𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐧𝐢𝐧𝐞
"El arte de las pequeñas mentiras"
Los dos días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Neville dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones por accidente. El profesor Snape, que durante el verano parecía haber acumulado rencor en cantidades nunca antes conocidas, castigó a Neville aquedarse después de clase. Al final del castigo, Neville sufría un colapso nervioso, porque el profesor Snape lo había obligado a destripar un barril de sapos cornudos.
Por el otro lado, Ana le había soltado unas palabras poco generosas y se había ganado una semana de castigo.
—¿Cómo tendremos tiempo para investigar si es que estás en detención? —dijo Hermione con desesperación mientras le explicaba a Neville el encantamiento antigrasa.
—No estoy durmiendo mucho así que durante la noche —explicó Ana antes de dejar salir un bostezo.
Hermione negó rendida.
Por el otro lado, todos los de cuarto año de Gryffindor se encontraban emocionados por volver a tener a Remus como profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras. Luego del curso anterior, se sentían orgullosos que el hombre siguiera en el puesto y felices de tenerlo de vuelta. Lavender le había contado a Ana que su madre no había aprobado de la decisión, pero luego de una larga pelea dejó que volviese a Hogwarts. Ana se preguntaba cómo podría cambiar una comunidad tan cerrada para abrir sus mentes. Al menos esta vez no estaría sola.
El jueves, luego de comer, Ana y Hermione habían ido naturalmente a la biblioteca. Aún seguían debatiendo el nombre de la organización. Lo que era un tema bastante acalorado mientras corrían hacia la clase de Remus.
—¿Qué tiene de malo «Proyecto de Abolición Contra la Esclavitud Elfina»? —jadeó Ana siguiendo a Hermione por la escalera.
—La sigla que formaría sería muy difícil, por eso se llamará «Detengamos el Vergonzante Abuso de Nuestras Compañeras las Criaturas Mágicas y Exijamos el Cambio de su Situación Legal» —se defendió Hermione y Ana se quejó.
—¡Eso no entrará, Hermione!
—Entonces pongamos «Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros.»
—Pero sonará como pedo...
Ambas llegaron puntuales en frente del aula.
—Venimos de la...
—... biblioteca —adivinó Ron—. Dense prisa o nos quedaremos con los peores asientos.
Y se apresuraron a ocupar cuatro sillas delante de la mesa del profesor. Sacaron sus ejemplares de Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección, y comenzaron a charlar entre ellos animadamente. Aquellas clases eran las mejores. No tardaron en oír la voz de Remus hablando con alguien mientras se aproximaba por el pasillo, antes de que se lo viera entrar al aula, acompañado por Moody.
Remus observó a sus estudiantes y sonrió.
—Guarden los libros, por favor. No los necesitarán hoy.
Volvieron a meter los libros en sus mochilas. Miraron confundidos a Moody así que Remus siguió hablando.
—En la clase de hoy nos acompañará Alastor Moody. Conociendo su experiencia he pensado que sería una buena idea que se encontrase presente durante la clase, afortunadamente aceptó la propuesta.
Moody gruñó con un asentimiento y Ana creyó verlo sonreír. O, si en ese caso, eso se podía considerar una sonrisa. Más bien era como una mueca extraña.
—Bien, antes de comenzar, déjenme ver que estén todos...
Remus comenzó a contar las cabezas y observar los rostros hasta que quedó satisfecho y asintió con una sonrisa media.
—Este año nos centraremos un poco más a lo que se refiere a la defensa y el ataque. Hechizos que los ayudará en un duelo, si es que se presentan frente uno. Y ruego que eso no sea hasta que al menos tengan dieciséis años. No soy ajeno al evento de hace dos años atrás...
La clase rió por el chiste aparentemente interno y Ana miró a su alrededor con confusión. Harry aún tenía mucho que contarle.
—Comencemos con maldiciones y contra maldiciones ¿qué dicen? Aunque este sea un tema que lo verán durante su sexto año, es necesario que haya una base de conocimiento antes de saltar gran paso en el poder de la magia. Así, cuando sean lo suficiente mayores, podrán estar un poco más relajados... si es que se puede estarlo mientras uno aprende tales cuestiones. Pero no teman, que lo que veremos será más básico y completamente teórico, y si es que este tema les genera incomodidad y en cualquier momento desean un descanso durante la clase, por favor, insisto en que me digan. Por más importante que sea el tema que veremos, no hay apuro alguno, ya que su salud y comodidad es el primer tema más importante.
»Ya que tenemos eso de un lado, Moody si es que deseas añadir algún comentario durante la clase, insisto en que lo hagas. Información viniendo de ti será de gran ayuda —Moody asintió con seriedad y Remus se volvió a los estudiantes—. Excelente, ¿Quién me puede decir cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?
Varias manos se levantaron, incluyendo la de Harry, Ron y la de Hermione. Remus señaló a Ron y le sonrió para que se animara a hablar.
—Eh... —dijo Ron, titubeando— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.
—Así es, Ron —aprobó Remus.
—Tu padre la conoce bien, muchacho —habló Moody por primera vez, atrayendo la atención de todos—. En otro tiempo la maldición imperius le dio al Ministerio muchos problemas.
—Moody tiene razón, la maldición imperius siempre ha traído problemas por su naturaleza... —Remus se acercó a la pizarra que estaba delante suyo y con su varita empezó a escribir—. La maldición imperius supone el control absoluto, si es que uno estuviese bajo su control, haría lo que el autor quisiese que hiciera. Una maldición sin consentimiento.
—Hace años, muchos magos y brujas fueron controlados por medio de la maldición imperius —explicó Moody cuando Remus le dio lugar para hablar—. Le dio bastante que hacer al Ministerio, que tenía que averiguar quién actuaba por voluntad propia y quién, obligado por la maldición.
»La maldición se puede combatir, pero es un proceso de aprendizaje extenso y duro, y por lo visto no verán este tema hasta un largo tiempo.
—¿Quién conoce otra maldición prohibida?
Hermione volvió a levantar la mano y también Neville. La única clase en la que alguna vez Neville levantaba la mano era Herbología, su favorita. El mismo parecía sorprendido de su atrevimiento.
—¿Sí, Neville? —dijo Remus mirando a Neville con calma.
—Hay una... la maldición cruciatus —dijo éste con voz muy leve pero clara.
En esos momentos Ana no supo porqué Remus había mirado a Neville con preocupación, pero sí notó cuando su padre miró a Moody de reojo, sin dejar su expresión de angustia.
—Eso es correcto, Neville... —Remus la escribió en el pizarrón—. La maldición cruciatus, una magia terrible y aterradora. Esta maldición fue usada incontables de veces hacia brujas y magos durante tiempos de tormentos; la maldición del dolor. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien si uno sabe llevar a cabo la maldición cruciatus...
Remus volvió a observar a Neville y Ana lo siguió, observando que el chico se había vuelto más pálido de lo normal y se encontraba cabizbajo. Remus se aclaró la garganta aunque su preocupación aún seguía visible y se giró al resto de la clase con suavidad.
—Hay una última maldición... si es que alguien desea nombrarla...
La mano de Hermione tembló un poco cuando se alzó por tercera vez.
Remus asintió, dándole lugar para hablar.
—Avada Kedavra —susurró ella.
Muchos, incluidos Harry y Ron, le dirigieron miradas tensas. Hasta Remus se había tensado al escucharla, pero lo disimuló para seguir hablando.
—Sí, la última y peor de todas. Avada Kedavra, la maldición asesina —explicó y se aclaró la garganta—. Una vez conjurada, no hay vuelta atrás. No hay hechizo que pueda salvar a un individuo de aquella maldición... pero se conoce de casos particulares que pueden llegar a ser la excepción.
Remus no miró a nadie en particular, pero Ana sabía que se estaba refiriendo a Harry. Todos sus compañeros también parecían haberlo notado.
Así había muerto su madre, mediante la maldición asesina. Ana pensó si es que a su madre le había dolido, si había sentido arrepentimiento o temor hacia lo que sería su fin. Se preguntaba si es que había odiado a Peter Pettigrew el momento en que había alzado su varita o lo había perdonado por los años de amistad que habían compartido. Era un sentimiento amargo el que se posaba en su boca al pensar en ese momento lejano del que no tenía ningún recuerdo. A veces antes de dormir trataba de imaginarse cómo había sucedido, pero sabía que nunca se acercaría a la realidad. Pettigrew se había encargado de aquello.
La única forma de conocer a su madre era a través de libros y diarios, de recuerdos ajenos y de relatos. Tal vez ella no tendría ninguna memoria propia, pero muchos habían compartido algo con Faith y le agradaba saber que nunca terminarían las memorias de su madre.
En la no muy distancia, Ana pudo escuchar a Remus seguir hablando junto a Moody, mientras explicaban la maldición, y con un esfuerzo enorme, volvió a la realidad.
—Avada Kedavra es una maldición que sólo puede llevar a cabo un mago muy poderoso. Aunque sacaran sus varitas ahora mismo y conjuraran la maldición, poco efecto saldría de sus palabras. Pero no deben preocuparse de ella dado que no se las enseñaré, menos a cómo llevar a cabo la maldición. Por algo es imperdonable.
—Aunque no la estudien, es necesario que la conozcan —dijo Moody, caminado por el aula, haciendo sonar su pierna de madera—. Ninguno de ustedes querrá hallarse en una situación en que tenga que enfrentarse a ella. ¡ALERTA PERMANENTE!
Ante el bramido del hombre, toda la clase se sobresaltó. Remus parecía acostumbrado ante tales arrebatos y se giró a sus estudiantes.
—Veamos... esas tres maldiciones, Avada Kedavra, cruciatus e imperius, son conocidas como las maldiciones imperdonables. El uso de cualquiera de ellas contra un ser humano está castigado con cadena perpetua en Azkaban. Les enseñaré lo básico de ellas, y los prepararé para sexto año. Sin embargo, debo enseñarles tales como unas cuestiones acerca de estas maldiciones, tomen sus plumas y copien lo siguiente...
Se pasaron lo que quedaba de clase tomando apuntes sobre cada una delas maldiciones imperdonables. Nadie habló hasta que sonó la campana; pero, cuando Remus dio por terminada la lección y ellos hubieron salido del aula, todos empezaron a hablar inconteniblemente. La mayoría comentaba cosas sobre las maldiciones en un tono de respeto y temor.
Por el otro lado, antes de salir de la clase, Ana había visto cómo Remus se había acercado a Neville con suavidad y le había entregado un trozo de chocolate antes de, seguramente, preguntarle si es que quería tomar una taza de té para hablar. Aunque no comprendiese por qué Neville había reaccionado tan atemorizado ante la maldición cruciatus —además del hecho de que en sí era terrorífica—, se tranquilizó al ver que su padre había tenido la amabilidad de ayudar a Neville.
—Pero ¿qué le sucedió? —preguntó Ron observando que la puerta de la clase se cerró, con Remus, Neville y Moody dentro.
—Es personal —dijo Harry mientras caminaban por el pasillo.
—¿Tú sabes por qué reaccionó así? —inquirió Hermione recelosa y Harry asintió con el ceño fruncido.
—Papá me lo dijo hace un tiempo... es decir, conozco a Neville desde que éramos pequeños. Eso surgió a preguntas y papá tuvo que responderlas... pero creo que es un tema que él debería contarles. No yo.
Ana comprendió la razón de mantener el tema en secreto, pero se preguntó con tristeza cuál debería ser la razón cuando despertaba tal terrible reacción en Neville. No debía de ser nada lindo.
Cuando llegaron al Gran Comedor, Harry y Ron comenzaron a hablar de cómo resolverían sus proyectos de Adivinación, mientras que Ana devoraba todo con una rapidez increíble al igual que Hermione. Naturalmente, iban a volver a la biblioteca.
—¿Cómo dividiremos el trabajo? —inquirió Ana mientras Hermione abría la puerta de la biblioteca, dándoles la bienvenida al escenario que tanto habían visto esos últimos días—. Es decir... bueno, sí eso. ¿Cómo lo dividiremos?
—De acuerdo se sumen personas, veremos sus fortalezas y debilidades, y a consecuencia, elegiremos los puestos de cada uno —explicó Hermione en voz baja una vez que Madame Pince estuvo a la vista—. Naturalmente, ambas seremos las presidentas de la plataforma... tenía pensado que Ron podría ser el tesorero y Harry el secretario. ¿Qué dices?
—Estoy contigo —asintió Ana satisfecha y se sentó en una de las mesas—. Le preguntaré a Ginny si se quiere unir y estoy segura de que Neville estará interesado... hasta podría invitar a Lavender y Parvati. Siempre están juntas y a Lavender le parece gustar luchar por los derechos, ¿viste lo que le dijo a su madre...?
Antes de que pudiese terminar de hablar, Hermione apoyó una caja azulada en la mesa que hizo un tintineo al golpearse. Ana se la quedó mirando por unos segundos hasta que su expresión se tornó en incredulidad mientras que Hermione evitaba su mirada.
—No...
—Lo siento...
—Hermione...
—Me emocioné, Ana...
Ana tomó la caja en sus manos y la abrió para ser atacada por su primera pequeña traición.
—¿¡Peddo!? ¿En serio?
En el otro lado de la biblioteca se escuchó el típico «shh» de Madame Pomfrey y Hermione se mordió el labio.
—Primero; es pe, e, de, de, o. Segundo; tardábamos tanto que me impacienté y le envíe una carta a mis padres... llegaron hoy a la mañana con el correo.
Ana soltó una protesta y se cruzó de brazos con un mohín.
—Esto iba a ser de las dos...
—En serio lo siento, Ana —insistió Hermione y se sentó en su silla—. Mira... tú puedes elegir los puestos de los demás, no es necesario que me preguntes a mí. Tú tendrás todo el poder en aquella área...
—Eso suena más estresante que divertido, Hermione... —resopló Ana pero asintió—. Pero bien, tú no te podrás quejar de mis elecciones.
Hermione pareció reacia a tal opción, pero al darse cuenta de que se había metido ella misma en aprietos, aceptó las condiciones sin queja alguna. Después de todo el nombre de la plataforma había sido completamente su idea y era justo que Ana tuviese ahora poder.
Una vez que organizaron los pergaminos faltantes y prepararon los panfletos para repartir, ambas dejaron la biblioteca por la noche. Ambas se encontraban realmente orgullosas del trabajo que habían conseguido en lo que sumaba una semana. O hasta menos. Ahora solamente faltaba que gente se sumara a su protesta y las ayudara a combatir contra las injusticias que los elfos sufrían diariamente.
El retrato de la señora gorda se movió, dejando ver la entrada a la sala común, y ambas entraron con los pergaminos y la caja en mano, la cual había estado haciendo un agudo y molesto sonido todo el viaje. Como siempre, la sala común se encontraba alumbrada cálidamente por las velas y su llama amarillenta, y por el fuego que bailaba en el hogar. Harry y Ron se encontraban sentados en dos butacas, escribiendo en sus pergaminos.
—¡Hola! —saludó Hermione—, ¡acabamos de terminar!
—¡Yo también! —contestó Ron con una sonrisa de triunfo, soltando su pluma.
Ana apoyó los pergaminos en una butaca vacía. Observó a Basil que estaba durmiendo en una de las butacas y lo tomó en sus brazos, antes de sentarse en su lugar y dejar que el gato siguiera durmiendo entre sus brazos y regazo. Podía sentirlo ronronear. Se dobló para darle un pequeño beso en su cabeza y luego se volvió a sus amigos.
—¿Qué hacían?
—Trabajo de Adivinación —explicó Harry y le mostró su pergamino.
Hermione se sentó, dejando sus cosas en la misma butaca que Ana, y agarró el pergamino de Ron.
—No vas a tener un mes muy bueno, ¿verdad? —comentó con sorna, mientras Crookshanks se hacia un ovillo en su regazo.
—Bueno, al menos no me toma de sorpresa —repuso Ron bostezando.
—Me temo que te vas a ahogar dos veces —dijo Hermione.
—¿Sí? —Ron echó un vistazo a sus predicciones—. Tendré que cambiar una de ellas por ser pisoteado por un hipogrifo desbocado.
—¿No te parece que es demasiado evidente que te lo has inventado? —preguntó Hermione.
—¡Cómo te atreves! —exclamó Ron, ofendiéndose de broma—. ¡Hemos trabajado como elfos domésticos!
Ana y Hermione lo miraron con muecas en sus rostros.
—No es más que una forma de hablar —se apresuró a decir Ron.
—Estás literalmente diciendo que son esclavos, Ron —murmuró Ana con incredulidad—. Decir que «no es más que una forma de hablar» no suaviza la verdad de lo que se refiere la frase.
—¿Qué hay en la caja? —inquirió Harry, señalando hacia ella.
—Es curioso que lo preguntes —dijo Hermione, dirigiéndole a Ron una mirada desagradable. Levantó la tapa y les mostró el contenido.
Ana se mordió el labio al volver a ver las insignias de todos los colores con aquellas siglas. No había nada de malo con la idea que había tenido. «P.A.C.E.E» no hubiese sonado mal.
—¿«Peddo»? —leyó Harry, tomando una insignia y mirándola—. ¿Qué es esto?
—Te dije que la leerían así —susurró Ana mirando a su amiga y Hermione puso los ojos en blanco antes de arrebatarle la insignia a Harry.
—No es «peddo» —repuso Hermione molesta—. Es pe, e, de, de, o: «Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros.»
—No había oído hablar de eso en mi vida —se extrañó Ron.
—Por supuesto que no —replicó Hermione con énfasis—. Acabamos de fundarla.
—¿De verdad? —dijo Ron, sorprendido—. ¿Con cuántos miembros cuenta?
—Bueno, si ustedes se afilian, con cuatro —respondió Ana—. Pero es muy seguro que Neville se sume... y las chicas también...
—¿Y creen que queremos ir por ahí con unas insignias en las que pone «peddo»? —preguntó Ron.
—Sí, bueno, eso háblalo con Hermione —señaló Ana un poco de mezquindad. Hermione bufó.
—Pe, e, de, de, o —lo corrigió Hermione, enfadada—. Teníamos varias opciones, pero algunas no cabían y otras no funcionaron. Así que ése es el encabezamiento de nuestro manifiesto. —Blandió ante ellos el manojo de pergaminos—. Hemos estado documentándonos en la biblioteca. La esclavitud de los elfos se remonta a varios siglos atrás. No comprendemos cómo nadie ha hecho nada hasta ahora...
—Está sumamente normalizado y por ello decidimos que la mejor manera de combatir algo tan dañino para una comunidad es formar una organización de lucha por los derechos... —prosiguió Ana ahora animada por hablar.
—Chicas, métanselo en la cabeza —las interrumpió Ron—: a... ellos... les... gusta. ¡A ellos les gusta la esclavitud!
Ana se volvió colorada pero lo ignoró y miró a Harry.
—Tenemos dos objetivos, uno a corto plazo y otro a largo plazo. El de corto plazo es lograr para los elfos domésticos un salario digno y unas condiciones laborales justas. Sería básicamente derechos básicos que deberían de poseer como cualquier otra criatura que tenga la capacidad para tenerlos.
—Y los objetivos a largo plazo incluyen el cambio de la legislación sobre el uso de la varita mágica y conseguir que haya un representante elfo en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas —terminó Hermione y Ana asintió satisfecha.
—¿Y cómo lograremos todo eso? —preguntó Harry.
—Comenzaremos buscando afiliados —explicó Ana contenta—. Pensamos que puede estar bien pedir como cuota de afiliación dos sickles, que darán derecho a una insignia, y podemos destinar los beneficios a elaborar panfletos para nuestra campaña. Tú serás el tesorero, Ron: tenemos arriba una hucha de lata para ti. Y tú, Harry, serás el secretario, así que quizá quieras escribir ahora algo de lo que estamos diciendo, como testimonio de nuestra primera sesión. ¡Será un proyecto vigorizador!
Harry y Ron se miraron con incredulidad pero antes de que ninguno de los dos se pudiesen negar a participar, las risas de Lavender y Parvati se escucharon al entrar por el retrato, y Ana se levantó de su asiento con rapidez, dejando a Basil en el almohadón. No había tiempo que perder, debía comenzar a reclutar personas lo más antes posible.
—¡Chicas!
Lavender y Parvati se detuvieron en seco cuando Ana llegó frente suyo y la miraron con interés.
—¿Qué sucede, Ana? —preguntó Lavender.
—Bueno... con Hermione comenzamos una asociación para luchar por los derechos de los elfos y queríamos saber si ustedes dos estarían interesadas, por una cuota de afiliación de dos sickles, en sumarse —explicó Ana y Hermione llegó a su lado, con la caja de las insignias—. El dinero que recaudaremos será para los panfletos y las insignias que ven aquí. El proyecto se llama «Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros», o como abreviación: «peddo.»
Las dos amigas las miraron extrañadas y Hermione resopló, mirando a Ana.
—Es pe, e, de, de, o.
—Lo mismo... —Ana se volvió a las dos amigas con una sonrisa—. ¿Qué dicen?
—Bueno... el nombre sí es un poco gracioso... ¡pero el objetivo es muy noble! —afirmó Lavender con una gran sonrisa—. Me gustaría cambiar el rumbo de este mundo, si les soy sincera, es demasiado injusto que los elfos deban trabajar tan duro y sin recompensa. Yo me sumo, ¡será divertido!
—No se supone que sea divertido... —masculló Hermione en voz baja pero Lavender ni se inmutó. Seguía brillando como un sol.
—¿Qué dices tú, Parvati? —inquirió Ana, observando a la chica.
Parvati se había quedado mirando a Lavender con suavidad desde cuando había comenzado a hablar, pero cuando Ana habló, asintió distraídamente.
—Sí, sí... yo me sumo. Si Lav se suma, yo también —dejó de mirar a Lavender y se volvió a Ana—. Será una buena causa.
Ana asintió con contento y Hermione les tendió dos insignias.
—Ustedes serán las presidentas del comité, se encargarán de reclutar a personas y nos notificarán cuando hayan problemas. Naturalmente, se encargarán del comité.
—¡Bien por nosotras! No las decepcionaremos, les prometemos.
Con satisfacción, Ana se volvió hacia Harry y Ron, y observó que ambos se encontraban incrédulos que más gente se hubiese sumado. Tarde o temprano deberían ver que el mundo finalmente estaba cambiando.
• • •
—Esto va a ser inútil, Hermione...
—Mejor prevenir que curar, Ana.
Era la mañana siguiente. Durante el desayuno Ana había quedado tan disociada de todo que ahora, antes de que comenzara la clase de runas, Hermione la estaba arrastrando hacia la enfermería para que la señora Pomfrey la pudiese revisar. Ana creía que sería una pérdida de tiempo dado que ya había pasado por miles de análisis durante su vida que no cambiaría el resultado. Sí, a veces perdía la noción del tiempo y tenía episodios de disociación, sí, a veces se olvidaba de cosas... pero luego de catorce años ya era normal. Ya estaba acostumbrada, y además, si hubiese alguna cura para lo que fuese que tenía, aún no debía de haber sido descubierta.
—Has usado los recursos muggles solamente —dijo Hermione como si hubiese podido leerle la mente—. Ahora es turno de un poco de magia.
Ana se resignó y dejó que Hermione siguiera tirando de su brazo por los pasillos. Sin embargo, una vez que llegaron al ala de la enfermería, tuvieron que detenerse en seco para observar el caos que tomaba lugar en el lugar.
La mayoría de las camillas se encontraban ya ocupadas por estudiantes de cada edad, pero todos parecían padecer la misma enfermedad. Sus rostros se encontraban verdes y tomaban algunas cubetas para poder vomitar lo que sea que tuviesen que devolver. Todos estaban transpirados y quejándose de un muy mal malestar de estómago, mientras que la señora Pomfrey corría de un lado a otro, con la leve ayuda de algunos prefectos.
Parecía ser una mañana bastante ocupada.
Ana y Hermione dieron un paso hacia delante para observar el desorden con un poco más de atención, cuando la señora Pomfrey las divisó. La mujer se acercó a ellas con apuro y rápidamente comenzó a inspeccionarlas.
—¿Ustedes también tienen síntomas, niñas?
—Um... no, Madame Pomfrey —negó Ana cuando la mujer le hizo abrir la boca para revisar que todo estuviese en orden—. ¿Pero qué sucedió?
—Me temo que eso está más allá de mis conocimientos —suspiró Madame Pomfrey y miró detrás de su hombro hacia los enfermos—, pero tengo mis teorías...
La enfermera volvió a mirarlas con una mueca.
—Queridas, si no es un tema urgente me temo que no podré atenderlas. Es una mañana atareada y debo concentrarme en estos pobres niños...
Se escuchó a alguien vomitar en el suelo en vez de su balde, y Madame Pomfrey se tocó la sien con la punta de sus dedos.
—Vengan a la tarde, luego de las clases y las ayudaré... —comenzó a decir la enfermera y se encogió al escuchar que alguien se resbalaba con el vomito que recién había caído—, perdonen, niñas.
Ana y Hermione se dieron vuelta lentamente y salieron de la enfermería, siendo lo último que escucharon «¡Denle una cubeta a la señorita Moon!» por la señora Pomfrey. Se quedaron en silencio por unos segundos más, cuando finalmente hablaron al unísono:
—Los gemelos.
Hermione dejó salir un largo suspiro y negó con su cabeza, antes de tomar la mano de Ana y tirar de ella.
—Vamos a Runas. No quiero llegar tarde a la primera clase...
Una vez que recorrieron los pasillos del castillo y subieron por la última escalera movediza, saludando a la mujer del retrato que se encontraba a la izquierda del pasillo, y observando que de la primera puerta a la izquierda comenzaba a escucharse ruido.
Ruborizada por la idea de llegar tarde, Hermione se apuró a abrir la puerta y Ana notó que la clase no había comenzado aún, y que solamente se estaban sentando en sus respectivos asientos.
—Buenos días, señoritas —las saludó la profesora Babbling una vez que Ana cerró la puerta suyo—. Busquen un asiento para poder comenzar con la clase, por favor.
Ana se estaba preguntando si debería volver a sentarse al lado de Blaise Zabini, pero rápidamente descartó la idea cuando vio que estaba sentado al lado de Hannah. Ambos estaban conversando, o más bien Hannah estaba hablando animadamente mientras Blaise escuchaba atentamente a lo que tenía que decir. Finalmente, se sentó al lado de Hermione que había encontrado un asiento detrás.
Rápidamente los estudiantes se concentraron en prestarle atención a la profesora Babbling, quien estaba parada en frente de la gran pizarra negra que ocupaba toda la pared principal. Cuando notó que tenía el espacio para hablar, les sonrió.
—Muy buenos días a todos ustedes, es mi placer volver a tenerlos un año más nuevamente. Me alegra saber que veo a todas las mismas caras que el año pasado y que no han renunciado a esta clase. Muchas gracias por dejarme enseñarles el grandioso mundo de las runas.
»Este año, ya que han de tener una base principal de las runas antiguas y su uso, nos concentraremos en su uso a lo largo de la historia y, principalmente, su misma historia. Hablaremos de los orígenes de las runas, de la historia que las rodea y de su legado en el mundo moderno.
A medida que la profesora Babbling explicaba su cronograma para el curso, la mirada de Ana se desvío a las ventanas que mostraban el cielo celeste y blanco que aún parecía estar medio oscuro por los días de lluvia que habían abarcado los días anteriores.
La clase se pasó volando. La profesora Babbling era una buena narradora y la forma en que les hablaba acerca de las primeras runas en la Antigua Grecia y las historias que cada una significaron a lo largo de la historia, hizo que sus estudiantes no le quitaran la mirada de encima. Aunque en sí, el estudio de runas era un trabajo duro, el mundo que las rodeaba hacía ese trabajo un poco más divertido.
Al final de las dos horas, mientras que todos guardaban sus cosas, la mujer se dirigió a ellos con una sonrisa.
—No les haré leer nada para la clase siguiente, ya que el año recién comienza, pero si es que les interesaría avanzar con la clase, les sugeriría leer el capítulo quince de nuestro libro para repasar. ¿Bien? —al recibir asentimientos, Babbling quedó satisfecha—. Ha sido un gusto volver a verlos, nos vemos la semana que viene. Disfruten del fin de semana.
Saludando a la profesora, la clase se fue vaciando, menos Hermione que le avisó a Ana que quería preguntarle a la profesora Babbling más acerca del primer alfabeto rúnico. Por ello, Ana se encontraba reposando fuera del salón, contra la pared de piedra, esperando que la curiosidad de su amiga se satisficiera. Lo que no se esperaba fue que Blaise Zabini se hubiese separado de Hannah, y se encontrase caminado hacia ella mientras buscaba algo en su mochila de cuero.
—Hablas más de lo esperado —confesó Ana mirándolo con sorpresa. Se refería a que cuando estaban en la clase, Blaise había mantenido una estable conversación con Hannah.
—Pues una conversación puede llegar a ser vigorizante con la persona adecuada e interesante —dijo Zabini con una ceja elevada como una mínima parte de la comisura de sus labios. Le tendió un libro a Ana—. De la biblioteca de mi casa. Creí que sería de tu interés luego del... interesante curso anterior.
Ana lo miró con asombro pero tomó el libro de tapa dura en sus manos. La tapa era de cuero negro azabache y grabado se encontraba el título Los Mil Lenguajes de la Luna por Esther Caito. Estaba escrito en latín.
—Una vez leíste un título de la biblioteca en perfecto latín así que figuré que hablabas fluido —explicó él y se cruzo de brazos—. Si no es así, entonces me disculpo.
¿Quién notaba tales cosas? se preguntó Ana con incredulidad mientras lo observaba sin saber qué decir. Si antes no sabía qué hacer de su impresión de Blaise, ahora menos. El chico siempre parecía tomarla por sorpresa.
La voz de Hermione llamándola, hizo que Ana se exaltara y mirara por su hombro a la puerta cerrada del salón. Parecía que la chica esperaba que entrara al salón y por eso Ana volvió a mirar a Blaise, que estaba ya yéndose.
—¡Gracias! —exclamó Ana de la nada y el chico la miró por unos segundos, y cuando Ana pensó que iba a decir algo, se fue hacia las escaleras en silencio.
Con un suspiro, Ana se adentró al aula luego de escuchar que Hermione la volvía a llamar.
La profesora Babbling se encontraba sentada detrás de su escritorio, pasando sus dedos sobre sus gruesos dreadlocks, mientras que Hermione estaba parada frente ella. Sin embargo, cuando ambas notaron a Ana entrar, la mujer adulta se giró hacia ella con una sonrisa.
—Ana, por favor, acércate —le dijo ella y Ana hizo lo pedido—. Este verano mi madre me ha contado que has ido a su casa junto a Hermione y Remus. Me alegro que hayas conseguido respuestas...
—Y muchas preguntas... —añadió Ana con un suspiro pero le sonrió—. Aunque su madre fue de gran ayuda, profesora Babbling. Me contó mucho acerca de mi madre y su relación con ella... y todo lo que sabía acerca de mi problema.
—Me alegra oír aquello. Ya me temía que mi madre hubiese sido... un dolor de cabeza. Tiende a ser demasiado para mucha gente.
Ana y Hermione se miraron de reojo y sonrieron con complicidad al recordar a Berenice Babbling y su casa. Tal vez había sido demasiado, sin embargo, la mujer sabía de lo que hablaba.
—¿Supongo que te ha dado lectura para inspeccionar? —inquirió la profesora Babbling.
El rostro de Ana se contrajo y miró de reojo su mochila, donde había guardado el libro que Blaise le había prestado.
—Sí... tengo muchos libros por leer.
No era que a Ana no le gustase leer, pero si la apuntaban con una varita y le decían que no podría leer nunca más, no se pondría a llorar. Además, ese año debería de haber sido dejado para descansar del estrés que había sufrido durante su tercer año pero no. Ahora su calendario estaba lleno de eventos: leer, leer, reuniones de Peddo, nombrar los puestos de los integrantes de Peddo, leer... y, claro, estudiar.
Ante el rostro de Ana, la profesora Babbling rió calurosamente e hizo que dos hoyuelos se posaran a los lados de su sonrisa.
—Leer no es tan malo como suena, Ana. Es cuestión de paciencia, con el libro y contigo misma. No te apures en leerlos, tomate el tiempo necesario con cada línea. Seguramente, conociendo a mi madre, te ha dicho que es de urgencia que sepas todo lo más pronto posible, pero siempre deja de un lado el hecho de que no se volvió la gran bruja que hoy en día es, de un día para el otro. Ten tiempo para ti misma —la profesora Babbling le guiñó—. Y como tu profesora, te pido que no te abrumes. Nada se puede lograr con un cerebro sobrecargado.
Luego de aquel agradable consejo, ambas amigas se dirigieron a sus otras clases, poniéndose al día con las otras materias.
Durante la clase de Historia de la Magia, Ana participó más de lo normal. Y para su sorpresa no se durmió escuchando la voz arrastrada del profesor Binns, un fantasma que al parecer no se había dado cuenta de que lo era, sino que le había dado su más profunda atención. Sí, tal vez a veces estaba tentada en dejar de hacerlo y sumarse a la animada charla susurrada que Harry y Ron estaban teniendo detrás suyo, sin embargo, había descubierto que Binns era la persona —o fantasma— perfecta para hacerle preguntas de la historia de los elfos. Al igual que Hermione, Ana estaba encantada que el profesor siempre le respondiera con detallados relatos acerca del tema, y ambas podían confirmar que habían aprendido más acerca de los elfos con ayuda de Binns que con los libros. Simplemente no habían lo suficientes.
En la clase de Encantamientos, el profesor Flitwick, había comenzado a enseñarle los fundamentos básicos del encantamiento convocador Accio, y Ana no podía esperar a realizarlo por primera vez. Era una novedad que pudiese decir una pequeña palabra y atraer lo que su corazón quisiese en el momento. Eso sería de uso excelente cuando estuviese en su casa y el control remoto estuviese muy alejado del sillón.
Cuando el atardecer comenzó a mostrarse por el cielo, marinando al lago y la copa de los árboles con una luz cálida y brillante, la última clase del día —Pociones— terminó con una orden del profesor Snape que escribieran un ensayo de mil quinientas palabras acerca de la poción agudizadora del ingenio para la clase siguiente. A Ana cada vez le caía peor aquel hombre pero escribir un ensayo tan largo hizo que lo odiase un poquito más. No había día en el que Snape no les decía que esa poción les sería una salvación dado sus pequeños y estúpidos cerebros. Era como si no hubiese aprendido nada del año anterior cuando Ana había ido hablar con Dumbledore.
—Me da rabia —masculló Ana mientras ella y Hermione se dirigían nuevamente a la enfermería. Hermione había insistido que fuesen para que Madame Pomfrey pudiese revisar a Ana.
—Debe... debe de tener alguna razón por hacerlo —trató de defenderlo Hermione y Ana la miró con incredulidad.
—Sí. Que es un reverendo...
—No insultes a un profesor, Ana —la reprochó Hermione antes de que pudiera terminar, haciendo que Ana resoplara—. Es su forma de empujarnos a esforzarnos más...
—Eres muy buena, Hermione —suspiró Ana pero negó con la cabeza—. Pero hay muchas formas de alentar que no incluyen insulto tras insulto. Ojalá él y Dumbledore se lo tomaran en serio...
«Y tal vez hasta Zabini podría aprender...»
Ana sacudió sus pensamientos y se concentró en sus pasos, tratando de no olvidarse cómo caminar —como había pasado incontables de veces lamentablemente—, para llegar a la enfermería y ser finalmente inspeccionada por la mujer que la había ayudado incontables de veces.
Una vez que llegaron a la puerta del ala donde se encontraba la enfermera, notaron con alivio que la mayoría de las camillas habían sido abandonadas, y el suelo se encontraba libre de vómito y otras pestilencias. Ahora solamente habían algunas camillas escondidas entre las cortinas para darle privacidad a los pocos enfermos que estaban descansando.
Madame Pomfrey se encontraba saliendo de su despacho con algunos pergaminos en mano, y cuando notó a las dos amigas, se llevó sus puños en ambos lados de sus caderas.
—¿Qué sucede, niñas?
A Ana le daba vergüenza decirle a qué habían ido a hacer, aun cuando había estado en ese lugar incontables de veces. Al menos en todas aquellas ocasiones había tenido una razón lógica para darle una visita, pero ahora estaban yendo por un... capricho. Un capricho que no tenía mucho sentido.
Mirando a las camillas donde habían algunos alumnos, Ana agitó su mano en un intento de descartar la idea.
—Nada, no se preocupe, mejor...
Antes de que Ana pudiese caminar hacia atrás, Hermione la tomó del hombro con un poco de presión y dio un paso hacia delante.
—Ana estuvo sufriendo pérdidas de memoria, a veces hasta disociación por largos períodos de tiempo, y queríamos saber si hay un remedio o una cura para aquello...
La mirada que le dedicó la enfermera hizo que las orejas de Ana se tornaran rojas como tomates. Era como si le preguntase porqué no había ido hacia su asistencia antes.
—Ana, siéntate en una de las camillas ahora mismo —le ordenó la mujer dándole un pequeño empujón para que se apurara.
Ana quiso esconder su rostro contra la almohada al escuchar que la mujer la llamaba por su nombre porque eso solamente significaba que había estado tanto tiempo en la enfermería que la enfermera estaba acostumbrada a su presencia. Era, en pocas palabras, humillante.
Una vez sentada en una camilla blanca y limpia, las piernas de Ana comenzaron a balancearse con inquietud mientras que Madame Pomfrey comenzaba a revisarla con suma concentración. Revisaba sus oídos, ojos, todo con la punta de su varita que estaba encendida con una luz cegadora. Al estar tan cerca de la mujer, Ana pudo notar el leve aroma a remedio y a menta que la rodeaba, pero aquel familiar perfume logró que se calmara.
Al terminar de revisarla, la varita se apagó y Madame Pomfrey arrugó su ceño.
—Bueno, no veo que haya ningún indicio de un golpe que haya podido tener tal reacción... ¿desde cuando has tenido estos síntomas, querida? ¿desde que te golpeaste con aquella bludger?
Ana se desconectó por un segundo al recordar el infame momento en que en el primer partido de quidditch que había observado se había llevado tremendo golpe, pero rápidamente negó, volviendo a encogerse en su lugar.
—Ehh... antes... siempre. —confesó cabizbaja, no queriendo tener que ver la mirada de reproche de la enfermera—. Desde que soy pequeña. Papá... papá me contó hace unos años que cuando tenía maso menos cuatro años me quedé tildada por un mínimo de tres horas, mirando a la nada. Ese fue el primer momento que se dio cuenta de que había algo mal porque antes solo había tenído episodios más cortos, como de unos minutos...
—¿Y recién ahora vienes aquí? —dijo Madame Pomfrey con cautela pero Ana notó un peligroso tono en su voz. Era el mismo que su abuela portaba cuando estaba enojada y decepcionada de ella. La hizo sentirse muy culpable.
Mirando de reojo a su izquierda, notó que Hermione la miraba con su famosa mirada de «Te lo dije», pero Ana no tenía ganas de escuchar aquella victoria de su amiga así que miró a Madame Pomfrey.
—No pensé que era muy importante porque siempre lo tuve. Me acostumbré.
—Algo muy peligroso e imprudente de tu parte —negó la enfermera y sus labios formaron una fina línea, volviéndose blancos. Los ojos claros de la mujer la examinaron por unos segundos más, cuando un rastro de preocupación cruzó su mirada. Ana casi la pasó de alto si no fuese porque tenía la mirada fija en la suya.
De un momento a otro, la mujer se fue rápidamente a su despacho, dejando a Ana y a Hermione mirándose con confusión e inquietud. Normalmente cuando una enfermera te miraba con preocupación, no significaba nada bueno en el libro de Ana. O, mejor dicho, en ningún libro.
Después de esperar junto la compañía de los nervios, Madame Pomfrey emergió de su oficina con una gran carpeta forrada con una gruesa tapa marrón, leyendo entre las líneas mientras caminaba hacia la camilla donde Ana esperaba ansiosamente.
—Perdida de memoria, episodios de disociación... estos síntomas llevan muchos nombres en el mundo muggle tanto como el mágico. Pero si te han visto profesionales muggles a lo largo de tu vida, debemos descartar la idea de que esto haya sido un efecto de una enfermedad no mágica. Por lo tanto, son consecuencias de magia —explicó Madame Pomfrey y sus ojos brillaron con reconocimiento, al llegar al punto que quería leer—. Registro de mil novecientos noventa y tres. Nombre de paciente: Gilderoy Lockhart. Síntomas: Pérdida de memoria, desconexión de sus alrededores. Causa: Descuido de varita, encantamiento obliviate hecho pobremente, fracasó. Conclusión: Luego de ser golpeado por un mal hecho encantamiento obliviate, el paciente perdió su memoria y será transferido a St. Mungo como un paciente de incapacidad permanente. Estado: Resuelto.
Ana se la quedó mirando por unos instantes, sin saber qué decir ante la nueva información. Al parecer, un tal Gilderoy Lockhart había sido víctima de su propio encantamiento desmemorizante y estaba siendo cuidado en el hospital mágico hasta que la muerte le llegara. Una historia emocionante.
—Pero... pero yo no sé conjurar el encantamiento desmemorizante —dijo Ana con una mueca—. ¿Piensa que hice el encantamiento cuando era pequeña?
Esa era una escena que querría ver. Una regordeta niña de cuatro años de la nada siendo golpeada por sus propias palabras y enseguida sufriendo las consecuencias de su balbuceo. Si aquella había sido la razón de su pérdida de memoria, armaría sus maletas y se tiraría al lago para nunca volver a la superficie.
En cambio, la enfermera la miró con suavidad y pena, buscando una forma de suavizar lo que estaba a punto de decir.
—Pienso que... es una posibilidad... que en vez de haber sido tú quien haya conjurado el encantamiento, hayas sido tú la víctima del fracaso de otra persona. Alguien quiso borrar tu memoria cuando eras pequeña y no supo cómo hacerlo, querida.
Ana se paralizó en su lugar y su mente trabajó como un rayo, buscando una explicación de quién podría haber hecho semejante error al usar un hechizo tan peligroso como tal en una inocente niña pequeña, y cuando su mirada se chocó con los oscuros ojos de Hermione, la respuesta se apareció en letras grandes grabadas en su mente.
Peter Pettigrew.
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¡Hola!
bienvenidxs de nuevo ♥
luego de tomarme este descanso de tres semanas debo decirles que fue una decisión estupenda porque ahora me siento mucho mejor que antes ¡!
para avisarles y tranquilizarlxs, les digo que empecé a ir a la psicóloga para trabajar mis problemas :)
y no me olvido del incontable apoyo que me dieron en el capítulo anterior, no sé cómo agradecerles por cada comentario que dejaron y cada mensaje que me enviaron. muchísimas gracias, lxs amo un montón ♥
como forma de relajación, hice una playlist en spotify para hidden y si es que gustan pueden pasarse: https://open.spotify.com/playlist/24ozZ63K0b1jwL8NnrNrHO?si=e81987088ee1425d
↑ voy a agregarle más canciones a medida que encuentre ♥
¡cambiando de tema!
la trama se complica para nuestra querida ana yikes, si pudiese darle unas vacaciones lo haría pero eso sería muy aburrido sjasj así que mejor no
en otras noticias: para mis lectorxs colombianxs, mi apoyo va con ustedes, les mando todas las fuerzas y mejores deseos. cuídense, protéjanse entre ustedes, manténganse fuertes que vamos a ganar. esta represión va a terminar y vamos a tener los derechos por los que se está peleando. que nos devuelvan a las 550+ personas desaparecidas, que dejen de matar.
si es que necesitan a alguien para hablar, no duden en contactarme por mensaje privado, y también escríbanme aunque no quieran hablar, desahóguense si es que lo desean, yo lxs escucho. estoy con ustedes.
beso, abrazos y todo mi amor a ustedes y a todos
nos vemos la próxima semana
•chauu•
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