𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐟𝐢𝐯𝐞
"Bienvenida al extranjero"
Cuando las tres amigas entraron a la cocina, se encontraron que Harry y Ron ya habían llegado y estaban siendo explicados por la señora Weasley de lo que iba a pasar mientras que James cortaba unas zanahorias.
—... Vamos a comer en el jardín —afirmó—. Aquí no cabemos trece personas. ¿Podrían sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están colocando las mesas. Ustedes dos, lleven los cubiertos —les dijo a todos. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un montón de papas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que fueron a dar en las paredes y el techo—. ¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las papas—. ¡Esos dos! —estalló de pronto, mientras sacaba cazuelas del armario. Ana comprendió que se refería a Fred y a George—. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.
Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una cazuela grande de cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta salía una salsa cremosa conforme iba removiendo. James colocó las zanahorias sin decir palabra alguna, Ana pensó que esa era la mejor idea.
—No es que no tengan cerebro —prosiguió irritada, mientras llevaba la cazuela a la cocina una vez que James había terminado de poner las hortalizas y encendía el fuego con otro toque de la varita—, pero lo desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de verdad. He recibido más lechuzas de Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.
La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cubiertos, que se abrió de golpe. Harry y Ron se quitaron de en medio de un salto cuando algunos delos cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se pusieron a cortar las papas que el recogedor acababa de devolver al fregadero.
Ana, Hermione y Ginny decidieron que era el momento de largarse y se escabulleron de la cocina con los platos distribuidos en sus brazos.
—Esa es mucha desesperación para una sola persona —confesó Ana, dando un salto hacia el exterior de la casa. Ginny se encogió de hombros.
—Esa es mamá para ti, siempre se preocupa de más...
—Y con razón —añadió Hermione mientras caminaban por el césped verde y brillante por los rayos del mediodía—. Fred y George podrían meterse en grandes problemas... ¿tienen alguna ambición para el futuro...?
—Como mamá dijo antes, quieren hacer un comercio con los productos suyos... y tengo fe de que seguramente lo logren. Es decir, son Fred y George, nada puede detenerlos. Ni siquiera mamá —Ginny sonrió y se volvió a Ana—. Ahora, ¿qué nos querías contar...?
Un grito de entusiasmo por parte de Fred hizo que Ana no pudiese abrir la boca, excepto para admirar lo que estaba sucediendo en frente suyo. Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos mesas viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George gritaban entusiasmados, y las tres chicas trotaron para poder ver el espectáculo de más cerca.
Era genial. Bill y Charlie tenían total control en las mesas, y el juego parecía demasiado divertido como para no añorar estar formando parte de él. Aunque admitía que sus oídos zumbaban cada vez que los muebles chocaban contra el otro. Se decía a sí misma que debía de acostumbrarse a los sonidos fuertes si quería pasarla bien en el Mundial, así que no dijo palabra alguna y siguió disfrutando del juego. A diferencia de Hermione que no sabía si hacerlo o preocuparse por la seguridad de todos.
Luego de que Ginny saltara una carcajada, la mesa de Bill se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo y le rompió una de las patas. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo piso.
—¿Quieren hacer menos ruido? —gritó.
—Lo siento, Percy —se disculpó Bill con una risita—. ¿Cómo van los culos de los calderos?
—Muy mal —respondió Percy malhumorado, y volvió a cerrar la ventana dando un golpe. Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el césped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mágica, Bill volvió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.
Durante lo que siguió del día, Ana pudo apreciar el exterior de la casa Weasley. El jardín trasero contenía una casa de piedra en la que Ana sospechaba que guardaban todo tipo de objetos. También encontró un estanque lleno de ranas, el cual Ana estaba tentada en buscar algunos anfibios para su propia diversión. Tuvo que desistir rápidamente de la idea porque debía seguir ayudando con la cena, pero estaba determinada en algún día inspeccionar el estanque. Sin embargo, lo que se llevó la cereza en lo alto del pastel, fue observar la misma casa. Parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que probablemente se sostenía por culpa de la magia. Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. En otras palabras; era fenomenal.
A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley y de James, y los nueve Weasley, Ana, Harry, Hermione y James tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso. Por mucho que Ana adoraba la comida de su propia abuela un poco más de lo sano, debía admitir que las habilidades culinarias de la señora Weasley eran de otro mundo. Y como siempre, James se había esmerado en sus propios platos. Por otro lado, aunque estuviese bastante ocupada con sus propias empanadas y tartas, Ana no perdió tiempo y bombardeó a Charlie con preguntas acerca de su trabajo en Rumania con dragones, una vez que se enteró de aquel detalle.
¿Qué comida en particular le gustaba a cada dragón? ¿Tenía algún dragón en particular con el cual tuviese un vínculo más estrecho? ¿Cuál era el más sorprendente? Esas eran algunas de las preguntas que caían de la boca de Ana sin que pudiese respirar, mientras Charlie se reía cálidamente por su iniciativa. Mientras tanto, Percy ponía a su padre al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.
—Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes —explicaba Percy dándose aires—. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se espera de mí. Creo que me agradecerá que haya terminado antes de tiempo. Quiero decir que, como ahora hay tanto que hacer en nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos... Ludo Bagman...
—Ludo me cae muy bien —dijo el señor Weasley en un tono afable—. Es el que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor: su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con poderes sobrenaturales, y arreglé todo el asunto...
—Desde luego, Bagman es una persona muy agradable —repuso Percy desdeñosamente—, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento. ¡Cuando lo comparo con el señor Crouch...! Desde luego, si se perdiera un miembro de nuestro departamento, el señor Crouch intentaría averiguar qué ha sucedido. ¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania de vacaciones y no ha vuelto...
Ana dejó de prestar atención a Percy y su trabajo y se concentró nuevamente en Charlie, con una radiante sonrisa.
—¿Qué libros me puedes recomendar para leer acerca de dragones? Debo admitir que el libro del colegio no entra en mucho detalle acerca de las criaturas...
Charlie posó una mano sobre su mentón mientras buscaba en su memoria algún autor en particular y cuando logró recordar, le sonrió.
—Supongo que ya has leído "Animales Fantásticos y Dónde encontrarlos" del señor Scamander, ¿no es así? —al recibir una afirmación, Charlie asintió—. Ese libro es bueno para una introducción para cada uno de ellos y es interesante el punto de vista del autor, pero si quieres saber más acerca de cada uno, Hodan Maina es una de las mejores especialistas en dragones de la época y tiene un libro increíblemente interesante acerca de ellos. Vivió toda su vida rodeada de las criaturas y ha conseguido estrechar un vínculo muy especial con todos los dragones que ha conocido. Pero debo de admitir que es un libro muy cargado y lento para principiantes. Su libro, o autobiografía si quieres llamarlo así, se llama "Las Escamas Que Nadie Ve", muy interesante y recomiendo completamente. Estoy seguro de que lo tengo aquí en alguna de mis cajas... después te lo puedo prestar si quieres.
—¡Sería estupendo! —le insistió Ana y enseguida volvió a concentrarse en su comida.
En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito de su pendiente, que parecía ser una adquisición reciente.
—... con ese colmillazo horroroso ahí colgando... Pero ¿qué dicen en el banco?
—Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras ganen dinero conmigo —explicó Bill con paciencia.
—Y tu cabello da risa, cielo —confesó la señora Weasley, acariciando su varita—. Si me dejaras darle un corte...
—A mí me gusta —declaró Ginny, que estaba sentada al lado de Bill—. Tú estás muy anticuada, mamá. Además, no tienes más que mirar el cabello del profesor Dumbledore para saber que no es algo malo...
Sin vergüenza, Ana necesitó acotar acerca del tema, aunque los tres estuviesen un poco lejos de ella.
—A mi me gusta tu cabello, Bill. Se ve genial.
Bill se dio vuelta hacia ella y sonrió agradecido, mientras Molly seguía con la vista puesta en la coleta que sostenía el cabello de su hijo mayor.
—Gracias, Ana. Lo aprecio.
Satisfecha, Ana volvió a centrarse en su jugo de frutilla con un leve tarareo inocente. Pero al notar que alguien la miraba y luego de girar su cabeza y estirar su cuello para ver a Harry, recibió una sutil negación con su cabeza mientras su boca articulaba "lame botas". Un jadeo de ofensa dejó a Ana y le sacó la lengua sin elegancia alguna antes de volver a su bebida. No era su culpa que él fuese lento y ella se moviese con tanta velocidad para adular a Bill.
Comprendiendo sus pensamientos sus cejas se fruncieron y sorbió lentamente su jugo, ahora un poco avergonzada de lo que había hecho. Esperaba que no hubiese sido tan obvia porque si no vivir bajo tierra no sonaba tan mal.
Antes de que tomaran el postre, helado casero de fresas, el señor Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín, que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas revoloteaban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a madreselva. Ana había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y corriendo delante de Crookshanks y Basil que había encontrado su fuente de entrenamiento.
«Se está moviendo más que todo el año anterior» pensó Ana distraída, sin darse cuenta de que Ginny se había movido de su asiento lejano justo al pequeño espacio que Ana tenía a su derecha, hasta que por casi caerse de la silla agarró el brazo de Hermione como apoyo.
—Ya está, no voy a esperar más, cuéntanos acerca de tu verano —le rogó Ginny sin perder tiempo y Ana rió.
—Lo dices como si mi verano haya sido increíblemente extraordinario.
—Mejor que el mío seguramente sí, habla...
—Miren qué hora es —dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Ya tendrían que estar todos en la cama, porque mañana se tienen que levantar con el alba para llegar a la Copa...
—¡Mamá! —exclamó Ginny desesperada y abrazó el cuello de Ana, haciendo que la chica chocara su mejilla con la suya—. ¡Estoy tratando de sacarle información de Ana desde las doce del mediodía...!
—Podemos preguntarle mientras nos preparamos para dormir —suspiró Hermione tratando de que suavizara el agarre que tenía en Ana. Ginny consideró sus palabras e hizo lo deseado por Hermione.
—Ah, sí...
La señora Weasley dejó ver su cansancio y suspiró largamente antes de volverse a Ana con suavidad.
—Ana, querida, ¿por qué no le dejas a James tu lista de escuela? Mañana podrá comprar todas tus cosas en el callejón Diagon. Compraremos las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.
Ana quedó horrorizada ante esa frase pero asintió. Al menos no debería comprar mucho ya que tenía todos los libros viejos de Faith... y además su vieja túnica le seguiría quedando al no haber crecido nada. Esperaba que James recordara en decirle a Remus acerca de su pedido, por si se olvidaba.
Pero nuevamente, mientras se dirigían a las habitaciones, Ana rogaba por que el partido durase lo menos posible porque no sabría que haría consigo misma si debía estar en unas gradas junto a miles de otras personas que gritaban, por cinco días.
• • •
Cuando Ana escuchó la voz de la señora Weasley la primera vez, ignoró el eco de sus palabras y se tapó la cabeza con su manta. No quería levantarse, no quería ir a ese mundial y ver ese bendito deporte. Quería dormir.
La noche anterior se había ido a dormir igual de tarde que sus dos amigas por el simple hecho de que les había estado contando acerca de su verano y a Ginny acerca de lo que Hermione ya conocía. Su visita a Berenice Babbling.
Sí, algunos detalles se los quedó para sí misma como el hecho de que tal vez formaba parte de una profecía y de las partes más espantosas de su nacimiento, pero le dio una idea general de lo que la mujer le había explicado. Aunque Ginny tuviese mil de preguntas a hacer, no era como que Ana disponía de todas las respuestas. La mayoría de la información que la mujer le había dado se la había olvidado, así que necesitaba urgentemente repasar todo lo que le había dispuesto, y hasta leer el diario de Faith que había encontrado en una de las cajas de cartón en la casa de Remus y Sirius. Estaba segura de que su madre había escrito algo, es decir, por lo visto Faith Ward escribía todo. Y sus secretos no quedaban atrás.
Por el otro lado, cuando Ana les contó a Hermione y Ginny acerca de Dalia, ambas tuvieron una larga lista de preguntas que hacer. El problema es que, nuevamente, Ana no poseía ni la mitad de las respuestas. ¿Cómo sabría ella de qué parte de España venía? ¿Y por qué sabría su color favorito? Solo habían hablado por media hora y decir que habían hablado era decir mucho. Sin embargo, tal vez podría conocerla más a través de cartas...
Se hizo un recordatorio mental de preguntarle a su abuela si es que podía preguntarle a Dalia cuándo cumplía años para poder prepararle un regalo. Estaba la posibilidad de que aquello desencadenara a una rutina de cartas entre ellas y hasta una amistad si es que podía soñar.
Un golpe en la puerta de la habitación de Ginny hizo que los oídos de Ana temblaran y se escuchó a alguien abrirla.
—Niñas, deberían estar ya preparadas. Esta es la segunda vez que vengo...
En el otro lado de la habitación, Ana escuchó un quejido por parte de Ginny pero enseguida se escuchó las mantas caer al suelo mientras sus dos amigas se preparaban. Suspiró y sacó la manta de encima suyo para poder seguirle el paso a las otras dos.
Las tres parecían más dormidas que despiertas. Bajo los ojos de Ginny habían ojeras tan oscuras que le daba una apariencia demarcada. Hermione recién se estaba sacando su gorra de dormir pero sus ojos aún no se abrían. Y Ana observaba la oscuridad detrás de la ventana, deseando estar nuevamente recostada contra la almohada suave que Ginny le había dado la noche anterior. Todo era mejor que moverse.
Una vez vestidas —lo que fue un proceso lento y somnoliento—, las tres chicas bajaron las escaleras para dirigirse hacia la cocina donde se encontraban los demás. Todos parecían igual de dormidos excepto los adultos, lo que a Ana le traía un poco de tranquilidad. Entonces no eran las únicas que parecían zombies.
—¿Por qué nos hemos levantado tan temprano? —preguntó Ginny de parte de las otras dos, frotándose los ojos y sentándose a la mesa. Ana y Hermione le siguieron el paso.
—Tenemos por delante un pequeño paseo —explicó el señor Weasley.
—¿Paseo? —se extrañó Ana. Lo último que necesitaba era hacer ejercicio durante altas horas de la mañana—. ¿Vamos a ir andando hasta la sede de los Mundiales?
—No, no, eso está muy lejos —repuso el señor Weasley, sonriendo—. Sólo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de quidditch...
—¡George! —exclamó bruscamente la señora Weasley, sobresaltando a todos.
—¿Qué? —preguntó George, en un tono de inocencia que no engañó a nadie.
—¿Qué tienes en el bolsillo?
—¡Nada!
—¡No me mientas!
La señora Weasley apuntó con la varita al bolsillo de George y dijo:
—¡Accio!
Varios objetos pequeños de colores brillantes salieron zumbando del bolsillo de George, que en vano intentó agarrar algunos: se fueron todos volando hasta la mano extendida de la señora Weasley.
—¡Les dijimos que los destruyeran! —exclamó, furiosa, la señora Weasley, sosteniendo en la mano lo que, sin lugar a dudas, eran más caramelos—. ¡Les dijimos que se deshicieran de todos! ¡Vacíen los bolsillos, vamos, los dos!
Fue una escena desagradable. Evidentemente, los gemelos habían tratado de sacar de la casa, ocultos, tantos caramelos como podían, y la señora Weasley tuvo que usar el encantamiento convocador para encontrarlos todos.
—¡Accio! ¡Accio! ¡Accio! —fue diciendo, y los caramelos salieron de los lugares más imprevisibles, incluido el forro de la chaqueta de George y el dobladillo de los vaqueros de Fred.
—¡Hemos pasado seis meses desarrollándolos! —le gritó Fred a su madre, cuando ella los tiró.
—¡Ah, una bonita manera de pasar seis meses! —exclamó ella—. ¡No me extraña que no tuvieran mejores notas!
El ambiente estaba tenso cuando se despidieron. La señora Weasley aún tenía el entrecejo fruncido cuando besó en la mejilla a su marido, aunque no tanto como los gemelos, que se pusieron las mochilas a la espalda y salieron sin dirigir ni una palabra a su madre.
—Bueno, pásenla bien —dijo la señora Weasley—, y pórtense como Dios manda —añadió dirigiéndose a los gemelos, pero ellos no se volvieron ni respondieron—. Les enviaré a Bill, Charlie y Percy hacia mediodía —añadió, mientras el señor Weasley, Ana, Harry, Ron, Hermione y Ginny se marchaban por el oscuro patio precedidos por Fred y George.
Hacía fresco y todavía brillaba la luna. Sólo un pálido resplandor en el horizonte, a su derecha, indicaba que el amanecer se hallaba próximo. Ana estaba tan dormida que ni una palabra dejó su boca, no interesada en saber más acerca de la situación cuando su único pensamiento era no quedarse dormida parada. Eso sí sería vergonzoso.
Inconscientemente se fue acercando a Harry mientras él charlaba con el señor Weasley acerca de dónde irían a buscar el tal traslador.
—... Han dispuesto doscientos puntos trasladores en lugares estratégicos a lo largo de Gran Bretaña, y el más próximo lo tenemos en la cima de la colina de Stoatshead. Es allí adonde nos dirigimos.
El señor Weasley señaló delante de ellos, pasado un pueblo, donde se alzaba una enorme montaña negra.
Ana resopló al ver que deberían caminar una larga distancia y tiró su cabeza hacia atrás, mirando el cielo aún oscurecido, donde algunas nubes se movían por el suave viento. Antes de participar en la comunidad mágica, el único ejercicio que Ana hacía era cuando caminaba por el antiguo pueblo donde estaba su casa —lo que no era demasiado, tomándose en cuenta de que el pueblo era pequeño—, pero ahora debía subir infinitas escaleras en un colegio inmenso en el cual se perdía y debía cruzar sierras para ver un partido de quidditch. Una parte de ella extrañaba la vida sencilla... y sedentaria. Sí, ese era el único beneficio.
Caminaron con dificultad por el oscuro, frío y húmedo sendero hacia el pueblo. Sólo sus pasos rompían el silencio; el cielo se iluminaba muy despacio, pasando del negro impenetrable al azul intenso, mientras se acercaban al pueblo. Ana tenía las manos y los pies helados. El señor Weasley miraba el reloj continuamente.
Cuando emprendieron la subida de la colina de Stoatshead no les quedaban fuerzas para hablar, y a menudo tropezaban en las escondidas madrigueras de conejos o resbalaban en las matas de hierba espesa y oscura. A Ana le costaba respirar y se había atrasado tanto que estaba detrás de Hermione que aunque parecía verse fatal, no estaba ni tan roja como Ana.
Al llegar, en el último lugar, a la cresta de la colina, Ana dejó salir un jadeo que se oyó como el propio de un ganso, y sus rodillas se doblaron contra el césped mojado y frío por el rocío. Había llegado su límite y no podía hacer que sus piernas dejaran de temblar. El pecho le ardía y su costado le hacía doler.
—Ana... el césped... está mojado... —jadeó Hermione con una mano en su costado para calmarse el dolor que le causaba el flato—. Tu... ropa...
No era una noticia que en esos momentos, a Ana le traía sin cuidado su ropa. Sentía que se moría. Pero claramente el señor Weasley no tenía en sus planes que alguien en su grupo se diese por vencido.
—Solo nos falta el traslador —anunció él y se puso nuevamente sus gafas. Se acercó a Ana y le dio una palmadita en su hombro, haciéndola perder el equilibro por unos segundos—. No será grande... vamos...
Ana tuvo que renunciar a su lenta muerte y se levantó con la ayuda de Harry y Ron, que decidieron que la mejor idea era arrastrarla.
Se desperdigaron para buscar. Sólo llevaban un par de minutos cuando un grito rasgó el aire.
—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.
Al otro lado de la cima de la colina, se recortaban contra el cielo estrellado dos siluetas altas.
—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley mientras se dirigía a zancadas hacia el hombre que había gritado. Los demás lo siguieron.
El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida.
—Éste es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocen a su hijo Cedric.
Ana no tenía ni la más mínima idea de quién era Cedric pero al ver que todos asentían se mordió la lengua para no preguntar. Buscó en lo más profundo de su memoria pero ni siquiera al inspeccionarlo recordó sus facciones en sus recuerdos.
—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos.
No queriendo verse amarga, Ana lo saludó aún sin saber quién era pero astutamente pretendiendo que sí.
—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur? —preguntó el padre de Cedric.
—No demasiado —respondió el señor Weasley—. Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. ¿Y ustedes?
—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? ¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...
Ana no envidió a los Diggory de haberse levantado a altas horas de la madrugada. Al menos ella había podido dormir más que eso. Gracias a Dios. Mientras Ana se contentaba de no haber tenido la peor experiencia, Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley,a los otros tres.
—¿Son todos tuyos, Arthur?
—No, sólo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Ésta es Hermione, amiga de Ron..., ésta es Ana, también amiga de Ron, y éste es Harry, otro amigo...
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?
—Ehhh... sí —contestó Harry.
Ana se preguntó cómo sería ser una celebridad como Harry. Seguramente lo detestaría. Mucha atención en uno solo sonaba como el doble de presión en los hombros, y Ana detestaba el peso de su vida normal.
—Tu padre, James, me había mostrado las fotos que siempre lleva encima pero nunca tuve el placer de conocerte. Además, Ced me ha hablado de ti, por supuesto —explicó Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!
¡Ah! Una lamparita se prendió en la cabeza de Ana y reconoció al chico de inmediato. Era el... ¿buscador? del equipo de Hufflepuff. ¿Cómo no recordarlo después de que se perdió todo el partido porque no podía ver nada? Pero mientras ella recordaba, Cedric se notaba incómodo.
—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló—. Ya te dije que fue un accidente...
—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!
Ana miró hacia otro lado sin saber qué hacer y una tos seca dejó sus labios ante la complicada conversación que estaba sucediendo. Amos la miró y un destello de reconocimiento pasó su rostro.
—Tú debes ser la hija de Lupin, Anastasia, ¿no es así...? ¡Sí! Recuerdo que Cedric me contó cuando la bludger te golpeó...
Ana cerró los ojos con un dejo de vergüenza y miró hacia sus zapatos mordiéndose la lengua. No podía creer que esa era la primera impresión que había dejado en el mundo mágico. Odiaba el quidditch.
—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?
—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?
—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos.
Miró a Ana y a Hermione.
—No tienen que hacer más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente.
Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los diez se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory.
Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló. Ana se preguntó qué hubiese pensado su pasado yo si hubiese visto la situación en la que se encontraba en el presente. Diez personas tocando una bota sucia en la oscuridad... seguramente hubiese corrido derecho a su casa gritando acerca de un culto o algo parecido.
—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...
Ocurrió inmediatamente: Ana sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de ella hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Hermione y Ginny, cada una a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...
Tocó tierra con los pies. Se chocó contra Ginny y ambas cayeron al césped en cuestión de segundos.
Con una mueca, Ana levantó su cabeza. Cedric y los señores Weasley y Diggory permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se habían caído al suelo.
—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.
• • •
Ana se desenredó de Ginny y se puso en pie. Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo. Delante de ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos sujetaba un reloj grande de oro; el otro, un grueso rollo de pergamino y una pluma de ganso. Los dos vestían como muggles, aunque con muy poco acierto: el hombre del reloj llevaba un traje de tweed con chanclos hasta los muslos; su compañero llevaba falda escocesa y poncho.
—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, tomando la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.
Ana miró al hombre que tenía el mismo nombre que su gato y se aclaró la garganta para no reír del embarazo que eso le causaba.
—Hola, Arthur —respondió el tal Basil con voz cansina—. Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgan de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperen... voy a buscar dónde están... Weasley... Weasley...
Consultó la lista del pergamino.
—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegan. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.
—Gracias, Basil —dijo el señor Weasley—. ¿Y tienes una idea de dónde se encuentra James Potter?
Basil volvió a mirar su pergamino y mientras murmuraba "Potter... Potter", sus ojos brillaron de reconocimiento luego de unos segundos.
—También en el primer prado al que llegan, llegó hace una hora así que lo encontrarás.
Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, Ana vislumbró las formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se divisaba el oscuro perfil de un bosque. Se despidieron de los Diggory y se encaminaron a la puerta de la casita. Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Nada más verlo, Ana reconoció que era un muggle, probablemente el único que había por allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos.
—¡Buenos días! —saludó alegremente el señor Weasley.
—Buenos días —respondió el muggle.
—¿Es usted el señor Roberts?
—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?
—Los Weasley... Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo.
—Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche?
—Efectivamente —repuso el señor Weasley.
—Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.
—¡Ah! Sí, claro... por supuesto... —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Ana y a Hermione para que se acercaran—. Ayúdenme, niñas —les susurró, sacando del bolsillo un fajo de billetes muggles y empezando a separarlos—. Éste es de... de... ¿de diez libras? ¡Ah, sí, ya veo el número escrito...! Así que ¿éste es de cinco?
—Ese es el de veinte, señor Weasley —lo corrigió Hermione y Ana asintió, señalando otro.
—Este es el de cinco.
—¡Ah, ya, ya...! No sé... Estos papelitos...
—¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor Roberts en el momento en que el señor Weasley volvió con los billetes correctos.
—¿Extranjeros? —repitió el señor Weasley, perplejo.
—No es el primero que tiene problemas con el dinero —explicó el señor Roberts examinando al señor Weasley—. Hace diez minutos llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como tapacubos.
—¿De verdad? —exclamó nervioso el señor Weasley. El señor Roberts rebuscó el cambio en una lata.
—El camping nunca había estado así de concurrido —dijo de repente, volviendo a observar el campo envuelto en niebla—. Ha habido cientos de reservas. La gente no suele reservar.
—¿De verdad? —repitió tontamente el señor Weasley, tendiendo la mano para recibir el cambio. Pero el señor Roberts no se lo daba.
—Sí —dijo pensativamente el muggle—. Gente de todas partes. Montones de extranjeros. Y no sólo extranjeros. Bichos raros, ¿sabe? Hay un tipo por ahí que lleva falda escocesa y poncho.
—¿Qué tiene de raro? —preguntó el señor Weasley, preocupado.
—Es una especie de... no sé... como una especie de concentración —explicó el señor Roberts—. Parece como si se conocieran todos, como si fuera una gran fiesta.
En ese momento, al lado de la puerta principal de la casita del señor Roberts, apareció de la nada un mago que llevaba pantalones bombachos.
—¡Obliviate! —dijo bruscamente apuntando al señor Roberts con la varita.
El señor Roberts desenfocó los ojos al instante, relajó el ceño y un aire de despreocupada ensoñación le transformó el rostro. Ana no reconoció el hechizo pero supuso que el señor Roberts se estaba olvidando de todo.
—Aquí tiene un plano del campamento —dijo plácidamente el señor Roberts al padre de Ron—, y el cambio.
—Muchas gracias —repuso el señor Weasley.
El mago que llevaba los pantalones bombachos los acompañó hacia la verja de entrada al campamento. Parecía muy cansado. Tenía una barba azulada de varios días y profundas ojeras. Una vez que hubieron salido del alcance de los oídos del señor Roberts, le explicó al señor Weasley:
—Nos está dando muchos problemas. Necesita un encantamiento desmemorizante diez veces al día para tenerlo calmado. Y Ludo Bagman no es de mucha ayuda. Va de un lado para otro hablando de bludgers y quaffles en voz bien alta. La seguridad anti muggles le importa un pimiento. La verdad es que me alegraré cuando todo haya terminado. Hasta luego, Arthur.
Y, sin más, se desapareció.
—Creía que el señor Bagman era el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos —dijo Ginny sorprendida—. No debería ir hablando de las bludgers cuando hay muggles cerca, ¿no les parece?
—Sí, es verdad —admitió el señor Weasley mientras los conducía hacia el interior del campamento—. Pero Ludo siempre ha sido un poco... bueno... laxo en lo referente a seguridad. Sin embargo, sería imposible encontrar a un director del Departamento de Deportes con más entusiasmo. Él mismo jugó en la selección de Inglaterra de quidditch, ¿saben? Y fue el mejor golpeador que han tenido nunca las Avispas de Wimbourne...
—Esperen, esperen, ¿todos los magos se conocen entre sí? —inquirió Ana, aún con aquel asunto en su mente. Después de observar al señor Weasley conociendo a todo el mundo, necesitaba saber si en su propio futuro necesitaba conocer a todos. Para largarse de allí, claro.
El señor Weasley rió con contento y negó.
—Yo conozco a mucha gente por el Ministerio, pero me temo que no conozco a todos.
Ana suspiró aliviada y asintió. Entonces solo debía evitar el Ministerio.
Caminaron con dificultad ascendiendo por la ladera cubierta de neblina, entre largas filas de tiendas. La mayoría parecían casi normales. Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres para llamar a la puerta o veletas. Pero, de vez en cuando, se veían tiendas tan obviamente mágicas que a Ana no le sorprendía que el señor Roberts recelara. En medio del prado se levantaba una extravagante tienda en seda a rayas que parecía un palacio en miniatura, con varios pavos reales atados a la entrada. Un poco más allá pasaron junto a una tienda que tenía tres pisos y varias torretas. Y, casi a continuación, había otra con jardín adosado, un jardín con pila para los pájaros, reloj de sol y una fuente.
«Los magos son raros» pensó Ana mirando a los pavos reales con admiración.
—Siempre es igual —comentó el señor Weasley, sonriendo—. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos. Ah, ya estamos. Miren, éste es nuestro sitio.
Habían llegado al borde mismo del bosque, en el límite del prado, donde había un espacio vacío con un pequeño letrero clavado en la tierra que decía «Weezly».
—¡No podíamos tener mejor sitio! —exclamó muy contento el señor Weasley—. El estadio está justo al otro lado de ese bosque. Más cerca no podíamos estar. —Se desprendió la mochila de los hombros—. Bien —continuó con entusiasmo—, siendo tantos en tierra de muggles, la magia está absolutamente prohibida. ¡Vamos a montar estas tiendas manualmente! No debe de ser demasiado difícil... ¡allí está tu padre Harry!
Caminando hacia ellos con una gran sonrisa, estaba James seguido de Remus y Sirius. Los tres tenían aspectos normales —si se podía excluir que el rostro de James ya estaba completamente pintado con los colores de Irlanda—, pero algo que Ana notó es que Remus parecía estar fuera de lugar. Su vestimenta era muy formal para estar en un camping.
Llevaba pantalones de vestir de color caqui, y aunque fuese verano, llevaba puesto un suéter de colores profundos y cálidos. Ni siquiera tenía las mangas arremangadas. Y si se lo ponía a pensar, nunca había visto a Remus con ropa de verano, siempre estaba completamente tapado de pies a cuello como si su piel guardase secretos.
Y aunque no lo pensase en ese momento, en alguna parte de su cabeza Ana sabía que aquello era verdad.
—Buenos días, Arthur —lo saludó James y luego se volvió a los adolescentes—. Niños...
Luego de que todos se saludaran entre sí y James preguntara si habían tenido algún problema en el viaje, el hombre juntó sus manos y les sonrió.
—¿Qué tal si los ayudamos? Ya hemos hecho nuestra tienda hace una hora.
Al parecer, Remus y Hermione eran los únicos que sabían armar una tienda como se debía porque hasta Ana tuvo problemas para ayudar. La única vez que había ido de campamento había sido cuando tenía cinco años y su papá la había llevado a pasar un día en la naturaleza. Para resumir, al final del día Fidel había prometido nunca más hacer tal excursión, no habiéndole caído bien comer algunas moras tóxicas —que aunque las consecuencias no fueron mortales, terminó yendo al baño más de lo querido—, y Ana, la pequeña Ana había quedado enamorada de la naturaleza.
El sonido de los pájaros al cantar, el agua del riachuelo golpear gorjeantemente contra las piedras y el viento chocando contra las hojas de los árboles había hecho que se sintiese en completa paz. Era hermoso. Los colores verdes de las hojas veraniegas, el crujir suave del césped cuando sus pies lo pisaba y la refrescante sensación en sus manos luego de meterlas en el río de temperatura perfecta. Su mejor verano.
No sabía si era el silencioso sonido de la naturaleza o el efecto de estar rodeada por ella, que había completamente hechizado a su pequeña yo. El bosque había sido su primer amigo y no había estado en contacto con él desde hacia años. No de la misma forma que aquel día.
—Ana...
Hermione la zarandeó suavemente de su hombro y Ana salió repentinamente de su trance. Pestañeando varias veces para acostumbrarse, giró su cabeza y se llevó la vergonzosa sorpresa de que las tiendas ya estaban armadas. Y ella no había ayudado con nada.
—¡Lo siento! —exclamó mientras se levantaba torpemente del césped. No recordaba cuándo se había sentado. Hermione sonrió con simpatía y negó.
—No te preocupes, ven, debes ver el interior...
Ana asintió y siguió a Hermione dentro de la tienda. Se inclinó, se metió por la abertura de la tienda y se quedó con laboca abierta. Acababa de entrar en lo que parecía un anticuado apartamentode dos habitaciones, con un baño. El amueblado era curioso pero nada de otro mundo. Tal vez un poco de mal gusto pero Ana no era nadie como para criticar la decoración de alguien.
—¿Ha pasado mucho durante el verano...? —inquirió Hermione en un susurro mientras Ginny pedía la cama matrimonial en una de las habitaciones. Ana negó con el ceño fruncido.
—Siempre pasa cuando menos me lo espero... ni siquiera hay señales de que pueda pasar... y no me pasaba desde el año pasado.
Hermione frunció sus labios y apoyó un dedo en sus labios, procesando la información.
—Será mejor que le digas a Madame Pomfrey, tal vez sepa algo —sugirió y Ana suspiró. Ojalá fuese ese el caso.
En cuestión de segundos, Harry y Ron aparecieron en la tienda —ambos sosteniendo una tetera y algunas cazuelas—, para decirles que iban a buscar agua. En cuestión de segundos, los cuatro estaban cruzando el campamento, seguidos del ruido de los objetos que sostenían.
Con el sol que acababa de salir y la niebla que se levantaba, pudieron ver el mar de tiendas de campaña que se extendía en todas direcciones. Caminaban entre las filas de tiendas mirando con curiosidad a su alrededor.
Los campistas empezaban a despertar, y las más madrugadoras eran las familias con niños pequeños. Era la primera vez que Ana veía magos y brujas de tan corta edad. Un pequeñín, que no tendría dos años, estaba a gatas y muy contento a la puerta de una tienda con forma de pirámide, dándole con una varita a una babosa, que poco a poco iba adquiriendo el tamaño de una salchicha. Cuando llegaban a su altura, la madre salió de la tienda.
—¿Cuántas veces te lo tengo que decir, Kevin? No... toques... la varita... de papá... ¡Ay!
Acababa de pisar la babosa gigante, que reventó. El aire les llevó la reprimenda de la madre mezclada con los lloros del niño:
—¡Mamá mala!, ¡«rompido» la babosa!
Un poco más allá vieron dos brujitas, apenas algo mayores que Kevin. Montaban en escobas de juguete que se elevaban lo suficiente para que las niñas pasaran rozando el húmedo césped con los dedos de los pies. Un mago del Ministerio que parecía tener mucha prisa los adelantó, y lo oyeron murmurar ensimismado:
—¡A plena luz del día! ¡Y los padres estarán durmiendo tan tranquilos...!
Por todas partes, magos y brujas salían de las tiendas y comenzaban a preparar el desayuno. Algunos, dirigiendo miradas furtivas en torno de ellos, prendían fuego con sus varitas. Otros frotaban las cerillas en las cajas con miradas escépticas, como si estuvieran convencidos de que aquello no podía funcionar. Tres magos africanos enfundados en túnicas blancas conversaban animadamente mientras asaban algo que parecía un conejo sobre una lumbre de color morado brillante, en tanto que un grupo de brujas norteamericanas de mediana edad cotilleaba alegremente, sentadas bajo una destellante pancarta que habían desplegado entre sus tiendas, que decía: «Instituto de las brujas de Salem.» Desde el interior de las tiendas por las que iban pasando les llegaban retazos de conversaciones en lenguas extranjeras. Ana reconoció un poco de español y por los acentos, hindi, alemán e inglés pero norteamericano —aunque no sabría decir de qué parte de Norteamérica—, y varios más que no reconoció.
—Eh... ¿son mis ojos, o es que se ha vuelto todo verde? —preguntó Ron.
No eran los ojos de Ron. Habían llegado a un área en la que las tiendas estaban completamente cubiertas de una espesa capa de tréboles, y daba la impresión de que unos extraños montículos habían brotado de la tierra. Dentro de las tiendas que tenían las portezuelas abiertas se veían caras sonrientes. De pronto oyeron sus nombres a su espalda:
—¡Harry!, ¡Ron!, ¡Hermione!, ¡Ana!
Era Seamus, su compañero de cuarto curso de la casa Gryffindor. Estaba sentado delante de su propia tienda cubierta de trébol, junto a una mujer de pelo rubio cobrizo que debía de ser su madre, y Dean.
—¿Les gusta la decoración? —preguntó Seamus, sonriendo, cuando los cuatro se acercaron a saludarlos—. Al Ministerio no le ha hecho ninguna gracia.
—El trébol es el símbolo de Irlanda. ¿Por qué no vamos a poder mostrar nuestras simpatías? —dijo la señora Finnigan—. Tendrían que ver lo que han colgado los búlgaros en sus tiendas. Supongo que estarán del lado de Irlanda —añadió, mirando a los cuatro con sus brillantes ojos.
Se fueron después de asegurarle que estaban a favor de Irlanda, aunque, como dijo Ron:
—Cualquiera dice otra cosa rodeado de todos ésos.
—Ey, yo sí estoy en el lado de Irlanda —se ofendió Ana. Podía no saber nada de quidditch pero le gustaban más los colores de la bandera irlandesa que la búlgara, y para ella esa era una razón competente para apoyarlos. Aunque bueno, los colores no eran tan diferentes.
—Me pregunto qué habrán colgado en sus tiendas los búlgaros —interrumpió Hermione antes de que Ron y Ana pudiesen debatir.
—Vamos a echar un vistazo —propuso Harry, señalando una gran área de tiendas que había en lo alto de la ladera, donde la brisa hacía ondear una bandera de Bulgaria, roja, verde y blanca.
En aquella parte las tiendas no estaban engalanadas con flora, pero en todas colgaba el mismo póster, que mostraba un rostro muy hosco de pobladas cejas negras. La fotografía, por supuesto, se movía, pero lo único que hacía era parpadear y fruncir el entrecejo.
—Es Krum —explicó Ron en voz baja.
—¿Quién? —preguntaron Hermione y Ana a la vez.
—¡Krum! —repitió Ron—. ¡Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria!
—Lo eligieron cuando tenía diecisiete —añadió Harry.
—Parece que es malhumorado —comentó Hermione, observando la multitud de Krums que parpadeaban, ceñudos. Ana le veía lo intimidante.
—¿Malhumorado? —Ron levantó los ojos al cielo—. ¿Qué más da eso? Es increíble. Y es muy joven, además. Sólo tiene dieciocho años. Es genial. Esperen a esta noche y lo verán.
Ya había fila para buscar agua de la fuente, así que se pusieron al final, inmediatamente detrás de dos hombres que estaban enzarzados en una acalorada discusión. Uno de ellos, un mago muy anciano, llevaba un camisón largo estampado. El otro era evidentemente un mago del Ministerio: tenía en la mano unos pantalones de mil rayas y parecía a punto de llorar de exasperación.
—Tan solo tienes que ponerte esto, Archie, sé bueno. No puedes caminar por ahí de esa forma: el muggle de la entrada está ya receloso.
—Me compré esto en una tienda muggle —replicó el mago anciano con testarudez—. Los muggles lo llevan.
—Lo llevan las mujeres muggles, Archie, no los hombres. Los hombres llevan esto —dijo el mago del Ministerio, agitando los pantalones de rayas.
—No me los pienso poner —declaró indignado el viejo Archie—. Me gusta que me dé el aire en mis partes privadas, lo siento.
Tratando de encubrir su risa con una tos falsa, Ana admitió que si esa era una ventaja para el hombre no le veía nada de malo. Por el otro lado, a Hermione le dio un ataque de risa tan grande que tuvo que salirse de la fila, y no volvió hasta que Archie se fue con el agua.
Volvieron por el campamento, caminando más despacio por el peso del agua. Por todas partes veían rostros familiares: estudiantes de Hogwarts con sus familias. Oliver Wood, el antiguo capitán del equipo de quidditch (que arrastró a Harry con él sin que el chico se pudiese quejar). Cerca de allí se encontraron con Ernie Macmillan, un estudiante de cuarto de la casa Hufflepuff, y luego vieron a Cho Chang —si Ana recordaba bien—, una chica muy linda que jugaba de buscadora en el equipo de Ravenclaw.
—Han tardado siglos —dijo George, cuando llegaron por fin a las tiendas de los Weasley.
—Nos hemos encontrado a unos cuantos conocidos —explicó Ron, dejando la cazuela—. ¿Aún no han encendido el fuego?
—Papá lo está pasando bomba con los fósforos —contestó Fred.
El señor Weasley no lograba encender el fuego, aunque no porque no lo intentara. A su alrededor, el suelo estaba lleno de fósforos consumidos, pero parecía estar disfrutando como nunca.
—¡Vaya! —exclamaba cada vez que lograba encender un fósforo, e inmediatamente lo dejaba caer de la sorpresa.
—Déjeme, señor Weasley —dijo Hermione amablemente, tomó la caja para mostrarle cómo se hacía.
Al final encendieron fuego, aunque pasó al menos otra hora hasta que se pudo cocinar en él. Sin embargo, había mucho que ver mientras esperaban y más cuando volvieron James, Remus y Sirius con más comida para preparar. Habían montado las tiendas delante de una especie de calle que llevaba al estadio, y el personal del Ministerio iba por ella de un lado a otro apresuradamente, y al pasar saludaban con cordialidad al señor Weasley y a James. Ambos no dejaban de explicar quiénes eran, sobre todo a Ana y a Hermione, porque sus propios hijos sabían ya demasiado del Ministerio para mostrarse interesados.
—Ése es Cuthbert Mockridge, jefe del Instituto de Coordinación de los Duendes... Por ahí va Gilbert Wimple, que está en el Comité de Encantamientos Experimentales. Ya hace tiempo que lleva esos cuernos... Hola, Arnie... Arnold Peasegood es desmemorizador, ya saben, un miembro del Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos...
—Y aquéllos son Bode y Croaker... son inefables... —comentó James saludándolos con un ademán.
—¿Qué son?
—Inefables: del Departamentos de Misterios, secreto absoluto. Nadie tiene una idea de lo que hacen.
Al final consiguieron una buena fogata, y acababan de ponerse a freír huevos, tocino (que había llevado James) y salchichas cuando llegaron Bill, Charlie y Percy, procedentes del bosque.
—Ahora mismo acabamos de aparecernos —anunció Percy en voz muy alta—. ¡Qué bien, el almuerzo!
Mientras Remus le servía a Ana una cuenca con la comida, un sentimiento extraño en su estómago hizo que se pusiese tan pálida como las nubes que abarcaban en el cielo. Su padre la miró con preocupación.
—Ana, ¿estás bien?
Saliendo de su sorpresivo trance, Ana asintió y rápidamente aceptó el cuenco que Remus le tendía. Se volvió hacia Hermione, susurrándole en el oído.
—Hermione, por favor, acompáñame al baño... dime que tienes alguna toalla sanitaria —lloriqueó Ana y Hermione abrió sus ojos como dos Snitchs.
—¿¡Ahora!? —murmuró Hermione y cuando Ana asintió, la chica le tomó la mano antes de levantarlas a ambas y mirando a los otros—. Ya venimos.
Ambas corrieron hacia dentro de la tienda donde dormirían y luego de que Hermione le diese lo necesitado, Ana se encerró en el baño con una mueca.
La verdad era que esto no era una completa sorpresa. Ana ya estaba acostumbrada que no fuese una situación regular pero deseaba haber tenido un poco más de tiempo, al menos no durante el día que sería el último partido de la Copa para poder disfrutar aquel día a su máximo límite. Pero no, claro que no era posible.
Una vez que salió del baño, Ana tenía el rostro mojado luego de tanto refrescarse el rostro. Algunas gotas caían de su mentón y sus pestañas estaban adornadas de ellas, haciendo que sus ojos azules brillaran un poco más. Y aunque su rostro hubiese tomado un poco más de color, se sentía peor que nunca.
—Se me quitó el hambre.
Y con eso saltó a la cama baja de la litera —la de arriba siempre le daba mucho vértigo, y aunque a veces temía que se le cayese y la aplastara mientras dormía, prefería la de abajo—, y escondió su rostro en la almohada blanca, que ahogaba sus quejas.
—¿Quieres que llame a tu papá? —inquirió Hermione sentándose al lado de Ana pero la chica hizo un sonido de negación.
—Solo quiero dormir... tal vez por unas diez horas más... —admitió Ana sintiendo su respiración caliente golpear contra su almohada y luego calentar su rostro. Escuchó a Hermione suspirar y levantarse de su lugar, dejando un hueco en el colchón.
—Les diré que te sientes mal, tú descansa.
Ana giró su cabeza para poder mirar a su amiga y le sonrió con agradecimiento.
—Gracias, Hermione. Te debo una.
La chica de cabellos gruesos le sonrió y negó divertida.
—Me debes muchas.
•••
La tarde se pasó bastante rápido, pero eso tal vez tenía que ver con el hecho de que Ana se había quedado dormida el momento en que Hermione había abandonado la tienda para disfrutar de su almuerzo y no se había despertado hasta que la oscuridad había hecho que las velas dentro de la tienda se encendieran por sí solas.
Un bostezo dejó los labios de Ana y su mirada se encontraba borrosa dado que recién se había despertado. Sus cabellos que siempre se encontraban un poco enredados ahora parecían un nido de aves y su piel pecosa tenía las marcas de la almohada. Luego de soltar otro bostezo y de frotarse los ojos para enfocar su vista, Ana observó que en la mesa ratona al lado de la litera se encontraban algunos dulces de los que no tenía ningún conocimiento.
—Golosinas extranjeras —dijo la voz de Remus que hizo que Ana diese un respingo en su lugar. No lo había visto, sentado en uno de los sillones, leyendo un programa del partido. La miró apenado—. Lo siento, no quise asustarte... las trajeron Harry, Hermione y Ron luego de comprar de los vendedores —añadió mirando nuevamente las golosinas.
—¿Ya han ido al partido? —preguntó Ana con preocupación pero Remus negó.
—Aún no. Se están preparando —Remus estiró las páginas que estaba leyendo y la miró de reojo—. Hermione me contó lo que pasó, ¿cómo te sientes?
Ana se miró a sí misma, sintiendo sus piernas aún estando pesadas y su espalda un poco adolorida y suspiró.
—Podría estar mejor.
—Podrías quedarte si quieres —sugirió Remus volviendo a leer el programa—. No tendrían ningún problema.
—Pero yo sí —resopló Ana tirándose nuevamente contra el colchón. Estaba segura que sus amigos no tendrían ningún problema con que se quedase atrás para descansar, pero detrás en su cabeza, el hecho de que podría verse como una aguafiestas no le gustaba para nada. Es decir, ya iban contadas las veces en las que Ana había disrumpido la diversión en momentos celebratorios... al menos en su cabeza.
—Te quedarías conmigo —explicó Remus ahora mirándola y dejando el programa terminado a un lado—, ya que no iré a ver el partido.
—¿Por qué? —preguntó Ana con el ceño fruncido y Remus suspiró, juntando sus manos.
—No me apetece recibir más miradas de asco. Ya he tenido suficiente por un día. No estoy seguro de que quienes me reconozcan quieran estar cerca de un hombre lobo —dijo él con amargura y ante la mirada de preocupación de Ana tuvo que guardar un poco dentro su mal humor—. No te preocupes, hija. Ya estoy acostumbrado.
—Pues no deberías —masculló Ana con una mueca. Remus le dedicó una mirada de gratitud y se levantó de su lugar.
—Por tu gran valor, el tema a dado un pequeño paso. Y por ahora eso es lo que necesita el mundo mágico para adaptarse: pasos verdaderamente pequeños. ¿Quién sabe? Tal vez en un par de años la discriminación contra los hombre lobo se disminuya notablemente y será por tu increíble valor —Remus le sonrió y señaló la entrada de la tienda—. Iré a hacerme un té mientras tú piensas qué quieres hacer.
Remus desapareció por la entrada y unos segundos pasaron donde Ana se quedó en silencio. Sus ojos miraron las golosinas que descansaban en las superficie de la mesa ratona y se decidió. Levantándose de un salto se puso sus zapatillas sin preocuparse por atar firmemente sus cordones y haciéndose una coleta para disfrazar su verdadero aspecto, tomó su portamonedas antes de salir de la tienda.
Tal vez no iría a ver el partido pero estaba segura de que les compraría algunas curiosidades como gratitud.
Una vez que comenzó a buscar a los vendedores, Ana notó que todo el lugar había comenzado a ponerse más bullicioso: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes.
Habían colores por todos lados y las risas de celebración se hacían oír sin timidez. Ana sostenía su monedero con fuerza dentro de su bolsillo. Nunca había sido fanática de lugares llenos de personas, ruidos y colores muy brillantes. Una cosa era la feria donde estaba el sonido de la ciudad, y otra cosa era... pues eso.
Un dedo tocando su hombro hizo que dejara salir un pequeño grito agudo y se diese vuelta con el corazón por la boca. Al mirar a la otra persona, Ana se encontró con ojos castaños que estaban rodeados de pintura verde.
—¡Lo siento, Ana! Es que te estaba llamando y no me escuchabas... —se disculpó la chica y se mordió el labio con pena.
Ana la reconocía; era una chica de Hufflepuff con la compartía Runas Antiguas y otras materias, y que siempre estaba tarareando suavemente canciones, ganándose varios reproches de los profesores. Lamentablemente, Ana no recordaba su nombre.
—¡Ah...! Lo siento... ¿cómo estás?
—Emocionada, siempre me gustó observar partidos de quidditch —confesó la chica rubia y le sonrió risueñamente—. Alentaré a Irlanda, ¿y tú?
—Irlanda también —afirmó Ana. Podía no ir a ver el juego pero eso no significaba que cambiaba de opinión; estaba con Irlanda cien por ciento. La chica asintió contenta y miró a todos lados.
—¿Estás con tu familia?
—Uhm, ¡sí! Vine con los Weasley, los Potter, Hermione y mi papá —explicó ahora con una sonrisa y ladeó su cabeza—. ¿Y tú? ¿Viniste con tu familia?
—¡Sí! Vine con mamá, llegamos hace dos horas, y trajimos a Bee con nosotras.
Ana estaba comenzando a sudar, ¿es que debía saber quién era Bee? Lo que le faltaba.
—Eh... ¿Quién es Bee?
Antes de que la chica pudiese responder, una voz un tanto familiar hizo que ambas prestaran atención.
—¡Hannah! Tu mamá está pidiendo que te prepares, iremos al campo en unos minutos.
«Hannah Abbott» ese era el nombre de la chica delante suyo. Ana se dio media vuelta para ver quién era la persona que se acercaba y al ver quién era se atragantó con su propia saliva.
—¿¡Tú!?
Con una mueca de sorpresa al ver a Ana junto a Hannah, Blaise Zabini levantó sus gruesas cejas ante la escena. Y Ana jamás creyó encontrarse en una situación tan extraña como aquella en el medio de un campamento mágico.
• • •
¡hola! buen domingo ♥
¿cómo están? yo tuve la peor semana de mi vida diosss perdón por la tardanza pero me estaba muriendo del estrés
para compensar —aunque creo que me fui al carajo— les dejo un capítulo de 10k palabras ¡! es que tenía que meter todo esto en un solo capítulo perdón
en el próximo capítulo volvemos a hogwarts se los prometo (para todas las personas que querían saber cuándo se volvía)
nos vemos el próximo viernes
•chauuu•
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