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Capítulo 14

El mundo está lleno de gente que sabe hacer cosas que no hace.

*****

Ha podido contactar con su madre. Le ha dicho dónde está. La madre le dice que irá a por ella. Sólo tiene que esperar unas horas más. Puede hacerlo. Además, él no volverá hasta la hora de comer. Enciende la tele mientras espera. Friends. Le encanta esa serie. Se ha visto los capítulos una y otra vez. Hasta se sabe los diálogos de memoria. La ficción de los libros o el cine siempre la hacen volar lejos. Tiene una imaginación prodigiosa. Quizás porque ha necesitado crearse un mundo paralelo para no sucumbir a la locura. Adora las novelas. Las que cuentan grandes y míticas historias. Imagina ser cualquiera de los increíbles personajes que en ellas aparecen. Cualquiera que no sea ella misma. Catherine Earnshaw. Scarlett O'Hara. Elizabeth Bennet. Anna Karenina. Jane Eyre. Mujeres fuertes que lograron superar las grandes piedras que el destino les puso en su camino. Y a eso aspira ella. Oye un coche fuera. Se levanta y se asoma a la ventana. Reconoce el coche. "Mamá". Con movimientos rápidos apaga la tele, coge su maleta y sale de la casa. Su madre está aparcada a unos metros de ella. Sale corriendo hacia el coche. Entonces oye un grito tras de sí que la llama. Él. Acaba de llegar. Sin molestarse en aparcar ha bajado del coche dejándolo en mitad de la calle. Se aproxima velozmente hacia ellas. Su mirada es monstruosa. Enseña los dientes en un gesto de odio que provoca que la cría corra más rápido. Tiene que llegar al coche de su madre antes de que él la coja o no tendrá escapatoria. La madre tarda en ser consciente de lo que está pasando. Cuando lo ve, arranca el coche y da marcha atrás tan rápido que, cuando frena, ya cerca de su hija, las ruedas chirrían. La niña abre la puerta del copiloto y cierra con el coche ya en marcha. La madre pone el seguro y acelera. Es entonces cuando oyen un golpe seco contra el maletero. Él lo ha golpeado con los puños. Pero no puede hacerles nada más. Se alejan.

*****

No han parado de reír y mirarse entre ellos desde que se han encontrado. Están emocionados por estar juntos de nuevo. Ella no puede creer que hayan venido a verla. Y que lo hayan hecho por sorpresa. Sin que supiera nada. Sin sospecharlo siquiera. Le parece tan increíble que los mira con una gigante sonrisa en la cara. Hasta le duele el rostro de sonreír.

Esas cuatro personas son, junto a sus hermanos, las personas más importantes que tiene en el mundo. Puede decirse que son la familia que nunca tuvo. Y ahora, están aquí. Frente a ella. En su casa. Dispuestos a pasar dos semanas con ella. Alucinada. Así es cómo está.

Ellos son la descripción gráfica de la expresión "los amigos pueden contarse con los dedos de una mano". Son pocos. Pero de una calidad insuperable. A dos de ellos, Aria y Axel, los conoce desde el colegio. Hace ya veintidós años. Posiblemente, nadie conoce su vida y a ella tan bien como ellos. Jamás han tenido una pelea. En todo ese tiempo. Por diferentes motivos, han tenido que estar separados en ocasiones porque cada uno vivía en un lugar. Aun así, la amistad más sincera prevalece y se mantiene a lo largo de los años.

Las historias de cómo conoció a los dos restantes, Victoria y Daniel, son realmente originales.

A Daniel lo conoció hace unos diez años. Una noche que salió con Aria a tomar unas copas. Entre la multitud, ambas lo vieron y les pareció guapísimo. Así que decidieron crear un plan para hablar con él. Éste consistía en que Aria tenía que fingir haberse desmayado por la ingesta de alcohol. Máxima tenía que cogerla y pedirle ayuda al chico. Y así hicieron. Lo bueno fue que la actuación no duró mucho. De detrás de Daniel, que ya estaba preocupado por la situación y dispuesto a ayudar, surgió una amiga de ellas. Puesto que ya tenían el elemento de unión, una amiga en común, el teatro podía cerrar la función. Esa noche no surgió el amor entre ellos, pero sí la semilla de una amistad indestructible. Desde entonces, los tres son inseparables. Como hermanos.

A Victoria también la conoció junto a Aria. Estaban invitadas a una fiesta de Halloween. El problema fue que sólo Aria y Máxima iban disfrazadas. Todos los demás iban de sí mismos. Desde luego fue una noche terrorífica. Se sentían ridículas. Lo bueno era que ellas siempre se reían de todo. Aquel desliz no les impidió disfrutar de la fiesta con la cabeza bien alta. Una chica se les acercó y les habló. Victoria. Fue amistad a primera vista.

– Aún no puedo creerlo – dice ella con la cara dolorida de tanto sonreír por la emoción. – Habéis venido. Hasta el fin del mundo. Por mí.

– Bueno, no se ellos, – contesta Axel señalando a el resto del grupo – pero yo he venido por las playas paradisiacas y las chicas rubias – bromea.

– Debisteis haberme avisado. Habría organizado una manera de dormir todos cómodamente. No tengo espacio para todos en este diminuto apartamento. Supongo que en mi cama podemos dormir las tres, chicas – propone dirigiéndose a sus amigas – y dejar a los chicos en el sofá, que se hace cama. Al menos por ahora. Quizás unos compañeros del trabajo tengan hueco. Uno de ellos no vive lejos de aquí.

Pese a tener que madrugar al día siguiente para ir a trabajar, es incapaz de irse a la cama. Se pasa hasta altas hora hablando con ellos. Sus amigos tienen el horario totalmente cambiado. Han dormido todo el viaje y ahora no están cansadas. Aun así, sobre las tres de la mañana todos se van a dormir. Ella dormirá apenas unas cuatro horas. No le importa. Merece la pena. Está contenta.

Mientras ella trabaja, ellos aprovechan para pasear por la ciudad y hacer algo de turismo. Visitan el edificio de la Ópera. Suben al Puente de la Bahía. El puerto de Sydney. Los barrios bohemios de TheRocks y Newtown. La catedral de Santa María. Y como no, suben al mirador de Mrs. MacQuarie. Este lugar ofrece una estampa inolvidable de la ciudad. La verdad es, que se mire por donde se mire, esa ciudad nunca podría borrarse de la retina.

Ya ha pasado casi una semana desde que llegaron. Al final, los chicos se han cogido una habitación en el hostal de la esquina. De esa manera, están cerca de la casa, pero tienen más espacio. No ha sido barato. En plenas fiestas. Lo cierto es que en esa ciudad nada es barato. Nunca.

Lo mejor de todo, es que ha tenido poco tiempo para pensar. Lo ha estado pasando realmente mal en su interior. Lo echa más de menos de lo que quiere admitir. Durante el día, trabaja. Durante la tarde, pasa el tiempo con sus amigos. Los problemas, como siempre, vienen por la noche. Cuando se oculta en la soledad de su dormitorio. Donde puede dar rienda suelta a lo que le preocupa. Donde puede pensar en él. Entonces no duerme. Se pregunta dónde estará, qué estará haciendo o cómo pasará las fiestas. Pero hay una pregunta que no quiere hacerse. ¿Pensará en ella como ella lo hace?

Esta noche será Nochevieja. Van a organizar una cena en casa. Máxima ha invitado a Oliver y a Irene, que han accedido a venir para conocer a sus amigos. Hoy, sus dos mundos, tan lejos como están uno del otro, se entrelazarán.

Ella ha cocinado. Se ha pasado todo el día haciéndolo. Eso la mantiene ocupada. Física y mentalmente. Ha bajado tres veces a la tienda para comprar los ingredientes que había olvidado. Está nerviosa. Pero ese estrés le gusta. Sabe que merecerá la pena. Que la comida será deliciosa y la velada, algo fantástico. Está más optimista que de costumbre. Lleva tiempo sin sentirse asi. Eso es algo positivo que tiene. Igual de rápido se hunde que se vuelve a levantar.

Ha hecho más comida de la que podrán ingerir. No importa. Pavo al horno. Puerros gratinados. Salmón con eneldo y patatas asadas. Y un par de platos típicos españoles para dárselos a probar a los autóctonos. De postre, una tarta de chocolate. La cual está acabando de hacer en estos momentos. Le está quedando preciosa. Tiene varias capas de bizcocho esponjoso y, entre medio, una crema casera de chocolate y avellanas. Frutos rojos por encima. La está decorando con una manga pastelera. Una auténtica obra de arte.

Hay suficiente champán en el congelador para un regimiento. Todo está listo. Sus amigos han ido al hotel a prepararse. Sus amigas ya se han duchado y empiezan a maquillarse y vestirse. Así que es el turno de ella.

Tiene tiempo hasta que lleguen los demás invitados. Enciende la música. Esta vez es el turno de Beyoncé. Escucha el disco entero de Lemonade mientras se da un baño.

Se viste. Un vestido de tubo. Negro. Siempre negro. "Como tu alma" bromea para sí. Le cubre hasta las rodillas y realza su figura pegándose a todas las notables curvas de su cuerpo. De tirantes. Escote recto. Tacones. También negros. Simple. Se plancha el pelo hasta que lo tiene totalmente liso. Raya en medio. Ojos ahumados. Es la viva imagen de la oscuridad.

Cuando sale del dormitorio, se da cuenta de que ya han llegado todos. Incluidos Irene y Oliver. Ya se han presentado y se están conociendo. Hablan animadamente y se cuentan cosas.

Vaya... – susurra un sorprendido Oliver cuando se da cuenta de la presencia de ella – Estás...­

– ¿Hermosa? ¿Imponente?¿Fantástica? – Irene y su diarrea verbal. La coge del brazo y le sirve una copa de champán.

Todos están muy elegantes. Los chicos lucen un tipo genial vestidos de traje y corbata. Las chicas tienen vestidos en tonos dorados y negros. Todos están listos para disfrutar de una exquisita cena y una magnífica fiesta.

Están de pie. En la cocina. Esperando a que la cena esté caliente. Disfrutando de una conversación fluida. Es curioso que su incomodidad se esfuma cuando hay más personas participando. De esa manera no siente el peso de la charla sobre sus hombros. Sin timidez, se deja ir. Está disfrutando.

Entonces suenan unos golpes en la puerta. Demasiado fuertes. Es raro. Apenas hay vecinos en el edificio. La mayoría se han ido a sus ciudades a celebrar las fiestas y los que no, deben de estar en algún cotillón. No puede ser un vecino molesto por el ruido que están formando.

Oliver, que es el que más cerca de la entrada está, es quien abre. Lo que entra por la puerta es lo último que ella espera ver. Travis. Con camisa. No sabe qué la sorprende más. Si que ese hombre esté en el umbral de su casa después de tres seanas sin saber nada de él o que vaya "vestido para la ocasión". Tiene el pelo brillante y más dorado que nunca. Bien peinado. Y con la barba recortada.

Todos se le quedan mirando. Sorprendidos. Sin saber quién es. Sin saber que aún quedaba un comensal por llegar. En especial, es Oliver quien se fija mucho en él. Le suena de algo. Lo ha visto antes. No es capaz de situar dónde. Entonces se le hace laluz.

– Tú, tú trabajas en AusTech – dice abriendo los ojos y señalándolo. Por fin recuerda de qué lo conoce. – Eres el tío del parking, ¿verdad? – pregunta mientras le ofrece la mano para estrecharla. Máxima respira cuando, después de unos segundos de tenso silencio, Travis se la estrecha. – Espera, ¿tú no eres el que la recogió hace unas semanas?

Al preguntar eso, todas las miradas se vuelven hacia ella. Aún no ha reaccionado. Está sin palabras. Lo único que es capaz de pensar es "¿Qué cojones...?" y por mucho que se lo plantea no encuentra una respuesta.

Axel, que también está cerca del recién llegado, se presenta al ver lo extraño de la situación. Intenta romper el hielo. Así es él siempre. Sabe leerle la mente a ella. Sabe cuándo tiene que hablar o callar. Tan bien como sabe cuándo ella necesita ayuda. Se ha dado cuenta en apenas unos segundos que lo que acaba de apareceren la sala es uno de los secretos que ella guarda. Así que lo único que puede hacer es desviar la atención de los demás, ahora puesta en ella, concentrándola en el nuevo visitante.

– Hola, tío. Soy Axel. Estos son Aria, Victoria y Daniel. Ella es Irene. Aunque, si trabajas en AusTech ya la conocerás mejor que yo – ríe intentando ser amigable.

– No – responde rápidamente Irene con un gesto serio. – No nos conocemos – dice sin hacer ningún esfuerzo por presentarse. También se ha dado cuenta de que ese hombre es un secreto. No creía que su amiga le ocultaba cosas. Está más que molesta.

– Encantado – responde Travis escuetamente.

Daniel le pasa una cerveza y la conversación surge de nuevo. Ella no habla. Aún no lo ha mirado directamente. No quiere cruzarse con sus ojos. Intenta recomponerse. Mientras su cerebro va a mil. Piensa en todo y, a la vez, no es capaz de pensar en nada. No llega a ninguna conclusión. Está totalmente bloqueada. ¿Cómo se le ocurre presentarse así? ¿Qué hace ahí? ¿Qué estarán pensando los demás? Esto va a costarle una discusión con sus amigos. Siempre se quejan de que no comparte con ellos las cosas que le pasan. Sin contar con la que va a armarle Irene. Respira hondo. Lo necesita. La tensión va a matarla.

El horno comienza a pitar. La cena está lista. Todos se trasladan al salón y comienzan a sentarse. Siguen conversando. Ajenos a que ellos dos, permanecen en la cocina. Solos. Entonces saca el valor de mirarlo. En seguida se arrepiente. Está muy atractivo. Eso no la ayuda.

– ¿Se puede saber qué haces aquí? – susurra enfadada mientras se acerca más a él.

– Estás preciosa –dice completamente prendado de lo que tiene delante. No recuerda haberla visto tan hermosa. – Siento presentarme así. No sabía que estarías tan... acompañada – prosigue señalando la mesa donde los demás hablan y ríen. Entonces ella lo nota.

– Estás... ¿borracho? –no puede dar crédito. – No puedo creerlo – no sólo se presenta sin avisar después de todo este tiempo, poniéndola en una situación desagradable, sino que lo hace ebrio. Como si el alcohol no hubiera provocado ya bastantes problemas en la vida de él. – ¿Qué estás haciendo? ¿Una competición con tu padre a ver quién es más alcohólico? – arremete en un susurro agresivo. – Quiero que te vayas de mi casa.

– Sólo quiero hablar.

– Pues si quieres hablar, ten los cojones de hacerlo sobrio – dice ella mientras se acerca a la puerta para abrirla. Los invitados se han dado cuenta de la pequeña disputa que está teniendo lugar en la cocina. El problema de los lofts. Ni paredes, ni intimidad. – Ahora, lárgate – no lo mira. No puede.

Aquel apartamento es tan pequeño que apenas hay sitio para moverse. Están muy cerca. Ella sujeta la puerta para que él salga. Travis pretende tocarla para captar su atención e intentar, en un último esfuerzo, que lo escuche. Ella, al ver su intención de contacto, aparta el brazo bruscamente. Al hacerlo, golpea la tarta, que está colocada en la encimera, y que acaba estampada en el suelo.

Ella se lleva las manos a la cara. No puede creerlo. Mira la tarta. El resultado de sus esfuerzos. Esparcido por el suelo. Lleva todo el día organizando hasta el más mínimo detalle para que todo sea perfecto. Y, en cuestión de segundos, todo se ha torcido. Tanto trabajo para nada. Todo lo que ha pasado. Esas solitarias semanas sin él. Los sentimientos encontrados. El hecho de no saber qué siente o qué quiere hacer. Su locura. La desfachatez y la falta de respeto que ese hombre le ha mostrado esa noche. Todo eso se arremolina en su interior. Siente como su cuerpo se acalora. La cólera espera paciente al estallido que se avecina. En vez de eso, decide respirar.

– Vete – le dice en un susurro, todavía, mirando el suelo. Él hace un intento de disculparse. – ¡¡Vete!!– el grito revota en cada esquina del escaso apartamento. Dejando a su paso un silencio sepulcral.

Nunca lo ha mirado como lo hace ahora. Es odio. Está harta. De complicaciones. De intrusos. De incordios. Cuando tiene la oportunidad de estar contenta y disfrutar siempre aparece algo que la hace bajar de las nubes de una forma desagradable y brusca. No puede evitar pensar que le ha gritado las mismas palabras que, semanas antes, le gritó él. Travis sale por la puerta y ella, sin dudarlo, cierra de un portazo. "Exactamente igual", piensa.

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