras la mosquitera de la puerta.

– ¡Tienes un gato! – comenta asombrada.

Él, que estaba buscando las llaves, la mira frunciendo el ceño. Se asoma. Gato y hombre, se miran. Dos pares de ojos a cada cual más felino. Entonces, Travis abre la mosquitera de manera tan ruda que el estrépito hace que el nuevo inquilino adquiera una pose desconfiada de ataque. En ese momento, Travis alza las manos en el aire y lanza un rugido. Consigue su objetivo. El gato sale corriendo.

– Sinceramente, no sabría decir quién es más animal – dice ella negando con la cabeza. Él contesta a ese comentario lanzándole un beso burlón. Ella pone los ojos en blanco.

– Vamos – concluye bajando las escaleras de un salto. Parece estar de buen humor.

Ya están de camino. Recorren la carretera, atravesando paisajes verdes y amarillos. Ya comienza a familiarizarse con el lugar. Reconoce ciertas casas e incluso árboles. Sabe cuando pasarán por el taller de Kahlil. Eso la emociona. Empieza a conocer Sydney y sus alrededores muy bien. De nuevo, sus pensamientos se interrumpen. Travis, a la vez que conduce, posa su mano derecha sobre la pierna izquierda de ella. Ella se tensa instantáneamente. Sólo cuando él necesita girar, ya en la calle de la casa de ella, quita su mano para volver a ponerla en el volante.

Las ansias por darse una ducha en su casa, ponerse algo de ropa y tranquilizar a sus amigos la ha hecho actuar de manera visceral. Ahora comienza a plantearse si no ha sido precipitado invitarlo a conocer a sus amigos. Sólo ha hecho falta un ligero gesto cariñoso para hacer tambalear su determinación.

En su interior se desespera. No ve la luz al final del túnel. Ya debería sentirse cómoda en su presencia. No debería sentir extraño el contacto de su piel ni rehuir sus caricias. Pero no es así. Esa constante lucha por ser quien no es la agota. Por fingir naturalidad y tranquilidad cuando quiere salir corriendo y esconderse en un agujero. Siempre esclava de sus miedos. De sus ansiedades. Algún día llegará el momento en el que deba elegir si ser libre y estar sola o prisionera en un precioso sueño hecho realidad. Le aterroriza pensar qué opción escogerá. Porque sabe que ninguna le traerá del todo la paz.

Las personas hablan de lo magníficos que son los comienzos de una relación. Ella los odia. Para los demás, son novedad y mariposas en el estómago. Para ella, son sudores. Incertidumbre. Desconfianza. La tediosa búsqueda de interesantes temas de conversación. La falta de conocimiento de la persona que se encuentra en frente. La incomodidad de la intimidad. Las preguntas sobre su vida.

Hubo alguien con quien fue fácil. Quizás por ser el primero. Quizás porque era joven e inocente. El miedo es una reacción del cuerpo ante una situación desconocida o una conocida que se antoja peligrosa. Puesto que ella no era consciente del riesgo que corría de sufrir dolor, puesto que no vio el peligro, le abrió su corazón. Sin escudos. Sin muros. Sin miedo.

– Ya hemos llegado – dice Travis al ver que ella no se mueve. Ambos se apean de la camioneta.

Suben en el ascensor. Afortunadamente para ella, él ha guardado las distancias. Ahora mismo, eso es lo que desea. No quiere que la toque. Está agobiada. Tensa. El corazón le late con fuerza y las manos le sudan. Lo único que quiere es llegar y darse un baño relajante. Poner algo de música y olvidarse del mundo. ¿Por qué demonios lo invitaría a su casa? ¿Qué está haciendo?

– ¡Hombre! ¡Pero si es Pocahontas! ¿Ya te ha liberado John Smith? – se burla Aria, que ha abierto un poco la puerta al oír el ruido de la llave en la cerradura. Ella la mira seria.

­– De nuevo, te equivocas con la referencia – dice al fin – Pocahontas era americana y John Smith, inglés – no está de humor.

Máxima abre la puerta de la entrada del todo, empujando a Aria, que se mantenía al otro lado de ésta. Detrás aparece Travis. Aria enmudece. Por suerte, puede hablar en español todo lo que le plazca. Él no entiende nada de lo que dice.

Se produce un extraño silencio en el apartamento. Todos sus amigos están ahí. Lo miran a él. La miran a ella. Se dan cuenta de que está en pijama. Se extrañan al verla así. Seguramente, estaban todos reunidos esperando para atosigarla a preguntas. Se los imagina planeando algún método para sacarle información sobre el asunto del falso maorí. Lo que ellos no podían esperar es que se presentase con él. Eso los ha dejado desorientados.

Rápidamente, reaccionan y comienzan a intercambiar saludos y a presentarse de nuevo. Le han puesto tantos motes durante todo el día que han olvidado su verdadero nombre. Hacen las típicas preguntas. ¿De dónde es? ¿Cómo se conocen? Hay una que todavía no han hecho y que ella teme.

– Bueno, ¿dónde habéis estado todo el día? No teníamos ni idea de qué había sido de ti – pregunta Axel mirándola ladinamente – La próxima vez podrías enviar un mensaje.

– Supongo que eso ha sido culpa mía – interviene Travis antes de que a Máxima le de tiempo de hablar – Estaba en un bar con unos amigos, celebrando el fin de año. Un tío estaba molestando a la camarera y no pude evitar meterme – dice señalándose el ojo amoratado – Un buen comienzo de año – bromea – En fin, me desperté tirado en la calle. Llamé a Max y ella vino a ayudarme. Ha estado todo el día aguantándome. La he mandado a por antiinflamatorios, hielo y no sé cuantas cosas más – se pasa la mano por el pelo y sonríe. Natural.

Increíble. Ha dado la vuelta a la historia sin inmutarse. ¿Que la llamó? Pero si ni siquiera tiene su teléfono. ¿Max? No da crédito. Su capacidad para mentir es asombrosa. Lo mira incrédula, sin ser capaz de hablar. Todos se giran y la miran, esperando confirmación.

– Eh... sí, justo eso – responde ella.

No es muy convincente, pero parecen creer esa improvisada versión. De hecho, empieza a pensar que, quizás, no es tan improvisada como ella cree. Seguramente él ha estado dándole vueltas a qué decir sobre su moratón sin dar una mala impresión. Parece haberlo conseguido. Sus amigos no tardan en ponerse de su parte y criticar al "otro tío" por su actitud.

– Voy a darme una ducha – dice ella en cuanto nota que puede dejarlo solo.

Parece que ha hecho buenas migas. Siempre ha visto a ese hombre como alguien solitario. Con pocos o ningún amigo. Callado. En definitiva, alguien que no sabía comportarse en presencia de otros seres humanos. Resulta que, hasta ese bárbaro que gruñía a los animales hace media hora, sabe relacionarse mejor que ella. Ironías de la vida.

Llena la bañera de agua hirviendo. En este momento no le importa el agua que malgastará, el medio ambiente o lo descortés que resulte dejarlo solo durante tanto tiempo. Va a darse un baño. Lo necesita.

Travis está un poco tenso. No es que esté, precisamente, acostumbrado a reuniones de este tipo. Aunque no podía negarse. Considera que el hecho de que ella haya querido presentarle a sus amigos es una buena señal. Quizás si los conoce a ellos, la comprenderá mejor a ella.

– Entonces, ¿sois amigos? – le pregunta una desvergonzada Aria.

Lo cierto es que la vergüenza nunca ha entrado en su vocabulario. Es algo que Máxima siempre ha envidiado de ella. Menos mal que no está presente, si no, la hubiera fulminado con su mirada por tan indiscreta pregunta.

– Sí, trabajamos en el mismo edificio. Así nos conocimos – prefiere obviar la parte en la que provocó que ella tuviera un accidente.

– ¿A qué te dedicas? – pregunta Axel. Suelen interesarle las carreras profesionales de los demás.

– Soy uno de los encargados de mantenimiento. De la parte del garaje. Básicamente pulo suelos, arreglo puertas, ascensores, lo que haga falta – está acostumbrado a que la gente como ellos subestime su trabajo. Así que ya no se molesta en aparentar que hace más de lo que realmente hace.

– Vaya, eres todo un manitas – observa Aria. A ella las clases sociales y los puestos de trabajo humildes nunca le han supuesto un problema. Respeta a las personas por quienes son, no por lo que son – ¿Quieres una cerveza? – le ofrece con una sonrisa.

Pasado un tiempo, Máxima entra en el salón. Están sentados alrededor de la mesa de comedor. Han puesto la mesa y preparado algunas sobras para cenar. Toman cervezas mientras hablan animadamente. Ella mira, con expresión seria, el botellín que Travis tiene en la mano.

Definitivamente, es más sociable que ella. Y por alguna extraña razón que desconoce, eso le molesta. Quizás sí sabe lo que es. Ya lo ha sentido otras veces. Con otros antes que él. Esa repentina vergüenza ajena que siente por la persona que está introduciendo en su vida. Esa sensación sólo significa una cosa. Su cuerpo comienzo a expulsar al intruso. Como si de una alergia se tratase, repele todo lo que rodea al nuevo huésped. El mal humor. El deseo de estar sola. La impresión de estar quedando demasiado expuesta. El cansancio antes de empezar.

Al contrario de lo que cualquiera podría imaginar, el hecho de que se esté llevando bien con sus amigos no hace mejorar la situación. Todo por un maldito gesto cariñoso. Hasta ese momento, todo había ido bien. Eso le da ganas de gritar. Se limita a apretar la mandíbula. Se sienta a la mesa. Es hora de fingir que todo es normal. Es hora de ser quien no es. Es hora de ocultar lo que tiene en su interior. Otra vez. ¿Cuándo podrá ser ella misma sin miedo a las represalias de los demás?

– Creo que me voy a la cama – dice Máxima un rato después de que hayan terminado de cenar – Mañana tengo que volver a trabajar y no he descansado muy bien.

– Sí, yo creo que también me voy – responde Travis levantándose rápidamente de la silla.

– Puedes quedarte todo lo que quieras. Soy yo la que tiene que madrugar, no tú.

Él no volverá al trabajo hasta dos días después. Esas serán sus vacaciones de Navidad. Las ha pedido así porque, en un principio, tenía intención de pasar el fin de año con su padre en las montañas de Dharug. Claro que ella no sabe de la existencia de esos planes. Él no le ha contado que los canceló por ir en su busca. Mejor así. La nota rara desde que han llegado a su apartamento. Desvelar algo así podría ser perjudicial. Mientras no la conozco más a fondo, será mejor andar con pies de plomo. Quizás, ahora que ella se ha ido, sea el momento de sacar algo de información de sus amigos.

– Así que, ¿os conocéis desde pequeños? – pregunta dirigiéndose a Axel. Se ha dado cuenta de la estrecha relación que los une.

– Así es. Desde que teníamos unos cuatro años. Llevamos juntos, prácticamente, toda nuestra vida – comenta Axel – Íbamos al mismo colegio, junto con Aria. Además, Máxima y yo éramos vecinos. Cogíamos el mismo autobús para ir al colegio. Lo curioso es que, pese a vernos todas las mañanas en la parada, no nos hicimos amigos hasta años más tarde. Un año, mezclaron a los alumnos del mismo curso y caímos juntos en la misma clase. Los tres, – dice señalando a Aria – junto con otro amigo, nos hicimos inseparables. Somos como hermanos – concluye con una sonrisa abierta y pasando el brazo por encima del hombro de Aria.

En ese momento, Victoria recibe una llamada y tiene que salir a responderla. Aria recoge unos platos de la mesa y va a la cocina. Daniel aprovecha que las chicas se han levantado para despedirse e irse al hotel a descansar. Sólo quedan Axel y Travis en la mesa.

– Me pregunto cómo será conocerla tan a fondo... – dice Travis en voz baja. Pensativo, como si estuviera hablando consigo mismo.

Sólo Axel lo escucha. Se le da bien leer a las personas. Conoce bien a su amiga. Sabe que no es una mujer fácil. Sabe que tiene algunos problemas. Tanto como sabe que ese hombre sufre por conocerlos y ayudarla con ellos.

– Te lo está poniendo difícil, ¿no? – insinúa Axel dándole un golpe en el hombro para animarlo. Él asiente – A veces no puede controlarlo. Ha sufrido mucho.

Al oírle decir eso, Travis lo mira, extrañado. ¿Sufrimiento? Recuerda que esa fue la sensación que tuvo la primera vez que la miró a los ojos. Pero desechó esa opción. Quizás se precipitó al hacerlo. Llevaba tiempo rondándole la cabeza la idea de que ella hubiera pasado por situaciones difíciles y complicadas. Incluso pensó que alguien pudo haberle hecho daño en el pasado. Pero, lo cierto es que, nunca se tomó esas suposiciones en serio. Sus prejuicios no le permitían ver más allá. Hasta ahora, él pensaba que una chica con dinero no tenía razones para sufrir. Ahora ve que se equivocaba.

– No ha tenido una vida fácil – continúa Axel – Tendrás que tener paciencia. Es una mujer compleja. Pero cuando consigues que confíe en ti, es la persona más leal e increíble que conocerás. Te lo aseguro, merece la pena.

– Quizás tú puedas decirme la razón de que esté aquí, tan lejos de casa, – prefiere que sea ella quien conteste a esa duda, pero no puede aguantar más sin saberlo – de gente que, obviamente – dice señalando a Axel – se preocupa por ella y la quiere. Me dijo que quería vivir una aventura y conocer gente nueva. Pero, entre tú y yo, – añade con una mirada cómplice. Puede que, si hacen buenas migas, le cuente algo – no es que sea muy sociable o extrovertida como para creerme eso.

Axel, que sonreía, se pone tenso ante la pregunta que él le está formulando. Travis nota como se oscurece la mirada de su potencial confidente. Su cara, amable y alegre durante toda la cena, ahora es de preocupación. Los ojos de Axel se mueven nerviosos de la mesa a los de Travis. Ahora más que nunca, sabe que existe una razón y necesita conocerla.

A unos metros de allí, en el dormitorio, ajena a esa conversación, una agotada Máxima comienza a echar en falta el contacto del que antes huía. Nada como no tenerlo cerca para echarlo de menos.

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