Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧

"Volviendo a Hogwarts"

La última semana de vacaciones fue tediosa. Como planeado, Ana se alojó en La Madriguera hasta el comienzo de clases, pero no fue tan vigorizante como hubiese creído en un momento. Por un lado, el señor Weasley jamás parecía estar en presente en su propia casa —consecuencias de trabajar en el Ministerio—, y tampoco Percy, pero Ana estaba un poco agradecida de aquello porque todavía no le perdonaba que hubiese hablado tan mal de Winky.

Por el otro lado, Harry les había contado a Ana, Hermione y Ron, escandalosas noticias: su cicatriz le había vuelto a doler. Claro, tal vez para Ana esas no eran exactamente noticias impactantes porque no tenía una idea de lo que podía significar. Sin embargo, luego de que le explicaron porqué le sucedía, se llevó un susto bien merecido. Porque si que le doliera la cicatriz significaba que Voldemort había tenido un tipo de contacto con Harry, eso era un gran problema. Desafortunadamente, Ana no pudo saciar su curiosidad demasiado porque el tema como vino se fue, y no se habló de él durante el resto de las vacaciones.

Pero para la suerte de Ana, eso no fue un problema para divertirse.  Luego de enviarle una carta a su abuela —en la que claramente omitió todo lo sucedido en la Copa de Quidditch, y le rogó a Remus que no abriera la boca por la salud de su nana—, Ana había recibido noticias brillantes. Por un lado, Hilda le había agradecido enormemente que le hubiese enviado dinero, aunque también la había reprochado por gastar su propia alcancía en ella cuando no se debía verdaderamente preocupar, y le había asegurado que eso sería suficiente. Antes de que fuese al Callejón Diagon, Ana le había hecho prometer a Remus de que cambiara suficientes monedas por dinero muggle para llevarle a su abuela ya que se habían encontrado apretadas en la economía de Gran Bretaña últimamente. Además, solamente había tenido que comprar plumas y algunos ingredientes para Pociones ya que tenía todo lo demás, contando los libros que había tomado de Faith. No los de Remus porque al parecer él y los otros los habían usado para una última broma en el colegio, una historia que Ana no podía esperar a escuchar.

Y la segunda noticia que había oído de parte de su abuela, era más información de Dalia Mandel. Al parecer su familia se quedaría indefinidamente en Inglaterra, hasta que el trabajo de su madre cesara, así que le había dicho a Hilda su dirección para que Ana pudiese enviarle cartas hacia allí —un sentimiento de buen gusto pero que Ana debería ignorar porque ¿cómo le explicaría acerca del búho que le traía una carta? Mejor sería que la carta fuese enviada a su abuela y ella se la diese a la joven—, como también le había dado el día de su cumpleaños. Y para la sorpresa de Ana: era el dos de enero, como ella. Ana jamás había tenido una gemela de cumpleaños —aunque tal vez era porque siempre lo había celebrado el treinta y uno de octubre—, y se encontraba maravillada ante la noticia.

—Ana, aún te quedan un montón de cosas por guardar —señaló Hermione, arrodillada frente su baúl, ordenando sus pertenencias con cuidado.

Era el último día de vacaciones, y la señora Weasley los había mandado a ordenar sus equipajes para que al otro día partieran a la estación de King's Cross sin problema. Y mientras Ginny y Hermione guardaban sus libros, Ana se encontraba tirada en su bolsa de dormir, mirando el frasco donde se encontraban los cabellos que había arrancado de Pettigrew. Le había dado mucho asco tocarlos así que los encerró en el frasco, nunca queriendo tocarlos de nuevo.

—Es que no entiendo qué es lo que Dumbledore espera que haga con esto —resopló Ana y se acomodó en su lugar, apoyando un codo en su almohada y su mentón en su mano alzada—. ¿Por qué no me dijo qué hacer?

—Tal vez ni él sepa —apuntó Ginny, doblando su túnica. Hermione resopló.

—O tal vez sepa que no estás preparada para saberlo aún. No debes apurarte para saberlo, Ana, es un tema de suma seriedad. Debes tomártelo con calma.

Ana bufó y dejó el frasco encima de su almohada, tratando de olvidar de que existía. Se levantó lentamente y apoyó sus puños en ambos lados de su cadera.

—Bien, ¿qué me falta guardar?

Un suspiro de ensueño de parte de Hermione hizo que Ana y Ginny giraran sus rostros hacia ella, para encontrarse que la chica sostenía entre sus dedos una hermosa prenda. Era un vestido de un bígaro azul de una tela flotante y suave, que bajaba en cascadas hacia el baúl de Hermione y parecía estar hecho para ella.

—¡Es precioso! —exclamó Ana acercándose a su amiga para observar el vestido con más atención—. ¿Es el atuendo de gala que nos pidieron?

Al recibir su segunda carta de Hogwarts, Ana había leído que necesitaba llevar una túnica de gala para un evento que tomaría lugar en el castillo. No se sabía nada del evento, mas que debía de ser muy formal para pedir una pieza elegante.

—Sí... con mamá lo compramos en una tienda que vendían vestidos bellísimos y cuando vi este, bueno, debo decir que me encantó. ¡El color es muy delicado! ¿No es así?

—Te quedará genial —afirmó Ginny y se volvió a Ana con una ceja alzada—. ¿Y tú, Ana? ¿Qué llevarás?

—Bueno...

Ana no había comprado nada, pero ese no era problema alguno porque tenía una idea en mente. Con delicadeza tomó un saco que había estado cuidadosamente doblado en su baúl medio vacío y se los mostró. Era el mismo saco con el que siempre se acurrucaba mientras dormía; su color azul profundo estaba lleno de pequeñas flores bordadas en la parte baja de la prenda, y pequeñas bolitas se habían formado a lo largo de su cuerpo, demostrando que había sido usado constantemente. Alguna vez había sido el favorito de Fidel Abaroa, y solamente usado en todas las ocasiones que podía. Siempre le había dicho a Ana que adoraba recibir halagos cuando lo portaba en el trabajo, y nunca le faltaba decir que era su saco de la fortuna. Con él, había conseguido su trabajo como profesor en la universidad. Y Ana adoraba llevar una parte de él a todos lados. La hacía sentir protegida.

—Tengo planes para él —murmuró mirando al saco con gentileza—. Y cuando los realice, será una de las mejor ideas que haya tenido en un largo tiempo.

Hermione y Ginny se miraron e reojo, y suaves sonrisas se posaron en sus labios. Inmediatamente, Ginny juntó sus manos en un agudo aplauso.

—¡Bien! Sigamos guardando todo o mamá se volverá loca si mañana nos falta algo y si les soy sincera, no quiero oír sus exclamaciones a las ocho de la mañana. Les aseguro que ustedes tampoco...

•      •      •

La mañana siguiente, el señor Weasley tuvo que ir al Ministerio dado que había habido un accidente concerniendo un tal «Ojoloco Moody», que Ana no pudo captar quién era. Estaba dormida y recién había llegado a la cocina una vez que estaban terminando de hablar del tema así que se resignó en preguntar y dejó que las respuestas le cayeran en el momento que quisieran, o al menos cuando su curiosidad volviese a aparecer.

Y como James no podía llevarlos a causa de que también estaba en el Ministerio —y claramente Sirius no podía porque solamente poseía aquella motocicleta de la cual Ana seguía estando recelosa de usar—, la señora Weasley tuvo que habérselas con el teléfono de la oficina de correos del pueblo para pedir tres —porque cuatro sonaba muy exagerado— taxis muggles ordinarios que los llevaran a Londres.

Los taxistas no parecían muy felices ya que no acostumbraban transportar lechuzas nerviosas, y Pigwidgeon estaba armando un barullo inaguantable. Por otro lado, no se pusieron precisamente más contentos cuando unas cuantas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que prendían con la humedad, se cayeron inesperadamente del baúl de Fred al abrirse de golpe. Crookshanks se asustó con las bengalas, intentó subirse encima de uno de los taxistas, le clavó las uñas en la pierna, y éste se sobresaltó y gritó de dolor. Basil seguía durmiendo y pareció ser una bendición para los taxistas.

El viaje resultó muy incómodo porque iban apretujadas en la parte de atrás con los baúles. Crookshanks tardó un rato en recobrarse del susto de las bengalas, y para cuando entraron en Londres, Ana, Hermione y Ginny estaban llenas de arañazos. Fue un alivio llegar a King's Cross, aunque la lluvia caía con mucha fuerza y se calaron completamente al cruzar la transitada calle en dirección a la estación, llevando los baúles.

Aunque Ana solamente hubiese entrado en el andén nueve y tres cuartos una sola vez, esta vez al estar un poco más preparada, estaba un poco más tranquila. No había más que caminar recto a través de la barrera, aparentemente sólida, que separaba los andenes nueve y diez. La única dificultad radicaba en hacerlo con disimulo, para no atraer la atención de los muggles. Por aquella razón lo hicieron por grupos. Ana, Ginny y la señora Weasley fueron detrás de Harry, Hermione y Ron (los más llamativos, porque llevaban con ellos a Pigwidgeon y a Crookshanks), y caminaron como si nada para atravesarla... y, al hacerlo, el andén se materializó en frente de ellas.

El expreso de Hogwarts, una reluciente máquina de vapor de color escarlata, ya estaba allí, y de él salían nubes de vapor que convertían en oscuros fantasmas a los numerosos alumnos de Hogwarts y sus padres, reunidos en el andén. Ana se apresuró a alcanzar a sus amigos, y juntos entraron a buscar sitio, y no tardaron en colocar su equipaje en un compartimiento de uno de los vagones centrales del tren. Luego bajaron de un salto otra vez al andén para despedirse de la señora Weasley, de Bill y de Charlie.

—Quizá nos veamos antes de lo que piensas —le dijo Charlie a Ginny, sonriendo, al abrazarla.

—¿Por qué? —le preguntó Fred muy interesado.

—Ya lo verás —respondió Charlie—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto».

—Sí, ya me gustaría volver a Hogwarts este año —dijo Bill con las manos en los bolsillos, mirando el tren con nostalgia.

—¿Por qué? —quiso saber George, intrigado.

—Porque van a tener un curso muy interesante —explicó Bill, parpadeando—. Quizá podría hacer algo de tiempo para ir y echar un vistazo a...

—¿A qué?

Pero en aquel momento sonó el silbato, y la señora Weasley los empujó hacia las puertas de los vagones.

—Gracias por la estancia, señora Weasley —dijo Hermione después de que subieron al tren, cerraron la puerta y se asomaron por la ventanilla para hablar con ella.

—¡Gracias, señora Weasley! —exclamó Ana sonriendo.

—Sí, gracias por todo, señora Weasley —dijo Harry.

—El placer ha sido mío —respondió ella—. Los invitaría también a pasar la Navidad, pero... bueno, creo que preferirán quedarse en Hogwarts, porque con una cosa y otra...

«¿Navidad?» Ana solía pasarla con su abuela así que estaba segura de que no abandonaría a su nana justo en tales festividades. No podía dejar que la pasase sola...

—¡Oh...! ¡Gracias por el libro, Charlie! —exclamó Ana saliendo de sus pensamientos, y recordando que el chico finalmente le había prestado Las Escamas Que Nadie Ve de Hodan Maina, para disfrutar de su lectura. Charlie le sonrió.

—No es nada, Ana. Espero que te guste.

El tren pitó muy fuerte y comenzó a moverse.

—¡Díganos lo que va a ocurrir en Hogwarts! —gritó Fred desde la ventanilla cuando ya las figuras de la señora Weasley, de Bill y de Charlie empezaban a alejarse—. ¿Qué pasará?

Pero la señora Weasley tan sólo sonreía y les decía adiós con la mano. Antes de que el tren hubiera doblado la curva, ella, Bill y Charlie habían desaparecido.

Ana, Hermione, Harry y Ron regresaron a su compartimiento. La espesa lluvia salpicaba en las ventanillas con tal fuerza que apenas distinguían nada del exterior. Ron abrió su baúl, sacó una túnica de gala de color rojo oscuro y tapó con ella la jaula de Pigwidgeon para amortiguar sus gorjeos. Ana hizo un mohín pero no dijo nada mientras acariciaba el suave pelaje de Basil.

—Bagman nos quería contar lo que va a pasar en Hogwarts —dijo Ron malhumorado, sentándose al lado de Harry—. En los Mundiales, ¿recuerdan? Bueno, no tú, Ana... pero mi propia madre es incapaz de decir nada. Me pregunto qué...

—¡Shh! —susurró de pronto Hermione, poniéndose un dedo en los labios y señalando el compartimiento de al lado.

Los tres aguzaron el oído y, a través de la puerta entreabierta, oyeron una voz familiar que arrastraba las palabras.

—... Mi padre pensó en enviarme a Durmstrang antes que a Hogwarts. Conoce al director. Bueno, ya saben lo que piensa de Dumbledore: a ése le gustan demasiado los sangre sucia... En cambio, en el Instituto Durmstrang no admiten a ese tipo de chusma. Pero a mi madre no le gustaba la idea de que yo fuera al colegio tan lejos. Mi padre dice que en Durmstrang tienen una actitud mucho más sensata que en Hogwarts con respecto a las Artes Oscuras. Los alumnos de Durmstrang las aprenden de verdad: no tienen únicamente esa porquería de defensa contra ellas que tenemos nosotros...

Hermione se levantó, fue de puntillas hasta la puerta del compartimiento y la cerró para no dejar pasar la voz de Malfoy.

—Así que piensa que Durmstrang le hubiera venido mejor, ¿no? —dijo irritada—. Me gustaría que lo hubieran llevado allí. De esa forma no tendríamos que aguantarlo.

—¿Es otra escuela mágica? —inquirió Ana con curiosidad.

—Sí —dijo Hermione desdeñosamente—, y tiene una reputación horrible. Según el libro Evaluación de la educación mágica en Europa, da muchísima importancia a las Artes Oscuras.

—¿Y cuántas otras escuelas hay? No supongo que solo hayan tres... —dijo Ana recordando que Hermione había mencionado a «Beauxbatons».

—Bueno, por lo que he leído, en Europa solamente se conocen cuatro escuelas. Una es Hogwarts, después Beauxbatons y Durmstrang, y después Koldovstoretz en Rusia... Y también está Uagadou en África, Castelobruxo en América del Sur y Mahoutokoro de Japón.

Ana frunció el ceño, procesando la información.

—Y supongo que habrán más, ¿no? Es decir, si en Beauxbatons se habla francés, no creo que puedan ir todos los de Europa del este. ¡O Uagadou! No todos en África hablan el mismo idioma...

—Esas son solo las que se conocen, Ana. Como has dicho, deben de haber más pero no quieren ser conocidas por extranjeros...

—Creo que he oído algo sobre Durmstrang —comentó Ron pensativamente—. ¿Dónde está? ¿En qué país?

—Bueno, nadie lo sabe —repuso Hermione, levantando las cejas.

—Eh... ¿por qué no? —se extrañó Harry.

—Hay una rivalidad tradicional entre todas las escuelas de magia. A las de Durmstrang y Beauxbatons les gusta ocultar su paradero para que nadie les pueda robar los secretos —explicó Hermione con naturalidad.

—¡Vamos! ¡No digas tonterías! —exclamó Ron, riéndose—. Durmstrang tiene que tener el mismo tamaño que Hogwarts. ¿Cómo van a esconder un castillo enorme?

—¡Pero si también Hogwarts está oculto! —dijo Hermione, sorprendida—. Eso lo sabe todo el mundo. Bueno, todo el mundo que ha leído Historia de Hogwarts.

Ana dejó de escuchar por el simple hecho de que Hermione había mencionado aquel libro. Recién cuando había empezado a estudiar para los exámenes, el año pasado, y no sabiendo exactamente qué le iban a tomar, Hermione le había dicho que era necesario que leyera Historia de Hogwarts para Historia de la Magia, si es que quería aprobar. Pues había mentido, solamente quería que Ana lo leyese porque quería hablar con alguien de él y la chica tomó el anzuelo como un pez.

Agarró el libro que Charlie le había dado y comenzó a leer las aventuras de Hodan Maina y sus travesías junto a todos los dragones del mundo. Eso si duda alguna era más interesante que escuchar acerca de la historia personal de Hogwarts y sus cualidades.

La lluvia se hacía aún más y más intensa conforme el tren avanzaba hacia el norte. El cielo estaba tan oscuro y las ventanillas tan empañadas que hacia el mediodía ya habían encendido las luces. El carrito de la comida llegó traqueteando por el pasillo, y aunque Ana no compró nada, Harry compró un montón de pasteles en forma de caldero para compartirlos con los demás.

Llegada la tarde, Ana fue a visitar a sus otras amigas que no había visto desde la finalización del curso pasado. Luna se encontraba en un compartimiento junto a Ginny, y Ana notó que los demás estudiantes evadían aquel espacio como la plaga. Era desafortunado, dado que Luna era un regalo de persona y su compañía siempre era excelente, pero era bueno que a Ana no le gustaba que los espacios pequeños estuviesen llenos de gente. Simplemente la asfixiaba. También fue a ver a Parvati y Lavender, que nunca se encontraban separadas de la otra. Ambas le preguntaron qué exactamente había sucedido en la Copa de quidditch, y Ana trató de responder cada pregunta con la que la bombardeaban para satisfacer su lista de chismoseo. Era increíble observar cómo las dos podían retener tanta información de todos los eventos y estudiantes en sus cerebros. Ana las admiraba.

Cuando se decidió en volver a su compartimiento, estaba tan distraída recordando por dónde ir que no notó cuando una figura estaba saliendo de un compartimiento, y se chocó contra sus hombros.

—¡Ay! Lo siento —dijo Ana arrugando la nariz y viendo con quién se había chocado—. Oh, tú...

Blaise encaró una ceja.

—¿Es que siempre que me veas reaccionarás de esa manera, Abaroa?

—El momento en que me des una buena razón para no hacerlo, entonces te comenzaré a saludar con "¿Cómo estás, mi muy buen amigo Blaise?".

Ana se rió burlonamente ante el rostro que puso el chico y comenzó a caminar junto a Blaise cuando emprendió el paso.

—Debo decir que prefería cuando te referías hacia mí con mi apellido. Mucho menos... personal —admitió Blaise y Ana puso los ojos en blanco.

—Ya hemos tenido esta conversación... pero sí, tienes razón. Todavía no me caes del todo bien, por mucho que tengas una amiga como Hannah eso no significa nada.

Simplemente, Ana no lo comprendía. ¿Cómo era que Hannah podría ser amiga de una persona como Blaise Zabini? ¿Cómo era que sus familias eran amigas cuando parecía que sus valores eran completamente diferentes? Por mucho que Blaise hubiese relajado su postura ante Ana, aún seguía siendo el chico que la había mirado con asco al conocerla por primera vez. Y como si fuese poco, se había referido hacia ella con un vocablo bastante... prejuicioso.

No estaba segura cuánto alguien podía cambiar en la duración de un año. En especial, alguien tan terco como él.

Al reconocer que se estaban acercando a su compartimiento, Ana se giró hacia Blaise.

—Bueno, me voy aquí. Nos vemos luego, supongo.

Ana no lo notó porque su altura era un poco baja para hacerlo, pero las comisuras de la boca de Blaise se alzaron antes de hablar.

—Rezaré para que aquel no sea el caso.

Un bufido dejó a Ana y se escabulló dentro del compartimiento donde sus amigos estaban en un silencio bastante incómodo, que Ana no tuvo la valentía para preguntar qué había sucedido en aquella hora y media que se había ido. Y por ello se volvió hacia su libro, no queriendo participar de la incomodidad.

Nadie habló mientras la tarde se pasaba, ni tampoco cuando por fin el expreso de Hogwarts aminoró la marcha hasta detenerse en la estación de Hogsmeade, que estaba completamente oscura.

Cuando se abrieron las puertas del tren, se oyó el retumbar de un trueno. Ana abrió su paraguas confiable y logró tapar a los cuatro —además de los animales—, aunque todos se encontraban completamente apretujados los unos con los otros. Ron tuvo que sostener el mango al ser el más alto del grupo. La lluvia caía entonces tan rápida y abundantemente que Ana temió por su querido paraguas, no queriendo tener que velar otro más.

—¡Eh, Hagrid! —gritó Harry. Ana notó una gran silueta al final del andén.

—¿Todo bien, Harry? —le gritó Hagrid, saludándolo con la mano—. ¡Nos veremos en el banquete si no nos ahogamos antes!

Era tradición que los de primero llegaran al castillo de Hogwarts atravesando el lago con Hagrid. Al menos eso le había dicho Harry a Ana.

—¡Ah, no me haría gracia pasar el lago con este tiempo! —aseguró Hermione enfáticamente, mientras avanzaban muy despacio por el oscuro andén con el resto del alumnado.

Cien carruajes —tirados por Thestrals— los esperaban a la salida de la estación. Ana quería hablar entusiasmadamente de los caballos alados, pero bajo la lluvia no le apetecía demasiado. Ella, Hermione, Harry y Ron subieron a un carruaje, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.


Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Pegando la cara a la ventanilla, Ana podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, con sus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortina de lluvia. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. Ron fue el primero en saltar del carruaje con el paraguas en alto, y los otros tres saltaron detrás de él, posándose bajo el paraguas. Subieron la escalinata a toda prisa, y cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol, Ron le entregó el paraguas a Ana para que lo cerrara.

—Creo que compraré un paraguas —apuntó Ron pensativo—. Si eso significa que no me empaparé... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza. Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía... rozando a Hermione. Estalló a los pies de Harry, y Ana dio un salto para que le mojase los zapatos. Aún no había cerrado el paraguas así que le agradecía a Dios por ello porque a su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

Ana no quiso salir de la protección de su paraguas así que adivinó que era Peeves el culpable cuando escuchó su risa.

—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall, que era la subdirectora del colegio y jefa de la casa de Gryffindor. Resbaló en el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Hermione.

—¡Ay! Perdón, señorita Granger.

—¡No se preocupe, profesora! —dijo Hermione jadeando y frotándose la garganta.

—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.

—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababa de llegar. Ana apretó su agarre del mango de su protección.

—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves...

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos que cayeron todos sobre el paraguas de Ana pero empaparon a todos los demás y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.

—Ups, lo siento —dijo Ana mirando a sus amigos que se encontraban mojados por los globos de antes y recibió miradas de irritación de los demás.

—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud y Ana—. ¡Vamos, al Gran Comedor!

—Voy a empezar a vender paraguas —susurró Ana a Hermione mientras cruzaban el vestíbulo con cuidado—. El mundo mágico lo necesita.

—No creo que a muchos le guste tus diseños de elección —confesó Hermione mirándola mientras cerraba su paraguas con la imagen de la rana verde.

—No están en una posición para ser quisquillosos, ¿no?

El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido, y el ambiente era mucho más cálido que en el vestíbulo. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro. Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que charlaban. Al fondo del comedor, los profesores se hallaban sentados a lo largo de uno de los lados de la quinta mesa, de cara a sus alumnos. Ana, Hermione, Harry y Ron pasaron por delante de los estudiantes de Slytherin, de Ravenclaw y de Hufflepuff, y se sentaron con los demás de la casa de Gryffindor al otro lado del Gran Comedor, junto a Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor. De color blanco perla y semitransparente, Nick llevaba puesto aquella noche su acostumbrado jubón, con una gorguera especialmente ancha que servía al doble propósito de dar a su atuendo un tono festivo y de asegurar que la cabeza se tambaleara lo menos posible sobre su cuello, parcialmente cortado.

—Buenas noches —dijo sonriéndoles.

—¡Pues cómo serán las malas! —contestó Harry, quitándose las zapatillas y vaciándolas de agua—. Espero que se den prisa con la Ceremonia de Selección, porque me muero de hambre.

Esa sería la primera vez que Ana vería la Selección de afuera y estaba emocionada por observar a los de primero ser seleccionados. A veces deseaba haber estado allí en su primer año para sentir la emoción de ser seleccionada a los once años, y debía admitir que sentía un poco de celos por todos los estudiantes que tendrían la oportunidad de estar en el colegio los siete años desde el principio.

—Los hermanos generalmente van a la misma casa, ¿no? —inquirió Harry, llamando la atención de Ana.

—No, no necesariamente —repuso Hermione—. La hermana gemela de Parvati Patil está en Ravenclaw, y son idénticas. Uno pensaría que tenían que estar juntas, ¿verdad?

—No te creas —acotó Ana—. Son muy diferentes, créeme. Por lo que me ha contado Parvati, Padma no se le parece en nada mas que el rostro.

Ana miró a la mesa de los profesores. Remus se encontraba charlando casualmente con la profesora Sprout e hizo que Ana sonriera ante la escena. Se alegraba de que lo podría seguir viendo. No sabría qué haría si otra persona hubiese tomado el cargo como profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras, cuando Remus era perfectamente capaz de enseñar.

—Me pregunto qué reglas nuevas nos dará Dumbledore —dijo Ron mirando a Remus—. Será más estricto, ¿no?

—Pues claro que lo será —Hermione miró a Ron—. Debe de tener mucho cuidado ahora porque muchas familias y del Ministerio están detrás suyo por eso. Por mucho que hayamos firmado esa petición, seguimos siendo menores y no todos nos tomarán en serio. Dumbledore tuvo que presionar mucho para que sucediera.

—Pero presionó porque firmamos la petición —añadió Ana—. Porque estoy muy segura de que no lo hubiese hecho por sí solo.

—Seguramente sí hubiese hecho algo... —comenzó a decir Harry y Ana resopló.

—Dejó que Snape siguiera en su puesto, después de todo lo que hizo. Créeme, Harry, que sus prioridades se encuentran en otro lado.

—Por mucho que me desagrada la idea de que Snape siga en su cargo, Dumbledore debe de tener una razón por ello —Hermione trató de que Ana entrara en razón, pero solamente recibió un bufido de su parte.

Hermione iba a volver a hablar cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Y al ver el estado en el que estaban, Ana volvió a soñar con su emprendimiento de paraguas. Más que haber navegado por el lago, parecían haber nadado por él. Temblando con una mezcla de frío y nervios, llegaron a la altura de la mesa de los profesores y se detuvieron, puestos en fila, de cara al resto de los estudiantes. El único que no temblaba era el más pequeño de todos, un muchacho con pelo castaño desvaído que iba envuelto en lo que Ana reconoció como el abrigo de piel de topo de Hagrid. El abrigo le venía tan grande que parecía que estuviera envuelto en un toldo de piel negra. Su carita salía del cuello del abrigo con aspecto de estar al borde de la conmoción. Cuando se puso en fila con sus aterrorizados compañeros, vio a Colin Creevey —un niño de tercer año que Ana había conocido el año anterior—, levantó dos veces el pulgar para darle a entender que todo iba bien y dijo sin hablar, moviendo sólo los labios: «¡Me he caído en el lago!» Parecía completamente encantado por el accidente.

Entonces la profesora McGonagall colocó un taburete de cuatro patas en el suelo ante los alumnos de primero y, encima de él, un sombrero extremadamente viejo, sucio y remendado. Los de primero lo miraban, y también el resto de la concurrencia. Por un momento el Gran Comedor quedó en silencio. Entonces se abrió un desgarrón que el sombrero tenía cerca del ala, formando como una boca, y empezó a cantar.

El año pasado, Ana no había prestado ni un poco de atención a su música, por el simple hecho de que había estado hecha un manojo de nervios. Y ahora que oía la canción que el sombrero cantaba, un cálido sentimiento se posó en su pecho mientras una sonrisa se posaba en sus labios. Las letras de la melodía eran alentadoras e informativas, y sin duda alguna el sombrero había pasado mucho tiempo pensando en sus palabras. O eso deducía Ana, ya que el trabajo de un objeto mágico como aquel, solamente sucedía una vez cada año.

En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero Seleccionador.

La profesora McGonagall desplegaba en aquel momento un rollo grande de pergamino.

—Cuando pronuncie su nombre, se colocaran el sombrero y se sentarán en el taburete —dijo dirigiéndose a los de primero—. Cuando el sombrero anuncie la casa a la que pertenecen, irán a sentarse en la mesa correspondiente. ¡Ackerley, Stewart!

Lamentablemente, Ana tampoco prestó atención a la ceremonia dado que, como era usual, los nombres no eran efectivamente su fuerte. Sin embargo, cada vez que su mesa comenzaba a aplaudir y vitorear, ella los seguía para darle la bienvenida a los nuevos estudiantes de Gryffindor.

Por último, con «¡Whitby, Kevin!» («¡Hufflepuff!»), la Ceremonia de Selección dio fin. La profesora McGonagall tomó el sombrero y el taburete, y se los llevó.

—Se acerca el momento —dijo Ron agarrando el tenedor y el cuchillo y mirando ansioso su plato de oro.

El profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.

—Tengo sólo dos palabras que decirles —anunció, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—: ¡A comer!

—¡Obedecemos! —dijeron Harry y Ron en voz alta, cuando por arte de magia las fuentes vacías de repente aparecieron llenas ante sus ojos.

Nick Casi Decapitado observó con tristeza cómo Ana, Hermione, Harry y Ron llenaban sus platos de comida.

—¡Ah, «esdo esdá me'or»! —exclamó Ron con la boca llena de puré de papas.

—Tienen suerte de que haya banquete esta noche, ¿saben? —comentó Nick Casi Decapitado—. Antes ha habido problemas en las cocinas.

—¿«Po' gué»? ¿«Gué ha sudedido»? —inquirió Harry, con la boca llena con un buen pedazo de carne.

—Peeves, por supuesto —explicó Nick Casi Decapitado, moviendo la cabeza, que se tambaleó peligrosamente. Se subió la gorguera un poco más—. Lo de siempre, ya saben. Quería asistir al banquete. Bueno, eso está completamente fuera de cuestión, porque ya lo conocen: es un salvaje; no puede ver un plato de comida y resistir el impulso de tirárselo a alguien. Celebramos una reunión de fantasmas al respecto. El Fraile Gordo estaba a favor de darle una oportunidad, pero el Barón Sanguinario... más prudentemente, a mí parecer... se mantuvo en sus trece.

El Barón Sanguinario era el fantasma de Slytherin, un espectro adusto y mudo cubierto de manchas de sangre de color plateado. Era el único en Hogwarts que realmente podía controlar a Peeves. Ana nunca le había hablado pero no estaba segura de querer hacerlo. Después de todo ¿por qué estaba lleno de sangre?

—Sí, ya nos pareció que Peeves estaba enfadado por algo —admitió Ron en tono enigmático—. ¿Qué hizo en las cocinas?

—¡Oh, lo normal! —respondió Nick Casi Decapitado, encogiéndose de hombros—. Alborotó y rompió cosas. Tiró cazuelas y sartenes. Lo encontraron nadando en la sopa. A los elfos domésticos los sacó de sus casillas...

A Ana se le cayó la comida de la boca mientras Hermione golpeaba su copa de oro. El zumo de calabaza se extendió rápidamente por el mantel, manchando de color naranja una amplia superficie de tela blanca. Ron miró con asco a Ana cuando vio el puré caer. Pero ninguna se inmutó.

—¿Aquí hay elfos domésticos? —preguntó Hermione, clavando los ojos en Nick Casi Decapitado, con expresión horrorizada—. ¿Aquí, en Hogwarts?

—Claro que sí —respondió Nick Casi Decapitado, sorprendido de la reacción de las chicas—. Más que en ninguna otra morada de Gran Bretaña, según creo. Más de un centenar.

—Eso no suena para nada bien... —murmuró Ana.

—¡Si nunca he visto a ninguno! —objetó Hermione.

—Bueno, apenas abandonan las cocinas durante el día —explicó Nick Casi Decapitado—. Salen de noche para hacer un poco de limpieza... atender los fuegos y esas cosas... Se supone que no hay que verlos. Eso es lo que distingue a un buen elfo doméstico, que nadie sabe que está ahí.

Ana dio una arcada ante aquella frase y lo miró fijamente, como Hermione

—Pero ¿les pagan? —preguntó Hermione—. Tendrán vacaciones, ¿no? 

—Y... y... y baja por enfermedad, pensiones y todo eso... —añadió Ana rápidamente.

Nick Casi Decapitado se rió con tantas ganas que la gorguera se le bajó y la cabeza se le cayó y quedó colgando del fantasmal trocito de piel y músculo que todavía la mantenía unida al cuello.

—¿Baja por enfermedad y pensiones? —repitió, volviendo a colocarse la cabeza sobre los hombros y asegurándola de nuevo con la gorguera—. ¡Los elfos domésticos no quieren bajas por enfermedad ni pensiones!

Ana dejó su tenedor en el plato y lo alejó con una mano, ya sin apetito para seguir comiendo. Hermione la siguió y negó con la cabeza, asqueada.

—«Vabos, 'icas» —dijo Ron, rociando sin querer a Harry con trocitos de budín de Yorkshire—. «Va'a», lo siento, «Adry». —Tragó—. ¡Porque se mueran de hambre no van a conseguir que tengan bajas por enfermedad!

—No, pero al menos no nos alimentaremos del trabajo de esclavos —masculló Ana cruzándose de brazos.

—Esclavitud —afirmó Hermione, respirando con dificultad—. Así es como se hizo esta cena: mediante la esclavitud.

Y se negaron a probar otro bocado.

La lluvia seguía golpeando con fuerza contra los altos y oscuros ventanales. Otro trueno hizo vibrar los cristales, y el techo que reproducía la tormenta del cielo brilló iluminando la vajilla de oro justo en el momento en que los restos del plato principal se desvanecieron y fueron reemplazados, en un abrir y cerrar de ojos, por los postres.

—¡Tarta de melaza, chicas! —dijo Ron, dándoselas a oler—. ¡Bollo de pasas, miren! ¡Y galletas de jengibre con crema! Tus favoritas, Ana.

Ana estuvo muy tentada en levantarse de la mesa e ir a escribirle a su nana que la sacara de allí. Pero no. Escapar de los problemas no traería una solución.

Una vez terminados los postres y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llenaba el Gran Comedor se apagó al instante, y sólo se oyó el silbido del viento y la lluvia golpeando contra los ventanales.

—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos —Ana y Hermione resoplaron irritadas—, debo una vez más rogar por su atención mientras les comunico algunas noticias:

»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que les comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.

La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:

—Como cada año, quiero recordarles que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo. Sin embargo, las prohibiciones no terminan aquí; durante las noches de luna llena, que se les dirán en sus calendarios y repetirán constantemente, estará completamente prohibido salir de sus salas comunes. Si osan romper esta regla, las consecuencias serán severas. La seguridad de todos en este castillo es de primera prioridad. Quien desafíe la seguridad y el bienestar de los demás, recibirá el castigo merecedor.

»Sus clases de Defensas Contra las Artes Oscuras serán arregladas acorde con lo que el profesor Lupin piense mejor. Podrán preguntarle durante sus clases.

Mientras los murmullos subían en todo el comedor, y Ana notaba que habían emociones mezcladas en las voces de sus compañeros, Dumbledore se quedó en silencio supervisando la situación, como si se tratase de un águila. Una vez que decidió que era tiempo de volver a hablar, levantó una mano, callando a todos.

—Y ahora, prosiguiendo a hablar, es también mi doloroso deber informarles de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.

Ana se iluminó ante tal noticia, pero escondió rápidamente sus facciones para que nadie pudiese notar su contenta curiosidad. ¿Es que las cosas estaban tornando a un camino bueno?

—Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutarán enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...

Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.

En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.

Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo. Hermione ahogó un grito.

Aquella luz había destacado el rostro del hombre, y era un rostro un tanto diferente. Cada centímetro de la piel parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo más curioso para Ana, eran los ojos.

Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.

El extraño llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando entre ellos. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.

El extraño se sentó y sacudió su melena para apartarse el cabello entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.

—Les presento al ex auror que nos ayudará a mantener el control en el colegio —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: Alastor Moody.

Ana no sabía qué era lo normal cuando nuevas personas eran recibidas, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de unas pocas personas. Ana entre ellas. El sonido de las pocas palmadas resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Ana estaba roja, pero su abuela siempre le había dicho que fuese hospitalaria. Tal vez los magos eran diferentes.

Mientras los otros susurraban entre sí, Ana se dedicó a observar aún más al hombre que ayudaría a proteger el colegio. Sí, tenía un aspecto tosco, sin embargo cuando se había ofrecido como voluntaria en el asilo del pequeño pueblo de St. Davids, había visto a personas ancianas que portaban las heridas de las guerras. Así que, dentro suyo, Ana sabía que tener la piel áspera y rota no era malo. Era valiente.

Dumbledore volvió a aclararse la garganta.

—Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informarles de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.

—¡Se está quedando con nosotros! —dijo Fred en voz alta.

Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody. Casi todo el mundo se rió, y Dumbledore también, como apreciando la intervención de Fred.

—No me estoy quedando con nadie, señor Weasley —repuso—, aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar...

La profesora McGonagall se aclaró ruidosamente la garganta.

—Eh... bueno, quizá no sea éste el momento más apropiado... No, es verdad —dijo Dumbledore—. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de ustedes seguramente no sabrán qué es el Torneo delos tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.

»EI Torneo de los tres magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo. 

—¿El número de muertes? —susurró Hermione, algo asustada.

—Más vale que esto no sea obligatorio —masculló Ana, encogiéndose en su asiento. Un torneo sonaba a deporte, y deporte sonaba a moverse, y moverse sonaba a más estrés. Por lo tanto, debería evitar siquiera acercarse a aquel torneo.

—En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo —prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que éste es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.

»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.

Por muy tentador que eso sonase, y por mucho que amaría enviarle esa cantidad de dinero a su abuela, Ana tenía un severo límite.

—Aunque me imagino que todos estarán deseando llevarse la Copa del Torneo de los tres magos —dijo—, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Sólo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Ésta —Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras— es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. Así pues, les ruego que no pierdan el tiempo presentándose si no han cumplido los diecisiete años.

»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos trataran a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que darán su apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos ustedes estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!

•      •      •

¡Hola! Buen viernes ♥

¿cómo están? yo estoy un poco más tranquila ahora, por suerte ¡!

y ahora, hablando del capítulo, ¡llegamos a hogwarts! 

ya sé que ustedes me dicen que no me disculpe por escribir capítulos largos pero es que perdón xd se me va la mano a veces

se acerca el momento de mi reina, de la icónica: fleur delacour ¡! y ¿qué no hay de amar de ella? ojalá jk r*wling no hubiese vertido su misoginia interna en ella, pero ¿qué más se puede esperar de una persona así de decepcionante? 

SÍ esto es calumnia acerca de joanne y no me importa, acá es un espacio libre para hacer calumnia de esta mujer porque por dioss cómo me enoja

!! antes que me olvide, al semana pasada publiqué el primer capítulo de la fic de remus y les agradecería un montón si se pasan por allí ♥ 

bueno ya está, me calló ♥

¡nos vemos la próxima semana!

•chauuu•

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro