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"Las cadenas del pasado"

La caja de cartón cayó delante de los pies de Ana de manera tan abrupta que la niña dio un respingo en su asiento.

Habían pasado algunos días desde que ella, Remus y Hermione habían visitado la casa de Berenice Babbling y Ana había quedado satisfecha por esos días, sin más preguntas rondándole la cabeza. Había tanto que procesar que lo único que quería hacer era dormir y fingir estar enferma —aunque era una tarea difícil con Hilda Abaroa como abuela—, y si no fuese porque Remus la había invitado a su casa, estaría desperdiciando el día de esa manera.

La casa de Remus y Sirius era exactamente lo opuesto a lo que Ana se imaginaba; era normal. Bueno, excepto unos detalles bastante chocantes para el ojo. El exterior de esta era como cualquier otra casa inglesa de Londres situada en Little Portugal. Tenía un pequeño patio delantero con el mismo árbol que sus vecinos y algunas plantas para que no se viese tan triste. La puerta principal era de un rojo tan fuerte que la primera vez que Ana la vio se preocupó de que se habían equivocado de casa. Sin embargo, Sirius le había dicho de que lamentablemente no y que Remus tenía el peor gusto de decoración  y no sabía combinar colores, tal como aquella puerta.

Del otro lado, el interior de la casa había sido claramente decorada por Sirius. El hombre parecía tener un gusto ostentoso y costoso, pero sí que sabía mezclar los colores. Las paredes se encontraban decoradas de vinilos firmados y enmarcados en bellos cuadros, mostrando de que eran de gran importancia para los dueños de la vivienda. Los muebles y el suelo estaban hechos de madera de sapelli —por lo que le había explicado Sirius, una madera proveniente de África— que le daba un toque de formalidad a los alrededores. Luego, habían sobres de vinilos en casi toda la casa junto algunos libros, y Ana podía escuchar desde la sala de estar que Sirius había encendido el tocadiscos, dado que una melodía de rock se podía percibir.

Ahora, Ana se encontraba sentada en los pies de la cama de Remus mientras él dejaba frente suyo las cajas selladas que encontraba dentro de su armario. Todas pertenecientes a Faith.

—Estas son cajas grandes... —dijo Ana, bajando de la cama de un salto y arrodillándose ante una de las cajas que parecía increíblemente pesada con tan solo observarla. En uno de sus costados tenía pegada una etiqueta que decía "Faith: Hogwarts".

—No puedo decir que Faith era modesta con sus compras... —admitió Remus dejando ahora una pequeña y última caja en la cama que decía "frágil"—. Pero bueno, esto nos ayudará a ver si hay más que saber acerca de... ella. Otro secreto que no me haya contado.

Ana notó que Remus estaba afligido ante el pensamiento de que Faith no le hubiese contado todo lo que había sucedido con ella y sintió pena al ver su rostro. Debía de ser difícil descubrir la verdad de la boca de otra persona que de la del dueño. Se preguntaba si su madre en definitiva tenía más secretos y si había sufrido por mantener la boca cerrada. No poder decirle a nadie de algunas cuestiones debía ser terrible y Ana se alegraba de que no tuviese nada que esconder ahora que todo había salido a la luz. No era muy buena bajo el estrés de los secretos.

Para cambiar de tema, Ana tendió su mano con una sonrisa.

—Bueno, no sé tú pero yo quiero ver cómo era el pasado de mamá —cuando la comisura de los labios de Remus tiraron hacia arriba, Ana insistió con su mano—. ¿Una navaja para abrir las cajas?

Remus encaró una ceja y apuntó con su varita a la caja en donde las manos de Ana estaban apoyadas, e hizo que la cinta adhesiva desapareciera por completo, dejando la caja abierta.

—Ah, claro, magia...

Ana miró al interior de la caja y lo primero que notó fue un uniforme de Ravenclaw pulcramente doblado, junto con algunos otro pares de vestimenta —un par de zapatos, suéteres del colegio, bufanda— que no parecían verse en mal estado. Ana tampoco veía ninguna polilla que se hubiese deleitado con la tela de las prendas. Seguramente por un encantamiento.

Tomó la túnica suavemente con sus dedos y observó que no estaba en tan buen estado como pensaba. Había algunos agujeros mal cocidos bajo las mangas, especialmente donde se encontraban las axilas, y algún que otro rastro de tinta que no había sido limpiado adecuadamente. Pero cada por cada imperfección que Ana observaba, más carácter le ponía a Faith.

—Nunca cuidaba sus pertenencias —confesó Remus tomando la bufanda azul y bronce que también tenía agujeros y lana deshilachada—. Siempre tenía todo desordenado pero ella siempre diría que así sabía dónde se encontraba cada cosa. Era un dolor de cabeza entrar a su habitación.

—Apuesto que el dormitorio que compartías con los otros no era tan diferente —bromeó Ana y Remus rió.

—Diría que en los primeros años eso sería real pero James rápidamente comenzó a detestar el desorden. Le asqueaba que Peter dejara todos los envoltorios en su cama...

Ana dejó caer sus brazos lentamente como su sonrisa. Remus miró hacia abajo y pareció arrepentirse de haber mencionado aquel nombre. Sin embargo, antes de que pudiese disculparse, los ojos de Ana captaron un destello por el rabillo de su ojo.

—¡Uy! ¿Qué es esto...?

Era una insignia de oro de forma redonda que tenía las siglas C.M.M.L talladas en el metal, junto con el año 1977. Estaba bastante desgastada, como si alguien la hubiese estado manoseando por mucho tiempo.

Remus volvió a sonreír y tomó la insignia en su mano.

—La Convención de Medicina Mágica Latinoamericana. Durante el verano antes de nuestro séptimo año, Faith había sido aceptada para hacer un intercambio en la convención por unos meses y viajó por todo Latinoamérica, estudiando distintas formas de medicina y cultivando conocimientos extranjeros en la magia. Cuando volvió —además de llegar un día después que empezaran las clases—, ninguno de nosotros la reconoció. Es decir, estaba demasiado cambiada: el cabello que normalmente era ondulado ahora estaba lacio y un poco más crecido por los hombros, su piel estaba bronceada aunque hubiese ido en lo que allí era invierno y tenía un aire más... maduro. Fue un golpe en el rostro cuando nos dimos cuenta pero en lo que restó del año no nos dejó vivir un día sin burlarse de nosotros por no haberla reconocido.

Una risa nasal dejó a Ana y tuvo que taparse la boca para disimular que había sonado como un cerdo, sin embargo, esto solo hizo que Remus riera más cálidamente.

—Es gracioso, no te preocupes... veamos qué más hay aquí.

Ambos siguieron inspeccionando la caja y Remus de vez en cuando contaba la historia detrás de algunos objetos. Por ejemplo; un telescopio portátil que Faith había llevado al colegio, pero después de dejar Astronomía en sexto año —ya que le parecía aburridísima— lo había convertido en un caleidoscopio que en sus términos era más interesante que ver estrellas. O los pequeños frascos con unas pequeñas dosis de diferentes pociones que la misma Faith había creado. Lamentablemente no estaban etiquetadas y nadie tomaría el riesgo de saber lo que hacían. Pero la historia que más le divirtió a Ana fue cuando encontró un trofeo de quidditch con el nombre de "Elena Sayer", quien había sido una golpeadora del equipo de Hufflepuff en los '50.

—Esto ni siquiera es de ella —había dicho Ana con estupefacción, sacándole una risa sonora a Remus, quien lo agarró con ambas manos, mirando con sorpresa el trofeo.

—No puedo creer que esto siga aquí... pensé que lo había devuelto —murmuró él y levantó la cabeza hacia Ana—. Fue en nuestro séptimo año, Faith siempre deambulaba por los pasillos después del toque de queda y en palabras suyas, se abusaba de que yo era prefecto y me hacía acompañarla para tener extra protección. Ya ni servía esa excusa porque los demás prefectos ya conocían demasiado bien nuestra amistad pero bueno... una noche llegamos a la sala de trofeos y como siempre le había gustado causar un poco de caos sutil, lo tomó y lo guardó dentro de su túnica para llevárselo a su torre. Me dijo que lo devolvería pero los días pasaron y yo me olvidé, y aquí estamos...

Y ahora, ya habiendo llegado al final de la caja, Ana tomó un gran álbum de fotos que se titulaba "Años en Hogwarts: 1971-1978". Curiosa, lo abrió con cautela en la primera página. La primera foto no mostraba demasiada cosa, solamente se podía ver el Expreso Hogwarts moviéndose. Sin embargo, la cuarta foto fue cuando comenzó la historia. Habían tres niñas riendo en una foto, sacada por una cuarta persona, que parecían ser menores a Ana. Aún no llevaban el uniforme y parecía que estaban por comenzar su primer año en Hogwarts. La niña a la izquierda tenía la piel como porcelana, aunque por los rayos del sol que se filtraban por su costado se veían unos destellos rosados en su rostro que se encontraba salpicado de pequeños granos rosados. Su cabello era oscuro y largo, le llegaba hasta la mitad de la espalda y caía en cascadas lacias por sus hombros. La niña del medio era la más baja del trío, su piel le recordaba a los rayos del sol de la tarde, dorados y bronceados como el más precioso verano, su cabello era grueso y rizoso y adornaba su rostro de la mejor manera. Y unos anteojos más grandes que su rostro descansaban ante sus ojos. Y la última niña... ella se parecía a Ana. Su sonrisa era la más grande pero también la más traviesa, como si estuviese pensando en la más divertida broma. Su piel era clara pero tenía un aspecto a la arena en el atardecer, dorada y suave. Su cabello estaba sujeto en un rodete que parecía estar a punto de deshacerse por la cantidad de ondas que caían de forma enmarañada delante de su rostro.

Un suave suspiro dejó los labios de Remus cuando su mirada se posó en la foto llena de nostalgia y sus dedos acariciaron las páginas con melancolía.

—¿Quiénes son...?  —inquirió Ana señalando a las dos primeras niñas que le sonreían a la cámara, reconociendo que la tercera era Faith.

—Marlene Mckinnon y Dorcas Meadowes —murmuró él mirando aquella imagen tan fijamente como si en cualquier momento e desvanecería—. Este era su álbum de fotos... el de Dorcas, nos lo dio para que pusiéramos nuestras fotos. Nunca se lo pudimos devolver...

Ana frunció el ceño y miró nuevamente a las niñas.

—¿Y dónde están... ahora?

Remus la miró con pena y negó con la cabeza.

—Ambas asesinadas por el Señor Tenebroso el mismo año que Faith y Lily —Remus miró hacia abajo, como si el recuerdo aún estuviese sangrando en su memoria—. Marlene junto a toda su familia en julio y Dorcas en la última semana de septiembre. Nos estaba matando a todos sin un respiro, no teníamos forma de ganar. Perdimos tantos amigos en esa guerra... por la muerte o por la locura. Fue demasiado difícil sobrellevarlo pero sabíamos que de la guerra no se salvaba nadie.

Ana se removió en su lugar y miró de soslayo las sonrisas inocentes y ciegas a los acontecimientos que le seguirían. Era pesado pensar en todas aquellas vidas que habían sido víctimas de la guerra, todas las heridas que aún se encontraban abiertas esperando que un remedio milagroso apareciera y las hiciera sanar... pero no había nada. La muerte era el límite y del precipicio nadie podía salvarse, por muchas alas que tuviesen.

Los ojos oceánicos de Ana se posaron en Remus y señaló el álbum.

—¿Puedo quedármelo?

Ana no quería admitirlo pero muy profundamente dentro suyo, quería disfrutar aquellas imágenes sin ninguna historia. No quería observar las expresiones que chocaban en el rostro de Remus y no quería sentir el pesado sentimiento de melancolía colgarse en su pecho, pensando en el triste final de aquellos rostros. Lo único que quería hacer era observar los momentos e imaginarse sus historias. No quería certeza, quería paz.

Remus asintió y rápidamente se concentró en otra caja mientras Ana guardaba el álbum dentro del bolso que había llevado consigo misma. Y cuando escuchó el sonido de otra caja abrirse abruptamente, la curiosidad de Ana volvió, asomándose por el hombro de Remus.

La caja contenía libros. Muchos libros. Parecía como una propia biblioteca amontonada en la simple caja de cartón. Algunos títulos los reconocía pero otros tomos ni se podía hacer una idea. La colección era variada y demostraba que Faith Ward había sido una persona amante de la lectura, probablemente aficionada al saber. Ana adoraría tener esa pasión pero había pocos libros que realmente le llamaban la atención y usualmente contenían imágenes con animales.

—Faith era muy competitiva cuando quería —confesó Remus tomando en sus manos un libro de Pociones Avanzadas—, siempre queriendo estar un paso delante que los demás, siempre leyendo una página más que su compañero para alardear. Naturalmente, eso no era necesario... siempre había estado un paso delante sin querer intentarlo. Pero le gustaba alardear y aunque no necesitaba una excusa para hacerlo, siempre la buscaba. Anhelaba demostrarlo.

Ana estaba deseosa en saber cómo se sentiría saber tanto acerca de un tema para tener completa confianza en sí misma mientras hablaba de este en vez de avergonzarse por hablar un poco de más. ¿Cuándo llegaría el momento en que pudiese hablar horas de su tema favorito sin preocuparse de que la otra persona se aburriera?

—¿Y cómo lo hacía? —preguntó Ana,  ganándose la mirada de Remus—. ¿Cómo hacía para tener tanta confianza?

Remus sonrió y miró hacia delante, deleitándose con una memoria.

—Bueno... había un detalle en Faith que siempre me fascinó y nunca pude comprender, un hecho que siempre quise poseer pero lamentablemente se me ha sido imposible. Ella nunca alardeaba del premio, alardeaba del proceso. Era tan encantadoramente brillante que para ella, fallar no era perder. Adoraba equivocarse y aprender de ello, adoraba que la corrigieran cuando erraba y prefería nunca llegar a su objetivo antes que darse por vencida. Faith nunca le tuvo miedo a la caída por eso nunca dudaba... fracasar era lo mismo que ganar.

Ana se lo quedó mirando por unos segundos sin saber qué decir. La lógica de Faith no parecía haber encontrado un sentido en su cabeza aún, porque ¿cómo era que se podía tener éxito una vez fracasado? ¿Es que acaso no era falso optimismo? Un poco de esperanza fantasiosa.

—Aunque no puedo negar que eso le trajo problemas. —admitió Remus y tomó un cuaderno para abrirlo y mirarlo con nostalgia—. A veces su testarudez le ganaba la mano y ahí los conflictos comenzaban... —le tendió la libreta ahora cerrada y con una sonrisa suave plasmada en sus labios—. Toma, creo que te interesará leer esto, son todos los hechizos y encantamientos que creó en su adolescencia. Como dije, una genio.

Ana tomó la libreta en sus manos y pasó sus dedos sobre la suave y hundida textura del cuero marrón que alojaba a las hojas color arena, llenas de tinta y conocimientos. Los dedos de Ana delinearon las pequeñas siglas que se encontraban grabadas a presión en lo más bajo del cuero. F.W.

Después de descubrir que habían tantos secretos por desempacar, Ana se preguntó qué más sangraba en aquellas páginas que ella aún no reconociese. ¿Cuántos secretos más podía haberse llevado Faith Ward a la tumba?

—Los libros puedes quedártelos también... mentiría si dijera que me sirven de algo. Algunos libros de texto no han cambiado de autor en Hogwarts así que seguramente te resulten útiles. Eso sí, te advierto que todos están llenos de notas de Faith, no creo que encuentres ninguna página en blanco.

Ana sonrió satisfecha mirando a la caja.

—No me quejo, de hecho es mejor, las clases me resultarán más fáciles.

Remus rió y se levantó de su lugar.

—No negaré que los libros de segunda mano tengan más historias que contar que los nuevos. Siempre se puede conocer todo del dueño anterior con tan solo mirar el estado del libro —Remus pasó una mano sobre su brazo flacucho, parecía dolerle—. Ana, ayúdame a bajar la caja así tendremos un problema menos esta noche, por favor.

Ana asintió y tomó la caja del otro lado que Remus.

—Levantemos juntos, uno... dos...

Ana hizo fuerza con las piernas para levantar la caja pero enseguida por el desequilibrio entre su altura y la de Remus, dio un traspié apoyando su peso en la cama y tiró la pequeña caja que el hombre había colocado antes allí. Un jadeo salió de su boca.

—¡Perdón! Ahí tomo la cajita.

—No te preocupes no...

Pero Ana ya estaba apoyando la caja grande en su rodilla mientras tomaba con su mano libre una pequeña caja de madera que había caído de la mal sellada cajita de cartón. No era para nada llamativa pero tenía una linda capa de pintura lustrosa transparente que la hacía brillar contra la luz. Ana, con toda su curiosidad, abrió la cajita para ver lo que había dentro y para su sorpresa notó una pequeña joya.

—Un anillo de matrimonio... —murmuró Ana inspeccionando la sortija.

El anillo era simple pero bastante llamativo. Estaba hecho con alambre color bronce que en el medio envolvía una pequeña piedra redonda rosada y blanca, seguramente un cuarzo rosa. Era un anillo bastante bonito que con su simpleza contaba una dulce historia de amor.

Ana se lo tendió a Remus para que lo viese y notó que su expresión se había suavizado nuevamente pero esta vez ya no había dulzura, sino arrepentimiento. Remus dejó la caja grande en el suelo cuando sus brazos comenzaron a temblar y Ana lo siguió mientras lo veía tomar la pequeña caja de madera.

—Anillo de compromiso... —murmuró Remus tan bajo que Ana casi no pudo escucharlo. La niña lo miró confundida, ¿no es que era lo mismo?—. Nunca nos casamos... —suspiró el hombre y su ceño se frunció—, nunca le di el anillo.

—Pero... pero James y Sirius siempre se refirieron a mamá como tu esposa...

Remus rió amargamente y sostuvo el anillo entre sus dedos mientras lo observaba.

—Quisieran con toda su alma que hubiese sido más valiente, pero Faith jamás vio este anillo y jamás escuchó la frase de compromiso. Tenía miedo de que estuviésemos yendo muy rápido pero ella siempre iba un paso delante mío, así que creí que debía apurarme... pero siempre estaba un paso atrás, prefería ir lento y perdí tiempo...

Ana no sabía qué decir. Estaba pensando que eso sería un evento concurrente durante todas sus conversaciones con Remus porque el hombre siempre parecía temerle tanto al pasado que parecía que las memorias estaban siendo un peso importante en sus hombros, y ella no sabía cómo ayudarlo a sostener los recuerdos. Remus hasta parecía querer ahogarse en el mar de sus penurias.

Y el problema era que Ana no sabía nadar.

Un golpe en la puerta de madera semi abierta, hizo que la atención de Ana chasqueara de su concentración y volviese su cabeza hacia donde el sonido se había hecho escuchar. Sirius había abierto la puerta por completo y había puesto todo su peso en el marco, mientras los observaba con diversión.

—¿Necesitan ayuda? Tardan demasiado para bajar unas cajas...

Ana se iluminó ante la idea y sonrió inocentemente.

—¿Llevarás la caja por nosotros?

Sirius la miró con gracia y subió sus cejas.

—Ni en tus sueños, la llevaremos entre los tres.

Ana resopló pero rendida volvió a tomar la caja por su base.

—Vamos, lunático... —Sirius se dirigió a Remus cuando se acercó para tomar un lado de la caja—, esto no se bajará por sí solo.

Remus levantó su mirada de la sortija y miró a Sirius como si recién se diese cuenta de que había llegado. El segundo encaró una ceja mirando el anillo, hasta que Remus se guardó la joya en su bolsillo delantero para luego tomar las cajas en sus manos.

Luego de bajar todas las cajas y objetos que Ana se llevaría a su casa —con la ayuda de Sirius que terminó llevando más cosas que los otros dos—, el cielo mostró sus colores más oscuros y preciosos. Las nubes se mezclaban con los colores rosados, violetas y azules tan profundos que parecían gemas preciosas brillando en el cielo. Las luces de las calles se habían encendido, opacando las estrellas que solamente se podrían percibir si la ciudad completa se apagara de repente. Las veredas se comenzaban a despejar a medida que las personas entraban a sus hogares para dar por finalizado sus días, con sus estómagos vacíos y sus párpados pesados, impacientes de poder descansar.

Y podía ser por la magia que traían Sirius y Remus en sí, pero su casa parecía ser la más viva de todas. Por las ventanas se veían las luces prendidas detrás de las cortinas y la música que retumbaba por sus paredes creaba la ilusión de que los ladrillos habían comenzado a moverse. Por dentro, eso no se alejaba de la realidad.

Ni Sirius ni Remus eran los mejores cocineros pero algo que Ana sí no podía negar era que ellos podían crear un espectáculo. La niña no sabía si era porque estaba ella allí o de hecho eso era algo común en aquella vivienda, pero verlos trabajar en la dinámica que lo hacían era algo sorprendente de ver.

Los platos volaban y los vasos danzaban al ritmo del tocadiscos, las verduras eran condimentadas por sí solas en el aire y varias veces Ana había robado algunas pequeñas zanahorias para darse el gusto, hasta que Remus se dio cuenta y tuvo que parar. Sí, tal vez a veces podía oler el aroma a quemado que venía del horno que Sirius estaba manejando, pero Ana no podía disimular su emoción por poder ver el resultado final. O al menos el proceso hacia el final si es que fallaba el plan.

Cuando se sentaron a cenar el dudoso platillo que Sirius había preparado, Ana presenció cara a cara la famosa frase "No juzgar un libro por su cara" porque aunque la presentación de la comida le hubiese hecho flaquear, al saborear los sabores dulces y salados que explotaban en su boca, dejó salir un gran suspiro satisfactorio.

—Me ofende que te estés sorprendiendo de mis habilidades culinarias —señaló Sirius luego de probar un bocado de su propio plato—. ¡Hice un fantástico trabajo!

—Y te agradecemos por eso —afirmó Remus dejando su tenedor a un lado luego de usarlo—. Aunque la presentación fue un poco desastrosa.

Sirius resopló y Ana rió dándole la razón a su padre.

—Son muy excéntricos, nada los satisface.

—Por favor, solamente estas buscando cumplidos —sonrió Remus y Sirius le devolvió la sonrisa tan brillante como siempre.

—Está funcionando, ¿no es así?

—¡Me gustan las papas! —exclamó Ana luego de tragar, ganándose una sonrisa victoriosa del hombre.

—Claro que te gustan, las cociné yo —alardeó y Remus puso los ojos en blanco aunque sin borrar la sonrisa que estaba pegada en su rostro. Sirius descansó su espalda en el respaldo y dejó salir un largo suspiro—. Pero lo mejor será dejarle la cocina a James, no pienso cocinar más. Si fuese por mí hubiésemos comido las sobras que nos trae pero ya ves que no había...

Ana los observó con incredulidad.

—¿Cómo es que sobrevivieron todo este tiempo...?

Ambos hombres se miraron de reojo y Sirius le guiñó un ojo a Ana.

—Con mucha perseverancia.

Luego de comer —y luego de que Remus no dejara que Ana limpiase nada para hacerlo él mismo—, la niña buscó en algo con lo que entretenerse.

La cantidad de vinilos que poseían era tan impresionante que lo primero que hizo fue admirarlos. Habían diferentes artistas, tanto como David Bowie, Led Zepellin, T. Rex, The Who, y muchos otros que pertenecían en la memoria de Ana. Se preguntaba si durante su estadía en Hogwarts Remus y Sirius habían sido fanáticos de estos artistas también o había sido tema de sus años posteriores. No era difícil imaginarse a aquellos dos como adolescentes volviéndose locos con los nuevos álbumes de sus cantantes favoritos. Algún día les preguntaría pero por ahora solo quería que su imaginación volase en alto y moldeara la realidad a su gusto.

Sin embargo, cuando sus dedos envolvieron el sobre que contenía el vinilo del famoso álbum de David Bowie "The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars", algunas preguntas se respondieron por sí solas. Eso era porque cuando sacó el vinilo del llamativo sobre, una carta cayó en su regazo, y al desplegarla para leerla, esto fue lo que leyó:

Para Lunático,

Felices 13 años, ¿qué se siente estar tan viejo como yo? Este álbum te encantará, Bowie se ha esmerado, aunque eso no sea una sorpresa.

No puedo esperar a que desgastemos el tocadiscos con este álbum, espero que te guste tanto como a mí,

tu querido Canuto.

PD: Si me preguntas, quiero ser como Ziggy Stardust en el futuro ¿qué dices?

Ana apretó la nota en su agarre y la releyó lo escrito las veces necesarias para que cada palabra quedase grabada en su cerebro de una forma tan dolorosa hasta que se dio cuenta cuánto había dicho con tan poco. Sí, la nota era muy corta pero era imposible no leer entre líneas cuando ella lo había hecho tantas veces. Pequeñas notas que decían más de lo expresado.

La mirada de Ana se levantó para ver si alguien tenía su mirada en ella, pero cuando escuchó el tarareo de Remus provenir de la cocina y notó que Sirius no había vuelto de afuera, guardó la nota en su bolsillo. Se levantó de su lugar, guardó el vinilo en el mismo lugar que lo había encontrado y caminó sigilosamente hacia la entrada principal donde había visto a Sirius irse con anterioridad.

Al abrir la puerta roja brillante, sintió una fresca brisa chocar contra su rostro que hizo que pestañeara algunas veces más rápido para proteger su vista. Cerró la puerta detrás suyo y vio que en el primer escalón de las escaleras se encontraba Sirius con un cigarrillo descansando entre sus dedos.

La suela de las zapatillas de Ana golpearon contra las escaleras de manera dispareja que hicieron que Sirius la mirase por su hombro hasta que se sentó a su lado. El hombre sonrió y alejó el cigarrillo de Ana, que justo se había sentado a su derecha.

—Lo siento, déjame apagarlo...

Antes de que Sirius pudiese hacer como había dicho, Ana negó.

—No te preocupes, papá solía fumar mucho, ya me acostumbré al olor... —confesó Ana con indiferencia pero Sirius se encogió de hombros.

—Entonces a desacostumbrarte, no es sano.

Sirius aplastó la cerilla del cigarrillo contra el escalón de cemento y Ana rápidamente notó la diferencia en el aire alrededor. Inconscientemente le agradecía a Sirius por haberlo hecho, nunca lo admitiría pero odiaba el olor agrio que emanaban aquellas cosas.

Desde aquel intercambio de palabras ambos se quedaron en silencio por unos minutos, contemplando las luces parpadeantes de las farolas y las polillas que chocaban contra ellas. En el fondo se podían escuchar los murmullos de las voces en las otras casas y la música que se oía detrás suyo, a la cual Remus seguramente seguía cantando a su par.

Ninguno de los dos sabía cómo comenzar la conversación pero Ana, después de un año en Hogwarts, había aprendido a tomar la iniciativa en las conversaciones. Así que con aquella ventaja, lo miró de reojo.

—¿Recuerdas cuando gritaste mi nombre en el medio de la calle el año pasado?

Sirius rió ante la memoria y asintió, pasando una mano sobre su mentón en el cual su barba comenzaba a crecer nuevamente.

—No fue mi momento de mayor orgullo pero no tenía otra alternativa —Sirius suspiró y miró los árboles que se movían delante de la casa—. Estaba desesperado por encontrarte, quería... quería que Remus fuese verdaderamente feliz nuevamente, y no podía perder la oportunidad cuando estabas frente nuestro.

—Bueno, sí que nos encontramos dos veces, ¿no? Fue como... como...

—¿Destino? —inquirió Sirius con una pequeña sonrisa y Ana se la devolvió, con un leve asentimiento—. No creo mucho en todo eso, pero no puedo negar que no se me haya cruzado por la cabeza. El mundo finalmente te quería juntar con él, ¿y quién soy yo para decir que no?

Sirius, inconscientemente, se llevó los dedos a los labios y cuando se dio cuenta de que no tenía nada, bajó la mano a su regazo, moviendo sus dedos con impaciencia.

Ana pensó en Remus y cómo lo había visto mientras su mente volvía al pasado y actuaba los momentos más memorativos de su vida. Siempre le había parecido que Remus nunca había logrado sobrellevar los acontecimientos, nunca encontrando un cierre y con las heridas abiertas al mundo para ver. Era triste... pero si pensaba más allá que ello, Ana recordaba que Remus no había sido el único en pasar por todo eso.

—¿Cómo hizo... cómo hizo James luego de lo que sucedió?

No podía negar que habían veces que se olvidaba de que James había pasado por el mismo duelo que Remus, o al menos similar, dado que el hombre era completamente diferente a su padre al referirse a ese día. Cada persona era diferente durante el luto, ¿pero cómo era que dos personas del mismo círculo que habían perdido tanto el mismo día se asemejaban tanto?

—Fue muy difícil —afirmó Sirius mirando sus manos entrelazadas sobre su regazo—. Para él y para los que lo veíamos. Al principio estaba completamente perdido, a veces se olvidaba de qué día era, se olvidaba de cuidarse y de que de hecho, él seguía con vida. No es algo que me guste recordar —admitió Sirius ahora mirándola a los ojos con melancolía—, pero afortunadamente, James tenía una ventaja que lo hizo recobrar la cordura luego de perder a Lily. Tenía a Harry. Y Harry era todo para él así que movió el mundo por su pequeño hijo para que nunca se sintiese solo. Mejoró porque lo tenía a él.

A diferencia de Remus.

Ana quiso darse una cachetada por haber hecho una pregunta como esa. Había tenido la respuesta en sí misma todo ese tiempo pero ni se había preocupado por prestarle atención, y ahora había hecho que Sirius pensase en algo que no le traía ninguna gracia.

—Pero te tenían a ti... ¿no es así?

Sirius la miró con pena antes de mirar nuevamente hacia delante.

—Hay un límite con lo que puedo ayudar en una situación así...

Ana asintió dándole la razón y volvió su mirada hacia las hojas de los árboles que seguían moviéndose lentamente. Escuchó unas risas aisladas que venían desde dentro de la casa vecina. Ojalá Ana supiese qué historia divertida había sido compartida en aquel hogar.

El tiempo pasó,  las voces se fueron apagando y las ventanas cerrando. Y aunque mucho no se estuviese diciendo, Ana se sentía cómoda y tranquila con la compañía de Sirius y su suave respiración. A Ana le gustaba el silencio y cuando estaba acompañado por el persistente aroma a tabaco, le hacía revivir los momentos en su vieja casa cuando las hortensias florecían en el patio delantero y su padre la sostenía en sus brazos mientras le relataba antiguos relatos en latín que parecían las más interesantes travesías. No era un silencio completo pero era el silencio perfecto.

Ana apoyó su cabeza en el hombro de Sirius mientras su memoria retrocedía a las sonrisas de su padre que tantas veces la habían hecho dejar de llorar y con una mano metida en el bolsillo donde el papel se arrugaba cada vez más, no pudo evitar hacer la siguiente pregunta:

—Sirius... ¿cómo trata la comunidad mágica a los homosexuales? ¿Es... es diferente a los muggles?

Sirius se removió debajo de su cabeza y Ana temió haber hecho una pregunta incómoda, pero antes de que hablase, Sirius dejó salir un suspiro.

—Es... complicado. —admitió sin darle vuelta al asunto, como si supiese la respuesta muy bien—. No es nueva noticia que la comunidad mágica sea conocida por creerse mejor que los muggles pero supongo que eso trajo algunos... beneficios, si se pueden llamar así, a muchos grupos.

»No era fuera de lo común, en la antigua comunidad mágica del occidente, pensar como los griegos en sus más antiguas épocas: que el amor era solamente entre los hombres. Y aunque aquella visión ha cambiado drásticamente durante los siglos, al ver que los muggles dejaron aquella ideología, la comunidad mágica decidió quedársela a un grado. Es aceptado en nuestra comunidad... si conociste a Berenice Babbling entonces debes de saber que ella no tuvo ningún problema porque es algo común, siempre lo fue.

El corazón de Ana latió con fuera en su pecho, tanto que le hizo doler y tuvo que tomar una gran bocanada de aire.

—... Pero es inevitable que no haya escepticismo ante quienes llevan a cabo un amor de aquella forma. Si me preguntas a mí, quienes critican me traen sin cuidado, seres miserables... —Sirius chasqueó con la lengua pero negó con la cabeza, despejando sus pensamientos—. Las familias más extremistas tienen una relación muy complicada con este tema porque como verás, adoran la pureza y que su linaje continúe para siempre. Una estupidez... pero al ser tan extremos solamente aceptarían un amor así si es que quienes son así siguen la corriente de los griegos. Amor solamente entre hombres o mujeres, y el otro sexo para reproducirse. Si eres un homosexual en esas familias, solamente como amante podrás tener a tu amor y deberás tener un casamiento por conveniencia para seguir con el linaje. Pero hay quienes se revelan y deciden terminar con el linaje; siendo expulsados de sus familias y no pudiendo volver atrás.

Ana tenía los ojos bien abiertos mientras escuchaba cada palabra con atención, y cuando Sirius dejó de hablar, se preguntó si inconscientemente le había contado su historia personal. No quería asumir así que mantuvo la boca cerrada.

—A papá le hubiese gustado saber que en una parte del mundo hay un poco menos de discriminación... —murmuró Ana—. Le hubiese gustado mucho...

—Entonces continuemos haciendo de esta fracción del mundo un poco más tolerable que las demás así los otros pueden gustar de todo esto —sugirió Sirius y Ana sonrió suavemente.

—Me gusta esa idea...

—Bien, porque es la única opción que te doy.

Ana rió y rodeó su brazo libre con el de Sirius, acomodando su cabeza sobre la suave remera blanca que olía a tabaco y a cerezas, de la tarta que había hecho con su abuela aquella mañana y había llevado consigo misma durante su visita.

La mano que aún estaba en su bolsillo acarició el relieve del papel suave y levantó sus ojos hacia Sirius para observarlo. El hombre miraba, inadvertido de la atención de Ana en él, hacia delante con los ojos fijos en un auto que pasaba por la calle con la música retumbando en su interior. Su barba le hacía cosquillas en la sien, pero no le molestaba, es más, la relajaba.

—¿Sirius?

—¿Hm...?

Los ojos grises del hombre no la miraron, aún distraídos con la escena que pasaba delante de sus ojos, y Ana pensando sus palabras mejor, dejó salir un largo suspiro satisfactorio mientras volvía su mirad hacia la calle.

—Espero que encuentres tu final feliz.

Sorprendido ante su comentario pero no lejos de estar contento por ello, le dedicó una sonrisa.

—Gracias, Ana.

Después que pasaran unos segundos, Sirius se levantó lentamente para que Ana pudiese sacar su cabeza de su hombro, y le tendió una mano.

—Vayamos adentro antes de que Remus se queje que lo dejamos solo.

Ana sonrió con gracia y tomó su mano para impulsarse hacia arriba.

—El único que se quejaría en esa situación serías tú, Sirius. Eres muy dependiente.

El hombre jadeó con ofensa pero no negó nada mientras abría la puerta principal y daba un paso hacia dentro de la comodidad de su casa.

—Deberíamos pintar la puerta algún día de estos, ¿qué dices, Ana? ¿qué te parece un negro elegante y normal?

—Ni se les ocurra —exclamó Remus desde la cocina y Sirius se divirtió por haberle llamado la atención. Le guiñó un ojo a Sirius y se dirigió hacia la habitación donde se encontraba el otro hombre.

—Vamos, lunático, ¿un marrón? ¿o hasta un bordó...?

Mientras Ana escuchaba la discusión apasionada por el color de la puerta, se dedicó a dar un trote hacia donde los vinilos se encontraban para apurarse en sacar la nota del pasado de su bolsillo y alisarla lo más posible con sus dedos.

—¿Ana? —la llamó Remus desde la cocina y la niña miró hacia la puerta abierta.

—¡Voy!

Rápidamente guardó la nota en su lugar correspondiente y se dio media vuelta para caminar hacia la cocina donde Sirius y Remus la esperaban. Aquella nota sería otro secreto del pasado que tendría su momento para ser desenterrado.

Pero por ahora solo quería disfrutar de los momentos que sí conocía y para eso no necesitaba la ayuda del pasado. Solamente necesitaba de su presente.

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¡hola!

jasjas quise publicar a las 00:00 pero me quedé tildada o(-<

bueno, ¡buen sábado! ¿cómo pasaron la semana?

yo me volví a obsesionar con David Bowie que nadie me toque pls estoy sensible, también estoy terminando atyd y tuve que parar o también lloro vieron ♥

hoy nos adentramos un poco más en las vidas de Remus, Sirius y Faith, espero que les haya gustado el capítulo ¡!

lxs quiero mucho y muchas gracias por el apoyo constante, me encanta leer sus comentarios y reacciones, me hacen el día sajaj

¡nos vemos la próxima semana!

•chauuu•

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