Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16

Las personas que merecen la pena están hechas de cicatrices.

*****

A lo lejos divisa un coche. Sin perder tiempo, sale corriendo en dirección a la carretera. Tiene que hacerlo parar como sea. Su madre necesita ayuda urgentemente. Manotea y grita en dirección al coche que, al ver el accidente, frena en seco y aparca en el arcén. Una pareja se baja de él, asustados y sorprendidos. La mujer llama a una ambulancia. El hombre se acerca al vehículo accidentado. Abre la puerta del piloto. Ve a la madre de la pequeña inconsciente y con sangre en la cabeza. No quiere moverla. Podría hacerle daño. Con cuidado, le pone unos dedos en el cuello y comprueba que tiene pulso. Respira al ver que así es. Está viva. La ambulancia llegará en unos minutos. Las han trasladado al hospital más cercano. Por el camino la madre ha recuperado la consciencia. Se la llevan para hacerle pruebas. Tiene varias contusiones en la cara y el cuerpo. Una costilla rota. Y la muñeca izquierda doblada. Un enfermero se lleva a la niña para comprobar que no le ha sucedido nada. Es entonces cuando, éste, se da cuenta de que está sangrando. Ella comienza a sentir un dolor punzante. Con los nervios del momento no se ha dado cuenta. Algo le ha provocado una raja en el lado derecho del cuello. Seguramente uno de los cristales rotos de la ventana que salieron disparados con el golpe. Con el pelo oscuro y largo, nadie lo ha visto hasta ahora. Parece profundo. Habrá que darle puntos. Oír al enfermero hacer esa sugerencia, la hace caer al suelo como si fuera de plomo. Desmayada.

*****

Sólo cuando abre los ojos se da cuenta de que se ha vuelto a quedar dormida. Entre sus brazos. Los rayos de sol bañan la habitación, colándose por los agujeros de las rudimentarias persianas, dándole un aspecto dorado. Está rodeada de madera. Las paredes. Las vigas del techo. Las puertas. El suelo. Un imponente armario. La cama. Hay una cómoda con los cajones a medio abrir y con ropa sobresaliendo. Piensa que, probablemente, se probó varias camisas antes de decidirse por la que, ahora, está tirada en el suelo, sangrienta.

Todo es calma. No se oye nada. Sólo una leve vibración. Por un momento no comprende qué es ni de dónde viene. Entonces cae en la cuenta de que sus amigos no saben dónde está. Salió a escondidas en la madrugada y no ha vuelto ni dejado un mensaje. Debe ser muy tarde. Lo que vibra es su móvil. Escondido entre su ropa, que está esparcida por el suelo.

Se deshace del abrazo de él. Permanece completamente dormido. Con cuidado de no hacer ruido, baja de la cama. Empieza a recoger su ropa a medida que se la pone. Por fin encuentra su móvil. Quien sea quien llamase, ya ha colgado. Cuando llegue, tendrá mucho que explicar. Sólo eso ya le dan ganas de no volver a casa.

Aunque la idea de que él despierte la disuade de quedarse. Debe irse antes de que eso suceda. Hace unas horas se dejó llevar. Perdió la capacidad de pensar y prefirió actuar. Ahora todo eso se le echa encima. La vergüenza la reconcome sólo de recordarlo. No sabe con qué cara mirarlo ni qué decirle. El simple hecho de que la haya visto desnuda ya la supera. Será mejor que se vaya antes de pasar el mal rato de tener que hacer frente a un nuevo nivel de intimidad. Ya ha tenido bastante de eso por hoy.

– Te largas – ruge Travis detrás de ella, que ya está girando el pomo de la puerta del dormitorio.

Al oír su voz, su mente le habla. "Pillada". Le está dando la espalda. Él no puede verle la cara. Aprovecha eso para cerrar los ojos y gesticular una palabrota con los labios. Sabe que ahora tendrá que dar otra explicación. Ese día parece interminable y no acaba más que empezar.

– Yo... no sabía... Quizás querías descans... – tartamudea ella.

– No – la manera en la que él pronuncia esa palabra la hace callar de inmediato – No más excusas – le ordena – Estoy harto de ellas.

Él ha salido de la cama y comienza a vestirse. Ella tiene que desviar la mirada de su cuerpo desnudo para no perder el hilo de la conversación. Mejor concentrarse en encontrar una manera de escabullirse de la discusión que se avecina. Justo lo contrario que él pretende. Cuando Travis se pone algo de ropa vuelve a mirarlo. Él no dice nada. Está esperando a que ella hable. Más que nunca desea haberse ido cuando tuvo la ocasión.

– ¿Por qué siempre huyes? – pregunta al fin.

– Yo no huyo. Sólo quería... Pensé que querrías tener tu espacio después de... – ella deja flotar la frase en el aire. No es capaz de acabarla.

– ¿De hacer el amor? – pregunta él. Le ha costado mucho tenerla dónde quería. Por fin lo ha conseguido. No dejará que se le escape con eufemismos. Quiere hablar. Por una vez en su vida. Y va a conseguirlo – Creo que eres tú la que necesita ese espacio, no yo. Lo que yo necesito es un café, un buen desayuno y un ibuprofeno – dice eso acercándose a ella – Y a ti – esto último lo dice en un susurro y acercando su cara a la de ella. Pero en su tono no hay atisbo de romanticismo, más bien algo tenebroso – Ven – otra orden.

Ella lo sigue hasta la cocina. Sin decir palabra. Lo cierto es que la actitud de él le da cierto respeto. Hará algo que sabe hacer muy bien. Aguantar. Aguantará todo lo que él tenga que echarle en cara. Cuando él se canse, podrá irse a casa. La pobre inocente aún cree que tiene alguna posibilidad de salir de aquí sin desvelar algún que otro secreto.

– ¿Vas a contarme cómo te has hecho eso? – pregunta ella rompiendo el silencio. Él está de espaldas preparando café. Se gira para verla.

– Me metí con quien no debía. Te diría que el otro tipo quedó peor, pero... creo que estaría mintiendo – al ver que ella no reacciona a su broma, añade – Después de que me echar... de salir de tu casa, – se corrige – paré a tomar algo. Perdí el control. Lo único que recuerdo es pegarle un cabezazo a un tipo enorme y despertarme tirado en el asfalto.

Ella nota la decepción en su voz. Está siendo sincero. Está aceptando la culpa de sus errores. Al menos es un primer paso bastante prometedor. Imaginarlo sólo, sangrando en la calle, la hace mover la cabeza levemente de un lado a otro, en un intento de borrar esa imagen de su mente. No puede evitar sentir cierta responsabilidad. Sabe que él es el único culpable de sus actos, pero siente que pudo haberlo impedido no expulsándolo de su casa de esa forma.

– Quiero disculparme por lo de ayer – continúa él, después de un largo silencio, mientras se toma una pastilla y da un sorbo al café – No debí presentarme sin avisar. Lo siento si estropeé la fiesta. Creí que estarías...

– ¿Sola? Pues no, unos amigos de España vinieron por sorpresa hace una semana. Lo sabrías si no hubieras desaparecido. ¿Quieres hablar? Hablemos de dónde has estado todo este tiempo – dice ella desafiante. La mejor defensa es un buen ataque. Si consigue desviar la atención estará salvada, al menos, por unos minutos más – ¿Cuál es tu excusa? – usa el mismo sistema contra él.

– No tengo – responde rápidamente – Decidí por ti. Sin siquiera preguntarte. Porque era más fácil apartarte antes de esperar a que lo hicieras tú. Porque de esa manera no podría considerarse un fracaso. Por miedo al rechazo – vuelve a acercarse la taza a los labios – ¿Y bien? ¿A qué le tienes miedo tú?

Silencio. Al ver que ella no contesta, rodea la encimera y se sienta en uno de los taburetes de la cocina. Está esperando. No va a dejarlo pasar fácilmente. Y ella lo nota. Será mejor coger un desvío.

– De las cucarachas. Sobre todo, cuando vuelan. Tú eres australiano, no lo entenderías. Nacéis rodeados de los bichos más letales – habla de forma atropellada. Intenta no dejar lugar a silencios que le den la oportunidad a él de detenerla.

– Te lo preguntaré de otra forma – la interrumpe, poniendo los ojos en blanco y llevándose una mano a la cabeza – ¿Por qué estás aquí? – ella lo mira sin comprender – A 14000 km de casa. Tan lejos de tu familia y amigos. Tan lejos del único sitio donde hay gente que conoces y que se preocupa por ti. ¿Por qué marcharte de allí? ¿Cuál es el motivo? Dame uno que me convenza y te dejaré en paz. Para siempre, si quieres.

– ¿Qué te hace pensar que allí me esperan ese tipo de personas?

– Porque las he visto. Anoche. Un amigo cualquiera no se recorre medio mundo para darte una sorpresa. Para que no estés sola en Navidad. Sólo lo hace alguien que se preocupa por ti. Alguien que te quiere – al oír eso ella baja la cabeza – Está claro que ellos son importantes para ti. ¿Por qué dejarlos?

– Quería vivir una aventura – dice ella levantando la mirada y fingiendo una amplia sonrisa – Tan simple como eso. Siento que mi respuesta no envuelva un entramado de suspense y traumas ocultos – continúa con falsa voz lúgubre, alzando las manos y moviendo los dedos en un gesto fantasmagórico – Si no viajo ahora a lugares exóticos ¿cuándo lo haré?

– Así que ¿estás aquí de forma temporal?

Esa pregunta la pilla desprevenida. Lo cierto es que nunca ha pensado en ello. Sólo tiene permiso para permanecer en el país durante doce meses. Después de ese tiempo, no sabe qué hará. Las ansías por escapar no le han dejado tiempo para plantearse cuál será el siguiente paso. Lo cierto es que, en un futuro próximo, irse no entra en sus planes.

– Supongo que cuando se me acabe el visado, si me gusta esto, podré arreglármelas para quedarme más tiempo.

– Y ¿te gusta esto? ¿Eres feliz? – él ha acercado su taburete al de ella. Ahora la mira, impaciente por saber. Aunque una parte de él piensa que no le gustará la respuesta.

Esa pregunta es difícil. Ni el sí ni el no expresan con exactitud su realidad. No quiere responder sin pensar. Hace tiempo que no lo es, si es que lo ha sido alguna vez. Supone que sí. Cuando era pequeña. La inocencia y la inconsciencia son buenos amigos de la felicidad. Pero después de eso, una nube negra cubre sus recuerdos. Ve toda su infancia y adolescencia cubierta por un manto oscuro. Sin luz al final del túnel.

Entonces se ve con dieciocho años. Lo ve a él. Fue feliz con él. Sí. Aquello fue real. Está segura de ello. Tiene bloqueada esa parte de su vida. No porque lo pasara mal. No porque él fuese malo con ella. Jamás lo fue. Lo bloquea porque comparar aquellos momentos de plenitud y amor con los que inundaron su vida después, duele demasiado. Después de tanto tiempo, todavía le sorprende lo rápido e inesperadamente que puede torcerse una vida, a simple vista, perfecta.

– No lo sé – responde pasados unos segundos. Es lo más sincero que le ha dicho a ese hombre en todo el día – Quizás es eso lo que vine a buscar aquí. La felicidad – dice mirándolo con una sonrisa. Esta vez, la sonrisa es real. Él nota la diferencia.

– ¿Y la has encontrado? – pregunta Travis casi en un susurro.

– Eso intento averiguar.

Ella se levanta y anda hacia él. Le tiemblan las piernas en el proceso. No sabe muy bien qué está haciendo. Sólo sabe que quiere tocarlo. Acerca su mano al abultado pómulo y lo acaricia con cuidado. Los antiinflamatorios han hecho un poco de efecto. Él rodea superficialmente sus caderas con las manos. Casi sin tocarla realmente. La verdad es que, siempre tiene miedo de tocarla. Nunca sabe cuánto será demasiado para ella ni qué la hará salir corriendo.

Permanecen quietos. Uno frente otro. Contemplándose. En silencio. Es increíble lo cómoda que se siente en esos momentos de absoluto sosiego. La tranquilidad se ve interrumpida por el deseo, que comienza a nacer en su interior. Incluso nota vibrar su cuerpo sólo con la expectativa de besar sus labios.

– Máxima – dice con una voz más grave y baja que nunca. Oír su nombre salir de la boca de él le produce un escalofrío. No suele llamarla así. Lo cierto es que no suele llamarla de ninguna manera. La vibración de su cuerpo se intensifica. Se acerca lentamente para besarlo – Tu móvil. Vibra. Te están llamando – añade sin alterar el tono tranquilo y susurrante.

Ella pega un respingo y se aleja de él. Ni siquiera ha sido consciente de que los espasmos que sentía procedían de su móvil. ¡Sus amigos! Los ha olvidado por completo. Por segunda vez en un día.

– Si son tus amigos, diles que no te esperen. No tengo ninguna intención de dejarte ir, aún – la amenaza.

Ella voltea los ojos y gruñe, dejando ver su descontento. Pensaba que ya se había librado de las preguntas inquisitorias. Ahora ve que no.

– ¿No hemos hablado ya suficiente? – le pregunta ella cansada del interrogatorio, justo antes de descolgar el teléfono.

– No es hablar lo que tengo pensado hacer – le susurra en el oído cuando pasa por su lado en dirección a la cafetera.

Esas palabras, unidas al destello de sus traviesos ojos azules y al calor de su aliento en la oreja, hacen que sus piernas tiemblen. Se estremece sólo de pensar en esa insinuación. Unos gritos desesperados al otro lado del teléfono la hacen volver al mundo de los vivos.

– ¿Se puede saber dónde demonios estás? ¿Sabes qué hora es? – Aria está notablemente preocupada y no es para menos – Son las cinco de la tarde. ¿Cómo te crees que nos hemos quedado al ver que no estabas en tu cuarto esta mañana y que no volvías? – ahora es Victoria quien habla, deben de tener activado el altavoz del teléfono – Por dios, dinos que ese maorí de pelo largo no te ha secuestrado. ¿Por qué demonios no cogías el móvil? ¿Sabes cuántas veces te hemos llamado? – por fin los gritos cesan.

Travis, que escucha las estrepitosas voces, pero no entiende que dicen, ríe. No hay que ser filólogo para saber que eso es una bronca con todas las letras. Le gusta que la pongan en su lugar. Ella le saca la lengua. "Muy madura" le dice él en voz baja.

– Primero, hola – dice Máxima a sus histéricas amigas – Segundo, los maoríes son de Nueva Zelanda, no de Australia. A ver si leemos un poco más – se burla. Siempre escapando de las peleas con sarcasmo – Tercero, nadie me ha secuestrado. Bueno, – hace una pausa para pensar en las palabras que él había dicho. "No tengo intención de dejarte ir" – eso creo.

– ¿Eso crees? ¿Qué coño significa eso? – enseguida reconoce la voz pausada y grave de Axel – ¿Va todo bien? – por fin alguien que no le grita.

– Sí, es una larga historia. Volveré a casa pronto. Todo va bien – alza la vista y mira a Travis. Está de espaldas a ella. Mirando por la ventana. Observa su ancha espalda. Entonces, él se gira. Dos luces azules la llaman – Todo va muy bien. Adiós – cuelga.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro